Irene me sonrió cuando una sonrisa boba me cruzó el rostro al ver la foto que nos habíamos hecho en Nueva York, besándonos con el Empire State de fondo, y su nombre grabado en la pantalla.
-Hola, amor-susurré tras deslizar el dedo por la pantalla, descolgando la llamada. Noté su sonrisa cuando me contestó.
-Hola, rubita. ¿Qué haces? ¿Sigues de compras?
Asentí con la cabeza, miré a mi ejército de guardaespaldas, que estaban mudas y casi sin respirar, esperando escuchar lo que Louis tenía que decirme.
Me aparté el flequillo de la cara, echándome todo el pelo hacia atrás y contesté:
-Sí, ¿por?
-¿Tenéis Mango?
-Luisín, esto es España, no el tercer mundo.
-Poco os queda-se echó a reír, seguramente por el diminutivo que en ocasiones me salía del alma, y ya no me molestaba en controlar. Hice una mueca y, como inspirada por una fuerza divina, susurré:
-¿Te acabas de pasar una mano por el pelo?
Se quedó mudo un instante, pude escuchar a Lottie hablando a su lado.
-Me estoy empezando a acojonar, Eri. Porque tú ahora mismo te estás mordiendo el labio.
-Mentira-no, no era mentira. Joder, ¿cómo lo hacíamos?
-Mentira-se burló él.
-Lo has hecho.
-Y tú.
-No lo dudes.
-Nena, que soy yo. Yo no dudo.
-Chulo.
-Boba.
-Subnormal.
-Estúpida.
-Imbécil.
-Gilipollas.
-¿Se están insultando de verdad?-cuchicheó una chica detrás de mí, yo me di la vuelta y le alcé una ceja. Irene intentaba no echarse a reír, mirando las cazadoras vaqueras de las perchas.
-Sí, hija, sí, Louis y yo tenemos una relación de amor-odio muy complicada.
Suspiré y volví a centrarme en mi novio.
-Lou.
-Mmm.
-¿Para qué querías saber si hay Mango?
-No hay el bolso que quiere mi madre para Navidad. No lo encontramos. Hemos preguntado y está agotado en toda Inglaterra. Menos mal que Kate Moss es fea, porque si no...-bufó, y yo me eché a reír.
-Iré a mirar. Es como el de la mía, ¿no?
-Sí, pero en negro.
-¿Y si no hay negro?
-Pues lo coges en otro color.
-¿Y si sólo queda uno?-caminé hasta los vaqueros y comencé a seleccionarlos-. ¿Vas a dejar a tu pobre suegra sin regalo de cumpleaños?
Casi pude verlo apoyarse en una pared, sonreír, morderse el labio, pasarse una mano por el pelo, asentir con la cabeza mientras miraba a su alrededor con aquellos preciosos ojos suyos (Eri, recuerda que tienes que respirar), y hacerme el amor despacio a través del teléfono:
-Con lo que le debo yo a esa mujer.
Solté un gemido y todas las chicas hicieron un corro alrededor de mí. Borracha de felicidad, de amor y de incredulidad por la suerte que tenía, les conté lo que me había dicho a pesar de que no las conocía de nada, y media tienda gimió.
-Eres un sol.
-Ya lo sé.
-Creído.
-¿Vamos a empezar otra vez?-me lo imaginé negando con la cabeza y cerrando los ojos-. Dios, nena, tengo unas ganas de que vengas.
-No puedes pretender tener una familia numerosa conmigo si me dices esas cosas cada dos por tres, Louis.
-¿Ahora resulta que no puedo ser sincero?
-Te quiero. Mucho. Ahora soy yo la sincera. ¿Algo más?
-Cómo os ponéis las mujeres cuando vais de compras... Lottie, ¿eres retrasada? Vuelve a pegarme y te pongo la cara mirando para el culo.
Me eché a reír a carcajada limpia.
-¿Qué hacéis?
-Ya sabes, comprar los regalos de Navidad. Mis padres están con las crías por ahí.
-¿Siguen igual?
-Al menos no se gritan. Es... un avance. Supongo.
-Supongo-le di una distraída patada a una percha del suelo (los de Bershka no tenían ni idea de lo que era la limpieza, por eso yo era más fan de New Yorker), pensativa. Bueno, si no discutían delante de las niñas, por lo menos había algo por lo que dar gracias.
-Voy a ir a Claire's dentro de poco-sonreí. Irene alzó la vista, me miró y sonrió. Sabía a lo que íbamos. A llenarnos las manos de pendientes preciosos, estar media hora en la tienda, disgustadas por los precios, y luego terminar comprando algo compulsivamente porque las dependientas pensarían que estábamos desmantelándoles en secreto media tienda.
-Oh, Dios.
-Voy a comprarme unos pendientes de One Direction.
-Oh. Dios.
-Y un póster tuyo.
-Eri, no. Eri, no.
-¿Que no qué? Es mi dinero, chaval. El único dinero que no gané gracias a ti.
Me quedé callada, fruncí el ceño y asentí con la cabeza. Alcé las manos al cielo, Irene me hizo un gesto, y le grité:
-Acabo de llamarme puta a mí misma.
-Mira, eso te lo he entendido-replicó mi novio al teléfono.
-Ah, ¿para eso sabemos español? Muy bien, Louis, muy bien.
-Eh. Sé insultar. Decir hola, gracias, y cerveza. Algo es algo.
Me reí.
-Algo es algo-concedí-. ¿Algo más?
-Mmm. ¿Lottie?-esperó a que su hermana terminara de decirle algo-. Oh, tía, eso lo hay aquí... Cierra la boca. Que lo hay aquí... Pues si no, vamos a Londres. Te lo cojo yo... Hay que ser tonta-chasqueó la lengua y volvió hacia mí-. Quiere unos zapatos de no sé qué zapatería. No la hay ahí, pero las quiere igual. Es retrasada.
-¿Y tú qué quieres para el cumpleaños?
Se quedó pensando un minuto.
-Te pediría tu virginidad, pero... ya la tengo.
Me puse colorada como un tomate, lo noté. Me ardían las mejillas.
-¡Louis, por favor!
Cómo se reía, el cabrón.
-No quiero nada, Eri, en serio.
-Te voy a comprar algo.
-Uf, menos mal.
Sonreí.
-Bueno, pues... hasta la noche.
-Hasta esta noche. ¿A qué hora?
-A la de siempre.
-¿Donde siempre?
-Sí.
-¿Me harás un striptease hoy?
-Adiós, Louis-apenas podía contener la risa.
-Yo quiero un striptease-lloriqueó. Las lágrimas se resbalaban por mis mejillas, divertidas.
-¿De verdad vas a cumplir 21?
-Pégame un tiro el 23 por la noche. Por favor. Pégame un tiro el 23 a las 23:59.
-Prefiero verte sufrir.
-Perra mala. Déjame despedirme de las cotillas que tienes por ahí, anda, que las estoy oyendo hacer fangirling.
Me separé del teléfono y puse el altavoz.
-Te oyen-susurré. Las chicas me miraron con ojos como platos y, cuando Louis empezó a hablar, miraron al teléfono como si fuera radiactivo, o algo así.
-Bueno, chicas, feliz Navidad, próspero año nuevo, y ese largo etcétera que se suele decir. No comáis mucho, que os podéis poner malas, ¿vale?
-Vale-corearon todas, y, como respondiendo a una llamada que nadie oyó, comenzaron a chillarle que las siguiera en Twitter, que le querían, o que se casara con ellas.
-Niñas, niñas, ¡EH!-bramó él, y todas se callaron. Puse los ojos en blanco, la verdad es que era bueno haciéndose escuchar y respetar-. Ahora me vais a dejar solo con Eri, ¿vale? Ya sabéis que os quiero, pero tengo que despedirme de ella ya.
Intenté no hacer caso de la punzada de envidia que me asoló cuando las llamó niñas y cuando les dijo que las quería, la punzada que siempre estaba allí, recordándome que tenía que compartirlo con las chicas que lo seguían, las que habían hecho posible su sueño, su trabajo... pero seguía siendo difícil.
Sonreí para mis adentros cuando las dejé con la intriga de lo que me iba a decir Louis metiéndome con Irene en los probadores.
-¿Algo más?-pregunté, pegándome contra la pared y esperando a que Irene se cambiara.
-No.
-No me compres nada por Navidad, ¿eh?-le avisé. Bastaba de regalos, que él fuera millonario no significaba que yo quisiera que se pusiera a comprar cosas como loco (que era exactamente lo que iba a hacer, y lo sabía)
-Haré lo que me dé la gana, que para algo soy hombre, y tengo 20 años, así que soy mayor que tú.
-En Navidad vas a tener los 21-le provoqué.
-Eri, me estás buscando, y me vas a encontrar.
-Te estás riendo.
-Por no llorar.
-Sabes que no te lo digo a mal-lloriqueé yo a mi vez, sonriendo como boba. Me mordí el labio inferior.
-Ya lo sé. Bueno, de noche hablamos, ¿eh?
-Que sí. Eres un pesado.
-Y tú eres preciosa.
-Oh.
-Qué bien sé quedar con las mujeres, ¿no te parece?
-Sí. Lo que me da qué pensar, la verdad. Como, por ejemplo, a cuántas chicas les dirás eso.
-Solo a una.
No sabía cómo mi cara no se rompía debido a la sonrisa plantada en ella. Tenía que estar soñando.
-Te quiero, preciosa-susurró con su voz dulce, tierna, aquella voz perfecta, mi favorita en el mundo.
-Y yo a ti, mi amor. Hasta luego.
-Yo más.
-Eso es mentira.
-No, no lo es. Yo te quiero más. Adiós-soltó apresudaramente, y colgó.
Me quedé mirando la foto del fondo de la pantalla, preguntándome por qué había sido yo la elegida entre miles de chicas que lo merecían más que yo, que encajaban mejor con él. Chicas perfectas, con un pasado limpio, que estuvieran seguras dentro de su cuerpo... Me mordí el labio inferior y, cuando me quise dar cuenta, estaba deslizándome con la espalda pegada a la pared hacia el suelo, sentándome con las rodillas dobladas y mirando todas nuestras fotos, sobre todo aquella por la que tenía debilidad, la que nos habíamos hecho por la mañana un día en la cama.
