Sí, es un capítulo.
POR FIN
La última vez que publiqué fue el año pasado.
(Disculpa la broma. Sigo dando asco).
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Me apetecía
morirme. Lenta y dolorosamente; así, tal vez, y sólo tal vez, Megan
sintiera algo por lo que me estaba haciendo.
Habían pasado ya
dos meses desde que me dejara, pero seguía siendo duro verla por los
pasillos y no poder acercarme a ella, besarla, o siquiera tocarla,
pasar los dedos por el dorso de su mano y sentir cómo sonreía con
el contacto de nuestra piel.
Echaba de menos
nuestro contacto visual.
A cambio, ella me
obsequiaba con intercambios de saliva con otros tíos a cuyo
espectáculo estaba obligado a asistir, con asiento privilegiado, y
sin poder hacer otra cosa que retorcer la bolsa de Doritos que tenía
en las manos, emitiendo un sonido chirriante nada agradable. Scott
levantó la cabeza de su sándwich y se me quedó mirando,
preguntándose si debía intervenir.
-No tienes por qué
torturarte tanto, tío.
-Díselo a
Jesucristo. Él no tenía que morir en la cruz por nosotros.
Mi amigo sonrió y
puso los ojos en blanco. La mera mención del profeta de los
cristianos era suficiente como para hacerle callar: sabía que no
soportaba sus peroratas sobre Mahoma. Scott parecía sentir la
necesidad de predicar su religión y las verdades que arrojaba al
mundo como un rayo de sol cae sobre el bosque tropical, aprovechando
un hueco entre las ramas de los árboles, a cambio de poder comer
cerdo.
Lo que daría yo
por tener los mismos problemas que algunas de sus hermanas,
condenadas a darle la vuelta a cada cosa que tomaban del supermercado
buscando algún resto de aquel animal en los ingredientes. Prefería
mil veces leer la cantidad de glucosa que tenía cada comida que me
llevaba a la boca antes que tener que asistir a aquello.
-Es una zorra,
Tommy-intervino Seth, otro del grupo. Me lo quedé mirando, y él
alzó las manos con expresión derrotada-. Cuanto antes empieces a
demonizarla, antes podremos pasar página todos.
Scott apretó la
mandíbula, y no dijo nada. Yo sólo alcé las cejas, notando cómo
la rabia bullía en mi interior, burbujeando cual lava en un cráter
volcánico, preparándose para salir disparada con la furia de las
entrañas del planeta desatada al fin.
No quería
demonizarla, pero tampoco quería quererla como lo hacía.
-Me piro a casa-fue
lo único que pude decir. Los demás asintieron, y con una elevación
de mandíbula en señal de reconocimiento, me despidieron. Scott
apartó la mirada de su sándwich de nuevo, pero yo hice un gesto con
la cabeza. No necesitaba que me siguiera.
Tres son multitud,
y estaba claro que mi patetismo y yo íbamos a estar juntos bastante
tiempo.
Después de ir a
por la mochila y vaciar la taquilla en aquel asqueroso lunes, y
después de arrastrarme hasta el baño para comprobar que no tenía
cara de estar drogado, pero sí una expresión lo suficientemente
mala como para que me dejaran saltarme las clases, me encaminé hacia
el hall del colegio, con la mala suerte de que mi padre estaba allí,
acompañado de Marge, su colega de departamento, esperando por unas
fotocopias.
Alzó una ceja,
apoyado en la ventana de la sala de los conserjes, al verme llegar.
-¿Adónde vas? ¿No
tienes clase?
-Me encuentro mal.
Sus ojos se
estrecharon un poco.
-¿Qué te pasa?
-Me duele el
estómago-me limité a decir, porque reconocer que también me dolían
las piernas, el pecho, el corazón, la cabeza, y que me fastidiaba
hasta respirar me parecía demasiado dramático incluso para aquella
situación. Papá no lo entendería.
Nunca lo
entendería, joder, había tenido a todas las chicas que había
querido, incluida mi madre.
Especialmente mi
madre.
-Y, ¿no puedes
aguantar dos horas más?
Sacudí la cabeza
para recibir como obsequio un suspiro. Papá le lanzó una mirada
suplicante a su anciana compañera, que se giró para observarme
también.
-No tienes muy buen
aspecto, Tommy.
Me encogí de
hombros, presenciando el espectáculo de cómo mi padre entrecerraba
aún más los ojos y se mordía el labio. Sacudió mínimamente la
cabeza, lo suficiente como para que nos diéramos cuenta de que no
aprobaba esta unión que se acababa de producir entre profesora y
alumno, pero no lo bastante como para llamar la atención.
