miércoles, 6 de febrero de 2013

Tenedores, secuestradores, talibanes.

Un tenedor salvaje apareció por mi flanco derecho, dispuesto a herirme en lo más hondo de mi bazo (si es que tenía ahí el bazo), se escurrió por entre la mesa y mi codo y secuestró una albóndiga. Contemplé el tenedor-secuestrador-talibán asesino en silencio, embobada.
La piloto del caza Daisy depositó a mi compañera de plato en la base militar de Louis, y dio por concluida su misión. Parpadeé y me lo quedé mirando.
Louis alzó las cejas y se la llevó a la boca, sin partirla ni nada. Así te atragantes, maldito cabrón, pensé para mis adentros, pero sacudí la cabeza y sonreí. Partí otra albóndiga y me llevé una mitad a la boca.
-¿Te gustan, Eri?
Asentí con la cabeza.
-A mí no-protestó Louis, negando a toda velocidad. Las gemelas se echaron a reír. Jay le alzó una ceja a su hijo, su primogénito, el único hijo varón que había tenido... y a la pobre le había salido subnormal.
-Tú te aguantas, Louis.
-Quiero un sándwich. ¿Puedo hacerme un sándwich?
-No.
-Yo quiero un sándwich-lloriqueó, apartando con su tenedor una patata frita salvaje del montón de patatas fritas salvajes. La patata llevaba una bomba, ¡OH DIOS! ¡Era una patata mala!
Tenía que dejar de mirar dibujos animados con las gemelas y comentarlos con ella, pero, a ver, ¿cómo narices iba a quedarme callada cuando ellas jaleaban a Mojo Jojo? ¿En qué se estaba convirtiendo el mundo? Aquel gorila mutante era una mala persona, y merecía morir. Punto.
Mark sonrió a su hijo.
-Louis.
-¿Mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm?-inquirió él durante más de medio minuto, y todas las chicas nos echamos a reír. Aquel Louis que ya era desternillante por el simple hecho de estar respirando se hacía echar mucho, muchísimo de menos.
Negó con la cabeza.
-Olvídalo.
-¿Qué?
-¿Qué tal por España?
Y, la madre que lo parió, la madre que parió a su madre, la madre que parió a la madre de su madre, se me quedó mirando un momento, alzó una ceja, sonrió sin pudor alguno y murmuró:
-Fue muy... constructivo.
-¿En qué sentido?
-En muchos.
Dile las posturas que hicimos, hijo. Solo te falta eso.
-¿En serio?
-Ajá. Absolutamente.
Mark se me quedó mirando un rato. Noté cómo me ponía más roja que la salsa de tomate que poblaba mi plato.
-Me alegro, hijo.
-Yo más al recordarlo, créeme.
Fizzy luchaba desesperadamente por contener las carcajadas. Me giré en redondo y le clavé una mirada diabólica a Louis.
-Me las vas a pagar todas juntas algún día.
Abrió mucho los ojos, fingiéndose sorprendido.
-¿Yo? Pero si solo estoy hablando de mi visita cultural a España.
Le hice un corte de manga por debajo de la mesa, y me sonrió.
-No te piques, mujer.
Negué con la cabeza y me eché a reír. Louis apartó otra patata terrorista, apoyó el codo en la mesa, clavando la vista en su madre, como desafiándola, y comenzó a hablar de su estancia en mi casa.
-Y mi familia política es lo mejor. Sobre todo mi suegro. Me ama. Y yo a él. Es una persona genial-espetó sin apenas utilizar el sarcasmo.
Me eché a reír.
-¿Por qué no se lo dices a la cara?
Se encogió de hombros.
-Porque se larga a Estados Unidos para comprar un arma y poder pegarme un tiro a gusto.
Lottie asintió con la cabeza.
-Sé cómo se siente-murmuró, rumiando una patata. Jay frunció el ceño.
-¿Le caes mal?
Louis sonrió.
-Eri-me pidió, señalándome a su madre con la palma de la mano orientada al cielo-, ilustra a tu suegra.
Procuré no estremecerme por lo bien que sonaba eso de sus labios.
-No lo soporta. Es superior a él.
-Sé cómo se siente-repitió Lottie. Louis le lanzó un trozo de pan.
-Louis-le riñó su padre. Él lo miró con cara de no haber roto un plato. Dios, deseé darle hijos en ese momento.
-Es como... no sé. Lo odia.
-Y yo no le he hecho nada.
-Te acuestas con su hija-le recordó Mark. Volví a ponerme roja como un tomate. ¿Pero por qué podían hablar de sexo con tanta facilidad en aquella familia? ¡Pero si estaban las gemelas delante!
-¿Y?-espetó Louis.
-A mí no me haría ni... pizca-miró a las gemelas, que asintieron con la cabeza, atentas a lo que Mark tenía que decir- que Lottie se trajera a sus novios a casa durante una semana y se metiera con ellos en la cama.
-¿Por qué Eri puede hacerlo y Lottie no?-preguntó Phoebe. Louis la miró y frunció el ceño.
-Porque... Eri... Louis... eh... saben lo que hacen-se la jugó Jay.
Daisy decidió salir en ayuda de su hermana.
-¿Y Lottie no?
Louis miró a Lottie, Lottie miró a Louis, y los dios se mordieron el labio inferior, luchando por contener la carcajada. Fizzy apartó una albóndiga de su plato y terminó apartando el plato entero. Miró al resto de comensales y frunció el ceño. No había estado escuchando.
-Lottie... eh... Acabaos las albóndigas.
-Pero, mamá...
-Que os acabéis las albóndigas.
Las gemelas protestaron, Louis les acarició la cabeza a ambas y me miró sobre la cabeza de Daisy. Me dedicó exactamente la misma mirada de cuando la pequeña había corrido a ocupar el asiento contiguo a su hermano. ¿Te importa ponerte al lado de Di, Eri?, me había hecho él, y la pequeña había sonreído al oír su diminutivo. Yo me había encogido de hombros y había asentido con la cabeza, haciendo un gesto con la mano quitándole hierro al asunto, pero Daisy estaba demasiado ocupada admirando a su hermano (oh, pequeña, sé lo que se siente) como para mirar a su cuñada.
Una vez la población de albóndigas ninja se extinguió en el plato de las pequeñas, alzaron la vista y clavaron sus preciosos ojos en su madre. Jay suspiró.
-¿Qué queréis de postre?
-¡Natillas!-bramaron al unísono. Louis levantó la cabeza.
-¿Que hay natillas? Yo también quiero, eh. ¡MAMÁ, DANOS NATILLAS!
-¡NATILLAS, NATILLAS!-canturreó Fizzy. Lottie la miró como si estuviera loca, pero luego comenzó a reírse sin parar. Jay empezó a dar gritos sobre el bullicio de sus hijos, pero ellos no le hicieron ni caso. Miró a Mark, que probó suerte, pero las cosas siguieron igual.
Clavé la vista en Louis y negué lentamente con la cabeza. Se calló de inmediato. No supe cómo lo conseguí, pero conseguí que cerrara la boca y, con él, sus hermanas.
Cuando me giré a mirar a mis suegros, tenían la boca abierta.
-¿Cómo has...?
Me encogí de hombros.
-Creo que es la primera vez que lo dejo sin palabras.
-Hola, sigo aquí. ¿Me pongo a chillar otra vez?
-¡NO!-gritamos Lottie, Jay, Mark y yo a la vez. Louis abrió los ojos, ofendido.
-Vale, vale.
Phoebe y Daisy saltaron de sus sillas y se encaminaron a la nevera. Jay chasqueó la lengua, y Daisy agachó la cabeza y se fue a recoger los platos. Le quitó el suyo a su hermano, y me lo intentó quitar a mí.
