domingo, 11 de noviembre de 2012

Cerveza: cer-ve-za.

Me abracé a su cintura, y dejó de importar todo.
La histeria porque Simon no me había contestado aún. La histeria porque no sabía si era buena.
El pánico porque ahora sabía exactamente a qué se refería Louis con que algo le había estado devorando por dentro durante ese año que tuvo que esperar para volver a audicionar para The X Factor.
El aburrimiento porque ahora, los que se sentaban en la misma mesa que yo en la boda, estaban bailando, y a mí no me daba la gana bailar. Tenían que arrastrarme.  Y solo una persona cuyo apellido rimaba con Stylinson era capaz de conseguir pasividad en mí como respuesta.
El dolor de los pies porque no podía bajarme de aquellos tacones, esos tacones que llevaba soportando más de diez horas.
Sonrió, me miró de reojo y siguió contemplando la vista del pequeño pueblo a orillas de la desembocadura del Nalón durante un rato más, las manos apoyadas en la barandilla, una sosteniendo una copa.
-No puedo dejar de imaginarme la cara que se te habría quedado si te hubieras abrazado a otro.
-No podría confundirte con otro.
-Reconocerías mi... algo... en cualquier parte.
-Tu culo-me pegué contra él, apoyando la cabeza en su espalda-, reconocería tu culo en cualquier parte.
Se echó a reír.
-Yo también te quiero, nena.
-¿Pregunto qué haces aquí, o me lo vas a decir?
Se encogió de hombros.
-Te echaba de menos.
Le obligué a girarse y nos miramos por primera vez en una semana (6 días, 15 horas y 23 minutos) a los ojos. Me incliné hacia delante y le besé en los labios. Gimió cuando se dio cuenta de que ya no había estatura diferente entre nosotros, de que ahora yo veía desde la misma altura que él.
-Yo también te echaba de menos.
Se apoyó hacia atrás y me recorrió con la mirada, estudiando mi silueta recortada en la luz que llegaba del salón donde la novia se dedicaba a dar vueltas, haciendo que los invitados lucharan por no pisarle el vestido.
Le señalé la copa.
-¿Qué bebes?
Había notado un ligero sabor chispeante en su boca, pero no me quejé. Nunca me quejaba.
Porque en realidad, cuando sabía a cerveza era cuando más me gustaba.
Y eso que la cerveza no me gustaba.
Pensé que en él todo podría saberme bien.
Se encogió de hombros, haciendo bailar el líquido marrón en la copa.
-Whisky. ¿Quieres?
Negué con la cabeza.
-Creía que eras más de cerveza, no de bebidas de viejos-repliqué, haciendo el típico gesto de las comillas con las manos. Sonrió.
-Era lo único que sabía pedir.
-Te entenderían.
-Preferiría no intentarlo.
-¿Te pido una cerveza?
-No te la van a dar. Eres menor de edad.
-Estamos en Asturias, colega. Puedo emborracharme si me da la gana. Es legal a los 16-abrí los brazos y tuvo que sonreír ante mi tono de sheriff tejano. Sacudió la cabeza, cerró los ojos, esos pozos de agua que a mí me volvían loca.
-No importa.
Me acerqué a la barandilla y me apoyé en ella, nos quedamos contemplando un rato las luces reflejadas en la superficie del agua de abajo en silencio, disfrutando de la compañía del otro (él de mi cabeza en su hombro y yo de su mano en mi cintura).
-Se dice cerveza.
-¿Qué?
-Si quieres pedir cerveza, di cerveza.
-Vale.
Empleó el mismo tono de vale que empleó toda su vida, según su madre, cuando ella le mandaba hacer algo. Vale rápido, vale sin dejar lugar a dudas sobre si te había entendido.
Un vale tan rápido que apenas pasaba fugazmente por su cabeza, eliminando la orden anterior.
-Dilo.
-¿El qué?-espetó, incrédulo. Sonreí.
-Cerveza.
-No.
-Cer-ve-za.
-No.
-¡Por favor, Louis!-dije, dando pequeños saltitos y uniendo las palmas de las manos como si rezara. Suspiró.
-No.
-¡Porfi! ¡Porfi!-supliqué. Él no soportaba  cuando yo me ponía como sus hermanas, cuando recitaba de memoria las súplicas de las gemelas.
Bufó.
-Cerveza.
Me eché a reír y él negó con la cabeza, decepcionado.
-Tienes un acento que te cagas, Lou-me expliqué entre risas. Alzó una ceja-. Pero lo has hecho muy bien.
Alzó las dos y yo tuve que sujetarme a la barandilla para no revolcarme por el suelo.
-Tenemos que pulirte eso.
-No.
-Jo, Lou...
Me mandó callar siseando. Me acerqué a él y le pasé los brazos por el cuello.
-Sabes cómo hacer que me calle.
-No te mereces que te calle-espetó. Sonreí.
-Estás  diciendo tonterías.
-Ya sabes cómo callarme.
Acercamos nuestras bocas y nos besamos despacio, sin prisa, como quienes se conocen de toda la vida.
No nos separamos cuando una chica se acercó a la barandilla, se inclinó hacia delante y se afanó con su cigarrillo. Cuando la chica se marchó, Louis me separó de él.
-Deberías volver-dijo, haciendo un gesto con la cabeza hacia el salón, el mismo donde mi hermano había celebrado su boda dos años antes.
El mismo lugar, un menú parecido, los mismos camareros, la misma música asquerosa... y dos versiones de mí misma tan distintas que eran irreconocibles entre sí.
-No te vayas. Quédate a cenar.
Se echó a reír.
-Si no conozco a nadie.
-Me conoces a mí.
Estuve a punto de añadir "y a mis padres", pero conseguí contenerme a tiempo.
-Vete.
-Louis.
-Eri-me reprochó.
Suspiré y asentí, pero entrelacé mis dedos con los suyos y no me moví.
-Cuando vayas a coger el avión llámame, ¿vale?
Asintió.
-Vale.
Torcí la boca y me dediqué a acariciar la palma de su mano con mi pulgar.
-Nena.
-¿Mm?
-Voy a quedarme a dormir, amor.
Me lo quedé mirando.
-¿En casa?
Se encogió de hombros.
-Me buscaré la vida. Tengo 20 años, ¿recuerdas? Tengo mis métodos de supervivencia.
Asentí.
-Mándame un mensaje diciendo dónde estás.
-Vale.
Vale suave, vale tierno, vale de lo haré, amor, tranquila .
-Te amo-susurramos a la vez, cada uno en la lengua del otro. Y nos echamos a reír. Unimos nuestras frentes y yo me incliné hacia él.
-No hagas esto. No empieces otra vez, porque sabes que no pararemos una segunda vez.
Asentí sin dejar de contemplar sus labios.
-¿Llevas la cadena?-pregunté, refiriéndome a la pequeña cadenita con una llave que le había regalado por nuestro mesvesario.
-¿Llevas tú el anillo?-replicó, burlón. Alcé la mano izquierda y le mostré el anular, él metió la mano por el cuello de su camisa y sacó la pequeña cadena con la llave minúscula que le había entregado.
Recordé que la había mirado con curiosidad y había susurrado:
-¿Por qué es tan pequeña?
Y yo me había quitado el anillo y la había metido en la pequeña ranura.
-Las cosas pequeñas guardan cosas grandes-le expliqué.
Y no se la quitaba. Nunca lo hacía cuando yo me alejaba de él.
Le di un rápido beso en la mejilla, me di la vuelta y me alejé, con el típico tirón en el estómago que me recordaba lo que yo ya sabía está detrás, está detrás, estás cada vez más lejos, date la vuelta, lo tienes detrás, esa no es la dirección (sonrisa) correcta.
