domingo, 1 de diciembre de 2013

Gravedad

Louis me dedicó una sonrisa cínica: era la típica sonrisa de quien se creía superior y no podía evitar emanar esa superioridad por cada uno de esos poros.
Me odié a mí misma por permitirle hacerme esto, separarme de todos lo que me rodeaban, con la mera promesa que ni siquiera me había hecho de poder sentir el suave plumaje de sus alas, semejantes a nubes, rozando mi piel y poniéndola de gallina.
Hice un gran esfuerzo para evitar esbozar una sonrisa triunfante por el símil tan apropiado que se me había ocurrido.
-¿Y qué quieres que haga aquí? No puedo salir, y no tengo sitio para desplegar las alas-dijo, abriéndolas un poco, empequeñeciendo así la habitación. Parpadeé y miré la puerta; había echado el pestillo en cuanto escuché el golpe seco que dio contra la ventana al apoyarse en la pared para detener su vuelo, y había rezado a todos aquellos dioses que habían demostrado no existir hacía tantos años con tanta pasión que, si los rezos dieran vida, los míos habrían resucitado a todos y cada uno de aquellos entes en los que las sociedades antiguas creían.
Era curioso cómo los humanos se habían empeñado desde siempre en atribuirse un control supremo, en restarse libertades. Era muy triste que cuando nadie físico podía detenerlos, se recortaban las libertades con el fin de buscarse una vida trascendental que, al final, nunca existía.
-Tienes oídos. Puedes escucharme.
-¿No tienes novio ya para eso?
Me encogí de hombros, sacudiendo así todos los pensamientos inadecuados de mi cabeza.
-Taylor no me escucha-me crucé de brazos y me senté en la cama, regañándome a mí misma por haber utilizado su nombre real delante del ángel. No estaría de más ser un poco precavida.
Una cosa era venderme a mí misma al enemigo y otra vender a la gente que más me importaba. Y Taylor encabezaba esa lista.
-¿Y yo voy a hacerlo? ¿Por qué debería?
Lo miré con el ceño fruncido y la mueca torcida en un gesto de desagrado.
-Porque estamos juntos en esto-gruñí por lo bajo-. ¿Tal vez porque tú me has metido en este lío?
-Yo no te hipnoticé para que te dieras cuenta de la realidad. Eres sorprendentemente lista, más de lo que yo esperaría de cualquier runner, así que te ha dado la cabeza para ver las cosas tal y como son, no como os las venden... ni como nos las venden a nosotros.
Puse los ojos en blanco.
-Pero si tú no me hubieras dicho nada, si no me hubieras besado y me hubieras dejado marchar, toda mi vida sería como antes. Seguiría siendo de las mejores de mi Sección.
Alzó las cejas, con la sonrisa triunfante aún en su boca.
-¿Preferirías que te hubiera matado?
Bajé la vista y acaricié los pliegues de mi cama, en una invitación velada que ni yo misma quería emitir. Simplemente quería distraerme, tomarme un momento para pensar...
La verdad era que tenía aprecio por mi vida, tenía mucho aprecio, a pesar de que te inculcaban que eras un medio, y no un fin, de la causa. Tu vida no valía nada en comparación con el trabajo que hacías, y debías despedirte de ella si era lo mejor para que todo por lo que te habías esforzado durante toda tu existencia llegara a realizarse algún día.
Ese día nunca terminaba de llegar, y yo había aprendido que mi mejor arma y la mayor forma de sobrevivir era seguir con vida.
Nunca me había atrevido a comentar esto con nadie, por miedo a que los demás me tacharan de traidora, y porque se me alejara de los centros de acción, que te hacían sentir libre en la cárcel de barrotes invisibles en la que vivíamos todos nosotros. Incluidos los runners. Sobre todo los runners.
-No-susurré, avergonzada. Más que miedo por mí misma, tenía miedo de ser la vergüenza de mi familia. Mis padres habían sido los mejores de su época, mi nacimiento se había celebrado con alegría, porque sabían que el cruce de aquellas sangres daría un resultado increíble, yo había sido prometedora desde el primer instante, y, ahora... ahora tenía la sangre manchada, sucia, y no podría limpiarla jamás.
