domingo, 18 de noviembre de 2012

Hoy duermes en el sofá.

La mochila, como siempre, me pesaba toneladas. Tiraba de mi espalda hacia atrás en un intento de hacerme ir más despacio, como si no le gustara regresar a casa. En el fondo me parecía que mi mochila tenía alma y le gustaba estar con otras mochilas, pero en cuanto ese pensamiento pasaba por mi cabeza, lo desechaba rápidamente a base de sacudirla y hacer que mi pelo volara a mi alrededor: tenía 16 años.  Ya era hora de dejar de pensar en tonterías.
Pero no me daba cuenta de que nunca podría dejar de pensar en tonterías cuando las tonterías de mi novio eran lo que más me atraía, y las mías lo que más le había atraído a él.
Metí las llaves con la típica vagancia, pensando una vez más por qué no poníamos una puerta automática de esas tan exitosas en los centros comerciales, la empujé y esperé a que Noble viniera corriendo hacia mí, chillando y lloriqueando de alegría.
Bueno, solo venía corriendo hacia mí cuando no estaba tirado en el sofá, como en ese momento; me dirigió una mirada de reconocimiento, girando la cabeza como un ser de alta cuna (en eso le hacía honor a su nombre) y volvió a mirar la tele, donde recitaban el índice de la prima de Riesgo.
Mi perro era una criatura culta, joder.
-Hola-canturreé, se había acabado un día de clase, un día menos de aguantar a los gilipollas de turno, de soportar las charlas incesantes de los profesores, especialmente del de historia, con sus ¿Queda claro? ¿Me-se entiende? y ¡VIVE DIOS!, que yo imitaba en cuanto él hacía una mínima pregunta.
-Buenos días.
-Vive Dios que son buenos, Pepe-replicaba yo siempre, Noemí se empezaba a reír en ese punto y algunas que otras compañeras se giraban a mirarme. Yo me encogía de hombros, como diciendo que no había coeficiente intelectual para más, sacaba un bolígrafo y transcribía los diálogos de aquel hombre.
-Bien, el concepto más importante del curso, esa palabra con la que ustedes-el profesor nos trataba siempre de ustedes, recibiendo nula reciprocidad- terminarán teniendo pesadillas-y era ahí cuando alguien soltaba Tu cara sí que me produce pesadillas-, es la pro...
-Ductividad-balábamos la chica que tenía delante y yo, como tiernos corderitos.
-En el antiguo régimen no había...
-Isonomía.
-Lo más importante de la industrialización, es la...
-Productividad.
-¿Queda claro?
-Vive dios que queda claro-gruñía yo por lo bajo, luchando por no perder el ritmo.
Estaba demasiado ocupada pensando en que había conseguido sobrevivir a otro día sin mis chicos, otro día que tendría que verlos a través de una pantalla, eso si tenía la suerte de verlos...
Y otro día menos para volver a Inglaterra y pasar el mejor fin de semana de todos .
Cuando estaba con ellos el tiempo se hacía el mejor de toda la historia.
Que les den a los franceses y su puñetera revolución, Inglaterra tiene estilo, no necesitan swag.
-Erika-me llamó mi madre, sacándome de aquel recuerdo de Louis diciendo en una entrevista: ¿Para qué queremos swag, si ya tenemos estilo? y había señalado a Harry y todos se habían echado a reír, yo había mirado a Louis y le había soltado: qué mala, tío.
-¿Qué?
-Tienes visita.
Estuve en un tris de replicarle que no iba a poder ir con mi hermano al McDonald's porque tenía demasiadas cosas que hacer (deberes, teatro, rascarme la barriga en Twitter, poner verdes a todos y uno de los especímenes que me habían tocado las narices ese día) cuando salió de la habitación del ordenador, se apoyó en el pasillo y se me quedó mirando.
Sonrió.
-Hola.
Mi forma de decir hola fue correr hacia él con la mochila volando detrás de mí, como si de una capa se tratara (ya no pesaba nada), abalanzarme sobre él y cubrirle a besos.
-¿Qué haces aquí?-pregunté, dejando la mochila en el suelo y abrazándole. Me estrechó entre sus brazos, me besó la cabeza y sonrió:
-Te echaba demasiado de menos.
-Estuvimos juntos por última vez el lunes por la noche.
Después de que ganara el partido, después de que nos fuéramos de fiesta, después de decirme en el aeropuerto que me iba a echar muchisímo de menos y que no iba a poder dormir a pesar de estar machacado...
-Si quieres me largo-replicó, sarcástico. Me pegué más contra él y negué con la cabeza.
-No... quédate, por favor.
Posó sus labios fugazmente en los míos, se las arregló para conseguir cogerme la mochila antes de que yo le viera venir, y nos metimos en mi habitación.
Me puse rápidamente la ropa de andar por casa, tiré la ropa que había llevado al instituto encima de la cama y lo miré.
-¿Has comido?
Negó con la cabeza.
Asentí.
-¿Y mis padres?
Asintió, tal  y como yo veía venir.
-Pero me dijeron que si quería  comer con ellos. Y les dije que prefería esperarte.
Alcé una ceja.
-Si no os entendéis.
-Tienes Internet en casa, so estúpida-espetó. Fruncí el ceño.
-No me imagino a mi padre poniendo en Google cómo te tiene que invitar a comer.
-Tu padre, no. Tu madre.
Hice un gesto con la mano.
-Eso explica muchas cosas.
Se encogió de hombros y miró la cama.
-¿No deberíamos hacerla primero?
Suspiré.
-Supongo. ¿Me ayudas?
-¿Tienes que preguntarlo de verdad?-se carcajeó, yo sonreí. Mientras yo guardaba mi ropa en el armario, él se dedicaba a colocar las sábanas y mantas rápida pero eficientemente sobre la cama.
Le lancé la almohada y él la puso en el sitio correcto. Contemplé su obra y sonreí.
-¿Por qué nunca recoges tu habitación? Cuando fuimos a Doncaster pensé que no sabías hacer la cama.
Se encogió de hombros.
