domingo, 1 de abril de 2012

Dan.

Lo primero que piensa cuando se despierta es en que por qué siempre le da a él el sol antes que a ella. Se la queda mirando un momento, la contempla con la adoración que siempre muestra cuando están juntos; al fin y al cabo, lleva queriendo a Tani desde que la vio por primera vez, cuando tenían cinco años. Lleva amándola y deseándola quince años, que no es para nada poco. Le da un beso en la mejilla y después pasea la mirada por la habitación. Entra poca luz, pero justo le da en los ojos cuando está tumbado, y también es suficiente para entrever la cuna donde está el crío. Seth. Una gran copia de su madre, con los ojos azul celeste de su padre. Sonríe, se levanta, se pone una camiseta, unos pantalones y prácticamente se arrastra hasta el baño.
Se mete despacio en la ducha, abre el agua caliente y se queda un tiempo quieto, reflexionando, pensando qué hará esta tarde, o a dónde irán los tres esta noche, cuando escucha un teléfono. Sabe por el tono que no es el suyo ni el de Tani, y, además, suena demasiado cerca como para serlo. Tiene que ser Taylor.
Joder, ya les vale, cada vez lo llaman más temprano. 
Se encoge de hombros, pensando que su mejor amigo también tiene mucha suerte. Al fin y al cabo, no todo el mundo en Los Ángeles es un actor de éxito.
Qué brillante, Dan, tío. Has estado de puta madre, ¿no crees? Se ríe en silencio de su propio sarcasmo, de que en la ciudad, y sobre todo en el barrio en el que vive, tener un Audi es algo más que normal, incluso previsible. Es Los Ángeles, nena. Aquí hay nivel. Aquí hay poder. Aquí hay pasta. Y otra carcajada. Sale de la ducha y lo escucha hablar con alguien en susurros. Mientras se seca y se vuelve a vestir, lo escucha gruñir, apagar el ordenador y bajar las escaleras tratando de no hacer ruido. Mira la hora. Casi las doce.  Como si su estómago quisiera confirmar los pensamientos que le pasan por la cabeza, sus tripas gruñen, así que baja las escaleras intentando meter el mínimo ruido posible. Cruza el salón ya más tranquilo y entra en la cocina. Tay lo mira un momento, inclina la cabeza y sonríe. Dan lo imita, ambos chocan las manos y hacen un montón de enredos con las manos, los típicos enredos de los que se conocen desde que nacieron.
Ambos preparan sus desayunos en silencio: Tay tostadas y mantequilla de cacahuete, y Dan se pone a freír huevos con bacon. Cuando se sientan a la mesa y mezclan sus desayunos, Dan nota algo raro: Tay todavía no ha dicho ni una sola palabra.
-¿Has dormido bien?-es lo único que se le ocurre preguntar, aunque en realidad eso viene a ser un-A ver, subnormal, dime a quién le tengo que rajar las tripas, y deprisita.
Tay lo mira y sonríe, triste, oyendo las palabras que Dan  no ha pronunciado. Y lo suelta sin más.
-Ha vuelto.
Dan lo mira un momento, intentando entender a qué se refiere. ¿Quién coño ha vuelto? Ahora con Sarah se lleva bien, hace meses que vuelve a hablar con Lily... tal vez Shasha haya regresado de su viaje a Nueva York a visitar a su tía, y así Tay podrá liarse con ella, pero entonces, ¿por qué parece tan triste?
-¿Quién?-casi gruñe por el hambre que tiene, mientras revuelve el huevo y moja un pedazo de bacon en él.
-Ella-contesta el otro con un hilo de voz.
Dan se queda paralizado en el sitio, levanta la cabeza y lo mira a los ojos. ¿Cómo que ella? ¿Realmente es la ella de la que nada se ha hablado en esa casa, cuyo nombre se ha convertido en un tabú aún mayor que en su propio nombre completo, la misma ella en la que Tay no deja de pensar? No, no puede ser esa ella, tiene que ser otra.
-¿Qué ella?-vomita las palabras, y, justo después de pronunciarlas, sabe de sobra que el presentimiento era acertado.
-Elisabeth Taylor, maldito gilipollas. Ha resucitado y a ha venido a casa, ha llamado a la puerta, hemos jugado al póker y hemos echado unas partidas a la play-Taylor pone los ojos en blanco y bufa-. A ver, retrasado, ¿A CUÁNTAS TÍAS LLAMO YO ELLA?
-Pues a todas-Dan se encoge de hombros-. Al fin y al cabo, es un pronombre, ¿no?
Taylor gruñe y ni se molesta en discutirle la opinión. Juguetea con la tostada y luego la aparta un poco de su plato.
-Lo siento, tío-suspira y se inclina hacia delante-. Es que... todavía estoy un pelín...
