miércoles, 11 de febrero de 2015

"Una sonrisa muy blanca, unas piernas muy largas"

UY QUÉ ES ESTO NO SERÁ
Sí, es un capítulo.
POR FIN
La última vez que publiqué fue el año pasado. 
(Disculpa la broma. Sigo dando asco).
Si lo prefieres, puedes leer este capítulo en Wattpad haciendo clic aquí.


Me apetecía morirme. Lenta y dolorosamente; así, tal vez, y sólo tal vez, Megan sintiera algo por lo que me estaba haciendo.
Habían pasado ya dos meses desde que me dejara, pero seguía siendo duro verla por los pasillos y no poder acercarme a ella, besarla, o siquiera tocarla, pasar los dedos por el dorso de su mano y sentir cómo sonreía con el contacto de nuestra piel.
Echaba de menos nuestro contacto visual.
A cambio, ella me obsequiaba con intercambios de saliva con otros tíos a cuyo espectáculo estaba obligado a asistir, con asiento privilegiado, y sin poder hacer otra cosa que retorcer la bolsa de Doritos que tenía en las manos, emitiendo un sonido chirriante nada agradable. Scott levantó la cabeza de su sándwich y se me quedó mirando, preguntándose si debía intervenir.
-No tienes por qué torturarte tanto, tío.
-Díselo a Jesucristo. Él no tenía que morir en la cruz por nosotros.
Mi amigo sonrió y puso los ojos en blanco. La mera mención del profeta de los cristianos era suficiente como para hacerle callar: sabía que no soportaba sus peroratas sobre Mahoma. Scott parecía sentir la necesidad de predicar su religión y las verdades que arrojaba al mundo como un rayo de sol cae sobre el bosque tropical, aprovechando un hueco entre las ramas de los árboles, a cambio de poder comer cerdo.
Lo que daría yo por tener los mismos problemas que algunas de sus hermanas, condenadas a darle la vuelta a cada cosa que tomaban del supermercado buscando algún resto de aquel animal en los ingredientes. Prefería mil veces leer la cantidad de glucosa que tenía cada comida que me llevaba a la boca antes que tener que asistir a aquello.
-Es una zorra, Tommy-intervino Seth, otro del grupo. Me lo quedé mirando, y él alzó las manos con expresión derrotada-. Cuanto antes empieces a demonizarla, antes podremos pasar página todos.
Scott apretó la mandíbula, y no dijo nada. Yo sólo alcé las cejas, notando cómo la rabia bullía en mi interior, burbujeando cual lava en un cráter volcánico, preparándose para salir disparada con la furia de las entrañas del planeta desatada al fin.
No quería demonizarla, pero tampoco quería quererla como lo hacía.
-Me piro a casa-fue lo único que pude decir. Los demás asintieron, y con una elevación de mandíbula en señal de reconocimiento, me despidieron. Scott apartó la mirada de su sándwich de nuevo, pero yo hice un gesto con la cabeza. No necesitaba que me siguiera.
Tres son multitud, y estaba claro que mi patetismo y yo íbamos a estar juntos bastante tiempo.
Después de ir a por la mochila y vaciar la taquilla en aquel asqueroso lunes, y después de arrastrarme hasta el baño para comprobar que no tenía cara de estar drogado, pero sí una expresión lo suficientemente mala como para que me dejaran saltarme las clases, me encaminé hacia el hall del colegio, con la mala suerte de que mi padre estaba allí, acompañado de Marge, su colega de departamento, esperando por unas fotocopias.
Alzó una ceja, apoyado en la ventana de la sala de los conserjes, al verme llegar.
-¿Adónde vas? ¿No tienes clase?
-Me encuentro mal.
Sus ojos se estrecharon un poco.
-¿Qué te pasa?
-Me duele el estómago-me limité a decir, porque reconocer que también me dolían las piernas, el pecho, el corazón, la cabeza, y que me fastidiaba hasta respirar me parecía demasiado dramático incluso para aquella situación. Papá no lo entendería.
Nunca lo entendería, joder, había tenido a todas las chicas que había querido, incluida mi madre.
Especialmente mi madre.
-Y, ¿no puedes aguantar dos horas más?
Sacudí la cabeza para recibir como obsequio un suspiro. Papá le lanzó una mirada suplicante a su anciana compañera, que se giró para observarme también.
-No tienes muy buen aspecto, Tommy.
