El enjambre de
bichos blancos, azules y rojos pareció ir aumentando a medida que yo
me deslizaba, casi sin control, por el techo de aquel edificio
emblemático que lo había cambiado todo y que tantos problemas les
había generado a los de mi clase.
De repente, el
suelo se había dejado de mover, y notaba claramente cómo eran mis
pies los que me llevaban de un lado a otro, y no los que me mantenían
en una posición estática a pesar de mi movimiento.
Angelica también
se había hecho dueña de sus giros, sus ascensos y bajadas, y giraba
en espiral sobre mí, tan alto como un águila, en unos círculos
amplios como los de un buitre.
Notaba su sonrisa
cínica riéndose de mí desde las alturas, a pesar de que no podía
verla.
Reduje la velocidad
hasta casi detenerme, me senté en el borde del edificio y reflexioné
un momento. ¿Qué sucedería si me mataban? Estaba claro que los
polis tendrían armas; de no ser así, no servían de nada. No eran
rivales para mis piernas, Louis lo sabía, Angelica lo sabía, Perk
lo sabía (si es que estaba estudiando mis movimientos y tratando de
adivinar mi estrategia, lo cual era bastante probable), todos lo
sabíamos.
Al igual que
conocíamos las altas posibilidades que había de que nadie me
hiciera nada en ese entorno, que no sufriera más daños que pequeños
moratones, si estuviéramos hablando de una situación normal. Pero,
claro, ¿qué tenía de normal estar encerrada en una caja minúscula,
que me cabía en la palma de la mano, y que contenía una ciudad
entera, con sus correspondientes habitantes y quehaceres diarios, con
cada calle llena de farolas y cada acera abarrotada de transeúntes
que tenían poco, o nada, que hacer con sus vidas?
Me deslicé hacia
delante un momento. Angelica descendió varios metros, como
adivinando que pretendía poner a prueba los límites de aquella
simulación. No podía ser yo la que estaba dentro; no cabía, no
había espacio, no me podía pasar nada, y necesitaba averiguar si me
podían hacer daño sin darle el placer de preguntarlo, y dejar claro
que desconocía el funcionamiento de aquella cosa que era mi cárcel
de dimensiones apoteósicas a pesar de ser diminuta.
No lo hagas, Cyn
gruñó el dios Louis, con su voz manando de todas partes y ninguna a
la vez.
-La runner cree que
puede sobrevivir a la caída-en el tono de Angelica había un deje
socarrón que me hizo desear tener alas y poder escalar el aire,
simplemente el aire, para destrozarle la cara y dejarla calva. La
perspectiva de ofrecerle su cabeza a los demás runners como muestra
de que yo aún era de fiar no parecía tan repulsiva y poco
inteligente, después de todo.
Podría recuperar
mis adeptos y ganarme algunos nuevos. No estaría mal.
-¿Qué le puede
pasar?-inquirió una voz diferente, que no se había manifestado
hasta entonces: Perk había abandonado su sesión de exploración y
estaba mirándome. Lo notaba. Sentía su apoyo, su curiosidad por ver
qué hacía, su deseo de que no la cagara.
Pero, sobre todo,
sentía la furia que ardía más allá de su voz por tener que
preguntarles algo a los ángeles, por no llevarles ventaja y permitir
que ellos supieran que él lo sabía.
-Se quedaría aquí
encerrada para siempre. Todos con los que se van a enfrentar están
ahí encerrados. Murieron en alguna sesión de entrenamiento.
Los nudillos se me
pusieron blancos cuando me empujé de vuelta a la seguridad de la
totalidad de la azotea. Vale, nada de heridas, nada de tiros, nada de
caídas.
La sonrisa que
dibujó mi movimiento en el rostro de Angelica carecía de precio, y
podría ser exhibida en cualquier museo como pieza estrella de la
exposición más prestigiosa del mundo.