-Espera, pequeña, ya me lo llevo yo.
Daisy negó con la cabeza y me tendió la mano, imperiosa.
-¿Quieres natillas?
-Pues claro que quiere, Daisy. Es humana-Phoebe le puso los ojos en blanco y Daisy le sacó la lengua. Me eché a reír.
-Las ha hecho mamá-me informó la cría una vez se hizo con mi plato.
-Le salen muy ricas.
-No os voy a llevar a Londres por mucho que me hagáis la pelota, niñas-murmuró la interpelada, poniéndole su plato sobre la pila a su hija y besándola en la frente. Lottie le entregó su plato y el de Fizzy cuando Daisy volvió a pasar. Phoebe caminaba despacio con la fuente de las natillas, asegurándose de que no se caía ni una sola gota. La colocó sobre la mesa con infinita adoración y corrió a buscar algo en qué ponerla.
Louis se levantó y fue hasta la encimera. Abrió las puertas de los pequeños armarios y Phoebe le tiró del pantalón.
Por favor, por favor, desnúdalo por mí.
-Yo los saco.
-Pero si no llegas.
-Súbeme-alzó los brazos y abrió y cerró las manos. Louis le sonrió y la alzó en volandas. No pude evitar alzar yo también las comisuras de mi boca al contemplar la sonrisa de felicidad que cruzó la cara de mi cuñada más pequeña.
-Mamá, papá, Lottie, Fizzy, yo, Eri, Daisy, y Louis-susurraba mientras sacaba los boles.
-Yo la última-le recordó Fizzy. Phoebe la miró.
-Vale, tú la última.
-No, que se dice yo en último lugar.
-Dile a Fizzy que es una pija boba-le pidió Louis al oído, posando sus labios en las mejillas de su hermana.
-Fizzy, eres una pija boba.
-Dile a Louis que es una mala influencia.
-Fizzy dice que eres una mala influencia.
-Ya lo sé.
-Ya lo sabe.
-Me alegro.
-Se alegra.
Lottie se reía en silencio. Daisy ocupó su asiento e hinchó los carrillos, deseando que Louis llegara de una vez y le compensara los mimos que le estaba dando a su hermana injustamente.
Cuando Louis cumplió sus deseos, se levantó con dignidad de la silla y se encaramó a sus rodillas. Phoebe la miró sin dar crédito.
-¿Por qué me da la impresión de que esto es una competición por ver a quién da más mimos Louis?-pregunté, divertida.
-Porque lo es-me confió Lottie, pasándome el cuenco con las natillas.
-Desde siempre-aseguró Louis. Daisy corrió a robarle sitio a su hermana-. Oye, a ver, no soy un sofá, ¿eh, nenas? ¿Puedo comer el postre tranquilo?
Ambas hicieron pucheros, se miraron con odio y apuraron al máximo la estancia en las rodillas de mi novio. Se subieron a sus sillas y se abalanzaron sobre sus cuencos, mirando sin parar a su hermano mayor.
Louis se regodeó en la tortura de las pequeñas, tomando pequeñas cucharadas de forma lentísima, degustando cada centímetro cúbico de aquel líquido dulce con un toque de canela.
Algo en él había cambiado en su viaje a Italia y Alemania. No solía hacer esperar a la gente; él era demasiado impaciente como para hacer que alguien padeciera impaciencia, pero...
Sentí sus dedos como si me estuviera tocando de verdad en mi vientre, mientras me decía que esperaba a que palpitara para entrar en mí. Suspiré, y él me miró. Negué con la cabeza.
Todavía no se había terminado las natillas cuando Jay se levantó y les dijo a las crías que debían acostarse. Y juraría que hasta sonrió cuando escuchó a su madre.
Phoebe y Daisy comenzaron a protestar como locas, pero su madre las hizo callar y les ordenó que subieran arriba a lavarse los dientes. Minutos después, iríamos todos a su habitación a darles un beso de buenas noches.
En cuanto las pequeñas se largaron, Louis terminó su postre de dos cucharadas, se limpió con la servilleta y me hizo una mueca. Me eché a reír, tuve que hacerlo, al fin y al cabo era él.
Su madre se dirigió al fregadero y abrió el grifo. Su (todavía) marido la miró.
-Jay, deja eso. Ya lo harás luego.
No le hizo caso, continuó a lo suyo. Las chicas fruncieron el ceño y se inclinaron sobre la BlackBerry de Lottie; Louis las contempló con el ceño fruncido.
-¿Qué...?
Negaron con la cabeza.
Mark le apoyó una mano en el hombro a Louis, que alzó la vista y lo miró.
-Vamos a darles un beso a tus hermanas. Y luego bajamos a hablar.
Tragó saliva. Mierda. Mierda, mierda, mierda.
Asintió con la cabeza y me hizo un gesto con la mano. Mientras todos iban en procesión a la habitación de las gemelas, fuimos a lavarnos los dientes, distraídos. No me atreví a hacer ningún comentario acerca de qué íbamos a hacer esa noche, pues, de repente, estaba clarísimo; Louis iba a discutir con sus padres (era inevitable) y luego seguramente nos revolcaríamos en la cama sin hacer realmente nada "peligroso para nuestra juventud" antes de decidir que era lo suficientemente tarde como para dormirnos.
Me encaminé a las escaleras, deseando que la pelea ocurriera cuanto antes mejor; así, acabaría también antes. Me tomó del codo y negó con la cabeza.
-Quiero ponerme el pijama primero. ¿Te parece bien?
Asentí.
-Claro.
-Digo que no vayamos a salir.
-No me importa. Además, tú ya lo sabías-me encogí de hombros.
Asintió con la cabeza y nos metimos en su habitación. Cerró la puerta despacio, sin apenas hacer ruido, y me miró mientras me inclinaba al lado de mi mochila y buscaba mi pijama. El pijama de pega  con el que me pasearía por su casa, porque en cuanto fuéramos a acostarnos, pensaba robarle la camiseta. Y me daba absolutamente igual la temperatura ambiente, dormía mil veces mejor con una camiseta de Louis sobre mí que con una propia.
Me puse el pijama y lo miré. No se movió un milímetro.
-Puedes ponértelo luego, si quieres.
Se encogió de hombros y me abrió la puerta, me colé por el hueco con una sonrisa en los labios. Aún en los peores momentos, cuando más tenso se encontraba, seguía siendo mi caballero inglés. Llamamos a la puerta de la habitación de las gemelas y ellas se arrebujaron entre las sábanas, ansiosas por el beso de buenas noches de Louis.
Se sentó en la cama de Daisy y le acarició la mejilla.
-Bueno, ¿qué tal?
-Te hemos echado de menos-espetó Phoebe sin venir a cuento, y Daisy asintió; los ojos muy abiertos, como si de repente tuviera conciencia de a quién tenía delante. Les sonrió.
-¿En serio?
-Muchísimo.
Asintió con la cabeza.
-Lottie y Fizzy también.
-Y yo a vosotras.
-Y papá y mamá.
Parpadeó un solo segundo, un segundo que les pasó desapercibido a las gemelas. Pero a mí, no.
Sabía en lo más profundo de mi ser que no le parecía bien en absoluto que no dijeran nada a las crías. Al fin y al cabo, tenían ocho años. Podrían manejarlo, eran lo suficientemente mayores. ¿O no?
Me mordí el labio inferior y contemplé a Louis. Ése era el problema; que no estaba seguro de que a sus hermanas no les afectaría mucho el divorcio. Y por eso se callaba y hacía caso omiso de su política de la verdad por delante que le caracterizaba.