Irene abrió la cortina y se me quedó mirando, sentada en el suelo, contemplando mi teléfono mordiéndome el labio inferior y se echó a reír.
-Te ha dado fuerte, Eri.
Asentí con la cabeza.
-No lo sabes bien.
-Niñas, niñas, ¡EH!-bramó él, y todas se callaron. Puse los ojos en blanco, la verdad es que era bueno haciéndose escuchar y respetar-. Ahora me vais a dejar solo con Eri, ¿vale? Ya sabéis que os quiero, pero tengo que despedirme de ella ya.
Intenté no hacer caso de la punzada de envidia que me asoló cuando las llamó niñas y cuando les dijo que las quería, la punzada que siempre estaba allí, recordándome que tenía que compartirlo con las chicas que lo seguían, las que habían hecho posible su sueño, su trabajo... pero seguía siendo difícil.
Sonreí para mis adentros cuando las dejé con la intriga de lo que me iba a decir Louis metiéndome con Irene en los probadores.
-¿Algo más?-pregunté, pegándome contra la pared y esperando a que Irene se cambiara.
-No.
-No me compres nada por Navidad, ¿eh?-le avisé. Bastaba de regalos, que él fuera millonario no significaba que yo quisiera que se pusiera a comprar cosas como loco (que era exactamente lo que iba a hacer, y lo sabía)
-Haré lo que me dé la gana, que para algo soy hombre, y tengo 20 años, así que soy mayor que tú.
-En Navidad vas a tener los 21-le provoqué.
-Eri, me estás buscando, y me vas a encontrar.
-Te estás riendo.
-Por no llorar.
-Sabes que no te lo digo a mal-lloriqueé yo a mi vez, sonriendo como boba. Me mordí el labio inferior.
-Ya lo sé. Bueno, de noche hablamos, ¿eh?
-Que sí. Eres un pesado.
-Y tú eres preciosa.
-Oh.
-Qué bien sé quedar con las mujeres, ¿no te parece?
-Sí. Lo que me da qué pensar, la verdad. Como, por ejemplo, a cuántas chicas les dirás eso.
-Solo a una.
No sabía cómo mi cara no se rompía debido a la sonrisa plantada en ella. Tenía que estar soñando.
-Te quiero, preciosa-susurró con su voz dulce, tierna, aquella voz perfecta, mi favorita en el mundo.
-Y yo a ti, mi amor. Hasta luego.
-Yo más.
-Eso es mentira.
-No, no lo es. Yo te quiero más. Adiós-soltó apresudaramente, y colgó.
Me quedé mirando la foto del fondo de la pantalla, preguntándome por qué había sido yo la elegida entre miles de chicas que lo merecían más que yo, que encajaban mejor con él. Chicas perfectas, con un pasado limpio, que estuvieran seguras dentro de su cuerpo... Me mordí el labio inferior y, cuando me quise dar cuenta, estaba deslizándome con la espalda pegada a la pared hacia el suelo, sentándome con las rodillas dobladas y mirando todas nuestras fotos, sobre todo aquella por la que tenía debilidad, la que nos habíamos hecho por la mañana un día en la cama.
Irene abrió la cortina y se me quedó mirando, sentada en el suelo, contemplando mi teléfono mordiéndome el labio inferior y se echó a reír.
-Te ha dado fuerte, Eri.
Asentí con la cabeza.
-No lo sabes bien.
Irene dio una vuelta sobre sí misma, dejando que la mirara y me formara una opinión acerca de aquellos vaqueros.
-¿Y bien?
-Soberbios-sonreí, poniéndome de pie de un brinco, con una agilidad y gracilidad prácticamente desconocidas en mí-. Y ahora, querida, vamos a Claires.
Miré una vez más la carta que se suponía debería estar viajando hacia el polo norte, hacia el iglú-mansión de Santa Claus, por cortesía del Correo Inglés, y cuyo destinatario eran las gemelas. Le enseñé la lista a mi hermano.
-¿Y este?
-¿A mí qué me vienes a preguntar de muñecas, Lottie?-espetó Louis, mirando las cajas de juguetes con las que ya nos habíamos hecho-. Yo entiendo de Power Rangers, no de Barbies.
-No son Barbies-repliqué, leyendo una vez más el nombre científico de las Monster High que querían las gemelas.
-Para mí son todas iguales.
Negué con la cabeza, sonriente, y él se me quedó mirando, con un amago de sonrisa en los labios.
-¿Qué?
-¿Recuerdas que de pequeño te daban mal rollo mis Bratz?
Pestañeó.
-Porque eran muy raras. Tenían unos labios muy grandes.
-Pero te daban miedo. Esto le resultará interesante a Eri.
-Díselo, venga, ya verás el cachondeo que os montáis a costa de ponerme a mí de mala leche.
Y, como respondiendo a su nombre, el teléfono de Louis vibró. Se lo sacó del bolsillo rápidamente, pensando que era una llamada, pero sonrió al mirar la pantalla. Me la mostró.
-Misión cumplida-le había escrito la chica, mandándole una foto del bolso que quería mamá-. Me debes una bastante gorda. Ily, xxxxxxxxxxxxxxxxxxx.
Di unos toquecitos en la pantalla, donde aparecía el batallón de pequeñas X, y alcé una ceja. Louis guardó el teléfono en el bolsillo y tragó saliva.
-Sois monos.
Y conseguí hacer lo que de momento sólo yo podía hacer: sonrojar a Louis William Tomlinson, la criatura con menos vergüenza de todo el mundo.
-Cómo te gusta joderme, Charlotte.
Le di en el culo y di un brinco, huyendo de él.
-¡Ya te gustaría!
-¡Luego el inmaduro soy yo!-replicó, frotándose las nalgas. Le esperé al fondo del pasillo del centro comercial, mientras él se deleitaba en ir caminando despacio, disfrutando de que en Doncaster estaban tan acostumbrado a verlo que ya pasaban de él. Debía de ser guay tener un sitio en el mundo en el que seguir siendo tú mismo, especialmente si aquél sitio era tu propia casa.
-¿Qué miras ahora?-preguntó. Sacudí la cabeza; mis rizos rubios volaron alrededor de mí, convirtiéndolo todo en una maraña de colores dorados.
Sin explicarme muy bien todo, de repente me había arrojado a sus brazos, y él me abrazaba confuso.
-¿Qué has hecho?
-Nada. Es que... te echo de menos-me encogí de hombros, separándome. A pesar de que siempre se quejaba de su estatura, seguía sacándome una cabeza. Sonrió y me acarició la mejilla.
-¿Hay algo que deba saber? ¿Como, por ejemplo, la futura existencia de un sobrino?
Se echó a reír a carcajada limpia cuando yo me puse como un tomate.
-No.
Asintió con la cabeza.
-La verdad es que me alegro. Y me alegraría más si no terminarais nunca, pero...
-¿Por qué?
-Porque a Stan tendría que romperle las piernas por hacerte daño y a ti tendría que llamarte zorra por hacerle daño a él.
Asentí con la cabeza, preguntándome si aquello era una amenaza o no.
-No lo es-replicó Louis. Sonreí, me aparté el pelo de la cara, colocándomelo detrás de las orejas, y susurré:
-¿Sabes, BooBear? A veces me asusta mucho cómo eres capaz de leerme la mente.
-Yo fui la tercera persona en verte cuando naciste. Te llevo ventaja en conocer al otro.
Nunca me cansaba de recordármelo, pero solo cuando estábamos solos, y siempre nos sonreíamos como si fuéramos amantes: vale, era cierto que mi hermano a veces era un subnormal insoportable, pero cuando sacaba su lado tierno, su lado de me robaste el corazón desde que me miraste por primera vez hace 18 años, no había quién se resistiera.
Y yo me alegraba de que en mi primer recuerdo saliera él, y que mi primera palabra hubiera sido Lou.
Estaba sentada en el sofá, jugando con un peluche, aporreando el suelo con él, y Louis a mi lado, construyendo una especie de palacio con las piezas de madera desmontables que le había regalado mi abuela.
Yo miré el palacio mientras una idea se dibujaba en mi interior, dispuesta a florecer. Mi primera fechoría.
Cogí mi osito de peluche por una oreja y lo lancé contra el palacio. Louis chilló, se volvió hacia mí, pero, cuando vio que no podía parar de reírme, terminó riéndose conmigo, acercándose a mí, abrazándome con fuerza y besándome en la frente.
-Eres mala, Lottie-me había dicho con voz de niño, una voz que sorprendentemente apenas había cambiado unos 15 años después.
-Lou-había replicado yo.
-Tonta.
-Lou.
Louis volvió a reírse, me acercó la cara para que lo besara, y me llevó consigo a hacer el castillo de nuevo.
-Loooooooooooottie-el Louis de 20 años chasqueó los dedos delante de mis ojos, haciéndome dar un brinco-. ¿Hola? ¿Estás aquí, o te están abduciendo?
Negué con la cabeza.
-Me están abduciendo-espeté, buscando una goma con que hacerme una coleta en el bolso. Louis asintió y alzó las bolsas.
-Voy a llevar esto al coche.
-¿Por qué?-pregunté, echándome el pelo hacia atrás y toqueteándolo, asegurándome de que ningún mechón rebelde se quedaba fuera.
-Porque todavía me queda buscarte un regalo a ti, el regalo de papá, algo más para mamá, y algo para Eri.
-¿No te ha dicho que no le compres nada?
-Las órdenes que me dé Eri me las paso yo por un sitio que ella conoce bien.
No pude reprimir una risa.
-¿Sabe ella de este vocabulario y esta chulería tuyos?
-Está acostumbrada, igual que te acostumbraste tú-se encogió de hombros, alzando las cejas; se giró en redondo y se encaminó a los ascensores. Tras echar un vistazo a uno de los vestidos de un escaparate, que suplicaba de rodillas que lo comprara, y prometerle que volvería pronto a verlo, corrí a alcanzar a Louis, que estaba hablando con un nutrido grupo de chicas, bastante divertido.
Las chicas se me quedaron mirando mudas. A ver, tampoco era para tanto, ¿tan interesante era la hermana de tu ídolo en comparación con tu ídolo? Nunca me acostumbraría a que me miraran de aquella manera con Louis delante, nunca.
