domingo, 17 de noviembre de 2013

Héroes.

Me lo quedé mirando un instante en absoluto silencio, sin saber muy bien qué decir. A la luz de la luna parecía aún más guapo que cuando el sol era el encargado de bañar las facciones de su rostro; la luz celeste le daba un aspecto fantasmagórico, rayano en lo celestial, que era muy difícil de achacar a causas no mágicas.
Seguramente pudiera hacer magia, así que tal vez se estuviera hipnotizando esa noche, antes de decidir que ir hasta mi casa para tocarme los huevos un poco más de lo que ya había hecho, y de ahí procedía el brillo que, más que resbalar por su piel, casi parecía surgir de ella.
A continuación, miré la pluma. Con el astro nocturno como débil foco también parecía desprender un pequeño brillo, tal y como hacía su anterior dueño. Puede que todo aquello no fuera una coincidencia.
-¿Sirve para llamarte?
Asintió con la cabeza, estudiando mis facciones mientras yo continuaba observando el pequeño elemento de sus preciosas alas. Preciosas y, a la vez, mortíferas.
-¿Es magia?
Se encogió de hombros.
-Nunca me ha dado por preguntar, pero... no siento que me hables en la cabeza cuando te acercas la pluma a la boca. Simplemente siento que el que se la acerca y le habla me necesita, y me las arreglo para encontrar el camino. Es más instintivo que otra cosa.
-¿Las echas a conciencia?
Alzó las cejas.
-¿Qué te crees que soy? ¿Una fábrica de móviles andante? Claro que no las suelto a conciencia. Se me caen.
-¿Y se regeneran? ¿Son como pelo?
-Yo soy el primero de los míos que no necesita clavarse plumas nuevas cuando pierde las viejas. A mí se me regeneran, a los demás no.
Nos contemplamos en el más absoluto de los silencios un rato más.
-¿A qué has venido?
-¿Por qué me has llamado?-espetó, alzando las manos. Sus alas temblaron de puro placer al notar una ráfaga de viento más fuerte de lo común embistiéndonos. Procuré ignorar el escalofrío que me recorrió la espalda al notar lo helado que era el aire allí arriba. Él no podía estar así, en manga corta, sin percatarse de que seguramente estuviéramos incluso bajo cero.
Tragué saliva.
-Quería decirte una cosa.
Inclinó la cabeza hacia un lado y esbozó una sonrisa cínica, autosuficiente, que me hizo temblar por dentro.
-¿Que estás enamorada de mí?
-¡No!-grité a la noche, a él, a todo el mundo, tratando de convencerme de que simplemente estaba confusa. Me atraía porque era diferente, porque era algo prohibido que te ponen frente a las narices y a lo que no debes acercarte, por mucho que tu curiosidad pueda contigo. No me gustaba, simplemente me había... confundido.
-Necesito que me devuelvas los documentos que te robé.
-No voy a hacerlo, runner.
-Me lo debes, pajarraco. Créeme. Has hecho de mi vida un infierno en menos de tres días. Ahora todo el mundo me odia, y todo porque no me mataste cuando nos encontramos la primera vez.
Me examinó de arriba a abajo, sin pudor. Sacudió la cabeza y acabó silbando.
-Suelo tenerles aprecio a las cosas bonitas, y, bombón, tú estás muy buena.
Tomé aire y me llevé la mano a la frente.
-Mira, no puedo con esto, ¿vale? Se supone que somos rivales, y...
-... y me pides que te ayude a hacer trampas para inclinar la balanza a vuestro favor. ¿Dónde está la lógica, pequeña saltamontes?
Puse los ojos en blanco.
-Déjame hablar, por favor, Louis.
Sonrió.
-Dilo otra vez.
-¿Qué?
-Mi nombre. Que lo digas otra vez.
Negué con la cabeza.
-Devuélveme los planos. Me lo debes, ángel.
-Dilo.
Vacilé un segundo. Tampoco estaba tan mal, es decir, tenía un nombre relativamente bonito...
-Louis.
