lunes, 11 de abril de 2016

El miedo va a cambiar de bando.

Estás a punto de leer, literalmente, 20 folios de una sentada porque estoy jodidamente enferma de la cabeza, y me he planteado la duda de si preferirías leer menos, pero más a menudo (por ejemplo, en lugar de 20 páginas al mes, 10 cada 15 días), o continuar como hasta ahora, así que si pudieras contestar esta encuesta, te lo agradecería un montón.
Y ahora, que lo disfrutes ♥


Aún no sé cómo conseguí no vomitar. Apenas el coche de Niall había doblado una esquina e, ignorando el semáforo que le indicaba que se detuviera, había serpenteado hasta incorporarse al tráfico, Tommy me susurró al oído que  vigilara, que se iba a llevar a Diana a dar una vuelta.
               -Perdóname por dejarte de canguro otra vez.
               -Tendrás suerte si no me acabo tirando a tu hermana sólo por putearte-quise replicar yo, pero sólo me salió poner los ojos en blanco y hacerle un gesto con la cabeza que significaba claramente “vete a morrearte con tu demonio lejos de mi vista, deprisita”.
               Eleanor miró cómo se marchaban sin mediar palabra. Diana, que había sido todo mimos durante el paseo, sólo la miró por encima del hombro una vez. Y porque quería ver mi cara de mala hostia, y advertirme de que no se me ocurriera hacer nada con ella en su ausencia.
               Me entraron todavía más ganas de repetir lo de la noche anterior, pero no llegaba a esos niveles de hijo de puta.
               -Tu hermano tiene talento para elegirte las cuñadas.
               -Yo estoy bastante más fina-respondió, cruzándose de brazos y encogiéndose un poco sobre sí misma-. Además, no es tan mala como tú crees.
               -Dios, Eleanor, no me voy a pelear contigo también, ¿vale?
               Siguió contemplando la otra esquina, de la que no paraban de salir coches. El viento hacía ondear sus mechones de pelo cual bandera. Se le quedó uno pegado en el labio, y se lo relamió, intentando apartárselo. Fui yo el que se lo quité.
               Me miró a los ojos mientras lo hacía y me percataba de la pequeña hendidura que hacía su labio justo debajo de la nariz. Nunca me había fijado, y eso que la veía prácticamente cada día.
               Me miró con esos ojos de gacela dispuesta a hacerte echar la carrera de tu vida, y entreabrió un poco los labios.
               -Scott…
               No era de noche. No estaba borracho. No estábamos solos. No estábamos a oscuras.
               Y, aun así, me encantó cómo dijo mi nombre. Tanto, que tuve que contenerme para no pedirle que lo dijera así otra vez.
               Estaba tan mal…
               -Scott…-repitió. Debería haberle dicho que ya sabía cómo me llamaba, pero me sentía en un trance. Me estaba bautizando a niveles místicos; el estómago se me retorcía, recordando cómo había sonado mi nombre la última vez que alguien me hizo sentir algo así.
               -Mm-la invité a seguir. Algo en mi pecho le pedía que se pasara la tarde diciendo mi nombre, como Hodor en Juego de Tronos, que repetía la única palabra en bucle una, y otra, y otra vez.
               -Gracias por lo de anoche.
               -Fue un placer.
               -Me refiero a todo.
               -Yo también.
               Sus ojos corrieron a mis labios, y se me secó la boca, y ella era una fuente, y tenía mucha sed.

               Se puso de puntillas. Yo di un paso hacia ella.
               -¿Qué me estás haciendo, niña?
               Sonrió un poco, yo me incliné hasta sentir su respiración en mi boca.
               -Lo mismo que tú.
               Fue ella la que me besó a mí. Como el día anterior. Dios, me encantaba que tomasen la iniciativa. Me volvía loco.
               También fue tímida. Si tuviera mi perfil psicológico y se lo estudiara durante años, no podría saber tan bien qué era lo que me gustaba.
               Van a acabar matándome por tu culpa.
               Dios, el hermano de Tommy soy yo.
               Se separó de mí y se relamió la boca. A mí me costaba respirar, pero hacía lo que podía. Se rió suavemente, me limpió un poco de pintalabios de la boca, y clavó sus ojos de gacela en mí.
               -No pensé que lo fuéramos a repetir.
               -Yo tampoco.
               Y ahora tenía más ganas. Era como cuando comes una patata frita; en cuanto pruebas una, quieres la bolsa. En cambio, si sólo miras, no tienes que comértelo todo.
               ¿Qué demonios? ¿Cuáles eran las posibilidades de que su madre saliera en ese preciso momento y nos pillara? ¿Cuáles eran las probabilidades de que lo hiciera Tommy? ¿Se lo tomaría mal de verdad? ¿Estábamos haciendo algo tan malo, después de todo?
               Una cosa era liarse con ella por la noche, cuando estaba fuera de sí y no podía elegir, pero otra muy distinta era pararle los pies cuando tonteaba conmigo si yo también quería tontear con ella.