No sólo porque los demás me odiaran y ya no confiaran en mí, sino porque yo merecía que no lo hicieran. Lo estaba mereciendo en ese instante. Me estaba esforzando en ganarme su desconfianza con una alegría que me hacía merecedora de un castigo ejemplar.
-¿Entonces...?
-Tú sólo siéntate y escucha. Sé que a los tíos no se os dan bien estas cosas, pero, Louis, de verdad que necesito hablar-le aseguré, restregándome las manos, enredando los dedos unos con otros una y otra vez, sin llegar a hacerme un nudo, cosa que merecía ya un buen premio-. Y, por tu culpa, no puedo hacerlo con cualquiera, así que te va a tocar joderte y aguantarme durante una hora.
-¿Va en serio? ¿Una puta hora?-replicó, abriendo los ojos como platos-. Ni de coña. Yo me largo antes. Me tiro por esa ventana y ni siquiera abro las alas. Me mataré, Cyntia, ¿me estás oyendo? Me voy a matar.
-Hazlo. Le hablaré a tu cadáver-señalé la ventana con la mandíbula y me desencajé la mandíbula, cabreada.
-¿No me vas a dejar en paz ni aunque me muera?
-Así al menos no protestarás. Y podré decir que yo te maté. Con salir rápido y pegarte un tiro sería suficiente-medité un segundo, fantaseando con que volvía a ser la de antes, con que podía acabar con él. Me imaginé caminando por la acera exterior de la Base, yendo hacia su cadáver, que tal vez estuviera bañado en un charco de sangre o tal vez permaneciera inmóvil y seco, completamente ajeno a lo que había sucedido para acabar con el aura vital que lo había alimentado hasta hacía muy poco tiempo. Me compuse en un retrato en movimiento en el que sacaba la pistola de la cinturilla de mi pantalón, le quitaba el cerrojo, escuchaba el chasquido del metal contra el metal cuando el acero decidía convertirse en asesino, metía el dedo en el gatillo, empuñaba el arma hasta que el cañón enfocase directamente a la cabeza del ángel, que de repente había dejado de tener el pelo chocolate que tenía el mío para tenerlo negro como el carbón, y, sin pensármelo dos veces, pero igualmente disfrutando del momento, apreté el gatillo, escuché el chasquido en el silencio de mi habitación. La cabeza del ángel se movió hacia un lado, impulsada por una vida artificial y muerta. Sonreí, le di una patada en el costado, con tanta fuerza que giré el cuerpo y lo coloqué boca arriba, de manera que pude ver su cara.
La cara del asesino de mi hermana pequeña.
La verdadera razón por la que odiaba a esa gente.
-Cyntia-Louis me tocó el hombro, y me sacudió despacio. Yo di un respingo y lo miré-. ¿Te encuentras bien?
-Esto está mal-me limité a decirle, me levanté y abrí la ventana. El aire frío de la noche llegó hasta mí, reptando por el espacio, esparciéndose tal y como lo hacían las nubes negras de las últimas chimeneas de las últimas fábricas contaminantes de aquella asquerosa y horrible ciudad-. Deberías... irte.
-¿Por qué?-quiso saber, y todo rastro de cinismo y de desconsideración que había en su cara, disimulado o no, desapareció del mapa.
-Simplemente está mal, Louis. No deberías estar aquí. Tú y yo no deberíamos estar hablando ahora mismo, sin armas de por medio. Tú y yo ni siquiera deberíamos existir juntos, joder. Uno de los dos debería haber muerto cuando nos encontramos, y los dos sabemos que habría sido yo, porque sois mejores que nosotros, y tú eres más fuerte que yo, y desde que apareciste en ese tejado me dominaste, y...