-Están un poco raros últimamente-caviló una de ellas. No pude identificarla, porque no estaba escuchando. Sacudí la cabeza y las miré.
-¿Vosotras creéis?-inquirió Louis, alisando tranquilamente la manta de la cama de Daisy. Ambas asintieron, y él se encogió de hombros-. Bueno, tal vez... no sé. Echen de menos que esté aquí para reñirme constantemente.
-No tienen por qué reñirte. Eres bueno-murmuró Phoebe. Louis le sonrió, se inclinó hacia ella y la besó.
-Gracias, mi vida.
Jesús. José. Y María. ¿Mi vida? ¡MI VIDA! ¡LLAMABA A SUS HERMANAS MI VIDA! ¿SE PUEDE SER MÁS MONO?
Cálmate, Eri. No te pongas a hacer fangirling ahora. Cálmate.
Phoebe le devolvió el beso.
-¿Nos leeréis un cuento?
-No-sacudió la cabeza y tiró de las mantas-. Os voy a dejar el ordenador para que veáis una peli. Pero tendrá que ser en mi habitación. ¿Qué os parece?
Le lancé una mirada aterrorizada, preguntándole en silencio si se había vuelto loco. No me hizo caso.
Las cogió las manos y prácticamente las arrastró fuera de su habitación, en dirección a la suya. Abrió las mantas para que pudieran meterse dentro y les colocó el ordenador sobre las piernas.
-¿Qué queréis ver?
Tras varios instantes de discusión entre las crías, se decantaron por La Sirenita. Sabia decisión.
Louis tecleó el nombre de la película en iTunes y dejó a las chicas disfrutando de los meneos de trasero del cangrejo Sebastián.
Bajamos las escaleras, él sin ganas de nada. Me detuve un escalón por encima de él y le acaricié la mano. Miró nuestro enlace, sonrió, triste, y alzó la vista para clavarla en mis ojos.
-Alegra esa cara, Lou. No te puedo ver así.
-Perdón.
Sostuve mi rostro entre sus manos y lo besé.
-Sabes que voy a estar siempre contigo, ¿no?
Asintió con la cabeza.
-Es lo único que me consuela ahora mismo.
Alcé una comisura y volví a besarle. Seguía sabiendo bien, a él. Juntamos nuestras frentes y él jugó con sus dedos alrededor de los míos. Suspiró.
-¿Preparada?
-Nací preparada-respondí. Un fantasma de sonrisa apareció en su rostro-. ¿Y tú?
-Lo mismo. Solo que un poco antes.
Y así, juntos, entramos en la cocina.

Me senté al lado de Fizzy, entre ella y Lottie, que tecleaba en su teléfono de forma frenética, y observé cómo Louis se inclinaba hacia la nevera.
-¿Qué buscas?-espetó su madre, secando los platos y metiéndolos en su sitio.
-Una cerveza.
Jay puso los ojos en blanco, pero no dijo nada.
-No sé si quedan, Louis-informó Mark, sentado a la cabecera de la mesa. Me di cuenta en ese instante, cuando habló, de que las chicas se habían sentado lo más lejos posible. Me pregunté la razón.
-Entonces iré a por unas-replicó, encogiéndose de hombros. Jay alzó las cejas, incrédula.
-¿Necesitas cerveza para hablar?
-Para hablar de esto, sí-hizo un gesto con el índice rodeando la mesa y asintiendo con la cabeza. Apartó un par de botellas de agua y gruñó-. Qué puta obsesión con el agua de Felicité. En mi vida he visto nada así.
Sonreí, lo de en mi vida era muy propio mío. Parece ser que Liam no era el único que pegaba expresiones a la gente.
-¿Agua de Felicité?
-Louis es muy gracioso. Fizzy water-Fizzy se encogió de hombros. Fruncí el ceño.
-No lo cojo.
-¿Cómo que no lo coges?-inquirió mi novio, alzándose como un resorte y mirándome-. Eri. Fizzy.
Negué con la cabeza sin apartar la vista de mi cuñada.
-Es... eh...
-Enséñasela.
-Nos está vacilando. Lo ha pillado hace media hora.
-¿Qué tengo que pillar?-espeté, irritada. Louis me tendió la botella y observé, incrédula, el papel que rezaba Fizzy water-. ¿Es la marca?
-Es el tipo de agua.
Fruncí el ceño y observé el contenido. Parecía bastante normal, era un agua con gas normal y corriente.
Eh, espera...
Extendí la mano.
-Déjame el móvil, por favor-pedí. Louis lo colocó entre mis dedos y yo abrí el traductor. Todos se inclinaron sobre la pantalla del teléfono.
-¡Ah! ¡Agua con gas!-asentí con la cabeza. Louis se echó a reír.
-¿No sabías que se decía así?
-No.
-¿Me llamo gas?-preguntó Fizzy, disgustada, arrugando el entrecejo. Jay giró la cabeza para echarnos un vistazo mientras colocaba una olla en su lugar, y sacudió su melena castaña.
-No. Felicidad.
-¿Feli qué?
-Felicidad. Es Happiness en español. Tu nombre es francés-me encogí de hombros.
-Como puedes ver, mamá siente un gran amor por nuestros vecinos, los franceses-se burló Louis.
-¿Y mi nombre?-preguntó Lottie.
-Carlota.
-¿Y Phoebe?
-No sé si tiene traducción-fruncí el ceño.
-¿Y Daisy?
-Margarita.
-¿Perdón? ¿Eso no debería ser Margaret?-gruñó Louis, apoyándose en la encimera y abriendo una lata de cerveza. Dio un largo trago y sonrió, satisfecho por notar el líquido bajando por su garganta.
Me encogí de hombros.
-Yo os cuento lo que sé.
Empezaron a bombardearme con nombres ingleses, suplicándome que los tradujera, algo que hice de buena gana, pues cualquier cosa era buena para desviar la atención del tema que estábamos a punto de tratar.
Una vez Jay terminó, se sentó a la mesa, al lado de Mark, y contempló a sus hijos. Louis volvió a la encimera, seguramente para sentirse más fuerte dado que era el único de pie, lo que le confería cierta ventaja visual. Jay miró a Mark un segundo y comenzó a hablar sobre su situación.
-Todavía no sabemos cómo va a acabar esto. Aún no hemos hablado de cuándo se irá vuestro padre de casa, pero...
-Ah. Que se va a ir-cortó Louis. Jay parpadeó.
-Entonces, ¿qué quieres, Louis?
-Podía quedarse-se encogió de hombros-. Yo lo sugiero-tamborileó con los dedos en la cerveza y se contuvo para no pedir una votación.
Mark y Jay suspiraron a la vez. Tuve la impresión de que llevaban bastante tiempo sin hacer algo juntos.
-¿Qué os ha pasado?-atacó su hijo. Lottie y Fizzy lo miraban en silencio, seguramente animándolo a continuar, deseando ser tan fuertes como él, que daba su opinión sin importar las consecuencias-. Y no me digáis que se os rompió el amor de tanto usarlo; si esa gilipollez fuera real, Eri y yo habríamos roto hacía mucho.
-Muy mal se os tendrían que poner las cosas para que vosotros lo dejarais, Louis. Sois diferentes.
-Algo gordo os tendría que pasar para que no terminéis casándoos.
Me habría puesto contentísima de no ser por la tensión en Louis, que no hizo caso de esa afirmación de su madre.
-Y todo, ¿para qué? Si ni si quiera el matrimonio es eterno. Yo soy la prueba viviente de uno que se rompió... bueno, de dos. Y ahora ellas también-hizo un gesto hacia sus hermanas con la cabeza. Lottie cerró los ojos, Fizzy agachó la cabeza.
