Había sido una niña mala, les había mentido diciéndoles que no iba
a ir a buscarles al aeropuerto... y, bueno, técnicamente no les estaba buscando
en el sentido en que nosotros pensábamos en ello, no había ido a
"recogerlos".
Estiré la mano con el disco que había comprado esa misma tarde con
Gemma y esperé pacientemente a que una de las zarpas autografiadoras de los
chicos se posara en Up All
Night.
Sonreí para mis adentros cuando sentí la mano de Louis presionar
el disco mientras hablaba con Harry, sin prestar apenas atención a lo que
hacía. Varias chicas se me quedaron mirando, alucinadas, pero negué con la
cabeza para que no hicieran nada. Ellas asintieron, y rápidamente se olvidaron
de que Eri, la novia de Louis, estaba allí, a su lado, y él aún no lo sabía.
Una morenita le dio un codazo a su amiga para que me hiciera
sitio. Me acerqué a las vallas protectoras y esperé a que Niall llegara hasta
nosotras. Frunció el ceño cuando llegó a mí, se me quedó mirando, con la mano
posada en mi disco, su autógrafo a medio hacer.
-En España acabamos lo que empezamos, hermano.
Niall se echó a reír, terminó su rúbrica y sonrió.
-¿Qué haces ahí?
-Conseguir autógrafos. ¿No lo ves?-espeté, cogiendo los discos de
las chicas que tenía detrás y pasándoselos.
-Louis acaba de pasar.
-Lo sé-repliqué, inclinándome hacia delante. Louis miraba en
dirección contraria a mí, se reía de algún comentario que había hecho Harry.
No veía a Alba ni Noe por ninguna parte.
-¿Lo llamo?
-Me harías un gran favor-me quité el flequillo de la cara mientras
Niall llamaba a sus amigos. Apoyé le codo en la valla, aburrida, y alcé las
cejas cuando Louis se giró y miró al irlandés. Niall me miró a mí.
Los ojos de mi novio se clavaron en mí, por fin, y su mirada se
iluminó cuando me vio.
-Buenas noches-sonreí-. Veo que eres muy profesional, no te sales
de tu línea ni aun teniendo a tu chica aquí.
Varias personas silbaron por semejante pulla, pero no contaban con
algo: mi contrincante era Louis Tomlinson.
El príncipe de las puñaladas.
El rey de los insultos.
-No como otras, que, además de poco profesionales, son mentirosas.
Sonreí, Harry me alzó la mano y continuó con su labor.
-¿Qué haces ahí?
-Conseguir autógrafos originales. Siempre es mejor cuando los
firmáis vosotros-sacudí el disco en el aire y Niall se echó a reír.
Louis se relamió los labios, y, de repente, la atmósfera entre
nosotros cambió.
-Sal de ahí-susurró por lo bajo, con un tono de voz ronco,
excitado. No sabría decir si alguien notó ese cambio en su voz, pero poco me
importaba en ese instante. Le había echado de menos, muchísimo.
Esto de dormir con él más de una semana había sido matador para
mis hormonas. Y acostarme con él una semana seguida había sido
insoportablemente delicioso.
-No puedo-repliqué, coqueta. Varias chicas soltaron risitas tontas
a mi alrededor. Louis me recorrió de arriba a abajo, seguramente decidiendo si
iba vestida o no.
-¿Podéis parar?-preguntó Liam desde el otro extremo del pasillo
que se había formado, ocupado en la misma tarea que sus compañeros.
-Cortaos un poco-nos provocó Zayn. Louis alzó una ceja en su
dirección.
-O id a un hotel-sugirió Harry, pasándole un brazo por los hombros
al mayor de todos, y sonriendo.
Louis hizo una mueca, seguramente pensando lo mismo que yo.
Tardaríamos demasiado.
Se me quedó mirando un momento y los dos nos echamos a reír. Sí,
habíamos pensado lo mismo.
-Ayudadme a sacarla-le pidió a los demás. Niall me cogió un brazo,
Louis otro, y los dos me alzaron sobre la valla para dejarme en el suelo un
segundo después.
Louis me miró un segundo.
-Estoy trabajando.
-Ya lo sé-sonreí e hice un gesto con la mano para quitarle hierro
al asunto. Me besó la cabeza y rápidamente se volvió con las fans. Noté varias
decenas de ojos posarse en mí, pero yo me limité a mirar a los chicos, mirar
cómo firmaban, cómo se hacían fotos con ellas. Sus bocas se ensanchaban en
enormes sonrisas, sonrisas que solo se mostraban tan grandes cuando estaban con
ellas.
Noté unos toquecitos en el hombro y me volví. Noemí y Alba me
sonrieron.
-Hola-saludaron a la vez, perfectamente sincronizadas.
-Hola-susurré, sonriéndoles.
Ni abrazos, ni besos.
Las cosas estaban realmente extrañas entre nosotras. ¿O debería
decir, simplemente, mal?
Noemí no paraba de toquetearse la mano.
-Bonito anillo-dije, señalándole el anular. Me guardé el
comentario sarcástico de que el mío no tenía nada que envidiar.
-Gracias-musitó, poniéndose colorada por primera vez en hacía
mucho tiempo, contemplándolo-. Me lo ha regalado Harry.
-Es bonito-añadí, encogiéndome de hombros, y aguantándome las
ganas de restregarle por la cara mi anillo con dos brillantes de Tiffany. Estaría mal, porque
parecería que estaba con Louis por lo que me regalaba, cuando nada más lejos de
la realidad.
Fui delante de ellas a la salida de la terminal, dándole un codazo
en la espalda a Paul cuando pasé a su lado. Los chicos estaban demasiado
emocionados y ocupados con las Directioners como para ver cómo se desquiciaba
su guardaespaldas porque no era capaz de controlar a los cinco a la vez.
Me apoyé en el coche de los chicos, que había traído un taxista
hasta allí, y les sonreí cuando llegaron. Dejé que me estrecharan entre sus
brazos, y los estreché yo, salvo a Louis, al que besé con un descaro y una
pasión que nosotros solo conocíamos los viernes. Solo los primeros besos de un
fin de semana cargado de ellos sabían y eran como aquel que nos dimos.
