sábado, 19 de enero de 2013

No te molestes en despertarme mañana.

Empujé la puerta con la  cadera mientras sacudía la cabeza. Rihanna no dejaba de chillar en mis oídos que aquella tía era demasiado fría mantenerla, pero lo suficientemente caliente como para no poder dejarla marchar.
Tiré las llaves en el platito y cerré dando una coz hacia atrás mientras las luces del taxi se alejaban calle abajo, giraban una esquina y desaparecían en la oscuridad.
-¡SHE HAS BEEN A CRAZY DITA DISCO DIVA AND YOU WONDER WHO'S THAT CHICK, WHO'S THAT CHICK!-bramé con mis pulmones a su libre albedrío, al fin y al cabo estaba en casa.
Sola.
Miré las llaves y sonreí.
Era la primera vez en toda la historia de mi existencia o mi amistad con los chicos que las utilizaba.
Silbé mientras subía escaleras arriba con la mochila colgando del hombro, sin detenerme a escuchar cómo me temblaban los tímpanos por el sonido de David Guetta metiéndole aún más caña a la voz de Rihanna. Iba a terminar como mi novio, solo que con una diferencia: yo me lo merecía, y él no.
Recordar a Louis me detuvo en seco. Me había dicho que le mandara un mensaje cuando aterrizara en su país, y eso había hecho. Había tenido una bronca importante con la azafata cuando salí del avión, porque había murmurado entre dientes que estos críos de hoy en día no podíamos estar más de media hora sin contar nuestra vida por Internet.
Al menos mi vida le interesaba a la gente, rubia de bote. 
Encendí la luz de mi habitación, tiré la mochila sobre la cama, me senté encima de las mantas y saqué el teléfono. Me aparté el flequillo de la cara y desbloqueé el móvil.
Amor, ya estoy en casa. Voy a ver si como algo.
La respuesta me llegó casi al instante.
¿Tú, comiendo? Necesitaré pruebas.
Gilipollas.
Eso siempre, nena.
No bebas mucho, ¿eh?
Seguramente beba tanto que me muera. Dile a mis hermanas y a mis fans que las quiero. A ti, no. Eres una mala pécora.
¿Quieres quedarte sin sexo un mes?
Eres la criatura más bella que he conocido en toda mi existencia y no puedo esperar a darte mi apellido.
¡JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA buenas noches BooBear <3.
Buenas noches, amor.
Sonreí. ¿Por qué siempre sonreía como una boba cada vez que nos mensajeábamos? Le había tenido conmigo una semana, y la única vez que había sonreído así fue cuando me espetó que me quería sin venir a cuento, cuando estaba hecha un desastre, el pelo recogido, las mejillas sonrosadas por el esfuerzo de acarrear para un lado y para otro la leña...
Estás sonriendo como si fueras tonta, reconócelo.
Vete. A. Dormir.
Puse los ojos en blanco y me quité las zapatillas. El iPod todavía estaba reproduciendo una canción, pero los auriculares estaban desperdigados por la cama. A pesar de eso, aún oía los gritos histéricos de Rihanna a su micro.
Me descalcé, rebusqué en los cajones de mi mesilla de noche unos calcetines gorditos (calcetines toalla, según los había llamado mi primo pequeño), me quité la chaqueta y me puse una sudadera. Suspiré, comprobé que el anillo de plata estaba correctamente colocado, me metí el móvil en el bolsillo y cogí el iPod. Me coloqué un auricular en la oreja y bajé las escaleras a todo correr. Estuve tentada de deslizarme por la barandilla, como hacían en las películas, pero desistí en el último momento, pensando que si me caía y me mataba tardarían días en enterrarme, lo cual sería bastante molesto.
Me metí en la cocina y estudié las alacenas, desesperada por encontrar algo que llevarme a la boca.
El modo aleatorio me arrastró hasta un Harry de mi misma edad audicionando para hacerse famoso.
-¿No es ella preciosa?-musité por lo bajo, en mi propia lengua, acompañada de la voz de uno de mis mejores amigos-, oh, es que es taaaaaaan preciosa-repliqué, aunque la canción no seguía por allí. Me importaba un carajo.
Me puse de puntillas, intentando alcanzar un tarro que no sabía lo que contenía.
-Me cago en mi madre-gruñí, subiendo las rodillas a la encimera y estirándome aún más. Me colgué como pude de la puerta, temeraria como pocas veces lo había sido en mi vida, y me puse de pie.
Tendría que haberme caído y abierto la cabeza, pero el karma, que me debía muchos favores aún, fue generoso. Giré el tarro y solté una maldición cuando leí pepinillos en vinagre.
-La virgen, Niall.
Pensaba que los pepinillos había que meterlos en una nevera, o algo así. 
Me incliné hacia atrás y estudié la pequeña caja blanca. Bajé de un salto de la encimera. No me rompí el tobillo. Milagroso.
Me incliné hacia delante y comencé a revolver entre los pequeños tuppers. Alcé las cejas, sorprendida de que Niall fuera capaz de meter comida en una caja de plástico y meterla luego en la nevera. Seguramente fuera pensando en mí.
Rebusqué en los cajones de las hortalizas y saqué una bolsa de zanahorias.
Sonreí, cogí una y la lancé al fregadero. Devolví la bolsa a su sitio original y cerré la puerta. Tras lavar y adecentar un poco mi pequeño, gran aperitivo, comencé a roerlo como si no hubiera mañana. Subí a mi habitación y rebusqué en la mochila hasta sacar el portátil que Lou me había prestado amablemente. Lo encendí y mastiqué despacio mientras el pequeño se tomaba su tiempo para iniciar.