Jay no se lo podía creer.
-No me arrepiento de nada de lo que hice en el pasado, Louis-él alzó una ceja, como diciendo sí, seguro-. De nada. Tú eres un milagro, tus hermanas son un milagro, y pasaría un millón de veces por lo que he pasado por ti y por ellas, porque sois lo mejor que tengo. Os quiero con toda mi alma, sabes que daría mi vida por vosotros, y que sufriría lo indecible para que vosotros no tuvierais ni un solo bache en vuestra vida.
-¿Y tanto asco le has cogido ahora a papá que ya no soportas ni compartir el techo con él? No me cuadra, mamá.
Fizzy se levantó de la silla y miró a su madre.
-Mamá... ¿puedo irme?
Jay la contempló en silencio.
-Por favor.
-Vete-concedió Mark. Fizzy asintió, agradecida, y se encaminó a la puerta.
-Las gemelas están en mi habitación, Fiz. Vete con ellas.
Fizzy asintió, posó la mano en el marco de la puerta y miró a Louis.
-No la cagues, Louis, ¿vale? No la cagues tú también.
Y desapareció escaleras arriba.
Louis frunció el ceño.
-¿Y eso? ¿A qué ha venido?-miró a todo el mundo, incluso a mí, pero yo me encogí de hombros. Sabía tanto como ella.
-A que estoy diciendo lo que los demás pensáis, ¿o no?
Asintió, tímida.
Los ojos de su madre brillaban.
-Eso ya no te va a funcionar conmigo, mamá.
Sacudí mentalmente la cabeza cuando me di cuenta de que se estaba pasando, bastante, dejando de distraerme en sus brazos. Los había cruzado cuando Fizzy se fue, y seguramente había sido para eso: para que yo no estuviera atenta y pudiera soltar lo primero que se le viniera a la cabeza, sin consecuencias.
-Louis-susurré. Se calló de inmediato.
-Contestad a Louis. ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?-inquirió Charlotte, angustiada. Mark miró a Jay, que no apartaba la vista de mi novio.
-Tú nunca estás en casa, y...-vaciló.
-Si quieres que deje la banda, solo dilo-gruñó, separando los bazos y apoyando las manos en la encimera, alzando así los hombros-. Dilo.
No, pensé, no. Era feliz. Jay no podía pedirle eso...
-Con lo que has ganado tienes para vivir... bastante bien-reflexionó ella. Él asintió, serio como yo no lo había visto nunca, seguramente más serio que en ningún otro momento de su vida.
-Me da igual mi nivel de vida, mamá. Yo lo que quiero es ser feliz. Vivir mi sueño.
Se acercó a ella y se inclinó, al igual que mi pánico, solo que éste hacia arriba, y él hacia abajo.
-Aún no hemos firmado el próximo contrato...
No.
-..., tal vez podría salir...
¡No!
-Al fin y al cabo, pueden arreglárselas sin mí.
¡NO!
-No soy imprescindible. Así que pídelo. Dime que les deje, y lo haré. Sabes que lo haré.
Jay no podía ni siquiera mirarlo a los ojos.
-No... puedo.
Louis la contempló un momento más, observó a su madre entristecerse impasible, tamborileando con los dedos en la mesa.
-Entonces, no digas que es culpa de la banda, mamá. Porque ambos sabemos que no es así.
Se separó de la mesa, se pasó una mano por el pelo y volvió a apoyarse en la encimera.
-Es una decisión de mutuo acuerdo cuyos detalles no os afectan, chicos-comentó Mark. En sus ojos vi que deseaba abrazar a su esposa, besarla y decirle que todo saldría bien... pero era el único que no debía tocarla precisamente en ese momento-. Las personas cambian.
-Deberíais acordaros de eso antes de hacer lo que vais a hacer-espetó Louis. Alcé las cejas, preparada para mandarlo callar, esta vez para siempre si era necesario; se estaba pasando, pero una parte de mí no quería hacer que dejara de hablar aún. Una parte de mí, bastante poderosa, sabía que él necesitaba decir todo lo que tuviera que decir, meter la pata si hacía falta, desahogarse. Llevaba 20 años acumulando un rencor silencioso porque nadie le había explicado realmente el motivo por el que se había cambiado de nombre (por otro que le encajaba mejor, todo había que decirlo). Tragué saliva y, sin darme cuenta, volví a fantasear con sus brazos alrededor de mi cuerpo, sosteniéndome mientras me hacía suya lentamente...-. Tan solo pensad esto: ahora hay más gente implicada que la primera vez. El que sufrirá las consecuencias de la misma forma que vosotros no es un puñetero bebé que no se entera de lo que pasa a su alrededor-estaba hablando exclusivamente para su madre, y todos lo sabíamos, pero generalizaba y usaba el plural mirando de vez en cuando a Mark para que Jay no se defendiera con demasiado tesón. No, si al final, iba a resultar que Louis era listo-. Ahora el más pequeño tiene ocho años. Y se va a enterar de lo que pasa. Y va a sufrir. Yo sólo os digo eso: pensad bien lo que estáis haciendo, si de verdad queréis esto.
-¿Desde cuándo eres tú un justiciero, Louis? ¿Eh?-ladró su madre, dando un golpe a la mesa y echándose a temblar de pura rabia.
-Desde que mi familia está expuesta porque yo me he hecho un nombre. Desde que os echo mierda encima a todos-clavó los ojos un segundo en mí, yo no me moví- por el mero hecho de estar respirando. Desde que hay muchas más formas de haceros daño y joderos, formas que surgen de simplemente querer joderme a mí.
-Todo siempre se ha reducido a ti-murmuró Mark, tomando un sorbo de su taza de café. ¿Café? ¿A esas horas? Creo que ya entiendo por qué Jay se quiere divorciar de este hombre.
-Oh, sí. Por eso estoy preocupado por lo que va a pasar con las chicas y me importa bien poco lo que va a pasarme a mí. Preguntadle a Eri si no me creéis-hizo un gesto con la mandíbula hacia mí, y sus padres se giraron a mirarme-. A mí también me jode esto, ¿vale? Me jode que mis padres se vayan a separar. Diría otra vez, pero... ya sabéis qué opino de Mark.
Lottie se miró las uñas.
-Nos duele a todos.
-A mí más, Lottie. ¿Y sabes por qué?
-Porque piensas que es culpa tuya.
Louis asintió.
-Pero no es así, Louis, nosotros no... no es por ti. No es por ninguno de vosotros. Pase lo que pase, os querremos igual.
-Ya. Lo he oído antes. Cuando tenía un par de meses, para ser más exactos.
-Lou...-susurré, negando con la cabeza.
-Tendrás que aguantar el tirón y hacer como si te creyeras eso, Louis. Eres el mayor. Te toca a ti ser el fuerte.
-¡PUES ESTOY HASTA LOS COJONES DE SER EL FUERTE EN ESTA CASA, MAMÁ! ¡HASTA LOS COJONES!-explotó, dando un golpe en la encimera. Di un brinco en la silla, y entendí de inmediato a qué se referían los chicos con un Louis cabreado: de repente parecía crecer, parecía hacerse más fuerte, parecía dispuesto a estamparte contra la pared y destrozarte.
El chico que había resuelto sus mayores problemas a puñetazos volvió a aparecer ante mí. El mismo chico que me aseguró que su mánager pagaría caro el haberme llamado zorra.
-¡TAL VEZ LO DE IR DANDO GRITOS TE FUNCIONE EN LA CALLE, PERO ESTÁS EN CASA, Y ES A MÍ A QUIEN ESTÁS GRITANDO, CHAVAL!