-¿Para qué la voy a hacer, si ya me la hace mi madre?
-La madre que te parió-repliqué yo entre risas. Me recogí el pelo en una coleta y fuimos a la cocina.
 Cuando acabé el postre, dejé caer la cucharilla dentro del vaso del yogur, y lo miré. Seguía haciendo bailar un trocito de pollo, arrastrándolo arriba y abajo con su tenedor. Contemplaba esos paseos con actitud pasiva, la cabeza apoyada en una mano sostenida por el codo, anclado a a la mesa sin demasiadas intención de moverse.
-¿Qué te pasa?-pregunté, acariciándole la mano. Él continuó con su examen de educación vial.
-Que estoy pensando.
-Mi lengua se saltó todo diálogo preestablecido, siguiendo el instinto de mi corazón.
-¿Y qué hay de malo en eso?
Alzó la vista y me dedicó una mirada triste que me destrozó por dentro.
-Que vine aquí para no pensar-y una sonrisa cansada apareció en su rostro; ya no tenía 20 años, sino 50, por lo menos.
Le besé la mejilla.
-Y para estar contigo-añadió. Esta vez mi beso fue en los labios, un beso que sabía a yogur... y no a pollo, patata y zanahorias... porque él no había comido nada.
Pregúntaselo me instó una voz en mi interior, una mezcla de la mía con la de Eleanor.
-¿En qué piensas, mi amor?
El que lo llamara así mejoró su rostro. Perdió un par de años.
-¿Podemos ir a tu cama?
Asentí, me apresuré a recoger los restos de la comida (comprobando que efectivamente no había probado bocado y que yo, en mi gran éxtasis culinario, ni me había dado cuenta), dejé que me cogiera de la mano y nos encaminé a mi habitación. Nos sentamos al borde de la cama, con las rodillas pegadas y las manos entrelazadas, y nos miramos largo rato, en un respetuoso silencio solo quebrantado por la televisión del salón donde mis padres veían las noticias.
-Mis padres... se divorcian-murmuró con un hilo de voz, pero sin apartar la vista de mí.
Mi corazón se rompió cuando aquel azul cielo se convirtió en azul triste, azul grisáceo, sin ganas de nada. Me incliné hacia él y apreté mis labios contra los suyos mientras la primera lágrima de muchas se deslizaba por su rostro.
Cuando empezó a sollozar y me buscó, suplicándome que intercambiáramos los papeles, concedí su deseo y lo estreché entre mis brazos. Apoyó su cabeza en mi hombro, entornó su nariz hacia mi cuello y aspiró mi aroma mientras no paraba de llorar, y yo luchaba por no echarme a llorar también.
Con él podía ser yo misma, con él era yo misma; hacía lo que me daba la gana sin tener miedo de ser juzgada, de que me quisiera menos. No tenía que controlar mis palabras, éramos totalmente sinceros el uno con el otro, eso era para mí la mayor felicidad que nunca podría experimentar, esa felicidad a la que nada podría ensombrecer.
Pero cuando la música dejaba de tapar los gritos, la columna que sujetaba tu mundo se resquebrajaba y terminaba por desmoronarse, cuando el faro de esperanza se apagaba y te quedabas sola en la oscuridad, solo quedaba rezar. Rezar porque fuera una broma, cruel pero broma al fin y al cabo, un error del destino, o simplemente un mal sueño. El mal sueño de tu vida. Era entonces cuando rezabas por despertarte.
Pero yo lloré porque sabía que aquello no era un sueño. Que las lágrimas de Louis, aquellas lágrimas que no deberían existir, eran reales.
Si ver a Niall llorar te rompía el corazón, ver a Louis hacerlo pulverizaba el alma.
Lo acuné, le acaricié la cabeza como él hacía conmigo, y traté de consolarlo lo mejor que pude.
-Sh, mi niño, mi pobre niño...
Consiguió balbucear algo entre lágrimas.
Algo que me hizo ver que, si lo perdía, no podría amar a otro.
Algo que me convirtió en suya para siempre.
-Yo estaré bien... ya... he pasado por... esto..., pero mis... hermanas... no, por favor. Ellas no... Lottie, Fizzy, las gemelas... no. Yo me merezco esto, soy... demasiado feliz. Mis hermanas no se lo merecen... ellas no, por favor, ellas no, solo a mí...
Me separé de él un poco para poder mirarlo. Me limpié las lágrimas rápidamente, deseando que no se diera cuenta de que yo también estaba llorando.
-Te amo-susurré en mi lengua. Me sonrió, triste, me exhibió los dientes unos segundos, y yo los besé. Era un cielo, era el mejor, era la persona menos egoísta que podías encontrarte... El más tierno, el más cariñoso, el más solidario...
Era perfecto.
Era Louis.
Si Louis no existiera, estaba claro que habría que inventarlo.

Se incorporó un poco, lo justo y necesario para mirar el reloj y descubrir que estaba a diez minutos de marcharme y dejarlo solo de nuevo.
Yo seguí pasándole una mano por el pecho y con la otra recorriendo vagamente, en apenas un mínimo roce, el tatuaje del monigote brincando sobre su patinete.
-¿Hoy no tienes teatro?
-Sí-asentí, sin dejar de mirar aquellas líneas negras que quedarían para siempre en su piel-, pero no voy a ir.
-¿Por qué?
-Tú me necesitas más.
Sonrió y me besó el brazo, yo sonreí y lo miré mientras lo hacía.
Recordé cuando me enseñó el tatuaje; se había remangado la camisa y había colocado el índice en el punto exacto donde estaba el pequeño chaval sobre su skate, yo había sonreído mientras lo miraba.
-¿Te gusta?
-Es simpático-le había dicho.
-Voy a hacerme más.
-Mentira. Te mataré.
Había abierto la boca y se me había quedado mirando, divertido, y había aceptado mi amenaza como verídica.
Sorbió por la nariz sin dejar de mirar por la ventana; tenía la impresión de que, después de mirar durante casi dos horas el dibujo de mi cortina, sería capaz de reproducirlo con los ojos vendados y una mano atada detrás de la espalda. Cogí otro pañuelo y se lo tendí.