Diez minutos después, Louis y yo corríamos en direcciones distintas (aparentemente solo podía ir en una dirección con gente de su mismo sexo), intentando convencer al otro de que tal camino era mejor para ir a tal tienda... y terminé ganando yo, porque siempre el instinto protector de un hermano mayor superaba a lo puñetero que llegara a ser dicho hermano mayor.
Lo único que tuve que hacer fue quedarme de pie esperando a que Louis volviera a aparecer por la esquina de una de las callejuelas del centro comercial, alzarle una ceja cuando apareció, y soportar su retahíla de tacos mientras se acercaba, mientras nos alejábamos de aquel lugar y mientras seguíamos comprando. Seguramente pareciera que me saldría mucho más barato seguirlo y punto, pero había un extra: molaba ganar a Louis.
Molaba que se cabreara.
Molaba pincharlo, en una palabra.
Cogí un jersey de una percha y se lo mostré. Se encogió de hombros.
-¿Ves a mamá poniéndoselo?
-Es para Fizzy.
Volvió a mirar el jersey.
-Es enorme, Lottie.
-¿Y? Ya sabes lo que le gusta llevar las cosas grandes.
-Creía que solo era con las sudaderas. Además, no creo que le quede bien ese color.
Y se colocó a mi lado, preparándose para revolver hasta encontrar lo que quería exactamente, sacando al cazador que llevaba dentro.
Sacó el mismo jersey, solo que más pequeño y en color caramelo, y me lo mostró.
Asentí con la cabeza.
-Tienes talento, Tommo.
Se echó a reír.
-No has visto a nuestra estilista.
Me tendió el jersey y yo lo cogí de mala gana, bufando. Le hablé del vestido, él asintió con la cabeza y me preguntó:
-¿Lo quieres?
-Tendría que probármelo-me encogí de hombros-, y ya no sería un regalo de Navidad.
Nos acercamos a la caja y saqué la cartera. Se las arregló para ponerse delante de mí y, poniendo el culo en pompa, me alejó de la cajera, para deleite de todo el personal de la tienda y las mujeres que estaban allí. Dudaba bastante de que todas fueran fans de One Direction, pero... bueno, tenía que reconocer que Louis era guapo, sobre todo ahora que no se escondía tras un flequillo más grande qué él.
Cuando me tendió la bolsa con cara de he ganado y me pidió que me llevara a la tienda, sonreí.
-¿Qué se supone que le voy a comprar yo a Fizzy ahora?-inquirí, haciendo pucheros. Me pasó un brazo por la cintura, me atrajo hacia él y me susurró al oído:
-Ese es tu regalo.
-¿Para mí? Me queda pequeño, Lou.
-No, que es tu regalo para Fizzy. Yo ya pensaré en algo-se encogió de hombros, soltándome. Jugué con mi coleta.
-Creo que empiezo a entender que a Eri le cabree tanto que le compres las cosas.
-¿Cuánto ganas?-me atacó, alzando las cejas, como si no entendiera que me estuviera dando aquel ataque de dignidad tan estúpido: era él el que me estaba pagando la universidad, así que 25 libras no serían nada.
¿O no?
Supongo que sería una cuestión más de amor propio que otra cosa, pero no tenía que pasarme lo mismo que le pasaba a Eri. Yo, en teoría, podía tener el derecho a que Louis me mantuviera por el simple hecho de haber estado metida en el mismo sitio que él durante el mismo tiempo que él (lo que venía siendo los 9 meses de gestación de mi madre en el útero de la misma).
-Y, ¿cuánto gano yo?-continuó, convenciéndome, como si lo necesitara. Está bien, Louis, me quieres tener de mantenida, pero... suspiré.
-¿Desde cuándo eres tan persuasivo?
-Desde que me considero millonario.
-¿Lo eres?
-¿Tener millones de libras me deja llamarme millonario?-soltó, sin ceremonia ninguna, sonriendo a un grupo de chicas que lo miraban alucinadas. Podría acostumbrarme a ser él, y seguramente lo disfrutaría más.
Se detuvo en la puerta de la tienda y me miró.
-Eh, espera... si te compro el vestido, todavía tengo que pensar en algo que regalarte por Navidad, y, después de este ataque de dignidad tan característico de tu querida cuñada, no estoy seguro de si será buena idea darte dos regalos.
Me lancé a colgarle los brazos al cuello y comencé a aletear con las pestañas.
-No me pondré más digna.
-¿Seguro?
-Seguro.
Le ordené que se callara, aunque en realidad lo único que hacía era reírse, cuando salí de la tienda con una sonrisa de oreja a oreja, con el precioso vestido en una bolsa colgando de mi brazo.
-¿Dónde está tu dignidad ahora?
-Te dije que no me pondría más digna. ¿Qué te cuentan?-pregunté, moviendo la barbilla en dirección al móvil, que se estaba guardando en el bolsillo. Negó con la cabeza.
-Nada, estaba compartiendo con Eri tus gustos. Quiere comprarte algo.
-Pero, ¡Louis! ¡No me lo cuentes!-me reí. Él me sonrío, una sonrisa que el robaría el corazón a cualquiera... de no ser que ese cualquiera llevara 18 años viéndola y ya fuera inmune a sus efectos.
-No te he dicho qué te vaya a comprar.
-No lo sabes.
-No lo sabe ni ella, ¿cómo lo voy a saber yo?
-¿Y qué le compro a ella?
-Lo que te dé la gana, total, se va a poner digna igual que tú-se encogió de hombros, levantándose del sofá de la tienda y conduciéndome fuera.
Puse mala cara, sin apartar la vista de él.
-¿Por qué te jode tanto?-pregunté. Se encogió de hombros.
-Porque tampoco me parece que sea para que todas os pongáis así.
-La única que no se ponía así contigo fue Hannah.
Se me quedó mirando largo rato, decidiendo si era subnormal perdida o simplemente tonta. Suspiró.
-Los dos sabemos cómo es Hannah.
-Tú fuiste el que salió con ella, no yo-le recordé-. Y mira que yo te decía que era materialista.
-Te caía bien, Charlotte-me acusó. Alcé las manos, la bolsa del vestido quedó colgando, suspendida ante mi cara.
-¡No sabía que era una zorra materialista que no te apoyaría!
Se encogió de hombros, metiéndose las manos en los bolsillos, y siguió caminando.
-Es pasado, ¿vale? Déjalo estar.
-¿Hablas con ella?
Me miró.
-A veces.
-¿Lo sabe Eri?
-¿Es que te caíste de pequeña y te diste un golpe en la cabecita?-se me acercó y me dio varios toques, esperando a ver cómo sonaba-. Si se lo digo, se pondrá como loca, irá a matarla, la tendremos gorda, igual rompemos y...-sacudió la cabeza-. No sería una buena idea.
-Pero merece saberlo.
-Hannah tiene novia ahora-me confió, tirando de mí para volver a ponernos en marcha. Nos quedaba mucho por hacer.
Me quedé clavada en el sitio.
-¿Cómo novia?
Asintió con la cabeza.
-¿Que es lesbiana?-bramé, alzando la voz varias octavas por encima de mi tono habitual. Louis tenía que estar vacilándome. ¿Por qué no me lo habría contado Stan de ser así?
-Baja la voz, Lottie, por el amor de Dios-replicó, volviendo a acercárseme y tapándome la boca con la mano. Parpadeé, intentando hacerme a la idea.
¡Una ex novia de mi hermano, lesbiana!
-Las traumatizas-conseguí articular, asombro aparte. Se echó a reír como un condenado, y yo dejé escapar una risita tonta.
Asintió con la cabeza, alzando las cejas.
-Se lo diría a Eri si no se dieran esas circunstancias.
-Ah, ¿que es en serio?
-Lottie...-suplicó, mordiéndose el labio para no echarse a reír. Yo hice lo propio, nos miramos a los ojos, y nos dejamos llevar por las carcajadas, incapaces de retenerlas mucho más tiempo. Me limpié las lágrimas que me iban rodando por las mejillas de tanto reírme y asentí con la cabeza, intentando calmarme. Menos mal que había cogido el rímel y la raya del ojo waterproof, porque si no llevaría ya bastante tiempo pareciendo un mapache.
Me abaniqué con la mano y me apoyé en él, intentando calmarme. Todo el mundo nos miraba, pero ya estaba empezando a acostumbrarme a esto; ya no me ponía roja cada vez que alguien cruzaba lo vista conmigo, porque sólo había una manera de que esto dejara de suceder: cambiarme el nombre, someterme a una reconstrucción de cara y alejarme de mi familia y de mi repelente aunque adorable hermano el resto de mis días, algo que no merecía la pena. Y tras dos años de que cada bicho viviente con el que me cruzaba se me quedara mirando, estaba haciendo un buen trabajo con mi timidez.
Louis me puso las manos en las caderas y me separó un poco de él. Bajó la cabeza y me miró a los ojos.
-¿Ya?
Asentí. Me secó las lágrimas salvajes y divertidas que se negaban a guarecerse en los ojos, me sacó la lengua y me arrastró lejos de nuestra escena del crimen, por así llamarla.
Pasamos pro delante de Tiffany's, nos miramos, asentimos a los pensamientos que estábamos compartiendo, y nos acercamos al escaparate. Le señalé una pulsera, él la miró con ojos entrecerrados.
-Tiene una parecida.
-¿Quién dice que sea para tu novia? Eres un egocéntrico.
Se echó a reír.
-¿Te pones como loca por un vestido, pero cuando se trata de joyas de una de las tiendas más pijas y caras de todo el mundo, te echas para atrás? Mamá no nos enseñó eso, Lot.
Me reí entre dientes.
-Los dos sabemos que no me podría permitir esa pulsera ni aunque me prostituyera.
Me miró de arriba a abajo, alzó una ceja.
-Seguramente me arrepienta más tarde de lo que te voy a decir...-empezó.
-Oh, Dios-me puse una mano en la cadera y esperé a que siguiera.
-Pero, hermanita, seamos sinceros: no es que seas fea, precisamente.
-¿Crees que estoy buena?
-LOTTIE, JODER, QUE ERES MI HERMANA.
-¡Eh! Tienes ojos en la cara, y eres más o menos objetivo.
Bufó.
-¿Tú dirías que yo estoy bueno?
Se cruzó de brazos y se apoyó contra el cristal del escaparate. Una chica dejó escapar un suspiro de satisfacción.
