domingo, 3 de noviembre de 2013

Hello, my name is Eri, y ya no les robo sueños a las Directioners.

El amor es aquello que te hace abandonar todas tus expectativas a cambio de la posibilidad de estar con la persona a la que más quieres para siempre. El amor es aquello que te hace desprenderte de todos tus deseos con tal de que las cosas sigan como están.
El amor es lo que te hace diferente, te hace crecer, te cambia por dentro de una manera que nunca más vas a evitar.
Y yo tenía la suerte de saber de qué hablaba.
Y que alguien lo sintiera por mí, el mismo alguien que me hacía sentirlo a mí.
Louis lo demostraba cada vez que me miraba, me tocaba, me besaba, me acariciaba o, simplemente, cuando me llamaba a altas horas de la noche al verme conectad en WhatsApp, decidido a averiguar si me encontraba bien en el caso de que no fuera posible ir a verme y abrazarme. No me podía pasar nada malo cuando él me abrazaba, pero aquella era sólo una pequeña razón, una ínfima parte de aquella mole gigantesca que hacía que lo quisiera con toda mi alma, que estuviera dispuesta a todo por él.
Sé que le hacía mucho de rabiar, pero nunca, jamás, lo hacía con mala intención. Simplemente él cabreado era algo que yo no podía dejar pasar.
Pero había cosas superiores incluso a sus piques constantes conmigo. Por ejemplo, la manera en la que me defendía y se cabreaba cuando los demás intentaban tomarse unos privilegios exclusivos suyos.
Cuando se arrodilló ante mí, en lo único en que podía pensar era en su manera de protestar porque en El Hormiguero, al que habían vuelto, pero esta vez conmigo no como acompañante, sino como una parte fantasma del grupo de quita y pon, cuando estábamos presentando el vídeo de Chasing the sun, Pablo pidió que pusieran el vídeo.
Los chicos se inclinaron ligeramente hacia él, de una forma tan discreta que apenas se percibió. Sin embargo, yo pude verlo, al igual que vi cómo Louis se revolvía en el asiento y me miraba un segundo, un único segundo en el que su preocupación por algo que no iba a pasar jamás quedó plasmada en aquellos preciosos ojos.
No, no, es mía, solo mía, no la enseñéis, parecía estar diciendo con aquella pequeña mirada, temiendo que me fuera con alguien mejor. Solamente había un problema: para mí no había alguien mejor.
Pablo se giró hacia mí, ignorando todo lo que pasaba a nuestro alrededor. Alzó las cejas, y yo le imité. Todo el mundo se echó a reír. Incluso las fans que no me soportaban y habían conseguido entrar en el plató para ver a los chicos en directo se estaban comportando.
Al fin y al cabo, nadie en su sano juicio quería cabrear a Louis.
-Bueno, Erika-dijo Pablo en un idioma que me había visto crecer y que ahora tenía prácticamente abandonado-, ¿cómo fue grabar el vídeo? ¿Se puede trabajar con estos?
Me eché a reír mientras la traductora traducía la pequeña broma a mis chicos. Ellos sonrieron, y sus ojos se centraron en mí.
Había hablado tan pocas veces en español delante de ellos que se me hacía muy raro hacerlo allí, con todo el mundo mirándome. Todos eran españoles, todos salvo aquellas cinco personas, y, sin embargo, yo prefería hablar en inglés para que ellos me comprendieran mejor.
-La verdad-admití- es que fue divertido. En las escenas en que salgo con poca ropa-fieles al estilo de los vídeos de The Wanted, los chicos terminaron desabrochándose la camisa o quitándosela directamente, por lo que yo no iba a ser menos- ellos hacían como que no me veían, en plan "wo, la niña está casi en pelotas, de repente la pared se ha vuelto muy interesante".
Como todo el mundo esperaba, después de las carcajadas producidas por mi tan ingenioso comentario, Pablo se dirigió a los que se encargaban de aquello.
-¿Podemos verlo un poco más de cerca, por favor?-pidió al aire como quien habla con Dios.
Los de realización obedecieron, y ralentizaron el vídeo en la parte de los estribillos finales, cuando yo salía con un ajustado top y un culotte que dejaban bastante poco a la vista. Los chicos se echaron a reír.
-Eri, me da la impresión de que ellos no son los únicos que se han puesto las botas.
-No, para ser sincera. Pero nos lo pasamos muy bien grabando el videoclip porque, aunque no se vea muy bien-le gustaba al director del vídeo, le atraía, se podía notar en cómo aprovechaba para colocarme en primer plano en cuanto podía, y aquello no era normal, especialmente si teníamos en cuenta que ellos vendían muchísimo más de lo que yo podría llegar a soñar-, estábamos todos casi en bolas, de fiesta... pero no había nada sexual ni salvaje en ello...
-Habla por ti, no te jode-replicó Louis tan bajo que el micrófono no lo registró, pero los demás se echaron a reír cuando le dirigí un breve pero certera mirada asesina.
-...no es nada sucio, somos como hermanos, ellos son mis hermanos mayores, y me protegen... son muy protectores conmigo-asentí con la cabeza, apartándome el pelo de la cara, que ya me había empezado a crecer...
-Hay primeros planos buenísimos, ¿no creéis? ¿Y si paramos el vídeo para disfrutarlos?
Obviamente no estaban haciendo todo eso a propósito, ni para que yo lo pasara mal ni para cabrear a Louis. Simplemente era una manera de cachondeo puede que un poco demasiado inocente. No esperaban despertar a la bestia con tanta facilidad. No sabían lo que yo tenía en casa.
-Sí, hermano, ¿y si seguís con él?-Louis se inclinó hacia delante, sonriendo. Era una sonrisa cálida, nada siniestra. Quería ser amable porque sabía que le convenía-. No te creas que me mola que toda España la vea así-dijo, haciendo un gesto con la cabeza hacia mí sin dignarse siquiera a cruzar una mirada conmigo.
Ojalá pudiera decir que no entendía a qué se debía todo aquello, pero la verdad era que él apenas disfrutaba de un par de centímetros más de mi piel cuando me quitaba la ropa para acostarse conmigo. No le gustaba perder la exclusividad visual que tenía sobre mi cuerpo, y yo lo comprendía.
-Y el extranjero, amor-le recordé, alzando las cejas y encogiéndome de hombros. Sonrió, pensando en cómo podía ser tan cabrona en los momentos más inoportunos, asintió con la cabeza e hizo sobresalir su labio inferior por encima del superior, como un niño pequeño, haciendo pucheros. Me entraron ganas de comérmelo vivo. Era tan precioso... y era mío.
-Más razón para mí.
-¡Louis está celoso! ¡Louis está celoso!-canturreó Liam. Louis abrió las manos encima de la mesa; era increíble lo mucho que habían cambiado los cinco desde la última vez que habían estado en el programa. La primera y única vez que habían visitado aquél plató, a duras penas pequeñas manchas de tinta manchaban sus cuerpos. Ahora, estaban cubiertos de tatuajes; casi podría decirse que sus tatuajes tenían piel, no que su piel tuviera tatuajes.
Pablo se echó a reír, aliviado de evitar sin saberlo un conflicto que le habría costado caro de haberse producido. Se volvió a inclinar hacia mí. La tierra en la que habíamos crecido establecía un lazo entre nosotros pero, sobre todo, el hecho de no necesitar una intérprete con unos segundos de retardo que permitiera la comunicación entre nosotros nos facilitaba la conversación.
-Eri, tú siempre haces como de reportera de los chicos, cuando están de gira eres una especie de comunicadora, un puente para que las fans sepan qué está pasando, en qué momento, y dónde. Pero lo mejor de todo es que no tienes pelos en la lengua. ¿Cómo es esto?