Con el sonido de mis tacones no lo oí acercarse de nuevo a mí, pero sí sentí su mano coger la mía y tirar de ella. Me obligó a girarme y todavía estaba girándome cuando su boca buscó, y encontró, la mía.
-Tienes que besarme siempre que te vayas.
Enredé mis dedos en su pelo y asentí.
-Vale-Vale versión Louis Tomlinson.
Se echó a reír.
-Eres imposible.
-Mira quién fue a hablar.
Pegué mis labios a los suyos una vez más y me metí dentro, en la acogedora luz del salón.
Sentí sus labios otra vez en los míos cuando me acerqué a una ventana y contemplé cómo llegaba hasta el coche de mi tío, se metía dentro y encendía las luces.
Rebusqué el teléfono dentro del pequeño bolso y marqué la marcación rápida.
Siete.
-Dime, pequeña.
-Por la derecha.
-Vete a la mierda un rato, anda-risas en las dos partes.
Las luces del pequeño Fiat se alejaron... por la derecha.

Mientras arrastraba mi ahora patética existencia por las calles desiertas de mi ciudad (patética porque la noche era mía y yo le tenía miedo a ella), me sumergí en mis pensamientos.
Pensándolo bien, ¿cuándo no me sumergía yo en mis pensamientos?
Me metí dentro de mis vaqueros de Pepe Jeans (reliquia del verano de hacía dos años, cuando me los había comprado mi madre sin saber su precio), escuchando el ruido constante de pasos en el pasillo, arrastrando los carritos con la ropa que me había puesto en esa noche.
Oí a Jennifer López.
-Si vas a seguir haciendo eso, pequeña-señaló el escenario y me sonrió con una sonrisa más cálida que la de una madre-, te regalo mi nombre artístico.
Oí a Lady Gaga.
-No se te ocurra dejar de cantar en la vida, querida, y menos mis canciones. Voy a empezar a escribir para ti.
A Bruno Mars.
-Nena, simplemente quiero volver a ver cómo mueves las caderas cuando rapeas a Nicki Minaj, y te preguntaré una cosa: ¿no habrás nacido negra?
Al público aclamándome cuando cambié totalmente de registro de voz con la última canción de Taylor Swift, We are never ever getting back together, pues creían que aquella chiquilla solo sabía emular voces de negros. Bien, pues no.
Miré el reflejo del espejo y me quité lentamente las pestañas postizas (porque si daba un buen tirón temía quedarme con los párpados en la mano como propina por ese instante de sufrimiento). Me sequé las pequeñas lágrimas que se escaparon de mis ojos sin pretenderlo mientras no dejaba de canturrear la única canción de Take Me Home de los chicos que se había hecho pública, la única que yo había decidido escuchar, haciendo caso omiso de los insultos de Alba y Noe porque ellas ya se sabían de memoria el álbum completo.
Los ojos se Simon se clavaron en los míos, su sonrisa me atravesó.
¡SÍ, JESUCRISTO, SÍ! ¡SOY UNA DIOSA! ¡SOY UNA DIOSA! recordé haber pensado cuando las comisuras de éste se alzaron.
Resultaba un poco irónico que una sonrisa de un solo hombre hubiera sido más emocionante para mí que los aplausos de los artistas que habían estado allí, que los aplausos del público de todo el mundo que me veía (o me vería) a través de todas las redes sociales de Internet, donde votaría más tarde si yo merecía un disco o no.
Pero ya no sonaba tan irónico cuando ese hombre resultaba ser Simon Cowell.
Llamaron a la puerta y yo me terminé de colocar la sudadera de Oxford.
-Pasa-yo, y mi puñetera manía de no preguntar quién era.
Louis abrió la puerta y se apoyó en el marco.
-Eres. Una. Diosa.
Me abalancé hacia él y le cubrí a besos, chillándole mil y un gracias que nunca serían suficientes.
Se echó a reír y me dejó en el suelo.
-Tengo que presentarte a alguien.
Se inclinó hacia atrás e hizo un gesto con la cabeza.
Esa mano.
Esa chaqueta.
Ese pelo negro como el carbón.
Esa piel cobriza.
Esos ojos.
Esa sonrisa que llevaba adorando 9 años.
Me sonrió.
Taylor Lautner me sonrió a mí.
-Hola.
¡CONTÉSTALE, PUTA! ¡DI ALGO!
-T-Tay..lor-DE PUTA MADRE, HIJA, DE PUTA MADRE. Qué bien, ya sabe que sabes su nombre.
-Tú eres Eri, ¿no?
Asentí lentamente y miré a Louis, boquiabierta.
-No me dijiste... que...
Se encogió de hombros.
-Te habrías puesto histérica si te lo hubiera contado. Igual que ahora.
-Eres un...
Santo, un cielo, oh, dios, te quiero, te q-u-i-e-r-o. Voy a darte todos los hijos que me pidas.
Negué con la cabeza y miré a Taylor.
-Yo... soy superfan.
De haber estado de nuevo allí, me habría abofeteado hasta sacarme los ojos de las órbitas.
Taylor se echó a reír, su risa sonaba mucho mejor en directo que desde una pantalla.
-Louis me lo ha contado.
-No. Fan, fan. De las buenas. De las que tienes pocas-repliqué, tozuda. Taylor se echó a reír y se acercó a mí.
Algo explotó dentro de mí cuando noté el calor que irradiaba su cuerpo flotar hasta mí.
Lo único que alcancé a pensar fue: Dios, te lo suplico, no hagas que mis ovarios exploten justo ahora que los tengo a los dos aquí. Puedo tener mellizos, uno moreno y el otro de ojos azules.
-¿Puedo probarte?
Empecé a espabilar cuando esos ojos se cruzaron con los míos.
-Prueba lo que quieras, hijo de mi vida.
Taylor y Lou se echaron a reír, y yo les sonreí.
-¿Fecha de nacimiento?
-Tuya, 11 de febrero del 91. Eres más joven que Louis.
-Sorprendentemente-murmuró mi novio, y yo le sonreí.
-Tu hermana, 16 de mayo del 97.
-Tú el 8 de Septiembre del 96.
Me lo quedé mirando, incrédula.
-¿Cómo lo sabes?
-¿Te piensas que eres la única que puede informarse sobre la gente?-se cachondeó. Louis sonrió, se apoyó contra el marco de la puerta y se pasó una mano por el pelo.
-¿Me espías?-espeté. Se echó a reír.
-Bueno, tenía curiosidad por saber quién era esa chica que tan bien cantaba.
-¿Crees que canto bien?-casi lloriqueé.
Louis luchó por no estallar en carcajadas. Si yo no cantara bien, era evidente que no se habría arriesgado a soltarme delante de tanta gente esa noche... ni siquiera me abría llevado a los Juegos, ¿no?
Pero Taylor Lautner atontaba, joder. Atontaba y mucho.
Puso su mano sobre la mía.
-Tienes de las mejores voces que he oído.
Y ese contacto físico activo las neuronas de mi interior, que se pusieron a trabajar furiosamente.
Ya no me comporté como una fan sobrepasada, sino, simplemente, como era yo.
Como era la chica de la que Louis se había enamorado.
La misma chica que consiguió el teléfono de su ídolo de toda la vida.
Esa chica tenía suerte.
Sí, la chica tenía suerte, porque consiguió atravesar las calles sola sin tener que entregar un riñón a cambio.
Saqué la nota del bolsillo de la sudadera de mi novio y la leí:
Habitación 306, pequeña. La 7 está ocupada. ¿La invadimos? Es broma. Ya sabes.
Un pequeño corazón.