Estudié a Louis detenidamente: sí, vale, de cara nos parecíamos, y los dos éramos guapos (yo más, jaja), no tenía abdominales (por lo menos, que a mí me constara, tendría que preguntarle a Eri), pero lo compensaba con unos buenos brazos.
Y toda la vida había tenido envidia de su culo respingón.
-Me gustan tus brazos-susurré. Sonrió.
-A todas os gustan.
-¿Qué te gusta de mí?-pregunté, intentando ponerlo en un aprieto, pero no lo conseguí. Era demasiado complicado, sobre todo cuando tenía las defensas en alerta máxima y le apetecía hacerse el gracioso.
-Tu incomparable sentido del humor.
Abrí la boca y le di un puñetazo en el hombro mientras no dejaba de reírse.
-¿Me estás llamando fea?
-No te puedo decir lo que me gusta de ti porque te creces.
Le miré con el ceño fruncido.
-¿No serán mis pechos?
-Adiós, Charlotte-replicó él, dándose la vuelta y alejándose de mí. Corrí a cogerlo.
-¡Era broma!
Seguimos así, bromeando y riéndonos toda la tarde, mientras terminábamos de hacer nuestras compras. Nos separamos media hora para comprarle cada uno el regalo al otro, y fue en esa media hora cuando más reflexioné sobre todo lo que estaba pasando.
Mi hermano mayor, el que toda la vida había estado metiendo ruido en su habitación o en el salón, ahora apenas estaba en casa. El chaval que había corrido al colegio a pegar a un crío que me había hecho sentir mal ahora no tendría tiempo para defenderme como antes por mucho que lo intentara.
Louis ya no estaba allí para ayudarme a cuidar de las pequeñas, y mucho menos para hacerlas reír cuando yo no podía. Era verdad que el humor en la familia era genético, que todos teníamos nuestra chispa, pero había algo que estaba claro: Louis llevaba con ese algo especial desde que nació. Llevaba siendo el mejor, el más divertido, desde que había puesto un pie en este mundo. Y yo no podía, no quería, competir con él. No se podía estar en casa sin él, especialmente en esos momentos, con lo de papá y mamá... la casa estaba fría, silenciosa... estaba aburrida como nunca lo habría estado de no haberse ido él a Londres.
Y luego estaba su novia extranjera. No tenía nada contra Eri, me caía genial, era una de las amigas más sinceras que podía tener, a pesar de que nos conocíamos de hacía poco. Pero sus orígenes, que aún viviera en otro país, no ayudaba en absoluto con lo de Louis. No me lo traía a casa los fines de semana, no le dejaba ningún fin de semana libre, porque claro, tenían que verse, y entre semana no podía ser así, porque ella, como yo, tenía que estudiar, y él tenía trabajo por hacer.
Mientras esperaba a que la dependienta terminara de envolverme su regalo, una idea apareció por mi mente.
¿Y si se lo lleva? ¿Y si le pide que vaya con ella a España, mudarse los dos allí?
Me eché a temblar mientras un nudo se formaba en mi estómago.
No lo sacaría de Inglaterra... no se atrevería. ¿No?
La cosa estaba en sus manos, mi familia entera, la felicidad de mis hermanas y, por qué no, la mía también, estaba en las manos de aquella española de 16 años.
Porque Louis estaba lo suficientemente colado por ella como para pensárselo seriamente. Y, si la banda no se oponía... Adiós Louis.
Pero no podía dejarnos sin él. ¿O sí?
Bueno, sí que podía. Yo misma sabía lo que era echar de menos a Louis, lo que se sentía a llorar porque sabías que estarías unos meses sin verlo, porque se iba a un programa, porque se iba de gira, porque, simplemente, necesitaba desconectar de todo, y de todos... yo ya había llorado por él, ya le había echado de menos hasta que me doliera el alma. Ya me había metido en su cama muchas veces, cuando no podía dormir porque ese dolor era insoportable, solo para taparme con sus mantas y sentir que él estaba allí conmigo, tal y como cuando era pequeña y me dejaba entrar en su cama cuando tenía una pesadilla, y me acariciaba el costado hasta que me dormía, esperando que lo hiciera con la luz encendida...
Joder, mi hermano era un santo, visto así.
Y lo peor de todo sería que, si Eri me apartaba de su lado, no podría culparla, porque yo haría lo mismo de tener la oportunidad. Sentía los mismos celos de ella que siempre había sentido cuando Louis me decía de pequeña que se tenía que ir, que no podríamos jugar aquella tarde, porque habría quedado. Y te hacía sentir especial que te mirara, te pellizcara la barbilla y susurrara:
-Pero no te preocupes, peque, volveré pronto y seguiremos jugando.
Me apoyé contra la pared, me solté el pelo y me crucé de brazos, esperando que él también apareciera, y poder irnos ya a casa. Me estaba volviendo loca tanta mierda.
Necesito alcohol.
Saqué la BlackBerry y le mandé un mensaje a mi cuñada, esperando que ella no se sintiera mal por todo el odio que, de repente y sin razón alguna, le había enviado.
¿Cómo vas, Eri? x
¡Lottie! ¡Joder, no sé qué comprarle a tu hermano! ¿Ideas? SOS!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Ni de coña, rómpete tú la cabeza. Me ha costado mucho encontrar lo suyo.
¿Qué mierda la das a alguien que ya lo tiene todo?
Me pensé seriamente la respuesta antes de mandársela.
Bebés.
Tu hermano era monísimo de pequeño.
Lo era yo más.
Tenía mofletitos.
Awwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwww.
Yo quiero un mini Louis. Espero que nuestros críos no salgan como yo, porque si no, ¡asco!
Seguro que tú eras muy mona, Eri.
Era rubia.
OMG, ¿COMO YO?
Más o menos.
Louis fue calvo hasta casi los dos años. JAJAJAJAJAJAJAJAJA.
Pero era mono igual, me ha mandado fotos Jay y era tan... cómo decírtelo... asdfghjklñ.
¿QUÉ LETRA ES ESA? ¡SAL DEL TECLADO DE ERI, SATÁN!
¡PODER Ñ! ¡MUERE, INGLESA, MUERE! ÑÑÑÑÑÑÑÑÑÑÑÑÑÑÑÑÑÑ
AAAAAAAAAAAAAH.
-Mira cómo se ríe-sonrió Louis, acercándose y echando un vistazo a mi móvil. Lo guardé rápidamente en el bolsillo del pantalón, lo miré a los ojos, y, cuando me quise dar cuenta, estaba abrazándolo como si llevara años sin verlo.
-Lottie, ¿qué...?-empezó. Le estampé un sonoro beso en la mejilla, haciéndole saber que no quería hablar, y él se encogió de hombros y me rodeó con sus fuertes brazos, haciéndome sentir segura como cada vez que lo hacía.
Llevaba años metiéndome en aquellos brazos cuando me sentía mal, y no iba a ser una excepción.
Y nadie, absolutamente nadie, me iba a apartar de aquel chaval que me hacía sentir tan bien.
Hundí mi cara en su cuello mientras él me acunaba lentamente, cerré los ojos y me eché a llorar.
-Lottie, nena, eh, eh. ¿Qué te pasa, mi vida?
Le dediqué una triste sonrisa.
-¿Cuánto hace que no me llamas mi vida? Ya ni me acordaba de que lo hacías.
-Pero no llores, pequeña. ¿Qué te pasa?-me limpió una lágrima, tarea inútil: ya era una presa desbordada dejando escapar todo.
Sacudí la cabeza, clavando las uñas en su espalda, negándome a que se le ocurriera, que tan siquiera se le pasara por esa cabeza hueca suya, que me empujara para alejarme de él.
-¿Quieres tomar algo y me lo cuentas?-me susurró al oído, apartándome el pelo de ese lado y acariciándome despacio el cuello.
No me acordaba de lo bien que me sentaba que Louis me acariciara el cuello.
Asentí con la cabeza.
-Pero me tienes que soltar.
-¿No me puedes llevar en volandas?
Noté cómo se reía, susurró un suave vale y me cogió de la cintura, levantándome un poco sobre él. Jadeé de la sorpresa; no pensaba que lo fuera a hacer de verdad. Me separé de él.
-Vale, vale, puedo... ir... sola.
Me limpié las lágrimas y sonreí, porque ya estaba mirándome con esa cara suya de Te vas a reír hasta que te duela cada hueso de ese cuerpo tuyo.
Veinte minutos después, estábamos sentados en un parque, cada uno con su vaso del Starbucks, yo sentada sobre mis piernas y mirando mi café como si fuera la cosa más interesante del mundo. Louis no dejaba de mirarme a mí.
-No sé qué me pasó, BooBear-musité con un hilo de voz. Él asintió.
-¿Que no puedes vivir sin mí?-sugirió, sin saber lo cerca que se acercaba a la realidad.
Se arrastró un poco más por el banco hacia mí, de manera que su rodilla tocara la mía. Miré ese punto de unión entre los dos, pensando cuántas chicas matarían por estar tan cerca de él... por desarrollar esa dependencia malsana que yo ya había desarrollado en silencio durante toda mi existencia.
-¿Has discutido con Stan?
Negué con la cabeza.
-¿Te va mal en la Uni?
Volví a negar.
-¿Vamos a estar así toda la tarde hasta que yo dé con la cosa que te ha alterado tanto?
Me encogí de hombros y terminé asintiendo con la cabeza.
Chistó, me tomó de la mandíbula y me obligó a levantar la cabeza.
-¿Qué pasa?
-Te quiero-susurré.
Me dedicó una sonrisa tan tierna que aquella parte de mí que se sentaba de noche, cuando se sentía mal, a escuchar sus canciones, se tiró del banco y comenzó a rebozarse en el prado, borracha de felicidad. Aunque era pequeña, esa parte casi consiguió hacerse con el control absoluto de mi cuerpo. Casi.
-Y yo a ti. Ya lo sabes, pequeña, y ahora, ¿qué te pasa?
Tragué saliva y tamborileé con los dedos en el vaso del Starbucks. Iba a cabrearlo. Lo sabía. Y, sin embargo, necesitaba decirlo.
Me puso una mano en la rodilla.
-Solo soy yo, Lottie.
-Te... te... te....
-¿Tú, tú, tú?-sonrió, acariciándome la cara y apartándome un mechón de pelo rebelde. Joder, ¿hacía lo mismo con Eri? Porque entonces no me extrañaba nada que ella adorara el suelo por donde pisaba. Y, lo peor de todo, es que lo hacía sin pretenderlo, seguro que no tenía ni conocimiento de su poder.