Necesitaba comida, coño. ¿Tan difícil era que los electrodomésticos de esa puñetera casa fueran eficientes e hicieran lo que se les pedía? A mí me parecía que no.
Sostuve la zanahoria entre los dientes y busqué en Google recetas sencillas. Pinché en la primera página y leí algunas cuantas, pensando para mis adentros Vale, no sé qué es esto, ¿Orégano sirve?, No tenemos canela en rama en casa, no somos una pastelería, y ¿CÓMO VOY A ESPERAR DOS HORAS PARA CENAR? ¿ESTAMOS LOCOS?
Le metí otro buen mordisco a la zanahoria y la contemplé. Tal vez pudiera hacer un pequeño estofado, o algo así... Tampoco sería tan complicado, ¿no?
Fui hacia atrás, eliminé la búsqueda y metí estofado de zanahoria. Las imágenes de los sitios de cocina hicieron que mi estómago gruñera y se retorciera.
-Que ya voy, carajo-le informé, acariciándolo despacio.
Papá lo hace con champiñones también. ¿Servirá?
Hice una foto con el móvil (no sabía conectar la impresora de la habitación de Liam con el portátil de mi novio, así que era la forma más segura y eficaz), bajé la tapa del ordenador y me apresuré escaleras abajo. Coloqué el papel con un imán de la nevera, deshaciendo el Vas Happenin que Zayn había hecho en un momento, me recogí el pelo en una coleta y comencé a sacar cosas.
Obedecí paso a paso a la receta: que si limpia las zanahorias, pélalas y córtalas en rodajas, échalas en una olla con agua caliente, tira tomate más tarde, añade cebolla bien picada, tira sal, etc. etc.
Algo me rozó la pierna cuando estaba picando el perejil. Di un brinco y chillé con el grito más femenino que encontré.
Miré hacia abajo, temblando de pánico, dispuesta a apuñalar a la araña gigante/rata asquerosa que había osado tocarme. ¡Tocarme!
Un conejo pardo me devolvió una mirada bizca.
Fruncí el ceño y lo estudié un segundo. El pequeño esperó paciente, su naricita se sacudía periódicamente mientras respiraba. Se alzó sobre sus patitas traseras.
Entonces, lo recordé.
Liam me ha comprado un conejo, me había dicho Alba esa semana.
Arena.
-¿Arena?-pregunté, esta vez en voz alta. El pequeñín pareció reconocer su nombre; se flageló la espalda con una de sus orejas.
Me agaché y le toqué la punta de la nariz.
-Me has asustado, pequeño.
Arena pestañeó. Se posó sobre sus patas delanteras y olfateó el aire. Volvió a pestañear, y sus ojos brillaron. 
Recordé al conejo de mi profesora de piano, Pichi, y me estremecí. Cuando se escapaba de su jaula y se dedicaba a corretear por el pasillo tenía una mirada demoníaca, parecía poseído.
El animalito se acercó un poco a la encimera. Miré una de las zanahorias que me habían sobrado del estofado. Tenía hambre.
-¿Quieres comer?-inquirí. ¿Por qué coño le estaba hablando en inglés? Ah, claro, era un conejo inglés. Tal vez no me entendiera.
No seas gilipollas, Eri, los conejos no entienden. 
Cogí la hortaliza y la coloqué en el suelo, a su lado. La hice rodar hasta que lo tocara; Arena dio un paso vacilante hacia atrás.
-Cómetela, hombre.
Porque, ¿era un hombre, no?
Arena rehízo el paso y se inclinó hacia la zanahoria. La olisqueó cautelosamente, y yo juraría que asintió, satisfecho, antes de dar un saltito para acercarse más a ella y comenzar a roerla.
Me reincorporé y  volví a mi tarea con el perejil... dejando sangre de por medio. Suspiré, subí de mala gana al baño y me puse una tirita.
Cuando volví, apenas quedaba zanahoria en el suelo. Arena la sostenía entre sus patas, tumbado boca arriba y visiblemente contento.
Abrí los ojos, sorprendida, pues nunca había visto a un conejo de esa guisa.
Terminé de picar el perejil y lo eché todo en la olla. Entonces, saqué el móvil de mi bolsillo trasero y me senté a esperar a que mi comida estuviera lista.
Arena comenzó a balancearse adelante y atrás, intentando captar mi atención, como si quisiera ser fotografiado en esa postura tan sexy. Sonreí, y le hice un par de fotos. 
-¿Duermes por ahí tú solo, pequeño?-le pregunté, acariciándole la cabeza cuando se acercó a mí y me tocó el pie con la nariz. Quería otra zanahoria, pero no pensaba dársela. Parecía rechoncho-. Vamos a buscar tu jaula, ¿te parece?
Arena pestañeó, lo que interpreté como un sí.
Siempre mirando hacia el suelo, temiendo pisar a la mascota, hice un tour por la casa. El lugar que me pareció más lógico para tener Arena su residencia había sido la habitación de Alba, pues para algo era suyo. 
Tras comprobar que no estaba ni en la de su dueña ni en la de Noemí, bajé las escaleras de nuevo. Arena me esperaba en la planta de abajo, no parecía querer aventurarse hacia arriba.
-¿No puedes subir?-le pregunté. Genial, estaba empezando a parecerme a la típica abuela loca que habla con sus gatos. O conejos, lo que sea.
Y me entendió.
La bola de pelo suprema y adorable subió de un salto el primer escalón, me miró, meneó su nariz y salvó a saltos la distancia que nos separaba. Lo cogí en brazos y hundí sus dedos por primera vez en su suave melena.
-Vale, eres bueno subiendo escaleras. Vamos a buscar tu casita-murmuré, acariciándole la frente con el dedo índice.
Tras volver a la cocina y comprobar que allí no había nada, me asomé a la ventana. No me parecía un buen lugar para la jaula de un conejo, pero mis amigos eran... bueno, mis amigos.