Me encogí de hombros, Zayn se lamió el labio y se echó hacia atrás para que pudiera expresarme mejor. Cuanto más se me viera, más se captarían mis gestos, y yo más podría transmitir.
-Yo no le debo nada a nadie, y los chicos sí, por eso tienen que tener cuidado con lo que dicen, para no ofender a las fans que tanto están haciendo por ellos. No pueden arriesgarse a que los malinterpreten y se enfaden. Pero yo puedo. Y lo hago, de hecho, muchas veces-segundos después los chicos se reían, y me pareció que se debía a ese asunto-. Solamente les debo todo lo que tengo y hago a ellos, pero somos como hermanos, estamos unidos como una piña, y no necesito estar controlando constantemente mi lengua por miedo a que se enfaden conmigo. Nos tomamos las críticas entre nosotros muy bien.
-Ya veo-ahora el hombre se giró hacia los demás, hizo un barrido sobre los chicos, y soltó al aire: -Chicos, ¿entendéis español?
-Es rarísimo escucharla hablando en vuestro idioma, le... le cambia la voz-dijo Harry, mirándome, sonriendo y rodeándose la garganta sin terminar de cerrar los dedos alrededor de su cuello.
-Pero, ¿entendéis algo?
Nadie dijo nada.
Pablo se giró hacia mi chico.
-¿Louis?
-Me estás poniendo en un aprieto, Pablo-sonrió. Todavía no había empezado a enseñarle en serio mi idioma en aquella época, de manera que cuando hablaba a velocidad normal, mi boca no hacía más que escupir balbuceos incomprensibles para él-. Siguiente pregunta.
Obviamente, y como ya venía siendo tradición, el hecho de que yo abriera la boca con ellos causó mucho revuelo. Los chicos tenían planeada una Twitcam al día siguiente, para presentar nuevas noticias. Cada uno lo haría desde su casa, utilizando una nueva herramienta que permitía conectar a varias cámaras en la misma videoconferencia, por lo que las fans se encontraron con que los chicos ya estaban separados otra vez. Se merecían un descanso antes de volver a la gira, y querían ver a sus familias.
Los problemas llegaron, como siempre, cuando yo pasé por detrás de Louis en busca de un libro. No pretendía salir en el vídeo, no me apetecía que nadie me viera, aun cuando los chicos me habían invitado a salir con ellos, porque  también hablarían de la canción que teníamos juntos, pero me negué. Era su Twitcam, eran sus fans.
En la primera fase, los chicos estaban hablando todos juntos, pero luego se iban turnando para estar tiempo con las fans, contestando a sus dudas y transmitiéndoles su amor.
Yo había pasado cuando los cinco estaban aún en directo, de modo que nadie debería haberse fijado en mí... a no ser que, como solía pasar, cada fan estuviera mirando para su favorito, y yo sabía por experiencia propia que Louis era el favorito de algunas.
Si se armó revuelo, nadie le dio importancia hasta que le llegó el turno a Louis.
Yo estaba sentada en la cama, con las piernas dobladas, disfrutando de mi relectura de Las ventajas de ser un marginado, con la luz de la mesilla a mi lado, arrojando claridad sobre las páginas, cuando Louis gruñó.
-Oídme bien, porque estoy cansado de leer lo mismo una y otra vez, una y otra vez. Los cinco lo estamos, en realidad, pero creo que es a mí a quien más caña le dais. ¿Qué coño os importa lo que haya hecho Eri antes en su vida? ¿Qué mas os da si ha estado enferma? ¿O si se ha cortado? No tenéis que seguir su ejemplo si no os da la gana, sois tan libres como yo de tener un ídolo u otro.
Alcé la vista para mirar a mi chico, que se estaba inclinando hacia el ordenador, pegando la cara a la pantalla para darle más énfasis a la conversación:
-No tenéis ningún derecho a decirme con quién puedo, o no puedo, estar. Siento comunicaros que no sois mi familia, y no tenéis control de autoridad sobre mí. Os agradezco que os preocupéis, pero, ¡joder! ¡Tengo 21 años, eh! Creo que ya soy mayorcito para decidir qué quiero y qué no, y vosotros no sois nadie para que me controléis.
-Louis-dije.
-Porque, por si no os habéis dado cuenta, ella me hace feliz, y el hecho de que le estéis mandando odio todo seguido...
-Louis.
-...no va a hacer que mis sentimientos hacia ella cambien. Lo único que conseguís es que cambie lo que yo siento hacia vosotros. A veces sois muy pesados y conseguís hincharme mucho las pelotas.
-¡Louis!
Él se giró un momento.
-¿Qué?
-¿Cómo les dices eso? Si son tus fans, ellos te...
-Eh, nena, ya sé que me han ayudado a alcanzar mis sueños, y todo eso, y se lo agradezco, pero no les voy a pagar todos sus esfuerzos con mi vida privada. Eso, no.
Y dejó el tema zanjado, y nunca más nadie se atrevía a decir nada de mí desde entonces. Si lo hacían, tenían mucho cuidado de hacerlo en lugares donde Louis no pudiera enterarse.
Fue ahí cuando empecé a ser pesada con el tema de casarnos, porque fue en ese preciso momento en el que comprendí que nadie se iba a enfrentar a todo el mundo (literalmente) para defenderme. Nadie salvo él.
Haría lo que fuera por no dejarlo escapar, y conseguir que firmara ese papel en el que me pasaría su apellido y seríamos legalmente del otro era una buena manera de asegurarme de que jamás se me olvidara mi misión de monopolio.
Pero, claro, a él no le daba la gana casarse. Debía de saber algo sobre el matrimonio que yo desconocía que le hacía recular cada vez que yo mencionaba esa palabra. Él, que siempre había querido formar una familia, que siempre había hablado claramente de lo que fuera con quien fuera, se negaba en redondo a mencionar aquella palabra por miedo a hacerme ilusiones que un día, tal vez, no estaría dispuesto a cumplir.
Consiguió hacerme ver a qué se debía cuando nos fuimos a la cama después de aquel día de verano en el que Noemí me mandó el mensaje de que ya no estaba total y absolutamente soltera, que se había prometido y su estado civil cambiaría en un momento aún por fechar, pero seguramente cercano (conociendo a Noemí, podría haberse casado con Harry tranquilamente en cuanto él se lo pidió, y celebrar la boda después).
Terminé arreglando el estropicio que había hecho con el bizcocho que se suponía que iba a desayunar con él, horneando uno mejor. Nos duchamos juntos, liberamos tensiones, comimos un poco de nuestra obra maestra de repostería, y nos fuimos a la cama.
-¿Por qué?-me limité a preguntar cuando terminamos de hacer el amor. Él estaba tumbado boca arriba, con la cabeza sumida en sus pensamientos, y disfrutando de mis dedos siguiendo el contorno de sus tatuajes. Tragó saliva-. Louis.
-Mis padres se divorciaron-se limitó a contestar. Yo fruncí el ceño, detuve un segundo mis caricias, y lo miré.
-Eso no tiene nada que ver, no es...
-No, nena, no lo entiendes. Mis padre se divorciaron prácticamente nada más casarse.
Mi ceño se hizo más profundo, hasta que me di cuenta de que con "mis padres" no estaba hablando de su madre y el hombre que lo había criado, sino de su madre y el hombre que lo engendró.
-Eran novios desde el instituto, se casaron, me tuvieron a mí, y... se divorciaron. El matrimonio les hizo algo. Se rompió. Y le ha pasado lo mismo otra vez a mi madre, sólo que la segunda vez ha conseguido alargarlo mucho más tiempo.