Podía sentir su
enfado azotándome con látigos inertes.
-De acuerdo-dijo
por fin, derrotado, sus hombros hundiéndose varios centímetros bajo
su cuello. Recibió las hojas por las que estaban esperando con la
mano extendida, y las ojeó mientras yo me afianzaba la mochila en el
hombro y me encaminaba hacia la puerta.
Casi estaba fuera
cuando me detuvo.
-Ah, T. Dile a tu
madre que no voy a poder acompañarla hoy al aeropuerto. Tengo
reunión.
-No le va a gustar.
-Por eso,
precisamente, se lo vas a decir tú. Si es posible... cuando te hayas
metido en la cama. Tal vez así rompa menos platos-y mi padre me
dedicó una sonrisa, divertido ante ese chiste que no tenía ni puta
gracia. Se giró sobre sus talones y siguió a Marge, que le había
sacado un poco de ventaja, pero muy poca, debido a la diferencia de
edad.
Habría agradecido
un poco de lluvia para tener una coartada factible para entrar en
casa tiritando y poder meterme en la cama sin más conversación que:
“pero, Tommy, ¿tú eres tonto? Eres inglés, ¿por qué no metes
un puñetero paraguas en la mochila?”.
Estaba claro que mi
suerte no me acompañaba ese día o, si lo hacía, no era la típica
que te hace tirar de la manivela de la tragaperras más cargada de
toda Las Vegas para que ella vomite cantidades ingentes de dinero que
tú no puedes abarcar con las manos.
Cuando abrí la
puerta, me llegó el sonido de la música procedente de la cocina: el
golpeteo rítmico de una batería mientras un bajo regalaba al
ambiente la atmósfera perfecta para que las guitarras y las voces
hicieran estragos. Ni siquiera pude escuchar lo que decían.
Mamá asomó la
cabeza por la puerta de la cocina, con el nombre de mi padre en los
labios. Sus ojos chispearon al comprobar que mi padre había
rejuvenecido 30 años, y que se presentaba en casa tal y como lo
conoció... excepto que mejor vestido.
-¿Tommy? ¿Qué
haces aquí? ¿Ha pasado algo en clase?
Si hubiera
pasado algo, mujer, Eleanor también vendría conmigo.
-Me
encuentro mal.
Se llevó las manos
a la parte trasera de los vaqueros, limpiándoselas de lo que fuera
que tuviera en ellas.
-¿Qué te pasa?
¿Te duele algo? ¿Tienes fiebre?
-No soy Astrid,
mamá. Con tumbarme en la cama seguramente se me pase.
Pero ella no me
hizo caso, evidentemente. Cuando das a luz te lavan el cerebro y te
convierten en una loca histérica que se asusta cada vez que un bicho
osa arrimarse más de la cuenta a uno de los frutos de tu vientre, y
te conviertes en una dragona-escupe-fuego-a-la-mínima si alguien se
atreve a meterse con tus “pequeños”, que lo serán siempre,
midan tres metros o alcancen los doscientos años.
Se acercó a mí
con semblante preocupado, olvidándose de la cocina y de todo lo que
había en su interior, y me puso la mano en la frente. La otra fue a
la suya propia. Tenía las manos heladas.
-Estás
ardiendo-dijo antes de tocarse a sí misma, pero sonrió al darse
cuenta de la verdadera razón por la que me notaba como un horno.
Retiró la mano con dulzura de mi cabeza, y sacudió la suya,
haciendo que sus rizos bailaran a su alrededor-. No, fiebre no es.
¿Te duele algo?
Me la quedé
mirando, y ella me devolvió la mirada. Mar contra tierra, agua
contra chocolate.
Y lo comprendió.
-Megan.
Su nombre fue como
una puñalada en el corazón. Dio un paso hacia mí, se puso de
puntillas y me abrazó.
-Se terminará,
pequeño. Te lo prometo. Acabará terminándose.
Yo la estreché
entre mis brazos, negándome a dejarla escapar, como si ella fuera mi
amor perdido y se me concediera una última oportunidad. Las lágrimas
me ardían en los ojos, pero no me permití derramarlas. Sabía que
si empezaba, no podría parar.
Mamá me dio un
beso y me acarició las mejillas con los pulgares; con el resto de
dedos me masajeaba la nuca, tranquilizándome como sólo ella sabía.
-Sé que duele,
pero... ella no es para ti. Si no vuelve a ti como lo hace el cometa
Halley, es que no está destinada a ti. Algo mejor te está
esperando.
-Para ti es fácil
decirlo; tú ya tienes la vida resuelta.