El mayor elegía a sus novias por sus gustos culinarios.
El segundo mayor se pasaba la vida repartiendo besos.
El mediano no comía con cuchara.
El extranjero se volvía loco cuando le hablabas de Justin Bieber.
Y el pequeño se paseaba por la casa como Dios le había traído al mundo.
Miré a la criatura, pensando que no era muy afortunado por tener de cuidadores a Louis, Zayn, Liam, Niall y Harry.
Arena me devolvió la mirada... bizco.
-¿Por qué serás bizco?-pregunté para mis adentros, en apenas un murmullo. Arena pestañeó; su nariz se contrajo al hacerlo.
-¿Por qué no dejo de hablarte si no me vas a contestar?
La pregunta del año.
Decidí meterme en la habitación del piano, pensando que un sitio con música sería un buen lugar para un conejo... pero nada.
Así que me dejé caer en el sofá y coloqué a Arena en el suelo.
-Corre como el viento, Perdigón-le insté, citando a Toy Story. Liam me habría besado si me hubiera oído en ese momento.
Arena me contempló un momento, su naricita no dejaba de temblar. Entonces, echó a correr por el salón, alrededor del sofá, en círculos. Sonreí cuando lo vi pasar la quinta vez, con gesto de concentración, las orejas pegadas al cuerpo de forma que apenas se veían.
Y reparé en la pequeña nota que había sobre la mesa de enfrente de la televisión.
G, cuida al bicho bien. O te mato. No es coña rezaba una letra apresurada, la letra de Harry.
Horace come mucho informaba una letra de niño pequeño que no podía ser de otra persona que no fuera Louis.
En realidad se llama Arena, no hagas caso al Tommo, informaba Liam.
Yo no tengo nada que decir pero firmo porque soy muy guay espetaba Niall.
Pues a mí el conejo me quiere comentaba Zayn, sin darle importancia. Sí, las us en forma de cerradura eran suyas.
¿G? ¿Quién es G?
¿No sería yo?
¿G, de qué? ¿De guapa o de gilipollas?
Sacudí la cabeza. No, ninguna de esas palabras se decía así en inglés. Tamborileé con los dedos en la barbilla, pensando qué narices significaría G.
Levanté un poco la vista y ahí estaba. La jaula de Arena, la dichosa jaula. Colocada en el descansillo de la ventana para que no se aburriera. Claro. Liam. O Niall. 
Sonreí, me coloqué el pelo a un lado y me levanté. Comprobé que la puerta estaba abierta, seguramente la habían cerrado mal. Y me atravesó la duda.
¿Dónde había hecho sus necesidades el animal?
Por millonésima vez, me aparté el flequillo de la cara. Me alejé despacio de la jaula de Arena, como si fuera a morderme (aunque el que podía hacerlo y lo haría era su dueño, tenía experiencia con esos puñeteros sacos de pelo que no hacían otra cosa que roerte las muñecas como si no hubiera mañana cuando osabas cogerlos en brazos, aunque el pequeño aún no lo había intentado todavía, por si decidía meterlo en mi guiso de zanahorias), y volví a la cocina. El agua de la olla bullía satisfactoriamente, haciendo burbujas. Removí un poco el caldo con una cuchara de madera, y me incliné para dar un sorbo.
No morí en el acto.
No sentí ningún espasmo.
Lo cual era todo un avance para mí, que era un peligro en la cocina. Sabía hacer flanes, cierto, pero porque desde pequeña llevaba practicando (me encantaba la leche condensada, y mi padre se veía obligado a estar controlándome siempre para que no metiera una cuchara de servir sopa en el bol donde estábamos mezclando el flan y nos quedáramos sin materia prima), pero eso no significaba que fuera una cocinera digna de cinco estrellas, el mayor reconocimiento culinario, en París. Oh, cielos, no.
Incluso Harry mezclaba los cereales con más arte de lo que yo lo hacía, a pesar de que él cogía un puñado de la caja de cereales (lo que equivalía más o menos a los que cabían en el cazo de una excavadora de varios metros de altura), lo echaba en un tazón, y bañaba con leche.
Miré al conejo, que continuaba correteando por el salón como si no hubiera mañana. Al menos alguien en aquella casa estaba contento.
El simple hecho de pensar en mi padre me revolvió el estómago, y estuve pensando un buen rato en no comerme al final mi cena.
Me mataría en cuanto pusiera un pie en España sin Louis. Lo que sería, más o menos, el domingo por la tarde; el lunes si le pillábamos despistado.
Lo que significaba que me quedaba menos de una semana de vida.
Me estremecí hasta lo más hondo y me fui al salón. Me tumbé en el sofá como solían hacer los chicos cuando estaban solos y contemplé la tele apagada durante más de media hora.
Es probable que me durmiera.
De hecho, lo hice.
Cuando me desperté, estaba desorientada. El conejo se había tumbado a mi lado en el suelo, con las orejas gachas y los ojos cerrados. Nunca había visto a un conejo dormir.
Me levanté tambaleándome y me toqué la sien. Recordé la cena un segundo después, y corrí hacia la cocina.
-No. No, Dios, no-gemí, levantando la pota y contemplando lo que iba a ser mi cena, que estaba hecho un pegote rojo. Hice un gesto de asco-. No, por favor. No.
Coloqué la pota despacio sobre un mantel individual, busqué un plato y me serví.
Arena se acercó lentamente hacia mí. Tras mucho pensármelo, contemplando mi plato lleno de comida, decidí buscar uno más pequeño y servirle a él. Si tuviéramos un perro o algo así, con su típico cuenco de plástico, sería fantástico. Así podría echarle la comida al bicho de Alba con libertad.
