Amiga, ¡hoy es el día en el que empieza todo! Si te apetece leer el momento en el que adoptan a Sabrae conforme está pasando en la línea temporal, ¡éste es tu momento! ¡Hoy nuestra pequeña se convierte en una Malik!🎆🎊
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Pauline había sido un auténtico amor aceptando ser mi
profesora particular de repostería para la tarta de Alec. No es que partiera de
cero, precisamente, con el tema de los dulces, pero nunca está de más tener
ayuda profesional. Mis amigas habían querido ir a dar una vuelta por el centro
la semana de su cumpleaños, quizá intentando encontrar un detallito que darle
para hacer de ese día uno un poco más especial. Cuando pasamos por delante de
la pastelería de Pauline, nuestras tripas rugieron, Amoke y yo nos miramos, y
fue como si el universo se hubiera confabulado para que la francesa y yo nos
juntáramos una vez más, de nuevo a solas.
Pauline
había sonreído y se había acercado a nosotras con la gracilidad de una
bailarina, ésa que sólo pueden tener las chicas que han nacido a la sombra de
la Torre Eiffel y que han pasado gran parte de su infancia en la Ciudad de la
Luz. Se había sacado una pequeña libretita del bolsillo del delantal y nos
había tomado nota con rapidez, como una verdadera profesional, mientras una
idea cuajaba en mi mente. Cuando nos tocó pagar, con el estómago lleno y las
carteras un poco más vacías, me había quedado rezagada mientras mis amigas
examinaban el mostrador, empachadas pero a la vez aún golosas.
-Pauline…-susurré,
y ella levantó la vista, unos ojos perfectamente delineados de forma que no
pareciera maquillada en absoluto, y clavó sus ojos en mí. Por un momento, me
sentí pequeña, joven e inexperta. Pauline desprendía una elegancia que yo no
tenía (que, de hecho, no le había visto a nadie más que a mi madre), por lo que
una parte de mí, esa parte que no lograba quitarse de encima el machismo
imperante en la sociedad en que me había criado, se sentía amenazada por ella y
quería alejarse lo más lejos posible.
-Dime,
bonita-me sonrió con la calidez de quien lleva toda la vida trabajando de cara
al público, pero con una sinceridad que, sospechaba, sólo me dedicaba a mí.
-Verás…
es que, no sé si lo sabes, pero el viernes-hice una pausa dramática,
comprobando si me seguía- es el cumpleaños de alguien importante para mí.
Esta
vez, su sonrisa fue cálida como el sol de verano, y sus ojos chisporrotearon de
felicidad.
-Para
ambas-me corrigió, y el miedo que me daba su rechazo se disipó. Pauline era muy
buena persona, por eso Alec se había fijado en ella. Chrissy también lo era.
Como decía el dicho, Dios los cría, y ellos se juntan. Alec no podría haber
encontrado a dos chicas de corazones más puros que ellas dos, y yo me sentía
afortunada de que me hicieran partícipe de algo tan simple como el vínculo que
Alec había forjado entre nosotras, construyendo una pirámide cuyo vértice era él.
-Y me
gustaría… bueno, prepararle una tarta. Algo especial-murmuré, echando un
vistazo a las obras de arte arquitectónico que Pauline tenía en el mostrador,
cubiertas por una capa de cristal que impedía que las manos como las mías les
hicieran daño-. De modo que me estaba preguntando si te importaría decirme
algún par de trucos para que me queden mejor, o… no sé. Tú eres la experta.
-¿Qué
te parece si te pasas el jueves y la hacemos entre las dos?-sugirió, y yo sentí
que salía disparada hacia el cielo. Era exactamente
la oferta que estaba esperando. Noté que Momo sonreía a mi lado, incapaz de
disimular la gracia que le causaba la situación-. Así yo también podré darle
una sorpresa de cumpleaños.
Me
planté en la puerta de la repostería de sus padres con la puntualidad que sólo
les atribuyen a mis compatriotas, y ella misma vino a recibirme, anudándose el
delantal a la espalda. La pastelería estaba cerrada, no sabía si porque aún era
temprano, o porque habían decidido tomarse un descanso para que estuviéramos
más relajadas cocinando. Detestaba cocinar con estrés, de modo que lo
agradecía.
-Aquí
está mi alumna preferida-constató con una radiante sonrisa, y yo asentí con la
cabeza y entré. No perdimos el tiempo: nos dirigimos a la parte de atrás de la
tienda, entrando en una cocina impoluta en la que ya nos esperaban todos los
ingredientes que Pauline sospechaba que podríamos necesitar, dispuestos en fila
para que los identificáramos y cogiéramos con más facilidad.
Se
rió suavemente, con una risa musical que me recordaba al tintineo de unas
campanillas, cuando abrí mi mochila y dispuse con cuidado sobre una encimera
todos mis utensilios de cocina. Y se tuvo que limpiar las lágrimas de la risa
cuando, tras anudarme el delantal, me saqué un gorrito chef.
-¿Es
demasiado?
-Estás
perfecta. Deberías hacerte una foto para colgarla en tus historias.
-No
es mala idea, pero no puedo publicarla, o Alec se enterará de qué estoy
tramando. ¿Sabes? Se supone que estoy en casa-comenté-. Él está por ahí con sus
amigos. Mi hermano Scott se presenta a la nueva edición de The Talented Generation. ¿Lo conoces?
-No
soy muy fan de los concursos de la tele. Me gustan los realities, no obstante.