-Wolf me matará si
no te llevo a casa, Kat-me animó Perk, y sus palabras se hincharon
en mi pecho y me hicieron entender que, quedándome allí parada, no
iba a ganarme mi libertad hacía tiempo perdida, ni la salvación de
los que quería, ni la venganza que le había jugado a los restos
mortales de mi hermana. Me incorporé despacio, pendiente siempre de
la referencia de las luces y las sirenas que llegaban hasta lo alto
de aquel edificio, y preguntándome, por vez primera en mi vida, si
sería capaz de cruzar el puente, o pasar por la policía y vivir
para contarlo.
-Empezaremos por
algo simple: están avisados de que vienes,pero no saben dónde
estás. Debes cruzar al otro lado de la ciudad y llegar hasta tu
Base. Sólo así podrás volver con nosotros-me lo imaginé
mordiéndose el labio ante esa última palabra: seguro que habría
dicho “conmigo” de no estar Perk a su lado y saber que se
arriesgaba bastante más que abrazarme de nuevo: la confianza del
otro runner, la otra voz que apoyaría mi teoría de que no todos los
ángeles eran malos y que no todos apoyaban al Gobierno.
Sorprendentemente, Perk era tan necesario como yo.
Mis piernas
respondieron a un pensamiento que mi mente no terminó de parir hasta
que no estuve en el aire. Había cogido carrerilla, me había
impulsado con todas mis fuerzas y me había encogido para ocupar
menos y permitirme llegar más lejos. No debería costarme mucho
alcanzar el hierro: ya lo había hecho, estaba allí, más allá de
la punta de mis dedos, sólo tenía que estirarme y agarrarlo...
...pero olvidaba
que la práctica era la mejor amiga de la suerte y que aquellos
saltos habían sido cosa de un pasado que, aunque cercano, no dejaba
de ser eso: pasado.
Ya no era tan ágil.
Ya no era tan
rápida.
Ya no daba los
saltos que me habían ganado mi apodo.
Ya no era una gata,
sino una sombra: era rápida, pero siempre, siempre, estaba en el
suelo.
-No-susurré, y el
monosílabo se fue incrementando en mi mente como un eco en las
montañas. No había llegado hasta allí para nada, no había
sobrevivido a tanto para fallar en el primer salto, no había dejado
que los demás pájaros estudiaran mis habilidades para ahora
quedarme encerrada en una caja, a la espera de que algún ángel
falto de entrenamiento necesitase de un runner con el que practicar
su caza.
Angelica fue,
también, demasiado lenta. No supe a qué achacarlo, si a la falta de
sueño o a las pocas ganas que tenía de trabajar conmigo; la
realidad era que, sencillamente, no llegó hasta mí. Sus manos
rozaron las mías, pero había cerrado el puño tarde y yo ya estaba
un metro por debajo de mi posición original.
Nadie gritó; nadie
murmuró ni siquiera mi nombre mientras el saliente del puente se
alejaba de mí, ascendiendo a la misma velocidad que la calle...
quise que me sacaran de allí, tenía que haber la forma de que me
sacaran antes de tocar el suelo y matarme, pero, ¿por qué no lo
hacían?
Giré en el aire,
cambiando el plano precioso del puente creciente al plano más bello
aún de la calle que subía como la espuma.
No puedo acabar
así, me niego, no.
Pero la calle
subía, y yo bajaba, y me quedarían 4 segundos, 5 como mucho, y
tenía que cerrar los ojos, porque daba mala suerte ver cómo te
reventabas, porque ya había visto a muchos morir ante mis ojos, y no
quería ser yo mi última visión de la muerte, así que cerré los
ojos, pero los párpados protestaban por el aire que intentaba
abrírmelos, y me puse los brazos cruzados y esperé la explosión
que siempre, siempre, acompañaba al aire gélido ascendente, y
trataba de compensar el poco movimiento de sus partículas con una
inyección descomunal de otras.
Seguía cayendo.
Y cayendo.
Y cayendo.
No podía estar tan
lejos del suelo.
Seguía cayendo.
Empezaron los
tiros.
¿Por qué me
disparan? ¿No ven que voy a morir de todas formas? ¿Por qué
malgastar balas?
Tal vez sea como un
saco de boxeo, o un plato al que disparan para ganar puntos...