Eché varias cucharadas de mi experimento científico y lo coloqué despacio en el suelo. Arena dio un par de saltos vacilantes hacia el plato, olfateó y contempló en silencio su improvisada cena.
-Tampoco tiene que estar tan mal, Don Tiquismiquis-susurré, cogiendo un tenedor y observando el plato.
No me extrañaría que mi cena me hubiera hecho un corte de manga o me hubiera pegado un mordisco.
Metí lentamente el cubierto en la cena y lo saqué rápidamente, esperando que se fundiera. Cuando no lo hizo, me planteé seriamente que tal vez la comida podría estar bien. Un poco chamuscada, sí, tal vez los bordes de la olla estuvieran un poco ennegrecidos, pero... siempre había una primera vez para todo.
Volví a meter el tenedor, esta vez lo saqué con comida y me lo llevé a la boca.
-¡OH JESUCRISTO!-bramé, corriendo al fregadero y escupiendo todo, absolutamente todo. No me hubiera extrañado lo más mínimo que comenzaran a salir óvulos de mi garganta. Dios, aquello estaba asqueroso. Me río de aquellos que dicen que comer tarántulas es lo peor del mundo. No han probado mi guiso especial, la madre que me parió.
-Arena, es oficial, vamos a pedir una pizza-espeté, mirando al conejo. Normal que la pobre criaturita no se atreviera a meter su nariz en el estofado, seguro que aquello no era nada sano para un animal tan pequeño. Me saqué el móvil del bolsillo, marqué un número que no recordaba haber memorizado nunca y recité de memoria los ingredientes de la pizza gloriosa que Niall me había dado a probar. Y, sintiéndome un poco rebelde, añadí:
-Y con pepperoni, por favor.
Colgué el teléfono y corrí a ponerme el pijama. No iba a retirar mi experimento de la mesa hasta que no estuviera segura de que podría modificar mi ADN en el caso de que entrara en contacto con mi piel. Recogí el plato de Arena del suelo y el mío propio e hice serios esfuerzos para no correr a lanzar aquella abominación por el baño.
Ya te puedes ir poniendo las pilas, nena, porque como quieras casarte con Louis, tendrás que darle tú de comer murmuró mi yo más sarcástico. Ese que ahora se dedicaba a tocarme los ovarios más a menudo que de costumbre, a falta de alguien exterior que me amargara la existencia.
¿Me oyes, zorrilla de barrio? Dios, ¿por qué tenía que sonar y ser exactamente como Lily Collins? Mi odio por esa tía estaba dejando de ser normal. ¿Eh? Louis no va a cocinar para ti después de venir a trabajar. Vete quitándotelo de la cabeza.
Tomé aire despacio varias veces, tiré de la camiseta de mi pijama y me apoyé en la encimera. Incliné la cabeza hacia atrás y hacia delante, pensativa, suplicando una única cosa.
Sal de mi cabeza. Tengo bastantes problemas ya. Sal de mi cabeza.
El principal de ellos seguía siendo mi muerte inminente a manos de aquel que 16 años atrás me había dado la vida.
Y el segundo uno que llevaba toqueteando mi subconsciente, pinchándolo con un compás, más o menos una semana. Simon me dijo que me llamaría en seguida, que su veredicto no tardaría, y que si lo hacía, me avisaría.
Ya habían pasado casi tres semanas.
Y Simon no daba señales de vida.
Abrí la nevera y busqué un pastel de chocolate. ¿Por qué siempre se acababan los pasteles de chocolate? Aquello era injusto. Necesitaba un puñetero pastel, pero a aquellas horas nada estaría abierto, ni siquiera el Starbucks.
Tragué saliva y volví a escalar la encimera para ver si había algo.
Y ahí, al fondo, estaba esperándome. Con un fulgor celestial, una pose digna de una reina.
Un bote de Nutella.
Sonreí para mis adentros, me estiré a cogerlo y, cuando mis dedos se cerraron en torno a él, llamaron a la puerta.
-¡ME CAGO EN MI MADRE!-bramé en español, saltando hacia abajo, dejando mi trofeo allí. Pero volvería, estaba segura de que volvería.
Abrí la puerta sin ni siquiera mirar; tuve suerte de que solo era el repartidor.
Que no estaba nada mal.
Eri, tienes novio.
Que tenga novio no significa que no pueda mirar el menú...
Por mi mente deslizaron mis imágenes favoritas de Louis; sus perfectos ojos, su sonrisa, ese dientecito de la mandíbula que tenía torcido (el mismo que había tenido yo hasta un par de meses atrás, cuando mis dientes aún se paseaban desnudos, sin vestido de hierro, por el mundo), su mandíbula, sus brazos con o sin tatuajes, su pecho desnudo... todo él... y se me secó la boca.
Un fuego familiar y líquido, apremiante, ya conocido, se deslizó por mi pecho hasta mi vientre. Más abajo, aún más... y me estremecí.
El chico me contempló de arriba a abajo, seguramente decidiendo si merecería la pena intentar ligar conmigo, y yo alcé una ceja. A ver, tío. No he pasado por una anorexia para que ahora dudéis, ¿sabes? gruñó mi parte más diva. Me sonrojé nada más pensar eso.
Había pasado por una anorexia para ser mejor para Louis, no para los demás. Los demás no importaban nada, era Louis el único que contaba.
El pequeño bombón inglés terminó tendiéndome la caja con mi manjar, tal vez recordando quién era yo y por consiguiente decidiendo que no merecía la pena cabrear a mi novio, o tal vez decidiendo que no era lo suficientemente buena para él.
-15 libras con 40.
Le tendí un billete de 20 y le dije que se quedara con el cambio.