-Te he echado de menos-susurró, acariciándome la cintura. Sonreí,
me puse de puntillas y volví a besarlo, con mi brazo alrededor de su cuello.
-Mira que ir la ciudad del amor y no suplicarle a tu novia
que te acompañe.
-Si te hubiera suplicado, ¿habrías ido?-inquirió, medio divertido,
medio arrepentido. Negué con la cabeza.
-Nos ha venido bien esto.
-Habla por ti.
-No puedo.
-Pues no hables por mí-replicó, inclinándose él esta vez para
besarme en la boca. Niall bostezó, Zayn tiró de él.
-Vamos, Romeo. Tengo sueño.
Louis gruñó por lo bajo, me abrió la puerta y me hizo un gesto
para que me metiera dentro. Se metió tras de mí en el coche y cerró. Se estiró,
se medio tumbó y me alzó las cejas. Me eché a reír.
-Oh, Dios. Ya empezamos-gimió Liam. Louis sonrió en su dirección.
-¿Qué, hombre?
-Nada-sacudió la cabeza, con una sonrisa socarrona en los
labios.
Mis niños,
pensé con cariño, aun sabiendo que yo era la segunda más pequeña allí.
-BooBear no te sacaba de su boca, Eri-se burló Harry. Louis puso
los ojos en blanco.
-Tío, ni que...
-Tenías que verlo borracho. Oh,
Eri-empezó, sacudiéndose y cambiando la voz a un registro mucho más agudo,
haciendo que mi novio frunciera el ceño-, ¿por
qué me has dejado solo? ¿Ya no me quieres? Oh, Eri, cuánto te echo de menos.
Louis le dio una colleja.
-Cierra la boca, Rizos.
-¿Te emborrachaste?-fruncí el ceño y lo miré con los ojos como
platos. Volvió a poner los ojos en blanco.
-Sabías que iba a hacerlo.
-Quiero estar ahí cuando te emborraches.
-Yo no quiero que estés ahí cuando me emborrache-gruñó el por lo
bajo. Me acerqué a él y me acurruqué contra su pecho mientras Liam enfilaba el
camino hacia la autopista, saliendo, por fin, del aeropuerto.
-¿Por?
-Porque a ver si te voy a hacer algo-susurró contra mi cabeza.
Cerré los ojos, meciéndome por su respiración.
-No podrías hacerme nada ni aunque quisieras. Eres un amor, Lou.
-Soy capaz de insultar a los chicos. Así que imagínate qué podría
hacerte a ti, que eres la que de más mala leche consigue ponerme-me acarició la
cintura, y yo no pude evitar sonreír.
-No me harás nada.
-Prefiero no ponerme a prueba.
Alcé la vista y nadé en el mar de sus ojos.
-Te quiero. Muchísimo.
-Oh, Dios, ya empiezan-gimió Alba. Le di una patada en plena
cabeza. Muy suave, eso sí.
-Cállate, me cago en tu madre ya-gruñí. Louis sonrió.
-Yo también te quiero, nena.
-Creo que voy a vomitar-se burló Zayn. Louis le dio un guantazo a
mano abierta.
-Iros a la mierda. Todos. Ya.
Me incliné hacia su oído.
-Será la última borrachera.
-Oh, no, ni de coña. Necesitaré emborracharme cuando cumpla 21.
¿La penúltima?
-De acuerdo,-asentí-, la última.
Volví a besarlo, despacio, muy despacio, como si fuera a
rompérseme. Como si estuviera hecho de humo y la más mínima presión fuera a
hacer que se esfumara entre mis labios.
Ellos comenzaron a contarme cosas sobre la estancia en Italia, el
día anterior, y Alemania, ese mismo día. Era viernes por la noche, y yo llevaba
sin verlos desde el miércoles. Les había echado muchísimo de menos, no pensaba
que tan poco tiempo fuera a afectarme tanto.
Entre beso y beso, el ambiente entre Louis y yo se cargó. Nuestras
caricias se volvieron más profundas, nuestros labios, menos dubitativos. Cerré
los ojos y me dejé llevar cuando una de sus manos se metió bajo su camiseta y
me recorrió lentamente el vientre, encendiéndome.
Recordándome qué usos alternativos tenía ese espacio entre mis
piernas.
Me sonrojé al recordar qué había deseado más fervientemente aquel
9 de septiembre en la encimera de su casa, en el tercer polvo que había echado
en mi vida. El tercer polvo con él, que era el primero, el único.
Y estaba decidida a hacer de él el último.
Mis manos se enredaron en su pelo mientras mi lengua empujaba la
suya lenta pero sensualmente.
Tiró de mí para sentarme sobre él, se quitó el cinturón y me lo
pasó por delante. Sonreí, con la espalda pegada a su pecho, y acaricié el cinto,
que me pasaba entre los míos. Cerré los ojos y apoyé la cabeza en su hombro. Me
besó el cuello, y no tardé en imitarlo.
-Me dejaste solo-me recriminó, sin poder creérselo del todo. Sus
manos estaban ahora en mis caderas, acariciándome despacio ese hueso que se
alojaba bajo la piel, destrozándome los nervios, haciendo que deseara mil y un
hijos suyos.
-Lo siento-susurré en su mandíbula. A ese juego podíamos jugar
dos.
-No, no lo sientes. Aún no. Te vas a enterar de a quién el dijiste
que no, nena-su voz sonaba ronca. Me clavó las uña en las caderas, y yo gemí-.
Vas a suplicarme que pare.
Noté un torrente cálido llegar hasta el centro de mi ser, y él me
tapó la boca para ahogar mi gemido.
-Louis...
-Mm.
-Te deseo.
-Ya lo sé. Estarías mal de la cabeza si no lo hicieras-sonrió.
-Eres un puto creído.
Se echó a reír.
-Es uno de mis muchísimos encantos, nena. Pero lo digo muy en
serio. Vas a acordarte de mí. Vas a suplicarme que pare.
Una de sus manos bajó hasta mi pantalón, sus dedos exploraron por
debajo.
Ahora, no, con ellos no. Si me tocas ahí, no responderé de mis
actos.
Sonrió para sus adentros, besándome el cuello, y continuó bajando
la mano, piel contra piel. Tiró un poco del cinturón de mis pantalones para
desabrochármelo, asegurándose el camino.