Tragué saliva y le besé la muñeca.
-No es culpa tuya...
Me cogió las manos y se incorporó para mirarme.
-Te quiero demasiado como para dejar que una gilipollez de ese calibre destruya lo que tenemos-murmuró, apartándome el pelo de la cara.
Me rompió el corazón comprobar que no era que no me quisiera, que no me viera como su esposa. Muchas veces me había dicho que lo hacía, que para él yo ya era su mujer, pero de ahí a serlo realmente, había un gran vacío que mucha gente no conseguía sobrepasar. Muchos se caían. Almas gemelas destinadas a estar juntas terminaban rompiendo sus lazos porque las cosas cambiaban.
Tenía miedo de perderme, y, aunque sabía que no lo haría, no podía culparle. Había nacido prácticamente acompañado de un divorcio, se había criado con un hombre que había terminado divorciándose también de su madre, y ahora... bueno, Jay y Dan no estaban en su mejor momento, precisamente.
-No vas a perderme-dije, acariciándole la mejilla. Sonrió, inclinando instintivamente su cara hacia mi cálida mano.
-Tengo la mejor mano de Las Vegas, y no puedo arriesgarme a que me la quiten por hacerme el chulo.
-¡Por hacerte el chulo!-contesté, haciendo la misma cara que le había visto a un niño en un vídeo que me habían pasado hacía mucho tiempo, cuando estaba en el instituto, antes de que lo dejara y me fuera a vivir con mi chico.
-¡El chulo!-replicó él, poniendo la misma cara, echándose a reír y tirando de mí, tumbándome sobre él y acariciándome la espalda.
Sin embargo, tenía que concederle que sabía cómo pedirme perdón por cosas que no tenía por qué disculparse. Cuando llegó mi cumpleaños y se limitó a entregarme con seriedad unos sobres en blanco, sin nada escribo, pero a través de los cuales se intuía un papel rojo, lo miré con la ceja alzada.
-¿Qué es?
-¿Qué cojones quieres que te diga? Es tu regalo. Ábrelo.
Ni siquiera me había dado tiempo a levantarme de la cama, él ya había puesto el despertador para levantarse antes que yo. Me dolía la cabeza de haber dormido poco. Esa noche cumplía los 20 años. Adiós a la adolescencia.
Estaba muy deprimida, pero no quería decirle nada a él por si se ofendía.
Abrí los sobres y saqué los papeles que no eran rojos, sino granates. Resultaron ser unas pequeñas carpetas sin anillas ni nada que pudiera mantenerlas cerradas. Las abrí y me encontré dos billetes de avión a Viena.
Levanté la vista para encontrarme con su sonrisa.
-¿Qué me dices?
-Que es genial.
-Pues eso no es todo. Lee los billetes.
Resultaron estar enlazados unos con otros, ser en realidad varios billetes. Primero pasaríamos unos días en Viena, después en Praga, luego volaríamos a París, a continuación, un fin de semana a Mónaco, y por último casi una semana en Italia. Terminaríamos en Roma y volveríamos a casa.
La fecha era durante el curso, lo que me extrañó.
-Voy a pedir vacaciones.
-¿A estas alturas?
-Soy Louis Tomlinson-se encogió de hombros-. Ser yo tiene sus ventajas. ¿Qué me dices, amor? ¿Nos vamos de marcha por Europa?
Me eché a reír.
-¿Eso no era el título de una película?
-La de Madagascar.
-Mm-repliqué, cogiéndolo del cuello de la camiseta y tirando de él. Lo besé-. Tus hermanas fueron a verlo un día bastante interesante...
-Sí, aquel día fue interesante.
De modo que allí estábamos, en la capital de Italia, después de casi dos semanas de viaje por las capitales más bonitas de Europa central. Había perdido la esperanza de que me pidiera la mano, tal y como Alba había predicho, cuando apenas hizo nada fuera de lo común (si es que agacharse a atarse los cordones en la Torre Eiffel para ver si me daba un patatús y me caía torre abajo era algo común en él, y definitivamente lo era), pero aquellas esperanzas perdidas no me habían quitado de disfrutar del viaje, que se parecía mucho a una luna de miel.
La única diferencia era que ninguno de los dos llevaba alianza.
Siempre habíamos tenido días relajados, o al menos así había sido hasta que llegamos a Italia, donde todo el mundo se empeñaba en hacer visitas guiadas, y nosotros no íbamos a ser menos. Tras recorrer Milán, Venecia, Florencia, Pisa y Nápoles, la última ciudad que se engalanaba ante nuestros ojos era el centro de la cultura moderna. Roma.
El día anterior habíamos recurrido la ciudad del amor de cabo a rabo, viendo todo y casi nada a la vez. Terminamos en una visita nocturna en el Vaticano, tan agotados que apenas nos arrimamos el uno al otro cuando llegamos al hotel.
A la mañana siguiente, yo me estiré en la cama, y descubrí que ya estaba sola. Me levanté, me puse unos pantalones cortos y fui a buscarlo. Louis ya estaba en la ducha, sorprendiéndome con un humor madrugador que raras veces se daba en él.
Se envolvió la cintura con una toalla, se echó el pelo hacia atrás y me miró, sonriendo.
-¿Ya estás despierta?
-¿No lo ves?-repliqué, escaneándolo de arriba a abajo y mordiéndome el labio-. Has de saber que me ha parecido muy mal que no me esperaras para ducharte.
-Ayer parecías tan cansada...
-Louis, el calentamiento global es un tema serio. Hay que ahorrar agua en la medida de lo posible.
Se acercó a besarme, y yo tuve que controlarme con todas mis fuerzas para no terminar de desnudarlo, tarea demasiado fácil contra una lucha casi imposible.
Sin embargo, lo conseguí.
-Estoy impresionado. No me has violado, ni nada por el estilo.
Me encogí de hombros.
-¿Qué quieres hacer hoy?
-Lo que tú quieras-balé, pues en nuestras vacaciones habíamos estado siempre haciendo lo que a mí me daba la gana.
-¿Te apetece ver con más calma el Coliseo, los foros y la Fontana di Trevi?
-Genial-contesté, recordando lo bien que me lo había pasado en aquel viaje de estudios de años atrás. El último día nos habíamos dividido en grupos, pues éramos libres de hacer lo que quisiéramos. Un grupo de 8 fuimos al Coliseo y a los foros mientras los demás se iban de tiendas. Entramos en el edificio más representativo de toda Italia (el Vaticano no contaba al ser un pequeño Estado aparte dentro de una ciudad que le triplicaba o cuadruplicaba el tamaño), comimos bocadillos y nos tiramos en los prados del foro a tomar el sol. Fue un buen día.
Lo que hice con Louis vino a ser más o menos lo mismo, pero consiguiendo llevarlo a la Bocca della verità, una roca mítica que había salido en Vacaciones en Roma, mi película favorita de Audrey Hepburn. Louis se dejó hacer como venía haciendo durante todo el viaje; seguramente considerara que, al ser su regalo de cumpleaños, debía dejarme hacer lo que me viniera en gana.
Finalmente fuimos a la Fontana di Trevi. Vi que miraba con curiosidad a la gente que lanzaba monedas, pero sin atreverse a preguntar.
-¿Por qué lo hacen?
-¿No habías venido aquí cuando estuvisteis de promoción por Italia?
-Sí, pero creo que estaba casi vacía-se encogió de hombros. Era sorprendente que la gente nos dejara estar, sin nadie que se acercara a nosotros.
-Ah, vale. Lo hacen para pedir deseos. Tiran una moneda y piden un deseo. Creo que es buena concediéndolos.