Guardaría esa nota hasta el final de mis días, pues era la primera que Louis me había escrito, la primera cosa que conservaba de su escritura, la misma que había tenido yo de pequeña: todas las letras enlazadas, como si temieran perderse.
Entré con la mayor dignidad posible (después de pensar justo que bien podía ser considerada la furcia particular de Louis, por acudir siempre a sus llamadas y meterme en su cama en la medida de lo posible, lo que llevó a un estremecimiento de placer no muy digno de una señorita).
Mis pasos resonaron a través del pasillo cuando abrí la puerta, y entré acompañada del frío de la calle. Todavía me salía vaho de la boca debido a mi cálida respiración; parecía una fumadora que exhalaba el último aliento de su cigarro con alegría.
Le dediqué una dulce sonrisa a la recepcionista, susurré un tímido Buenas noches y atravesé el pasillo.
-¿Señorita Tomlinson?
Me giré sin pensar; era la primera vez que alguien me llamaba así, pero respondí como si toda la vida hubiera escuchado ese nombre. Era lo lógico. Lo natural.
Un hombre de mediana edad se inclinó ligeramente hacia mí, contemplándome sobre sus gafas. Decidiendo si la brecha de edad entre Louis y yo era lo suficiente para destrozarnos la vida.
Yo no había pedido que él fuera mayor de edad.
Y solo nos separaban cuatro años, así que, ¿se consideraría pederastia si...?
Dios, Eri, tranquilízate.
-¿Cómo me ha...?
-¿Distinguido?-se me adelantó-. Él dijo que solo usted respondería a ese nombre.
Me pidió que le acompañara, y le seguí hasta el ascensor. Ascendimos lentamente hasta la planta, me hizo pasar delante... y no pudo evitar sonreír cuando me detuve, me apoyé contra la pared y me quité los tacones lentamente, gimiendo por la libertad bien merecida de mis pies y el dolor que esta traía. No quería despertarlo.
Me condujo a una habitación y se detuvo a la puerta. La señaló y, cuando llegué, dio media vuelta y se fue tal y como había venido.
Abrí la puerta con la tarjeta que Louis me había dejado y entré de puntillas. No hicieron falta tantas precauciones.
Estaba despierto, mirando su móvil mientras escuchaba música.
-¿No podías dormir?-pregunté, inclinándome hacia él. Negó con la cabeza.
-La cama es grande.
-No, no lo es-repliqué. Cabían dos personas, pero no tres, echando por tierra el lema de Ikea.
-Hasta una cama de medio metro se me hace grande si no estás tú.
Lo besé en los labios.
-¿Me has traído pijama?
Hizo un gesto con la cabeza hacia la silla del escritorio. Recogí mi pijama, el gordito de lana.
-Lou...
-Mm.
-Está muy bien que me hayas cogido un pijama, amor, pero con este no voy a poder dormir. Tendré calor.
Se giró hacia mí, travieso.
-Duerme desnuda. No será la primera vez que lo hagas.
Me senté a horcajadas sobre él y dejé que me ayudara a quitarme la ropa.
-Quítate la camiseta.
-No.
-Venga-le insté, besándole en los labios mientras él no dejaba de contemplar mi desnudez sobre sí.
Esa mirada fue bastante para que yo dejara de insistir. Me dejé caer a su lado y bufé.
Deslizó sus dedos por mi costado, estudiando mis bostezos.
-¿Cuánto llevas despierta?-inquirió, casi acusador.
Me encogí de hombros y me tapé con la manta, hacía frío. Rodé hasta ponerme contra él, su brazo me rodeó la cintura, enviándome el calor sobrante.
-Desde las 9. ¡No! 8 y media.
Eran las dos de la madrugada.
-¿Y a qué hora te dormiste ayer?
Me encogí de hombros.
-A las doce y pico.
Bufó un decepcionado Bien, nena, se dio la vuelta y me dio la espalda.
Me tumbé boca arriba, el torso al descubierto, y susurré:
-Yo también quiero sexo.
Se dio la vuelta y me miró con el ceño fruncido.
-Llevas un montón sin dormir.
-Llevo más sin acostarme contigo.
Alzó una ceja y meneó la cabeza, en señal de que en eso llevaba razón. Su índice recorrió mi mandíbula, bajó entre mis pechos y llegó al ombligo. Sonrió.
-Eres preciosa.
Me besó en la boca.
-Siempre me dices eso cuando estoy desnuda. ¿Tan mal me sienta la ropa?-me carcajeé, él negó con la cabeza.
Continuó con sus besos, en la mandíbula, en el cuello, en el hombro, en el pecho... por todas partes.
-Te sienta mejor estar desnuda-replicó, sin detener su tour. Me incorporé, sus fríos dientes rozaron mi piel desnuda en una oleada de intenso placer, le tomé de la mandíbula y acerqué mi boca a la suya. No se hizo de rogar cuando reclamé sus labios como míos.
-Te necesito-susurré entre besos, el cansancio de la tarde había desaparecido. Sonrió en mi boca.
-¿Segura?
-Segurísima.
Seguimos besándonos largo rato, él se quitó la camiseta y los pantalones. Nos detuvimos un rato, nos contemplamos, a medio camino, y continuamos como siempre. Hacíamos.
Besé su pecho cuando entró en mí, besé su cuello cuando me exploró...
Adoré cómo sus ojos se clavaban en los míos...
Y no pude ahogar una pequeña exclamación cuando se dejó caer a mi lado y me levantó sobre él, poniendo sus brazos tensos, aquellos brazos que me encantaban... Nos cubrió con la manta, nos escondió bajo ella, yo sonreí y dejé que me besara los pechos, que los mordiera, que hiciera con ellos lo que quisiera; al fin y al cabo, era suya, y él mío.
-Dirígenos tú-me instó, sonriéndome.
Obedecí.
Porque era mayor, porque tenía más experiencia, porque sabía lo que hacíamos... y porque era Louis.

Cuando me desperté, me miraba. Sonrió mientras masticaba un trozo de cruasán, contemplando mi desnudez en la cama.
-Buenos días-saludó. Le sonreí y murmuré una perezosa réplica.
Me estiré, lo hice sin darme cuenta deslizándome hacia delante, dándole una visión perfecta de mis senos, visión que no se perdió. Me incorporé y pegué el pecho a las piernas; mientras él había estado en la cama había estado bien, arropada por su calor, mecida por su respiración; no había tenido frío, pero ahora...
-Tenías otro pijama debajo del gordito.
-Lo sé.
-Sé que lo sabes.
Me encogí de hombros y estiré los brazos. No se perdía detalle de mis movimientos... tal vez por eso me gustaba tanto moverme.
-Quería darte una alegría, ya sabes-mis dedos tamborilearon en mis muslos, le guiñé un ojo. Se levantó, me besó en la boca y en los senos.
-Te amo.
Sonreí, dejé que su boca se apropiara de mis símbolos más femeninos mientras las corrientes eléctricas me recorrían por dentro, excitándome, humedeciéndome.
Volvió a sentarse cuando se dio por satisfecho, yo alcé una ceja.
-¿Qué me pongo?
Entendió mi indirecta, pero prefirió jugar.
¿Qué quieres?
-Tu camiseta.
Se la quitó, la hizo una bola y me la lanzó. Me la puse sobre el pecho y contemplé el suyo, desnudo.
-Me encanta cuando haces eso, Lou-susurré, sonriendo.
-Si a ti te gusta, imagínate lo que me gusta a mí cuando lo haces tú.
Me eché a reír, me levanté y me senté a horcajadas sobre él. Me apropié de su boca y le dije que lo amaba, en mi lengua y en la suya, mientras nos uníamos tan íntimamente sin llegar a unir el centro de nuestro ser.
