lunes, 30 de diciembre de 2013

Ataque.

 Mientras Taylor me ayudaba a cruzar el alambrado, asegurándose de que no tocaba bajo ningún concepto las vallas electrificadas, so pena de freírme como un pollo, pude reflexionar sobre lo que había pasado.
La verdad es que me vino mejor de lo que me hubiera atrevido a admitir, ya que pensar en el pasado, que no podía afectarme a esas alturas, era mucho mejor que pensar en los montones humeantes que había en la zona por las que la policía y los guardianes habían entrado.
Temblando como una hoja, pasé entre los escombros sin mirar atrás, tratando de centrarme en el movimiento rítmico de mis pies, y luchando contra la certeza de que si hubiera llegado un poco antes, probablemente me hubieran o capturado o matado.
Los cambios fueron tan lentos que nadie los notó, o al menos en un principio sucedió así. Empezaron con simples instalaciones de cámaras, refuerzos en la seguridad de las calles, para combatir una criminalidad que iba en aumento a medida que el dinero iba valiendo cada vez menos, a la par que iba siendo más y más difícil de conseguir. En una sociedad en la que siempre se había dicho que cuanto más dinero circulara, menos costaría, el malestar era evidente cuando todo eso era mentira. Cada billete marcaba siempre una misma cifra, pero esa misma cifra no podía darte lo mismo cada día. Así, poco a poco, los robos comenzaron a ser más rápidos, y la gente se mataba, porque preferían ser asesinos a morir de hambre, o a manos de un ladrón nervioso que no sabía cómo hacer lo suyo.
La situación fue tan mal que los dirigentes se vieron obligados a tomar cartas en el asunto, pero estas cartas eran tan sutiles que nadie realmente las detectó hasta que no se convirtieron en ases.
Las leyes empezaron a endurecerse poco a poco, en la sombra, sin que nadie se molestara en pensar que algunas cosas iban contra la Ley Suprema, o Constitución, como la llamaban en aquella época. Muchas se retorcían por los entresijos de las sombras de la Ley, aprovechando cada recoveco legal para introducirse y tachar de delincuentes y criminales a los que antes habían sido inocentes. Los juicios pasaron a un segundo plano, llegando a ser necesarios cuando los delitos, o bien eran demasiado gordos para evitar la atención de unos medios ya manipulados, o bien eran demasiado nimios como para preocuparse realmente por ellos.
Esto le llevó al gobierno casi 20 años, de modo que, los que ya habían nacido en el período de los cambios, no echaban de menos una cultura mucho más justa, aunque más peligrosa.
El problema fue precisamente que la rapidez de esos 20 años hizo que la juventud, que había disfrutado de las libertades en la época en la que más cosas se almacenaban, la infancia, protestara ahora porque quería que se cumplieran las promesas que se les habían hecho cuando eran niños y todavía no hacían otra cosa más que soñar con el mundo exterior al que un día serían lanzados.
Al no cumplirse las promesas, empezaron las revueltas. La gente que antes había sido sumisa pasó a revolverse contra el sistema, clamando por algo robado ilegítimamente con la firma de papeles que hicieran las cosas mucho más legales. Al principio estas revueltas eran focos aislados que no se conectaban entre sí, lo que hacía fácil que el Gobierno fuera capaz de aplastarlas.
El problema surgió cuando alguien se dio cuenta de que no era sólo en su barrio donde se arrestaba a la gente por añorar el pasado, sino en toda la ciudad que, en aquella época, era muchísimo menor a como lo era ahora.
Ese alguien, cuyo nombre no se investigaba en los anales de la historia a pesar de ser el causante de todo lo que conocíamos, reunió a todas las marchas, y convocó manifestaciones multitudinarias.
Todas pacíficas.
Todas con muertos.
Y todos los muertos eran civiles.
