lunes, 16 de febrero de 2015

Reinar.

El enjambre de bichos blancos, azules y rojos pareció ir aumentando a medida que yo me deslizaba, casi sin control, por el techo de aquel edificio emblemático que lo había cambiado todo y que tantos problemas les había generado a los de mi clase.
De repente, el suelo se había dejado de mover, y notaba claramente cómo eran mis pies los que me llevaban de un lado a otro, y no los que me mantenían en una posición estática a pesar de mi movimiento.
Angelica también se había hecho dueña de sus giros, sus ascensos y bajadas, y giraba en espiral sobre mí, tan alto como un águila, en unos círculos amplios como los de un buitre.
Notaba su sonrisa cínica riéndose de mí desde las alturas, a pesar de que no podía verla.
Reduje la velocidad hasta casi detenerme, me senté en el borde del edificio y reflexioné un momento. ¿Qué sucedería si me mataban? Estaba claro que los polis tendrían armas; de no ser así, no servían de nada. No eran rivales para mis piernas, Louis lo sabía, Angelica lo sabía, Perk lo sabía (si es que estaba estudiando mis movimientos y tratando de adivinar mi estrategia, lo cual era bastante probable), todos lo sabíamos.
Al igual que conocíamos las altas posibilidades que había de que nadie me hiciera nada en ese entorno, que no sufriera más daños que pequeños moratones, si estuviéramos hablando de una situación normal. Pero, claro, ¿qué tenía de normal estar encerrada en una caja minúscula, que me cabía en la palma de la mano, y que contenía una ciudad entera, con sus correspondientes habitantes y quehaceres diarios, con cada calle llena de farolas y cada acera abarrotada de transeúntes que tenían poco, o nada, que hacer con sus vidas?
Me deslicé hacia delante un momento. Angelica descendió varios metros, como adivinando que pretendía poner a prueba los límites de aquella simulación. No podía ser yo la que estaba dentro; no cabía, no había espacio, no me podía pasar nada, y necesitaba averiguar si me podían hacer daño sin darle el placer de preguntarlo, y dejar claro que desconocía el funcionamiento de aquella cosa que era mi cárcel de dimensiones apoteósicas a pesar de ser diminuta.
No lo hagas, Cyn gruñó el dios Louis, con su voz manando de todas partes y ninguna a la vez.
-La runner cree que puede sobrevivir a la caída-en el tono de Angelica había un deje socarrón que me hizo desear tener alas y poder escalar el aire, simplemente el aire, para destrozarle la cara y dejarla calva. La perspectiva de ofrecerle su cabeza a los demás runners como muestra de que yo aún era de fiar no parecía tan repulsiva y poco inteligente, después de todo.
Podría recuperar mis adeptos y ganarme algunos nuevos. No estaría mal.
-¿Qué le puede pasar?-inquirió una voz diferente, que no se había manifestado hasta entonces: Perk había abandonado su sesión de exploración y estaba mirándome. Lo notaba. Sentía su apoyo, su curiosidad por ver qué hacía, su deseo de que no la cagara.
Pero, sobre todo, sentía la furia que ardía más allá de su voz por tener que preguntarles algo a los ángeles, por no llevarles ventaja y permitir que ellos supieran que él lo sabía.
-Se quedaría aquí encerrada para siempre. Todos con los que se van a enfrentar están ahí encerrados. Murieron en alguna sesión de entrenamiento.
Los nudillos se me pusieron blancos cuando me empujé de vuelta a la seguridad de la totalidad de la azotea. Vale, nada de heridas, nada de tiros, nada de caídas.
La sonrisa que dibujó mi movimiento en el rostro de Angelica carecía de precio, y podría ser exhibida en cualquier museo como pieza estrella de la exposición más prestigiosa del mundo.