Louis contempló estupefacto a su madre, saboreando la última palabra, aquella palabra que se había convertido en la más odiada de todas las que podía escuchar... porque le recordaban a mi padre.
-¿No quieres que grite? ¡Entonces dime qué coño os ha pasado y cerraré mi puta boca!
-¡NO ES ASUNTO TUYO!
-¡TAMBIÉN ES MI FAMILIA!
Jay se había levantado y se había encarado a su hijo; Louis había hecho lo propio: ahora estaban frente a frente, mirándose a los ojos, midiéndose con cada segundo que se miraban.
Mark se incorporó y metió las manos entre ellos, separándolos. Jay volvió a tomar asiento, pero continuó fulminando con la mirada a su hijo, que reculó de más buena gana aún que su madre. En el fondo no quería discutir con ella, estaba claro.
-Basta. Los dos-miró a su aún esposa y su hijo y estudió cómo sus expresiones cambiaban. Louis se pasó una mano por el pelo.
-No quiero que sufran, mamá. Yo no lo pasé mal porque no me daba cuenta de lo que pasaba alrededor.
-Eso es muy noble por tu parte.
-Eso le dije yo cuando me lo contó-murmuré, todo el mundo clavó la vista en mí. Me empequeñecí en el asiento, deseando haber mantenido la boca cerrada.
-Cuidaremos de ellas. No se lo diremos, de momento-informó Mark.
Louis volvió a pasarse una mano por el pelo, para deleite de la parte que más le pertenecía de mi ser.
-¿Cómo no vais a decírselo?-inquirió Lottie, escandalizada-. También viven en casa.
-La rubia tiene razón. Por una vez en su vida-apuntó su hermano, señalándola con la palma de la mano hacia el cielo, como había hecho hacía un rato. Lottie abrió la boca, ofendida, y le sacó la lengua.
-Contadle lo que hacéis para no dormir juntos pero que tampoco se enteren de que pasa algo.
-Lo que, por cierto, hacéis mal. Notan algo raro, pero creen que es porque me echáis de menos. ¿Qué hacéis?
Jay se encogió de hombros.
-Tu padre duerme ahora en el ático.
Louis miró a Mark con el ceño fruncido.
-¿Va en serio?
-Totalmente.
-¿Y si las crías entran en la habitación porque han tenido una pesadilla?
-Ahora se meten en la tuya. Charlotte duerme ahí.
-¿Por qué se lo contáis? Menuda puta familia, macho.
-Al menos la tuya no te pega, Lottie-alcé una ceja. Mark me miró.
-¿Te pegan en casa?
-Un... poco-reconocí.
-Le dan palizas. Pero basta de hablar de ella-espetó Louis-. Estamos hablando de las gemelas.
-¡¿Qué?!-ladró mi suegra-. ¿Desde cuándo?
-Poco tiempo.
-Eri-me riñó Louis.
-Vale. Desde hace bastante.
-¿Y tú no la defiendes?-ahora la furia de Jay se volvía de nuevo contra Louis, que alzó las manos.
-No me deja, eso lo primero. Y lo segundo, no se atreven a tocarla cuando ando yo delante.
-Ya. Pero, ¿por qué?
Me encogí de hombros.
-Porque su padre es un cabrón que no tiene otra cosa que hacer.
-¡Louis!
-Oh, querida, ¿por qué no nos lo has contado?-Jay me acarició la mano.
Me encogí de hombros.
-Supongo que porque no quiero dar pena.
Louis alzó una ceja, y estuvo a punto de soltar algo relativo a mi enfermedad aún latente, pero se contuvo.
-Oh, sí. También tuvo anorexia. Pero está bajo control.
No, no se contuvo.
Vale, las caras de todo el mundo se parecieron a globos de payaso de feria: los ojos saltones, las bocas abiertas en forma de O gigantesca... Miré a Louis.
-La cogió por mi culpa-se volvieron hacia él-. ¿Podemos hablar de las gemelas, por favor?
-¿Cómo que la cogió por tu culpa?
-La presioné mucho.
-¿NO LA LLAMARÍAS GORDA?
-¡No!-abrió mucho los ojos-. No. Para mí era perfecta tal y como estaba.
-No era imparcial.
-Nunca lo fui-me dedicó una tierna sonrisa; era increíble. Estaba de mala leche y, un segundo después, me sonreía de aquella manera que me incendiaba el corazón, me secaba la garganta y me hacía estremecer. Como sólo él sabía; aprovechaba bien el mar que llevaba en sus ojos.
-¿Cómo lo haces?-me sorprendí preguntando. Su sonrisa se ensanchó.
-Cómo hago, ¿qué?
-Ser así de bipolar, niño.
Se encogió de hombros.
-Soy de Doncaster. En Doncaster somos todos bipolares.
Me eché a reír, una risa suave, dulce. Bastó para tranquilizar a todos sobre mí: estaba curada, no me pasaba nada con la comida... bueno, lo típico de todas las chicas, a veces le tenía miedo por lo que podía hacerle a mis glúteos, pero nada grave.
-El caso-continuó Louis, apartando la vista de mí-,  es que debéis decírselo. Creo que merecen saber lo que pasa en casa, ¿no os parece?
-Danos tiempo, Louis.
-No os voy a dar todo.
-Hasta después de Navidades. Con que les falte su hermano tienen bastante.
Sopesó un momento la decisión. El destino de sus hermanas estaba ahora en sus manos, y no defraudó en cuando a cavilaciones se refería.
Tenía madera de padre, vaya si la tenía.
Terminó asintiendo lentamente.
-Vale, pero ni un día más.
Se separó de la encimera y yo me levanté. Mark carraspeó.
-Louis, también quería preguntarte algo...
Frunció el ceño.
-Cuéntame.
-Verás, el caso es que sabes que mi sueldo da de sobra para los gastos de casa, el problema es que... tengo una edad, y una hipoteca ahora mismo sería lo peor que os podría dejar a tus hermanas y a ti, entonces... me he estado preguntando... ¿te importaría prestarme algo para una casa?
Mi novio se quedó a cuadros. No era para menos.
-Te lo devolveré cuando pueda, hijo, pero sabes que lo haré.
-Estoy alucinando-nos informó Louis.
-Escucha...
-No, papá, ¿te das cuenta de lo que me estás pidiendo?
-Son solo unos pocos cientos de libras. Me buscaré algo modesto.
-No es el dinero, papá. No es que no te quiera prestar dinero. Joder, te compraría yo la casa, y lo sabes de sobra. Pero, ¿pagarte una casa para que te largues de aquí?
Me acerqué a él y le acaricié el brazo con la yema de los dedos. Los miré a ambos.
-No tenéis por qué hablarlo hoy.
Jay se levantó.
-Eri tiene razón. Basta de negociaciones por una temporada, ¿queréis? Ya hablaréis esto cuando se nos termine el plazo, Mark.
-Quiero que volváis a dormir juntos-espetó Louis sin venir a cuanto. Sus padres lo miraron-. Va en serio. Si no, os juro por mi madre que subo ahí arriba y les cuento a las crías todo lo que pasa, sin delicadeza ninguna.
Lottie pasó a su lado y le dedicó una orgullosa sonrisa. Subió a grandes zancadas las escaleras y se perdió en el pasillo.
-No puedes estar diciendo...
-¿Tanto asco os tenéis? Porque, si no recuerdo mal, hace unos nueve años todavía os sentíais atraídos el uno por el otro.