               Las palabras de mi madre resonaron en mi cabeza con ecos celestiales. Si ella lo quería, y yo también, y ella me lo daba, yo no estaba robando nada.
               Así que, esta vez, tomé yo la iniciativa, y noté cómo sonreía con mi boca en la suya. Mi lengua atravesó mis dientes, pidiendo permiso, y antes de que pudiera darme cuenta, tenía sus manos en mi nuca (dios), sus dedos se enredaban en mi pelo (por dios), yo la agarraba de la cintura (sí señor, Scott, sí señor), y la pegaba contra mí (POR DIOS) y le acariciaba las caderas, haciendo que se le acelerara el corazón.
               Porque, oh, sí, lo sentía martilleando contra mi pecho.
               -El…
               Pegó su frente a la mía, se apartó un mechón de pelo y se lo coló detrás de la oreja, y cerró los ojos.
               -Estamos en la calle.
               -Eso te iba a decir.
               -Pueden vernos.
               -Sí.
               -Me da igual-y otra vez clavó esos ojos de gacela en mí, pero ya no era una gacela que observara el horizonte en busca de un guepardo. Más bien retaba al animal a una carrera, lo incitaba a que fuera tras ella y decidieran, de una vez por todas, si la velocidad superaba a la agilidad, o sucedía más bien al revés.
               -A mí también, pero… Será mejor que paremos.
               Asintió despacio con la cabeza, me cogió de la mano y me arrastró hasta un banco, desde el que se veía la puerta por la que se suponía que saldría su madre en breves instantes… y el muro en el que Tommy lo daba todo con Diana.
               Se me revolvió el estómago al imaginármelo de nuevo como la noche anterior, tirado en el baño, pero por culpa de una rubia y no de una pelirroja. Sentí un pinchado en el pecho proveniente del sentimiento de culpa al tener la certeza de que había sido yo el que había provocado eso: si me hubiera quedado callado, y no le hubiera empujado a tirársela, probablemente fuese yo el que estuviese en ese muro, y no en un lío mayor. Probablemente fuera yo el que le hubiera tenido que decir la noche anterior a Diana que estaba demasiado borracha como para acostarme con ella sin ser un cabrón (ah, claro, pero bien que me enrollaba con Eleanor, que estaba casi peor, sin rechistar), el que la hubiera probado por primera vez en el sofá…
               Yo podía controlar lo que sentía, sabía cuándo debía pillarme y cuándo no. Lo había aprendido a base de hostias, pero Tommy no hacía más que caerse de morros, y se levantaba con la única iniciativa de volver a tropezar con la misma piedra de antes una, y otra, y otra vez.
               -Papá y mamá lo destrozarán vivo como no se ande con cuidado-comentó Eleanor, que se frotaba el pulgar contra la palma de la mano contraria. Sus pendientes se balanceaban con el movimiento casi imperceptible, como si fueran las bugías que se encargaban de hacer que sus dedos se movieran.
               -Es terco como una mula.
               -Pero hacen buena pareja.
               -Te recordaré que has dicho eso cuando ella le rompa al corazón a él.
               -¿Sabes? Normalmente sois vosotros los que nos lo rompéis a nosotras. ¿La vas a seguir odiando así cuando Tommy le eche huevos y acabe con eso?
               -Yo no la odio.
               -Sí, claro, y yo no te gusto.
               De mis labios se escapó una risa sarcástica.
               -No te pases.
               -Me has metido la lengua hasta el esófago, Scott. Creo que tengo derecho a pasarme.
               -Sólo estaba siendo educado-repliqué, alzando las cejas. Ahora la que se rió fue ella.
               -Luego dirán que ya no quedan caballeros.
               Las puertas de cristal se abrieron y dos mujeres atravesaron el hueco por el que se colaba el airea toda velocidad, una con una taza de café en la mano y una carpeta llena a rebosar de papeles en la otra, y la otra, con unas llaves en la mano y cargando con una caja de la que asomaba una planta.
               -Mamá-susurró mi amiga/acompañante/rollo-de-una-noche al ver cómo la de la caja agitaba la melena y sonreía a la que iba con ella cuando le dijo algo. Sacudió la cabeza. Yo saqué el móvil y marqué de memoria, apenas sin mirar, el número de T. Eleanor observó cómo los dos se separaban al sentir las vibraciones del teléfono en el bolsillo de él, se arreglaban un poco el pelo y se apresuraban a reunirse con nosotros.
               Erika bufó, asintió con la cabeza y volvió a entrar en el edificio.
               Te juro que no me puedo creer la suerte que tiene el hijo de puta de Tommy.
               -Y, ahora que está Chad, ¿se pospone lo de esta noche?
               -Vamos si quieres.
               -Quiero-asintió, subiendo una pierna al banco y abrazándose la rodilla.
               -Pues entonces vamos.
               -¿Tú y yo?
               Se me escapó la media sonrisa que debería patentar para ganar millones de libras en una semana. Hacía milagros con ella.