-Lou...
-Confía en mí-me instó, besándome el cuello. Cerré los ojos,
concentrándome en su mano y su boca. Solo existían su mano, y su boca.
Bueno, y aquella erección que estaba creciendo debajo de mí. Pero
estaba demasiado distraída con su mano como para darme cuenta de aquello.
-¿Qué es lo que no tienes que hacer?
-Decirte que no.
-¿Cuándo?
-Nunca.
Aquello me sonaba. Me sonaba mucho.
-Porque, si lo haces, ¿qué pasará?
-Que me vas a hacer suplicar.
Llegó a ese punto donde yo más lo deseaba. La erección cobró pleno
protagonismo.
-Podría hacértelo aquí mismo-gruñí contra su cuello,
mordiéndoselo. Me dedicó una sonrisa de autosuficiencia.
-¿Por qué no lo hacemos?-sugirió, zalamero.
-Porque no. Por ellos. No será porque ninguno se vea incapaz.
-Tú no te lo ves, desde luego-replicó, moviendo sus dedos-.
Podríamos inundar el Sáhara con esto.
-Niño, no me hace ni puta gracia-espeté en voz más alta, y todos
se giraron para mirarnos. Y él, ¡la madre que lo parió!, no sacó la mano de mis
vaqueros.
-Es la verdad, nena.
Noté cómo me sonrojaba, por dentro y por fuera. No podía estar
haciéndome eso, allí, justo allí. Nunca me lo había hecho, no tan
descaradamente, era cierto que a veces, yo llevaba "casualmente" una
falda, y él dejaba caer "casualmente" su mano en mis muslos, pero...
Joder. Tenía la mano metida en mis pantalones. ¿Cómo se suponía que iba a
manejar eso?
-Sé de alguien que te ha echado de menos mucho. Muchísimo-me
sorprendí diciendo a mí misma. Podía ser una auténtica golfa cuando me lo
planteaba. Los demás ya no nos miraban, solo Alba tenía su vista clavada en
nosotros dos. Cuando crucé los ojos con ella, noté que estaba mirando
precisamente al centro de mi vergüenza y mi placer a partes iguales. Suspiré,
alcé las cejas y fruncí el ceño en su dirección. Ella me devolvió el
fruncimiento y se giró para mirar hacia delante, apoyando su cabeza al lado de
la de Liam, que, concentrado en la carretera, no le dio más importancia a lo
que ella hacía.
Le mordisqueé el lóbulo de la oreja a Louis, que parecía demasiado
ocupado en sentir mis dientes contra su piel como para seguir moviendo la mano.
Bien. No necesitaba más distracciones ni más movimiento, tenerlo allí, tan
cerca, tan deliciosamente cerca, era distracción suficiente.
-No te vas a librar esta noche.
-No pensaba hacerlo-ronroneé contra él, que sonrió y gimió cuando
le clavé los dientes en la mandíbula, en el punto donde a él más le gustaba.
-Louis, ¿en serio?-Liam frunció el ceño por el espejo retrovisor.
Louis puso los ojos en blanco.
-Ha sido ella.
-Si pego un frenazo os encantará.
-La aplastarás. Tú mismo-gruñó, pero soltó el cinturón y me empujó
delicadamente para que me quitara de encima de él. Hice pucheros, pero él negó
con la cabeza.
-Te necesito entera para matar a Niall de la risa-se excusó. Todos
nos echamos a reír, Liam tan solo se permitió una sonrisa. Zayn se giró y me
puso cara rara, yo le devolví el gesto, y continuamos el viaje haciéndonos
muecas el uno al otro, intentando hacer que nuestro contrincante se riera. No
era tarea fácil que Zayn se riera cuando hacías una mueca, pero yo tampoco me
quedaba atrás. Solo consiguió sacarme una sonrisa cuando puso los ojos en
blanco, colocó en su cara una sonrisa boba y murmuró:
-¿Sabes quién soy?
Negué con la cabeza, aunque me hacía una idea.
-Tu novio.
Me habría echado a reír de no haber estado segura de que a Louis
le entrarían ganas de darme una bofetada pero, como al fin y al cabo,
seguía siendo yo, una chica, su chica, simplemente se cabrearía,
sonreí.
Y Louis recompensó a su amigo devolviéndole la misma cara, como
diciendo gilipollas de mierda, sacudiendo
la cabeza y mirando por la ventana para distraerse.
Se me secó la boca cuando contemplé al pequeño monigote haciendo skate en su brazo. Debería ser ilegal
que alguien tuviera el brazo tan fuerte.
Debería ser ilegal que Louis en sí existiera. Y debería ser ilegal
que yo fuera lo suficientemente imbécil como para estar pensando en eso
precisamente. No debería quejarme porque tenía demasiado, mucho más de lo que
me merecía. Debía callarme y disfrutar con lo que me habían dado, sufrieran lo
que sufrieran mis ovarios.
Llegamos a casa y nos sorprendimos a nosotros mismos no
violándonos el uno al otro en la misma puerta, sino que conseguimos subir a
nuestras habitaciones como personas civilizadas.
Tiré del brazo de Louis cuando pasó al lado de mi habitación,
cerré la puerta y lo pegué contra mí. Devoré su boca como hacía mucho tiempo no
había devorado nada. Cuando me quise dar cuenta, estaba en sus brazos, con la
espalda contra la pared, el pelo revuelto, mezclándose con nuestra saliva. Pero
él, que parecía no haberlo notado, no se había quejado, a pesar de que
resultaba bastante asqueroso tener pelos continuamente rascándonos las lenguas.
Sus labios se cerraron en torno a los míos, y pensé que aquello
era le final. Me despertaría en mi casa, bañada en sudor, para descubrir que
nada de aquello era real: seguiría siendo la chica gorda y amargada que no
tenía otra cosa mejor que hacer que estar todo el rato jugando a juegos por
Internet.
Pero no. Louis estaba allí, sus fortísimos brazos me sujetaban,
derritiéndome en lo más profundo de mi ser, y en lo no tan profundo. Me coloqué
un par de mechones de pelo detrás de la oreja, decidiendo que si a mí no me
daba asco, era porque su boca estaba allí, y todo lo que estuviera en su boca
me sabría delicioso.