-Las cosas suelen ser al revés-susurró, divertido, aceptando el pañuelo que le tendía con una sonrisa de agradecimiento. Le besé la frente.
-Sabes que me gusta el comprobar que no estoy saliendo con una piedra con forma de chico.
Asintió, yo miré mi mochila un segundo.
-Puedes ponerte a hacer deberes, si quieres.
Me giré para mirarlo.
-¿No te importa?
Se encogió de hombros.
-Dame uno de tus libros de inglés, así me entretengo un poco.
Bajé los pies de la cama lentamente, notando frío en el pecho, en el lugar donde había estado apretado contra mí, arrastré la mochila y me volví a tumbar en la cama con él. Le  ofrecí los libros y él cogió el de mi academia, sonriendo al ver textos decentes, por fin.
Media hora después, estábamos los dos ocultos bajo un mar de papeles, folios y objetos de escritura en el que buceábamos para conseguir sobrevivir. Cogió una de mis hojas de Latín, me la pasó y yo le sonreí.
-¿Me lo ordenas por fecha?-le supliqué cuando saqué mis apuntes de Filosofía y descubrí que tenía a Descartes mucho antes que los presocráticos, cosa que no debería ser importante de no ser porque a) habíamos dado a los presocráticos en la primera clase, b) hacía dos días que habíamos terminado de hablar de Descartes, y c) los presocráticos eran más de mil años anteriores a Descartes.
Mi madre entró sin llamar en mi habitación y se nos quedó mirando a los dos, revolviendo entre los papeles como dos secretarias locas porque su jefe les había ordenado entregarle los balances de la empresa de los últimos diez años para el día siguiente.
-Son las cinco y diez, Erika.
-No voy a ir a teatro-expliqué, metiéndome un boli en la boca y pasándole a Louis la libreta de Lengua, que rápidamente se puso a ordenar.
-¿Tiene algo que ver la maraña de papeles que tienes encima de la cama?
Negué con la cabeza y ni siquiera la miré cuando contesté:
-Louis me necesita.
No se movió, yo levanté la cabeza y la miré.
-Soy más útil en casa.
-¿Cuándo empiezan a dar los papeles?
Me eché a reír, Louis se me quedó mirando, completamente ajeno a la conversación.
-Venga, mamá, sabes de sobra que si tengo que robarle a alguien el papel, lo hago. Relájate.
-Luego te quejas porque no tienes papeles suficientes.
-Estoy aprendiendo a quejarme en inglés.
-¿Es por él?
Suspiré, dejé caer los hombros y la atravesé con los ojos.
-Tal vez.
Alzó una ceja.
-¿Te lo ha pedido?
-No pienso dejarlo aquí solo con vosotros en casa cuando no os entendéis. Y menos estando papá-gruñí.
Mamá asintió.
-Dile que si tiene hambre.
Miré a mi novio y le traduje la pregunta de mi madre, a la que respondió sacudiendo la cabeza y musitando un tímido gracias... en inglés.
-Si necesitáis algo...-hizo un gesto con la mano hacia la puerta y yo sonreí.
-Estoy en mi casa-le recordé, se encogió de hombros y se marchó por la puerta.
Una vez acabamos de ordenar mis papeles y de recompensarle cubriéndole de besos y dándole todos los mimos que demandaba y más, le dije que me esperara en la cama.
Se me quedó mirando, preocupado, cuando me levanté, me calcé las zapatillas y me encaminé a la puerta.
-¿A dónde vas?
-A coger algo de comer.
-No tengo hambre-se quejó.
Me giré en redondo y le sonreí.
-Si te niegas a comer chocolate, pondrás en serio peligro nuestra relación-solté casi sin pensar, intentando quitarle hierro al asunto.
Se me quedó mirando un segundo.
-Sé que no ha tenido gracia...-me excusé.
Sonrió.
-No pasa nada, mujer. No me ofendo por eso. Me ofendo porque no sabía que me tuvieras en tan poco estima.
Me eché a reír, me incliné rápidamente hacia él, lo besé y le dije que volvía en dos segundos.
Regresé con un bote de Nutella y una cucharilla. Se incorporó en la cama, cruzó las piernas y me miró.
-Esto me suena de algo.
-A mí también-repliqué, divertida.
Le tendí el tarro mientras yo me inclinaba a encender la tele. Me acomodé a su lado y, después de pelearnos un rato por ver quién conseguía hacerse con el mando a distancia, pusimos, de mutuo acuerdo, Los Simpson.
Me arrebató la cucharilla, cogió un buen pegote de chocolate y se dedicó a lamerlo, aburrido de la vida. Lo miré.
-Te vas a quedar, ¿verdad?
Me miró un segundo, y luego siguió afanado con el paseo de su lengua, encogiéndose finalmente de hombros y clavando la vista en la tele.
-Lo necesito.
-Quiero que te quedes-le confesé, robándole la cuchara y metiéndola en el bote de nuevo. Estudió mis movimientos mientras metía por última vez el pequeño cubierto dentro de la Nutella, lo sacaba lleno de chocolate y me lo metía en la boca. Le tendí la cucharilla, la cogió, pero siguió mirándome.
-Te necesito. Ahora más...
-... que nunca-terminé yo, mirándole. Le acaricié la mano, sonrió y entrelazó sus dedos con los míos. Le besé la mejilla, me incliné a su oído y susurré-: lo sé. Y yo voy a estar contigo, apoyándote, ya lo sabes. Igual que los chicos.
-Fueron ellos los que me animaron a venir a verte. En realidad, se me había ocurrido, pero pensé que tal vez te... distrajera, o algo así-se encogió de hombros y clavó sus preciosos ojos en la televisión, donde Homer estaba ocupado eructando, rascándose la barriga y riéndose por las tonterías que decían en su propia televisión, todo a la vez, siempre con su eterna lata de cerveza Duff al lado.