-Te... echo mucho de menos, Louis. Muchísimo-susurré. Se me quedó mirando, esperando a que continuara. Me aparté el pelo de la cara, me limpié las lágrimas y dejé caer las manos sobre mis piernas, esperando que siguiera con mi monólogo-. Yo... no soporto cómo está ahora la casa sin ti. Al principio me engañé, me hacía pensar que no se notaba, pero... hay un silencio que es insoportable. Necesitamos que vuelvas a casa.
-Voy a quedarme en Navidad.
-Necesitamos más tiempo. Hasta que...
Sacudí la cabeza, sonriendo. No, aquello era imposible, era la única cosa que no se podía conseguir, por mucho que lo intentáramos.
-¿Hasta que...?-me animó él. Lo miré a los ojos, estaba medio borroso debido a mis lágrimas, que se empeñaban en empañarme la visión.
-Hasta que encontremos a alguien tan... como tú.
Me encogí de hombros.
-Pero no hay nadie como tú.
-Oh, Lottie-se acercó y me besó en la mejilla, apenas apretando sus labios contra mi piel.
Me llevé la yema de los dedos allá donde hacía un par de segundos estaba su boca, y sonreí, tímida, de repente consciente de que era una estúpida. Mi hermano nunca dejaría de ser mi hermano por muy lejos que estuviera.
-¿Y si te vas?-seguí, sin embargo-. Si Eri te pide irte lejos, y tú accedes, y os marcháis los dos a España...
-¿Tengo yo cara de ir a aprenderme en mi jodida existencia algo de español? Solo sé decir mi nombre-replicó, frunciendo el ceño. Me eché a reír.
-Pero tienes que considerar la posibilidad...
-Nunca os dejaría aquí, solas-me cortó, clavándome una gélida mirada.
Vi en él el padre de unos críos que crecerían protegidos, alejados de todo mal, porque él no permitiría que les pasara nada.
El padre que seguramente veía Eri cada vez que se despertaba por la mañana.
-Sabes que no lo haría-susurró, más bajo. Me aparté el pelo de la cara y asentí.
-Y, lo que me jode es que... las pequeñas tienen más atención porque, claro, son pequeñas. Que está muy bien-me apresuré a aclarar, asintiendo con la cabeza-. No estoy diciendo que no les hagas caso, pero... yo también necesito mimos de vez en cuando. Que me vayas a arropar como a las gemelas y Fizzy. Que me cuentes lo que hacéis Liam, Harry, Zayn, Niall y tú cada vez que montáis algo gordo, o incluso las cosas insignificantes, como haces con mamá. Que me discutas que el Liverpool jugó bien tal partido, como con papá...-me encogí de hombros.
-El Liverpool lleva sin jugar bien mucho tiempo-me discutió. Le di un cabezazo en el hombro, y dejé la cabeza allí apoyada.
-Sabes a qué me refiero.
-Eres tú la que me pincha, Lottie.
-Me jode saber que quieres más a las pequeñas que a mí.
Se apartó de mí y se me quedó mirando.
-Si estuviéramos en casa te habría soltado tal hostia que estabas orbitando por Saturno.
-Es la verdad.
-Mentira.
-Lo es.
-Men. Ti. Ra-silabeó.
-Pero...
Me volvió a tapar la boca, como cuando me puse a chillar lo de Hannah.
-Te quiero a ti igual que a Fizzy y las gemelas. Y lo sabes. ¿Cómo no iba a hacerlo? Es cierto que ahora tú eres insoportable, pero tú fuiste la primera mujer en robarme el corazón.
Me puse roja como un tomate y lo miré.
-¿Qué? ¿Estás enamorado de mí?
-Eres mi hermana pequeña. Claro que estoy enamorado de ti. De ti, de Fizzy, y de Daisy y Phoebe. No sabes lo que se siente cuando un bebé recién nacido te mira a los ojos y te sonríe cuando apenas lleva unos segundos de existencia aquí fuera-hizo un gesto con la cabeza en dirección a los árboles, las flores, las parejas que paseaban, la gente corriendo, los perros jugando con sus dueños... nuestro mundo en general.
-Yo también vi nacer a Fizzy y las gemelas.
-Pero eres del mismo sexo que ellas. Las quieres de manera distinta a mí,porque yo soy un chico y tú eres una chica. Tú fuiste la que me enseñó qué era querer a otra mujer que no fuera mi madre, Lottie-me apartó el pelo de la cara y me limpió una lágrima-. Así que no te atrevas a decir que no te quiero a ti igual que a las pequeñas, porque sabes que es mentira.
-Nunca me habías...
-¿Dicho eso?-adivinó. Asentí-. Cuando estoy en casa te comportas como si fueras la ama y señora del lugar, el macho alfa, y yo soy el beta que viene a quitarte el sitio, cuando en realidad el alfa legítimo soy yo, y los dos lo sabemos. Te hinchas como un pavo. Me puteas como si no hubiera mañana. Muchas veces pareces Stan cuando te pones en plan tocapelotas, cuando empiezas con tu numerito de aquí se hace lo que yo diga, y punto-alzó las cejas y yo sonreí-. Y eso mola, ¿o me vas a decir que no?-me pasó un brazo por los hombros y tiró de mí hasta colocarme en su pecho- ¿No mola que nos peleemos, que discutamos siempre, que nos digamos el uno al otro que nos comamos el rabo?
-O el coño-susurré. Se echó a reír.
-Lo tendría difícil para comerte el rabo, francamente.
Me eché a reír.
-Echaba de menos las tardes como hoy.
-Es la primera vez que vamos los dos juntos, solos, de compras, Louis.
-No es la primera vez que estamos toda la tarde enredando los dos juntos, solos, Charlotte-se burló.
-Tenemos que salir así mas a menudo.
-Sí, pero de noche no. Paso de volver a llevarte borracha a casa.
-¿Perdona? La última vez te llevé yo borracho a ti.
Se echó a reír.
-No sabes lo que moló aquella noche.
-Pues tu española se acojonó.
-Mi española se está acostumbrando a que beba a todas horas.
-Costumbre que le estás pegando a Zayn-le acusé, cruzándome de brazos. Alzó las manos.
-¡Usted perdone, milady, pero Zayn va por el camino de los chicos malos él solo! Para algo es un malote de Bradford. Pero gracias por preocuparte por tu chico favorito de One Direction antes que de tu propio hermano. Lo aprecio.
-Mi voz favorita es la tuya, Lou. Es dulce.
-¿Siempre?
-No. Cuando hablas es horrible. Por eso no te soporto cuando tienes la boca abierta.
Me eché a reír cuando él casi desencajó la mandíbula.
-Mira, Lottie, mi vida... vete a tomar un poco por el culo.
Y me eché a reír ante su gesto de fastidio.
-¿Y bien?
-Soberbios-sonreí, poniéndome de pie de un brinco, con una agilidad y gracilidad prácticamente desconocidas en mí-. Y ahora, querida, vamos a Claires.
Miré una vez más la carta que se suponía debería estar viajando hacia el polo norte, hacia el iglú-mansión de Santa Claus, por cortesía del Correo Inglés, y cuyo destinatario eran las gemelas. Le enseñé la lista a mi hermano.
-¿Y este?
-¿A mí qué me vienes a preguntar de muñecas, Lottie?-espetó Louis, mirando las cajas de juguetes con las que ya nos habíamos hecho-. Yo entiendo de Power Rangers, no de Barbies.
-No son Barbies-repliqué, leyendo una vez más el nombre científico de las Monster High que querían las gemelas.
-Para mí son todas iguales.
Negué con la cabeza, sonriente, y él se me quedó mirando, con un amago de sonrisa en los labios.
-¿Qué?
-¿Recuerdas que de pequeño te daban mal rollo mis Bratz?
Pestañeó.
-Porque eran muy raras. Tenían unos labios muy grandes.
-Pero te daban miedo. Esto le resultará interesante a Eri.
-Díselo, venga, ya verás el cachondeo que os montáis a costa de ponerme a mí de mala leche.
Y, como respondiendo a su nombre, el teléfono de Louis vibró. Se lo sacó del bolsillo rápidamente, pensando que era una llamada, pero sonrió al mirar la pantalla. Me la mostró.
-Misión cumplida-le había escrito la chica, mandándole una foto del bolso que quería mamá-. Me debes una bastante gorda. Ily, xxxxxxxxxxxxxxxxxxx.
Di unos toquecitos en la pantalla, donde aparecía el batallón de pequeñas X, y alcé una ceja. Louis guardó el teléfono en el bolsillo y tragó saliva.
-Sois monos.
Y conseguí hacer lo que de momento sólo yo podía hacer: sonrojar a Louis William Tomlinson, la criatura con menos vergüenza de todo el mundo.
-Cómo te gusta joderme, Charlotte.
Le di en el culo y di un brinco, huyendo de él.
-¡Ya te gustaría!
-¡Luego el inmaduro soy yo!-replicó, frotándose las nalgas. Le esperé al fondo del pasillo del centro comercial, mientras él se deleitaba en ir caminando despacio, disfrutando de que en Doncaster estaban tan acostumbrado a verlo que ya pasaban de él. Debía de ser guay tener un sitio en el mundo en el que seguir siendo tú mismo, especialmente si aquél sitio era tu propia casa.
-¿Qué miras ahora?-preguntó. Sacudí la cabeza; mis rizos rubios volaron alrededor de mí, convirtiéndolo todo en una maraña de colores dorados.
Sin explicarme muy bien todo, de repente me había arrojado a sus brazos, y él me abrazaba confuso.
-¿Qué has hecho?
-Nada. Es que... te echo de menos-me encogí de hombros, separándome. A pesar de que siempre se quejaba de su estatura, seguía sacándome una cabeza. Sonrió y me acarició la mejilla.
-¿Hay algo que deba saber? ¿Como, por ejemplo, la futura existencia de un sobrino?
Se echó a reír a carcajada limpia cuando yo me puse como un tomate.
-No.
Asintió con la cabeza.
-La verdad es que me alegro. Y me alegraría más si no terminarais nunca, pero...
-¿Por qué?
-Porque a Stan tendría que romperle las piernas por hacerte daño y a ti tendría que llamarte zorra por hacerle daño a él.