Asintió con la cabeza. Le cogí de la mano y bajamos las escaleras que llevaban al borde de la fuente, y nos acercamos al agua. Hundí los dedos en ella, fresca y limpia, y me froté la nuca. Para ser un día de octubre, hacía bastante calor.
Louis me besó la nuca, y yo le sonreí.
-¿Quieres una moneda para pedir un deseo?
-Me encantaría-acepté, cogiendo la moneda que me tendía-. ¿Tú vas a pedir algo?
-Nah, todo lo que puedo desear está aquí, a mi lado.
Me rodeó la cintura. Lo besé en la boca, agradecida por tenerlo, y lancé la moneda, pidiendo una eternidad junto a él. Recordé lo que había pedido la primera vez que había estado en esa fuente, y la verdad era que había sido un deseo mucho más sencillo que el de ahora.
Me giré para irme una vez terminado el proceso de petición, pero me retuvo.
-Lo he pensado mejor, Eri. Voy a pedir algo.
Asentí con la cabeza. Me cogió la mano y dejó otra moneda en la palma.
-¿Lo pides tú por mí?
-Pero... no puedo pedir...
El estómago me dio un tirón cuando se arrodilló y me acarició la palma de la mano. Miré lo que me había dejado, algo del tamaño de una moneda de un euro. Esperé encontrarme la obra de Leonardo DaVinci, ahorrándome la sonrisa.
Pero no estaba el hombre con varios brazos y piernas en un círculo.
No era una moneda.
Era un anillo de compromiso.
Sentí cómo toda la gente allí reunida se giraba para mirarnos, conteniendo el aliento. Del murmullo general que se había mantenido desde siempre en aquel lugar surgió un silencio tan absoluto como la oscuridad de una mina.
-No tengo planeado repetir mi historia, convertir mi vida, la tuya, en la copia de la de mi madre. Te prometo que estaré siempre ahí para ti, en lo bueno y en lo malo; te digo que te lo prometo porque sé que las promesas para ti son lo más fuerte e importante. Te prometo estar siempre contigo, amarte cada día como si fuera el último, amarte cada segundo que viva, amarte incluso cuando haya dejado de respirar. Te amaré a ti y a nuestros hijos, si quieres dármelos porque, ¿sabes? Tengo pensado criarlos contigo, quiero que lo hagamos juntos. No quiero nada si no es contigo, pueden llevarse la luz si en la oscuridad vas a estar tú, pueden llevarse el cielo si tú estás en el infierno. A donde tú vayas, yo te voy a seguir, Eri. Así que, Erika López López-era la primera vez que decía mi nombre completo, y, sorprendentemente, lo dijo bien acentuado-. ¿Quieres casarte conmigo?
Se me pasaron un millón de cosas por la cabeza, y casi ninguna era buena: se me ocurrió gastarle una broma, decirle que no para luego decirle que sí, pensé en echarle la bronca por hacerme creer que no había posibilidades de morirme con su apellido, reñirle por haberme dejado llorar por las noches creyendo que yo no era lo suficientemente buena, digna de ser su mujer... pero, en el fondo, yo sabía que no iba a poder recriminarle nada de eso. Eran los efectos colaterales de quererlo, y contra él no podía hacerse nada.
Para mí era un analgésico, no podía herirme nada cuando estaba entre sus brazos.
No pasó ni un segundo desde que terminó de hablar, hasta que esbocé una sonrisa, tragué saliva y murmuré la palabra más bonita del mundo en ese momento.
-Sí.
¡Qué cosas tan perfectas podía traer un solo monosílabo! ¡Qué imperios se habían construido sobre un cimiento basado en esas dos letras! Por fin lo entendía, después de años buscando una palabra perfecta, había terminado encontrándola en la más cotidiana de todas.
-Gracias-dijo él, cogiendo el anillo y poniéndomelo en el anular.
Se levantó, me agarró de la cintura y unió mis labios a los suyos, haciendo que la Fontana di Trevi estallara en sonoros aplausos, celebrando como sólo los italianos sabían el suceso más importante de la vida: el amor.
Me lo estaba pidiendo en la ciudad del amor, me lo pedía en el lugar donde ya lo habían hecho muchas parejas, me lo pedía entre gente experta en ese tema. Quería el visto bueno de los expertos, quería que le dijeran que apostaban por nosotros. Y lo hacían, vaya si lo hacían.
Louis podía ser muchas cosas, tener defectos que lo hicieran perfecto, pero había que reconocer algo: tenía estilo haciendo las cosas a su manera, haciendo que funcionaran como nadie más podría conseguirlo.
Una razón más por la que morir por él.
Después de eso, fuimos a cenar a una pizzería, y luego paseamos al lado del Tíber, porque Louis quería hacer las cosas bien. Le pregunté por qué había esperado tanto en decírmelo, por qué me había engañado de aquella manera, y él simplemente se limitó a responder que le gustaba avasallarme.
-No me digas-repliqué, poniendo los ojos en blanco, deteniéndome y tirando de él para besarlo.
-Sí te digo-respondió. Me preguntó qué quería hacer ahora, yo le respondí mirando nuestras manos entrelazadas, levantándolas a la luz de la luna otoñal y alzando las cejas. Le separé los dedos índice y corazón, y entendió de sobra. Era un tío.
Pero, sobre todo, era Louis, y sabía leer mi cabeza como quien lee el manual de instrucciones de una red social. Nadie lo hace porque confías en aprender sobre la marcha. Y así era.
Fuimos al hotel, en el casco histórico de la ciudad, y subimos a la habitación, que tenía unas vistas preciosas de la Roma nocturna.
Nos quitamos la ropa despacio, él me tumbó en la cama y se echó encima de mí. Le acaricié la espalda con mi mano recientemente adornada, miré los reflejos del anillo a la luz de la mesilla de noche y sonreí.
-Es precioso.
-Como tú-replicó él, besándome el pecho y deteniéndose especialmente en mis senos. Cerré los ojos y abrí la boca.
-Te quiero-susurré, abriendo los ojos y mirándolo.
-Yo también, mi amor-respondió él, bajando cada vez más en sus besos. Me incorporé un poco.
-No, Louis. ¿No lo entiendes? Te quiero. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida, y...
-No he pasado. Estoy pasando. Y seguiré pasando-contestó él, mirándome a los ojos, parándose sobre mi ombligo. Su barba incipiente me acariciaba despacio la piel del vientre, yo apenas podía respirar, tan agitada como estaba. Estaba siendo un día genial, y no podía estropearlo ahora...
-Prométemelo.
-Ya lo he hecho-respondió, cogiéndome la mano en la que me había colocado el anillo y besándolo.
Me separó las piernas y me hizo el amor tan lentamente que aquello también se podría considerar una promesa.


Me senté al borde de la cama y estudié mis facciones en el espejo. Mañana era el gran día. Mañana se acabaría eso de estar soltera.
Mañana me acostaría siendo su mujer.
La verdad es que no había notado muchos cambios en mí últimamente; creía que la cercanía del matrimonio tendría algún efecto en mí, pero lo único que había conseguido era tocarle más de la cuenta los huevos a Louis, que se mantenía en su lugar estoicamente, sin protestar demasiado.
El móvil descansaba en el tocador de la habitación de Fizzy en la casa de los abuelos de Louis, que se habían ido a apoyar a su nieto para permitir que yo durmiera allí.
-Los novios no pueden verse ni dormir juntos la última noche en la que serán novios. Es la tradición-sentenció su abuela cuando Louis protestó. Queríamos hacer las cosas a nuestra manera, no por rebeldía ni necedad, sino porque nos conocíamos lo suficiente, a nosotros mismos y al otro, como para saber que ninguno de los dos pegaría ojo si no estábamos en la misma cama.