La gente se asustó. Se aterrorizó porque no había ningún límite; a veces por el simple hecho de cruzarte con la manifestación la policía te cogía y era capaz de matarte, tales eran las palizas que llegaban a dar. Los tiros se convirtieron en el pan nuestro de cada día, con lo que la gente no hacía más que morir. La mortalidad de policías era prácticamente nula, ya que ellos controlaban todas las armas, y los ciudadanos sólo podían defenderse con las manos y objetos arrojadizos que encontrasen por ahí. Nada comparado, por supuesto, con una bala que roza la velocidad del sonido.
Fue tal el miedo de la gente que aquel líder glorioso tuvo que huir de la ciudad, sacado por la noche en una lancha que no dejaría rastro, por miedo a que sus propios seguidores se volvieran contra él. Los gritos de justicia que antes se entonaban a las puertas del Gobierno ahora se volvían contra aquel que había buscado la manera de liberar a sus iguales. Pasó de ser héroe a un dictador que manipulaba a todos, llegando a los fines más bajos y acudiendo a cada sentimiento que pudiera aprovechar para su causa. Si no hubiera salido de la ciudad, aquel que conducía las manifestaciones hubiera terminado siendo ejecutado debido a que se le veía más bien como a un general del ejército que mandaba a los muchachos a explotar las minas del suelo antes de pasar él y asegurarse la vida.
Así, el Gobierno no tuvo que luchar contra una revolución, como solía suceder en los libros que prevenían de esto. Siempre se les tomaba por ciencia ficción, pero pocos se atrevían a analizar el parecido de cada una de las naciones de las que se hablaba con la que nosotros habitábamos.
Cuando la revolución se abortó antes de nacer, el Gobierno se vio libre de todas aquellas tensiones. El miedo de la gente le hacía pedir a gritos que detuviera toda aquella barbarie. El precio de las cosas estaba por las nubes, y el trabajo cada vez estaba peor pagado. En esa situación se hubieran dado un montón de suicidios, de no haber sido porque se establecieron leyes que permitían espiar a alguien las 24 horas del día.
La criminalidad alcanzó su punto culminante un invierno particularmente frío, en el que las calles se parecieron más al campo de batalla de una guerra civil que a las de una ciudad pacífica.
Ese fue el escenario perfecto para que el Gobierno aprobara su ley más famosa, con más detractores, y menos criticada, precisamente porque nadie, absolutamente nadie, se atrevía a ir contra ella.
La Ley de Genética Criminal.
Era una ley muy sencilla que se basaba en varios principios genéticos. Al nacer, se obtenía una muestra de sangre del bebé, se estudiaba cada nivel de hormonas de maldad y bondad en su organismo durante un breve lapso de tiempo, y luego se efectuaba su posterior valoración. Los padres no protestaban, tan sólo se conformaban con que dejaran a los niños vivir su tiempo.
Si se encontraba el más mínimo detalle de maldad en la sangre del pequeño, se le ponía un busca.
Si se creía que el pequeño podría ser peligroso, se le modificaba la genética, otorgándole alguna discapacidad que le impidiera ser un peligro para la salud pública. Estas discapacidades iban de cualquier tipo al más elaborado: desde una leve cojera que haría imposible una huida de la policía, hasta ceguera, o incluso parálisis de algún miembro.
Por supuesto, a los padres se les hacía creer que venía dado por complicaciones en el parto.
Los que más suerte tenían y no daban signos de tener tendencias a terminar asesinando o robando no eran tampoco liberados: se les hacía un estudio anual para asegurarse de que ningún gen recesivo difícil de detectar surgiera en ellos y se les alejaba inmediatamente de su entorno social para que no fueran peligrosos. Cuando alguien está solo y asustado es cuando más manipulable es.
Nadie sabía realmente qué les pasaba a esos individuos.
Nadie salvo los que fundaron a los runners y los mercenarios.
Se llevaban a los niños, o a los adultos, lo mismo daba, a una zona desierta de la ciudad. Una zona en la que hubiera vistas impresionantes, no para que disfrutaran de visiones que les hicieran cambiar de naturaleza, sino para que fuera fácil ver quién se acercaba.
Allí, se les pegaba un tiro en la cabeza.