Asentí con la cabeza, preguntándome si aquello era una amenaza o no.
-No lo es-replicó Louis. Sonreí, me aparté el pelo de la cara, colocándomelo detrás de las orejas, y susurré:
-¿Sabes, BooBear? A veces me asusta mucho cómo eres capaz de leerme la mente.
-Yo fui la tercera persona en verte cuando naciste. Te llevo ventaja en conocer al otro.
Nunca me cansaba de recordármelo, pero solo cuando estábamos solos, y siempre nos sonreíamos como si fuéramos amantes: vale, era cierto que mi hermano a veces era un subnormal insoportable, pero cuando sacaba su lado tierno, su lado de me robaste el corazón desde que me miraste por primera vez hace 18 años, no había quién se resistiera.
Y yo me alegraba de que en mi primer recuerdo saliera él, y que mi primera palabra hubiera sido Lou.
Estaba sentada en el sofá, jugando con un peluche, aporreando el suelo con él, y Louis a mi lado, construyendo una especie de palacio con las piezas de madera desmontables que le había regalado mi abuela.
Yo miré el palacio mientras una idea se dibujaba en mi interior, dispuesta a florecer. Mi primera fechoría.
Cogí mi osito de peluche por una oreja y lo lancé contra el palacio. Louis chilló, se volvió hacia mí, pero, cuando vio que no podía parar de reírme, terminó riéndose conmigo, acercándose a mí, abrazándome con fuerza y besándome en la frente.
-Eres mala, Lottie-me había dicho con voz de niño, una voz que sorprendentemente apenas había cambiado unos 15 años después.
-Lou-había replicado yo.
-Tonta.
-Lou.
Louis volvió a reírse, me acercó la cara para que lo besara, y me llevó consigo a hacer el castillo de nuevo.
-Loooooooooooottie-el Louis de 20 años chasqueó los dedos delante de mis ojos, haciéndome dar un brinco-. ¿Hola? ¿Estás aquí, o te están abduciendo?
Negué con la cabeza.
-Me están abduciendo-espeté, buscando una goma con que hacerme una coleta en el bolso. Louis asintió y alzó las bolsas.
-Voy a llevar esto al coche.
-¿Por qué?-pregunté, echándome el pelo hacia atrás y toqueteándolo, asegurándome de que ningún mechón rebelde se quedaba fuera.
-Porque todavía me queda buscarte un regalo a ti, el regalo de papá, algo más para mamá, y algo para Eri.
-¿No te ha dicho que no le compres nada?
-Las órdenes que me dé Eri me las paso yo por un sitio que ella conoce bien.
No pude reprimir una risa.
-¿Sabe ella de este vocabulario y esta chulería tuyos?
-Está acostumbrada, igual que te acostumbraste tú-se encogió de hombros, alzando las cejas; se giró en redondo y se encaminó a los ascensores. Tras echar un vistazo a uno de los vestidos de un escaparate, que suplicaba de rodillas que lo comprara, y prometerle que volvería pronto a verlo, corrí a alcanzar a Louis, que estaba hablando con un nutrido grupo de chicas, bastante divertido.
Las chicas se me quedaron mirando mudas. A ver, tampoco era para tanto, ¿tan interesante era la hermana de tu ídolo en comparación con tu ídolo? Nunca me acostumbraría a que me miraran de aquella manera con Louis delante, nunca.
Diez minutos después, Louis y yo corríamos en direcciones distintas (aparentemente solo podía ir en una dirección con gente de su mismo sexo), intentando convencer al otro de que tal camino era mejor para ir a tal tienda... y terminé ganando yo, porque siempre el instinto protector de un hermano mayor superaba a lo puñetero que llegara a ser dicho hermano mayor.
Lo único que tuve que hacer fue quedarme de pie esperando a que Louis volviera a aparecer por la esquina de una de las callejuelas del centro comercial, alzarle una ceja cuando apareció, y soportar su retahíla de tacos mientras se acercaba, mientras nos alejábamos de aquel lugar y mientras seguíamos comprando. Seguramente pareciera que me saldría mucho más barato seguirlo y punto, pero había un extra: molaba ganar a Louis.
Molaba que se cabreara.
Molaba pincharlo, en una palabra.
Cogí un jersey de una percha y se lo mostré. Se encogió de hombros.
-¿Ves a mamá poniéndoselo?
-Es para Fizzy.
Volvió a mirar el jersey.
-Es enorme, Lottie.
-¿Y? Ya sabes lo que le gusta llevar las cosas grandes.
-Creía que solo era con las sudaderas. Además, no creo que le quede bien ese color.
Y se colocó a mi lado, preparándose para revolver hasta encontrar lo que quería exactamente, sacando al cazador que llevaba dentro.
Sacó el mismo jersey, solo que más pequeño y en color caramelo, y me lo mostró.
Asentí con la cabeza.
-Tienes talento, Tommo.
Se echó a reír.
-No has visto a nuestra estilista.
Me tendió el jersey y yo lo cogí de mala gana, bufando. Le hablé del vestido, él asintió con la cabeza y me preguntó:
-¿Lo quieres?
-Tendría que probármelo-me encogí de hombros-, y ya no sería un regalo de Navidad.
Nos acercamos a la caja y saqué la cartera. Se las arregló para ponerse delante de mí y, poniendo el culo en pompa, me alejó de la cajera, para deleite de todo el personal de la tienda y las mujeres que estaban allí. Dudaba bastante de que todas fueran fans de One Direction, pero... bueno, tenía que reconocer que Louis era guapo, sobre todo ahora que no se escondía tras un flequillo más grande qué él.
Cuando me tendió la bolsa con cara de he ganado y me pidió que me llevara a la tienda, sonreí.
-¿Qué se supone que le voy a comprar yo a Fizzy ahora?-inquirí, haciendo pucheros. Me pasó un brazo por la cintura, me atrajo hacia él y me susurró al oído:
-Ese es tu regalo.
-¿Para mí? Me queda pequeño, Lou.
-No, que es tu regalo para Fizzy. Yo ya pensaré en algo-se encogió de hombros, soltándome. Jugué con mi coleta.
-Creo que empiezo a entender que a Eri le cabree tanto que le compres las cosas.
-¿Cuánto ganas?-me atacó, alzando las cejas, como si no entendiera que me estuviera dando aquel ataque de dignidad tan estúpido: era él el que me estaba pagando la universidad, así que 25 libras no serían nada.
¿O no?
Supongo que sería una cuestión más de amor propio que otra cosa, pero no tenía que pasarme lo mismo que le pasaba a Eri. Yo, en teoría, podía tener el derecho a que Louis me mantuviera por el simple hecho de haber estado metida en el mismo sitio que él durante el mismo tiempo que él (lo que venía siendo los 9 meses de gestación de mi madre en el útero de la misma).
-Y, ¿cuánto gano yo?-continuó, convenciéndome, como si lo necesitara. Está bien, Louis, me quieres tener de mantenida, pero... suspiré.
-¿Desde cuándo eres tan persuasivo?
-Desde que me considero millonario.
-¿Lo eres?
-¿Tener millones de libras me deja llamarme millonario?-soltó, sin ceremonia ninguna, sonriendo a un grupo de chicas que lo miraban alucinadas. Podría acostumbrarme a ser él, y seguramente lo disfrutaría más.
Se detuvo en la puerta de la tienda y me miró.
-Eh, espera... si te compro el vestido, todavía tengo que pensar en algo que regalarte por Navidad, y, después de este ataque de dignidad tan característico de tu querida cuñada, no estoy seguro de si será buena idea darte dos regalos.
Me lancé a colgarle los brazos al cuello y comencé a aletear con las pestañas.
-No me pondré más digna.
-¿Seguro?
-Seguro.
Le ordené que se callara, aunque en realidad lo único que hacía era reírse, cuando salí de la tienda con una sonrisa de oreja a oreja, con el precioso vestido en una bolsa colgando de mi brazo.
-¿Dónde está tu dignidad ahora?
-Te dije que no me pondría más digna. ¿Qué te cuentan?-pregunté, moviendo la barbilla en dirección al móvil, que se estaba guardando en el bolsillo. Negó con la cabeza.
-Nada, estaba compartiendo con Eri tus gustos. Quiere comprarte algo.
-Pero, ¡Louis! ¡No me lo cuentes!-me reí. Él me sonrío, una sonrisa que el robaría el corazón a cualquiera... de no ser que ese cualquiera llevara 18 años viéndola y ya fuera inmune a sus efectos.
-No te he dicho qué te vaya a comprar.
-No lo sabes.
-No lo sabe ni ella, ¿cómo lo voy a saber yo?
-¿Y qué le compro a ella?
-Lo que te dé la gana, total, se va a poner digna igual que tú-se encogió de hombros, levantándose del sofá de la tienda y conduciéndome fuera.
Puse mala cara, sin apartar la vista de él.
-¿Por qué te jode tanto?-pregunté. Se encogió de hombros.
-Porque tampoco me parece que sea para que todas os pongáis así.
-La única que no se ponía así contigo fue Hannah.
Se me quedó mirando largo rato, decidiendo si era subnormal perdida o simplemente tonta. Suspiró.
-Los dos sabemos cómo es Hannah.
-Tú fuiste el que salió con ella, no yo-le recordé-. Y mira que yo te decía que era materialista.
-Te caía bien, Charlotte-me acusó. Alcé las manos, la bolsa del vestido quedó colgando, suspendida ante mi cara.
-¡No sabía que era una zorra materialista que no te apoyaría!
Se encogió de hombros, metiéndose las manos en los bolsillos, y siguió caminando.
-Es pasado, ¿vale? Déjalo estar.
-¿Hablas con ella?
Me miró.
-A veces.
-¿Lo sabe Eri?
-¿Es que te caíste de pequeña y te diste un golpe en la cabecita?-se me acercó y me dio varios toques, esperando a ver cómo sonaba-. Si se lo digo, se pondrá como loca, irá a matarla, la tendremos gorda, igual rompemos y...-sacudió la cabeza-. No sería una buena idea.
-Pero merece saberlo.
-Hannah tiene novia ahora-me confió, tirando de mí para volver a ponernos en marcha. Nos quedaba mucho por hacer.
Me quedé clavada en el sitio.
-¿Cómo novia?
Asintió con la cabeza.