Seguramente incluso aquel órgano que nos hacía a las mujeres me
resultaría un manjar probado de sus labios.
Me detuve en seco, alarmada por dónde iban mis pensamientos. ¿Y
si...?
-¿Qué?-sonrió él contra mis dientes. Noté cómo el calor que se
extendía por mi sexo subía hasta mis mejillas, poniéndome colorada en décimas
de segundo. Negué con la cabeza.
-Nada.
Asintió una sola vez, sus ojos, (Dios, qué ojos más bonitos)
clavados en los míos, intentando dilucidar lo que se cocía detrás de aquel
chocolate. Parpadeé y le sostuve la mirada, me perdí en aquel mar y no me
preocupé de naufragar y de que no me encontraran, de ahogarme allí... se estaba
a gusto entre sus brazos.
-¿Estás cansado?
Di que no. Necesito que me hagas tuya.
-Un poco-confesó.
Recorrí sus bíceps, hinchados por el esfuerzo de tenerme
suspendida en el aire, me deleité con la suavidad de ellos y, sin levantar la
vista de mis dedos en su piel, susurré:
-Puedes bajarme, si quieres.
Me obedeció. Eligió ese preciso instante de su vida para
obedecerme por primera vez. Procuré no poner cara de tristeza, dándole a
entender que estaba bien que no me estuviera echando el polvo de mi vida contra
la pared, en la cama, en el suelo o en el baño, donde fuera, cuando en realidad
eso era precisamente lo que yo quería.
-Vamos abajo a cenar-sugirió, haciéndome caso omiso. Bien, Louis, bien. Me vuelvo
anoréxica durante cuatro días y te pones de mala leche; quiero que me eches un
polvo y se me nota a la legua, y pasas del tema. Me encanta esa cualidad tuya
de elegir qué es importante y qué no.
Sacudí la cabeza, sacándome ese pensamiento estúpido de la mente.
¿Qué mierda me pasaba? Yo nunca me comportaba así. Nunca le pedía más de la
cuenta, hacer nada que él no quisiera...
Nunca le había zorreado a un repartidor de pizza.
Nunca había metido el número de un tío al que apenas conocía en el
móvil.
-Tengo que contarte algo-espeté casi sin pensar, aunque era lo
mejor que podía hacer. Contárselo. No le estaba poniendo los cuernos. Solo iba
a avisarle de que cabía la posibilidad que sacara mi yo más estúpido cuando él
no andaba cerca. Me miró, se apoyó en el marco de la puerta y se pasó una mano
por el pelo.
Oí una explosión en mi cuerpo, entre las caderas. La bomba atómica
de Hiroshima habría sido nada comparado con aquello que me sacudió.
Pam. Adiós
ovarios.
-¿No puede esperar?
Vuelve a pasarte la mano por el pelo de esa manera y tendrás que
esperar por tus hijos, chaval.
Me encogí de hombros.
-Supongo.
-Si quieres decírmelo ahora, ya sabes que...-descruzó los brazos y
me mostró las palmas de las manos. Le interesaba.
-No importa, es igual. Puede esperar-asentí, dando un paso hacia
delante y entrelazando mis dedos con los suyos.
-Guay-murmuró, posando su boca en la mía, y la sonrisa reflejada
en sus ojos.
Si le quitas esa sonrisa, te partiré la boca, zorra, me amenacé a mí misma.
Hubo otra cosa que no se hizo de rogar, algo a lo que no tuvimos
que esperar demasiado. Después de cenar, lavarnos los dientes y quedarnos un
rato tirados en el salón, todos juntos, viendo la tele, cada uno subió a su
respectiva habitación. Yo estaba entrando en la mía, dispuesta a coger el
teléfono y meterme en la de Louis (no estaba lo suficientemente loca como para
no intentar meterme en su cama), cuando noté unas manos abrazándome la cintura.
-¿A dónde vas?-inquirió, zalamero, besándome el cuello. Cerré los
ojos y no contesté; no me dio tiempo-. Eres mía esta noche. No te vas a librar
tan fácilmente.
-Mm.
-Me debes algo.
Sí, es verdad. Varios orgasmos, un par de polvos, y bebés. Muchos
bebés.
-¿En serio?
Me arrastró hasta su habitación, cerró la puerta de una patada y
me tumbó en la cama. Cuando quise darme cuenta estaba encima de mí, recorriendo
mi cuerpo con su boca.
Me di cuenta inmediatamente de que la ropa sobraba.
Tiré de su camiseta y le ayudé a quitársela, él hizo lo mismo la
mía. Nos desnudamos rápidamente, nos contemplamos el uno al otro un buen
pedazo, sin parar de besarnos, acariciarnos y, por qué no, hacernos cosquillas.
Me contempló en mi total esplendor: debajo de él, húmeda,
preparada para que me hiciera suya de mil maneras posibles. Me mordí el labio
inferior, contemplando su pecho, contemplando su rostro, sus ojos, su boca. Me
apetecía muchísimo morder aquellos labios. Me incorporé lo justo y necesario
para hacerlo, y tiré de él hacia abajo, clavándole las uñas en la espalda, con
sorprendente delicadeza. Gimió.
-¿A qué estás esperando?
-A que palpites cuando entre en ti.
Oh.
Dios.
Mío.
-Me vacilas-repliqué por lo bajo, cogiéndole la mano y
llevándomela a un pecho. Me lo acarició, sopesó, sin rechistar.
-Para nada.
-Ya estoy palpitando, Louis-supliqué, cerrando mis dedos en su
muñeca y llevándole la mano mucho más abajo. Su erección creció un poco más; la
verdad es que no lo consideraba posible.
-No es suficiente.
-¿Quieres tenerme de mala leche?-sonreí, bajando lentamente por la
cama, tirando de él para colocarlo boca arriba.
Una sonrisa divertida se implantó en su rostro.
-¿A dónde vas?
-A palpitar, ¿a ti qué te parece?-sonreí, sentándome sobre él y
deslizándome lentamente hacia sus caderas. Me contempló los pechos.
-Bonita vista.
-Ya verás lo que viene luego.
Estiró la mano y me acarició la piel alrededor del ombligo,
llevando corrientes de fuego por allí. Llevó sus dos manos hasta mis caderas,
yo entreabrí la boca y cerré los ojos. Mi pelo cayó en cascada por mi espalda
al echar la cabeza hacia atrás.