-¿No
ves MasterChef?-pregunté, asombrada, mientras Pauline se apretaba un poco la
coleta y comenzaba a sacar boles en los que haríamos la mezcla.
-Demasiado
espectáculo y muy poca cocina, en mi opinión-respondió. Se estiró para coger,
con un brazo largo y delgado, un paquete de harina, y mientras vertía la
cantidad necesaria dentro del bol, me miró-. ¿Qué tienes en mente?
-Pues…
a Alec le encanta el chocolate-lo cual saltaba a la vista, por la cantidad de
comparaciones que hacía entre este alimento y mi piel, algo que a mí me
encantaba, y que de alguna manera se las apañaba para que no fuera algo ya
sobreexplotado en la literatura. Lo hacía de una manera distinta, como si mi
piel realmente le recordara a ese alimento, y su atracción por mí tuviera
relación directa con eso, al igual que su gusto por el chocolate tenía relación
directa conmigo, como si todo fuera una rueda, un ciclo que se alimentaba de sí
mismo.
Pauline
tenía los ojos fijos en mí. No sabría decir cuánto tiempo había pasado desde
que había comentado aquello y me había quedado callada, mirando los
ingredientes con expresión soñadora.
-Como
a todo el mundo-me apresuré a añadir, apartándome una trenza del hombro-.
Supongo que eso es ir a lo seguro…
Pauline
sonrió, pillando por dónde quería ir.
-Pero
tú no quieres ir a lo seguro, ¿verdad?
-Una
tarta de chocolate puede hacerla cualquiera, y se puede comer en cualquier
ocasión-asentí-. Yo quiero hacerle a Alec algo especial. Algo que le sorprenda,
pero que a la vez nos garantice el éxito, ¿sabes? No quiero que la primera
tarta de cumpleaños de la que yo me encargo no le guste. Quiero arriesgar,
hacer un salto mortal, pero asegurarme de que no me lastimo en la caída.
-Por
eso has venido conmigo en lugar de intentar hacerla con tu madre, ¿mm?-sonrió,
divertida, colocando una batidora automática, con cuenco incluido, a un lado de
la mesa.
-¿Cómo
sabes que mi madre…?
-Alec
estuvo lloriqueando con unos brownies
que le hiciste cerca de una semana. Me preguntó mínimo seis veces si no
necesitábamos una sous chef-la clase con la que pronunció ese
par de palabras me dejó asombrada. Realmente el francés es el idioma del amor,
pensé, para automáticamente fantasear con Alec hablándome en francés mientras
hacíamos el amor. En París. Al aire libre. Puede que en los Campos Elíseos. O
quizás a orillas del Sena. Mientras sonaba un acordeón al fondo.
Noté
que me ponía colorada mientras me imaginaba a Alec embistiéndome suavemente, al
compás de las olas del río más romántico del mundo, y me susurraba al oído lo
preciosa que era, lo mucho que me quería. Pauline estaba a punto de echarse a
reír; a estas alturas ya le había confirmado que era boba.
-¿Una
sous chef?-inquirí, fingiendo que no
me había pillado con las manos en la masa, nunca mejor dicho- ¿No se empieza
por pinche de cocina?
-Eso
le dije yo, que deberías empezar por ahí, pero me contestó que hacías unos
postres propios de un restaurante con tres estrellas Michelín-se miró las
uñas-. Por supuesto, por orgullo repostero, me vi obligada a echarlo por la
puerta de atrás. Las seis veces.
-Lo
siento si vuestra relación se ha resentido por mi culpa-me reí.
-Pensé
que se resentiría más, ya sabes. Pensaba que el sexo era un pilar sin el cual
no podríamos vivir, pero es muy buena persona-sonrió, midiendo la cantidad
exacta de harina como lo hace un maestro pastelero: a ojo. Y seguro que la
tarta le quedaría genial-. Es el mejor chico que he conocido nunca.
-Sí,
yo tampoco he conocido a nadie como él-susurré, apartándome un mechón de pelo
de la cara. Pauline me miró, y una sonrisa dulce le curvó los labios. Se
relamió, parpadeó despacio y miró los ingredientes.
-Estaba
pensando... un pastel de frutas es siempre una buena opción. Depende de qué
fruta elijas, te puede dar mucho juego, y a él le gustan muchísimo las frutas,
así que podríamos ir por ahí. ¿No crees?
-¿Seguro
que es lo bastante…?
-Tranquila.
Haremos una pequeña obra de arte. Tengo muchas frutas para los otros pasteles;
échales un vistazo mientras yo me ocupo de la masa, y ya me dirás.
Me
acerqué a una nevera de puertas transparentes en la que almacenaba cajas y
cajas de fruta tan hermosa que parecían candidatas a un bodegón. Examiné con
cuidado las cajas de cerezas, manzanas, peras, las dos piña del estante
superior, las fresas… y mi corazón dio un brinco cuando reconocí las frutas en
el tercer estante empezando por abajo, justo a la altura de mi mirada. La saqué
con cuidado y me acerqué a Pauline.
-¿Podemos
hacerla con maracuyá?-le pregunté. Torció la boca un momento, pensativa-. Por
favor. Tiene relación con nosotros. Verás, mi perfume... a Alec le encanta, y
tiene extracto de maracuyá.
-Ya
me parecía que olías demasiado bien. Sí, sí que podríamos… se me ocurre algo.
Tarta glaseada con frambuesa y corazón de maracuyá-anunció como si estuviera en
la televisión, y yo pegué un brinco y asentí con la cabeza.
-¡Suena
genial!