-Mejor, porque no he traído-me respondió con un acento que no llegaba a ser el que yo catalogaba como pijo londinense.
-Ya-repliqué, buscando mis reservas de borde en el centro de mi ser.
-Oye, ¿no piensas salir esta noche? Es Halloween, y...
Oh, dios, ¿me estaba pidiendo salir?
-No, creo que me quedaré en casa-asentí con la cabeza, toqueteando nerviosa la caja de la pizza.
Era la primera vez que un tío intentaba... pedirme una cita.
¿Quieres dejar de hacerte la interesante? Tienes novio. Quieres a Louis. Y él es perfecto para ti. Deja de ser una estúpida ingrata.
-Bueno, si cambias de opinión, tan solo... llámame-el chaval sacó un bolígrafo de su bolsillo y escribió rápidamente un número en la caja de la pizza. Asentí con la cabeza, pues supuse que era lo menos que podía hacer. Seguramente estuviera a punto de terminar su turno pero un jefe antipático le hubiera ordenado salir a la fría noche a llevarle una pizza a una amargada extranjera que aunque procedía de un país en el que la comida era la mejor, no sabía cocinar. Ah, y, además, la extranjera se dedicaba a hablar con conejos de otra gente. Dato importante.
Cerré la puerta y apoyé la espalda en ella, todavía sin poder creerme lo que acababa de pasar.
Un repartidor de pizzas que no estaba nada mal me acababa de meter ficha descaradamente cuando yo iba con un puñetero pijama. ¿Qué haría si me pillaba arreglada? ¿Violarme?
Sé de uno que no te importaría que te violara, respondió mi yo interior, sonreí, me mordí el labio y sacudí la cabeza cuando recordé que le volvía loco que me mordiera el labio.
Deposité la caja en la mesa de la cocina sumida en mis pensamientos, para terminar empujando la pizza hacia el horno y calentarla un poco.
Diez minutos después, Arena saltó con toda su rabia para llegar al sofá, hasta mí, y mi pizza. Le tendí un trozo de pepperoni, que se dedicó a rumiar en silencio, mientras yo miraba una reposición de Friends.
-Jennifer Aniston es la mejor-le confié a mi pequeño comensal. Arena parpadeó y miró en dirección a mis manos, exigiendo sin palabras otro  trozo de pepperoni-. Se merece un Oscar-aseguré, pero después me callé-. Bueno, este año no. Este año se lo tienen que dar a Anne Hathaway. Si no se lo dan, nos levantamos como los franceses, ¿te parece?
Arena no contestó.
-A veces me olvido de que eres inglés y le tienes pánico a hacer revoluciones. Soso. Soso tú, soso Louis, sosa mi suegra y sosa tu reina. Y la Merkel... bueno... la Merkel es una zorra-asentí con la cabeza y sonreí. Arena se me quedó mirando, seguramente entendiendo mi monólogo interior, y decidiendo que era mejor desconectar su departamento cerebral de comprensión de las conversaciones humanas por si yo terminaba friéndole el cerebro.
-¿Sabes, Arena?-cómo va a saber, gilipollas, si es un conejo-. Creo que deberíais revolucionaros de vez en cuando. Sois demasiado... no sé. Si os hubierais puesto en vuestro sitio, Estados Unidos seguiría siendo vuestra. Pero, ¡no! ¡No había que revolucionarse! Pues peor para vosotros, que lo sepas. Seguro que vosotros no habríais dejado que crearan Los Ángeles. Y Hollywood. Y tendría que mataros-me encogí de hombros.
Le tendí otro trozo de pepperoni, que el conejo aceptó encantado.
-Lo único, Nueva York. Son unos pijos, todos ellos. No se dan cuenta de que Broadway no le llega ni a la suela de los zapatos a Beverly Hills. Pero bueno, yo ahí no me meto.
Arena rumió en silencio, pensando en mis palabras.
-Aunque sois unos putos por quitarnos las colonias. Estoy dando ese tema ahora en historia. Cabrones. ¿Tanto os costaba no putearnos con el oro? Te recuerdo que fuimos nosotros los que nos arriesgamos a mandar a un tío al fin del mundo.
Arena parpadeó y se flageló el lomo con una de sus orejas, visiblemente incómodo.
-¡Sois unos perros! ¡Y los corsarios! ¡Cabrones! ¡Cientos de españoles murieron porque vuestro puñetero rey estaba demasiado ocupado cargándose a los abuelos de Taylor Lautner en lugar de yendo a explorar y buscando oro!
Arena se arrimó un poco a mí; parecía estar de acuerdo. Me limpié la mano con una servilleta y le palmeé el lomo.
-Pero tú aún eres un bebé. Puedes cambiar las cosas. ¡Manifiéstate, pequeñín! ¡Puedes hacer cosas grandes aun siendo chiquitito!
Arena me observó. La preocupación por mi estado mental estaba en sus ojos.
-Oh, y se me olvidaba. ¿TANTO OS CUESTA VOTARNOS EN EUROVISIÓN? ¡Que somos como primos, hombre! ¡Si dominamos los mares en la Edad Media! ¡Por los viejos tiempos!
Alcé mi lata de Pepsi en dirección a la tele cuando mencionaron algo del Empire State y asentí con la cabeza.
-Puedes tirarte del Empire State-gruñí por lo bajo a una de las compañeras de Jennifer, que no tenía nada de graciosa. Y, sin embargo, monopolizaba las risas enlatadas.
Cerré la caja de pizza con el pie y me levanté, estiré, bostecé y rasqué la barriga a gusto. La verdad es que hacía muchísimo tiempo que no comía tanto. Media pizza. No estaba nada mal para alguien como yo.
Louis no se lo creería.
Niall lloraría de alegría.
Harry sonreiría.