Él se incorporó también, y empezó a torturarme besándome el pecho.
Enredé mis dedos en su pelo y lo acerqué aún más a mí.
-¿Eri?
-¿Qué?
-Ya estás palpitando.
Me eché a temblar de puro placer. Ya era hora, por fin. Después de
casi cuatro días, iba a acostarme de nuevo con él.
Me alzó sobre sí, sujetándome siempre por las caderas, y me
contempló con ojos brillantes. Sonreí al pensar que parecíamos el mono y el
león de la primera escena de El Rey León, se lo comenté, y se echó a
reír.
Y, mientras aún nos reíamos, me dejó caer, y me penetró.
Ahogué un grito y me dejé caer contra él, que me besó el hombro y
fue subiendo hasta arriba.
-Quieto-susurré cuando se movió dentro de mí.
-¿Por qué?
-Siento algo.
Se apartó lo justo para poder mirarlo.
-¿El qué?
Clavé mis ojos en los suyos.
-Palpitaciones.
Sonrió.
-¿Creías que te estaba vacilando?
-Sí-asentí, avergonzada, bajando la cabeza.
-¿Tengo pinta de aplazar lo inevitable, nena?
Como me llamara nena una sola vez, bueno... en menos de un año
tendría trillizos lloriqueando en una cuna.
Colocó sus dedos bajo mi barbilla y me obligó a levantar la
cabeza.
-Dirígenos tú, Eri.
Alcé una ceja.
-Haz que nos corramos los dos.
-Te vas a acordar de esta, Tommo. Te vas a acordar-le prometí,
empujándolo sobre la cama y moviéndome sobre él, dejando que entrara y saliera
a mi antojo, mientras él no paraba de tirar de mí para besarme en la boca.
Salió y entró varias veces, y yo llegué demasiado pronto. Me sujetó por las
caderas y gruñó con voz ronca.
-No, espera, por favor.
Volví a echarme a temblar cuando su lengua llegó a mis pezones, y
sus dientes jugaron con ellos a su antojo.
Me rompí y, segundos después, él también se rompió. Nos corrimos
los dos, gritando el nombre del otro en nuestras bocas.
-Te quiero-susurró de repente, en un espacio en el que me
esperaría un te deseo o eres preciosa.
-Y yo a ti. Muchísimo-respondí, acariciándole la mejilla. De
repente, estábamos los dos indefensos, sin poder luchar el uno contra el otro.
Era un niño pequeño. Mi niño. El niño por el que yo mataría, moriría, si hacía
falta, con tal de que se mantuviera como estaba.
Negó con la cabeza.
-No. No lo entiendes. Te quiero muchísimo. Más que a nada ni a
nadie. Nunca he sentido esto, Eri-sus ojos eran cristalinos como el agua, como
las palabras que estaba pronunciando-. Nunca nadie me ha ayudado y apoyado
tanto como tú.
Noté cómo me sonrojaba de nuevo. Tampoco me parecía que fuera para
tanto, yo solo estaba haciendo lo que se suponía que una buena novia hacía.
Apoyar a su novio incondicionalmente; pasara lo que pasara, estar siempre ahí
para él.
-Como sigas estando ahí para todo lo que yo necesite, terminaré
pidiéndote que te cases conmigo.
-Estaré.
-Cásate conmigo.
-Como me lo vuelvas a pedir, te diré que sí.
-¿Necesitas una segunda vez?
-No, porque mi nombre encaja a la perfección con tu apellido.
Susurró mi nombre de casada, el nombre con el que deseaba morir,
el nombre para el que estaba destinada desde que nací. Suspiré, me estremecí, y
pegué su rostro al mío para poder besarlo mejor.
Los rayos de sol nos acariciaban, aún perezosos, pues no tenían la
fuerza suficiente para clavarse en nuestras pieles. Seguramente cuando el día
avanzara un poco el sol conseguiría calentarnos un poco, pero no en esa mañana.
Me estiré bajo él y dejé que me besara lentamente el pelo.
Eri Tomlinson.
Sonaba bien.
Sonaba muy, muy bien. Y a él parecía gustarle ese nombre, lo que
lo hacía más bonito aún.
Llevó sus dedos por mi costado hasta mi cintura, y me acarició
suavemente.
-Hazme el amor, Lou-le pedí, mirándole a los ojos. Sonrió.
-¿A estas horas de la mañana?
-Yo no dejo de quererte por muy temprano que sea.
-Eso es profundo-sonrió para sí, no pude evitar devolverle la
sonrisa. Qué sonrisa tan perfecta, tan preciosa; y lo era más porque yo era la
causa de ella, porque yo conseguía hacer que apareciera en su rostro. Se metió
entre mis piernas y me acarició suavemente los muslos, juguetón.
-¿Así?-inquirió. Asentí, y frunció el ceño-. ¿Por qué? Sentimos
los dos más cuando tú estás encima.
-Tú lo haces con más cuidado.
-Eso es verdad-asintió con la cabeza, besándome el cuello. No me
habría importado que llevara un colgante al cuello y este rebotara en mi pecho,
siempre lo había visto en las películas y me había encantado la impresión que
daba, tan tierna, tan sensual... le acaricié el pelo y separé un poco las
piernas. No me hizo esperar, entró en mí despacio, me hizo el amor lentamente,
como aquella primera vez, en aquella misma ciudad pero en distinta calle, casa,
habitación, cama... y seguía siendo el mismo con el que había perdido la
virginidad, aquel al que se la había entregado sin dudar ni un segundo. El que
me había querido desde siempre, incluso antes de ser bonita y merecerlo como mi
físico podía hacer que lo mereciera ahora. Nos dejamos llevar despacio, entregándonos
al otro como en una barca sin remos en un mar en calma, a merced de las
corrientes.
Una vez terminamos, nos miramos un rato en silencio, a los ojos, y
no necesitamos decirnos nada para entender de qué deseábamos hablar. Bueno, yo
quería hablar con él de aquello, a él no le apetecía realmente que tocara el
tema. Y, como era su día, como estaba allí para apoyarle e iría donde me
llevara para apoyarle, me mantuve callada, a la espera de que decidiera en qué
momento quería hablar de la estrategia que íbamos a adoptar cuando llegásemos a
Doncaster.