-Para ti es fácil
decirlo; tú no intentaste suicidarte a los dieciséis años-replicó
ella, y si hubiera sido Louis, y no Eri, aquellas palabras habrían
sido cortantes como cuchillos. Pero era Eri, no Louis, y en sus
palabras sólo había perdón y consuelo. Las cosas que habían
pasado ya no iban a volver a pasar, así que, ¿por qué preocuparse
por ellas?
Mis ojos se
deslizaron hasta sus muñecas, paseando por sus cicatrices y
deteniéndose un segundo más de la cuenta en aquella D minúscula
que se había convertido en una c y una l separadas por un valle
invertido.
Y formulé la
pregunta.
-¿Te arrepientes?
Y me devolvió la
respuesta de siempre.
-No. Me enseñan
qué es importante. Cuál es la solución... y cuál no. Llorar por
Megan no es la solución, Tommy. La solución es sonreír por lo que
pasó... e hincharte a gofres con chocolate. Te prepararé unos
gofres.
Tuve que regalarle
una sonrisa triste que prometía algo bueno más tarde, y dejé que
me condujera hasta la cocina con su mano sobre la mía.
Me hizo sentarme en
la barra americana y desmenuzar una barra de chocolate negro hasta
convertir la masa compacta en un fino polvo marrón. Mientras tanto
ella se afanaba con los gofres caseros que siempre nos preparaba en
Navidad, o cuando alguien estaba enfermo... o cuando alguien estaba
triste.
Media hora después,
se sentó frente a mí mientras la comida del almuerzo reposaba. Nos
repartimos los dulces y vertimos chocolate por encima, y yo ya había
empezado a comer cuando ella exclamó:
-¿Sabes qué te
digo? Que en un mes es el cumpleaños de tu padre, y va a estar muy
triste, así que... ¡a la mierda! Voy a echarles nata
también-asintió con la cabeza, con la satisfacción de un borracho
que pide su enésima copa de Vodka en el bar de siempre-. ¿Quieres,
mi amor?
Negué con la
cabeza, demasiado ocupado en devorar mi plato como para pensar en
mejorarlo.
-Ah, mamá...
respecto a papá... no puede acompañarte a buscar a Diana.
Se giró en redondo
y se me quedó mirando.
-¿Por qué?
-Tiene reunión.
-Este hijo de
puta lo que tiene es amantes, y le voy a arrancar la cabeza como esté
en lo cierto-musitó en su lengua, y yo no pude por más que
echarme a reír.
-Me dijo que te lo
dijera metido en la cama, que así no ibas a romper platos.
-Oh, voy a romper
cosas, pero no van a ser platos. Probablemente le rompa la cara.
-Así lo dejarían
todas sus amantes.
-Y yo. Sobre todo
yo. ¡Hostias! Imagínate qué pensión me quedaría si me divorciara
de tu padre-sacudió la cabeza y alzó la vista al cielo-. Gracias,
Universo, por la separación de bienes.
Nos echamos los dos
a reír esta vez, mientras se peleaba con un bote de nata al que
consiguió vencer entre carcajada y carcajada. Con una concentración
mística, dejó que el bote escupiera su contenido alrededor del
gofre, llenando algunas partes de un color marrón claro que no le
favorecía mucho al plato, y la habitación del sonido del dulce
mezclándose con el dulce a la carrera.
-¿Le perdonarías
a papá que te fuese infiel?-espeté de repente, y ella masticó un
par de segundos con la vista perdida, leyendo la respuesta en el
cosmos.
-Depende-dijo por
fin. Oh, claro, siempre depende. Sin duda.
-¿De qué?
-Pues... de si
quiere a la chica. Porque asumo que estamos hablando de infidelidad
heterosexual, ¿verdad?
-¿Es que papá es
bi?
-Tu padre es gay,
nosotros somos su tapadera. Diana es el fruto de su relación con
Harry: la ciencia ha avanzado tanto que personas del mismo sexo
pueden tener hijos propios sin necesidad de nada más. Y, cuando ella
nació, acordamos que se quedaría 16 años con Harry en la otra
punta del mundo, y otros 16 con nosotros en este lugar. Por eso viene
hoy.
La miré casi sin
atreverme a parpadear.
-Estoy de coña,
Tommy-dijo, poniendo los ojos en blanco. Dejé escapar todo el aire.
-Vale, pero, ¿se
lo perdonarías o no?
-Si quiere a la
chica, y lleva mucho tiempo con ella, no. ¿Por qué iba a hacerlo?
Cuando quieres a dos personas, siempre, siempre, debes elegir
a la segunda, porque si quisieras realmente a la primera no te
dejarías llevar por la segunda. Hay cosas que no pasan si tú no
quieres que pasen.