Esbozó una sonrisa tierna, que encajaba a la perfección con lo que llevaba a la espalda.
-Te juro por dios que me apetece darte mis alas cuando lo dices así.
Noté cómo me ruborizaba, algo que no sucedía muy a menudo. Afortunadamente, la noche hizo que él no lo notara.
-Si lo digo muchas veces, ¿me darás los planos?
Negó con la cabeza.
Me llevé las manos a la espalda y acaricié la pistola, fría, dura, pegada a mi cuerpo como si de los tatuajes que me adornaban brazos y espalda se trataran. La cogí por detrás.
-Escucha, ángel. Estás en territorio enemigo. Ahora mismo podría dar la voz de alarma, y no llegarías a casa. Te cogeríamos. Y no te mataríamos, lo sabes, porque vales más vivo que muerto. Créeme. Terminarás cayendo en alguna trampa, sobre todo si no dejas de estar por aquí. Quieres darme eso ahora antes de que te lo robemos de nuevo.
-No vas a venderme.
Me puse rígida, saqué la pistola y descorrí el seguro, pero esperé a que se explicara.
-Y eso, ¿por qué?
-No te has pasado toda la noche buscando mi nombre para traicionarme.
Pestañeé.
-¿En serio?
-Totalmente.
-Si crees esto, estás en tu derecho.
-Escucha, bombón-dijo, dando un paso hacia mí. Le mostré la pistola, encañonándolo. Podría disparar y matarlo, pero no iba a hacerlo. Tenía razón, valía mucho más vivo que muerto, y sería un trofeo que me ayudaría a volver a mi estatus en la cima de la sociedad en la que me movía.
Era mucho más valioso con las alas aún batientes que con ellas caídas, inertes, clavadas en su cuerpo.
-No vas a disparar. Lo sabes. No vas a hacerlo por la misma razón por la que no has dado ya la voz de alarma, y por la que te has pasado la noche en vela intentando saber mi nombre.
-Ilumíname, oh, pájaro.
-Te gusto. Mucho. En el fondo lo sabes, sabes que esto está mal, pero en realidad, podría ser divertido. Si tú lo permitieras, al menos, si te permitieras abandonar lo que crees que ya sabes y abrirte a nuevos horizontes, podría enseñarte cosas que no habrías visto nunca. Simplemente dejándome en paz.
-Yo sólo quiero los planos. Luego, podrás hacer lo que quieras con tu vida. Tendré que matarte si volvemos a encontrarnos, pero no será nada personal. Lo hago con todos, y tú también. Debes entenderlo.
-No, bombón, la que no lo entiende eres tú-dijo, pegándose a mi cuerpo y pasándome las manos por la cintura. Lo miré, me hundí en esos dos lagos cristalinos que tenía en la cara, preguntándome si tendrían fondo, esperando que dijera algo, lo que fuera-. Hay algo entre nosotros. Algo especial, que no se ha dado nunca, y que probablemente nunca vuelva a darse, porque nadie se atrevería a saltarse las reglas como lo hemos hecho nosotros ahora. Lo estamos haciendo en este momento. Te da igual, se ve en tus ojos (que, por cierto, son muy bonitos, runner), y a mí también. Supongo que se ve en los míos. Podemos hacer grandes cosas juntos, terminar con esta guerra que nos traemos entre manos, volvernos contra lo que de verdad importa, y pelear por algo nuevo que se está haciendo esperar, pero que podremos traer.
-¿A qué te refieres?-quise saber. Desearía haberme echado hacia atrás, no me gustaba que estuviera tan cerca de mí, me confundía y anulaba todas mis defensas, pero... la verdad era que era cálido, muy cálido.
No, Cyntia. Es un monstruo. No es natural, lo han fabricado para que te engañe, para que os engañe a todos. Que tenga apariencia de ángel no significa que no pueda ser el mismísimo demonio.
-Hay gente entre los míos que empieza a ver nuestra pelea eterna como algo absurdo. Y lo es, en el fondo. No deberíamos estar todo el rato matándonos, intercambiando disparos por el simple hecho de ser diferentes y competir en nuestros trabajos. Si nos uniéramos, podríamos hacer grandes cosas.