               -Te sorprendería la diversidad de cosas que puedo hacer con una chica.
               Le tocó a ella echarse a reír.
               -No te calmes nunca, Scott.
               -Lo dices como si pensara hacerlo.
               -Por si acaso se te ocurría.
               Diana se echó a reír ante algo que le dijo mi amigo al comprobar que no corrían tanto peligro como antes. Recordé algo que le había prometido a su hermana la noche anterior.
               -No te he comprado el top.
               -Prefiero que me quites la ropa a que me la pongas.
               Nos miramos un momento, midiéndonos el uno al otro.
               -Voy a acabar empotrándote.
               -Es lo que llevo queriendo mucho tiempo. Que seas educado conmigo.
               De verdad que, si no hubiera sido porque era clavada a Erika, y había visto a su madre embarazada de ella, habría jurado que era hermana mía. Si los polos opuestos se atraían, ¿por qué necesitaba comerle la boca incluso cuando Tommy nos vería seguro? ¿Qué coño me estaba haciendo?
               ¿Iba en serio lo de que me estaba haciendo lo mismo que yo a ella? Porque yo nunca había sido tan sobrado con nadie. Tendría que esforzarme para que se me ocurrieran esas contestaciones. Y a Eleanor le salían tan naturales…
               -Te lavarás los dientes después de esto-insté a Tommy en cuanto llegaron a nuestro lado. Pum. La mejor defensa es un buen ataque.
               -Qué mala es la envidia, Scott-atacó Diana antes incluso de que Tommy dejara de reírse, lo cual no fue difícil.
               -De eso sabes mucho, ¿eh, Diana?
               -No os peleéis por mí, hay Tommy de sobra para ambos.
               Diana esbozó la típica sonrisa de “me he tirado antes que tú a la chica que te gusta”. Terminaría a palos con ella, mis venas se encargaban de asegurármelo.
               Erika volvió a asomar por la puerta; las luces del coche emitieron un destello mientras bajaba las escaleras. Le quité la caja de las manos, me dedicó la misma sonrisa que su hija (pero sin el contenido sexual, si no, habría sido rarísimo) y se giró para decirle a su primogénito:
               -No te molestes en ayudar a tu madre, ya lo hace Scott por ti.
               Uy, si Tommy supiera las cosas que hacía Scott por él, probablemente lo hornease y se lo comiera en Nochebuena.
               -¿Significa eso que me dejas llevar el coche?
               -Tendría que haberte dejado en un orfanato en cuanto vi que te parecías tanto a tu padre. Tienes la misma cara que él.
               Chasqueó la lengua y obedecimos la orden implícita de meternos en el coche. Tommy iba delante, y Eleanor era la barrera que impedía que Diana me tirase de los pelos o yo le arañase la cara, porque éramos dos gatitos salvajes a los que había que domesticar.
               Me encantó la cara que puso cuando Eri preguntó si esta noche íbamos a salir y Tommy le dijo que Eleanor se venía con nosotros, y yo, inconscientemente (o tal vez no tanto), le puse la mano en la pierna y se la acaricié muy despacio.
               Disfruté con su mueca y la mirada envenenada que me lanzó casi tanto como con la reacción de Eleanor: cerrar los ojos un segundo, morderse el labio, mirarme y asentir imperceptiblemente.
               Alá, dame fuerzas.
               No me puedo tirar a la hermana de mi mejor amigo.


               -No podéis iros todavía-ladró papá, mirándonos a los dos con resentimiento. El postre era sagrado para él, pero llegábamos tarde, y quería despistar a Sabrae para que no viniera con nosotros. Sabía que, si la llevaba conmigo, acabaría teniendo que separarla de alguien para que  no lo matara.
               Mi hermana era peor que un pitbull, y lo mejor de todo era que sabía cómo pelear. El llevar desde los 10 años haciendo kick boxing la convertía en una máquina de matar peor incluso que yo, que tampoco podía parar y era más alto que ella. Pero la destreza muchas veces supera a la fuerza, y donde hay experiencia pocas veces entra la improvisación.
               -Deja que se vayan, Zayn-ordenó mamá, con dulzura pero a la vez firme en su convicción de que teníamos que aprovechar nuestra juventud.
               -No podemos quejarnos de que hayan salido así, ¿verdad? Tienen a quien parecerse-Niall nos miró a los dos, encogiéndose de hombros y levantándose para ayudar a mis padres a recoger la mesa.
               Mis hermanas lo interpretaron como una especie de gong para salir de su trance. De un brinco se incorporaron y también se dirigieron a la cocina.
               -Deja eso, Niall, ya lo recojo yo-espetó papá, claramente ofendido porque nadie se atreviera a poner en duda sus modales como anfitrión. Mamá le sonrió.
               -¿Dónde me habías dicho que hemos quedado con Tommy?-me volvió a preguntar Chad.
               -Somos espíritus libres que dejan al destino el encontrarse-repliqué, levantándome yo también y poniéndole una mano en el hombro al ver que me imitaba.