Y, por si aquello no fuera poco, se les tiraba a un lago, en el que permanecerían hundidos de dos a cuatro horas. Por si acaso.
La ciudad podría haber investigado para saber qué ocurría con aquellos que se iban “de vacaciones” y no volvían, pero prefirió apartar la vista y dejar que el gobierno no hiciera otra cosa que colocarle anillos y pulseras que, con su tintineo, harían saber a cualquiera dónde se encontraba exactamente.
Pero siempre quedó alguien que recordara a aquel líder heroico que tuvo que huir convertido en un villano para que no se temiera por su vida. Ese alguien sabía la verdad y, de hecho, había participado de ella con mucha atención, comprobando cada uno de los niveles de malicia que había en alguien.
Curiosamente había trabajado en el propio gobierno, siendo inspector de los análisis de sangre. Había sido el encargado de acabar con todos los criminales, y su tarea se volvió tan enloquecedora que terminó convirtiéndolo a él en el mayor criminal de todos.
El Gobierno detectó el problema demasiado tarde, cuando ese hombre ya había dejado embarazadas a las suficientes mujeres como para que su sangre proliferara. Aquellas mujeres consiguieron escapar de la ciudad, huyendo cada una en dirección distinta, y se unieron fuera de sus fronteras. Dieron a luz, criaron a sus hijos, y regresaron. La Ley de Genética Criminal no se aplicaba a ellas ni a sus hijos, pues todos los archivos habían sido borrados cuando el hombre que las dejó embarazadas murió.
Estas mujeres, a las que llamábamos las Madres Videntes (dado que eran las únicas a las que la falsa seguridad no había dejado ciegas) trabajaron en la sombra para crear una sociedad que luchara contra el Gobierno de una forma tan sutil como el cáncer atacaba un organismo. Sólo cuando el Gobierno notara unas molestias sería cuando los opositores serían más fuertes que él.
Los hijos de las Madres crecieron juntos, y luego se separaron, tejiendo una enmarañada red alrededor de la ciudad. Había focos en los que se concentraban dos, pero nunca tres. Debían cubrir la máxima superficie posible, y se mandaban mensajes con regularidad para saber qué había pasado con cada uno, cuál era la situación en los sectores en los que se hallaban, cómo mejorar, qué medidas tomar, cuál sería el primer ataque...
Dado que los medios de comunicación estaban pinchados, había una única manera de intercambiar la información.
Y se nos creó a nosotros, los runners.
Al principio fuimos un experimento que parecía prometedor. Seríamos guerreros que entrarían en el Gobierno y lo harían estallar desde dentro. Éramos más terroristas que mensajeros, siempre preparados para la acción, siempre viendo las rutas de huida cuanto más escondidas estuvieran. Se nos entrenaba mandando mensajes poco importantes, cada vez más rápido, mientras los allegados a los traidores calculaban la manera de contener un explosivo lo más fuerte posible en algo que nosotros pudiéramos llevar.
El cáncer avanzaba lentamente, y bastante bien.
El problema fue que se descubrió demasiado pronto. Los traidores no estaban listos, las Madres habían sido diezmadas por la muerte; apenas quedaban dos, demasiado alejadas la una de la otra como para saber qué ocurriría con la causa que su amante había iniciado y que tan justa les parecía.
Los explosivos pasaron a un segundo plano, mientras la policía entraba en las casas de los traidores y asaltaba los locales en los que conspiraban. Los envíos de información eran tan importantes que se cambió la fuerza por la velocidad. Así, se distinguió a los mercenarios, que luchaban por defender la causa, de los runners, que se limitaban a transmitir información, yendo demasiado rápido de un sitio para otro como para meterse de lleno en la pelea e inclinar la balanza a un lado u a otro, dependiendo de lo buena que fuera su actuación.
La separación fue tan drástica que no fue hasta la época en que mi madre corría cuando se volvieron a unir. Habían pasado casi cien años desde que se iniciaron los cambios, y las Madres los recordaban a la perfección. Pudieron dejar sus instrucciones, así como la versión de la historia que nadie iba a contar.