Me alzó un poco sobre él y me contempló a la suave luz que entraba por la ventana de la habitación.
-¿Tienes hambre?
Asentí con la cabeza; dejé que me levantara mientras él se incorporaba y que me colocara suavemente en el suelo. Miré la bandeja del salón, con los cruasanes que había estado comiendo...
...y los pastelitos de chocolate esperando por mí.
-¿Louis?
-Dime, nena.
-¿Me has pedido pasteles?-sonreí. Se encogió de hombros.
-Eres muy especial para desayunar, ya lo sabes.
Sonreí, me puse de puntillas y le di un beso en la mandíbula. Se quedó quieto, cerró los ojos y luego terminó estremeciéndose.
-¿Qué pasa?
-Me... gusta. Hazlo otra vez.
Me eché a reír, volví a ponerme de puntillas, me apoyé en su hombro y le di un suave mordisco en la mandíbula, donde ésta se unía con el cuello.
Suspiró, me acarició la cintura y se mordió el labio inferior.
-Podría violarte si lo hicieras una tercera vez.
Se apartó cuando volví a ponerme de puntillas, retándolo. Negó con la cabeza.
-Tampoco es plan de dejarte exhausta sexualmente hablando, ¿eh?
Tuve que sentarme en la cama y me llevé las manos a los ojos, intentando detener el torrente de lágrimas. Negué con la cabeza y lo miré, se había vuelvo a sentar en la silla donde me había estado observando, se había inclinado hacia delante y me observaba, sonriente.
-Puto Louis-dije yo, secándome las lágrimas. Esa vez el que se echó a reír fue él, porque lo había dicho con el mismo acento con el que Zayn decía puta Eri cada vez que yo hacía una broma más graciosa de lo habitual.
Cogí la bandeja y me tumbé en la cama, boca abajo. Él se vio obligado a colocarse a mi lado, sentado con la espalda contra el cabecero de la cama, y continuó comiendo los cruasanes.
-Voy a ponerme como una vaca como sigas pidiéndome cosas así de ricas-me quejé, relamiéndome los dedos antes de seleccionar otro pastel. Louis sonrió.
-Pues mucho tendrás que comer para engordar, nena.
Me encogí de hombros.
-Quiero el metabolismo de Nialler.
-Tonterías-hizo un gesto con la mano y yo le sonreí-. Si ya haces ejercicio.
-Solo martes y jueves.
-Y los fines de semana.
Alzó las cejas en actitud seductora, yo solté una carcajada.
-¿Eso cuenta?
-Eso machaca-replicó. Alcé una ceja.
-El invento del siglo.
-Al menos a nosotros lo hace.
Fruncí el ceño y me lo quedé mirando. Se encogió de hombros.
-Por eso tengo un sueño increíble cuando terminamos.
Asentí, pensativa.
-¿Por eso me dijiste que me pusiera encima?
Estudió el cruasán, pensativo.
-Por eso... y porque tengo una buena visión cuando estoy debajo.
-¡Gilipollas!-repliqué, dándole un manotazo, que le habría impactado en el brazo de no haberlo apartado rápidamente. Entre risas, se inclinó hacia mí y me besó.
-Si en el fondo te gusta.
Le saqué la lengua.
-Eso no quita de que seas un gilipollas.
Se llevó un dedo a los labios y me tiró un cachito de cruasán. Le hice un corte de manga.
-Vete a la mierda.
Se inclinó hacia mí y se tumbó a mi lado. Me acarició la cintura, y yo pensé que volveríamos a acostarnos como él siguiera así.
-Estás muy agresiva hoy, ¿no crees?
-Estoy agresiva siempre. Solo que lo canalizo con quien me da la gana. Y como solo estás tú...
-Sé cómo quitarte la agresividad de encima-replicó, paseando un dedo por mi espalda, justo sobre las vértebras. Me estremecí, cerré los ojos y disfruté de su cálido aliento en mi piel.
-Estoy cansada.
-Ya lo sé.
-¿Puedo terminar de desayunar?
-¿Quién te lo impide?
-Tú.
-Ah, yo ya he acabado. Es tu problema ser un caracol. Y ahora me apetece darle mimos a mi novia.
-A ver si tu novia te estampa un pastel en la cara.
-No, los quiere demasiado.
-Más que a ti, seguro.
-Ya, pero a mí me desea las 24 horas del día, los 365 días del año-se burló. Sacudí la cabeza.
-¿Ves como eres gilipollas, Lou?
-Me estás minando el autoestima, Eri.
Le metí un pastel en la boca y lo masticó lentamente, sin dejar de mirarme.
Me puse a hacer muecas graciosas mientras él se dedicaba a rumiar el dulce cual ovejita, terminó tragando con dificultad.
-Cabrona.
Me eché a reír, negué con la cabeza y le pellizqué las piernas.
Se dedicó a mirar por la ventana mientras lo hacía, así que me moví hasta ponerme perpendicular a él, con el vientre en su espalda.
-¡Bú!-grité, cruzando mis ojos con los suyos. Sonrió.
-¿A tus padres les pagan por tenerte de hija?
-¿Me estás llamando retrasada?
Asintió, solemne.
-Gilipollas.
-Eres muy original.
-Y tú muy gilipollas-repliqué, tozuda. Se echó a reír cuando me aparté de él y le di la espalda.
-Eri...
-Déjame. Estoy enfadada.
Me besó el hombro, deslizó su mano por mi espalda (por dentro de la camiseta, eso era jugar sucio), me tomó de la mandíbula y me obligó a mirarle.
-¿Te vas a enfadar conmigo?
-Sí, porque eres gilipollas.
-No te enfadas nunca con Taylor.
-Porque Taylor no es gilipollas, y tú sí.
Sonrió.
-Es parte de mi encanto particular.
Puse los ojos en blanco, pero sonreí cuando me besó rápidamente, antes de que apartara la cara.
Me incorporé en la cama, apoyándome en los codos, igual que una foca, y le solté:
-Te vio mi madre.
Se giró y se me quedó mirando, la cabeza apoyada en la mano.
-Ya. La saludé. ¿No te lo ha dicho?
-Viene y me dice: Creo que he visto a Louis. Y yo: sí, mamá, estaba aquí, y me dice: ¿que estaba bebiendo? 
-Ya había pedido la copa.
-Era para asegurarse de que eras tú. Como yo no bebo y eso... el caso es que le suelto-sonreí-: sí, mamá, es que es alcohólico, pero tú no le digas nada, que se ofende.
Frunció el ceño y me empujó.
-No soy alcohólico.
-Sh-le insté-. Y no va, se me queda mirando y suelta: tiene cara de vivales.
Sonrió.
No supe si porque le hacía gracia la expresión que había usado mi madre o que le hubiera llevado tanto tiempo darse cuenta.
-Y yo le respondo: no lo sabes tú bien.
Nos echamos a reír, me besó en los labios y me acarició la espalda.
-No soy alcohólico.
-Que ya lo sé, mi amor.
-Pero que conste-volvió a reclinarse en la cama  y yo me tumbé a su lado, la cabeza en su pecho-. Paso tranquilamente un tiempo sin beber.
Me encogí de hombros.
-Te lo demostraré-insistió.
-Haz lo que te dé la gana-repliqué yo, dándome la vuelta para darle la espalda-, ya eres mayorcito.
Se reincorporó y me besó el cuello.
-Pero hay algo sin lo que no puedo estar. Una chica.
Sonreí.
-Victoria Beckham.
Tuvo que echarse a reír.

Después de preguntarle un par de veces a qué hora salía el avión, y de decirme él siempre una hora diferente para hacerme de rabiar, se marchó un rato de la habitación.
