Hace tan sólo dos o tres años en Los Ángeles, asistía a
una gala de beneficencia. Estaba esperando en una mesa, tenía que soltar un
pequeño discurso, y estaba cantando en el escenario Taylor Swift. Lo estaba haciendo
muy bien; terminó su actuación, bajó del escenario y al pasar al lado de mi
mesa, se me quedó mirando y dijo mi nombre, dijo “Oh, ¡Antonio Banderas!” y yo
pensaba “ah, me conoce Taylor Swift”, una sonrisa muy blanca, unas piernas muy
largas y tal. Pero añadió, inmediatamente “a mi abuela le encantan tus
películas”, y digo “pues… dale un abrazo a tu abuela de mi parte”.
Digo esto para contrarrestar la cantidad y la catarata de
piropos que me han caído desde que se me concedió este premio haciendo alusión
a mi juventud.
Todo lo que tengo se lo debo a mi profesión, a la que
preferiría denominar “vocación”, pero mucho más importante que es, realmente,
es que le debo, no obstante, lo que tengo, sino lo que soy. La vida es como una
aventura, o quizá como un juego. Siempre me ha gustado la palabra “jugar”,
incluso para definir mi tarea como actor, director o coproductor. Esto debe
servir para revelar la verdadera naturaleza de quien ahora les habla. Decía mi
paisano más ilustre, don Pablo Picasso, que “venía de lejos, pero era niño”.
Pues eso, niño. Un chaval de Málaga. Si desde esa butaca pudiese observar a ese
otro yo, llamado Antonio Banderas, premio en mano, habría que reconocer que el
que está aquí subido no sólo me pertenece a mí, sino a mucha gente. A todos esos
que le fueron añadiendo trozos de vida, piezas de un puzzle de distintos
colores y formas; todos esos ojos que me marcaron un camino, esas bocas que hablaron
palabras sabias, esas almas que me acompañaron hasta donde estoy, hasta este
mismo escenario, todos ellos soy yo. Y de alguna manera yo también soy ellos. Si
miro hacia atrás, me veo viejo, pero si echo
la vista hacia delante me siento muy joven.
En la propia naturaleza del galardón que hoy recibo, no
por un trabajo en concreto sino por una trayectoria, va implícita una reflexión
que se bifurca en dos direcciones: una hacia el pasado y otra hacia el futuro. De
esa mirada al pasado surgen nombres propios, gigantes del cine y la farándula,
con los que tuve la suerte, el honor y el privilegio de compartir la pantalla en
ese plató al que llamamos vida. A un lado y a otro del Atlántico; personas que
dejan huella en los que como yo fuimos afortunados de cruzarnos en su camino. Entre
esos nombres, muchos conocidos, reconocidos, admirados, y celebrados, pero
también entre esos que en algún momento forman parte de mi vida, hay personas a las que el público no conoce; personas
que nunca estarán nominadas, a los que nadie pedirá un autógrafo, que no
caminan sobre las alfombras rojas, ni son deslumbradas por los flashes de las
cámaras y que, sin embargo, son parte de la gran familia del cine: carpinteros,
pintores, electricistas, conductores, especialistas, compañeros, miembros de mi familia, amigos con los que
compartí y quiero seguir compartiendo muchas horas. Son muchas historias, son
muchos recuerdos, muchos recuerdos en esas vidas en miniatura las que llamamos
rodajes. Todavía con la mirada en el pasado me veo obligado a recordar y rendir
tributo a dos personas a las que vi hacerse cada vez más pequeñas desde la
ventana de un tren, Costa del Sol, a las seis de la tarde de un tres de agosto
de 1980. Eran mis padres, que, asustados de que su hijo hubiese sido víctima de
un ataque de insensatez, lo despedían esperanzados de que la razón se impusiese
finalmente en la mente de ese niño que fui, y que sigo siendo. Pero la razón
perdió la batalla. Porque no era la mente, sino el corazón, lo que me guiaba. Una
misión y una determinación viajaban conmigo en ese tren. La misión: convertirme
en aquello que admiraba, en esos seres mágicos que desafían al tiempo y al
espacio, en esos que me habían hecho viajar a la vez en una extraordinaria
pirueta artística, tanto a los lugares más lejanos como a los más recónditos de
mi alma: los actores. La determinación: nunca, nunca, volvería a mi Málaga con
las manos vacías. Ahora, con este Goya en las manos, alguien debe pensar que mis
objetivos se cumplieron, y efectivamente es así, pero sólo de forma parcial. La
aventura continúa, y la ruta se hace más complicada y, por lo tanto, más
apasionante; especialmente ahora, en tiempos de crisis. Pero esta profesión
siempre ha vivido en crisis. A veces me
he preguntado si el confort y la tranquilidad de lo que es estable, lo que es