-Vosotros sois esclavos del Gobierno. Y os gusta, aunque no tengáis libertad. La libertad que yo represento nunca, jamás, debería unirse a lo que tú representas.
-Y eso, ¿qué es, si puede saberse?
-La represión. El miedo. Tus alas son el sistema que tanto asfixia a la ciudad, sin dejarle saber que está asfixiándola hasta que acaba matándola. No podemos unirnos.
Me separé de él y fui hacia la puerta. Con un poco de suerte, no entraría conmigo en el edificio y nadie nos vería. Nuestro encuentro se habría terminado allí, nuestra pequeña relación que jamás debería haber sucedido encontraría ahí su final.
Era una estúpida pidiéndole los documentos. Estaba claro que no iba a dármelos, porque, para empezar, no se lo permitían. A mí me matarían si me pillaban hablando con él, así que no podía imaginarme lo que le harían a él si descubrían que pasaba documentos secretos al enemigo. Tan secretos, que ni la gente que los robaba podía permitirse el lujo de saber su contenido.
Y, como ya me imaginaba, me siguió. Fue conmigo hasta la puerta, y puso el pie entre ella y el quicio para evitar que se cerrara. Saqué la cabeza.
-¿Qué haces? No pretenderás entrar aquí.
-Voy a entregarme.
-¿¡Qué!?-chillé, abriendo los ojos y empujándolo fuera-. ¿Por qué?
-Para explicároslo. No todos os matamos por gusto, ¿sabes?
Negué con la cabeza y lo empujé fuera de la puerta, de vuelta a la azotea, en el territorio donde más gusto debía sentirse, pues el aire silbaba sobre nuestras cabezas y nos revolvía el pelo con la furia de un huracán.
-No podrías. Te matarían en cuanto abrieras la boca para decir algo que a ellos no les interesa.
-¿Por qué te importa tanto, runner? Somos el enemigo, tú misma lo has dicho. Mis alas son... la "represión, el miedo". Estamos mejor erradicados que volando por ahí, controlando a la gente como si el Gobierno no controlara a sus ciudadanos, casi súbditos, suficiente.
Bajé la vista.
-Podrías... tener razón.
-Oh, nena, créeme. Yo tarde o temprano termino teniendo razón en lo que expongo, y esta noche no iba a ser una excepción a la regla. Y menos cuando me estoy creciendo delante de una tía.
-No creo que todos estén preparados para lo que tienes que decirles, pero... necesitaría un tiempo para hablar con ellos. Y necesitaría los detalles.
-¿Tienes habitación?-espetó de repente, sin dejarme terminar la frase. Alcé las manos, con las palmas vueltas al cielo apenas salpicado de débiles estrellas, enfermas por las luces que manaban de la ciudad, ascendiendo como el humo de una chimenea.
-Claro. ¿Por qué...?
-Te contaré qué hay en esos planos y las posibilidades que tienes de conseguirlos si me llevas.
-Estás como una maldita cabra. No, en serio, Louis, estás como una maldita cabra-aseguré, negando con la cabeza-. No pienso meterte en mi habitación. No voy a...
-Te diré exactamente cómo nos fabrican.
Vale, aquello sí que resultaba tentador. No era que el hecho de meterlo en mi habitación no lo fuera (demonios, lo era, vaya si lo era), pero seguía sin fiarme de él. Por mucho que pareciera tener buenas intenciones, que quisiera hacerse el honrado conmigo, seguía siendo un ángel. Nos matábamos mutuamente y nadie parecía percatarse de que hacíamos correr ríos de sangre cada vez que nos encontrábamos, lo cual nos mantenía a ambos grupos en constante tensión. Los ángeles eran muchos menos, por lo que tocaban a más asesinatos, y, sin embargo, ya habíamos conseguido que algunos cayeran cuando se cruzaban en nuestro camino.