-No me distraes-protesté. Me dedicó una sonrisa divertida, una de sus cejas alzada en una mueca traviesa.
-Sí que lo hago.
Alcé las palmas de las manos hacia el aire y abrí mucho los ojos.
-¡Perdón por hacerle caso a mi novio!
Se echó a reír, sacudió la cabeza y me miró, con una dulce sonrisa en los labios. Me incliné y los besé suavemente.
-¿Por qué me da la impresión de que hace bastante que no te ríes?
-Porque es así desde que me lo dijeron-replicó. Asentí con la cabeza, me deslicé fuera de la cama y me encaminé al armario.
-¿Qué haces?-espetó, frunciendo el ceño con curiosidad, mientras sacaba unas cuantas perchas y me dedicaba a quitarles la ropa que no iba a necesitar ponerme esos días. Me coloqué un mechón de pelo detrás de la oreja y me lo quedé mirando.
-Necesitamos espacio en el armario-dije, señalando la bolsa donde traía su ropa. Se la quedó mirando y negó con la cabeza.
-Pero, Eri, tampoco hace falta que...
-Sh-le mandé callar, colocándole el índice en los labios-, solo es mi armario.
-No quiero meterme en tu espacio personal.
-Te metes en otros sitios-repliqué. Sonrió-. Y sabes que me gusta que lo hagas.
-No es lo mismo. Que me meta en ese sitio mola-su sonrisa se ensanchó más y dio a luz a otra en mi propio rostro-. Que me meta en tu armario, no.
-Yo me metí en tu casa.
-Teníamos habitaciones libres.
-Me metí en tu cama.
-Tenía espacio de sobra-alegó, terco como solo el sabía serlo.
Me senté sobre sus piernas y hundí mis ojos castaños en los suyos, azul cielo.
-Tengo ropa mía en tu armario también.
-No es lo mismo, tengo...
-Espacio de sobra. Lo sé. Lo he oído antes-suspiré, levantándome de la cama y volviendo a mi tarea.
-No hace falta, de verdad-me recordó, sin dejar de observar mis movimientos.
-¡Eh! Por si no te has dado cuenta, estamos en mi casa, y en mi casa se hace lo que yo diga, ¿está claro?
Farfulló algo por lo bajo.
-¿Está claro?
-Sí, mi capitana-gruñó. Sonreí, le tendí la mano y me la cogió sin dudar.
-Ayúdame a hacerte sitio, anda.
-Pero...
-¿A QUE DUERMES EN EL SOFÁ? ¿QUIERES APOSTAR, INGLÉS? SABES QUE ME ENCANTA APOSTAR-bramé.
Se echó a reír y negó con la cabeza, estaba diciendo Está bien, está bien, cuando mi padre abrió la puerta y se nos quedó mirando.
-¿Estáis discutiendo?-preguntó, bastante satisfecho de poder hacerlo.
-Estamos debatiendo a voces.
-Ah.
-¿Decepcionado?
Se largó sin contestar.
O eso decidí creer, para no cabrearme, porque oí de sobra cómo murmuraba bastante antes de volver a dejar la puerta cerca del marco, sin llegar a cerrarla del todo.
-Tu padre me odia-susurró, con una mezcla de diversión y de tristeza en su voz. Me encogí de hombros.
-Debería darte igual. La que debería importarte soy yo.
-Si me odia nunca me dejará llevarte a Inglaterra y a ti no te dejará quedarte a vivir allí, mucho menos conmigo.
-Solo dos años-repliqué, mirando la puerta. En dos años sería libre, podría hacer lo que quisiera, irme a vivir con los chicos sin tener que darle explicaciones a nadie, cambiarme de nacionalidad... solo tenía que esperar dos años.
Tenía paciencia.
Llevaba cinco años esperando el estreno de una película, cinco larguísimos años, así que dos no serían nada comparado con aquello.
Se acercó a mí por detrás mientras colgaba una de las perchas ya con su ropa en el armario, me rodeó la cintura, me apartó el pelo del hombro y me lo besó  lentamente.
-Eres perfecta-susurró contra mi piel, poniéndome la carne de gallina. Cerré los ojos y suspiré, llevando mis manos a las suyas y acariciándolas con una dulzura infinita-.Todo esto que estás haciendo por mí... es...
-Lo que tengo que hacer. Lo que me apetece hacer-repliqué, dándome la vuelta y mirándolo a los ojos-. Te amo, Louis. Con todo mi corazón. Deberías saber ya que estamos juntos en esto. Somos un equipo, y los equipos se apoyan. No soy perfecta, soy estúpida y quejica, pero contigo soy lista y soy bonita. Eres tú el que me hace perfecta-sostuve su rostro entre mis manos y me incliné hacia aquellos labios que gritaban mi nombre-. Eres tú el que es perfecto.
-Terminaré creyéndome eso como sigas diciéndomelo-susurró contra mis labios, su aliento atravesó mi garganta, y yo me estremecí. Sonreí, me puse de puntillas y nos besamos lentamente, tan lentamente que el mundo desapareció bajo mis pies, todo se volvió negro y de nosotros salía una luz blanca, tan pura que podría bañarlo todo y acabar con toda la tristeza de aquel universo con solo desearlo nosotros.
Nos separamos lentamente, con el mismo esfuerzo de siempre, nos miramos a los ojos y nos acariciamos despacio: yo la nuca, él mi cintura. Me apoyé contra su pecho y cerré los ojos, feliz de tenerlo a mi lado, conmigo... para siempre, por favor.
Me besó la cabeza y me pegó aún más contra él, como si quisiera escaparme de sus brazos, aquellos lazos que invitaban a soñar, que te protegían y te hacían sentir indestructible, invencible, con el simple hecho de ponerse a tu alrededor...
-Tenemos que terminar de colocar tu ropa-le recordé. Se echó a reír.
-En realidad no quieres que te suelte, ¿a que no?
Negué rápidamente con la cabeza, escandalizada simplemente con la sola idea de que lo hiciera.