Rebusqué en la bolsa que había traído y saqué el portátil. Estaba reviviendo a mi Sim cuando volvió a la cama.
Se sentó sobre mí y posó la cabeza sobre la mía.
-¿Qué pasa, hombre?-me quejé, incorporándome a mirarlo lo poco que me permitía su peso en mi culo- ¿No tienes sitio bastante que tienes que ponerte sobre mí?
Sonrió.
-Oh, Dios.
-¿Qué?-preguntó.
-Conozco esa mirada. Suéltalo, BooBear, o reventarás.
Negó con la cabeza.
-Te va a parecer fatal.
-Da lo mismo. Dilo, venga.
Sacudió la cabeza y miró la pantalla del ordenador.
Alcé un pie y le di una patada en los riñones.
-¡EH!-bramó. Alcé una ceja y puse morritos. Eso es lo que te espera, ya sabes.
Suspiró, sonrió, miró la almohada y murmuró:
-Te estoy cabalgando.
Pestañeé un par de veces, esperando a que se echara a reír.
Y, cuando lo hizo, me giré y lo tiré de la cama.
-¿VES COMO ERES GILIPOLLAS?-repliqué sobre sus carcajadas. Se revolcaba por el suelo, muerto de la risa, aplaudía igual que Niall...
¿O que Noe?
Estiré la pierna y la coloqué sobre su pecho cuando intentó levantarse.
-Venga, pequeña.
Aparté el pie de mala gana y lo miré cuando se sentó a mi lado y me acarició la cintura.
-Vamos al baño.
Suspiré.
-Lou, ya te he dicho que estoy cansada... más tarde, ¿eh?
Bufó.
-No es a eso. Te he preparado una cosa.
Consiguió picarme la curiosidad. Sonrió cuando vio la chispa de la duda en mis ojos.
Qué bien me conoces, cabrón.
Se incorporó, me tendió la mano y yo la acepté. Dejé que me condujera hasta el baño, y sonreí cuando se hizo a un lado.
Había llenado la bañera hasta arriba.
Con espuma.
Como en aquel capítulo de Glee...
-He pensado que tal vez podríamos relajarnos... juntos-se encogió de hombros, pasándose una mano por el pelo, tímido y tierno de repente. Sonreí, me puse de puntillas, le besé en los labios y asentí.
Una vez dentro, me acurruqué contra él, de forma que mi pelo recogido en un desastroso moño que a él le encantaba quedara acariciando su hombro.
-Podría acostumbrarme a esto-susurré. Sonrió, me besó la cabeza y me dio la razón.
-Sí, creo que yo también podría.

-¿Quieres venir conmigo?-sugirió, apareciendo por detrás de mí. Estaba sentada en el sofá, viendo una aburridísima película con Fizzy, que cada dos por tres abría la tapa de su portátil y se metía en Internet a mirar cosas que bien podrían tratar de astrofísica.
Habría dado un brinco si Louis hubiera aparecido un poco más rápido por detrás de mí, pero lo cierto es que ya había sentido sus manos apoyarse en el respaldo del sofá y su respiración pasar por sobre mi cabeza.
-¿Puedo?
Me besó la nariz, yo la arrugué, divertida.
-¿Tienes que preguntar?
-Voy a vestirme-anuncié, deslizándome lentamente por el sofá, calzándome las zapatillas que Lottie me había prestado y corriendo escaleras arriba.
Me enfundé una sudadera que me quedaba enorme (cabía la posibilidad de que se la hubiera robado a alguno de los chicos tiempo atrás y que ya no lo recordara), mis eternas Converse y mis eternos vaqueros. Cogí el móvil, lo metí en el bolsillo de los pantalones y bajé corriendo las escaleras.
-¿En qué vais?-inquirió Fizzy, que había apagado la tele y se dedicaba a hojear una de las innumerables revistas que poblaban la casa.
-Coche.
Fizzy asintió.
-Dile a la profesora McGonagall que no podré ir hoy.
-¿A QUIÉN?-ladré yo, incrédula. Louis se encogió de hombros.
-Es que conocemos a la directora de Hogwarts, porque a las gemelas les llegó la carta con antelación.
Fizzy asintió solemnemente; me los quedé mirando, inquisitiva, pero decidí dejarlo estar.
-¡Nenas!-llamó Louis a las gemelas, que aparecieron como bólidos por las escaleras.
-¿Os vais?-lloriqueó Daisy. Louis asintió.
-Sí, ya sabéis, hoy toca ir al hospital.
Phoebe hizo pucheros.
-Pero creíamos que ibais a llevarnos a dar una vuelta...
Louis se acercó a ellas, se agachó y las estrechó entre sus brazos.
-Cuando lleguen los chicos vamos todos juntos, ¿qué os parece?
-Pero no viene Zayn-protestó Phoebe, terca como una mula.
Louis le acarició la mejilla.
-Ya, pero va vuestro hermano, que es mil veces mejor.
Las gemelas se echaron a reír, Fizzy alzó una ceja y gruñó:
-Ya quisieras, Lou.
Nos despedimos de ellas a base de comérnoslas a besos, nos metimos en el garaje y Louis enfiló el camino al hospital donde trabajaba su madre.
Diez minutos después, el coche atravesaba las puertas del parking del hospital.
Salimos del coche, yo mirando a todos lados, intentando memorizar el camino, y él decidido.
-¿Vienes mucho?-le pregunté cuando me condujo por unos pasillos laberínticos con una decisión solo propia del que trabajaba allí todos los días. Se giró un momento y se encogió de hombros, tomándome después de la mano.
-Venía. Cuando tenía tiempo. Sobre todo después de participar en el programa. Me gustaba ver la felicidad de la gente.
Asentí, pensativa, y me eché a temblar cuando una mujer de unos 50 años nos observó por encima de sus gafas de gato.
Louis inclinó la cabeza y le sonrió.
-Señora Pettyfer.
-¿Louis? ¿No se supone que deberías estar entrenando?
-Entreno mañana.
-¿Nervioso?
-Histérico-se detuvo un momento junto a la mujer-, ¿todo bien?
La mujer asintió, y le sonrió. De repente parecía mucho más joven, menos severa...
-No me puedo quejar, ¿y tú?
Louis se encogió de hombros.
-Menos todavía.
La mujer deslizó sus ojos verde esmeralda hasta mí.
-¿Ella es...?
-Oh, perdón. Es mi novia. Eri-se giró hacia mí-, esta es la señora Pettyfer. Ella es Eri.
-¿Solo Eri?
-Erika-susurré-. Pero todo el mundo pronuncia mal mi nombre en este país.
La mujer se echó a reír.
-¿En qué sentido?
-Le acentuamos la primera sílaba.
-Ah. Comprendo.
-Sé que es difícil pronunciar mi nombre con la segunda siendo la fuerte-me encogí de hombros-. Louis lo intentó varias veces.
-Lo de poner erres por en medio lo hacen a mala fe-asintió él, con los ojos cerrados. La señora Pettyfer se echó a reír.
-¿Vais a ver a Jay?
-Un poco. Y a la gente. Ya sabes.
-Está bien. Largaos de aquí. No quiero problemas si os pillan por estos pasillos. Es acceso restringido.
Louis fingió ofenderse.
-¡Por favor! Soy Louis Tomlinson. Puedo pasearme por Buckingham Palace si quiero-espetó, sonriente. La señora Pettyfer se echó a reír e hizo un gesto con la cabeza.
Louis se detuvo justo antes de girar una esquina y perder de vista a la mujer.
-¿Pettyfer?
La mujer se giró.
-¿Sí?
-¿Sigue ingresada?
El semblante de la señora se oscureció.
-Sí.
-No sé si alegrarme porque siga aquí, viva, o entristecerme porque esté aquí, y punto.