-Wolf me matará si no te llevo a casa, Kat-me animó Perk, y sus palabras se hincharon en mi pecho y me hicieron entender que, quedándome allí parada, no iba a ganarme mi libertad hacía tiempo perdida, ni la salvación de los que quería, ni la venganza que le había jugado a los restos mortales de mi hermana. Me incorporé despacio, pendiente siempre de la referencia de las luces y las sirenas que llegaban hasta lo alto de aquel edificio, y preguntándome, por vez primera en mi vida, si sería capaz de cruzar el puente, o pasar por la policía y vivir para contarlo.
-Empezaremos por algo simple: están avisados de que vienes,pero no saben dónde estás. Debes cruzar al otro lado de la ciudad y llegar hasta tu Base. Sólo así podrás volver con nosotros-me lo imaginé mordiéndose el labio ante esa última palabra: seguro que habría dicho “conmigo” de no estar Perk a su lado y saber que se arriesgaba bastante más que abrazarme de nuevo: la confianza del otro runner, la otra voz que apoyaría mi teoría de que no todos los ángeles eran malos y que no todos apoyaban al Gobierno. Sorprendentemente, Perk era tan necesario como yo.
Mis piernas respondieron a un pensamiento que mi mente no terminó de parir hasta que no estuve en el aire. Había cogido carrerilla, me había impulsado con todas mis fuerzas y me había encogido para ocupar menos y permitirme llegar más lejos. No debería costarme mucho alcanzar el hierro: ya lo había hecho, estaba allí, más allá de la punta de mis dedos, sólo tenía que estirarme y agarrarlo...
...pero olvidaba que la práctica era la mejor amiga de la suerte y que aquellos saltos habían sido cosa de un pasado que, aunque cercano, no dejaba de ser eso: pasado.
Ya no era tan ágil.
Ya no era tan rápida.
Ya no daba los saltos que me habían ganado mi apodo.
Ya no era una gata, sino una sombra: era rápida, pero siempre, siempre, estaba en el suelo.
-No-susurré, y el monosílabo se fue incrementando en mi mente como un eco en las montañas. No había llegado hasta allí para nada, no había sobrevivido a tanto para fallar en el primer salto, no había dejado que los demás pájaros estudiaran mis habilidades para ahora quedarme encerrada en una caja, a la espera de que algún ángel falto de entrenamiento necesitase de un runner con el que practicar su caza.
Angelica fue, también, demasiado lenta. No supe a qué achacarlo, si a la falta de sueño o a las pocas ganas que tenía de trabajar conmigo; la realidad era que, sencillamente, no llegó hasta mí. Sus manos rozaron las mías, pero había cerrado el puño tarde y yo ya estaba un metro por debajo de mi posición original.
Nadie gritó; nadie murmuró ni siquiera mi nombre mientras el saliente del puente se alejaba de mí, ascendiendo a la misma velocidad que la calle... quise que me sacaran de allí, tenía que haber la forma de que me sacaran antes de tocar el suelo y matarme, pero, ¿por qué no lo hacían?
Giré en el aire, cambiando el plano precioso del puente creciente al plano más bello aún de la calle que subía como la espuma.
No puedo acabar así, me niego, no.
Pero la calle subía, y yo bajaba, y me quedarían 4 segundos, 5 como mucho, y tenía que cerrar los ojos, porque daba mala suerte ver cómo te reventabas, porque ya había visto a muchos morir ante mis ojos, y no quería ser yo mi última visión de la muerte, así que cerré los ojos, pero los párpados protestaban por el aire que intentaba abrírmelos, y me puse los brazos cruzados y esperé la explosión que siempre, siempre, acompañaba al aire gélido ascendente, y trataba de compensar el poco movimiento de sus partículas con una inyección descomunal de otras.
Seguía cayendo.
Y cayendo.
Y cayendo.
No podía estar tan lejos del suelo.
Seguía cayendo.
Empezaron los tiros.
¿Por qué me disparan? ¿No ven que voy a morir de todas formas? ¿Por qué malgastar balas?