-Si algún día te digo que no quiero que me abraces...-lo miré, y él alzó las cejas. Le puse una mano en el brazo y lo apreté, disfrutando a la vez de la dureza y la fuerza de este, olvidando que el motivo esencial era darle más seriedad al asunto:- mátame. Me habrá poseído el diablo y estaré sufriendo en un rincón de mi mente.
Sus carcajadas llenaron mi habitación y yo no tardé en unirme a él. Volvió a estrecharme contra él tras decirme:
-Ven aquí- y volvió a besarme la cabeza, divertido. Me acarició la espalda y nos separamos, también con un esfuerzo sobrenatural, como el anterior que habíamos hecho cuando nos separábamos.
Escuchó divertido y curioso los chillidos de mi perro cuando mi padre dijo que iba a sacarlo a pasear, sus carreras por el pasillo debido a la felicidad que este hecho le producía, los brincos cuando mi padre le puso la correa y cómo ladró cuando mi padre tardó en abrir la puerta. Louis se asomó a la puerta en el momento justo en que Noble salía disparado por la puerta de la calle, arrastrando a mi padre tras de sí.
-Ted no hace eso-se quejó, deprimido porque su perro no fuera una criatura de tanta acción. Había visto a Ted emocionarse y correr en círculos cuando alguien cogía la correa del mueble que había en el vestíbulo, deseoso de su paseo (el matutino era el más especial para el pequeño), lloriqueando de felicidad igual que mi pastor alemán.
El problema era que Noble era cuatro veces mayor que Ted, lo que conllevaba que era cuatro veces más fuerte y cuatro veces más ruidoso.
Mi madre, sentada en el ordenador, se nos quedó mirando un rato, mientras nosotros continuábamos estudiando la puerta, Louis escuchando el ruido que hacía mi perro bajando a todo correr por las escaleras de mi edificio, saliendo a la calle y chillando que ya había salido.
-Noblesín is in the street, bitches!-susurré, y Louis volvió a echarse a reír.
Mamá sonrió ante el sonido de la risa de mi novio, parecía gustarle aquel sonido que yo adoraba.
-Chicos-nos llamó, y los dos nos la quedamos mirando: él intentando entender lo que fuera que iba a decir su suegra, yo preparada para traducir a toda velocidad-, voy a ir a comprar. ¿Queréis venir?
Le traduje rápidamente a Louis la oferta de mi madre, él se encogió de hombros, metiéndose de paso las manos en los bolsillos y susurró que haríamos lo que yo dijera, que para algo estábamos en mi casa. Sonreí, le di un codazo y le dije que era tonto perdido.
-Creo que nos vamos a quedar. Tenemos que hacer cosas.
Fabricar bebés, por ejemplo.
Mi madre asintió, se levantó de la silla, se acomodó la bata que traía puesta sobre su pijama y dijo que iba a cambiarse, pues. Louis y yo asentimos, seguimos ordenando su ropa en el armario y, cuando escuchamos la puerta cerrarse, nos miramos un segundo.
-Me  voy a duchar-dije por fin, asintiendo con la cabeza y haciendo sobresalir el labio inferior. Sonrió.
-Vale.
Cogí ropa para cambiarme y, a medio camino de la puerta, me di la vuelta y lo miré. Se había tumbado en la cama y cambiaba de canal con un aburrimiento supremo.
-Quieres... em... ¿acompañarme?-sugerí, pasando el pulgar sobre mi cabeza y señalando en dirección al baño. Sonrió.
-Si algún día te digo que no quiero ducharme contigo, mátame. Estaré sufriendo por dentro.
Me eché a reír, le tendí la mano y tiré de él para levantarlo.
Una vez dentro de la bañera, me acurruqué contra su pecho y suspiré, satisfecha por poder estar solos, por fin. Louis me pasó los brazos sobre los míos y me acarició el vientre, haciéndome cosquillas en el ombligo.
-Esta es la segunda vez que nos bañamos juntos-observó, besándome el hombro, que aún no estaba húmedo por el agua. Me giré y clavé mis ojos en los suyos, nadé en aquel mar azul, dejé que las olas de su mirada me arrastraran hasta una playa desconocida, una playa de arena suave, que acariciaba mi piel como lo hacían sus brazos en ese momento...
-La tercera, si contamos con Doncaster-le corregí. Se encogió de hombros, creando pequeñas ondas a nuestro alrededor. Miré la sombra de nuestros cuerpos debajo del agua, negué con la cabeza y espeté-. Menos mal que decías que no cabíamos.
-No me importa pegarme a ti, ya lo sabes-replicó, estrechándome aún más contra él. Eché la cabeza hacia atrás, apoyándola en su hombro, y él aprovechó para mordisquearme el cuello. Solté una risita.
-Todavía me acuerdo de la cara que me pusiste cuando me metí dentro de la ducha contigo.
-Creía que me estabas vacilando-replique, mirando el techo y dejando que siguiera besándome, creando esas corrientes eléctricas que tanto me gustaban.
-Como si te vacilara todos los días.
-Lo haces.
-Te quiero.
-Lo estás haciendo ahora mismo.
-Vete a la mierda.
-Ahora no me estás vacilando-me eché a reír y él negó con la cabeza.
-Eres boba.
-Tú eres imbécil perdido. Tienes un retraso muy serio-me incorporé y le acaricié la cara, gotitas de agua corretearon por su cuello hasta su pecho y se fundieron de nuevo con sus hermanas-, y aun así estoy enamorada de ti.
Se estremeció, sonriente.
-Es la primera vez que me dices eso.
-¿El qué? ¿Que te quiero?
-No. Lo otro. Lo de que estás enamorada de mí.
Me encogí de hombros.
-Es la verdad.
Volví a apoyarme contra su hombro y me giré para mirarlo. Le pellizqué los pies con los propios, él frunció el ceño y puso morritos.
-Nadie me lo había dicho nunca.
-Porque tus ex novias son imbéciles. Por eso son tus ex-me encogí de hombros.
-Tampoco se lo he dicho nunca a nadie.
Parpadeé un par de veces.
-No espero que me lo digas.