-Pero...
-¡Ni peros ni nada! ¡No romperás tú una tradición milenaria! ¡Y menos en mi familia!-espetó, levantándose de la mesa y yendo a por su abrigo. Yo sonreí, mirando la madera y rascando lentamente un pequeño nudo que se había formado en el árbol mucho antes de convertirse en una simple mesa.
-Abuela, ella puede quedarse en casa, y yo ir...
-¡Ni hablar! ¿Te crees que no te conozco, señorito?-tuve que reprimir las ganas de reír en ese instante-. ¡Sé de sobra que nadie en el mundo puede contigo, y menos podrá ese día, así que toda la familia debe estar contigo, intentando reducir esas ansias destructivas que tienes!
La mujer cerró la puerta dando un portazo después de inclinar la cabeza en mi dirección, reconociéndome como su futura nieta. Louis puso los ojos en blanco.
-Te juro por dios que...
-Tiene razón-respondí, encogiéndome de hombros-. En España también se hace.
-No vamos a dormir.
-No íbamos a dormir de ninguna de las maneras, niño.
Él suspiró y terminó cediendo, así que ahí me encontraba yo: encerrada en una habitación que no era la mía. con mis cuñadas en una y mis amigas en otra, después de volver de mi despedida de soltera, en la que no había hecho más que pasar vergüenza y torturarme pensando a qué puta podría incluso estar tirándose Louis si Stan lo emborrachaba lo suficiente.
No pienses en eso ahora me dije, recogiendo algunas cosas que iba a necesitar mañana por la mañana y dejándolas en el tocador. La luz apenas me arañaba la piel, pero era suficiente como para ver cómo unas ojeras proliferaban bajo mis ojos.
-Mierda-repliqué, poniendo los ojos en blanco e inclinándome hacia delante-. Debería dormir un poco.
No vas a hacerlo y lo sabes.
Miré el móvil, que no había dado señales de estar encendido en toda la noche. Cómo se notaba que los chicos también estaban por ahí de fiesta.
Escuché pasos por el pasillo; seguramente fuera Alba con uno de esos antojos monstruosos que su hija aún no nata le provocaba.
Desbloqueé la pantalla y entré en WhatsApp, mirando la última conexión de los chicos. Todos se habían ido a la misma hora, y ninguno daba señales de estar por ahí.
Dejé el móvil sobre el estante del tocador y saqué un libro. Tal vez me entrara sueño si leía un poco...
El móvil vibró y emitió una pequeña luz rosácea. Fruncí el ceño y me incliné hacia delante.
-¿Eri?
La sonrisa que me cruzó la cara bien podría habérmela partido por la mitad.
-¿No puedes dormir?
-¿Y tú? ¿O estás echando un polvo tan aburrido que él te deja estar con el móvil mientras... eso?
-¿Mientras qué?
-Oye, nena, eres mía. No deberías hacerme esto, y lo sabes.
-¿Ella es mala?
-No, son varias. Ya he acabado con todas.
Y mil caritas riéndose.
-Te detesto.
-Está bien saberlo. ¿Cancelamos, pues, lo de mañana?
-¿A quién has conocido?
-A una camarera operada que la chupa muy bien.
-¡Louis!
-Es coña, joder.
-Eres un guarro.
-La chupas tú mejor.
-¡LOUIS!
Más iconos riéndose.
-No me hace ni puta gracia.
-Vete a Skype.
-No.
-Em, nena, es una maldita orden, no una sugerencia.
-Aún no soy tu mujer, ni tengo que obedecerte.
-Estoy viendo que alguien va a quedar muy mal mañana cuando la dejen plantada.
-Cabrón.
Pero terminé yendo a Skype y acicalándome el pelo para que no me viera un aspecto demasiado descuidado. Esperé impaciente a que la llamada se conectara, y, cuando lo tuve delante, la sonrisa que me había dibujado cuando me mandó un mensaje resucitó en mi boca.
-Hola-dijo él, frotándose la cara y bostezando.
-Hola-respondí yo, tímida, sentándome en la cama y cruzando las piernas. Me llevé la mano a la boca, y me mordisqueé despacio la uña, sin llegar a mordérmela realmente-. Estoy muy nerviosa, Louis.
-¿Por qué? Sabes qué voy a decir.
Me encogí de hombros y miré a la lámpara. Más allá estaba la ventana, y mucho más allá, las estrellas, colgadas del cielo, impasibles a mi vida a pesar de haber sido testigos eternos de ella.
-Quiero que todo sea perfecto.
-Lo será-contestó él- Has trabajado mucho por ello. ¿Recuerdas cuando...?
Y empezamos a recordar juntos tantas cosas que habíamos vivido esos meses, durante los cuales no habíamos hecho más que pelearnos, porque queríamos hacer las cosas de maneras diferentes, y reconciliarnos porque ninguna pelea iba a poder jamás con nosotros, con lo que teníamos. Recordé cuando en Navidades un rayo estropeó el tendido eléctrico, y no nos quedó más remedio que renunciar a ver una película, acurrucados en el sofá bebiendo chocolate caliente, por lo que nos levantamos y nos pusimos a hablar de muchas cosas de la boda. Decidimos la fecha.
Cogí una libreta y un bolígrafo y me dispuse a anotar a todos los invitados que se nos fueran ocurriendo. Louis se tiró en el sofá, bufó y miró por la ventana al vendaval que se desataba fuera, desechando la idea de buscar algo que hacer más entretenido que escuchar mis peroratas acerca del día más importante de mi vida.
-Déjame ver la lista-dijo después de un minuto en silencio. Le tendí la libreta y él la cogió. La leyó varias veces, frunció el ceño y espetó-: Aquí falta alguien.
-¿Quién?
-Taylor, ¿no?
Me lo quedé mirando como si fuera estúpido. Me encogí de hombros y mordí la parte trasera del bolígrafo.
-¿Por qué habría de invitarlo? Hace muchísimo que no sé nada de él.
De hecho, me hubiera encantado decir que nos habíamos hecho amigos después de que él viniera a visitarme en mi actuación, o después de ir yo a la premiére de Amanecer, pero lo cierto era que nuestra relación había terminado allí. Si nos veíamos en entregas de premios, cosa que no solía suceder, nos saludábamos educadamente y, si acaso, nos acercábamos el uno al otro, intercambiábamos un par de palabras que ni de lejos podían considerarse conversación, y luego nos íbamos cada uno por nuestro lado, olvidando al cabo de diez minutos que nos habíamos visto.
-Creía que era el hombre de tu vida-contestó. Tenía ganas de discutir, pero había un problema: que solo discutíamos cuando a mí me daba la gana. Louis quería guerra siempre, le daba igual de la calidad. Yo la quería algunas veces, pero cuando la quería, no quería un conjunto de disturbios. Quería una pelea que hiciera retumbar las paredes de la casa.
-El hombre de mi vida ya va a estar en la boda.
Se me quedó mirando.
-Me voy a casar con él-dije, quitándole la libreta y alzando las cejas. Aquello era evidente, Dios, ¿cuándo le entraría en la cabeza que era la persona a la que más quería en todo el puñetero universo?
La comisura izquierda de su boca se alzó en una sonrisa traviesa.
-Creo que son estas cosas las que me enamoran de ti.
-Pensaba que eran mis pequeñas cosas.
-Puede-replicó, levantándose, acercándose a mí y besándome en la boca-. A la cama. Ahora te vas a joder un rato.
-¿Me voy a joder?
-Tú ya me entiendes.
Lo hacía, la verdad era que sí.
Recordé ese momento con él, y se echó a reír.