-¿Y si no la
quisiera?
-¿A qué te
refieres? ¿A que si estuviera borracho, o drogado-volvió a poner
los ojos en blanco- y se tirara a otra chica, le dejaría?-volvió a
meditar un instante-. No, probablemente no. Un desliz lo tiene
cualquiera. Eso sí: dormiría en las escaleras de la calle al menos
dos meses.
-¿Y si la dejara
embarazada?
-Joder, Tommy, ¿qué
pasa?
-Sólo es
curiosidad.
-Me gustaría
decirte que se la cortaría, pero seamos sinceros: necesito a tu
padre entero-se encogió de hombros-. De todas formas, Louis es
tonto, pero no llega a tales extremos.
-¿Obligarías a la
otra chica a abortar?
-Yo podría querer
a ese niño. Al fin y al cabo, sería hijo de Louis.
De repente, una
bombilla se encendió en su interior.
-¿Le pusiste los
cuernos a Megan?
-¡NO!-y la
tristeza volvió a cernirse sobre mí, apoyada por la dolorosa idea
de que mi madre me creyera capaz de algo así.
-¿Te los puso
Megan?
Me quedé callado,
y negué despacio con la cabeza, estudiando mi interesante plato
recién liberado de su opresor, el gofre.
-Entonces, ¿a qué
viene tanta pregunta?-inquirió, frunciendo el ceño. Abrió mucho
los ojos-. Espera, ¿no te habrá dicho Louis que me preguntes todo
eso para tantear el terreno, verdad? Si es así, lo mataré. Te lo
digo en serio.
Negué con la
cabeza, el ceño fruncido ante lo disparatado de la idea:
-Papá besa el
suelo por donde pisas, mamá-aseguré, como si no hubieran tenido
tiempo para demostrárselo durante sus más de 20 años de relación
y casi tantos de matrimonio, y no lo hubieran aprovechado
efectivamente-. No creo que sepa que existen chicas más guapas que
tú.
-Es que no
existen chicas más guapas que yo, Thomas.-contestó
con una voz que no dejaba espacio a la contradicción. Una sonrisa
apareció en su boca, una sonrisa cambiante que en un principio tuvo
un cariz malévolo, pero, poco a poco, fue tomando un color mucho más
tierno, un color que yo conocía y adoraba.
El color de la
sonrisa de Megan cuando le decía que la quería.
De repente, al
vislumbrar en mi mente todos los cuadros que había pintado llenando
pinceles de ese tono, la atmósfera se me echó encima con la furia
de cientos de dioses, antiguos y nuevos, cuya existencia dependía de
gente que ya, o aún, no creía en ellos. Mis hombros parecieron
tomar conciencia de lo duro que era mantenerse alzados contra el
aire, y las primeras vértebras del cuello se hicieron hueco en la
vista de quien quisiera posar los ojos en ellas, apretando mi piel
con la rabia del marido que acaba de descubrir que su mujer, a la que
llevaba dando por sentada mucho tiempo, se había fugado con otro
hombre.
Unas lenguas de
calidez me lamieron la mano. Levanté la vista; mamá me estaba
acariciando los nudillos con la yema de sus cortos dedos.
-La ciencia ha
avanzado mucho, Tommy. Puedes clonarme, si quieres. Dado lo que te
pareces a Louis, no hay manera de que algo que ha salido de mí no
acabe enamorándose de ti-susurró.
Tuve que echarme
reír, porque, joder, mamá sabía cómo sacarle una sonrisa a
alguien. No sabía si era por estar tanto tiempo al lado de papá y
haber aprendido de él, teniendo un buen espejo en el que mirarse;el
caso era que, efectivamente, sabía animar a las personas de una
forma única.
-Tú no estás
enamorada de mí en ese sentido, ¿verdad?
-Por supuesto que
no-apartó la mano rápidamente, fingiéndose asqueada-. Somos
familia. No soy una enferma Lannister.
-Y soy demasiado
joven.
-La edad no es
problema, en mi opinión-se encogió de hombros-. Fíjate, Leonardo
DiCaprio me saca casi lo mismo que tú a mí, y podría haberle dado
descendencia igual que se la di a Louis. El problema es que tu padre
fue más rápido-se sonrió ante su propia ocurrencia-. Y más
accesible.
Ahí sí que ya no
pudo contener la risa; era como si no hubiera vivido unos Juegos del
Hambre masivos, no contra 23 personas sino contra toda la población
femenina del mundo.
-Las cosas habrían
sido diferentes si él hubiese sido mi padre, ¿verdad?-inquirí,
intentando imaginarme una vida en Los Ángeles, el Dorado del Estado
de Oro, con un acento radicalmente diferente, un clima muy distinto y
un carnet de conducir en mi cartera desde hacía más de un año...