-Tampoco sería para...
Le coloqué el índice en los labios para que no siguiera.
-No tienes que sentirte obligado a decírmelo solo porque... déjame pensar-me incorporé un poco y me estudié las uñas-, te has presentado en mi casa sin avisarme, me has seducido con tus trucos más sucios, me has robado el corazón y pretendes que te haga de pensión...-abrí mucho los ojos, observándome los dedos que habían ido estirándose mientras mencionaba mis razones-, guau-le miré-. No tienes vergüenza.
-Te olvidas de algo-murmuró, pasándome el brazo por la cintura y atrayéndome hacia él.
-¿De qué?
-Te robé la virginidad.
-Oh, es cierto. Mi virginidad. Definitivamente no tienes vergüenza-me cachondeé, divertida, y dejé que me besara lentamente.
-Sabes que no tienes que sentirte obligada a acogerme en tu cama.
-Ya te he dicho que vas a dormir en el sofá-me burlé. Luego me encogí de hombros-. Así dormiré mejor.
Alzó una ceja.
-Está bien. Así dormiré. Punto. ¿Contento el duque de Doncaster?
-Mucho.
Volvió a inclinarse hacia mí y volvió a besarme lentamente, como si fuera de cristal y pudiera romperme.
-Quiero hacerlo aquí-musitó después de un buen rato besándonos, dando buena cuenta de nuestras bocas como si del mejor de los manjares se tratara.
Su boca lo era.
Me separé y lo miré largo y tendido, a la espera de que empezara a suplicarme que lo hiciéramos, de que me mirara como sólo el sabía, esa mirada que detenía mundos y que te esclavizaba para siempre.
-No estoy preparada-murmuré, mirando al suelo. Posó dos dedos en mi mandíbula y me obligó a volver a establecer contacto visual con aquellos pozos.
-No tengo prisa. Pero quería que lo supieras-se encogió de hombros, abrió los brazos y esperó a que volviera a meterme dentro de ellos.
Sonreía cuando lo hice.
-¿De qué te ríes?
-De que la última vez que entré aquí con una chica me lo pasé muy bien.
Dejé escapar un tierno Oh de enamorada desesperada.
-¿Conmigo?
-No. Con Hannah.
-Gilipollas-bramé entre sus risas, aparté varias veces la cara cuando intentó besarme, pero terminó ganando él y estampando sus labios contra los míos.
-Eres muy retrasado, Lou, va en serio. Muérete.
-A mí me ha sentado peor que hicieras lo que has hecho y no me pongo a insultarte-alzó las cejas, cerró los ojos y asintió lentamente.
-¿Qué?
-Lo de mirar hacia abajo como si te estuviera pervirtiendo o algo así. Como si fueras una santa y yo te hubiera... violado, o lo que sea que se haga con las santas-frunció el ceño y me apartó el pelo de la cara, humedeciéndome la raíz.
-Me estás pervirtiendo-espeté, tozuda y divertida.
-Perdona, pero la mayoría de las cosas las hacemos porque tú quieres, y eres tú quien las sugiere. Yo no estaría aquí dentro-señaló el agua-si tú no me lo hubieras ofrecido.
-Y si no hubieras querido tampoco.
-Soy un caballero. No dejo sola a mi dama cuando ella está en apuros.
-¿Insinúas que no me puedo bañar sola?-ladré, divertida, conteniendo las carcajadas. Negó con la cabeza.
-Ya quisiera yo que no pudieras hacerlo.
Nos echamos a reír, le solté que era imposible y él respondió que podía ser, pero que algo tendría para gustarme.
Volví a apoyar la espalda en su pecho y disfruté del calor del agua penetrándome por los poros de la piel, de su respiración pausada meciéndome, de los latidos de su corazón martilleando mi columna vertebral.
-Tengo que apagar el teléfono más a menudo-murmuró, cerrando los ojos e inclinándose hacia atrás. Fruncí el ceño, me incorporé y lo miré.
-¿Lo tienes apagado?
-Me estresa el acoso, ¿sabes?-se encogió de hombros, suspiró e hizo un gesto con la mano, quitándole importancia.
-Jay... ¿sabe dónde estás?-inquirí, cautelosa. Se encogió de hombros.
-No lo sé, Eri. ¿No te acabo de decir que he apagado el teléfono?
-Tienes que llamarla.
Negó con la  cabeza.
-No puedo.
-Estará histérica, Louis.
-No puedo llamarla todavía, ¿vale? No puedo. Por favor, no me hagas hacerlo.
Deseé apartar la vista de aquellos ojos de corderito, pero no pude. No pude apartar la vista de todo el sufrimiento que había en aquellos ojos, los hijos del niño cuyos padres se habían divorciado cuando era pequeño, los hijos del niño cuya historia se repetía ahora que tenía 20 años...
Y Jay estaba dentro de esos ojos, llorando porque no encontraba a su hijo, desesperada porque le llamaba y no cogía el teléfono, histérica de preocupación al no saber qué había sido de él, odiándose a sí misma por haber hecho que se marchara sin despedirse porque ya no quería estar con el hombre que la había acompañado educando a sus pequeños...
-¿Y si la llamo yo?
Estaba deseando llamarla, decirle que estaba bien, no te preocupes, mamá, estoy con Eri, estoy bien, ella me cuida. Estoy bien, mamá, tú tranquila.
Eres un amor de criatura, Louis.
Tragó saliva y se mordió el labio inferior.
-¿Lo harías por mí?
-¡Mozo! ¡Yo por ti cuchaba en chanclas!-grité con acento andaluz, se echó a reír y me acercó hacia él. Pegó su rostro contra el mío, nuestros labios a centímetros, esperando encontrarse, deseando encontrarse.
-Yo no te hago perfecta. Tú sola eres perfecta-sonrió y besó mi boca-. Te quiero. Te amo. Más que a ninguna otra.
Sonreí, todavía con sus labios en los míos.
-Yo diría lo mismo... si Taylor no existiera.
Se apartó de mí.
-Retrasada.