Me encogí de hombros, presenciando el espectáculo de cómo mi padre entrecerraba aún más los ojos y se mordía el labio. Sacudió mínimamente la cabeza, lo suficiente como para que nos diéramos cuenta de que no aprobaba esta unión que se acababa de producir entre profesora y alumno, pero no lo bastante como para llamar la atención.
Podía sentir su enfado azotándome con látigos inertes.
-De acuerdo-dijo por fin, derrotado, sus hombros hundiéndose varios centímetros bajo su cuello. Recibió las hojas por las que estaban esperando con la mano extendida, y las ojeó mientras yo me afianzaba la mochila en el hombro y me encaminaba hacia la puerta.
Casi estaba fuera cuando me detuvo.
-Ah, T. Dile a tu madre que no voy a poder acompañarla hoy al aeropuerto. Tengo reunión.
-No le va a gustar.
-Por eso, precisamente, se lo vas a decir tú. Si es posible... cuando te hayas metido en la cama. Tal vez así rompa menos platos-y mi padre me dedicó una sonrisa, divertido ante ese chiste que no tenía ni puta gracia. Se giró sobre sus talones y siguió a Marge, que le había sacado un poco de ventaja, pero muy poca, debido a la diferencia de edad.
Habría agradecido un poco de lluvia para tener una coartada factible para entrar en casa tiritando y poder meterme en la cama sin más conversación que: “pero, Tommy, ¿tú eres tonto? Eres inglés, ¿por qué no metes un puñetero paraguas en la mochila?”.
Estaba claro que mi suerte no me acompañaba ese día o, si lo hacía, no era la típica que te hace tirar de la manivela de la tragaperras más cargada de toda Las Vegas para que ella vomite cantidades ingentes de dinero que tú no puedes abarcar con las manos.
Cuando abrí la puerta, me llegó el sonido de la música procedente de la cocina: el golpeteo rítmico de una batería mientras un bajo regalaba al ambiente la atmósfera perfecta para que las guitarras y las voces hicieran estragos. Ni siquiera pude escuchar lo que decían.
Mamá asomó la cabeza por la puerta de la cocina, con el nombre de mi padre en los labios. Sus ojos chispearon al comprobar que mi padre había rejuvenecido 30 años, y que se presentaba en casa tal y como lo conoció... excepto que mejor vestido.
-¿Tommy? ¿Qué haces aquí? ¿Ha pasado algo en clase?
Si hubiera pasado algo, mujer, Eleanor también vendría conmigo.
-Me encuentro mal.
Se llevó las manos a la parte trasera de los vaqueros, limpiándoselas de lo que fuera que tuviera en ellas.
-¿Qué te pasa? ¿Te duele algo? ¿Tienes fiebre?
-No soy Astrid, mamá. Con tumbarme en la cama seguramente se me pase.
Pero ella no me hizo caso, evidentemente. Cuando das a luz te lavan el cerebro y te convierten en una loca histérica que se asusta cada vez que un bicho osa arrimarse más de la cuenta a uno de los frutos de tu vientre, y te conviertes en una dragona-escupe-fuego-a-la-mínima si alguien se atreve a meterse con tus “pequeños”, que lo serán siempre, midan tres metros o alcancen los doscientos años.
Se acercó a mí con semblante preocupado, olvidándose de la cocina y de todo lo que había en su interior, y me puso la mano en la frente. La otra fue a la suya propia. Tenía las manos heladas.
-Estás ardiendo-dijo antes de tocarse a sí misma, pero sonrió al darse cuenta de la verdadera razón por la que me notaba como un horno. Retiró la mano con dulzura de mi cabeza, y sacudió la suya, haciendo que sus rizos bailaran a su alrededor-. No, fiebre no es. ¿Te duele algo?
Me la quedé mirando, y ella me devolvió la mirada. Mar contra tierra, agua contra chocolate.
Y lo comprendió.
-Megan.
Su nombre fue como una puñalada en el corazón. Dio un paso hacia mí, se puso de puntillas y me abrazó.
-Se terminará, pequeño. Te lo prometo. Acabará terminándose.
Yo la estreché entre mis brazos, negándome a dejarla escapar, como si ella fuera mi amor perdido y se me concediera una última oportunidad. Las lágrimas me ardían en los ojos, pero no me permití derramarlas. Sabía que si empezaba, no podría parar.
Mamá me dio un beso y me acarició las mejillas con los pulgares; con el resto de dedos me masajeaba la nuca, tranquilizándome como sólo ella sabía.
-Sé que duele, pero... ella no es para ti. Si no vuelve a ti como lo hace el cometa Halley, es que no está destinada a ti. Algo mejor te está esperando.