Desde la muerte de la última de ellas, los ataques disminuyeron drásticamente. Cuando yo nací, apenas había enfrentamientos aislados.
Hoy, hacía años, prácticamente dos décadas, del último. Yo era demasiado pequeña para recordarlo, pero sabía de la angustia que causaba. Aquella era una de las causas que había hecho que mis padres se alejaran del foco de la que había sido antaño la residencia de alguno de los traidores. Mis padres eran demasiado valiosos como para caer en malas manos, y debían ocultarse. Me ocultaron a mí, ocultaron a mi hermana, pero nos entrenaron en la sombra, temiendo que alguna vez el deber nos obligara a volver a casa y defendernos.
El deber llamó a mi puerta cuando un día mataron a mi hermana al encontrar el Gen Criminal. Mi madre me mandó lejos, antes de que se manifestara en mí. Sabía que iba a hacerlo, porque ella lo tenía.
Nunca supe cómo consiguió que no la mataran en cuanto lo manifestó, del mismo modo que jamás supe por qué nunca venían a por la gente de lo alrededores de la Base, a pesar de que estaba segura de que todos manifestaban en mayor medid el Gen.
Tal vez se hayan dado cuenta de su error medité en silencio cuando pasé por debajo del alambrado y corrí como si me fuera la vida en ello hacia la base del edificio con forma de seta. Taylor se aseguró de que no había nadie que pudiera hacerme daño, como el mercenario que hubiera sido de seguir la división impuesta, y se apresuró a seguirme al comprobar que estaba todo en calma.
Empujé las puertas de cristal reforzado con la mano y luego esperé a que las cámaras reconocieran mi rostro por algún portero ausente, y se abrieran las puertas de acero. Taylor llegó a mi lado en el momento en que los cerrojos de seguridad comenzaban a abrirse, lanzando chasquidos que cortaban el silencio en dos.
-¿Cuándo llegaron?-pregunté, notando un deje de pánico en la voz al descubrir por primera vez que en los cristales había impactos de bala. Seguramente hubieran recogido las pequeñas asesinas cuando los guardias se fueron, seguros de que habría algo que se podría aprovechar. Si había algo que escaseaba especialmente, más incluso que los derechos civiles, era la munición.
Tal vez pudiera conseguir que Louis me administrara una poca, pero, claro, ¿cómo justificar los cargamentos de balas y demás que llevaría a casa regularmente, de quién sabría dónde?
-Al poco de irte tú. De hecho, apenas habías salido tú empezaron los primeros disparos. Dios, Cyn-me cogió de las manos y apretó mis muñecas, con los ojos llorosos. Yo hice lo posible por sostenerle la mirada, sabiendo qué me iba a decir, y odiándome por lo que yo había hecho mientras él sufría-, creí que te había perdido. Estuve a punto de salir a por ti y abandonar a la gente. Creí que te habían cogido en pleno fuego cruzado. Si te hubieran hecho algo...-negó con la cabeza, la voz quebrada, la garganta tensa, como si apretando los músculos de la faringe fuera a conseguir que se le deshiciera el nudo que tenía en ella.
-Pero no me lo han hecho-repliqué, sosteniendo su cara entre mis manos y besándolo en la boca. La palabra que más odiaba atravesó mi mente en forma de misil atómico. Explotó y formó una nube de culpabilidad con forma de hongo dentro de mí, mientras yo luchaba por ignorar esto.
-Y me alegro por ello.
-¿Falta alguien más?
Asintió con la cabeza con semblante serio. Señaló el panel de salidas que había colgado en la pared del vestíbulo, en el que debíamos apuntar nuestro nombre cuando nos íbamos y volverlo a anotar al salir. Normalmente un principiante se encargaba de eso, pero en aquel momento no había nadie apostado en el vestíbulo para registrar nuestros movimientos. Así sabíamos quién faltaba y quién estaba haciendo qué misión, a quién se podía llamar para que se desviara... en caso de que toda la tecnología fallase o se colapsase.