               -No te acuerdas-comentó con cachondeo.
               -No-reconocí-, pero cuanto antes nos marchemos, antes podremos enrollarte con algún inglés.
               -Estoy de vacaciones.
               -No mientras yo viva, Chad-negué con la cabeza. Mamá trajo el postre; una fuente inmensa con mousse de chocolate y nata, que en el fondo llevaba una capa de tarta de tres chocolates terminada en galleta.
               Mi familia se empeñaba en amargarme la existencia. Mamá sabía de sobra que llevaba prisa esa noche (no le había dicho por qué, sólo que en cuanto termináramos de cenar, Chad y yo saldríamos pitando), y le había parecido un buen momento para crear mi postre favorito.
               -Tío…-susurró Chad, observando la fuente que bien podría ser el postre finalista de alguna edición de Master Chef.
               -Tommy puede esperar. Está bien acompañado.
               Mi hermana desapareció unos instantes; cuando volvió, ya llevaba puesta la ropa de salir de fiesta.
               Todo me salía mal, sólo me faltaba hacerme diabético.
               -¿No tenías prisa, chaval?-preguntó papá al ver que me sentaba y tamborileaba con los dedos en la mesa, a la espera de que el postre de los dioses comenzara a repartirse. Mis hermanas cogieron los cubiertos y comenzaron a hacer ritmos con ellos, hasta que mamá las miró un segundo, un único segundo, e hizo que se detuvieran al unísono, con la sincronización con la que nacieron.
               -Me han educado bien.
               Papá se echó a reír, le pasó un plato con un trozo inmenso a Niall y se sirvió más bebida. Niall rechazó la invitación a emborracharse con un sencillo movimiento de cabeza, y observó cómo mi madre repartía la comida entre los comensales.
               Curiosamente, el penúltimo fui yo, por detrás de ella. Se sentó con gracilidad y mis hermanas (las tres) cogieron los cubiertos y atacaron su tarta celestial con la misma voracidad. Chad comió despacio, deleitándose con el sabor de aquel milagro culinario. Yo hice lo mismo.
               Lo único que había en este mundo mejor que el sexo eran los postres de mi madre. Yo era incapaz de darles ese toque mágico que a ella le salía tan natural.
               -¿Queréis más? ¿Chad? ¿Niall?-los dos negaron con la cabeza, Niall tuvo que controlarse para lamer el plato, lo cual le hizo mucha gracia a papá, y Chad se peleó con su estómago hasta que no pudo más, dejando a un lado una cucharada de tarta que me dolió en el alma ver abandonada.
               -¿Niñas? ¿Scott?
               Sí señor, así iban las cosas en mi casa: niñas, Scott. Nada de Scott, niñas. “Eres el mayor”, Scott.
               Me la sudaba ser el mayor. ¿Qué privilegio tenía ser el mayor si no me preguntaban a mí primero si quería postre? ¿Qué compensación tenía el tener sobre mis hombros la responsabilidad de romperle las piernas al hijo de puta que se atreviera a hacerles daño a mis hermanas?
               Sabrae pidió más. Shasha y Duna, no. Mamá me miró para comprobar si daba mi consentimiento y no me peleaba con mi hermana por el último trozo, pero no merecía la pena una lucha que iba a perder por un resto tan minúsculo. De modo que se lo echó en el plato y se lo pasó.
               Las niñas recogieron sus cosas y las llevaron a la cocina. Mientras Duna secaba, Shasha fregaba.
               Nuestros padres se levantaron y se fueron al jardín a hablar de negocios. Me tocó recoger lo que quedaba de mesa cuando Sabrae empujó el plato en mi dirección.
               -No me lo restriegues, niña.
               -Es para ti.
               -¿En serio?
               Chad alzó las cejas, dejándose caer en el sofá. Se estaba muriendo de un empacho, según nos informó.
               -Sí.
               -Te adoro, Saab-y le planté un sonoro beso en la mejilla mientras cogía su cuchara (a la mierda los gérmenes) y devoraba lo poco que quedaba mientras mi hermana y el irlandés se apoyaban el uno en el otro y contemplaban la televisión, que una fuerza cósmica superior había encendido con la discreción de un mayordomo de Buckingham Palace.
               -No pretenderás venir con nosotros-dije yo, cogiendo mi chaqueta y dándole una palmada en el hombro a Chad, en señal de que era hora de irse.
               -Es exactamente lo que pretendo.
               -¿Y en qué vas a apoyar tu petición?
               -En que te he dado el último trozo de tarta.
               Era buena, la cabrona. Muy, muy buena.
               Alzó una ceja al ver que me debatía en mi fuero interno entre conservar mi honor como hermano o ser sensato y decirle que se quedara en casa, porque precisamente hoy, no le convenía estar conmigo.
               ¿Qué más daba? Si no le daba permiso para venir, iría a llorarle a papá. O nos seguiría y punto. Así que mejor tenerla cerca y asegurarse de que no se metía en muchos líos que dejar que se convirtiera en nuestra sombra.