La señora se encogió de hombros.
-Es lo que hay.
Louis la imitó, y retomó el paseo por aquellos pasillos desiertos.
Estuve contemplándolo con una ceja alzada todo el trayecto, hasta que se detuvo en una puerta en cuyas ventanillas se observaba el movimiento de mucha gente.
-Una niña.
Asentí.
-Jasmine. Jazz.
Volví a asentir.
-Tiene cáncer. Y cinco años.
Tragué saliva y contemplé las puertas, pensativa.
-Exacto-susurró, adelantándose a mis palabras.
-Como Avalanna.
Se encogió de hombros y nos apoyamos contra la pared, estudiando la puerta.
-Yo no sé si soportaría que Jazz muriera.
-¿Por qué no la dais a conocer?
-Porque bastante tuvimos con que algunas dijeran que podía morirse Baby Lux y volver Avalanna y que Baby Lux es la copia.
Volví a asentir y me estudié las uñas.
-Estoy cansado de que se peleen.
-Ya no lo hacen tanto.
-Da igual. No quiero que le hagan daño a Jazz. Ni a Lux. A ninguna. Que vengan a por mí me da igual-se encogió de hombros-, pero que vayan a por ellas... eso no. Ellas no han hecho nada.
Le besé en la mejilla.
-Eso se aplica a ti también, y a Alba y Noemí-susurró.
Esa vez le besé en los labios.
-Te quiero. Muchísimo. Ya lo sabes.
Asintió sin apartar los ojos de mí.
-No van a hacerme nada. Y si me lo hacen por ti, me da igual. Es envidia. Y a mí la envidia me gusta.
Se echó a reír.
-No eres ni medio normal, Eri.
-Piénsalo, Lou: a mí nunca nadie me ha envidiado por nada-me encogí de hombros y alcé nuestras manos unidas-. Si voy a recibir odio por esto, entonces bienvenido sea.
Me pasó un brazo por la cintura y me atrajo hacia sí.
-Estás loca.
-Puede ser.
Sonreímos y nos besamos despacio. Cuando estuvo preparado, abrió las puertas y nos dejó en medio de la multitud.
Esta se detuvo un segundo, miró a los recién llegados y rápidamente volvió a sus quehaceres.
Alcé las cejas, sorprendida por el comportamiento de la gente.
-Vienes mucho, ¿no?
Se echó a reír.
-Están acostumbrados a que me pasee por aquí, así que no me dan importancia.
Atravesamos el pasillo entre camillas y llegamos al centro de atención.
Un chico de unos 30 y pico años sonrió a Louis.
-Has tardado en venir.
-Mejor tarde que nunca, ¿no?-se carcajeó mi novio.
-Voy a llamar a Jay.
-Vale.
Y el chico desapareció entre las pilas de papeles en dirección a una puerta.
Varias enfermeras saludaron a Louis, algunos enfermos también lo hicieron. Louis les dijo que estaba muy decepcionado con estos últimos por la vagancia que tenían, y que debería darles vergüenza no sanarse ya, a lo que la gente siempre respondía con una sonrisa.
Algunos me miraban con curiosidad, me pregunté si me reconocerían, o si la atención simplemente se debería a que no era ninguna de las chicas que normalmente acompañaba a Lou en sus visitas.
Jay llegó a todo correr hacia nosotros, con la tarjeta con su nombre dando brincos en su pecho, el uniforme blanco impoluto y el pelo suelto. Se hizo una coleta rápidamente y miró a su hijo.
-¿Y bien, Louis? ¿Ya has visto a la gente?
-No, primero te quería ver a ti, mamá-replicó él, dándole un beso en la mejilla. Jay se echó a reír.
-Qué pelota eres.
-Ya lo sé. ¿Dónde está Jazz? ¿Sigue en la misma de siempre?
-No, la hemos cambiado-dijo, inclinándose hacia atrás y cogiendo un fichero. Pasó varias páginas, el dedo índice siempre deslizándose por el papel, dio varios toquecitos en la hoja adecuada y recitó-: habitación 513.
-Susan estará encantada con ese número-replicó él, irónico. Jay se encogió de hombros, colocó el fichero donde estaba y cruzó los brazos.
-Es lo que hay.
-¿Cómo está?
El semblante de Jay se ensombreció, noté cómo Louis se ponía tenso ante ese hecho.
Le acaricié la palma de la mano con el pulgar, lentamente.
-Está mal.
-¿Como siempre?
-Peor.
Louis asintió.
-Voy a ir a verla.
-No te emociones, que te conozco, ¿eh? Si está durmiendo, déjala descansar.
Pero Louis ya me estaba arrastrando pasillo adelante.
-¡Louis! ¿Me has oído?
Él suspiró, dejó caer los hombros y se giró a mirar a su madre.
-Síiiiiii-baló.
-Déjala tranquila, necesita descansar.
-Vale-vale versión Louis Tomlinson. ¿Traducción? Haré lo que me salga de ...
Efectivamente.
Eso iba a hacer.
Una vez llegamos a la puerta de la 513, soltamos nuestras manos unidas. Dio suaves toquecitos en la puerta con los nudillos y la abrió.
-¿Susan?
La madre de la niña se giró a mirarlo, y su rostro se iluminó.
El día que una cara no se iluminara cuando Louis aparecía la profecía de los mayas del fin del mundo se cumpliría, moriríamos todos y bailaríamos felices por los siglos de los siglos (amén) una danza satánica dentro de un agujero negro en una galaxia con forma de unicornio.
La mujer se levantó y le acarició el rostro a la niña que estaba tumbada en la cama, con la vista fija en la tele.
-Jazz, mi amor, mira quién está aquí.
La pequeña se giró un poco para mirar a los recién llegados y sonrió en cuanto reconoció a aquel chaval.
-¡Louis!-gritó, contenta. Él sonrió, se acercó a la cama y la abrazó.
-¿Cómo estás?
-Estoy bien. ¿Y tú?
-Yo también, pequeña.
-Mamá dice que si me porto bien mañana iremos a verte jugar.
-Eso es genial-replicó él, acariciándole la cabeza... revolviendo el pelo que la chiquilla no tenía por culpa de la quimioterapia.
La niña se estremeció con el contacto de mi novio.
-Está como loca con el partido, Louis, en serio-le confió su madre. Jazz hinchó los carrillos y miró a Susan, enfadada porque le contara eso a su amigo-. No habla de otra cosa.
-Seguro que metes muchos goles.
-Seguro que sí.
-Y te cogerán para la selección.
-Y ganaremos un mundial, yo marcaré en la final y te dedicaré el gol, pequeña.
Jazz aplaudió, eufórica.
-¡Bien! ¡¿Has oído, mami?!
Susan sonrió.
-Sí, cariño. Louis es un cielo.
-Yo de mayor quiero ser como él.
Se sonrojó.
¡Se sonrojó, joder!
Me pareció que era la primera vez que Louis se sonrojaba.
La pequeña reparó en mí, por fin.
-¿Quién eres?
-Me llamo Eri. Soy amiga de Louis.
La niña asintió.
-Oh, eres la de la semana pasada, ¿no? La de Valerie.
Asentí.
-Yo también creo que Naya Rivera canta mejor la canción que Amy-aseguró. Louis fingió ofenderse.
-Aquí se acaba nuestra amistad, Jazz. Adiós.
Se dio la vuelta y se dirigió a la puerta, pero Jazz se echó a reír y le dijo que se quedara.
-Pero tú la cantas mejor.
-Eso es porque yo tengo un talento enorme, tan grande que no puedo con él, Jazz.
Jazz se echó a reír.
-No me invitaste para ir a ver el concierto en directo.