… y sin una ex
novia de la que no me podía olvidar, porque, claro, no habría
conocido a Megan.
La fortuna me
habría sonreído más.
-Tendríamos menos
premios en casa. Y menos tatuajes. Bastantes menos tatuajes-les echó
un vistazo a sus brazos, frunciendo el ceño y perdiendo la mirada en
las profundas galaxias que son los pensamientos-. Pero la calidad de
los premios sería mayor...
-Papá tiene varios
Grammys.
-Papá no tiene
ningún Oscar-espetó mamá, entrecerrando los ojos y esgrimiendo un
dedo de una uña pintada con el mayor de los cuidados, advirtiéndome
de que, bajo ningún concepto, me atreviera a tomar aquella senda.
-¿Y... no
habría... ninguna posibilidad... de que me intercambiaras con Diana?
Así cada una tendría al hijo de la otra, y lo trataría mejor.
-He perdido el
contacto con Noemí, pero no la odio, Tommy. Y tendría que odiarla
mucho para enviarte con ella. No te pongas de morros. Sabes que es
así. Ya nos tenemos la medida tomada, ¿qué necesidad hay de
cambiar de sastre si el que tienes te va bien?
-No es el sastre,
es la tela-repliqué, cruzándome de brazos y apartando la vista. De
repente, uno de los enchufes libres que había casi al nivel del
suelo en una de las paredes de la esquina era lo más interesante del
mundo.
Y la negrura de sus
agujeros era idéntica a la laca de uñas de Megan.
Dios, no.
Mamá alzó una
ceja y se cruzó de brazos también; ella tenía una sonrisa en la
cara.
-A veces me
sorprende cuánto de Louis hay en ti, Tommy.
-Papá es
gilipollas y no tiene ni idea de lo que siento.
-Lo mejor que
tienes te viene de tu padre-contestó ella con dulzura, levantándose
y caminando hasta mí. Me tomó de la mandíbula y me obligó a
mirarla-. Tus ojos, lo que piensas, cómo lo piensas... incluso lo
que sientes y cómo lo sientes. Yo ni siquiera te he dado mi nariz, y
mira que me gusta mi nariz-dijo, dándose unos golpecitos en ella,
como asegurándose de que seguía allí-. Tú eres todo lo que era tu
padre cuando yo me enamoré de él, así que no te preocupes por si
te quedas solo: no va a ser así. Tienes a tu Eri ahí fuera,
buscándote. Acabará encontrándote-me pasó un dedo por la
mandíbula y me obligó a alzar la mirada-. Que Megan no te valore no
significa que no valgas nada. Si ella no sabe lo que es bueno, no es
tu problema. Es de ella.
-Pero, ¿de qué me
sirve ser un diamante si a ella le van más los zafiros, mamá?
Sacudió la cabeza.
-Joder, Tommy.
Escribe todo eso. Cosas peores han dado mejores resultados. Uno de
ellos está en el cuarto de los premios, en una caja, escondiéndose
de la luz del sol, como si fuera a cambiar la forma de su gramófono
Me dio un beso en
la frente, uno de aquellos besos que, antaño, fueran mágicos, pero
que ahora habían perdido todo su poder, excepto, tal vez, el de
hacer que un pequeño sol ovalado se implantara en mi frente, tan
efímero como la vida de la más bonita de las mariposas. Me acarició
el pelo despacio, examinándolo con cuidado, no fuera a ser que
algunos mechones desencadenasen el protocolo de actuación de una
bomba nuclear en algún país especialmente pobre.
Terminó por
sacudir la cabeza y recoger su plato en silencio. Pasó un dedo por
el borde, capturando gran parte del chocolate y la nata mezclados que
todavía reposaban allí, y lo dejó en el fregadero.
-De esto que se
encargue Louis. Tengo más cosas que hacer que ser su puta criada las
24 horas del día-murmuró en un tono que me dejó bastante claro que
estaba hablando consigo misma, pero que le apetecía más recurrir al
canal del aire y sus oídos que al de sus pensamientos silenciosos.
Se dio la vuelta y estudió lo que me quedaba de gofre-. Cuando
termines eso, lo pones encima de lo mío. No hace falta que lo
limpies-alcé las cejas, ¿tan mala pinta tenía?.
Mamá tamborileó
con los dedos en su cadera y asintió, confirmando que había
terminado el discurso y que todo estaba en orden. Podía irse a hacer
cosas.
Pero cuando estaba
saliendo por la puerta, una última idea surgió en su mente. Se
detuvo en seco, y se volvió para mirarme.