Me acerqué y borré con la palma de la mano cubierta por el guante con el que me ayudaba a deslizarme por las tuberías mi nombre escrito con letra presurosa. Debían de haber habido muchas salidas cuando yo me fui, pues la misma letra se lucía hasta en diez nombres, rodeando al mío como las murallas de un castillo.
Tragué saliva.
-¿Todos estos?
-June ha vuelto hace poco. De hecho fue ella la que tuvo la idea de poner la electricidad en las vallas.
Puse los ojos en blanco. Si no las habían puesto durante el ataque para que la gente pudiera resguardarse en la Base, ¿por qué coño tendrían que ponerlas después?
-June es imbécil. Sólo os ha dicho que las encendáis cuando ha visto que venía tras ella.
-¿Lo sabía?
-Nos hemos encontrado en un tejado mientras veníamos. A las afueras del barrio.
Taylor frunció el ceño y negó con la cabeza.
-Pero, ¿por qué?
-Colaborará con ellos. ¿Y yo qué sé? Sólo sé que es imbécil-contesté, mordiéndome la cara interna de la mejilla y pensando en por qué nadie sería tan mezquino y tan cabrón de querer dejarme fuera con la esperanza de que los guardianes volvieran y me capturaran. De repente me apetecía pedirle a mi amante, el pájaro, que la cogiera de los pelos, volara hasta una altura de unos mil metros, y la soltara. Eso hacían algunas aves rapaces con sus presas. No estaría mal ver cómo se daría en el mundo de los humanos, y menos ahora que había humanos con alas.
Caminamos por los pasillos en dirección a la parte de arriba de la Base, encontrándonos con cada vez más gente asustada y conmocionada a medida que avanzábamos. Las madres sostenían a sus niños con fuerza, los hombres buscaban la manera de vengarse, trazando planes que terminarían no realizando y bramando que había que ir a las armas para luchar por la venganza. No parecían saber que ésta se servía fría.
-¿Se sabe por qué nos han atacado?
-Cuando empezaron los disparos, Puck estaba en su centro de vigilancia controlando a varios runners que, según tengo entendido, aún están fuera. Les ordenó que se fueran a otros distritos y esperaran nuevas órdenes, creo-se corrigió, frunciendo el ceño y apretando el botón del ascensor, impaciente por que llegara-. Luego, corrió a poner a salvo los documentos que trajiste el otro día, y después bajó a ayudar. La poli ni siquiera trató de entrar en la Base, de forma que no sabemos muy bien qué ha pasado, ni qué querían.
-¿Chivatazos de drogas, tal vez?-sugerí. La gente de los suburbios del a Base no solía traficar con esas cosas, pues sería atraer la atención, y la atención siempre traía problemas. Sin embargo, en momentos de necesidad, o cuando el gilipollas de turno necesitaba dinero y no lo obtenía por otros medios...
-No. Están todos limpios. En cuanto empezó la revuelta corrieron hacia aquí.
-¿Muertos?
-De momento no sabemos nada. Desaparecidos, tal vez. La gente entró en masa en la Base sin preocuparse de dónde estaban sus amigos. Fue cuando consiguieron meterse dentro cuando se pusieron histéricos, pensando que no iban a volver a ver a sus familias.
Fruncí el ceño, sin saber a qué había venido todo eso.
-Creo que no han venido a la Base porque no han podido, y no porque no lo tuvieran planeado.
Tras haber entrado en el ascensor, mi frase se quedó flotando en el aire cual pompa de jabón. Taylor me miró un momento.
-¿Tú crees?
-Es muy extraño, porque... bueno-me encogí de hombros, observando cómo el número del ascensor iba cambiando a medida que la caja de metal ascendía tirada por unos cables de acero invisibles, que le daban el aspecto de estar bajo un hechizo mágico-, podrían haber esperado a que hubiera mucha menos actividad, todos estuviéramos fuera, o algo así. Seguro que tienen controlados nuestros horarios.
Hizo una mueca.