-Lo que está mal es que tengamos que desaparecer. Escucha, bombón-dijo, tirando de mí y colocándome contra su pecho, no pegada a él, pero sí lo bastante cerca como para sentir el ardor que manaba de él como si de una estrella se tratase-. Lo que estamos haciendo no es nada malo. De hecho, cambiará cosas, y las cosas que cambiarán serán precisamente las cosas malas que no deberían hacer sucedido nunca. Tú y yo no somos diferentes, simplemente estamos luchando en bandos opuestos que quieren lo mismo. Quieren ser libres. Queremos ser libres tanto o más que vosotros, porque vosotros no sabéis qué es volar con la seguridad de que si te alejas demasiado te darán un tirón; la cuerda que nos atan a cada uno llegará a su extremo, y no podemos volver. Podréis liberarnos, y nos liberaréis, y nosotros haremos lo mismo-prometió, apartándome un mechón de pelo de la cara y sonriéndome. Le devolví la sonrisa, sintiéndome como una colegiala que no tenía ni zorra idea del amor mirando al chico que le gustaba, demasiado tímida para acercarse a él a menos de 100 metros, y eso siempre y cuando hubiera gente que disimulara sus miradas de anhelo-. Y, al margen de todo eso, sobre todo, me gustas, ¿vale? Me gustas más de lo que me gustan las tías que me rodean (y, créeme, algunas están muy buenas, quiero decir, buenísimas, más de lo que podrías imaginarte), pero tú tienes algo especial, algo que me atrae como la luz a las polillas, y... ese algo es bueno. Bueno y fuerte. Tienes poder, pero no sabes usarlo. Con ese poder podríamos hacer grandes cosas, tú y yo; o incluso tú sola, porque ya has hecho muchos cambios en mí.
Me quedé sin aliento, mirándolo y haciendo caso omiso de las quejas de mis pulmones, que exigían aire para seguir  funcionando. Me apretaba la muñeca intentando sostenerme, y no temblaba gracias a este pequeño contacto.
Me permití hundirme en sus ojos un sólo segundo, echar un vistazo al cielo que en ellos permanecía encerrado, y fantaseé con cómo sería poder volar, sentir el viento en la espalda, lamiendo tus alas, poder elegir si subir o bajar, luchar contra la gravedad y ganar la batalla, y no aprovechar la poca ventaja que tenías hasta que ella volvía a reclamarte.
-¿Te estás declarando?-sonreí, divertida.
-Oh, no. Solamente estoy volviéndote loca.
-Pues ahora no me apetece que te vayas-susurré, sonriéndole al suelo. Él me levantó la mandíbula y me besó.
-Voy a quedarme. Para comerte más la cabeza, más que nada.
Y se sentó en mi cama, estiró las piernas, sacudió un poco las alas, pero no lo suficiente para hacerse daño ni hacer ruidos que despertaran a los de las habitaciones vecinas, y me miró. Yo me senté a su lado, crucé las piernas y, mientras él terminaba de acomodarse (se tumbó en mi cama y yo me obligué a no hiperventilar, todavía me quedaba dignidad, y no le haría mucho bien que me pusiera a babear como una cría delante de un puesto de helados), yo organizaba mis ideas en la mente.
-Habla, runner. Y habla mejor y más rápido de lo que corres.
-Escucha, pajarraco, y hazlo mejor de lo que aleteas esos muslos de pollo peludos a los que tú llamas alas.
Se echó a reír, tenía una risa realmente bonita. ¿Por qué nunca me había dado cuenta de ello? ¿Por qué los hacían así? ¿Y si era un experimento para, efectivamente, volverme loca y hacer que traicionara a los demás? Nadie me garantizaba que todo aquello no fuera una treta más del Gobierno, la más perfecta, la que conseguiría destruirnos desde dentro aprovechándose de las debilidades de la carne, que no era más fuerte que mis piernas cuando saltaba de un lado a otro, pero... algo en su manera de mirar me hacía creer que todo aquello no podía ser una mentira. Algo en su manera de esperar a que yo le contara mis problemas me decía que le preocupaban mis problemas, no la forma en que podría utilizarlos para destruirme...
Sus alas cayeron al suelo, desplegándose en su totalidad. Él no pareció molesto, sino que simplemente se apoyó en el cabecero de la cama y tiró un poco de su cuerpo hacia arriba, sin preocuparse de que sería lo bastante fuerte como para destrozar el lugar donde dormía... y hacía cosas que no deberían importarle y, por supuesto, no deberían cruzar por mi mente en forma de proposición.
Qué puta eres, joder. Eres una condenada puta.