               -Coge una chaqueta, no te vayas a resfriar y mamá me eche la culpa a mí.
               Saltó el sofá (porque en mi casa no hay nadie normal, y por qué vas a rodearlo cuando puedes saltar por encima de él) y se lanzó a su habitación.
               Fue la primera en salir por la puerta porque, a pesar de que a Eleanor no le diera impresión de ser muy educado, lo cierto es que me habían inculcado modales. Y las damas iban primero.
               Sabrae pareció tomarse como una misión personal el sonsacarle a Chad todo lo que había estado haciendo desde la última vez que lo vio, hasta el punto de que varias veces tuve que intervenir en defensa de él para que no lo agobiara. Ella ponía los ojos en blanco, murmuraba un desganado “está bien, perdona”; Chad le decía que no pasaba nada, y Saab volvía a la carga.
               Para cuando llegamos al punto de encuentro con Tommy, me dolía la cabeza y tenía los nudillos adormecidos de tanto hacer fuerza, imaginando que la estrangulaba.
               Es coña.
               O tal vez no.
               Hice caso omiso de las miradas cargadas de intención que me dedicó Diana, que parecía haberse dado cuenta de que no estaba en su ciudad ni en su clima, y se había puesto unos pantalones largos y un jersey de cuello alto que, sorprendentemente, derrochaban más sensualidad que el peto con el que apareció la primera vez que la vi, en casa de Tommy.
               Le dio un beso en la mejilla a mi hermana y le dijo que estaba encantada de conocer a un Malik decente, por fin, a lo que Saab le respondió que si acaso no conocía a nuestro padre. Diana se echó a reír y se sacudió el pelo con una mano a la que trepaba el jersey color marrón, pero en sus ojos vi el destello de un pensamiento que cobraría una forma más o menos parecida a “Nota mental: destruir a los Malik, porque ninguno se va a poner de mi parte”.
               Nunca había puesto en duda su inteligencia, pero ahora sabía que la había subestimado.
               -¿Cuál es el plan?-quiso saber mi mejor amigo.
               -Encontramos al hijo de puta-le expliqué entre susurros, mientras seguíamos a nuestras hermanas al bar tranquilo en el que tenía pensado empezar la caza-. Tú, te largas. Yo lo reviento. Y ya te informaré de mi siguiente movimiento.
               -Eleanor quiere ir contigo.
               -¿Tú no quieres que vaya?
               -¿Bromeas? No quiero que se acerque ni a dos kilómetros de ese cabrón. ¿Qué pasa si pierdes?
               -Yo no pierdo nunca-espeté, hinchándome como un pavo, fingiendo ofenderme al reconocer Tommy que era humano y que, después de todo, podía cometer errores.
               -Ya lo sé, Scott, pero, ¿y si lo haces?
               -Corro rápido.
               -No tanto como yo-discutió, no demasiado convencido, y entendí por fin por dónde iban los tiros.
               -Lo suficiente como para salir airoso. Tranquilo, tío, si no supiera que iba a ganar, yo tampoco dejaría que fuera ella. Además, va mi hermana. Y si te crees que me voy a acojonar y voy a dejar que me acompañes, es que estás mal de la cabeza. No puedes ir a la cárcel, T, no durarías dos segundos sin que te “escogieran”.
               Puso los ojos en blanco.
               -Puedo cuidarme solo.
               -¿En serio? ¿Quieres que se lo pregunte a quien tú y yo sabemos?
               -Ella es la excepción-esta vez fue él quien se hinchó, y se dejó caer al lado de su hermana, que conversaba animadamente con las otras dos chicas. Chad escuchaba con atención, como el alumno en su primera clase que asiste a una charla magistral sobre  cómo aprobar la asignatura.
               Localizamos a Jordan enseguida, y, a un silbido de Tommy, se nos acercó con gesto fastidiado; la pecera se hubiera quedado con él de no venir su dueña legítima a reclamarla, y todos sabíamos que una cantidad así de dinero en manos de Jordan se multiplicaba por cuatro si le dabas una semana.
               El problema era que a él le gustaba recibir, no dar.
               -¿Viste el paquetito que te dejé anoche en el baño?
               -Podrías haberme avisado. Tuve que evitar que mi camarera llamara a la policía. Me hubieras jodido la noche, y sabe dios qué habrían pensado al ver toda esa pasta ahí.
               -¿Sabes dónde está?
               -Lo jodiste, pero no lo bastante como para que lo tuvieran que ingresar.
               -Hoy voy a enterrarlo.
               -Es del instituto.
               Sonreí. Bien, ya teníamos un coto de caza establecido.
               -Eleanor, ¿lo conocías?-inquirió Tommy, varias octavas por encima de su voz habitual. Jordan frunció el ceño.
               -De vista. Va a mi curso.
               Tommy me contempló como si me viera por primera vez. Y lo que veía ante sí era un oso sediento de sangre, deseoso de matar. Alcé las cejas.