No se me escapó el hecho de que cuando inició la conversación no
salió de mí. Y a mí me apetecía muy poco que lo hiciera, se estaba a gusto con
él dentro. Estaba bien no sentir esa sensación de pérdida cuando se retiraba,
el vacío cuando ya no estaba...
-Estoy nervioso, amor.
Me estremecí de placer al oír aquella palabra, una de mis
favoritas, salir de sus labios, mis favoritos.
-Estaré contigo-le acaricié la cara interna del brazo y sonreí. Él
contempló la sábana con sus perfectos ojos y tiró de ella hasta cubrir media
espalda, de forma que cayera sobre mí como si estuviera metida en una tienda de
campaña, a su merced.
-Lo sé, Eri. Lo sé. Es solo que... por primera vez en mi vida
vuelvo a casa, pero no siento ya que Doncaster sea mi casa.
-Siempre lo será. Pase lo que pase tu familia te querrá igual.
-Lo sé.
-Serían imbéciles si no lo hicieran. Eres un encanto,
Louis-suspiré, le besé en los labios y me dejé caer; mi pelo se esparció por la
almohada. Él me contempló con sincero amor, desnuda debajo de él, total e
irrevocablemente suya de un modo en que nunca llegaría a serlo para ningún
otro, ni aunque me lo propusiera, algo que se me antojaba muy improbable.
-Me gusta cuando me miras así-confesé, jugueteando con mi anillo.
Se apoyó en sus codos, tumbándose sobre mí, y, sin apartar sus ojos de mi
expresión, se posó lentamente en mi pecho. Cerré mis brazos automáticamente
alrededor de su cabeza y suspiré. No me importaría quedarme así el resto de mi
vida, toda la eternidad, hasta que el mundo se acabara, el tiempo se
detuviera... cualquier momento sería poco.
Lejos de todo. De mi casa, mis padres, el pánico absoluto que le
tenía al lunes, cuando me separaría de él. La impaciencia por lo de Simon, el
nerviosismo por la negativa que se materializaba en el horizonte, y que sin
embargo no podía ser...
Lejos incluso de preocuparnos si el condón se había roto y yo
tendría que tomar, por primera vez en mi vida, la píldora. Pero no en ese
momento, ya nos ocuparíamos de todo eso más tarde.
Ahora solo existía lo que había dentro de aquella cama.
-Tú me miras así siempre-susurró, besándome el colgante de la
estrella que no recordaba haberme puesto esa mañana, aunque, si lo pensaba
bien, tampoco recordaba haberme quitado de noche.
Nos quedamos así, él sobre mí, yo abrazándole, durante lo que pudo
ser una hora. Una hora que a mí me supo a cinco minutos.
-Deberíamos levantarnos ya-terminó murmurando por fin, su aliento
me acarició el pecho. Me encogí de hombros.
-Se está bien aquí dentro.
-Dímelo a mí-replicó, levantando la cabeza y mirándome. Nos
echamos a reír.
Se incorporó y se deslizó fuera de mí, a lo que yo respondí con un
puchero y un suave nooo... que hizo que se riera aún más.
-Nunca he salido y me he quedado siempre fuera.
Noté cómo me sonrojaba, y no precisamente de vergüenza.
-Louis Tomlinson, ¿teniendo razón en algo? Dios mío, el mundo se
va a la mierda-me burlé, saliendo de la cama y paseando mi desnudez hasta su
armario. Con una sonrisa sarcástica en los labios, sonrisa que no me importaría
morder, se tumbó de lado y me contempló mientras me estiraba a coger una de sus
sudaderas del armario.
Me giré y lo pillé mirándome el culo. No se cortó un pelo,
continuó con sus ojos fijos a esa altura de mi cuerpo. Alcé las cejas, me puse
una de sus camisetas y luego una sudadera. Gimió cuando descubrió que me
quedaban de vestido, y me recorrió de arriba a abajo. Noté una chispa en su
mar.
-Te gusta que lleve tu ropa, ¿eh?
-Es como si todavía te estuviera abrazando.
-Oh, amor, eso es muy bonito-sonreí, mirándole.
Joder, primero lo del matrimonio, y ahora esto. Definitivamente
podía destrozarme el amor propio si continuaba así y luego me exigía que me
convirtiera en su esclava para seguir escuchando aquellas palabras.
Cogí sus vaqueros y se los enseñé.
-¿Me entrarán?
-Te van a quedar largos.
Fruncí el ceño.
-Quiero decir-se explicó, no es que yo sea Michael Jordan-hizo un
gesto con la mano para que me guardara la respuesta socarrona que escalaba a
grandes zancadas por mi garganta-, pero no es que tú seas muy alta,
precisamente, nena.
-¿Me estás llamando enana?-me burlé, con un tono enfadado, aunque
no me sentía ofendida en absoluto. Mi tono pareció ser lo suficientemente bueno
como para pasar por verdadero.
-No, amor-se levantó, caminó hacia mí y me abrazó la cintura.
Procuré no pensar en que lo tenía desnudo detrás de mí. Me besó el cuello-,
tienes la altura perfecta. Me gustas así, porque si te da la gana, te pones
tacones y me alcanzas, pero no me superas.
Sonreí, sacudí la cabeza en su dirección y metí los dos pies por
sus vaqueros. No pensaba ponérmelos para andar por casa, estaba a gusto con su
ropa, pero tampoco era para tanto, pero tenía curiosidad por saber si me
entrarían.
-No me caben-lloriqueé, estupefacta. Los patos se giraron y
preguntaron ¿qué?
La reina de Inglaterra dejó su taza de té a medias y espetó ¿qué?
La Tierra se detuvo y preguntó ¿qué?
Los alienígenas detuvieron su disección y murmuraron con acento de
cowboys ¿qué?
¿Hola? Louis tiene más culo que yo. Bueno, casi. Más o menos.
¿CÓMO NO ME VAN A SERVIR SUS VAQUEROS?
-Tienes más cadera que yo.
-Ya-susurré. ¿Eres
boba o algo, Eri? ¿Cómo no se te ha ocurrido a ti? Pues claro que tienes más
cadera que él. Se supone que tú tienes que meter un bebé entre tus caderas,
gilipollas.