-Subnormal-espeté, pasándole los brazos detrás de la nuca y mordisqueando sus labios. Se dejó hacer.
No me quitó el ojo de encima cuando salí de la bañera, me estremecí, le sonreí con timidez y me envolví en una toalla.
-No te tapes-lloriqueó. Puse los  brazos en jarras, él esperó con impaciencia que la toalla se abriera y me dejara al descubierto, pero me la había colocado bien.
-Hace frío. ¿Quieres salir tú?
Se hundió un poco más en el agua y ordenó:
-Tápate no vayas a coger frío, ¿eh?
Todavía me estaba riendo cuando regresé al baño y me metí dentro del agua, sosteniendo siempre el teléfono a una distancia prudencial de esta.
Me quedé helada cuando desbloqueé la pantalla y me encontré con las 26 llamadas perdidas. Liam, Niall, Zayn, Harry, Lottie, una compañera de teatro...
...y Jay.
Quise morirme cuando vi el nombre de mi suegra, de aquella mujer que había traído al mundo a mi precioso Louis, en la pantalla del teléfono.
Nos miramos un segundo, hablando en silencio. Asentimos a la vez y toqué suavemente el nombre de mi suegra.
Respondió a la mitad del primer timbrazo.
-¿Eri?-¿estaba llorando? Por favor, que no estuviera llorando.
Me revolví, incómoda, y Louis me acarició el brazo. Volvió a asentir.
-Jay, acabo de mirar el teléfono, te juro por mi madre que si lo hubiera...
-¿ESTÁ AHÍ?-bramó. No juegues con una madre desesperada, Eri. Simplemente no lo hagas. Te matará-. ¿ESTÁ AHÍ? ¡Dime que está contigo, por favor! ¡No sé dónde está! ¡Me estoy volviendo loca buscándolo! Nadie me coge el teléfono, Stan dice que también ignora dónde está, los chicos no contestan, él lo tiene apagado... ¿Está ahí?
-Sí, está conmigo-tartamudeé, Louis negó con la cabeza despacio.
-¿En tu casa?
-Sí.
-¿Ahora mismo?
-Sí.
Suspiró de alivio, y luchó por contener las lágrimas; las de desesperación y las de agradecimiento porque por fin su niño había dado señales de vida.
-¿Puedo hablar con él?
Por la cara de pánico y cómo se puso a negar con la cabeza como loco, deduje que Louis había escuchado a su madre.
-¡No estoy! ¡No estoy!-gritó en silencio, articulando como nunca antes lo había hecho.
-No... sé... no ... está... pre-preparado-vacilé.
-Eri, por favor. Necesito hablar con él-suplicó la mujer-. Por favor. Es mi hijo. Es Louis.
Louis conseguía que desarrollaras por él una dependencia rayana en la obsesión, necesitabas que estuviera cerca de ti para poder vivir...
Se sumergió a toda velocidad, ocultando su rostro bajo el agua, cuando hice ademán de tenderle el teléfono.
Observé su cara debajo del agua, la forma en que se tapaba la nariz para que no se le acabara demasiado pronto el aire y aguantar más...
-Eri-suplicó mi suegra.
Desesperada, tiré de él hacia arriba y le tendí el teléfono.
-No puedo-susurró él.
-Sí puedes-repliqué, sacudiéndolo frente a él.
Tuve la certeza de que si volvía a hacer aquello no dudaría en tirarlo al agua... y yo tendría que matarlo.
-¡No puedo!-bramó, negando con la cabeza, impotente.
-¡DEBES HACERLO! ¡TIENES QUE HACERLO! ¡NO TIENES NI IDEA DE LO QUE NOS HACES A LOS DEMÁS! ¡NO SABES LO QUE ES NO TENERTE, LOUIS! ¡TIENES QUE HABLAR CON TU MADRE!-chillé, sin apartar la vista de él. Se me quedó mirando.
-Yo no os hago nada.
-Habla con ella.
-Pero no os hago nada...
-Que tú sepas. Tú no sabes lo angustioso que es que no estés cerca. No sabes lo que es no respirar porque no estás. Coge este teléfono. Habla con tu madre.
-Pero...
-No sabes lo que es que tú rompas el corazón, Louis. ¿Te acuerdas de cuando discutimos? ¿Cuando me escribiste esas cinco perfectas canciones? ¿Sabes cómo me sentí? ¿Sabes lo que duele sentir que te revienta el corazón en el pecho porque pensaba que ya no me querías, y cómo me dolía sentirte a unas puertas de distancia?
Me observó en silencio.
-Coge el teléfono, mi amor. Tienes que hacerlo. Por tu madre. Hazlo por ella.
Miró el móvil un segundo, como si de una tarántula se tratara.
-Hazlo por una mujer que hizo que un día tú puedas tener hijos-supliqué. Volvió a posar su vista en mí.
Iba a jugar mi última carta, a apostarlo todo con una mano nula. Iba a decirme que lo hiciera por mí, y arriesgarme a que ni entonces quisiera hablar con su madre... pero se me adelantó.
-Pon el manos libres.
Me abalancé contra él y apreté mi boca contra la suya, devoré aquellos labios de aquel Dios reencarnado como si no hubiera mañana.
Fue él quien tocó el icono del micrófono y colocó el teléfono en el lavamanos, asegurándose de que no se mojara, y cerró los ojos cuando escuchó a su madre.
-¿Louis? ¿LOUIS?
-Estoy aquí-murmuró. Me apretó un poco más contra él y lo repitió, esta vez solo para mí y para las lágrimas que me bajaban por las mejillas recordando nuestra gran discusión-. Estoy aquí.
-¡¿ACASO ESTÁS MAL DE LA CABEZA?! ¿QUIERES MATARME, O ALGO? ¿CÓMO SE TE OCURRE  LARGARTE DE CASA SIN AVISAR? ¿CÓMO TE ATREVES A IRTE SIN DECIR A DÓNDE VAS Y DARME ESTOS SUSTOS, NIÑO?
-Lo siento-empezó.