               -Ahora tengo que ir contigo.
               -Tú no vas a ir a ningún sitio.
               -Joder, Scott, nunca pensé que fueras tan mal tomado hasta el punto de querer llevarte a Tommy de pelea porque te han robado a la chica.
               -Ese hijo de puta casi viola a alguien muy querido para mí.
               -Mi hermana-explicó Tommy, contribuyendo a aumentar la expresión de asombro de Jordan, que se frotó la mandíbula, sopesando las opciones que tenía.
               -Avisaré a Max y Logan.
               -Que venga también Alec. Quiero estar seguro de que mi grupo es más numeroso.
               -¿Te esperan?
               -Sería estúpido que no lo hicieran. Si son del instituto, me conocen, y saben que yo no dejo nada a medias.
               -Voy con vosotros.
               -No, tú te quedas aquí conmigo-espetó Tommy, mirándolo de arriba abajo, la furia tatuada en sus córneas-. No voy a dejar que nadie más se ocupe de mi trabajo; bastante vergüenza me da no poder ir yo.
               -¿Tienes miedo de lo que puedas hacer, Tommy?
               -Este cabrón no tiene control. Lo descuartizaría y lo tiraría al mar si viniera. Yo soy más sádico. Conseguiré que pague por ello. Además, tú nos serías más útil aquí, J-me descrucé de brazos y le dediqué una sonrisa casi lobuna-. Tú eres el único que puede impedir que a éste-señalé a T- se le crucen los cables y decida venir tras nosotros.
               Tommy asintió con gesto inocente. No pensé que fuera a colaborar; se lo agradecí.
               -Cuatro, ¿serán bastantes?
               -De sobra.
               -Somos cinco-replicó mi hermana, apartándose una trenza del hombro y contemplando desafiante a Jordan, que tuvo que reprimir una carcajada.
               -Somos cuatro, Sabrae-gruñí yo.
               -Somos cinco. Peleo mejor que tú. Puedo tumbaros a ti y a este gilipollas a la vez sin que me suban las pulsaciones, ¿quieres que probemos?
               -Me gustaría verlo, chiquill-Sabrae se levantó como un resorte, y, casi como un fantasma, se agachó y, con un barrido de pierna, hizo que Jordan perdiera el equilibrio y se precipitara hacia un lado, justo en el momento en que ella se colocaba al otro. Con la agilidad de un felino que había aprendido a invocar a su antojo, le agarró la mano por la muñeca, dio un golpe seco en su brazo, y consiguió que el cuerpo cambiara de trayectoria, girando ahora para caer boca abajo. Su brazo se tensó cuando todo el peso de su contrincante (bueno, su víctima, más bien) recayó en ella. Dejó a Jordan suavemente en el suelo y le retorció el brazo por detrás.
               Jordan era orgulloso, no iba a quejarse ni suplicar clemencia. Pero sabía por experiencia que esa postura dolía, tanto en el cuerpo como en el orgullo. Si acaso, puede que más en el orgullo.
               Yo había sido el primero en el que Sabrae la había puesto en práctica.
               -A mí nadie me llama chiquilla si no es de mi familia, ¿estamos, nene?
               Jordan se echó a reír, pero contuvo un aullido cuando mi hermana empujó un poco más hacia arriba su brazo.
               -¿Alguna vez te han sacado el hombro, gilipollas? ¿De qué te ríes? ¿Quieres reírte por algo?
               -Scott, tío, dile a tu hermana que me deje-exigió, más bien suplicó, Jordan, que se mordía el labio con tanta fuerza que la punta de su dentadura brillaba con tonos rubíes.
               -Yo no mando en ella, Jordan, tendrás que pedirle perdón.
               -Yo no le pido perdón a crías que AH-bramó. Agradecí que fuera relativamente temprano y no hubiera nadie aún en el bar, aunque era cuestión de tiempo.
               Probablemente lo agradeciera más Jordan, para que nadie tuviera constancia de la situación tan humillante a la que estaba sometido.
               -Prueba otra vez, Jordan, seguro que sabes algo mejor.
               Diana contemplaba la escena con diversión, y en los ojos de Eleanor brillaba algo bastante parecido a la idolatría. Si ella hubiera conocido esa manera de usar su cuerpo, las cosas habrían sido muy diferentes.
               -Jordan, tío, pídele perdón. Aprende a respetar a las damas-instó Tommy, que parecía haber olvidado de dónde provenía la discusión.
               -Sí, Jordan, tío, aprende a respetarnos.
               Jordan terminó cediendo y pidiendo disculpas, con lo que mi hermana pudo volver a su asiento y sonreírle cuando se levantó, la miró y coincidió con ella en que éramos cinco. Enseguida se marchó para avisar a los otros, que llegaron cuando Tommy, Diana, Eleanor y Sabrae empezaban con la segunda ronda de chupitos.
               Yo me negaba a beber, tenía que estar fresco.