Poniendo la espalda recta, tomé aire y empecé a hablar. Le hablé de todo lo que había pasado desde que le conocí, de cómo me habían juzgado sin saber realmente nada: no era justo que me hubiesen tratado como si hubiera sido yo la que le había dado los documentos voluntariamente, sino que me los habían arrancado de la mano, joder. No era mi culpa, ni mucho menos. Luego le comenté lo que había hablado con Taylor de él, le conté las mentiras que les había dicho a los aprendices cuando me preguntaron dónde había estado y qué había hecho, cómo me las había tenido que apañar una noche para salir corriendo, sin auricular ni nada, a trasladar el maletín que se suponía que ya había movido cuando fui de compras con los críos antes de que nadie se diera cuenta de que no aparecía por ningún sitio, cómo había sacado el ordenador para saber quién era... y cómo me habían humillado públicamente en la reunión, sin tener en cuenta que yo era de las mejores, si no la mejor, del grupo en el que me movía.
-Y todo por esos estúpidos documentos que, en el fondo, no nos servirían para nada.
Louis miraba al techo, pensativo. Creaba una melodía haciendo tamborilear sus dedos en la madera del cabecero en el que había ensartado su mano.
-¿Cómo recuperarías tu posición social?
-Llevándoles tu cabeza, o la de alguien que se te parezca.
-¿Saben cómo soy?
Me encogí de hombros.
-Tenemos con qué buscar en la memoria. Conseguimos robar un par de máquinas en uno de los primeros asaltos serios en los que participé. Quemamos el cuartel de la policía.
Se incorporó un poco, frunciendo el ceño.
-¿Fuisteis vosotros?
Asentí con la cabeza, pero alcé las manos. La trenza bailó ligeramente sobre mis pies; procuré ignorarla, al igual que luchaba por ignorar la cercanía de sus pies a los míos.
Me dedicó una sonrisa torcida en la que parecía entreverse algo más. ¿Orgullo?
¿Ganas de sexo?
¿Orgullo sexual?
¿Ganas de orgullo, quizás?
No sabría decirlo.
-En casa estuvieron hablando de ello casi un mes. No hubo supervivientes al atentado.
-Eso es porque entramos cuando no había nadie dentro.
-Lo único que conseguisteis fue que os odiaran más.
-No somos los únicos que hemos matado gente, y no sois los únicos que odiáis más cuando pasa algo parecido-dije, con la imagen de mi hermana pequeña muerta, metida en un ataúd en el que ya estaría para siempre, cruzándome la mente.
Se encogió de hombros, sabiendo que aquello era territorio peligroso, en el que mejor no se entraba si no querías salir herido.
Nos quedamos callados un segundo. Yo me dejé caer en la cama, a una distancia prudente de él, pero no lo suficientemente lejos como para eliminar toda la intimidad de aquel momento.
-Si yo te trajera los documentos, ¿volverían a confiar en ti?
Giré el rostro para mirarlo.
-¿Harías eso por mí?
Se encogió de hombros.
-Terminarán matándote si no vuelves a ser la que eras, y, sinceramente, bombón, me apetece echarte un polvo.
Le di un golpe en el pecho y él se echó a reír.
-Sabes que no va a pasar, ¿verdad?
-Y tú sabes que nunca antes había pasado lo que está pasando entre nosotros, ¿verdad?-sonrió, dándome codazos, compartiendo una broma que a la que yo no le veía la gracia.
Puse los ojos en blanco.
-Eres imbécil, pájaro.
-¿Quieres que te ayude o no?
-¿Puedes arrancarte la cabeza y seguir viviendo?
-No, pero puedo tirarme a media base tuya. Lo cual no estaría mal, ¿no?
Hice una mueca y negué con la cabeza, haciendo caso omiso a la poca gracia que me hacía imaginármelo en brazos de otra.
Joder, al final voy a estar peor de lo que yo pensaba.
No iba a dejar que ninguna otra fuera la traidora, si ser la traidora implicaba estar cerca de él. Ninguna se iba a acercar a él; si querían otro pájaro, que se lo buscaran.
Louis frunció el ceño y se me quedó mirando.
-¿En qué piensas, bombón?
-En que odio que me llames así-respondí tras pensármelo un momento. Luego, me senté a horcajadas encima de él, y empezamos a besarnos como si fuéramos una pareja normal, como si él no fuera un enemigo mortal, como si pudiéramos estar juntos sin escondernos, como si yo no tuviera ya un novio, que no coincidía con el chico al que estaba besando, como si no fuera una mentirosa.
Como si no estuviera traicionando a toda mi familia y me diera igual estar haciendo eso.

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