-¿Impresionado? ¿Acojonado? ¿Escéptico? ¿Cabreado?
-Qué fino te ha quedado esa gilipollez de escéptico.
-Es lo que tiene poner la CNN.
Los dos se echan a reír, y olvidan que casi se pelean (aunque eso sí, siempre se pegan con un amor fraternal). Después, como confirmándolo, Tay pronuncia una sola palabra.
-Eri.
Una corriente eléctrica recorre la espina dorsal de Dan, que a su vez dispara una serie de recuerdos: la primera vez que la vio, una cría de trece años que se atrevió a llamarlo Daniel (y que, para su sorpresa, seguía viva), una niñata pija a la que no soportaba en un principio, después la  noche en que la niñata se convirtió en una mujer y empezó a actuar como tal, esos aires de autosuficiencia que al final terminaron gustándole, esa manera de hacerse pasar por la mayor de las divas y creerse el centro del mundo, esa risa que tenía, las tonterías que decían juntos...
-Me lo parecía-dice, notando de repente el peso de los meses que lleva sin saber de ella.-¿Cómo está?
-Sigue viva-dice el otro sin muchas ganas, dando un sorbo de su taza.
Dan se revuelve en su asiento, mira a su plato; ya no tiene ganas de comer. Vuelve a mirar a Tay, y descubre que está luchando por no ponerse a gritar y a destrozar la cocina, algo que él mismo sabe que resulta muy tentador en ciertos momentos, a la vez que difícil de controlar.
-¿Sabes lo que estoy pensando, tío?
-Creo que me hago a una idea.
-Estoy pensando que he sido un maldito gilipollas por no haberla llamado. Estoy pensando en cómo cojones he conseguido sobrevivir a meses y meses sin ella, en cómo he podido tratar de olvidarla, en cómo he sido tan cabrón como para haber tratado de hacer como si ella nunca hubiese existido.-Tay se levanta de su asiento y se acerca hasta Dan, que sigue mirándolo, en silencio. Ahora no tiene que hablar, ahora no.- ¿Cómo cojones he podido hacerle eso, Dan? ¿Cómo cojones he podido abandonarla a su suerte, dejarla sola, con lo frágil que es?
Dan abre la boca para contestar, piensa un momento en una posible respuesta, pero la descarta, sacude ligeramente la cabeza y vuelve a cerrar la boca. Taylor da un golpe en la mesa, a su lado, que le obliga a levantar la vista.
-¿CÓMO HE SIDO TAN HIJO DE PUTA, DAN?
Dan se le queda mirando un momento, atravesándolo con la mirada. Esta vez no va a permitirle pasarse ni un solo milímetro. Vale que a veces es un poco imbécil, creído incluso cuando viene crecido de alguna entrega de premios, pero ¿mala persona? ¿Mentiroso, cabrón, cínico, hijo de puta? Ah, no. Eso no.
-Creo que no estamos hablando de la misma persona, Taylor.
Taylor suelta una risa sarcástica, y está a punto de replicar cuando él lo interrumpe levantando las manos.
-Tío, ya sabes que a mí estas tonterías sentimentales no se me dan bien, pero joder... quiero decir que, ¡vamos, hombre! No eres ningún hijo de puta, ¿sabes?-suspira y sonríe, recordando su pasado, a cuántas chicas utilizó solo para olvidarse (o por lo menos intentar olvidarse de una), a cuántos tíos les quitó la novia, a cuántos tíos les tuvo que partir la cara antes de que se la partieran a él. Todos los errores de su vida desfilan por delante de sus ojos, pero siempre hay una imagen fija: Taylor siempre está a su lado, siempre le apoya, siempre le ayuda. Nunca le abandona, y tampoco ha sido así, al menos del todo, con Eri.-. Tú no elegiste abandonarla. Sabemos todos lo que pasó-Tay tuerce el gesto pero Dan le pide que espere.-, y no fue culpa de ninguno de los dos. Ella se cansó de que la pincharan, y tú, tú te cansaste de que se pusiera celosa cuando ella sabía que no tenía competencia, y que no la tendría nunca.
-Eso del nunca.
Esta vez es Dan quien da el golpe en la mesa.
-¡DÉJAME HABLAR, COJONES! Para una vez que le doy a la  cabeza, ¡déjame decir algo sensato, hostia!-Tay se lo queda mirando, y él ya ve un atisbo de sonrisa en sus ojos. Va por el buen camino.- Ninguno de los dos eligió ese camino, pero ninguno de los dos dio la vuelta por una razón-se inclina hacia él como quien va a desvelar el secreto del universo-. ¿Sabes por qué ha sido eso? Porque los dos tenéis un orgullo de aquí a Roma.
Tay abre la boca un segundo para protestar, pero él le corta.