-¿Que es lesbiana?-bramé, alzando la voz varias octavas por encima de mi tono habitual. Louis tenía que estar vacilándome. ¿Por qué no me lo habría contado Stan de ser así?
-Baja la voz, Lottie, por el amor de Dios-replicó, volviendo a acercárseme y tapándome la boca con la mano. Parpadeé, intentando hacerme a la idea.
¡Una ex novia de mi hermano, lesbiana!
-Las traumatizas-conseguí articular, asombro aparte. Se echó a reír como un condenado, y yo dejé escapar una risita tonta.
Asintió con la cabeza, alzando las cejas.
-Se lo diría a Eri si no se dieran esas circunstancias.
-Ah, ¿que es en serio?
-Lottie...-suplicó, mordiéndose el labio para no echarse a reír. Yo hice lo propio, nos miramos a los ojos, y nos dejamos llevar por las carcajadas, incapaces de retenerlas mucho más tiempo. Me limpié las lágrimas que me iban rodando por las mejillas de tanto reírme y asentí con la cabeza, intentando calmarme. Menos mal que había cogido el rímel y la raya del ojo waterproof, porque si no llevaría ya bastante tiempo pareciendo un mapache.
Me abaniqué con la mano y me apoyé en él, intentando calmarme. Todo el mundo nos miraba, pero ya estaba empezando a acostumbrarme a esto; ya no me ponía roja cada vez que alguien cruzaba lo vista conmigo, porque sólo había una manera de que esto dejara de suceder: cambiarme el nombre, someterme a una reconstrucción de cara y alejarme de mi familia y de mi repelente aunque adorable hermano el resto de mis días, algo que no merecía la pena. Y tras dos años de que cada bicho viviente con el que me cruzaba se me quedara mirando, estaba haciendo un buen trabajo con mi timidez.
Louis me puso las manos en las caderas y me separó un poco de él. Bajó la cabeza y me miró a los ojos.
-¿Ya?
Asentí. Me secó las lágrimas salvajes y divertidas que se negaban a guarecerse en los ojos, me sacó la lengua y me arrastró lejos de nuestra escena del crimen, por así llamarla.
Pasamos pro delante de Tiffany's, nos miramos, asentimos a los pensamientos que estábamos compartiendo, y nos acercamos al escaparate. Le señalé una pulsera, él la miró con ojos entrecerrados.
-Tiene una parecida.
-¿Quién dice que sea para tu novia? Eres un egocéntrico.
Se echó a reír.
-¿Te pones como loca por un vestido, pero cuando se trata de joyas de una de las tiendas más pijas y caras de todo el mundo, te echas para atrás? Mamá no nos enseñó eso, Lot.
Me reí entre dientes.
-Los dos sabemos que no me podría permitir esa pulsera ni aunque me prostituyera.
Me miró de arriba a abajo, alzó una ceja.
-Seguramente me arrepienta más tarde de lo que te voy a decir...-empezó.
-Oh, Dios-me puse una mano en la cadera y esperé a que siguiera.
-Pero, hermanita, seamos sinceros: no es que seas fea, precisamente.
-¿Crees que estoy buena?
-LOTTIE, JODER, QUE ERES MI HERMANA.
-¡Eh! Tienes ojos en la cara, y eres más o menos objetivo.
Bufó.
-¿Tú dirías que yo estoy bueno?
Se cruzó de brazos y se apoyó contra el cristal del escaparate. Una chica dejó escapar un suspiro de satisfacción.
Estudié a Louis detenidamente: sí, vale, de cara nos parecíamos, y los dos éramos guapos (yo más, jaja), no tenía abdominales (por lo menos, que a mí me constara, tendría que preguntarle a Eri), pero lo compensaba con unos buenos brazos.
Y toda la vida había tenido envidia de su culo respingón.
-Me gustan tus brazos-susurré. Sonrió.
-A todas os gustan.
-¿Qué te gusta de mí?-pregunté, intentando ponerlo en un aprieto, pero no lo conseguí. Era demasiado complicado, sobre todo cuando tenía las defensas en alerta máxima y le apetecía hacerse el gracioso.
-Tu incomparable sentido del humor.
Abrí la boca y le di un puñetazo en el hombro mientras no dejaba de reírse.
-¿Me estás llamando fea?
-No te puedo decir lo que me gusta de ti porque te creces.
Le miré con el ceño fruncido.
-¿No serán mis pechos?
-Adiós, Charlotte-replicó él, dándose la vuelta y alejándose de mí. Corrí a cogerlo.
-¡Era broma!
Seguimos así, bromeando y riéndonos toda la tarde, mientras terminábamos de hacer nuestras compras. Nos separamos media hora para comprarle cada uno el regalo al otro, y fue en esa media hora cuando más reflexioné sobre todo lo que estaba pasando.
Mi hermano mayor, el que toda la vida había estado metiendo ruido en su habitación o en el salón, ahora apenas estaba en casa. El chaval que había corrido al colegio a pegar a un crío que me había hecho sentir mal ahora no tendría tiempo para defenderme como antes por mucho que lo intentara.
Louis ya no estaba allí para ayudarme a cuidar de las pequeñas, y mucho menos para hacerlas reír cuando yo no podía. Era verdad que el humor en la familia era genético, que todos teníamos nuestra chispa, pero había algo que estaba claro: Louis llevaba con ese algo especial desde que nació. Llevaba siendo el mejor, el más divertido, desde que había puesto un pie en este mundo. Y yo no podía, no quería, competir con él. No se podía estar en casa sin él, especialmente en esos momentos, con lo de papá y mamá... la casa estaba fría, silenciosa... estaba aburrida como nunca lo habría estado de no haberse ido él a Londres.
Y luego estaba su novia extranjera. No tenía nada contra Eri, me caía genial, era una de las amigas más sinceras que podía tener, a pesar de que nos conocíamos de hacía poco. Pero sus orígenes, que aún viviera en otro país, no ayudaba en absoluto con lo de Louis. No me lo traía a casa los fines de semana, no le dejaba ningún fin de semana libre, porque claro, tenían que verse, y entre semana no podía ser así, porque ella, como yo, tenía que estudiar, y él tenía trabajo por hacer.
Mientras esperaba a que la dependienta terminara de envolverme su regalo, una idea apareció por mi mente.
¿Y si se lo lleva? ¿Y si le pide que vaya con ella a España, mudarse los dos allí?
Me eché a temblar mientras un nudo se formaba en mi estómago.
No lo sacaría de Inglaterra... no se atrevería. ¿No?
La cosa estaba en sus manos, mi familia entera, la felicidad de mis hermanas y, por qué no, la mía también, estaba en las manos de aquella española de 16 años.
Porque Louis estaba lo suficientemente colado por ella como para pensárselo seriamente. Y, si la banda no se oponía... Adiós Louis.
Pero no podía dejarnos sin él. ¿O sí?
Bueno, sí que podía. Yo misma sabía lo que era echar de menos a Louis, lo que se sentía a llorar porque sabías que estarías unos meses sin verlo, porque se iba a un programa, porque se iba de gira, porque, simplemente, necesitaba desconectar de todo, y de todos... yo ya había llorado por él, ya le había echado de menos hasta que me doliera el alma. Ya me había metido en su cama muchas veces, cuando no podía dormir porque ese dolor era insoportable, solo para taparme con sus mantas y sentir que él estaba allí conmigo, tal y como cuando era pequeña y me dejaba entrar en su cama cuando tenía una pesadilla, y me acariciaba el costado hasta que me dormía, esperando que lo hiciera con la luz encendida...
Joder, mi hermano era un santo, visto así.
Y lo peor de todo sería que, si Eri me apartaba de su lado, no podría culparla, porque yo haría lo mismo de tener la oportunidad. Sentía los mismos celos de ella que siempre había sentido cuando Louis me decía de pequeña que se tenía que ir, que no podríamos jugar aquella tarde, porque habría quedado. Y te hacía sentir especial que te mirara, te pellizcara la barbilla y susurrara:
-Pero no te preocupes, peque, volveré pronto y seguiremos jugando.
Me apoyé contra la pared, me solté el pelo y me crucé de brazos, esperando que él también apareciera, y poder irnos ya a casa. Me estaba volviendo loca tanta mierda.
Necesito alcohol.
Saqué la BlackBerry y le mandé un mensaje a mi cuñada, esperando que ella no se sintiera mal por todo el odio que, de repente y sin razón alguna, le había enviado.
¿Cómo vas, Eri? x
¡Lottie! ¡Joder, no sé qué comprarle a tu hermano! ¿Ideas? SOS!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Ni de coña, rómpete tú la cabeza. Me ha costado mucho encontrar lo suyo.
¿Qué mierda la das a alguien que ya lo tiene todo?
Me pensé seriamente la respuesta antes de mandársela.
Bebés.
Tu hermano era monísimo de pequeño.
Lo era yo más.
Tenía mofletitos.
Awwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwww.
Yo quiero un mini Louis. Espero que nuestros críos no salgan como yo, porque si no, ¡asco!
Seguro que tú eras muy mona, Eri.
Era rubia.
OMG, ¿COMO YO?
Más o menos.
Louis fue calvo hasta casi los dos años. JAJAJAJAJAJAJAJAJA.
Pero era mono igual, me ha mandado fotos Jay y era tan... cómo decírtelo... asdfghjklñ.
¿QUÉ LETRA ES ESA? ¡SAL DEL TECLADO DE ERI, SATÁN!
¡PODER Ñ! ¡MUERE, INGLESA, MUERE! ÑÑÑÑÑÑÑÑÑÑÑÑÑÑÑÑÑÑ
AAAAAAAAAAAAAH.
-Mira cómo se ríe-sonrió Louis, acercándose y echando un vistazo a mi móvil. Lo guardé rápidamente en el bolsillo del pantalón, lo miré a los ojos, y, cuando me quise dar cuenta, estaba abrazándolo como si llevara años sin verlo.
-Lottie, ¿qué...?-empezó. Le estampé un sonoro beso en la mejilla, haciéndole saber que no quería hablar, y él se encogió de hombros y me rodeó con sus fuertes brazos, haciéndome sentir segura como cada vez que lo hacía.
Llevaba años metiéndome en aquellos brazos cuando me sentía mal, y no iba a ser una excepción.
Y nadie, absolutamente nadie, me iba a apartar de aquel chaval que me hacía sentir tan bien.