Liam estaría orgulloso.
Y Zayn sacaría un espejo y contemplaría su belleza, exigiéndome que no le molestara con mis asuntos mundanos.
Metí la pizza en la nevera y subí a lavarme los dientes. Arena se dedicó a perseguirme por la casa, deseando que mi generosidad regresara y poder robarme un poco de pepperoni de nuevo. Pero ya no iba a ceder; estaba cansada y tenía pensado hacer lo que llevaba mucho tiempo deseando: dormir a pierna suelta hasta la hora que me diera la gana.
Porque si el vivir en casa con los chicos tenía algo malo, era la actividad ruidosa que había en casa cuando alguien decidía que las 6 de la mañana era una buena hora para levantarse.
Aún recordaba mi primer despertar en la capital inglesa. O el primer día que Zayn decidió levantarse a las cuatro de la mañana, harto ya de dormir, y comenzó a meter ruido por casa.
Salí de mi habitación hecha una fiera porque apenas había dormido seis horas (y yo necesitaba diez, como mucho), le metí una bofetada y volví a mi habitación. Ya no pude dormir más, pero al menos estuve tranquila, sabiendo que me había vengado.
Tampoco debíamos olvidar que había tenido una semana ajetreada en cuanto a sueño se refería. Mi novio inglés se negaba a dejarme salir de la cama cuando sonaba el despertador para ir al instituto, pero los fines de semana mi puñetero novio inglés ya se despertaba a las 9 (las 8 de su país) y empezaba a dar vueltas en la cama. Me despertaba, le miraba, nos sonreíamos, nos besábamos, me decía que me volviera a dormir, cuando era imposible.
A ver, Luisín, no puedes estar en una cama, sin camiseta, conmigo, y querer que yo vuelva a dormirme. Simplemente NO PUEDES había pensado en chillarle en más de una ocasión cuando me ordenó que me durmiera.
Me eché a reír y salpiqué el baño de pasta de dientes al pensar en él como Luisín, y no Louis. Hacía mucho que no me refería a él con el diminutivo a la española.
Tras limpiar el espejo del baño, fui a mi habitación, y me tumbé en la cama. Saqué le portátil que Louis me había prestado (en realidad me lo había metido en la mochila a traición y me había dicho que como me dedicara a darle golpes a la mochila por ahí me colgaría de los pies hasta que muriera), y abrí la tapa. Corrí a Google, tecleé Twitter y contemplé su perfil.
El de Louis.
Los mensajes privados brillaban en un rincón.
¿Se cabrearía si los leía?
La pregunta no era esa. La pregunta era si yo los iba a leer.
Miré en todas direcciones, como si alguien pudiera estar observándome, y deslicé el cursor hacia el pequeño icono del sobre.
Pero no pinché.
No, porque merecía privacidad. Merecía tener algo que fuera específicamente suyo.
Merecía mi confianza, aunque yo no estaba para pedirle que me la devolviera, pues me dedicaba a tener pensamientos impuros con repartidores de pizzas.
Cerré sesión, tecleé mi contraseña... y volví a entrar en su perfil.
-¿Pero qué coño es esto?-espeté, mirando al conejo. Cogí a Arena y lo subí al colchón. Saltó un par de veces en derredor, satisfecho por la nueva superficie, y se acurrucó en una esquina.
Repetí la operación otras tres veces, y las tres fui incapaz de entrar en mi perfil; pasaba directamente al de él. Suspirando, cogí el móvil y marqué su número, que me sabía de sobra.
Un timbrazo.
Dos.
Tres.
Me relamí los labios mientras tamborileaba con los dedos en el ordenador. Suspiré, colgué y volví a llamar.
A los diez, decidí dejar la cosa como estaba. Contemplé en silencio su cronología, que se deslizaba tranquilamente.
Pero yo quería poner algo en Twitter. Jo. En mi Twitter.
Le envié un mensaje.
Amor, no puedo salir de tu cuenta de Twitter. ¿Cómo cierro sesión?
Esperé diez minutos.
Louis.
Otros diez.
Louis, ¿eres tonto, o algo? ¿Quieres que me ponga a escribir desde tu cuenta y seguir gente? ¿Eh?
Cinco.
Eres un borde :(
Lo que yo no sabía era que mi novio estaba borracho perdido en un bar de Roma, disfrazado de uno de los tíos de Kiss.
Alcé una ceja, pinché en la pequeña cajita de escribir tweets y me preparé para el caos que estaba a punto de ocasionar.
Hola, soy Eri, y no puedo cerrar la sesión del Tommo.
Tan solo necesitaron diez segundos.
Diez segundos, y la cronología explotó en menciones, suplicándome que dijera algo, que siguiera gente... lo de siempre. Solo que multiplicado por 4, pues 4 eran las veces en que Louis me superaba a mí en seguidores.
-Me vacilas-repliqué yo, mirando las menciones. Era incapaz de leer un tweet, pues estas se refrescaban continuamente, y los tweets desaparecían según iba leyéndolos.
Joder, Louis, quita la mierda esa de recordar la contraseña bramé.
AAAAAAAAAAAAAH, ¡SOCORRO! ¡NO PUEDO SALIR! ¡ESTOY ATRAPADA! ¡QUE-ALGUIEN-ME-SA-QUE!
DIOSSSSSSSSSSSS ME AGOBIO.
Volví a las menciones, esperando que alguien me ayudara (como Stan, o... Stan), pero lo único que vi eran súplicas por una pulsación. Una única pulsación que haría felices a cientos de chicas si yo lo hacía.
Pero era su Twitter.
Pero estaba atrapada.
No tenía potestad para ponerme a seguir a la gente...
Pero es que les haría tan felices...