-¡NO LO SIENTES, AÚN NO! ¡VERÁS CUANDO VUELVAS! ¡TE ESTRANGULARÉ CON MIS PROPIAS MANOS! ¿TE PARECE MEDIO NORMAL HACERLE A UNA MADRE LO QUE ME ACABAS DE HACER? ¿EH? ¿TE LO PARECE?
-Necesitaba estar con ella-susurró. Levanté la  cabeza y lo miré, con una sonrisa triste-. La quiero.
-YO TAMBIÉN LA QUIERO, PERO NO POR ESO SALGO A TODO CORRER A VERLA SIN DECIRLE NADA A NADIE.
-Mamá, por favor...
-NADA DE POR FAVOR, LOUIS. ¿SABES EL SUSTO QUE ME HAS DADO? CON LA AFICIÓN QUE TIENES A ESA MIERDA DE PELÍCULAS QUE VEIS TÚ Y STAN, CREÍ QUE TE HABRÍAS SUICIDADO EN EL PISO DE LONDRES.
-¿Tengo cara de que me vaya...?
-NO TE ATREVAS A REPLICARME, LOUIS WILLIAM TOMLINSON.
-Ah, ¿que me voy a mantener el apellido?-espetó, sarcástico. Fruncí el ceño.
-¿QUÉ?
-Nada. Perdón, mamá.
-NOS HAS DADO UN SUSTO DE MUERTE A TU PADRE Y A MÍ, NO QUIERO QUE VUELVAS A HACER ESO EN TUS PRÓXIMAS 44 REENCARNACIONES, ¿ESTÁ CLARO?
-Deja de gritarme o cuelgo. ¿Está claro?
-A MÍ NINGÚN CHANTAJE, SEÑORITO. NI UNO SOLO.
-No me griiiiiiiiiites-replicó él.
-LOUIS....
-MAMÁ, SABES DE SOBRA QUE SI SOY CAPAZ DE LARGARME DE CASA SIN DECIR NADA BIEN PUEDO COLGARTE.
Jay se quedó callada un momento, procesando la información.
-No te atreverás.
-¿Hacemos la prueba? Un último grito. Uno solo. Y ya verás qué más oyes.
Volvió a quedarse callada.
-Está bien-suspiró, intentando tranquilizarse-, pero tienes que entender que... déjalo. Nunca lo entenderás, no hasta que no tengas hijos.
-Guay.
-¿Cuánto vas a quedarte?
-Cuanto necesite para prepararme. ¿Lo saben las crías?
-No, no se lo vamos a decir todavía. ¿Cuánto es eso?
-No lo sé, mamá. Te lo haré saber. ¿De acuerdo?
-Está bien.
-Vale.
-Ayuda en casa.
-Sí.
-No respondas.
-Si no me entienden.
-No lo hagas.
-Sí.
-Trata bien a Eri.
-Pero si lo hago siempre.
-Haz la cama.
-Mamá, nos está escuchando-gruñó, azorado. Jay se echó a reír.
-Lo sé, mi vida. Déjale hacer los deberes tranquilamente.
-Sí.
-Nada de correr detrás de palomas.
-¡Mamá!
-Nada de robar bebés ajenos.
-¡MAMÁ!
-Y por Dios, Louis, no se te ocurra, que no se te pase por la cabeza, soltar alguna de tus estupideces con tus suegros delante, ¿está claro?
-¡Pero si soy un amor de criatura!
-¡Louis!
-Vale, vale-me acarició el pelo y puso los ojos en blancos-. Nada de protestas de Jimmy, gritos de Superman a las cuatro de la mañana ni nada por el estilo.
-No se os ocurra iros a la cama sin tomar precauciones.
-¡VALE, ADIÓS MAMÁ!-replicó él, alcanzando el teléfono y preparándose para colgar.
-Louis...
-¿Qué?-alargó la e tanto que tuve que taparle la boca. Mi Louis estaba regresando.
-Te queremos. Los dos. Sabes que eso no va a cambiar nunca, ¿no?
-Síiiii.
-No agobies a Eri.
-Eso ya me lo has dicho. Mamá, en serio, ¿puedo colgar ya? Estoy empezando a agobiarme yo.
Jay se echó a reír.
-No es por ti.
-Ya lo sé. O lo supongo, porque no me quieres decir por qué-hizo una  mueca y se encogió de hombros.
-No te lo diremos por teléfono.
Gruñó.
-Tenías que intentarlo-repliqué, besándole en la mejilla.
-¿Estáis en casa?
-Sí-contestamos los dos.
-Ah, es que... oigo murmullo como... de agua.
Nos quedamos mirando un rato, tan quietos como nos era posible.
-Vale-replicó Jay-, ya lo he entendido, estoy... interrumpiendo. Sí. Esto... voy a colgar ya. Mira a ver lo que haces, ¿eh, Louis?
-Sí.
-Y Eri, ármate de paciencia durante estos días. La necesitarás.
-Siempre es un placer tenerlo cerca, Jay-comenté yo, ganándome una sonrisa y un beso como recompensa.
-Ya verás al final de la semana. Estarás rezando porque decida marcharse-se cachondeó ella, y las dos mujeres nos echamos a reír.
-Sigo delante, por si no os habíais dado cuenta.
-Ya lo sé, mi vida. Cuida de él, ¿quieres, querida?
-Eso siempre, Jay.
Nos despedimos de ella y Louis sostuvo el teléfono. Colgamos y nos miramos el uno al otro.
-Tenemos que llamar a los chicos; deben de estar preocupados.
Asintió.
Salimos rápidamente de la bañera, nos secamos a toda velocidad, temiendo que mis padres volvieran y nos pillaran de esa guisa, lo que conllevaría que a mí me desheredarían y a él intentarían matarlo...
Mientras me secaba el pelo, se me quedó mirando.
-Eri...
Apagué el secador y lo miré.
-¿Qué?
Me tomó de la cintura y me pegó contra él.
-Nada, que... yo también estoy enamorado de ti.
Besó mi sonrisa, como ya era costumbre en él.

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