-Para ti es fácil decirlo; tú ya tienes la vida resuelta.
-Para ti es fácil decirlo; tú no intentaste suicidarte a los dieciséis años-replicó ella, y si hubiera sido Louis, y no Eri, aquellas palabras habrían sido cortantes como cuchillos. Pero era Eri, no Louis, y en sus palabras sólo había perdón y consuelo. Las cosas que habían pasado ya no iban a volver a pasar, así que, ¿por qué preocuparse por ellas?
Mis ojos se deslizaron hasta sus muñecas, paseando por sus cicatrices y deteniéndose un segundo más de la cuenta en aquella D minúscula que se había convertido en una c y una l separadas por un valle invertido.
Y formulé la pregunta.
-¿Te arrepientes?
Y me devolvió la respuesta de siempre.
-No. Me enseñan qué es importante. Cuál es la solución... y cuál no. Llorar por Megan no es la solución, Tommy. La solución es sonreír por lo que pasó... e hincharte a gofres con chocolate. Te prepararé unos gofres.
Tuve que regalarle una sonrisa triste que prometía algo bueno más tarde, y dejé que me condujera hasta la cocina con su mano sobre la mía.
Me hizo sentarme en la barra americana y desmenuzar una barra de chocolate negro hasta convertir la masa compacta en un fino polvo marrón. Mientras tanto ella se afanaba con los gofres caseros que siempre nos preparaba en Navidad, o cuando alguien estaba enfermo... o cuando alguien estaba triste.
Media hora después, se sentó frente a mí mientras la comida del almuerzo reposaba. Nos repartimos los dulces y vertimos chocolate por encima, y yo ya había empezado a comer cuando ella exclamó:
-¿Sabes qué te digo? Que en un mes es el cumpleaños de tu padre, y va a estar muy triste, así que... ¡a la mierda! Voy a echarles nata también-asintió con la cabeza, con la satisfacción de un borracho que pide su enésima copa de Vodka en el bar de siempre-. ¿Quieres, mi amor?
Negué con la cabeza, demasiado ocupado en devorar mi plato como para pensar en mejorarlo.
-Ah, mamá... respecto a papá... no puede acompañarte a buscar a Diana.
Se giró en redondo y se me quedó mirando.
-¿Por qué?
-Tiene reunión.
-Este hijo de puta lo que tiene es amantes, y le voy a arrancar la cabeza como esté en lo cierto-musitó en su lengua, y yo no pude por más que echarme a reír.
-Me dijo que te lo dijera metido en la cama, que así no ibas a romper platos.
-Oh, voy a romper cosas, pero no van a ser platos. Probablemente le rompa la cara.
-Así lo dejarían todas sus amantes.
-Y yo. Sobre todo yo. ¡Hostias! Imagínate qué pensión me quedaría si me divorciara de tu padre-sacudió la cabeza y alzó la vista al cielo-. Gracias, Universo, por la separación de bienes.
Nos echamos los dos a reír esta vez, mientras se peleaba con un bote de nata al que consiguió vencer entre carcajada y carcajada. Con una concentración mística, dejó que el bote escupiera su contenido alrededor del gofre, llenando algunas partes de un color marrón claro que no le favorecía mucho al plato, y la habitación del sonido del dulce mezclándose con el dulce a la carrera.
-¿Le perdonarías a papá que te fuese infiel?-espeté de repente, y ella masticó un par de segundos con la vista perdida, leyendo la respuesta en el cosmos.
-Depende-dijo por fin. Oh, claro, siempre depende. Sin duda.
-¿De qué?
-Pues... de si quiere a la chica. Porque asumo que estamos hablando de infidelidad heterosexual, ¿verdad?
-¿Es que papá es bi?
-Tu padre es gay, nosotros somos su tapadera. Diana es el fruto de su relación con Harry: la ciencia ha avanzado tanto que personas del mismo sexo pueden tener hijos propios sin necesidad de nada más. Y, cuando ella nació, acordamos que se quedaría 16 años con Harry en la otra punta del mundo, y otros 16 con nosotros en este lugar. Por eso viene hoy.
La miré casi sin atreverme a parpadear.
-Estoy de coña, Tommy-dijo, poniendo los ojos en blanco. Dejé escapar todo el aire.
-Vale, pero, ¿se lo perdonarías o no?
-Si quiere a la chica, y lleva mucho tiempo con ella, no. ¿Por qué iba a hacerlo? Cuando quieres a dos personas, siempre, siempre, debes elegir a la segunda, porque si quisieras realmente a la primera no te dejarías llevar por la segunda. Hay cosas que no pasan si tú no quieres que pasen.