-Y no me digas que eso es mentira, porque te cruzo la cara en un momento. Que son muchos años contigo, Tay. Casi 20, ¿recuerdas?-luego pone voz ronca, como él hace en sus películas, y le suelta- Y no me vengas con lo de "La edad es solo una cifra, nena, ¿cuántos tienes tú, 40?" porque te doy una patada en el culo que haces historia...
-...serás el primer tío en pisar Marte, agradécemelo, hijo de puta-y se echan a reír los dos, recordándola a ella, a sus amenazas, comparaciones y demás ocurrencias.
-Esa tía es mundial.
-Lo es.
Sonríen y sacuden la cabeza. Dan le da una palmada en el hombro a Tay, que se sienta, y terminan su desayuno en silencio.
-Bueno, y ¿cómo es que nuestra querida diva ha decidido dar señales de vida?-inquiere Dan, una vez acabado el desayuno.
-Se encuentra mal.
Le mira con un interrogante en los ojos, Tay suspira y se obliga a continuar.
-Bueno, estaba un poco tristona, no tenía a quién recurrir, así que telefonazo a Lautner, y aquí no ha pasado nada.
-¿Que no ha pasado nada? No. Solo el huracán Katrina y una erupción del Krakatoa. ¿He olvidado mencionar el meteorito que se cargó a los dinosaurios?-pone los ojos en blanco y sonríe.
-Dan-se echan a reír y sacuden la cabeza.
-Lo siento tío, pero ya sabes que cuando hay movidas de mañana, necesito descargar adrenalina. Pero bueno, ¿está mejor?
-Sí, ya hablamos, nos pedimos perdón, etcétera, etcétera.
-Pues me parece muy bien.
-Voy a decirle que venga a casa.
Dan casi se atraganta con su taza de café. Lo mira un momento, intentando distinguir la broma en sus ojos, pero Tay está completamente serio.
-¿Que vas a hacer qué?
-Que la voy a traer aquí.
-Pero, ¿por qué?
-Me he dado cuenta de que ya no puede pasarle nada que le afecte, que ya la han traicionado de tantas maneras, le han jodido desde tantas posiciones que un paparazzi no podrá hacerle nada. Estaba diferente, Dan. Estaba fría como el hielo, estaba... estaba distante, como si su cuerpo siguiera aquí pero su cabeza estuviera muy lejos, y ya no tuviera  corazón.
-¿Y crees que Hollywood va a devolverle el corazón?
-Hombre, teniendo en cuenta que yo soy su corazón...-Tay le guiña un ojo y los dos sonríen. Pero saben que ya no será lo mismo, y que será duro y difícil para todos que, de repente, Eri aparezca por casa, y esté las 24 horas del día dentro de ella.
-¿Crees que es mala idea?
-¿Traerla? Hombre...¿por qué?-sonríe y se inclina hacia él, con tono confidencial-¿Quieres que te la desflore?
-¿Quieres que te arranque la cabeza?-le imita el otro, poniendo los ojos en blanco.
-Oye, ya sabes que a mí las vírgenes no me van, con una me basta y me sobra-le guiña un ojo-, pero eres mi mejor amigo, por ti haría una excepción.
-¿Te tirarías por un puente?
-No.
-Pues, como soy tu mejor amigo, haz por mí una excepción y tírate. De uno muy alto. Sin cuerdas.
-No lo haré, ¿sabes por qué? ¡Me amas tanto que querrías morir si yo no estuviera aquí!
-¿Probamos?
-¿A que te cabe mi puño en la boca?
-¿Probamos?
-¿Quieres que probemos, so cabrón? Probamos en un momento, princesa-y se abalanza sobre él, los dos ríen, se pegan sin hacerse daño, se revuelcan por el suelo intentando ganar ventaja en esta amistosa pelea, una pelea que lleva repitiéndose los últimos veinte años.
Es entonces cuando entra Tani, los ve riéndose y sonríe. Mis chicos, piensa.
Dan se levanta y la besa, un beso de mañana, de los más dulces que tiene, y los que más le gustan a ella. La agarra de la cintura y la aprieta contra él, sin separar sus labios.
-Sí, Tani. Dan ha desayunado. Pero podría comerse mil mujeres en una  hora si se las pones delante-se mofa Tay, aún en el suelo.
-Con comerme una como esta aguantaría mil vidas-replica él, todavía mirándola a los ojos.
-Oh, qué bonito. Espera un momento, llamo a Nicholas Sparks y que lo meta en uno de sus libros, ¿eh?-dice sacando su móvil.
-¿Cómo es que estáis de tan buen humor hoy, chicos?-pregunta ella, ayudando a levantarse a Tay y dándole un beso en la mejilla.
-Es fácil, nena-le explica Dan, acariciándole el cuello-. Eri ha vuelto. Y va a quedarse.

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