Si intenta algo raro, lo mato, me prometí a mí misma, accediendo a su petición encogiéndome de hombros y haciéndome a un lado para que entrara. Aún con la pistola en la mano, lo conduje por los pasillos, asegurándome de que a esa hora no había nadie, mientras los primeros helicópteros se paseaban por la ciudad, despertando a quienes tuvieran el sueño ligero con su constante ronroneo, recordando quién mandaba y quién obedecía, el lugar que cada uno ocupaba en aquel lugar infernal pero con pinta de paraíso.
Abrí la puerta rápidamente y lo empujé dentro. Miré a ambos lados antes de cerrar. Eché el pestillo, suspiré y me solté el pelo, deshaciéndome la trenza. Abrí un poco la persiana justo en el instante en que el sol despuntaba por el horizonte, anunciando su llegada tiñendo el cielo de tonos rosáceos. Era un espectáculo digno de contemplar, que Taylor solía disfrutar en sus misiones matinales...
Taylor.
En cuanto su imagen pasó por mi mente, me sentí una absoluta traidora, y me convencí de que lo que estaba haciendo estaba mal, demasiado mal.
Miré al ángel, que estudiaba su entorno con sincera curiosidad.
¿Por qué el demonio tenía que ser tan guapo?
-Ya tienes lo que querías. Habla. Cuéntamelo todo. Qué hay en los planos. Cómo descodificarlos. Qué pretendéis con esos documentos. Por qué...
-De uno en uno, bombón. No soy ningún dios. No puedo acordarme de todo.
-Está bien. ¿Qué hay en los planos?
Sonrió, sentándose en la cama y cerrando las alas. Las plegó de tal manera que le desaparecieron en la espalda. Me obligué a controlar mi cara, porque las ganas de abrir la boca, sorprendida de que pudiera hacerse pasar por una persona normal con esa facilidad, eran demasiado fuertes para mí, y demostrarían que me tenía fascinada... cosa que intuía. Pasara lo que pasase, bajo ningún concepto debía permitir que el ángel conociera de mis sentimientos hacia él.
Que, de momento, eran solo curiosidad.
-No lo sé.
Lo contemplé estupefacta, sin poder entender lo que me decía.
-Perdona, ¿qué?
-Que no lo sé. Esa es la verdad. No sé qué hay en los planos.
-¿Va en serio?
-No se nos permite mentir.
-¿Estás de coña?
-No.
Me incliné hacia él. Me apoyé en sus rodillas y acerqué mi cara a la suya.
-Entonces, ¿por qué te has empeñado en bajar?
-Porque con tu cama cerca, es más fácil que consiga colarme entre tus piernas.
Me mordí el labio, estudiando su cuerpo. Me apetecía alargar la mano y acariciar sus plumas, conociendo por fin el tacto que tendrían todas juntas, cubriendo sus alas como una perfecta alfombra de hojas otoñal...
-Eso no va a pasar.
-Tú dame tiempo.
Sonreí, negué con la cabeza y me senté en un pequeño sofá que había conseguido que me colocaran en la habitación. Crucé las piernas y hundí los dedos entre mi pelo, meditando mi siguiente pregunta.
-¿Cómo descodificarlos?
-Con las hojas que robaste y yo recuperé.
Asentí.
-Deduzco, entonces, que si te pusiera ahora los documentos delante, no sabrías...
Sacudió la cabeza.
-De acuerdo entonces-dije, frotándome las piernas con las manos abiertas-. ¿Qué tienen esos documentos tan ultrasecretos cuyo contenido exacto no conoces?
-La forma de crearnos.
Abrí mucho los ojos.
-Perdona, ¿qué?
-La forma de crearnos. Por eso los queréis, porque nuestras alas son lo único que nos mantienen en ventaja. Si conseguís armaros con esto-dijo, tocándose la espalda y sonriendo-, nos superaréis. Sois más.
-Pero, ¿no os hacen de pequeños?
-Cuando tenemos cuatro o cinco años, a veces más jóvenes, se nos selecciona y se nos lleva a un hospital especializado en cirugía. Nos operan y nos implantan las alas, que han sido cultivadas como se cultivaban las células madre para combatir las enfermedades.