-Estaríamos buenos si fuera al revés.
Me giré en redondo y me acerqué a él, recordando de repente algo
relacionado con mis caderas y las suyas. Le levanté la camiseta y sonreí.
-¿Qué pasa? ¿Qué miras?
-Si tienes la línea de la V.
-¿Qué es eso?
Las recorrí con el dedo índice, y se estremeció.
-Las líneas de V son, amigo mío, las líneas más sexys que un chico
puede tener. Y tú las tienes.
Se echó a reír y nos besamos.
-Es que yo soy una bomba del sexo.
Alcé una ceja y me lo quedé mirando.
-Será que tienes buena compañía.
-Será que he hecho-tiró
de mí para pegarme aún más contra él, juguetón- buena compañía.
Bajamos a la planta baja, donde cada uno hacía lo que le venía en
gana, como venía siendo ya natural en aquella casa: Alba jugaba con su conejo,
Noemí y Harry se enrollaban en el sofá, Zayn y Liam miraban la tele con
gesto distraído, aburridos el uno del otro, seguramente, y Niall se sentaba en
el sillón donde yo leía ojeando uno de los libros que habíamos comprado por el
verano en español mientras que, con la mano que no sostenía la historia de Caperucita Roja en versión extendida, que seguramente
incluía los pensamientos internos de la protagonista mientras atravesaba el
bosque en dirección a la casa de su abuela, pinchaba con su tenedor en un plato
lleno hasta arriba de pasta. Sonreí.
Mi familia. Mi nueva familia, la familia a la que debería
haber pertenecido desde el momento en que nací. La familia que me apoyaría
siempre, que no me levantaría la mano, con la que no tendría miedo de discutir
por posibles represalias.
Me senté en el reposa brazos del sillón de Niall y miré por encima
del hombro de este. Y, después de meses, le arrebaté el tenedor y pinché una de
las albóndigas de sus espaguetis.
Niall frunció el ceño, preguntándose quién osaba sacarle comida
del plato, pero, cuando levantó la cabeza, me sonrió. Su Eri había vuelto.
-Te he echado de menos.
-Todo este tiempo, he pensado en tu sonrisa y en tu forma de caminar-canturreó
Alba en español, alzando a Arena sobre su cabeza y sonriéndole, haciéndole
carantoñas, como si fuera un bebé.
-¿No me vais a contar qué tal por Roma y esa bella tierra habitada
por mi querida Angela Merkel?
Liam sonrió, se rascó la nuca y miró a los demás. Estaba claro que
se moría de ganas por ilustrarme acerca de su tour por Europa, pero quería el
permiso del resto de los chicos.
Niall asintió con la cabeza, se giró, colocó su plato sobre
sus rodillas y contempló al más sensato del grupo, invitándole a empezar.
Zayn se giró a mirarlo, se encogió de hombros y volvió a clavar la
vista en la tele. Harry detuvo un momento su momento de pasión con la más
pequeña de todos, me sacó la lengua y volvió a lo suyo.
Louis se apoyó en la parte trasera del sofá y escuchó atentamente
en cuanto Liam abrió la boca y comenzó a hablar a una velocidad infernal. No me
afectó su rapidez, ya que ya estaba acostumbrada a las distintas formas de
hablar de los chicos. Durante lo que fue más de una hora, todos me estuvieron
contando con pelos y señales lo que les había pasado en Europa: Noemí había
fundido todo lo que le quedaba en la tarjeta de crédito correteando por Roma,
entregando su tarjeta de crédito al mejor postor, que no dejaba de ser nunca
Chanel, Dior o Prada.
Y ahora estaba escasa de dinero.
Alba y Liam, según me contaron los demás, subsistieron a base de besos
y caricias, muestras de cariño que rara vez se profesaban, al menos conmigo
delante.
Y los demás, bueno... Los demás eran los demás.
Cuando Niall me dijo que él y Louis habían bajado tres pisos del
hotel de Alemania rodando escaleras abajo, miré a mi novio, y él asintió con la
cabeza. Me aparté el flequillo de la cara e hice un gesto muy exagerado, que
hizo reír a los demás.
Tras finalizar los relatos, Louis se palmeó las piernas y me hizo
un gesto para que me levantara. Era de irse.
Corrí escaleras arriba, me cargué la mochila al hombro y bajé a
toda velocidad de vuelta con los chicos.
Liam le estaba echando la bronca a Louis, que se había metido las
manos en los bolsillos, y asentía con la cabeza como intentando librarse de la
cháchara del mayor.
-Miras a ver si controlas la lengua que tienes-le recriminaba
Liam. Louis puso los ojos en blanco-. La que se divorcia es tu madre de tu
padre, no tu madre de ti. ¿Está claro?
Louis asintió.
-Modera tus borderías, que en casa seguro que lo están pasando
peor de lo que crees.
-Vaaaaaaale-baló Louis con su característica respuesta para
librarse de algo que lo aburría soberanamente. Alcé una ceja y se me quedó
mirando-. Eri me controlará, Liam. ¿Quieres relajarte? Es mi madre, no es la
tuya.
-A la mía no le harías lo que le has hecho a la tuya, BooBear.
-Ya, eso es verdad.
Se abrazaron todos, se dieron un par de palmadas en la espalda y
esperaron a que me despidiera de ellos. Me quedé frente a las chicas mientras
Louis tiraba mi mochila al asiento trasero y se sentaba donde el conductor.
-Suerte-susurró Alba, con una sonrisa que invitaba a la calma.
Asentí.
-Gracias.
Aún no me cabía en la cabeza cómo había cambiado tanto nuestra
relación; habíamos pasado de ser íntimas y contárnoslo todo, absolutamente
todo, a ser unas desconocidas. Al menos ellas lo eran para mí. Nuestro
distanciamiento llegaba a ese punto, a que yo no supiera si estaba sola en mi
barca, o si, por el contrario, las tres habíamos decidido zarpar de la isla con
un único cocotero que había sido nuestra amistad, cada una flotando en una
dirección (oh, una dirección) diferente.
Noemí se llevó la mano al dedo donde descansaba el anillo que
Harry le había regalado. Me pregunté si las garantías de Eleanor sobre mi
relación con Louis podrían extenderse hasta ellas. Lo dudé mucho.