-¿Y si no la quisiera?
-¿A qué te refieres? ¿A que si estuviera borracho, o drogado-volvió a poner los ojos en blanco- y se tirara a otra chica, le dejaría?-volvió a meditar un instante-. No, probablemente no. Un desliz lo tiene cualquiera. Eso sí: dormiría en las escaleras de la calle al menos dos meses.
-¿Y si la dejara embarazada?
-Joder, Tommy, ¿qué pasa?
-Sólo es curiosidad.
-Me gustaría decirte que se la cortaría, pero seamos sinceros: necesito a tu padre entero-se encogió de hombros-. De todas formas, Louis es tonto, pero no llega a tales extremos.
-¿Obligarías a la otra chica a abortar?
-Yo podría querer a ese niño. Al fin y al cabo, sería hijo de Louis.
De repente, una bombilla se encendió en su interior.
-¿Le pusiste los cuernos a Megan?
-¡NO!-y la tristeza volvió a cernirse sobre mí, apoyada por la dolorosa idea de que mi madre me creyera capaz de algo así.
-¿Te los puso Megan?
Me quedé callado, y negué despacio con la cabeza, estudiando mi interesante plato recién liberado de su opresor, el gofre.
-Entonces, ¿a qué viene tanta pregunta?-inquirió, frunciendo el ceño. Abrió mucho los ojos-. Espera, ¿no te habrá dicho Louis que me preguntes todo eso para tantear el terreno, verdad? Si es así, lo mataré. Te lo digo en serio.
Negué con la cabeza, el ceño fruncido ante lo disparatado de la idea:
-Papá besa el suelo por donde pisas, mamá-aseguré, como si no hubieran tenido tiempo para demostrárselo durante sus más de 20 años de relación y casi tantos de matrimonio, y no lo hubieran aprovechado efectivamente-. No creo que sepa que existen chicas más guapas que tú.
-Es que no existen chicas más guapas que yo, Thomas.-contestó con una voz que no dejaba espacio a la contradicción. Una sonrisa apareció en su boca, una sonrisa cambiante que en un principio tuvo un cariz malévolo, pero, poco a poco, fue tomando un color mucho más tierno, un color que yo conocía y adoraba.
El color de la sonrisa de Megan cuando le decía que la quería.
De repente, al vislumbrar en mi mente todos los cuadros que había pintado llenando pinceles de ese tono, la atmósfera se me echó encima con la furia de cientos de dioses, antiguos y nuevos, cuya existencia dependía de gente que ya, o aún, no creía en ellos. Mis hombros parecieron tomar conciencia de lo duro que era mantenerse alzados contra el aire, y las primeras vértebras del cuello se hicieron hueco en la vista de quien quisiera posar los ojos en ellas, apretando mi piel con la rabia del marido que acaba de descubrir que su mujer, a la que llevaba dando por sentada mucho tiempo, se había fugado con otro hombre.
Unas lenguas de calidez me lamieron la mano. Levanté la vista; mamá me estaba acariciando los nudillos con la yema de sus cortos dedos.
-La ciencia ha avanzado mucho, Tommy. Puedes clonarme, si quieres. Dado lo que te pareces a Louis, no hay manera de que algo que ha salido de mí no acabe enamorándose de ti-susurró.
Tuve que echarme reír, porque, joder, mamá sabía cómo sacarle una sonrisa a alguien. No sabía si era por estar tanto tiempo al lado de papá y haber aprendido de él, teniendo un buen espejo en el que mirarse;el caso era que, efectivamente, sabía animar a las personas de una forma única.
-Tú no estás enamorada de mí en ese sentido, ¿verdad?
-Por supuesto que no-apartó la mano rápidamente, fingiéndose asqueada-. Somos familia. No soy una enferma Lannister.
-Y soy demasiado joven.
-La edad no es problema, en mi opinión-se encogió de hombros-. Fíjate, Leonardo DiCaprio me saca casi lo mismo que tú a mí, y podría haberle dado descendencia igual que se la di a Louis. El problema es que tu padre fue más rápido-se sonrió ante su propia ocurrencia-. Y más accesible.
Ahí sí que ya no pudo contener la risa; era como si no hubiera vivido unos Juegos del Hambre masivos, no contra 23 personas sino contra toda la población femenina del mundo.