-¿Os dan a elegir?
-Normalmente las familias lo piden, casi todo el mundo quiere un ángel en su familia, pero a la mía nadie le preguntó. De hecho, me cogieron y me clavaron las alas sin que mi madre no parara de protestar. Ella no quería esta vida para mí-sonrió, mirando al suelo y negando levemente con la cabeza-. Es una vida muy dura. Más que la vuestra-alzó la mirada y me contempló un segundo.
Me incliné hacia él, descruzando las piernas y metiendo las manos entre ellas.
-¿Dolió?
-Muchas veces aún duele moverlas, pero el dolor se alivia cuando estás en el aire-susurró, arrugando la nariz.
-Yo daría lo que fuera por poder sentir que vuelo, aunque sea solo un minuto.
-Es la mejor sensación del mundo-asintió, dejando que la esperanza asomara en forma de sonrisa en su rostro.
Me levanté despacio y me coloqué a su lado en la cama. Le acaricié las alas, blancas, impolutas.
-¿Es por eso por lo que quieres ayudarnos a acabar con el sistema?
-A mí nadie me dio a elegir si quería esta vida. Antes tenías razón, Cyntia. Somos esclavos. Mis alas representan el miedo y la represión... yo soy ese miedo. En el fondo me gustáis los runners, porque podéis elegir qué camino tomar en cada momento. Yo estaré al servicio de esta mierda hasta que no pueda alzar el vuelo... o hasta que me matéis.
Estudié de nuevo sus ojos, que eran más bonitos de lo que jamás recordaba. Mi memoria nunca le hacía justicia, eso estaba claro.
Después, sin pensar, me incliné lentamente hacia él, que me puso una mano en la rodilla y tiró de mí levemente, acercando más nuestros cuerpos. Le acaricié la mejilla y dejé que mis labios se posaran en los suyos, una, dos, tres veces. La tercera fue más larga, fue un beso más cálido, más profundo, más tierno, mejor.
Sincero.
Sincero como pocos había dado en mi vida.
Seguramente el más sincero de todos.
Y se lo estaba dando a un ángel.
Tomé aire muy despacio y estudié su boca cuando nos separamos.
-Creía que os hacían sin corazón.
-A veces salimos con defectos de fabricación-se encogió de hombros, besándome de nuevo, y yo le dejé hacer.
Tragué saliva y me quedé mirando el suelo, nuestros pies estaban pegados, pero enfrentados, y sin tocarse. Parecían querer escenificar lo que yo sentía en mi interior, los lazos que me unían al ángel.
Estaba siendo una traidora, y no quería serlo.
Pero, ¿cómo no traicionar a los tuyos si al mínimo error te daban la espalda y, para colmo, hablaban de los adversarios como si fueran monstruos, cuando eran realmente gente como nosotros? Tenían corazón, tenían piedad, amaban, tenían familias, y tenían miedo. Los ángeles eran runners que no corrían, sino volaban, y, sin embargo, para nosotros no eran más que bestias asesinas, que surcaban los cielos buscando una presa fácil para acabar con ella, sin contemplaciones, sin miramientos. Sin sentimientos. Eran más máquinas de matar biológicas que otra cosa.
Me tocó la mano, volvió la palma hacia arriba y estudió los intrincados tatuajes que cubrían la cara interna de mi brazo. Aquellos eran más elaborados y pequeños, representaban el código de mi sociedad, los logros que había conseguido... y, dentro de poco, se me colocaría uno nuevo que indicaría que un ángel me había acechado y no había acabado conmigo, bien porque me había compinchado con él, o porque había sido más lista, o simplemente porque había tenido suerte.
Desde que vi a Louis, siempre creí que se debía más bien a lo segundo; había sido más lista que él (mi orgullo no me permitía admitir que me había derrotado en una batalla que ni siquiera habíamos llegado a librar), pero ahora, con cada minuto que pasaba, a medida que el reloj digital de mi mesilla de noche parpadeaba marcando los segundos que pasaban, me convencía más de que era lo primero, aquello que toda mi vida había aborrecido.