Hundí mi cara en su cuello mientras él me acunaba lentamente, cerré los ojos y me eché a llorar.
-Lottie, nena, eh, eh. ¿Qué te pasa, mi vida?
Le dediqué una triste sonrisa.
-¿Cuánto hace que no me llamas mi vida? Ya ni me acordaba de que lo hacías.
-Pero no llores, pequeña. ¿Qué te pasa?-me limpió una lágrima, tarea inútil: ya era una presa desbordada dejando escapar todo.
Sacudí la cabeza, clavando las uñas en su espalda, negándome a que se le ocurriera, que tan siquiera se le pasara por esa cabeza hueca suya, que me empujara para alejarme de él.
-¿Quieres tomar algo y me lo cuentas?-me susurró al oído, apartándome el pelo de ese lado y acariciándome despacio el cuello.
No me acordaba de lo bien que me sentaba que Louis me acariciara el cuello.
Asentí con la cabeza.
-Pero me tienes que soltar.
-¿No me puedes llevar en volandas?
Noté cómo se reía, susurró un suave vale y me cogió de la cintura, levantándome un poco sobre él. Jadeé de la sorpresa; no pensaba que lo fuera a hacer de verdad. Me separé de él.
-Vale, vale, puedo... ir... sola.
Me limpié las lágrimas y sonreí, porque ya estaba mirándome con esa cara suya de Te vas a reír hasta que te duela cada hueso de ese cuerpo tuyo.
Veinte minutos después, estábamos sentados en un parque, cada uno con su vaso del Starbucks, yo sentada sobre mis piernas y mirando mi café como si fuera la cosa más interesante del mundo. Louis no dejaba de mirarme a mí.
-No sé qué me pasó, BooBear-musité con un hilo de voz. Él asintió.
-¿Que no puedes vivir sin mí?-sugirió, sin saber lo cerca que se acercaba a la realidad.
Se arrastró un poco más por el banco hacia mí, de manera que su rodilla tocara la mía. Miré ese punto de unión entre los dos, pensando cuántas chicas matarían por estar tan cerca de él... por desarrollar esa dependencia malsana que yo ya había desarrollado en silencio durante toda mi existencia.
-¿Has discutido con Stan?
Negué con la cabeza.
-¿Te va mal en la Uni?
Volví a negar.
-¿Vamos a estar así toda la tarde hasta que yo dé con la cosa que te ha alterado tanto?
Me encogí de hombros y terminé asintiendo con la cabeza.
Chistó, me tomó de la mandíbula y me obligó a levantar la cabeza.
-¿Qué pasa?
-Te quiero-susurré.
Me dedicó una sonrisa tan tierna que aquella parte de mí que se sentaba de noche, cuando se sentía mal, a escuchar sus canciones, se tiró del banco y comenzó a rebozarse en el prado, borracha de felicidad. Aunque era pequeña, esa parte casi consiguió hacerse con el control absoluto de mi cuerpo. Casi.
-Y yo a ti. Ya lo sabes, pequeña, y ahora, ¿qué te pasa?
Tragué saliva y tamborileé con los dedos en el vaso del Starbucks. Iba a cabrearlo. Lo sabía. Y, sin embargo, necesitaba decirlo.
Me puso una mano en la rodilla.
-Solo soy yo, Lottie.
-Te... te... te....
-¿Tú, tú, tú?-sonrió, acariciándome la cara y apartándome un mechón de pelo rebelde. Joder, ¿hacía lo mismo con Eri? Porque entonces no me extrañaba nada que ella adorara el suelo por donde pisaba. Y, lo peor de todo, es que lo hacía sin pretenderlo, seguro que no tenía ni conocimiento de su poder.
-Te... echo mucho de menos, Louis. Muchísimo-susurré. Se me quedó mirando, esperando a que continuara. Me aparté el pelo de la cara, me limpié las lágrimas y dejé caer las manos sobre mis piernas, esperando que siguiera con mi monólogo-. Yo... no soporto cómo está ahora la casa sin ti. Al principio me engañé, me hacía pensar que no se notaba, pero... hay un silencio que es insoportable. Necesitamos que vuelvas a casa.
-Voy a quedarme en Navidad.
-Necesitamos más tiempo. Hasta que...
Sacudí la cabeza, sonriendo. No, aquello era imposible, era la única cosa que no se podía conseguir, por mucho que lo intentáramos.
-¿Hasta que...?-me animó él. Lo miré a los ojos, estaba medio borroso debido a mis lágrimas, que se empeñaban en empañarme la visión.
-Hasta que encontremos a alguien tan... como tú.
Me encogí de hombros.
-Pero no hay nadie como tú.
-Oh, Lottie-se acercó y me besó en la mejilla, apenas apretando sus labios contra mi piel.
Me llevé la yema de los dedos allá donde hacía un par de segundos estaba su boca, y sonreí, tímida, de repente consciente de que era una estúpida. Mi hermano nunca dejaría de ser mi hermano por muy lejos que estuviera.
-¿Y si te vas?-seguí, sin embargo-. Si Eri te pide irte lejos, y tú accedes, y os marcháis los dos a España...
-¿Tengo yo cara de ir a aprenderme en mi jodida existencia algo de español? Solo sé decir mi nombre-replicó, frunciendo el ceño. Me eché a reír.
-Pero tienes que considerar la posibilidad...
-Nunca os dejaría aquí, solas-me cortó, clavándome una gélida mirada.
Vi en él el padre de unos críos que crecerían protegidos, alejados de todo mal, porque él no permitiría que les pasara nada.
El padre que seguramente veía Eri cada vez que se despertaba por la mañana.
-Sabes que no lo haría-susurró, más bajo. Me aparté el pelo de la cara y asentí.
-Y, lo que me jode es que... las pequeñas tienen más atención porque, claro, son pequeñas. Que está muy bien-me apresuré a aclarar, asintiendo con la cabeza-. No estoy diciendo que no les hagas caso, pero... yo también necesito mimos de vez en cuando. Que me vayas a arropar como a las gemelas y Fizzy. Que me cuentes lo que hacéis Liam, Harry, Zayn, Niall y tú cada vez que montáis algo gordo, o incluso las cosas insignificantes, como haces con mamá. Que me discutas que el Liverpool jugó bien tal partido, como con papá...-me encogí de hombros.
-El Liverpool lleva sin jugar bien mucho tiempo-me discutió. Le di un cabezazo en el hombro, y dejé la cabeza allí apoyada.
-Sabes a qué me refiero.
-Eres tú la que me pincha, Lottie.
-Me jode saber que quieres más a las pequeñas que a mí.
Se apartó de mí y se me quedó mirando.
-Si estuviéramos en casa te habría soltado tal hostia que estabas orbitando por Saturno.
-Es la verdad.
-Mentira.
-Lo es.
-Men. Ti. Ra-silabeó.
-Pero...
Me volvió a tapar la boca, como cuando me puse a chillar lo de Hannah.
-Te quiero a ti igual que a Fizzy y las gemelas. Y lo sabes. ¿Cómo no iba a hacerlo? Es cierto que ahora tú eres insoportable, pero tú fuiste la primera mujer en robarme el corazón.
Me puse roja como un tomate y lo miré.
-¿Qué? ¿Estás enamorado de mí?
-Eres mi hermana pequeña. Claro que estoy enamorado de ti. De ti, de Fizzy, y de Daisy y Phoebe. No sabes lo que se siente cuando un bebé recién nacido te mira a los ojos y te sonríe cuando apenas lleva unos segundos de existencia aquí fuera-hizo un gesto con la cabeza en dirección a los árboles, las flores, las parejas que paseaban, la gente corriendo, los perros jugando con sus dueños... nuestro mundo en general.
-Yo también vi nacer a Fizzy y las gemelas.
-Pero eres del mismo sexo que ellas. Las quieres de manera distinta a mí,porque yo soy un chico y tú eres una chica. Tú fuiste la que me enseñó qué era querer a otra mujer que no fuera mi madre, Lottie-me apartó el pelo de la cara y me limpió una lágrima-. Así que no te atrevas a decir que no te quiero a ti igual que a las pequeñas, porque sabes que es mentira.
-Nunca me habías...
-¿Dicho eso?-adivinó. Asentí-. Cuando estoy en casa te comportas como si fueras la ama y señora del lugar, el macho alfa, y yo soy el beta que viene a quitarte el sitio, cuando en realidad el alfa legítimo soy yo, y los dos lo sabemos. Te hinchas como un pavo. Me puteas como si no hubiera mañana. Muchas veces pareces Stan cuando te pones en plan tocapelotas, cuando empiezas con tu numerito de aquí se hace lo que yo diga, y punto-alzó las cejas y yo sonreí-. Y eso mola, ¿o me vas a decir que no?-me pasó un brazo por los hombros y tiró de mí hasta colocarme en su pecho- ¿No mola que nos peleemos, que discutamos siempre, que nos digamos el uno al otro que nos comamos el rabo?
-O el coño-susurré. Se echó a reír.
-Lo tendría difícil para comerte el rabo, francamente.
Me eché a reír.
-Echaba de menos las tardes como hoy.
-Es la primera vez que vamos los dos juntos, solos, de compras, Louis.
-No es la primera vez que estamos toda la tarde enredando los dos juntos, solos, Charlotte-se burló.
-Tenemos que salir así mas a menudo.
-Sí, pero de noche no. Paso de volver a llevarte borracha a casa.
-¿Perdona? La última vez te llevé yo borracho a ti.
Se echó a reír.
-No sabes lo que moló aquella noche.
-Pues tu española se acojonó.
-Mi española se está acostumbrando a que beba a todas horas.
-Costumbre que le estás pegando a Zayn-le acusé, cruzándome de brazos. Alzó las manos.
-¡Usted perdone, milady, pero Zayn va por el camino de los chicos malos él solo! Para algo es un malote de Bradford. Pero gracias por preocuparte por tu chico favorito de One Direction antes que de tu propio hermano. Lo aprecio.
-Mi voz favorita es la tuya, Lou. Es dulce.
-¿Siempre?
-No. Cuando hablas es horrible. Por eso no te soporto cuando tienes la boca abierta.
Me eché a reír cuando él casi desencajó la mandíbula.
-Mira, Lottie, mi vida... vete a tomar un poco por el culo.
Y me eché a reír ante su gesto de fastidio.