-Oh, y Tommy...
deja de agobiarte por buscar el amor. Yo solía hacerlo a todas
horas. Y, justo cuando me di por vencida, y dejé de buscar como si
me fuera la vida en ello, entré en un bar y conocí a tu padre. Al
universo no le gusta que te metas en sus cosas ni que le antes
tocando las narices. Así que déjalo trabajar, ¿vale? Da igual cómo
lo llames-se encogió de hombros-; lo tiene controlado, y no va a
dejar que alguien como tú acabe solo. No si yo conseguí una
familia-me dedicó una amplia sonrisa y desapareció por la puerta
sin articular más palabra.
Bajé la mirada a
mi gofre, preguntándome en silencio a qué se referiría con
aquello, y si tenía algo que ver lo que me había dicho papá la
semana pasada con lo de que “había renunciado a muchas cosas por
mí”.
Genial, como si no
tuviera poco con lo que preocuparme.
Acabé la comida y
fui al salón; sabía que si me metía en mi habitación, me sumiría
en la oscuridad, me escondería bajo 12 mantas y no tendría
posibilidad alguna de sobrevivir a la tormenta que se desarrollaba en
mi interior.
Para mi sorpresa,
mamá se había sentado sobre sus piernas y estaba viendo la tele con
gesto concentrado. No reconocí a ninguno de los actores que
trabajaban en la película que estaba viendo, pero, fuera lo que
fuese, debía de ser bueno, porque no apartaba la mirada de la
pantalla, apenas pestañeaba y sujetaba el cojín con fuerza contra
su pecho.
Fue entonces cuando
me di cuenta de que hablaban en español.
-Mamá...
-Concha
Velasco-respondió-. Fue una gran actriz. Un sólo Goya. El de honor.
En mi puto país lo hacen todo mal-negó con la cabeza con expresión
reprobatoria. Me las acabé apañando para que me acogiera entre sus
brazos y me explicara de qué iba la serie de las ancianas que vivían
solas y que se llevaban, de vez en cuando y si había suerte, a
hombres que casi les doblaban la edad a mis padres a casa. Claro que
tampoco podían aspirar a mucho.
La televisión se
tragó la mañana.
-He estado
pensando-murmuró tras apagarla- que tal vez te viniera bien cambiar
de aires.
-¿Has
reconsiderado lo de intercambiarme con Diana?
-No. Cambiar de
aires, no de tierra-puso los ojos en blanco-. Vas a ir a buscarla.
-No quiero ir a
buscar a una puta cría a la que no quieren en casa.
Me cruzó la cara
antes incluso de que me diera cuenta de que había llevado la pelea
hasta un límite y lo había traspasado sin darse cuenta.
-Noemí quiere a su
hija. Y vas a ir a por ella. Me da igual en qué grado de depresión
te creas que estás-gruñó, y yo me tragué una contestación,
porque ya me ardía bastante una mejilla, no necesitaba que la otra
se incendiase también-. Es por tu bien.
También le daban a
la gente enferma la eutanasia por su bien. Claro que los que
se morían no eran quienes decían que era por su bien.
-Te vendrá bien
distraerte, y el viaje es bastante largo.
-Me pondré a
pensar.
-Pues ponte música.
-La música me
deprime.
-Nadie ha dicho que
tengas que escuchar a tus tíos-replicó ella, alzando las cejas.
Sabía de sobra que la música de “mis tíos” era pasable, y que
no la escuchaba a menos que me saliera en aleatorio.
No, no podía
escuchar nada por la sencilla razón de que ya había exprimido hasta
la saciedad cada compás de cada canción en mi iPod...
… con Megan a mi
lado, tumbada en la cama o sentados en cualquier lugar, compartiendo
auriculares o con el sonido saliendo por algunos altavoces y
acariciando su precioso cuerpo.
Pero, claro, no
podía decírselo so pena de conseguir que me gritase, y ya era lo
único que me faltaba, de manera que me preparé para un viaje tan
deseado como deseable en bus, ya que a) era demasiado joven
para conducir y b)nadie en casa se fiaba de mí lo suficiente como
para llevar un coche.
Eso sí, en unos
meses debía escoger una carrera que condicionase mi futuro, pero,
eh, sin presiones.
Creo que no hace
falta que diga que acabé en la terminal del aeropuerto con ganas de
arrancarle la cabeza a alguien, pero conseguí controlarme. Me senté
en uno de los bancos atestados de turistas y examiné las últimas
fotos que encontré de Diana por Internet: lo último que me faltaba
era no reconocerla y dejar que alguien se la llevara a sabe Dios
dónde.