Yo sabía lo que era que uno de los chicos te empezara a seguir. Sabía qué era que te siguieran todos, las 6 cuentas de One Direction.
Pues voy a seguir a gente dado que él no tiene alma.
Me dieron tratamiento de princesa para arriba y, aunque me hubiera gustado seguir a más gente, el sentimiento de culpa por estar haciendo que Louis viera más tweets de los que quería fue superior al sentimiento de estar contribuyendo al bien común. Me despedí, apagué el ordenador y me dispuse a dormir.
Dos horas y treinta y siete minutos después, me sorprendería a mí misma diciéndole a Arena que nos largábamos a la habitación del mayor de los chicos. No podía dormir.
No podía dormir porque estaba sola.
Así que me despatarré en la cama de Louis, me metí bajo las mantas y aspiré el aroma de su almohada. Nunca me había percatado de lo bien que olía su habitación. Simplemente, olía a él.
Hundí la cara en la almohada y, con le sensación de que podía estar allí, me quedé dormida, por fin.

Oí la puerta de la calle abrirse y me quedé paralizada en el sitio, con la galleta a medio masticar. Observé al conejo, que se había pasado la noche correteando por la cama, aburrido de la vida, sin otra cosa mejor que hacer que molestarme a mí.
Por suerte, cuando le arreé la tercera patada (y la tercera que fallé), el bicho pareció entender que yo no estaba para juegos. Quería dormir. Quería volver a ese sueño perfecto que había tenido con los chicos antes de que esa bola de pelo infernal me sacara de los cálidos brazos de Morfeo sin consideración alguna.
Como no había oído el sonido de ninguna llave meterse en la cerradura, me temí lo peor. No tenía demasiado conocimiento acerca de la tasa de crímenes de esa zona de Londres, y tampoco me apetecía quedarme a averiguarla. Me acerqué sigilosamente a la encimera, con los pies descalzos, apenas apoyándose en la parte delantera, me incliné y saqué el cuchillo más grande que había en un cajón. Uno de estos de cortar sushi.
Niall y su afición por comprar utensilios de comida que luego nunca utilizaba (yo nunca le había visto comer sushi y mucho menos prepararlo). Agradecí a los cielos que mi amigo irlandés fuera tan amante de la cocina.
Me pegué contra la pared y Arena contempló mi avance con curiosidad. Seguramente estaba pensando que yo era una cabra loca fea, ya que no me parecía a una cabra, que no tenía otra cosa mejor que hacer que rebozarse cual croqueta contra las paredes. Escuché pasos en la entrada. ¿Tacones?
Joder, qué estilo tenían las inglesas. Hasta para meterse a robar en las casas tenían que ir de tacones.
Me llevé el índice a los labios y negué despacio con la cabeza para que el conejo no se pusiera a chillar o decidiera que era un buen momento para recitar Hamlet. Arena contempló al ladrón un momento y echó a correr hacia él.
Cerré los ojos. Bien. El ladrón cenaría conejo al ajillo.
Pero yo no podía salir de mi escondite y defender al animalito, de lo contrario, perdería el factor sorpresa. La sombra que apareció un par de segundos cuando la puerta se abrió me había hecho pensar que el ladrón sería más alto que yo.
Solo tendría una oportunidad: atacar por la espalda y correr como una endemoniada a la calle, pidiendo auxilio a gritos.
-¿Qué haces suelto, Arena?-preguntó el ladrón. La ladrona.
Tenía una voz suave, de gato ronroneando.
Pestañeé, confusa, pero cerré aún más los dedos en torno a la empuñadura del cuchillo.
La ladrona se movió al salón, probablemente mirando qué podría llevarse. Pues no se llevaría nada, a no ser, claro está, que la puñalada contase.
Me desplacé lateralmente hacia el hall y me coloqué a su espalda.
-¿Quién eres?-gruñí por lo bajo, sosteniendo el cuchillo entre nosotras.
Los rizos me resultaban tremendamente familiares.
La chica se volvió y me clavó unos ojos azules como el mar. Abrió la boca, sorprendida, y contempló el cuchillo, preocupada.
Sí, nena, soy yo la que tiene la sartén por el mango. ¿O debería decir el cuchillo? me permití una sonrisa de autosuficiencia; la ladrona estaba desarmada, pero yo no. Ganaría la pelea si llegaba a producirse.
-¿Quién eres tú?-espetó la tía.
La nueva dueña, ama y señora de esta casa, me gustaría haber respondido.
-Yo te he preguntado antes.
-¿Cómo mierda has entrado?
-Tengo llave-gruñí por lo bajo, acercándome a ella-. Contesta, inglesita, o te juro por Dios que me hago un cinturón con tus tripas.
La ladrona dio un paso atrás.
-Gemma. Me llamo Gemma. Soy hermana de Harry.
Parpadeé.
Mierda, esos ojos. Esos putos ojos.
Eran iguales a los de mi amigo.
Dejé caer el cuchillo al suelo, incrédula.
-Hostias...
-¿Y tú eres...?-replicó ella, de repente chula, envalentonada por mi gesto.
-Soy Eri. La novia de Louis.
No sé quién de las dos alucinó más: si yo por no reconocer a Gemma (¿eres imbécil o algo, nena? ¡La conociste en los Juegos!), o ella por comprender por fin lo loca que podía estar la novia de un amigo de su hermano.
-¿Tú... eres... Eri?-silabeó, sin poder creérselo. Asentí con la cabeza y recogí el cuchillo bajo su abrasadora mirada.
-Sí.
-Pero... pero... ¿desde cuándo eres tan... del montón?
Alcé una ceja, ofendida, y entonces lo comprendí.