Procuré no prestarle demasiada atención a cómo su mano se aferró a mis nalgas cuando susurró eso, como diciendo La misma que yo siento por esta española de aquí. Me mordí el labio y lo miré, pero ni se inmutó. Seguro que era un acto reflejo del que no tenía constancia.
-Louis.
-Oh, joder, no os estoy pidiendo que os volváis a acostar, ni nada. Hacedlo por las chicas. Por mí. Venga. Por favor-lloriqueó, haciendo sobresalir el labio inferior de los demás. Sonreí y mi mano imitó a la suya. Las comisuras de sus labios se alzaron.
Mark y Jay se miraron.
-¿Tú quieres?-preguntó él. Jay se encogió de hombros.
-No me importa.
-Lo hemos hecho antes.
-Es cierto.
-Sobreviviremos.
-Sin duda.
Y, antes de que pudieran cambiar de opinión, subimos a toda velocidad escaleras arriba.

Abrimos la puerta de su habitación muy despacio y tuvimos que aguantarnos las ganas de echarnos a reír. Las gemelas y Fizzy estaban en la cama de su hermano, tal y como habíamos dejado a las primeras; apoyadas las unas en las otras mientras respiraban suavemente con la boca abierta.
Louis sacudió la cabeza.
-Son monas-susurré.
-Son preciosas. ¿Cómo puede querer nadie hacerles daño?
Me encogí de hombros y le acaricié el dorso de la mano con la yema de los dedos.
-Tendremos que despertarlas para poder acostarnos.
Le besé el cuello y sonrió.
-¿Por qué haces que cosas tan simples como meternos en la cama suenen tan bien?
-¿Por qué haces que me exploten mis órganos internos cada vez que abres la boca, especialmente para decirme una de esas preciosidades que me dices tú de vez en cuando?
-Te digo preciosidades todos los días.
Le mordisqueé por debajo de la mandíbula y su respiración se volvió entrecortada, irregular.
-Voy a llevarlas a su habitación-me susurró mirándome un segundo. Sus ojos tenían un brillo casi celestial con la poca luz que llegaba hasta ellos, rebotaba en ellos y les confería aspecto de dioses.
Asentí con la cabeza, disfrutando de su casi imperceptible caricia en la cintura, y me deslicé junto a él entre las sombras hacia las pequeñas. Apartó cuidadosamente el ordenador de las rodillas de Fizzy; yo me encargué de colocarlo sobre la manta. Sin encender la luz, destapó a las niñas y cogió a Daisy en brazos. La apretó contra su pecho, le dio un beso en la frente y caminó en silencio hacia la habitación de las crías.
Repitió la operación con Fizzy mientras yo me maravillaba con la facilidad con la que las llevaba de un sitio para otro, sin esfuerzo, sin resoplar, como si lo hiciera todos los días... cuando estaba segura de que hacía mucho que no llevaba a nadie de esa manera, y de que la última a la que había llevado así era yo.
Phoebe se removió entre las mantas y se incorporó, jadeante, palpando con fiereza el espacio que Felicité acababa de dejar libre. Encendió la luz y observó estupefacta el hueco a su lado en la cama.
-¿Daisy?-preguntó, aterrorizada. Se dio cuenta de mi presencia y me clavó unos ojos espantados, que no podían creerse lo que le estaba pasando-. ¿Dónde está Daisy?
Se zafó de las mantas y corrió a mi lado.
-Louis la ha llevado a vuestra habitación, Phoebe-le susurré, inclinándome y apoyándome en las rodillas. El pánico de Phoebe disminuyó, pero muy poco. Le tendí la mano y yo misma la llevé a su habitación. Louis se paró en la puerta y se nos quedó mirando mientras yo le abría la cama, esperaba a que se metiera dentro y la arropaba fuerte.
-Buenas noches, Phoebe.
-Buenas noches, Eri.
Me dio un suave beso en la mejilla, pero que no tuvo nada que envidiar a calidez a los de su hermano cuando me besaba en aquel lugar. Le devolví el beso y le acaricié la frente.
Cerré la puerta despacio. Phoebe aún miraba a su hermana dormida cuando perdí el contacto visual con ella.
Regresamos a la habitación de Louis en absoluto silencio. Cerramos la puerta y él apoyó la espalda en ella.
-Creo-caviló, con la mirada ausente- que es la primera vez que veo a una de las gemelas despierta y la otra dormida.
Fruncí el ceño.
-¿Nunca se despierta una sola?
-No sé cómo lo hacen, pero siempre se duermen y despiertan a la vez-sacudió la cabeza. Se frotó la frente y gimió-. No quiero que esto cambie.
Me dio mucha ternura verlo así. Lo llevé a la cama, hice que se sentara y me coloqué detrás de él.
-No puedes ser su padre, amor-le masajeé el cuello y le besé el hombro-. Solo tienes 20 años.
-Pero es tan injusto...
-Sí-consentí, girándole la cara para que me mirara a los ojos-. Sí, lo sé. Pero, eh-había apartado la cabeza, así que le tomé de nuevo de la mandíbula-, si quieres hacer de su padre, siempre tendrás una madre para ellas. Ya lo sabes.
Sonrió.
-Gracias, nena.
Le devolví el gesto y nuestros labios se rozaron suavemente. Abrí la boca y dejé que mi lengua empujara la suya, tímida. Atrapó a mi pequeña invasora con los dientes y me hizo estremecer.
-Tengo que cambiarme.
Aparté la boca y asentí, echándome un mechón de pelo detrás de la oreja. Se puso en pie y, cuando me quise dar cuenta, yo también me había levantado.
-Déjame a mí.
Me acerqué a él lentamente, volví a besarlo despacio, y comencé a desabrocharle la camisa vaquera. Mis dedos se movían lentamente, casi inseguros, mientras yo me concentraba solo y exclusivamente en el pequeño botón que se retorcía entre ellos. Cuando me libraba de uno, lo besaba, besaba su pecho y bajaba más y más abajo.
Cuando acabé, me quedé arrodillada delante de él. Levanté la vista y lo miré; me devolvió una mirada tierna, sincera. Me necesitaba en aquel momento más que nunca.
-Queremos hacerlo-susurré con la voz ronca. Ambos nos estremecimos, me tendió la mano y me ayudó a incorporarme.
-Pero a mí no... me...
-Apetece. Lo sé-me encogí de hombros-. Está bien, no te preocupes. Lo entiendo.
Me tomó de la mandíbula y me obligó a mirarle, sus ojos chispeaban.
-¿Recuerdas lo que te pedí ayer?
Asentí.
-¿Y lo que ha dicho mi madre?
Volví a hacerlo, notando cómo un ligero rubor me teñía las mejillas.
-Iba en serio, Eri.
-Lo sé.
-Hay un pero-susurró.
-Siempre lo hay. Es... pronto-arrugué la nariz-. Y seguramente tampoco sea legal.
-Esperaré.
Una risa nerviosa salió de entre mis labios cuando me pregunté si aquello sería verdad, si Eleanor tendría paciencia suficiente para dejarme a su novio el tiempo suficiente como para casarme con él, hacerme suya para siempre.
Me senté en la cama, me acicalé el pelo con los dedos mientras él se ponía el pijama y nos miramos en silencio.
-¿Tienes idea de la cantidad de cosas que te haría aquí mismo, sobre todo con la casa llena?
Me morí el labio y me abracé la piernas. Apoyé la cabeza en las rodillas y me eché a reír.
-Estás muy salvaje en cuanto a sexo se refiere, Louis. ¿Por qué?
Se encogió de hombros.
-Digamos que me he... dado a la lectura-alzó una ceja y yo fruncí el ceño.
-¿Qué lectura?
-50 sombras de Grey.