-Yo prefiero cuando te ponías histérica porque cocinaba cosas que, según tú, iban a hacer que no entraras en el vestido.
-¡El vestido!-repliqué yo, casi a gritos, a pesar de que era plena madrugada.
-¿Vas a enseñármelo?
-Tendrás que esperar-sentencié. Él hinchó los carrillos y fingió ofenderse, pero nada, absolutamente nada, me gustaba más que cuando se enfadaba. Estuvimos hablando toda la noche, hasta que despuntó el sol. Se giró, tumbado en la cama, y miró la ventana a través de la que entraban unos rayos dorados. Frunció el ceño.
-Deberíamos ir preparándonos.
-Sí.
-Nos vemos en la iglesia.
Nos quedamos callados un momento.
-¿Eso no ha sonado muy tétrico?
-Parece que estamos hablando de un funeral-repliqué yo, estirando las piernas y bostezando. Él asintió.
-¿Me afeito?
-Como quieras.
-Me aborrece.
-Pues no lo hagas.
-Pero, ¿tú quieres? Recuerda que vas a tener que comerme la boca delante de un centenar de personas.
-Louis, tío, en serio. No-repliqué yo, negando con la cabeza. Él alzó las manos. Sería la última vez que se las vería desnudas, sin ningún anillo adornándole ningún dedo.
-Te pongo con barba.
-Sí.
-Pues no me afeito.
Alzó las cejas, hizo una mueca y nos despedimos. Yo me tapé con las mantas, y apenas pude echar una cabezadita de media hora, cuando Fizzy entró en tromba en mi habitación, que le había usurpado.
-¡HOY ES EL DÍA! ¡HOY TE DAMOS NUESTRO APELLIDO!-chilló, subiendo la persiana y arrastrando la manta por el suelo, destapándome con rabia. Cerré los ojos y me hice un ovillo. No tenía que haberme pasado toda la noche hablando con Louis, ahora tenía demasiado sueño y sabía que no aguantaría en pie mucho tiempo.
-Se lo va a dar él, no nosotras, Fiz-replicó Lottie, entrando también y sacando el vestido y las cosas del armario.
-No puedo creerme que por fin vayas a ser nuestra cuñada con todas las de la ley.
-Fizzy, no la agobies, ¿quieres?
-Oh, venga, Lottie. ¿Puedes relajarte? Parece que vas a explotar-gruñó Fizzy. Me levanté, me quité la camiseta con la que había dormido y me arranqué los calcetines con el pie contrario. Volví a bostezar.
-¿Vas a ir en bolas a desayunar, o qué?-inquirió la más pequeña, poniendo los brazos en jarras. Negué con la cabeza y me puse de nuevo la camiseta. Para nada, en realidad, porque mi estómago estaba hecho un puto lío.
Así que volví a subir a la habitación y, totalmente ajena a lo que me estaba pasando, dejé que las Tomlinson, ayudadas por Alba y Noemí, me pusieran el vestido. Me miré en el espejo y tuve que controlar las ganas de llorar. No podía creerme que me estuviera vistiendo así para él.
-Oye, Eri, si vas a llorar, hazlo ahora. No vas a estropearte el maquillaje-dijo Alba, poniéndome una mano en el hombro.
-Es que...
-Es precioso-asintió Noemí-. Lo sabemos. Nos ha costado, pero al final, lo hemos encontrado-dijo, contemplando en el espejo el vestido de Vera Wang del que me había enamorado al ver Guerra de novias. Me encantaba cómo le quedaba a Kate Hudson, y no podía desaprovechar la oportunidad de revolver cielo y tierra hasta encontrarlo. La búsqueda fue dura, pero al final me salí con la mía.
-Gracias por todo, chicas-les dije. Alba se inclinó hacia mí, me abrazó como pudo, acercándose a mí todo lo que su vientre le permitía.
-Vale, no puedo más. Vamos a maquillarla, Lottie-dijo Fizzy, alzando los brazos-. No vais a llorar en la boda de mi hermano. Nadie va a llorar en la boda de mi hermano.
-¿Ni siquiera tu hermano, Fiz?-contestó Noemí, echándose a reír y yéndose con Alba. Iban a ponerse los vestidos de damas de honor.
-El día que mi hermano llore, los unicornios dominarán el mundo.
-Ya lo hacen-respondí yo.
-Eso es que mi hermano ya ha llorado.
Suspiré, y me senté con ellas en la silla. Esperé hecha un manojo de nervios a que llegara mi padrino para acompañarme hasta la iglesia.
Niall entró en la casa justo cuando yo estaba bajando la escalera. Nos miramos un segundo, deteniéndonos al mismo tiempo y conteniendo el aliento.
Los cinco estaban espectaculares en trajes. El problema era cuando solamente tenías a uno delante. Te daba más tiempo a fijarte en los detalles, y tu corazón podía latir más deprisa de lo habitual. Y lo hacía, vaya si lo hacía.
-Estás... ¡joder!
-Tú también estás ¡joder!-repliqué yo, corriendo a abrazarle. El destino fue bueno conmigo y me permitió no caerme.
Me sujetó por los hombros, y vio en mis ojos lo mismo que yo en los suyos: la conversación por mensajes que tuvimos los seis cuando Louis por fin me entregó el anillo que me acreditaba como suya.
El batallón de mayúsculas de los cinco mientras Louis no paraba de enviar puntos suspensivos. Los millones de emoticonos de los chicos. Cuando se me coló una flamenquita entre los corazones y, de repente, los cinco se pusieron de acuerdo sin necesidad de decir nada para provocar que un ejército de flamenquitas taconeara intensamente.
 ¡Taconeooooooooooooooooooooo!
-NI SE OS OCURRA
- ¡MUY INTENSO!
-¡NO!


Y así durante más de media hora, mientras Louis se reía a carcajadas, revolcándose por la cama, y yo miraba la pantalla del teléfono impasible.
No podía creerme que estuvieran haciendo todo aquello, pero lo peor llegó cuando Harry buscó una canción tradicional española y terminó encontrando una de Manolo Escobar.
-Mi carro, me lo robaron estando de romería.
-¡Romería!
-¡Ole! ¡Ole!
-Que me arranco a cantaros una soleá, chiquillos-se notaba que Niall era el mejor en ello, pero los demás no se dejaban avasallar.
Tuve que apagar el teléfono.
-Os odié en ese instante y os odio ahora porque os quiero demasiado como para que no me duela.
Niall se echó a reír, me rodeó con sus brazos y me abrazó con fuerza.
-Y nosotros te queremos a ti. Y ahora, señorita López, tenemos que cambiarle ciertas cosas en el nombre.
Llegamos a la iglesia y esperamos a que todo el mundo entrara. No vi a Louis por ningún sitio, así que supuse que estaba dentro. Niall salió de un brinco del coche y esperó para abrirme la puerta.
No me esperaba que hubiera tantos fotógrafos de prensa como efectivamente había, pero no me importó en absoluto.  Aquél era mi día, y podría ir el mismísimo Hitler a entrar a la iglesia, que yo no iba a protestar nada.
-¿Niall?-dije cuando llegamos a la puerta. Él me miró.
-¿Sí?
-¿Me prometes que no vas a dejar que me caiga?
Sacudió despacio la cabeza.
-Louis me mataría si en 20 metros de mierda te pasara algo malo. Literalmente.
Me eché a reír, bajé la vista un segundo y echamos a andar.
Joder, voy a llorar.
Erika, no llores.
Qué guapo está todo el mundo.
Ni se te ocurra mirarlo.
Qué bonita es la canción.
No. Mires. Al. Altar.
¿Estará Louis?
NO MIRES AL ALTAR.
Qué bello es vivir.