Por fin, después
de lo que parecieron años y años esperando a que alguien me dijera
algo, una voz ligeramente metálica y omnipresente nos comunicó a mí
y a todos los que estuviéramos interesados en oírlo que los
pasajeros del vuelo (dos millones de letras) procedente de Nueva York
saldrían por la puerta 83.
Lo cual era en el
otro extremo de la terminal.
Me tomé mi tiempo
para llegar al lugar; con todo, fui de los primeros. O los
neoyorquinos no tenían familia en Inglaterra, o eran tan imbéciles
que ni los ingleses queríamos aguantarlos más de lo necesario (y
sospechaba que era lo último).
El pasillo se fue
llenando, los murmullos fueron creciendo y los carteles en el aire se
convirtieron en abrazos de emoción incontenible.
Mi paquete fue de
los últimos en salir, arrastrando un par de maletas más grandes que
ella, con gafas de sol tapándole los ojos y una decena de personas
girándose a medida que iba pasando a su lado... la verdad era que no
era para menos: su falda y su camiseta dejaban poco a la imaginación,
siendo más propias de verano que de otoño, y de un verano Caribeño,
no de uno normal inglés.
Detrás de sus
gafas de sol se intuían unos ojos inquietos, buscando seguramente a
mi padre, o a mi madre, esperando que lo mejor de la casa Tomlinson
hubiera ido a recogerla. Por desgracia, tendría que conformarse
conmigo.
Se detuvo un
segundo, escudriñando el ambiente. Sí, conocía el aeropuerto, y
sí, más o menos sabía por dónde tenía que ir, pero no con quién.
Su mirada se detuvo
en cada rostro;sus cejas se alzaban un milímetro más a medida que
no reconocía a nadie.
Hasta que,
finalmente, le tocó al mío.
A pesar de que
estábamos lejos, percibí una ligera chispa de alivio al comprobar
que no se habían olvidado de ella; debía de ser muy duro creerlo en
un país extraño, especialmente si estás acostumbrada a caminar con
poca ropa por una pasarela y que todo el mundo se fije en ti.
Se acercó a mí
con paso decidido, el patentado por las modelos de Victorias Secret,
que debían hacerse respetar con sus andares, porque eso de caminar
en ropa interior delante de todo el mundo... no.
-¿Thomas?-inquirió,
como si no me hubiera visto en su miserable vida y le aburriera
sobremanera tenerme delante.
-¿Diana?-repliqué
en el mismo tono, pues a aquel juego podían jugar dos.
Su boca se curvó
en una sonrisa; fue entonces cuando me fijé en lo apetecibles que
eran sus labios.
-¿No me has visto
en las pasarelas?-espetó, poniendo una mano en su cadera y bajándose
las gafas un poco más.
Mis pulmones
protestaron por la vista de sus ojos un segundo; luego,volvieron a
funcionar con normalidad.
-¿Y tú no has
visto a mi padre en mí?-contesté, devolviéndole la sonrisa cínica.
La suya se amplió; disimulaba una risita.
Se quedó allí
parada un rato, observándome de arriba a abajo, seguramente
decidiendo que no estaba mal para protagonizar con ella una portada
subida de tono. Le agradecí internamente a mi madre el haberme
obligado a ir a buscarla; no todos los días quieres follarte a una
(casi) desconocida en un aeropuerto, sin importarte que puedas ir a
la cárcel por ello.
-Hola-saludé por
fin, después de constatar que, si no movía ficha, nos quedaríamos
allí hasta echar raíces. Ella se quitó, por fin, las gafas de sol,
dejándoselas de diadema para seguir contemplando cada poro de mi
piel.
Mis pulmones
volvieron a protestar, pero conseguí controlarlos en el último
momento.
-Esto va a ser
divertido-susurró en un tono lascivo que fue como una chispa en un
montón de pólvora en mi interior.
Tío, tienes que
contorlarte.
Fingí no haberla
oído y le señalé la maleta.
-¿Quieres que te
ayude con eso?
-Oh, qué bien. Un
digno caballero inglés. Me ha tocado el solo de la
Superbowl.-contestó en un tono en el que se notaba un toque
de agradecimiento, y me empujó la maleta más pesada de todas, con
la que se había peleado para llegar hasta donde ahora estaba.
Me aseguré de
tenerla bien agarrada y la conduje a la salida, donde el sol le besó
la melena rubia, arrancando destellos que bien podían competir con
él. Escuchando sus pasos detrás de mí, me dirigí a la primera
parada de taxis que encontré, decidido a hacerles pagar a mis padres
el haberme enviado a la vanguardia de la batalla sin avisarme de lo
que estaba por llegar.