Tal vez sea como un saco de boxeo, o un plato al que disparan para ganar puntos...
Sentí una bala pasarme entre las piernas, y su silbido cuando me rozó el oído, sin llegar a tocármelo.
Instintivamente me giré, y noté un dolor indescriptible en el flanco, en un músculo que nunca había sentido hasta entonces. Me llevé la mano a ese lugar, perdiendo el control de mis giros una vez más, para descubrir que no me dolía el costado, ni la espalda, que el dolor venía de un punto por encima, que no existía hasta un segundo entonces.
Abrí los ojos.
La calle se deslizaba igual que una serpiente de alquitrán por debajo de mí, pero de manera paralela; no nos acercábamos, ni tampoco nos alejábamos.
Una sombra apareció por el asfalto, volviéndolo un poco más negro. Levanté la mirada: Angelica batía las alas a toda velocidad, vigilándome a mí y vigilando mi recorrido.
Angelica estaba batiendo las alas...
Agaché la cabeza y miré por debajo de mi brazo a lo que había encima, cada vez entendiendo menos. ¿Había desarrollado cohetes en los pies?
¿Había llamado a los antiguos poderes del mundo, había resucitado aquella magia ancestral?
Un suave haz de luz azul celeste se agitaba a mi espalda; la parte que me había dolido aparecía ligeramente ennegrecida y doblada, y con cada agitación, una suave dolor me recordó lo que había allí.
Tenía alas.
Estaba volando.
Estaba volando yo.
-¿Qué...?-susurré, sin poder creérmelo, empezando a balancearme a medida que me hacía consciente de que mi eterna caída la controlaba yo.
-Así te salvaste la primera vez-susurró una voz en mi oído, una voz ronroneante, y yo me estremecí y casi me estrellé contra un camión, de no haber conseguido girar, sin saber muy bien cómo, en el último momento-. Tenías la bola, no querías morir, y la bola no lo permitió.
-Es una máquina que entrena a ángeles, runner, ¿qué esperabas?-se rió Angelica sobre mí, pero el tono condescendiente había desaparecido.
Claro, el color de mis alas era el mismo que el de las corrientes de lava de la bola que le había robado a aquel policía...
-Ella te da alas, Cyn. Son parte de ti. Aparecen cuando las llamas, te sirven cuando las necesitas... y no te duelen como nos duelen las nuestras-continuó Louis en mi oído, en el tono íntimo de quien cuenta un secreto evidente-. Son ligeras por estar hechas de luz.
Hechas de luz...
Son muy bonitas pensé. No tanto como las de él, ni tan suaves, ni majestuosas, pero... joder, lo que iba a poder hacer con ellas.
-Yo fui el primero en nacer con alas, y tú eres la primera runner que consigue unas. ¿No es gracioso, bombón? Si no lo conseguimos tú y yo, no lo va a conseguir nadie.
Una sonrisa colonizó mi cara. Podía volar. Ya no debía temer a las caídas.
Ya no había que tener miedo de que nos masacraran, porque éramos inmunes.
Ya no había que esquivar las balas, sino ponerse lejos de su alcance.
Dominaríamos el Gobierno. Lo destruiríamos desde arriba. Lo reduciríamos a escombros a base de eliminar su techo, no sus cimientos.

Por primera vez en toda nuestra historia, los runners llevábamos las de ganar. Ya no se trataba de sobrevivir; ahora contaba reinar.

4 comentarios:


  1. Hola, disculpa que entre al psot del blog y te diga que: Te he nominado a un premio en mi blog, siguiendo este link: te vas a enterar de los requisitos. -->
    http://burbujaestrellasymariposas.blogspot.com.ar/2015/02/otro-premio-best-bloggers-3.html
    Gracias y de nuevo disculpas. Saludos. :3

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    1. ¡Hola, corazón! Para empezar, no es molestia ninguna. Y, en segundo lugar, muchísimas gracias por tu nominación. Me siento súper halagada :D Un beso muy muy fuerte ♥

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