Creo que me he dejado la ventana de la habitación abierta.
Joder, macho, es la última vez que entro en un sitio soltera.
Dios dios dios dios dios.
Hola, mamá.
Ah, dios, dios dios dios.
Qué cínica eres, casándote en la iglesia sin creer en dios.
¿PERO CUÁNTO COÑO MIDE ESTE PUTO PASILLO?
AY DIOS QUÉ GUAPOS ESTÁN LOS CHICOS, POR FAVOR, ME LOS COMO.
YA ESTAMOS LLEGANDO
AH. ESE PIE ES DE LOUIS.
AH.
YA PUEDES MIRAR.
NO MIRES
MIRA.
NO.
PERO.
AY.
VENGA.
Levanté la vista justo a tiempo de ver a Louis mirándome con los ojos chispeantes, como si fuera la cosa más bonita de todo el universo. Me apreté un poco más a Niall, tratando de controlar el temblor de mis rodillas, y tomé aire.
Liam, Harry y Zayn estaban en los bancos de la parte de Louis. Alba y Noe, de mi parte. Volví a tomar aire y recé a todos los dioses existentes para que me ayudaran a no caerme en lo que subía los escalones del altar.
Louis me tendió la mano, y Niall dejó la mía sobre la suya.
VALE, ESO HA SIDO MUY BONITO, JODER, QUIERO SUICIDARME.
-Hola-saludó Louis en voz baja, besándome en la mejilla. Yo le respondí con una sonrisa.
-Hola.
-Estás preciosa.
-Gracias.
-Y, sorprendentemente, no te has caído.
-Vete a la mierda-repliqué. El cura se me quedó mirando, yo me sonrojé, y Louis se echó a reír.
-¿De verdad quieres que me vaya?
-No.
Me apeteció gritarlo y que retumbara por toda la iglesia.
-Queridos hermanos-empezó el cura, ajeno a nuestra conversación, sin hacernos mucho caso. Recitó de memoria el discurso que todo el mundo se sabía, y, cuando llegó a la parte en que nos preguntaba qué queríamos, me aferré al brazo de Louis con fuerza.
-Louis William Tomlinson-empezó por él, y él tragó saliva. Cogió la alianza que el sacerdote le entregaba y lo miró a los ojos, serio como un muerto. No había nada más importante que lo que le estaban diciendo en aquel preciso instante-, ¿aceptas a esta mujer como tu legítima esposa, y prometes...?
Me cago en la madre que lo parió, como no me acepte le doy un bofetón que lo cambia de dimensión, empezó mi perorata mental, que no se detuvo hasta que  él abrió la boca. La voz de mi interior se calló de repente.
Me miró a los ojos un momento.
Toda la iglesia contuvo el aliento.
Di algo.
Me cago en dios, Louis, me cago en dios.
Louis, di algo, DI ALGO.
¡LA MADRE QUE...!
-Claro que quiero.
¡HIJO DE PUTA! ¡¿POR QUÉ ME HACES ESPERAR ASÍ?! ESTA NOCHE TE MATO, ES QUE TE MATO.
-Y, tú, Erika López, ¿aceptas a...?
-Sí-espeté sin dejarlo terminar. Toda la iglesia se echó a reír.
-Tienes que dejarme acabar.
-Lo siento.
Esperé impaciente a que terminara de soltarme las condiciones a las que me sometía a Louis. Resulta que a mí me tocaba obedecerlo. Hola, estamos en el siglo XXI, las mujeres mandamos. ¿Obedecerle yo a él? Por favor.
Claro que voy a obedecerle.
-¿...hasta que la muerte os separe?
Eso es muy poco tiempo.
-Sí quiero.
-Si alguien tiene algo que decir en contra de esta unión, que hable ahora o que calle para siempre.
Dios.
Dios.
Louis y yo nos giramos hacia los presentes. Nadie dijo nada.
Pude escuchar cómo Harry le decía al oído a Zayn "nadie tiene huevos nunca a llevarle la contraria a Louis, y menos hoy". Zayn se tapó la boca para no reírse.
-Bien-dijo el sacerdote-, pues por el poder que me ha otorgado la Santa Madre Iglesia, yo os declaro marido y mujer. Puedes besar a la novia-le dijo a Louis. Él sonrió, tiró de mí y me estampó un posesivo beso en los labios, un beso tan hambriento como yo de él. Ahí supe que nunca me había dicho lo de no casarnos en serio, que tenía tantas ganas de hacerme su mujer como yo de serlo, y...
Nos separamos y nos miramos a los ojos. Nos giramos hacia los presentes, que se mantenían en un silencio sepulcral.
-Damas y caballeros, les presento al señor y la señora Tomlinson.
Lo primero que pensé después de que me cambiaran el nombre fue "guau".
Simple y llanamente "guau".


Dolía.
Y dolía mucho.
Tommy era demasiado grande como para que yo pudiera traerlo al mundo.
Pero no quería gritar, porque Louis estaba al otro lado de la puerta del paritorio (menuda palabra, "paritorio", si es que daba miedo hasta pronunciarla), y entraría si me oía gritar demasiado. Por eso apenas me atrevía a abrir la boca, a pesar de que llevaba horas y horas con contracciones, mi hijo queriendo salir, y yo no pudiendo ayudarlo.
La puerta se abrió y por ella entró Jay.
-¿Cómo va?
-Está casi lista.
-¡LLEVO CASI LISTA CINCO HORAS, JODER! ¡SACADLO YA!-bramé. Jay siseó para que me callara, me limpió el sudor de la frente y me la besó. Me había traído una botella de agua.
Pude ver a Louis asomarse por la ventana redonda de la sala, y gemí de frustración al ver el dolor en sus ojos.
-Quiere verlo.
-Yo no quiero que lo vea, Jay-respondí, cerrando los ojos y abriendo mi cuerpo a una nueva oleada de dolor en forma de sacudida-. ¿Y si le digo algo de lo que luego quiera arrepentirme?
-Créeme, su parto fue el peor que he tenido, y cuando tienes al padre del niño al lado, todo es más llevadero.
Cerré los ojos e hice un gesto con la mano, cansada.
-Que entre, entonces.
Parecía estar escuchando, porque abrió la puerta y corrió a cogerme la mano.
-¿Cómo estás?
-¿A ti qué coño te parece?
Sonrió, me besó la cabeza y me sujetó la mano con fuerza.
-Solo respira, ¿vale?
Parecía mentira que fuera la misma persona que descifró el test de embarazo cuando me di cuenta de qué día del mes era.
-Louis, creo que tengo un retraso-dije, mirando el calendario. Él ni tan siquiera levantó la vista del plato de pasta que se estaba comiendo para responder:
-Naciste con él, pero yo te quiero igual.
-No, Louis, joder, que no me viene la regla.
Su momentánea cara de pánico era idéntica a la que tenía ahora. Tenía tan poca confianza en mí como yo misma. Qué bien.
-¿Necesitas algo?
Pude incorporarme lo suficiente como para cogerlo del cuello de la camiseta, tirar de él hacia mí y pegar su cara a la mía.
-Sí. Necesito que pares este dolor. Necesito que me des una puta droga que me duerma y me abras en canal y saques a nuestro bebé de mi vientre. NECESITO PARIR A TU HIJO.
-Vale, vale-respondió él-. Me quedaré aquí, quieto y callado, hasta que lo consigas.
-No me animes, ¿para qué?
-Dame una e, ¡e!, dame una...
-DIOS, LOUIS, EN SERIO, SI... AH-grité, me tapé la boca y cerré los ojos, arqueando la espalda, como ofreciendo mi pecho al cielo a cambio de que quien quisiera detuviera ese suplicio-. SI TUVIERA FUERZAS TE DARÍA UNA HOSTIA.