-Las cosas habrían sido diferentes si él hubiese sido mi padre, ¿verdad?-inquirí, intentando imaginarme una vida en Los Ángeles, el Dorado del Estado de Oro, con un acento radicalmente diferente, un clima muy distinto y un carnet de conducir en mi cartera desde hacía más de un año...
… y sin una ex novia de la que no me podía olvidar, porque, claro, no habría conocido a Megan.
La fortuna me habría sonreído más.
-Tendríamos menos premios en casa. Y menos tatuajes. Bastantes menos tatuajes-les echó un vistazo a sus brazos, frunciendo el ceño y perdiendo la mirada en las profundas galaxias que son los pensamientos-. Pero la calidad de los premios sería mayor...
-Papá tiene varios Grammys.
-Papá no tiene ningún Oscar-espetó mamá, entrecerrando los ojos y esgrimiendo un dedo de una uña pintada con el mayor de los cuidados, advirtiéndome de que, bajo ningún concepto, me atreviera a tomar aquella senda.
-¿Y... no habría... ninguna posibilidad... de que me intercambiaras con Diana? Así cada una tendría al hijo de la otra, y lo trataría mejor.
-He perdido el contacto con Noemí, pero no la odio, Tommy. Y tendría que odiarla mucho para enviarte con ella. No te pongas de morros. Sabes que es así. Ya nos tenemos la medida tomada, ¿qué necesidad hay de cambiar de sastre si el que tienes te va bien?
-No es el sastre, es la tela-repliqué, cruzándome de brazos y apartando la vista. De repente, uno de los enchufes libres que había casi al nivel del suelo en una de las paredes de la esquina era lo más interesante del mundo.
Y la negrura de sus agujeros era idéntica a la laca de uñas de Megan.
Dios, no.
Mamá alzó una ceja y se cruzó de brazos también; ella tenía una sonrisa en la cara.
-A veces me sorprende cuánto de Louis hay en ti, Tommy.
-Papá es gilipollas y no tiene ni idea de lo que siento.
-Lo mejor que tienes te viene de tu padre-contestó ella con dulzura, levantándose y caminando hasta mí. Me tomó de la mandíbula y me obligó a mirarla-. Tus ojos, lo que piensas, cómo lo piensas... incluso lo que sientes y cómo lo sientes. Yo ni siquiera te he dado mi nariz, y mira que me gusta mi nariz-dijo, dándose unos golpecitos en ella, como asegurándose de que seguía allí-. Tú eres todo lo que era tu padre cuando yo me enamoré de él, así que no te preocupes por si te quedas solo: no va a ser así. Tienes a tu Eri ahí fuera, buscándote. Acabará encontrándote-me pasó un dedo por la mandíbula y me obligó a alzar la mirada-. Que Megan no te valore no significa que no valgas nada. Si ella no sabe lo que es bueno, no es tu problema. Es de ella.
-Pero, ¿de qué me sirve ser un diamante si a ella le van más los zafiros, mamá?
Sacudió la cabeza.
-Joder, Tommy. Escribe todo eso. Cosas peores han dado mejores resultados. Uno de ellos está en el cuarto de los premios, en una caja, escondiéndose de la luz del sol, como si fuera a cambiar la forma de su gramófono
Me dio un beso en la frente, uno de aquellos besos que, antaño, fueran mágicos, pero que ahora habían perdido todo su poder, excepto, tal vez, el de hacer que un pequeño sol ovalado se implantara en mi frente, tan efímero como la vida de la más bonita de las mariposas. Me acarició el pelo despacio, examinándolo con cuidado, no fuera a ser que algunos mechones desencadenasen el protocolo de actuación de una bomba nuclear en algún país especialmente pobre.
Terminó por sacudir la cabeza y recoger su plato en silencio. Pasó un dedo por el borde, capturando gran parte del chocolate y la nata mezclados que todavía reposaban allí, y lo dejó en el fregadero.
-De esto que se encargue Louis. Tengo más cosas que hacer que ser su puta criada las 24 horas del día-murmuró en un tono que me dejó bastante claro que estaba hablando consigo misma, pero que le apetecía más recurrir al canal del aire y sus oídos que al de sus pensamientos silenciosos. Se dio la vuelta y estudió lo que me quedaba de gofre-. Cuando termines eso, lo pones encima de lo mío. No hace falta que lo limpies-alcé las cejas, ¿tan mala pinta tenía?.
Mamá tamborileó con los dedos en su cadera y asintió, confirmando que había terminado el discurso y que todo estaba en orden. Podía irse a hacer cosas.