-Seguro que conseguís arreglarlo.
Asentí con la cabeza y le dediqué una sonrisa tímida. No podía
cagarla ahora que parecíamos volver a acercarnos, que los delfines habían
decidido empujar nuestras balsas de vuelta a aquella pequeña isla.
¿O serían las tortugas marinas de Piratas del Caribe?
-¿Nos llamamos?-sugerí. Asintieron con una amplia sonrisa.
-Nos llamamos.
No lo hicimos.
Me metí en el coche y puse la radio, escuché en silencio mientras
Louis nos sacaba de la capital y enfilaba la autopista en dirección al norte.
Parpadeé lentamente un par de veces, tal y como lo hacían en las películas,
mientras un batallón de árboles se deslizaba apresuradamente por mi campo de
visión, corriendo a la batalla.
Noté la mano de Louis en mi pierna. Me giré y me encontré con sus
ojos.
-¿Estás bien?
Asentí con la cabeza, colocando mi mano sobre la suya.
-Sí. ¿Y tú?
Se encogió de hombros, se mordió el labio y volvió los ojos a la
carretera. Adelantó a un par de coches, meditando qué me iba a decir.
-Estoy nervioso.
-Lo superarás.
-Ya.
-Estaré contigo.
-Lo sé.
-Siempre estaré
contigo-recalqué la primera palabra, ganándome una sonrisa cariñosa. Dios, cómo
quería a Louis.
-Y yo contigo, nena.
-Te quiero.
-Yo también.
-Ya lo sé-susurré. Me desabroché rápidamente el cinturón, posé mis
labios en su mejilla y volví a sentarme. Se llevó los dedos al lugar donde le
había besado, como si le hubiera dado una bofetada.
-Me encanta cuando haces eso.
Yo iba a responderle que a mí me encantaba él, pero se me adelantó
el sonido de su móvil en su bolsillo. Lo sacó y me lo tendió.
Ni siquiera miró la pantalla. Mejor. Descolgué y conecté el Bluetooth del coche a la llamada.
-¿Sí?-preguntó Louis.
-¿Louis?
Mi novio se giró en redondo y se me quedó mirando, los ojos como
platos, las pupilas apenas dos puntos sobre su mar.
-La madre que te parió-me gritó sin palabras.
-Soy Robbie-continuó el que le llamaba.
-Hola, Robbie, ¿qué tal?-preguntó Lou, pretendiendo sonar casual.
-Bien, tío, ¿y tú?
-Estoy bien.
-Oye, acabo de enterarme de lo de tus padres. Si quieres hablar un
poco de ello, aunque no tenga demasiada experiencia, ya sabes dónde estoy.
La sonrisa de Louis cruzó toda su cara.
Esta vez la que alucinó fui yo. ¿No estaría...?
Sí, sí estaba. Se metió el puño en la boca, intentando no gritar.
-Gracias, Robbie, tío. Lo aprecio mucho.
-De nada, hombre, para eso estamos. Eh, ¿sabes lo de mi concierto?
-Pues claro que lo sé, Robbie, joder. Eres mi ídolo, ya sabes.
Se tapó la boca rápidamente, y cerró los ojos. Me estiré y cogí el
volante; lo único que nos faltaba era tener un accidente mientras Louis
controlaba sus ganas de ponerse a hacer fangirl.
-Ya-replicó el otro, no sé si sonó incómodo. Louis se tapó la cara
con las manos.
-Mira a ver si coges el volante-le susurré. Él asintió.
-El caso es que, como ya sabes, aún no han salido a la venta las
entradas, y quería saber si querrías algunas.
Louis parpadeó a la velocidad de la luz. Un pensamiento me asaltó,
aterrorizándome. ¿No habría hecho yo eso cuando conocí a Taylor?
Le lancé una mirada envenenada a mi novio, que apoyó el codo en la
ventanilla del coche y apoyó su cabeza a su vez en la mano.
-Estaría de puta madre.
-¿Cuántas quieres?
-¿Cuántas me das?
-Las que tú quieras.
-¿Si te pido las 14 mil...?-tanteó él. Volvía en sí. Robbie
Williams se echó a reír.
-Van a ser mucho pedir.
-De momento, guárdame siete. Para mis amigos y mi chica.
Me estremecí. Oh, sí.
-Vale. ¿Qué tal ella? ¿Sabe ya algo de Simon?
Negó con la cabeza, como si pudiera verlo.
-No, seguimos esperando.
-Seguro que está decidiendo si darle ya el disco de platino.
-¿Sabes que está escuchando?
-Sí.
-Cabrón.
-Hola, Robbie-saludé.
-Hola, Eri-me devolvió el saludo él-. ¿Todo bien? ¿Te trata bien
Louis?
-Sí, es un amor.
-Oh, calla, en serio.
-Me alegro. Bueno chicos. He de irme. Pasadlo bien, ¿vale? ¿Siete,
entonces?
-Siete-asintió Louis. Se me quedó mirando, y nos sonreímos.
-Vale. Adiós, chicos.
-Adiós.
Estiré la mano hacia el teléfono, y Louis miró por la ventana.
-¿Lou?-pregunté.
-La. Madre. Que. Me. Parió. ¿HAS VISTO ESO? ¡ROBBIE WILLIAMS ME
ACABA DE INVITAR A SU CONCIERTO! ¡OH, TÍO, ESTO ES UNA PUTA PASADA! ¡CÓMO AMO
MI TRABAJO! ¡QUÉ VIDA ME PEGO, HERMANO! ¡JODER! ¡PELLÍZCAME, DEBO DE ESTAR
SOÑANDO!
Miré el teléfono.
-Uy.
-Uy, ¿qué?-espetó él. Se quedó mirando su móvil-. ¿UY QUÉ?
-No sé si...
Me arrebató el móvil de las manos y observó la pantalla, dispuesto
a suicidarse si sus temores se confirmaban.
-Es coña-me eché a reír, y me dirigió una mirada de odio puro que
me habría hecho estremecer.
Parpadeó un par de veces.
-A mí no me hace ni puta gracia.
-Ya me río yo por los dos, no te preocupes.
Alzó las cejas.
-En la próxima gasolinera te bajas del coche.