Y seguí metiéndome con él y él soportando sin quejarse todo lo que me estaba pasando, a cambio de que me tranquilizara. Poco quedaba de la yo que le había dicho que tenía ganas de dar a luz, y había esperado a que él contestara que también tenía ganas de conocer al pequeño, y yo le respondí que en realidad lo que quería era acostarme con su padre.
Por fin, noté cómo el bebé iba abriéndose paso a un mundo nuevo. Grité con toda la fuerza de mis pulmones, luché al máximo, y cuando sentí que el peso que llevaba encima se evaporaba, me dejé caer en la camilla.
Oí el canto de mi niño y me eché a llorar de alegría.
Se lo entregaron a Louis envuelto en una toalla, cuidadosamente enroscado para que apenas se le viera la carita. El pequeño no hacía más que llorar, pero a mí no me importaba. Louis lo miró y sonrió.
-¿Se parece a ti? ¿Se parece a ti?
Sin mediar palabra, se levantó y lo colocó en mi regazo. Yo abrí un poco más las toallas y lo miré a los ojos.
No se parecía a Louis, no.
Era Louis.
Era idéntico a Louis cuando era un bebé.
-Tiene tus ojos...-susurré-. Oh, Dios, Louis, tiene tus ojos... es precioso.
Él me besó en la cabeza.
-¿Cómo se va a llamar?-preguntó la enfermera, mirándolo y limpiándole un poco de sangre del pie, tan pequeño que parecía de mentira.
-Thomas.
-Tommy-sonrió Louis, acariciándole los mofletes. El pequeño soltó una pequeña risa-. Tommy Tomlinson.
-¿Me acompañas a registrarlo?
-Claro.
Fue el único momento en que nos dejó solos sin protestar ni nada. Jay se quedó conmigo, contemplando a su recién estrenado nieto con lágrimas en los ojos.
-Es igual que él-se limitó a decir. Y pensé, por un instante trascendental, que ella era la única persona que había visto a Louis en sus primeros minutos de vida, al menos que quisiera hablar de ello. Tenía con qué comparar a mi hijo-. Es idéntico a su padre.
Sonreí, incorporándome. Me daba igual si estaba sangrando o no, me daba igual el dolor. Solo me importaba el pequeñín que se había dormido en mis brazos, cerrando aquellos ojos de zafiro.
Después, cuando las enfermeras quisieron entrar a comprobar nuestras constantes y administrarme un poco de medicación, Louis se aferraba a su silla como una lapa al casco de un barco.
-Vete, Louis.
-¿Seguro?
-Estaré bien.
Se levantó de la silla, no muy convencido, e hizo ademán de marcharse.
-¿No me das un beso?-pregunté inocentemente. El pobre apenas había dormido y no sabía en qué mundo vivía, demasiado preocupado ante la perspectiva de cerrar los ojos y descubrir que todo había sido un sueño.
-No-replicó, pero se giró en redondo y se acercó a mí para besarme despacio, con la misma delicadeza con la que me hacía el amor cuando Tommy aún estaba dentro de mí, abultando mi vientre hasta lo imposible.
-Te quiero-murmuró, acariciándome el cuello, desquiciándome a base de corrientes eléctricas. Todos mis nervios chisporrotearon bajo los dedos de mi marido.
-Y yo a ti.
-Cuida del peque.
-Como si valiera su peso en oro.
-Vale más.
-No tiene precio-asentí.
Sonrió, lo miró, se inclinó a posar sus labios en el bebé, y se fue a la cafetería a desayunar. Cuando creía que no podía amarlo más, me sorprendía demostrándome que no era así. Habíamos creado entre los dos algo precioso e irrepetible. Miré a Tommy, la viva imagen de su padre, mientras las enfermeras se afanaban en comprobar que la maternidad me estuviera sentando bien.
Cuando volvimos a casa, no hacíamos más que picarnos el uno con el otro, porque queríamos tener al bebé todo lo que pudiéramos.
Quería bañarme con el pequeño y limpiarlo todo lo que pudiera del hospital, pero Louis tenía otros planes.
-Voy a bañarme y adecentarme un poco-anuncié nada más llegar a casa, deshaciéndome la trenza que me había hecho en el hospital.
-Aprovecharemos este tiempo para conocernos mejor-sentenció él.
-Me parece bien-respondí, lo que venía a ser "dame a mi bebé, es mío, yo lo he parido, quiero bañarme con él".
-Nos ha jodido con que te parece bien. Tú llevas acaparándolo nueve meses, ya es mi turno, ¿no?
La vida siguió con lo suyo, regalándonos momentos especiales con el pequeño, y luego con sus hermanos. Como la vez en la que Tommy entró sin llamar, y Louis y yo estábamos... "ocupados". El pequeño se había preocupado porque estábamos gritando muy fuerte, y quería saber qué pasaba.
-THOMAS LOUIS TOMLINSON-ladré, y Louis suspiró al escuchar también su nombre dentro del de su hijo. Tampoco tenía un nombre tan horrible, después de todo-. ¿Qué te tengo dicho sobre llamar a las puertas?-bramé. Por suerte, nos habíamos tapado con la sábana justo a tiempo.
-Solo venía a mirar si os pasaba algo. ¿Por qué estáis tan juntos?
-Porque... mamá tiene frío-dijo Louis, y yo asentí.
-Oh. ¿La abrazo yo también?
-No hace falta, mi vida, gracias-dije, inclinándome hacia él y dándole un beso en la mejilla. Él me lo devolvió automáticamente-. Papá me ha quitado el frío.
Noté las connotaciones sexuales de mis palabras incluso yo, así que recé porque el pequeño no lo hiciera. Por suerte, tenía una mente limpia.
-Vale.
-Vete a tu cuarto a jugar. Papá y yo estamos bien.
A Louis le encantaba que lo llamara "papá" delante de los niños. Aparte, por supuesto, de que lo hicieran ellos. Y a mí me recordaba que yo había sido partícipe de hacerlo padre, así que todos ganábamos.
Me eché a reír cuando el pequeño salió. Él me miró con el ceño fruncido.
-Tu cara cuando ha entrado ha sido épica, Louis.
-Mi hijo me ha pillado follándome a mi mujer. ¿Qué cara quieres que ponga?
-Relájate, Lou.
-Le vamos a crear un trauma al crío.
-Ya es bastante trauma tenerte como padre.
-Te mandaría a la mierda si eso no significara salir de ti. Y no quiero. Estoy a gusto.
-Yo también.
-Vale.
-Bien.
-Pues eso.
-Pues venga.
-Gilipollas.
-Imbécil.
-Subnormal.
-Preciosa.
-Te quiero.
-Y yo a ti.
Y nos besamos, y seguimos besándonos todos los días, siguió dándome hijos maravillosos, hijos a los que vio nacer, hijos de los que no supo nada hasta que volvía de los tours y se encontraba con un bebé más en casa, y se enfadaba por no haberle dicho nada, pero yo volvía a besarlo, y las cosas iban bien, y se acababa la discusión.
Teníamos una buena vida, y nuestros hijos nos la mejoraban mucho. Les enseñamos español, les educamos lo mejor que pudimos, y ellos nos respondían dándonos disgustos, haciéndonos reír cuando de pequeños armaban trastadas y se hacían los inocentes.
Sí, Tommy, Eleanor, Daniel y Astrid, los cuatro soles de mi vida, las cuatro razones que me hacían querer a su padre más y más, nos dieron a Louis y a mí una vida perfecta.

Qué pena que todas esas cosas que nos entregaron ya no vayan a existir nunca.

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