permanente, nos permitiría acceder a los complicados entresijos de una vida en
el arte. No. La crisis es nuestro estado natural. Debe serlo; hemos de asumir y
abrazar la seguridad de nuestra profesión; es el caos el mejor aliado de cualquier
artista. Debemos disfrutar con las manos sucias en el barro que debemos moldear
y con el aliento de la incertidumbre, que proporciona tanto el éxito como el
fracaso tras el cuello. En ello debemos obligatoriamente vivir. Hoy, con la
figura de don Francisco de Goya en las manos, sé que son nuestros artistas,
nuestros intelectuales y nuestra cultura la mejor manera de saber lo que somos
y de cómo hemos llegado hasta aquí. Y, observando algunos de los paisajes,
algunos, que se ven a través de esa ventana brillante que todos tenemos en
nuestras casas, y darnos cuenta de que la mediocridad se ha convertido en el
mayor negocio de nuestro tiempo, hemos de volver a mirar con los ojos bien
abiertos para tratar de desentrañar cuál es la advertencia que se esconde tras
las obras de Goya o de Picasso, para maravillarnos de cómo fueron capaces
Falla, Tárrega y Jogranados para encajar
a España en una partitura, a Cervantes, Unamuno, Valle Inclán, Lorca, Machado,
tatuando sobre papel las miserias y grandezas de nuestro pueblo, también
expresado por supuesto, por Buñuel, Saura, Berlanga, Erice y mi queridísimo y
admiradísimo Pedro Almodóvar, así como tantos otros.
No sé si este premio me llega cuando me tenía que llegar
o si lo merezco, pero creo haber sabido sobrevivir con dignidad y constancia entre
los bosques de las subjetividades, las mermeladas del éxito, los páramos
desiertos del fracaso y las luces de gas.
Pero si algo me hace sentir este galardón es un impulso a apresurarme, a
deshacerme de aquello que me ha servido hasta ahora pero que ya no quiero
seguir usando. Sé que este reconocimiento establece casi, como si de un
pistoletazo de salida se tratase, una carrera contra el tiempo para no dejar lo
realmente importante en el tintero, para entregarme en cuerpo y alma a
encontrar los caminos que me quedan por recorrer, y que espero que me perdonen
por expresarlo de esta manera, creo, deseo y sé que serán los definitivos,
aquellos en los que más se me reconozca, porque ahora me he dado cuenta de algo
que en mis inicios estaba oculto y quizás no completamente identificado. Ahora sé,
de forma clara, que elegí este camino y opté por subirme a aquel tren porque de
forma inconsciente sabía que la cultura y el arte era la mejor manera de
entender el mundo en el que me había tocado vivir. No importa lo lejos que me
llevó mi propia trayectoria como actor y el agradecimiento que siento por el
mundo de Hollywood, que es mucho por lo bien que allí se me ha tratado y se me
ha considerado, o el respeto que siento por mis hermanos hispanoamericanos. Tienen
ustedes que creerme cuando les digo que cada vez que terminaba un plano, una
secuencia, una película, mi mente estaba puesta en España, no en Arizona, no en
Cleveland, no en Ohio. No, no no no no. Para mí, lo importante era saber cómo se
vería este trabajo en mi tierra, y para ser más específicos, en Málaga, y para
ahondar aún más, en mi barrio.
Termino ya haciendo una alusión directa al futuro, no al
mío, sino al de nuestro cine. Pues aquí esta noche se concentra un número
importante de gente joven, que aparte de tener gran talento, han sabido
rápidamente adquirir un compromiso y una responsabilidad para con ustedes, el público,
del que reclaman un espíritu crítico que los haga ser mejores, un entendimiento
claro de los parámetros en los que se mueve el cine español que nos afecte a la
realidad de nuestra situación precaria
en relación a otras cinematografías; y sobre todo yo les reclamo para ellos, para
esas nuevas generaciones de actores, directores y profesionales del cine, el
cariño y el apoyo que les haga sentir y saber que su esfuerzo y su sacrificio
no cae en saco roto; que merece la pena esforzarse para representar a nuestra
cinematografía tanto dentro como fuera de nuestras fronteras.
Creo que todo premio debe ser dedicado, y yo mandaré esta
dedicatoria a quien quizás haya sufrido más mi pasión por el cine, mis
ausencias prolongadas, mis compromisos profesionales. Es la persona de la que
me perdí los mejores planos, las mejores secuencias y que, sin embargo, ha sido
mi mejor producción. Te dedico este premio pidiéndote perdón a ti, Estela del
Carmen; a ti, hija mía.
Y ahora me voy, porque acaba de comenzar la segunda parte
del partido de mi vida. Muchas gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