Pero cuando estaba saliendo por la puerta, una última idea surgió en su mente. Se detuvo en seco, y se volvió para mirarme.
-Oh, y Tommy... deja de agobiarte por buscar el amor. Yo solía hacerlo a todas horas. Y, justo cuando me di por vencida, y dejé de buscar como si me fuera la vida en ello, entré en un bar y conocí a tu padre. Al universo no le gusta que te metas en sus cosas ni que le antes tocando las narices. Así que déjalo trabajar, ¿vale? Da igual cómo lo llames-se encogió de hombros-; lo tiene controlado, y no va a dejar que alguien como tú acabe solo. No si yo conseguí una familia-me dedicó una amplia sonrisa y desapareció por la puerta sin articular más palabra.
Bajé la mirada a mi gofre, preguntándome en silencio a qué se referiría con aquello, y si tenía algo que ver lo que me había dicho papá la semana pasada con lo de que “había renunciado a muchas cosas por mí”.
Genial, como si no tuviera poco con lo que preocuparme.
Acabé la comida y fui al salón; sabía que si me metía en mi habitación, me sumiría en la oscuridad, me escondería bajo 12 mantas y no tendría posibilidad alguna de sobrevivir a la tormenta que se desarrollaba en mi interior.
Para mi sorpresa, mamá se había sentado sobre sus piernas y estaba viendo la tele con gesto concentrado. No reconocí a ninguno de los actores que trabajaban en la película que estaba viendo, pero, fuera lo que fuese, debía de ser bueno, porque no apartaba la mirada de la pantalla, apenas pestañeaba y sujetaba el cojín con fuerza contra su pecho.
Fue entonces cuando me di cuenta de que hablaban en español.
-Mamá...
-Concha Velasco-respondió-. Fue una gran actriz. Un sólo Goya. El de honor. En mi puto país lo hacen todo mal-negó con la cabeza con expresión reprobatoria. Me las acabé apañando para que me acogiera entre sus brazos y me explicara de qué iba la serie de las ancianas que vivían solas y que se llevaban, de vez en cuando y si había suerte, a hombres que casi les doblaban la edad a mis padres a casa. Claro que tampoco podían aspirar a mucho.
La televisión se tragó la mañana.
-He estado pensando-murmuró tras apagarla- que tal vez te viniera bien cambiar de aires.
-¿Has reconsiderado lo de intercambiarme con Diana?
-No. Cambiar de aires, no de tierra-puso los ojos en blanco-. Vas a ir a buscarla.
-No quiero ir a buscar a una puta cría a la que no quieren en casa.
Me cruzó la cara antes incluso de que me diera cuenta de que había llevado la pelea hasta un límite y lo había traspasado sin darse cuenta.
-Noemí quiere a su hija. Y vas a ir a por ella. Me da igual en qué grado de depresión te creas que estás-gruñó, y yo me tragué una contestación, porque ya me ardía bastante una mejilla, no necesitaba que la otra se incendiase también-. Es por tu bien.
También le daban a la gente enferma la eutanasia por su bien. Claro que los que se morían no eran quienes decían que era por su bien.
-Te vendrá bien distraerte, y el viaje es bastante largo.
-Me pondré a pensar.
-Pues ponte música.
-La música me deprime.
-Nadie ha dicho que tengas que escuchar a tus tíos-replicó ella, alzando las cejas. Sabía de sobra que la música de “mis tíos” era pasable, y que no la escuchaba a menos que me saliera en aleatorio.
No, no podía escuchar nada por la sencilla razón de que ya había exprimido hasta la saciedad cada compás de cada canción en mi iPod...
… con Megan a mi lado, tumbada en la cama o sentados en cualquier lugar, compartiendo auriculares o con el sonido saliendo por algunos altavoces y acariciando su precioso cuerpo.
Pero, claro, no podía decírselo so pena de conseguir que me gritase, y ya era lo único que me faltaba, de manera que me preparé para un viaje tan deseado como deseable en bus, ya que a) era demasiado joven para conducir y b)nadie en casa se fiaba de mí lo suficiente como para llevar un coche.
Eso sí, en unos meses debía escoger una carrera que condicionase mi futuro, pero, eh, sin presiones.
Creo que no hace falta que diga que acabé en la terminal del aeropuerto con ganas de arrancarle la cabeza a alguien, pero conseguí controlarme. Me senté en uno de los bancos atestados de turistas y examiné las últimas fotos que encontré de Diana por Internet: lo último que me faltaba era no reconocerla y dejar que alguien se la llevara a sabe Dios dónde.