No llevaba maquillaje, nada de maquillaje, y el pelo estaba hecho un desastre, recogido en un apretadísimo moño de bailarina medio deshecho, y con un pañuelo anudado en torno a la cabeza para apartarme el flequillo de la cara. Yo era todo lo que ELo no sería nunca en ese preciso instante.
-Con maquillaje gano  mucho, como puedes comprobar.
Sonrió, y, ¡cómo no! ¡Ahí estaban los hoyuelos de la familia Styles!
-Entiendo. ¿Y sueles ir así todos los días, o solo hoy, porque ayer fue Halloween?
-Cuando estoy sola. Ya sabes. No podemos dejar que los hombres nos vean en todo nuestro esplendor-hice un gesto con la cabeza y ella se echó a reír. Su risa no tenía nada que ver con la de su hermano, era en lo único en que se parecían. Hice un gesto con la cabeza para que me siguiera a la cocina y, mientras terminaba de desayunar, le eché un vistazo. Jersey de punto crema, combinado con botas Hunter, una bufanda más grande que ella y pitillos ajustados que resaltaban su figura. La raya del ojo perfectamente delineada, fina en el lagrimal y gruesa hacia fuera, pelo impecable...
Dios, por favor, si tengo trozos de galleta entre los dientes... no te molestes en despertarme mañana.
-¿Cómo es que no estás con mi hermano el super guay y el resto de los chicos?-preguntó, mordisqueando con aburrimiento una manzana y mirando por la ventana, aburrida de la vida. Arena correteaba en círculos alrededor de su taburete. Traidor.
Sonreí.
-¿Y ese asco repentino por Hazza?
-No es repentino. Llevo sin soportarle desde que nació.
-¿En serio?
-Pregúntale a Louis qué siente por Lottie, a ver qué te responde.
-Tienes que estar vacilándome. Louis adora a sus hermanas. A todas.
Gemma me dedicó una cálida sonrisa.
-Pues sí. Las adora. Y yo a Harry. Pero eso no quita de que mi hermano sea gilipollas perdido.
-Yo no necesito ser la hermana de Louis para saber que es gilipollas perdido, ¿sabes?
Gemma volvió a reírse.
-Ahora entiendo por qué tanta obsesión con la pequeña pero famosísisma Eri. No se callan contigo. Jamás-sacudió la cabeza y le dio otro sustancioso mordisco a la manzana. Noté cómo me sonrojaba.
-¿En serio?
-Ya lo creo. Dicen que eres como Louis en chica, lo cual, cito textualmente... "básicamente, mola... bastante. Como... bastante"-su voz se volvió grave, sus palabras se arrastraban las unas a las otras.
Esta vez me tocó a mí reírme.
-¿Va en serio?
-Oh, sí. Cuando empezó con Noemí no paraba de hablar de ella. Ahora su amor platónico eres tú.
-Hay Eri de sobra para los cinco.
-Déjame a Liam. Quiero darle caña.
-Tiene novia. Es Alba.
-¿Y qué? Yo no soy celosa. Y más le vale a Alba no serlo tampoco.
Me guiñó un ojo y me eché a reír aún más fuerte.
-Siento lo del cuchillo.
-No pasa nada, nena-se encogió de hombros-. Tu cociente intelectual debe de ser bajo, sobre todo, considerando que crees que mi hermano es adorable. ¿Adorable? ¿Harry? ¿Mi Harry? ¿Estaremos hablando del mismo hombre?
Sacudí la cabeza.
-Louis te matará como sepa que me llamas subnormal.
-Louis sabe cómo soy. Soy la que más les tocó los huevos con Larry Stylinson-me guiñó un ojo-, así que sabe cómo me voy a poner con esto de Louri Tomlinson.
-¿No mezclamos apellido?
-Eres mujer, nena. Te quedas con el de él. Ley de vida-se encogió de hombros y contempló el cielo a través de la ventana.
-Gemma Payne-me burlé. Gemma sonrió y alzó los brazos.
-¿No queda glorioso? He nacido para ese apellido, reconócelo.
-No queda mal, no.
Gemma tamborileó con los dedos en la mesa y miró el reloj de la cocina.
-¿Qué vas a hacer hoy?
Me encogí de hombros.
-Supongo que tirarme a la bartola y viciarme a ver vídeos de los chicos-di un lento sorbo de mi ColaCao y puse mala cara cuando bajó por mi esófago, quemándolo todo a su paso.
Gemma negó con la cabeza.
-Te llevaré a dar una vuelta, entonces. ¿Has hecho turismo en mi ciudad?
-¿Tu cuidad?
-Nena, he estudiado turismo. Créeme si te digo que esta es ahora mi ciudad.
-Vale-puse los ojos en blanco y ella se rió, yo la imité-. Pues no, la verdad es que no.
-Mucha cita con Louis, mucho romanticismo, pero si no te saco de casa, ellos no hacen nada-se puso en pie-. Ponte guapa, nena. Vas a conocer la capital de Inglaterra como nadie la ha conocido hasta ahora.
Obedecí.
-De acuerdo. Pero quiero hacer una cosa.
Y la hice, Gemma me dejó hacerla. Me llevó a Kings Cross Station y sonrió cuando corrí entre los andenes. Me acerqué tímidamente al pilar con los dos carteles, 9 y 10, y se echó a reír cuando comprobé la pared, acariciándola.
-Se hace así, pequeña extranjera-murmuró ella, dándole un guantazo al pilar. Cuando quise darme cuenta, un buen grupo de gente, todos muggles, estábamos dándole la paliza de su vida al andén nueve y tres cuartos.
Un guardia se acercó a poner orden, clavó sus ojos en Gemma y abrió la boca.
-¿Otra vez tú, Gemma?
-Mi puñetera carta se está retrasando demasiado-se limitó a decir ella.
Y nos echamos a reír.

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