Sentí una bala
pasarme entre las piernas, y su silbido cuando me rozó el oído, sin
llegar a tocármelo.
Instintivamente me
giré, y noté un dolor indescriptible en el flanco, en un músculo
que nunca había sentido hasta entonces. Me llevé la mano a ese
lugar, perdiendo el control de mis giros una vez más, para descubrir
que no me dolía el costado, ni la espalda, que el dolor venía de un
punto por encima, que no existía hasta un segundo entonces.
Abrí los ojos.
La calle se
deslizaba igual que una serpiente de alquitrán por debajo de mí,
pero de manera paralela; no nos acercábamos, ni tampoco nos
alejábamos.
Una sombra apareció
por el asfalto, volviéndolo un poco más negro. Levanté la mirada:
Angelica batía las alas a toda velocidad, vigilándome a mí y
vigilando mi recorrido.
Angelica estaba
batiendo las alas...
Agaché la cabeza y
miré por debajo de mi brazo a lo que había encima, cada vez
entendiendo menos. ¿Había desarrollado cohetes en los pies?
¿Había llamado a
los antiguos poderes del mundo, había resucitado aquella magia
ancestral?
Un suave haz de luz
azul celeste se agitaba a mi espalda; la parte que me había dolido
aparecía ligeramente ennegrecida y doblada, y con cada agitación,
una suave dolor me recordó lo que había allí.
Tenía alas.
Estaba volando.
Estaba volando yo.
-¿Qué...?-susurré,
sin poder creérmelo, empezando a balancearme a medida que me hacía
consciente de que mi eterna caída la controlaba yo.
-Así te salvaste
la primera vez-susurró una voz en mi oído, una voz ronroneante, y
yo me estremecí y casi me estrellé contra un camión, de no haber
conseguido girar, sin saber muy bien cómo, en el último momento-.
Tenías la bola, no querías morir, y la bola no lo permitió.
-Es una máquina
que entrena a ángeles, runner, ¿qué esperabas?-se rió Angelica
sobre mí, pero el tono condescendiente había desaparecido.
Claro, el color de
mis alas era el mismo que el de las corrientes de lava de la bola que
le había robado a aquel policía...
-Ella te da alas,
Cyn. Son parte de ti. Aparecen cuando las llamas, te sirven cuando
las necesitas... y no te duelen como nos duelen las nuestras-continuó
Louis en mi oído, en el tono íntimo de quien cuenta un secreto
evidente-. Son ligeras por estar hechas de luz.
Hechas de luz...
Son muy bonitas
pensé. No tanto como las de él, ni tan suaves, ni majestuosas,
pero... joder, lo que iba a poder hacer con ellas.
-Yo fui el primero
en nacer con alas, y tú eres la primera runner que consigue unas.
¿No es gracioso, bombón? Si no lo conseguimos tú y yo, no lo va a
conseguir nadie.
Una sonrisa
colonizó mi cara. Podía volar. Ya no debía temer a las caídas.
Ya no había que
tener miedo de que nos masacraran, porque éramos inmunes.
Ya no había que
esquivar las balas, sino ponerse lejos de su alcance.
Dominaríamos el
Gobierno. Lo destruiríamos desde arriba. Lo reduciríamos a
escombros a base de eliminar su techo, no sus cimientos.
Por primera vez en
toda nuestra historia, los runners llevábamos las de ganar. Ya no se
trataba de sobrevivir; ahora contaba reinar.
ResponderEliminarHola, disculpa que entre al psot del blog y te diga que: Te he nominado a un premio en mi blog, siguiendo este link: te vas a enterar de los requisitos. -->
http://burbujaestrellasymariposas.blogspot.com.ar/2015/02/otro-premio-best-bloggers-3.html
Gracias y de nuevo disculpas. Saludos. :3
¡Hola, corazón! Para empezar, no es molestia ninguna. Y, en segundo lugar, muchísimas gracias por tu nominación. Me siento súper halagada :D Un beso muy muy fuerte ♥
EliminarMe ha entretenido :)
ResponderEliminarun besito
Me alegro mucho, Shine :D
EliminarUn beso ü