Le entregó su
maleta al taxista, que no se cortó en devorarla con la mirada cual
kebab, y se metió en el coche dejando que sus largas piernas
entrasen dos años antes que ella. Durante el proceso, me dedicó una
mirada por encima de sus pestañas que me recordó mucho a la de
Harry.
Pero había una
diferencia: todo lo que en su padre era bueno y puro, en ella era
malo, y estaba corrupto.
Y, dios, cómo me
gustaba.
El trayecto de
vuelta a casa fue el más largo de mi vida,a pesar de que duró menos
que el de ida. Mi cuerpo se debatía entre lo que me apetecía hacer
y lo que no quería que me pasase:dos cosas que venían de la mano,
en un pack indivisible.
Eso sí, me harté
de mirarla.. De vez en cuando, ella volvía la cabeza para echarle un
vistazo a la autopista que acabábamos de dejar atrás.
Era el único
momento en el que yo apartaba los ojos de ella. Joder, qué piernas.
Eran las más largas que había visto en mi vida. Y qué tetas. Me
picaban las manos, y sospechaba que ellas tenían la respuesta a mi
pregunta.
Y qué manos. No
podía dejar de pensar en qué se sentiría sintiendo sus uñas
clavándose en mi espalda mientras sus piernas me rodeaban la cintura
y probaba esos labios tan apetecibles, y me hundía en aquellos
océanos contaminados de verde y de descaro...
En una de esas,
Diana se dio la vuelta para inspeccionar algo que no debía de haber
en Nueva York. Y me cazó mirándola (porque no había puesto
demasiado empeño en apartar la vista y porque ella era un planeta y
yo un meteorito que no hacía más que deslizarse hacia él sin
remedio, atraído por su gravedad). Sus ojos verdes se encontraron
con los míos, y la temperatura del taxi ascendió varios grados.
Alzó una ceja.
-¿Tengo monos en
la cara?-espetó, y yo no pude por más que reírme y apartar, de
mala gana, la vista, y concentrarme en la ventanilla.
Cada vez me
apetecía más y más tirármela, incluso allí mismo, y lo habría
hecho de no saber con seguridad que mamá me mataría al enterarse y
papá me despellejaría vivo.
Se podría decir
que, cuando llegamos a casa, me cabreó el hecho de que nadie me
estuviera esperando con una medalla ni nada por el estilo para
premiarme mi autocontrol y mi comportamiento. Me lo merecía más que
los pavos que corrían 100 metros en menos de 10 segundos, no me
jodas.
El taxista se quedó
en el coche después de que Diana insistiera en que podía con su
maleta, o, mejor aún, que yo podía llevarla (encima me puteaba, es
que joder, la tía me conocía). Me obligué a abrir la puerta con la
espalda y bramé:
-¡Ya estamos aquí!
Mamá se asomó al
salón desde el piso de arriba,le dedicó una amplia sonrisa a Diana
y la saludó. Ella le devolvió el saludo en un tono más cortante:
estaba claro que preferiría no estar allí.
Bajó las escaleras
al trote (pero no lo bastante rápido como para no darme cuenta de
que se había arreglado y cambiado de ropa), le dio un beso en la
mejilla, la abrazó y le dijo que se sintiera libre de hacer lo que
quisiera (como follarse a su primogénito), que en seguida volvía
con nosotros (el tiempo justo para uno rápido), y que su habitación
estaba en la parte de arriba (mm), que la habíamos decorado a su
gusto (igual que la habían hecho a ella: a mi gusto) y que se
sintiera como en casa (y en las casas se hacen cosas sucias).
Por fin, después
de ese ataque de maternidad, mamá se volvió hacia mí.
-Trae sus cosas,
después las subiremos y...
Diana la
interrumpió con voz incrédula.
-¿Qué clase de
dialecto satánico estás hablando?
Vaya, si podía
sonar inocente.
Joder, qué bien me
lo iba a pasar.
-¿No hablas
español?-preguntó mi madre; no sabría decir cuál de las dos
estaba más estupefacta. Diana negó con la cabeza; sus párpados
cayeron por el peso de sus inmensas pestañas.
-No.
-Esto va a ser
divertido-repliqué yo en la lengua de mi madre; ella me miró y
alzó una ceja.
Seguramente me
viese venir pero, por primera vez en mi vida, me daba lo mismo. Por
primera vez en casi un año, no tenía que preocuparme de lo que
pasaría la semana, el mes, el año siguiente: me bastaba con la hora
siguiente, y tenía un objetivo claro: conquistar América.
Eso han sido 12 folios de capítulo. Para que luego te quejes de que soy una lenta de mierda ü (en el fondo tienes razón).
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