               -Menuda semanita llevamos-fue el saludo de Max, Logan sólo se encogió de hombros, era una especie de marca personal. Alec contempló con curiosidad a mi hermana, obligándome a decirle que como la tocara, lo mataría.
               -¿Qué has pensado, Scott?-Logan le robó la bebida a Tommy, que respondió preguntando abiertamente si era gilipollas. Le hizo un corte de manga y se tomó de un trago el chupito, a lo que Tommy respondió con una mueca de disgusto.
               Se arremolinaron todos en torno a mí como el ojo del huracán en que me había convertido, y escucharon las ideas que se me habían ido formando en la cabeza: nos colaríamos en el instituto; de camino, Sabrae y Eleanor rastrearían por las redes sociales el nombre de ese capullo. Una vez tuviéramos el nombre, miraríamos su dirección en el registro; iríamos a su calle y lo invitaríamos “cordialmente” a dar una vuelta.
               Luego lo metíamos en el maletero de un coche y tirábamos ese coche a un lago, no sin antes prenderle fuego tras haberlo rociado a conciencia con gasolina.
               -Creo que hay que pulir esa última parte del plan-murmuró Eleanor, echándose hacia un lado el pelo.
               -Sí, a mí tampoco termina de convencerme. ¿No sería mejor que le prendiéramos fuego, y una vez no quedasen más que cenizas, las tirásemos al agua?-sugirió Max, jugando con un vaso que le había traído Jordan.
               -Eres un estratega nato, Max.
               -Es que juego al LOL.
               Nuestro nada despreciable grupo salió a la calle, donde nos despedimos de los demás. Me disculpé con Chad por no poder estar con él, pero él entendía que había asuntos más urgentes que atender que un primo irlandés. Me invitó destrozar a ese tío y romperle un par de costillas de su parte. Sonreí y le di un abrazo.
               Tommy le estaba suplicando a su hermana que tuviera cuidado, de manera que me quedé frente a frente con Diana.
               -Es muy noble lo que vas a hacer-dijo, para sorpresa de una lista interminable de personas: mía, de Obama, de lo que quedaba de la familia Kennedy, de la reina, de mis padres, de los suyos, de los de Tommy, de Niall, de Jessie J, de Little Mix (especialmente de Perrie, y eso que ya estaba curada de espantos, la pobre mujer), de Lady Gaga… oh, y, de nuevo, mía.
               -Gracias, americana.
               -Aunque sigo pensando que eres un cabrón.
               -Lo cortés no quita lo valiente-respondí-. ¿Cuidarás de Tommy? ¿Por mí?
               -Cuidaré de Tommy, pero no lo voy a hacer por ti.
               -Tendré que conformarme.
               Pasó a decirle a Sabrae que no tuviera miedo de jugar sucio si las cosas se ponían feas. Sabrae agradeció el consejo; no le dijo que nunca tenía miedo de jugar sucio, se pusieran las cosas como se pusieran. Eso era, precisamente, lo que preocupaba en mi casa.
               -No voy a poder compensarte nunca lo que haces por mí, hermano-susurró Tommy en mi oído, mientras nos abrazábamos como si nos fuéramos a la guerra, a combatir en bandos contrarios, y aunque hipotéticamente podríamos tener que dispararnos, nos seguiríamos queriendo igual.
               -Yo tampoco.
               -Si ves que vas a perder, te largas, ¿estamos?
               -Go hard or go home, bitch.
               Sonrió con tristeza.
               -I’m Madonna, this hoes know-replicó contra todo pronóstico, y volvió a abrazarme.
               -No llores, cariñito, me tendrás de vuelta antes de que puedas echarme de menos.
               -Diez años son mucho tiempo.
               -Adoro a tu madre, pero eres un hijo de puta.
               -Ten cuidado, Scott.
               -Y tú también, Thomas.
               Chocamos los puños una última vez, y los dejé atrás. Me esperaba una noche larga, y no podía entretenerme con más despedidas.
               Aunque lo hubiera hecho de saber que Sabrae iba a tener la clave para identificar al chaval: un tal Simon (cómo no, ese nombre estaba maldito) al que conocía de su clase de francés, y que vivía en la residencia por proceder del sur de Gales.
               No sabía que la gente en Gales fuera mala; creía que nacían con la bondad instalada en el corazón. No podían ser malos, no si les escuchabas hablar.
               Desgraciadamente, no conocía el número de habitación en que se quedaba, pero eso tenía fácil solución.
               Entraron en la residencia cogidas del brazo, sujetándose la una a la otra como había hecho Diana con Eleanor la noche anterior, cuando la que no era modelo profesional luchaba por no caerse de morros con sus tacones. Ahora había sido más inteligente y se había puesto unas Converse blancas, planas, con las que podría salir pitando sin mayor complicación si las cosas se torcían.
               Después de hacerse las tontas con la conserje, que hacía las veces de cuidadora de los chavales que se encontraban a su disposición, consiguieron el número de la habitación. Me dio pena de la mujer, tal vez perdiera su trabajo por culpa nuestra.