Por fin, después de lo que parecieron años y años esperando a que alguien me dijera algo, una voz ligeramente metálica y omnipresente nos comunicó a mí y a todos los que estuviéramos interesados en oírlo que los pasajeros del vuelo (dos millones de letras) procedente de Nueva York saldrían por la puerta 83.
Lo cual era en el otro extremo de la terminal.
Me tomé mi tiempo para llegar al lugar; con todo, fui de los primeros. O los neoyorquinos no tenían familia en Inglaterra, o eran tan imbéciles que ni los ingleses queríamos aguantarlos más de lo necesario (y sospechaba que era lo último).
El pasillo se fue llenando, los murmullos fueron creciendo y los carteles en el aire se convirtieron en abrazos de emoción incontenible.
Mi paquete fue de los últimos en salir, arrastrando un par de maletas más grandes que ella, con gafas de sol tapándole los ojos y una decena de personas girándose a medida que iba pasando a su lado... la verdad era que no era para menos: su falda y su camiseta dejaban poco a la imaginación, siendo más propias de verano que de otoño, y de un verano Caribeño, no de uno normal inglés.
Detrás de sus gafas de sol se intuían unos ojos inquietos, buscando seguramente a mi padre, o a mi madre, esperando que lo mejor de la casa Tomlinson hubiera ido a recogerla. Por desgracia, tendría que conformarse conmigo.
Se detuvo un segundo, escudriñando el ambiente. Sí, conocía el aeropuerto, y sí, más o menos sabía por dónde tenía que ir, pero no con quién.
Su mirada se detuvo en cada rostro;sus cejas se alzaban un milímetro más a medida que no reconocía a nadie.
Hasta que, finalmente, le tocó al mío.
A pesar de que estábamos lejos, percibí una ligera chispa de alivio al comprobar que no se habían olvidado de ella; debía de ser muy duro creerlo en un país extraño, especialmente si estás acostumbrada a caminar con poca ropa por una pasarela y que todo el mundo se fije en ti.
Se acercó a mí con paso decidido, el patentado por las modelos de Victorias Secret, que debían hacerse respetar con sus andares, porque eso de caminar en ropa interior delante de todo el mundo... no.
-¿Thomas?-inquirió, como si no me hubiera visto en su miserable vida y le aburriera sobremanera tenerme delante.
-¿Diana?-repliqué en el mismo tono, pues a aquel juego podían jugar dos.
Su boca se curvó en una sonrisa; fue entonces cuando me fijé en lo apetecibles que eran sus labios.
-¿No me has visto en las pasarelas?-espetó, poniendo una mano en su cadera y bajándose las gafas un poco más.
Mis pulmones protestaron por la vista de sus ojos un segundo; luego,volvieron a funcionar con normalidad.
-¿Y tú no has visto a mi padre en mí?-contesté, devolviéndole la sonrisa cínica. La suya se amplió; disimulaba una risita.
Se quedó allí parada un rato, observándome de arriba a abajo, seguramente decidiendo que no estaba mal para protagonizar con ella una portada subida de tono. Le agradecí internamente a mi madre el haberme obligado a ir a buscarla; no todos los días quieres follarte a una (casi) desconocida en un aeropuerto, sin importarte que puedas ir a la cárcel por ello.
-Hola-saludé por fin, después de constatar que, si no movía ficha, nos quedaríamos allí hasta echar raíces. Ella se quitó, por fin, las gafas de sol, dejándoselas de diadema para seguir contemplando cada poro de mi piel.
Mis pulmones volvieron a protestar, pero conseguí controlarlos en el último momento.
-Esto va a ser divertido-susurró en un tono lascivo que fue como una chispa en un montón de pólvora en mi interior.
Tío, tienes que contorlarte.
Fingí no haberla oído y le señalé la maleta.
-¿Quieres que te ayude con eso?
-Oh, qué bien. Un digno caballero inglés. Me ha tocado el solo de la Superbowl.-contestó en un tono en el que se notaba un toque de agradecimiento, y me empujó la maleta más pesada de todas, con la que se había peleado para llegar hasta donde ahora estaba.
Me aseguré de tenerla bien agarrada y la conduje a la salida, donde el sol le besó la melena rubia, arrancando destellos que bien podían competir con él. Escuchando sus pasos detrás de mí, me dirigí a la primera parada de taxis que encontré, decidido a hacerles pagar a mis padres el haberme enviado a la vanguardia de la batalla sin avisarme de lo que estaba por llegar.