-Es que era muy lejos, Londres es grande y peligrosa.
-Quiero ir a Londres, pero mamá nunca me lleva. ¿Por qué no me llevas tú?
-Jasmine...-la reprendió Susan, pero Louis hizo un gesto, quitándole importancia al asunto.
-Te llevo cuando quieras, pequeña.
-¡Bien!-celebró la niña.
Sonrió cuando Louis le tendió un pequeño osito de peluche.
-Me lo han dado para ti.
-Oooh-explotó la niña.
-¿Qué se dice, Jazz?-le recordó su madre.
-¡Gracias, Lou!-estrechó a Louis entre sus pequeños brazos y le besó en la mejilla.
Mientras la pequeña se dedicaba a hacer dar brincos a su nuevo oso (al que decidió llamar señor Louis en honor al que se lo había dado), Lou miró a la madre de la cría y le dijo:
-Vete a la cafetería un ratito, Sue.
La mujer se encogió de hombros.
-Estoy bien.
Louis sonrió.
-Mentirosa.
Susan se echó a reír.
-Esas confianzas, Louis-se echó el pelo hacia atrás, recogió el bolso y se inclinó hacia su hija:
-Vuelvo en seguida, mi amor.
-Vale. Tengo cosas serias que hablar con Louis.
Susan fingió ofenderse.
-¿Insinúas que molesto?
Louis sonrió cuando la pequeña le sacó la lengua a su madre. Susan besó a su hija en la frente.
-Volveré en diez minutos.
-Viente.
-¡Jazz!
Jazz se echó a reír, esperó a que su madre saliera de la habitación y dio unas palmaditas en la cama, a su lado. Louis se sentó con ella.
Los dos se me quedaron mirando, así que yo también me reuní con ellos.
La niña esperó a que me acomodara a su lado para lanzarse a hacerme un examen psicológico.
-¿Cuántos años tienes?
-Dieciséis. ¿Y tú?
-Cinco-me mostró la mano abierta y yo asentí. Frunció el ceño-. ¿Cómo enseñas los años que tienes?
Miré a Louis, que se encogió imperceptible de hombros. Le mostré las dos manos a la niña abiertas, las cerré y volví a abrir la derecha, sacando además el pulgar de la izquierda. La pequeña lanzó una exclamación.
-Son muchos.
Sonreí.
-Lou tiene más.
Jazz asintió.
-Sí. Veinte.
Y abrió dos veces las manos; los tres nos echamos a reír.
-¿Dónde vives?
-En España.
-Ah-susurró Jazz-. ¿Dónde está eso?
-Es un sitio que está muy, muy lejos. Está fuera de Inglaterra.
-¿Más allá del mar?-espetó, incrédula, los ojos marrones abiertos como platos. Asentí.
-Eso es.
-Mamá dice que más allá del mar hay sirenas. ¿Dónde está tu cola?
Louis sonrió.
-Le sale cuando se moja.
-Tírale un vaso de agua, quiero tocarle la cola-exigió Jasmine. Me eché a reír.
-No, Jazz, yo no tengo cola. No soy una sirena.
-Pero mamá....
-Es que, verás-me incliné hacia ella y le toqué la nariz-, me porté mal con otra sirena, y entonces me sacaron del agua. Ya no tengo cola. Pero de eso hace mucho tiempo.
-¿Cuánto?
Fruncí el ceño.
-Cuando desapareció el último unicornio de la tierra en la que surgí.
Ella asintió.
-En los bosques de Hogwarts todavía hay unicornios. Y sirenas. Tal vez deberías ir a hablar con ellas para que te devuelvan la cola.
-Tal vez-asentí-. ¿Y tú? ¿Dónde vives?
Ella se encogió de hombros.
-Aquí, supongo. Hace mucho tiempo que no voy a casa.
Louis la miró, triste; yo también la miré. Me rompió el corazón que una criatura tan pequeña considerara un hospital su casa, que dijera que hacía mucho que no iba a casa...
No era justo.
No era justo que yo me preocupara porque Simon me llamara o no mientras que había niños que decían que los hospitales eran su casa, que vivían en hospitales.
No.
-Mamá dice que pronto volveré a casa. Pero creo que me gusta estar aquí. Louis viene a menudo-se encogió de hombros e hizo bailar a su oso de peluche. El interpelado se inclinó y le besó la frente.
-Te iría a ver a casa, pequeña.
-No importa. Estoy bien aquí.
Louis contempló cómo jugaba con el peluche un rato más.
-Pero te aburres.
Ella se encogió de hombros.
-Bueno, mamá me deja a veces el ordenador, y puedo ver películas, así que tampoco está tan mal. A veces incluso me trae una consola y juego un ratito.
Clavó sus ojos marrones en Louis.
-Lou...
-Dime, Jazz.
-Quiero que vuelvan los vídeo diarios.
Louis le acarició la mano, pequeña, tan pequeña comparada con las de él...
-Yo también, mi vida. Yo también.

No fue hasta después de atravesar la puerta de la habitación 513 cuando volví a respirar tranquila. Creía que me ahogaría dentro de aquella habitación, con aquella niña sufriendo de esa manera, aceptando su sufrimiento de tal forma...
Jay pasó al lado nuestro a toda velocidad, Louis aprovechó para llamarla.
-¿Mamá?
Jay se dio la vuelta y miró a su hijo.
-¿Qué?
-¿Qué va a pasar con Jazz?
Jay hizo un gesto para que la siguiéramos mientras ella continuaba con su ronda. Le pidió a una compañera que fuera preparando las inyecciones del día, a lo que su compañera respondió con un rápido sin problemas, y corrió por el pasillo comprobando los aparatos que tenía en los bolsillos de la bata del hospital.
-Se supone que no te lo puedo decir.
-Pero vas a hacerlo igual porque soy tu primogénito, porque te preocupa lo que me preocupa a mí, pero, sobre todo, porque sabes que soy capaz de tirarme al suelo y suplicarte a voces que me lo digas.
Jay se giró en redondo y se encaró a su hijo.
-No te atreverás.
Louis alzó una ceja, me soltó la mano y se dejó caer de rodillas, sonriente.
Antes de que él comenzara a chillar, Jay se adelantó y le tapó la boca con la mano.
-¡Vale! Ponte de pie.
Obedeció como era natural en un hijo con su madre.
-Intentarán operarla.
-Dime algo que no sepa.
-Susan tiene miedo de que no salga.
Louis frunció el ceño.
-¿No saldrá?
-Louis, por favor-Jay se dio la vuelta y corrió tras una compañera.
-¿¡No saldrá!?
No hizo falta que Jay abriera la boca; la forma en que se dio la vuelta y clavó sus ojos azules en los idénticos de su hijo fue más esclarecedora que si lo hubiera dicho en voz alta.
No, no saldrá.
Louis asintió, volvió a cogerme de la mano y volvió a meterme por aquellos pasillos infernales en los que no había nadie. Bajamos dos plantas, saludando siempre él a las personas con las que nos encontrábamos, y entramos directamente a una habitación.
Entonces, comprendí por qué llamaban a aquella mujer Profesora McGonagall.
Porque era idéntica a la profesora de Transformaciones del colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, exactamente igual a la jefa de Griffyndor, una copia perfecta de la mujer que dirigiría la escuela a la muerte del director a manos del profesor de Pociones.
-Minnie-saludó Louis, y la mujer abrió los ojos.
-Louis.
-Todavía te acuerdas de mí, ¿eh?-replicó él, burlón. La profes.... Minnie sonrió.
-¿Cómo olvidarte, criatura?-se inclinó un poco a mirarme-. ¿Y tú quién eres, preciosa?
-Soy Eri.
-Es mi novia-añadió Louis, levantando nuestras manos unidas. Minnie asintió.