Mi asombro explotó en mi interior, haciendo que abriera la boca y los ojos como si me pagaran por ello.
-¿Cómo?-inquirí, segura de que lo había entendido mal.
-Espera-me pidió, saliendo de la habitación y dejando la puerta entreabierta. Me quedé pasmada en la cama, sin saber muy bien qué hacer, cómo moverme, ni nada.
Oh, Dios. No había leído el puñetero libro, pero me habían dicho que había muchas guarrerías dentro, sobre todo sadomasoquismo. ¿No querría...?
Con lo bien que yo soportaba el dolor, que me pinchaban con una aguja y ya necesitaba salir corriendo...
¿Querría pegarme?
¿Cómo va a querer pegarte, estúpida? Si es un santo.
Tragué saliva, escuchando el sonido que hice y estando segura de que la casa tembló por culpa de ese ruido. Cerré los ojos y me concentré en respirar. Tranquila. Tranquila, no pasa nada, seguro que...
... quiere atarte a la cama y darte la paliza de tu vida, pero estás acostumbrada.
Me aparté el pelo de la cara y me llevé los dedos a la boca, pero no me mordí las uñas. La única vez que lo había hecho había sido cuando él se embarcó en su partido solidario, como si toda su carrera y nuestra relación dependiera de que su equipo ganara.
Volvió con un libro negro, en cuya tapa había fotografiada una corbata.
Lo observé con ojos como platos.
-Métete en la cama, nena.
-¿Qué vamos a hacer?
Frunció el ceño.
-Te voy a leer lo que he leído yo.
Solté un sonoro suspiro de alivio.
-Ah. Menos mal. Creía que...-me encogí de hombros, abriendo un hueco en la manta y metiéndome debajo. No tardó en reunirse conmigo, rebuscó en los cajones de la mesilla de noche hasta encontrar su gorro, se inclinó hacia delante y se lo puso. Hizo una mueca y sonreí. La tensión anterior había desaparecido por completo.
Hizo pasar las páginas mientras yo contemplaba los marcadores de plástico de colores que poblaban el libro. Capturé uno y lo miré; él se encogió de hombros.
-Lottie señala las páginas donde hacen algo para ponerlo en práctica más adelante.
-Es coña.
Negó con la cabeza.
-No estoy seguro de si quiere probarlo realmente, pero por lo menos sé a ciencia cierta que lo marca para poder releerlo.
Parpadeé y me aferré a su brazo.
-¿Me voy a traumatizar?
-¿Te busco algo para que te traumatices?
-¿Te has leído todo el libro?-chillé, medio histérica, y volvió a sacudir la cabeza. El gorro no se movió; era un gorro fiel.
-No, Harry nos enseñó las partes más interesantes. Las únicas partes interesantes, en realidad.
Tragó saliva y comenzó a leer. Yo escuché un rato, para terminar interrumpiéndole:
-¿Y si lo leo yo? Como es una chica es más creíble.
Se encogió de hombros y me pasó el libro, tocó con el índice la línea en la que iba, y seguí yo.
Madre.
De.
Dios.
Con razón mi madre no quería que lo leyera.
Lo que probaban asustaba, los detalles asustaban, pero... cómo explicaba la chica también las sensaciones, todo el placer que sentía...
Terminé el relato con la boca seca. Miré a Louis con los ojos como platos. Se quitó el gorro y se pasó la mano por el pelo.
-Necesito una ducha de agua fría-comentó, clavando los ojos en mí con intención. Yo también la necesito, Tommo. Yo también.
Me mordí el labio, tal y como hacía la protagonista (en mi defensa diría que yo llevaba más tiempo que ella haciéndolo), y sus ojos se apresuraron a esa parte de mí.
-¿La necesitaste cuando lo leíste?
-Una cosa es que lo leas con tus mejores amigos para tus adentros y otra muy distinta es que te lo lea tu novia, poniendo esa voz tan sensual que sólo ella sabe poner, cuando estás metido en la cama con ella. ¿Pillas lo que te digo?
Sí, definitivamente le estaba pegando frases, y él a mí.
-¿Has terminado?-me burlé. Sonrió.
-Acabo de empezar.
Se inclinó hacia mí y posó sus labios en los suyos, yo lancé el libro lejos y le rodeé el cuello con mis brazos. Se colocó sobre mí y gimió cuando le mordisqueé la oreja. Oh, sí. Esto estaba sentaba tan bien...
Me acarició los costados y suspiré. Capturó mi labio inferior con sus dientes mientras tiraba de mis pantalones. Me sacudí para librarme de ellos, y rodeé su cintura con mis piernas.
Estaba duro.
Genial.
Porque yo estaba lista.
-Louis...-gemí mientras sus besos bajaban, y me besaban el pecho sobre la camiseta.
-Mm.
-Tenemos que probar eso.
Se incorporó y me miró a los ojos.
-¿Ahora?
-No, hombre, ahora no. Otro día.
-Pero más suave-me mordisqueó la oreja y se tumbó a mi lado. Me puse de morros. ¿Qué había sido de...?
No, todavía seguía con ganas. Se le notaba en los ojos. Y en otro lugar que no era los ojos, bastante más explícito.
Acerqué mis pies a los suyos y protestó.
-Joder, Eri, ¿pero tú dónde metes los pies, eh? Los metes en la nevera. Seguro. Te gusta verme sufrir.
-No están tan fríos-protesté. Me sacó la lengua y se estiró para recoger el libro, que reposaba de mala manera en un lado de la cama, colgando precariamente, amenazando con suicidarse. Se apresuró a ir a la primera página y comenzó a leer el libro mientras yo me acurrucaba a su lado.
Lo miré leer en silencio, maravillada pro la concentración que destilaba su mirada. Realmente era perfecto, y tenía un punto a su favor: era mío.
Le besé el costado, se desconcentró, me echó un vistazo y me besó la cabeza para continuar con su lectura.
Estaba cerrando los ojos cuando soltó una risita sarcástica. Lo miré.
-¿Qué?
-Te lego. Yo no hago el amor, yo follo.
Algo en mi interior respondió a aquella llamada, incendiándome. Era demasiado duro, pero a la vez sonaba tan... apetecible.
Especialmente de su boca.
Se echó a reír.
-Me cago en la puta, pavo, yo también follo y no se lo voy diciendo a mis novias por ahí, ¿sabes?
-No es para tanto.
-No creo que se le deba decir eso a una chica, eso es todo. Además, si yo te lo dijera a ti, me romperías la cara.
-Te sorprenderías-murmuré, incorporándome un poco para echar un vistazo al libro. Señalé una parte en la que la chica contemplaba el miembro del tal Grey, preguntándose si realmente podría entrar en ella.
Los ojos turquesa de Louis volaron hasta allí, y su sonrisa se amplió.
-Eso lo hacéis todas.
Lo contemplé con gesto ausente.
-¿De verdad?
Asintió.
-Sí. ¿No te acuerdas de cómo me miraste cuando lo hicimos la primera vez, amor?-negué con la cabeza, y volvió a asentir-. Pues sí. Te quedaste mirándome, y en tus ojos vi que estabas a punto de ponerte a gritar que no iba a entrar en mí.
-Todavía no me explico cómo no puedo usar un puto tampón pero me da lo mismo que entres o salgas-repliqué.
Se ofendió.
-Vete a la mierda-me dio la espalda, yo sonreí y me puse de rodillas para besarlo. Contemplé el solitario monigote del skate en su brazo, que parecía divertido ante nuestro juego.
Y él también se quedó mirando su pequeño tatuaje.
-Voy a hacerme más-me informó. Fruncí el ceño y negué con la cabeza.
-No-mascullé. Asintió.