Le entregó su maleta al taxista, que no se cortó en devorarla con la mirada cual kebab, y se metió en el coche dejando que sus largas piernas entrasen dos años antes que ella. Durante el proceso, me dedicó una mirada por encima de sus pestañas que me recordó mucho a la de Harry.
Pero había una diferencia: todo lo que en su padre era bueno y puro, en ella era malo, y estaba corrupto.
Y, dios, cómo me gustaba.
El trayecto de vuelta a casa fue el más largo de mi vida,a pesar de que duró menos que el de ida. Mi cuerpo se debatía entre lo que me apetecía hacer y lo que no quería que me pasase:dos cosas que venían de la mano, en un pack indivisible.
Eso sí, me harté de mirarla.. De vez en cuando, ella volvía la cabeza para echarle un vistazo a la autopista que acabábamos de dejar atrás.
Era el único momento en el que yo apartaba los ojos de ella. Joder, qué piernas. Eran las más largas que había visto en mi vida. Y qué tetas. Me picaban las manos, y sospechaba que ellas tenían la respuesta a mi pregunta.
Y qué manos. No podía dejar de pensar en qué se sentiría sintiendo sus uñas clavándose en mi espalda mientras sus piernas me rodeaban la cintura y probaba esos labios tan apetecibles, y me hundía en aquellos océanos contaminados de verde y de descaro...
En una de esas, Diana se dio la vuelta para inspeccionar algo que no debía de haber en Nueva York. Y me cazó mirándola (porque no había puesto demasiado empeño en apartar la vista y porque ella era un planeta y yo un meteorito que no hacía más que deslizarse hacia él sin remedio, atraído por su gravedad). Sus ojos verdes se encontraron con los míos, y la temperatura del taxi ascendió varios grados. Alzó una ceja.
-¿Tengo monos en la cara?-espetó, y yo no pude por más que reírme y apartar, de mala gana, la vista, y concentrarme en la ventanilla.
Cada vez me apetecía más y más tirármela, incluso allí mismo, y lo habría hecho de no saber con seguridad que mamá me mataría al enterarse y papá me despellejaría vivo.
Se podría decir que, cuando llegamos a casa, me cabreó el hecho de que nadie me estuviera esperando con una medalla ni nada por el estilo para premiarme mi autocontrol y mi comportamiento. Me lo merecía más que los pavos que corrían 100 metros en menos de 10 segundos, no me jodas.
El taxista se quedó en el coche después de que Diana insistiera en que podía con su maleta, o, mejor aún, que yo podía llevarla (encima me puteaba, es que joder, la tía me conocía). Me obligué a abrir la puerta con la espalda y bramé:
-¡Ya estamos aquí!
Mamá se asomó al salón desde el piso de arriba,le dedicó una amplia sonrisa a Diana y la saludó. Ella le devolvió el saludo en un tono más cortante: estaba claro que preferiría no estar allí.
Bajó las escaleras al trote (pero no lo bastante rápido como para no darme cuenta de que se había arreglado y cambiado de ropa), le dio un beso en la mejilla, la abrazó y le dijo que se sintiera libre de hacer lo que quisiera (como follarse a su primogénito), que en seguida volvía con nosotros (el tiempo justo para uno rápido), y que su habitación estaba en la parte de arriba (mm), que la habíamos decorado a su gusto (igual que la habían hecho a ella: a mi gusto) y que se sintiera como en casa (y en las casas se hacen cosas sucias).
Por fin, después de ese ataque de maternidad, mamá se volvió hacia mí.
-Trae sus cosas, después las subiremos y...
Diana la interrumpió con voz incrédula.
-¿Qué clase de dialecto satánico estás hablando?
Vaya, si podía sonar inocente.
Joder, qué bien me lo iba a pasar.
-¿No hablas español?-preguntó mi madre; no sabría decir cuál de las dos estaba más estupefacta. Diana negó con la cabeza; sus párpados cayeron por el peso de sus inmensas pestañas.
-No.
-Esto va a ser divertido-repliqué yo en la lengua de mi madre; ella me miró y alzó una ceja.
Seguramente me viese venir pero, por primera vez en mi vida, me daba lo mismo. Por primera vez en casi un año, no tenía que preocuparme de lo que pasaría la semana, el mes, el año siguiente: me bastaba con la hora siguiente, y tenía un objetivo claro: conquistar América.


Eso han sido 12 folios de capítulo. Para que luego te quejes de que soy una lenta de mierda ü (en el fondo tienes razón).


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