-Así que los rumores son ciertos.
-Los rumores son siempre ciertos-reiteró Lou.
La mujer se echó a reír.
-Según ellos, Louis, llevas muerto 3 meses.
Lou sonrió.
-Mi cerebro lleva muerto desde que nací.
A Minnie y a mí nos entró tal ataque de risa que acabamos las dos llorando. A partir de entonces, empezamos a hablar los tres: descubrí que Fizzy iba todos los días (en verano iba por las mañanas y durante el curso iba de tarde) a escuchar todo lo que la profesora.... (joder) Minnie tenía que decirle. Anotaba todo lo que esta contaba en un pequeño ordenador portátil que había conseguido comprar después de mucho suplicarle a su madre que le adelantara la paga de los próximos dos años.
Descubrí que la mujer había nacido exactamente el mismo día que se hundió el Titanic en medio del Atlántico.
Descubrí el odio irracional que los ingleses sentían por Wallis Simpson, la mujer que había hecho abdicar al tío de la actual reina Isabel II.
Descubrí las memorias que almacenaba una mujer centenaria, cómo recordaba esta las guerras, los reyes durante cuyos reinados había vivido...
... y descubrí la razón del pánico absoluto de Louis a crecer.
Alguien que había vivido tanto, que había tenido una vida tan gloriosa, no podía acabar postrada en una cama, dejando que una enfermedad la devorara por dentro... o, peor, muchísimo peor, que el alzheimer se apoderase de ella.
Por eso iba Fizzy.
Para recoger todos los testimonios posibles de una gran vida mientras la persona que la había vivido la recordaba.
Minnie tenía principio de alzheimer, aún recordaba muchísimas cosas, y apenas se le notaría... de no ser porque me preguntó cuatro o cinco veces mi nombre.
Le respondí con la mayor paciencia que pude.
Cuando llevábamos casi una hora con aquella mujer, ella sugirió que Louis debería hacer un mini concierto para los niños del hospital. Él le sonrió.
-¿Vendrás tú también, Minnie?
-Querido, no me pierdo una sola de tus actuaciones.
Louis sonrió.
-Recuérdame otra vez en qué posición quedasteis tú y tus amigos en el programa.
-Terceros.
-Este país se hunde en la miseria-gruñó la mujer.
Más tarde, una enfermera la llevaría en silla de ruedas hasta la sala donde Louis y yo íbamos a cantar a la gente.
Me acarició el brazo y me sonrió, tranquilizándome.
-Eso me encanta-me susurró al oído.
-¿El qué?
-Que te pongas histérica delante de 60 personas pero te dé igual cantar delante de 60 mil.
Sonreí.
-Es una de las cosas que me vuelven loco de ti, nena.
-Si yo te contara lo que me vuelve loca de ti, chaval-repliqué, burlona. Se echó a reír.
En mi defensa y en la suya diré que siempre, siempre, sentía más cuando cantábamos él y yo juntos que cuando cantaba yo sola. Siempre sería más especial para mí cuando uníamos nuestras voces, aunque estuviéramos solos, que cuando era yo la única que cantaba, fuera para quien fuera.
Siempre me salía la voz más bonita cuando estaba conmigo.
Porque siempre quería dar lo mejor de mí con él cerca.

La afición se volvió loca cuando los chicos saltaron al campo. Fizzy se puso a dar brincos como un conejo cuando su hermano apareció en la pantalla gigante, corriendo de un lado a otro, calentando, preparándose para el gran partido.
Vi a Niall, Liam y Harry intentar llamarle la atención desde las primeras filas de las gradas. Cuando Louis miró en su dirección, Niall empezó a hacer movimientos rarísimos mientras Harry y Liam le gritaban algo que no llegó hasta mis oídos. Louis se echó a reír, negó con la cabeza y siguió calentando.
Yo estaba unas filas más atrás, él me había dicho que si quería me metía a pie de campo, pero yo le contesté que prefería estar con su familia.
-Es el momento de One Direction, es tu momento-le susurré, sosteniendo su precioso rostro entre mis manos y taladrando aquellos ojos azules-. Puedo mirar desde la distancia.
Pero no estaba lo suficientemente lejos como para que él no me distinguiera y, mientras se pasaban la pelota esperando a que el partido comenzara, miró en mi dirección.
Sonrió, se llevó la mano a la boca, y ahí empezó nuestra conversación telepática.
-Mordiéndote las uñas, ¿eh?.
-Ya ves-le dije con un encogimiento de hombros.
-Tranquila, mujer-dijo, bajando las manos varias veces.
Me eché a reír.
-Respira hondo-Stan se giró cuando Louis levantó las manos sobre él, como haciendo yoga, y expulsó el aire por la boca.
-Eres tonto-sacudí la cabeza y alcé los ojos al cielo.
-Puede ser-encogimiento de hombros-. Deséame suerte-cruzó los dedos en mi dirección y se los llevó a los labios.
-No la necesitas-negué con la cabeza y señalé la pelota.
-Hazlo igual-unió las manos en su pecho como si rezara.
Suspiré, me llevé la mano a la camiseta y besé el escudo de su camiseta, la que toda la familia llevaba puesta, la que rezaba TOMLINSON 17 en la espalda.
Él hizo lo propio, me guiñó un ojo, hizo un gesto con la cabeza hacia los chicos y se marchó corriendo con Stan a unirse con su equipo.
Cuando acabó el partido, le obligaron a coger el micrófono. En todas las pantallas apareció un jadeante él, que había vivido el partido al completo desde el minuto uno: había sacudido la cabeza cuando falló un penalti, había corrido alrededor del campo alzando el puño, perseguido por Stan a escasos centímetros, cuando metió un gol, se había reído cuando sus hermanas y yo nos pusimos a bailar en el descanso o cuando los tres de la banda que habían podido ir a su partido empezaron a jugar con la mascota del equipo, cuando abrazó a Stan cuando este marcó otro gol y yo envidié aquella amistad que se remontaba al principio de ambas vidas.
-No sé cómo daros las gracias por lo que estáis haciendo por mí. Todos-hizo un gesto con la mano que abarcó al estadio al completo, que rugió al sentirse llamado por él-, absolutamente todos los que estáis aquí estáis haciendo grandes cosas por mí, cosas por las cuales no puedo más que agradeceros. Me soportáis, me ayudáis a cumplir mi sueño, me ayudáis a ayudar a otra gente... Sé que siempre decimos lo mismo, pero sois los mejores fans del mundo, sois los mejores, de verdad. No cambiéis nunca. Sé que no queréis que cambiemos, que nos queréis como somos, y he de decir que allá vosotros con vuestra conciencia. Prometo no dejar de quereros si vosotros no dejáis de quererme a mí. Prometo honraros si me dejáis hacerlo. Prometo no decepcionaros nunca, jamás, cuando depositéis vuestra confianza en mí. ¡SOIS INCREÍBLES, DONCASTER, INGLATERRA, RESTO DEL MUNDO! ¡SOIS LOS MEJORES QUE HA HABIDO Y QUE HABRÁ!
Todos rugimos ante sus palabras, brincamos y aplaudimos como si no hubiera mañana.
Jay lloraba.
-Estoy tan orgullosa de él, Eri-me confió cuando la abracé. Asentí y la miré, con los ojos también empapados, pero decidí no llorar: a él no le gustaba que lo hiciera.
-Todo el mundo está orgulloso de Louis-repliqué. Descubrí que Lottie también se secaba unas lágrimas que se le habían escapado.
Porque Louis es Louis pensé para mis adentros.
Me descubrí besando el anillo que me había regalado el día de mi cumpleaños, el mismo día que me convertí en suya para siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