-No me gusta esa idea de que tal vez nos controlen más de lo que creemos.
-A mí lo que no me gusta es el hecho de que estoy segura de que es verdad.
Gruñó por lo bajo, como el animal cuyo nombre llevaba.
-¿Al cien por cien?
-Ciento diez.
-Joder, Kat.
-Lo sé, Wolf-repliqué.
Negó con la cabeza.
-¿Cómo de exactos serán esos horarios que tienen de nosotros?
-Lo bastante como para saber que éste era un momento pésimo para asaltarnos. ¿Nunca te has parado a pensar que es muy raro que jamás nos hayan atacado por la noche?
Su silencio me demostró que no lo era.
-Créeme, saben de los sistemas de seguridad que tenemos aquí, y saben que cuando más difícil resulta controlarlos es cuando pasan cosas como esta. Seguramente ahora estén planeando atacar desde otro lugar, y nosotros no nos daremos cuenta hasta que los tengamos encima-murmuré-. Cabe mencionar, además, que con toda esta gente por aquí, es casi imposible que nos defendamos como es debido.
Se abrió la puerta del ascensor y él se escurrió por ella. Yo me quedé dentro de la caja, vacilando, pensando en cada cosa que había sucedido. No podía ser casual, siempre se planificaban mucho más los actos, y más cuando se trataba de nosotros.
-¿No vienes?
-Tengo que cambiarme de ropa. No puedo ir así por ahí, no después de saber lo mucho que me cuesta correr por las paredes con los vaqueros-respondí, señalando mi indumentaria. Taylor bajó la vista y me estudió de arriba a abajo, aprobando lo que veía.
-Me parece que te queda bien, pero... sí, práctico, lo que se dice práctico, es poco. Cuando termines, ven a verme.
-De acuerdo-repliqué con una sonrisa, rezando porque no fuera lo fría que me sentía por dentro. Él se dio la vuelta y caminó por el pasillo mientas las puertas se cerraban.
Me metí en la habitación y lo primero que hice fue comprobar que las plumas de los cajones estaban en su sitio. Por si acaso, las hundí aún más entre la poca ropa que tenía. Luego me desnudé y me metí en el baño.
Estudié mi rostro, que seguía siendo el mismo de siempre: mismo pelo castaño rojizo bajo esa luz, pelirrojo cuando salía a la calle, mismos ojos, misma expresión, misma mirada...
Y seguía sin ser la misma, había algo en mí que no encajaba. Me toqué la boca, sintiendo los labios de los dos fundiéndose con los míos, besándome los labios y adorando mi piel cuando se acostaron conmigo. Me toqué el cuello, que, incansables, no habían dejado de acariciar.
Me deshice la trenza y me la volví a hacer, apretándola cada vez más.
La sombra de la traición no era visible cuando te mirabas en el espejo, pero tenía que haber algo que delatara su presencia.
Y estaba decidida a encontrar ese algo antes de volver a mis tareas de siempre. Era necesario que lo hiciera, y más ahora, cuando todos me necesitaban.
Supliqué que Louis se encontrara bien mientras me vestía y, cuando comencé a ayudar a las familias a reunirse, deseé que tuviera planeado venir a visitarme esa noche para contarle lo que había sucedido. Me sentía mejor cuando él estaba a mi lado.

Pero me tocó dormir sola.

4 comentarios:

  1. No sé de donde sacas la inspiración pero cuando la sacas creas historias tan fantásticas como esta, en serio donde as comprado este don?? Porque ya me gustaría tenerlo yo.. @LauraTrashorras Sigue así eres genial ;D

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  2. uuuuuh Louis no ha venido a dormir... Eso es que algo sabia jajaja
    Otro capitulo genialoso Eri. Me ha encantado!! (y que venga ya el siguiente capitulo que me muero de ganaaaas)
    Me parece super guay todo ese sistema que tiennen montado y la forma en la que lo has pensado todo super bien!! Es todo tan retorcido pero a la vez simple. Mola!! ajaja
    muchos besoos Erikina

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