-Lo necesito, nena.
Aparté la cabeza, pero él me tomó de la barbilla y me hizo volver a mirarlo. Tragó saliva, estudió mi expresión, se levantó, fue hasta mi mochila y sacó el neceser donde llevaba el maquillaje. Cogió el eyeliner que siempre usábamos para pintarnos mutuamente (sobre todo la pequeña L de mi cadera), y me lo tendió.
Le enseñé mi temporal tatuaje, haciendo caso omiso de lo que me acababa de decir. ¿Qué pretendiera? ¿Que le hiciera yo uno con mi delineador? ¿Estábamos locos, o qué?
-Aún está ahí.
Sonrió ligeramente.
-Cógelo.
Obedecí, y lo miré con el ceño fruncido cuando me tendió el brazo desnudo. Suspiré, se señaló el antebrazo y pidió:
-Escríbeme lejos.
Me estremecí cuando, tras asentir, le rodeé el brazo con la mano. Seguía afectándome como siempre tocarle los brazos, poder acariciárselos, sin importar dónde estuviéramos. Disfruté de la suavidad y la dureza unidas a la perfección en él.
Me retiré un poco para estudiar mi obra mientras él se levantaba e iba al espejo a contemplarse. Asintió con la cabeza.
Volvió conmigo y me pidió que le dibujara unas comillas en la muñeca.
-¿Por qué?
-Porque no puedo cambiar.
-Y esto viene a...-aventuré. Se encogió de hombros.
-En el fondo lo de mis padres lo he ocasionado yo.
-No-bufé, cogiendo su rostro entre mis manos-. No, pequeño, no es culpa tuya. Y lo sabes.
-Siguen queriéndose. Has visto cómo se miran.
Alcé los hombros.
-No los conozco muy bien. No sé cómo funcionan las cosas en tu casa.
Me tumbé sobre mi espalda y palmeé el hueco vacío en la cama a mi lado. Volvió a sentarse, y retomó la lectura.
Ambos estábamos dándole vueltas a algo, y sospechaba que era lo mismo, porque él se había detenido en el momento en que la chica perdía la virginidad. Miré el número de la página, cerciorándome así de que estaba en lo cierto con mis sospechas, parpadeé e inquirí:
-¿En qué piensas?
Sacudió la cabeza.
-En nada. Me estoy... acordando de cosas.
-Deja ya el tema de tus padres-le pedí, besándole en la mejilla.
-No es eso-me negó-. Es... una tontería.
-Cuéntamela.
Bufó, me miró y vio algo en mis ojos que le ablandó el corazón.
-Estaba acordándome de mi primera vez.
No estaba segura de querer meterme en esos terrenos, pero... ya que estábamos, ¿por qué no indagar un poco? Al fin y al cabo, él había tenido la mía. Yo merecía conocer un poco de la suya, aunque fuera el resumen.
-¿Cómo fue?
Me miró, suspicaz.
-¿Seguro...?
-Seguro. Cuéntamela. Tengo curiosidad. Conoces todos los detalles de la mía.
Sonrió, me pasó un brazo por los hombros y me atrajo hacia sí.
-Fue un desastre-comenzó, la mirada perdida, la sonrisa en su boca-, en serio. Has tenido suerte de haberlo hecho con alguien que sabe más o menos lo que se hace, porque... cuando no tienes ni idea, es un poco... una puta mierda.
-Pero fue especial, ¿no?
-Sí, eso sí, pero siempre esperas mucho más de lo que consigues.
-Yo no.
-Porque yo sabía qué tenía que hacer, nena.
Asentí.
-Está bien. Sigue-pedí.
-El caso es que las expectativas son muy altas y es casi imposible cumplirlas.
-¿Con quién fue?
-Con Hannah.
-¿Dónde? ¿En esta cama?
Negó con la cabeza.
-En la suya.
Me alivió saber que no lo había hecho por primera vez aquí. Si alguien tenía una presencia fuerte en mi cabeza cuando pensaba en él, quitando a Eleanor, era Hannah. Su última novia, la última que no se había visto afectada por mi llegada.
-¿Te gustó?
-Si no me hubiera gustado, no lo habría hecho más veces, ¿no?-se burló. Me reí suavemente.
-¿Cuándo?
-Llevábamos tiempo saliendo. Más que contigo.
-No sería difícil.
Me sacó la lengua.
-¿Puedo rememorar mi larguísima vida? Gracias.
Le acaricié el vientre, y se estremeció.
-¿Algo más?
-¿Por qué lo dejasteis?
-Descubrimos que éramos incompatibles.
-¿Por qué?
-Porque ella era tonta y yo gilipollas. Y la gente gilipollas y tonta no debe juntarse.
Todo mi cuerpo tembló en una carcajada silenciosa.
-En serio.
-No quería que volviera a The X Factor
Me incorporé y lo miré con los ojos como platos, y la boca abierta formando una perfecta O.
-¿Es en serio?
-La primera vez que fui y me dijeron que no volví hecho mierda a casa, Eri. Cogí una depresión muy grande. Y, bueno... Hannah me ayudó a superarlo. Por eso cuando le dije que quería volver me preguntó si estaba loco, y me dijo que no pensaba cuidar de mí una segunda vez-se encogió de hombros-. Le contesté que si tanto confiaba en mí, no entendía qué hacíamos juntos. Ella se me quedó mirando y me soltó: Mira, Louis, sabes que yo te quiero mucho, y que creo que está muy bien que cumplas tus sueños, y eso, pero no creo que debas ser masoquista, ¿sabes?
-¡Menuda gilipollas!
-Un poco de razón tenía. Tuvimos una bronca enorme y rompimos. Fui a Londres. Me cogieron. La llamé. Se lo dije, y ella... no se alegró. Me dijo que aquello no significaría nada, porque no quería tener una relación a distancia, y mierdas varias. Pero, no sé cómo, volvimos. Y terminamos dejándolo y quedando como amigos porque tenía razón; no podíamos mantener una relación a distancia.
Contuve el aliento.
-Pero tú y yo es lo que hacemos.
-Pero contigo es distinto. A ti te quiero lo suficiente como para estar esperándote una semana entera para estar dos días juntos.
Me miró a los ojos mientras se me secaba la garganta. ¿Cómo podía hacer para decirme cosas tan bonitas? La única explicación que se me ocurría era que las sacaba de Internet.
-A dormir-susurró, besándome la frente. Me incliné hacia él y le besé en los labios.
-Yo no sería tan tonta como Hannah, yo lucharía hasta le final.
-Eres española. Es lo que hacéis en tu país. Los ingleses jugamos sucio. Y los del norte somos unos vagos-se encogió de hombros, acariciándome la cintura.
Me eché a reír, le quité la camiseta y me la puse por los encima, y me acurruqué contra él mientras apagaba la luz.
No podía estar más orgullosa de él. No podría encontrar a un chico como él, porque simplemente no podían repetirlo. Habían echado demasiada perfección en un solo chaval, pero no la suficiente como para que ese chaval se diera cuenta de que no la merecía.
El mismo chaval que por la mañana, mientras desayunábamos, y después de ayudarme de una manera que a mí me impactó y me enamoró aún más, alzó las manos, pidiendo silencio, y espetó:
-Bueno, ahora que estamos aquí todos juntos, os voy a decir algo: voy a actuar en el Madison Square Garden de nueva York. Y, como soy muy buena persona, os dejo hacer fangirling unos cinco minutos.
Todos en la cocina nos pusimos a chillar preguntas y felicitaciones a la vez. Solo él podía conseguir que toda una familia se volviera loca con dos frases.
Porque, simplemente, era Louis.

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