No había nada peor que vivir en la ignorancia y que alguien te contara la verdad; pocas cosas dolían más que tener los ojos vendados toda la vida y, de repente, un día, porque alguien había decidido que había llegado el momento, te despojaba de lo que te impedía ver, para mostrarte una luz cegadora aún peor que la más absoluta negrura.
-Esto que hacemos... está mal.
Él asintió con la cabeza.
-Si no quieres que vuelva, yo lo entenderé. Es más, intentaré no matarte en la medida de lo posible. Y cuidaré de que no te caigas.
-No quiero que me cuides-negué con la cabeza-. Mi vida es buena porque tiene riesgos, y si sé que vas a estar vigilando de que no me mate si algún día no alcanzo una cornisa, me habrás privado de eso.
Sonrió.
-La vida sin riesgos no es vida, ¿eh?
Negué con la cabeza, sonriendo. Él se encogió de hombros, se levantó, se apartó de mí y se acercó a la ventana.
-¿A dónde vas?
-A casa. Está saliendo el sol-dijo, entrecerrando los ojos al abrir la ventana y descubrir que, efectivamente, el astro rey se exhibía cada vez más, recortando la línea de la ciudad con perfección de cirujano, marcando en negro edificios que más tarde se volverían blancos bajo su luz.
Louis abrió la ventana, desplegó un poco sus alas, sacudió la espalda y cerró los ojos un momento. No sabría decir si estaba disfrutando del aire fresco que entraba por allí y le acariciaba la cara, o era una mueca del dolor silencioso que sus alas traían incorporado.
Se impulsó hacia arriba y se sentó en el quicio, preparado para saltar.
-¿Vas a volver?
Se giró para mirarme, confundido.
-¿Quieres que lo haga?
Me froté la cara.
-Me gustas, pajarraco. Ojalá no fuera así, pero... lo haces.
Esbozó una sonrisa torcida que me hizo querer agarrarlo y no dejar que se fuera nunca más.
-Tú a mí también me gustas, bombón.
-Quiero hacer lo que me propusiste.
-¿Acostarnos?
Puse los ojos en blanco.
-No. Lo otro.
-¿Salvar el mundo como los superhéroes de antaño?
-El mundo no lo salva una sola persona con capa. Lo salvamos entre muchos. Y... quiero participar.
Asintió con la cabeza.
-Estaremos en contacto.
Y saltó hacia afuera, lo cual causaba mucha impresión incluso a alguien acostumbrado a brincar entre edificios. La Base no estaba diseñada para que nadie saltara por la ventana con la esperanza de sobrevivir (de hecho, la forma estaba así pensada para que, en el caso de que nos invadieran y no hubiera más remedio que el suicidio, nadie sobreviviera a una caída desde los pisos de las residencias), por lo que el instinto de salir a mirar si estaba bien se sobrepuso a todo lo demás.
Apoyándome en la ventana, me asomé hacia el cielo rosáceo, sacando la cabeza y dejando que el viento se enmarañara a mi alrededor. Entrecerré los ojos justo para ver cómo, casi llegando al suelo, desplegaba las alas y levantaba el vuelo con la elegancia de un águila rastreando a sus presas. Tomó impulso varias veces y, después de perderse un par de segundos entre los edificios, apareció de nuevo subiendo subiendo escaleras invisibles en el aire.
Y, a pesar de que lo conocía de hacía dos días,ya sabía que contestaría a mi "no puedo hablar contigo si no tengo tu teléfono, o algo" con un:
-¿Para qué tienes mis plumas?
Miré el par de plumas blancas, como dardos níveos, depositados en el suelo. Sonreí.
Al final, ser una traidora iba a sentarme bien.

4 comentarios:

  1. eri, cada vez me sorprendes más, me ha encantado el capítulo^^ Sigue así <3

    ResponderEliminar
  2. GENIAL COMO SIEMPREE!! que mala eres :(( dejandonos aqui con la intrigaa jajaja asi asi nos viciamos atus maravillosas novelas. ESPERO EL PROXIMOO

    ResponderEliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