               Me aseguraría de decirle la verdad a papá si llegaba el caso de que a la señora la ponían de patitas en la calle para que buscara un refugio mientras las cosas se calmaban.
               Subieron las escaleras y se perdieron en el piso de arriba mientras nosotros esperábamos en la oscuridad.
               Alec comenzó a caminar hacia la luz, pero Max lo agarró justo a tiempo.
               -Quieto ahí. Sé paciente.
               Esperamos.
               Y esperamos.
               Y seguimos esperando.
               -¿No se va a ir nunca?
               -No han cerrado la puerta-observó Logan. Todos nos volvimos hacia él.
               -¿Qué?
               -Está esperando oír la puerta de su habitación cerrarse. Así sabe que habrán llegado bien a su destino, y podrá irse a descansar.
               Oh, mierda, no habíamos contado con eso. El personal del instituto no solía ser tan diligente con sus tareas.
               Al señor que se encargaba de la fotocopiadora cuando Kate estaba demasiado ocupada haciendo recados para los profesores le tenías que repetir 4 veces contadas que querías las fotocopias a doble cara. Y él las hacía 5 veces mal. Era todo un terrorista ecológico.
               Llamé a mi hermana por teléfono. Un tono sonó en la parte superior del edificio; el ama de llaves se levantó de su asiento y se inclinó a mirar por la escalera.
               -¿Por qué no subís?-exigió Sabrae entre susurros.
               -Buscad una puerta y cerradla.
               -Será coña.
               -Sabrae, me cago en dios, no has venido conmigo para desobedecerme. Busca una puerta y ciérrala.
               Me dio ideas sobre las cosas que podían hacerme la próxima vez que me acostara con alguien, y sitios por los que podían meterme cosas, mientras escuchaba sus pasos apresurados en busca de una puerta.
               -No despiertes a todo Londres, a poder ser.
               -Todo el mundo está fuera. Es sábado.
               -Encuentra una puta puerta o le diré a mamá que fuiste tú la que se cargó el jarrón de China.
               -Ya lo sabe.
               Eso era nuevo, ¿Sabrae, aceptando las culpas?
               -¿Y sabe papá lo de la abolladura del Grammy?
               El silencio al otro lado de la línea me indicó que no era así.
               -Eres repugnante-dijo por fin, echando a correr y suplicándole a Eleanor que siguiera intentándolo.
               Finalmente, el cielo se abrió, y un coro de ángeles en forma de chasquido de puerta al cerrarse nos recibió en él. La mujer asintió satisfecha, se levantó y volvió a su habitación, despacho, o lo que se escondiera entre las paredes del hall. Apagó la luz.
               Y nosotros echamos a correr dentro.
               Subimos las escaleras a brincos y nos reunimos con las chicas. Fuimos a la habitación, abrimos la puerta muy despacio…
               … pero allí no había ningún chico, sino una muchacha de la edad de las otras con el pelo teñido de morado y un piercing en la nariz.
               -Mara-reconocieron Sabrae y Eleanor a la vez.
               -Simon no está aquí. Os esperan en el gimnasio. Seis-anunció, sonriente, constatando que éramos dos menos. Pasó la página a la revista que estaba leyendo y bufó.
               -Podemos manejarlo-animó Alec, que se estaba calentando al percibir la sangre que aún no había corrido.
               -¿Va a venir más gente? Porque ya he transmitido el mensaje, así que… me piro.
               -Tú no nos has visto.
               -Soy una tumba-convino la tía, y pasó entre nosotros, lanzándonos una mirada cargada de intención a mí y a Alec. Con él tendría suerte; le iban las góticas. A mí, ni un pelo.
               Abandonamos el edificio a la carrera, nunca sacrificando velocidad por sigilo, y nos adentramos por los jardines que daban al instituto. Escalamos la verja con agilidad; las chicas recogieron sus bolsos del suelo y cayeron con una gracilidad digna de dos bailarinas rusas, y nos apresuramos a entrar en el edificio.
               Los pasillos daban la sensación de ser de ultratumba con la iluminación de la luna.
               -Poneos detrás de mí-ordené, agarrándolas del brazo y adelantándome a ellas. Le pedí a Logan que se colocara a mi lado.
               -Ahora no vayáis de machitos, que no cuela-espetó Sabrae, dándome un codazo y volviendo a adelantarme. La agarré de la trenza y tiré de ella.
               -Ya tendrás tiempo de jugar a ser Lara Croft, niña.
               Sabrae se quejó durante todo el trayecto, pero no dijo nada más.  Pareció entender que, por una noche, tenía que obedecerme sin rechistar por el bien de todos.
               Cuando llegamos a la puerta del gimnasio, descubrimos que estaba entreabierta, y que un poco de luz se colaba por ella. A pesar de que la agarré del brazo y luché por que no lo hiciera, Eleanor se acercó a la puerta y echó un vistazo al interior.
               A ella no podía cogerla de los pelos; no era hermana mía, aunque no sería por falta de ganas. ¿Era el único que veía que podían estar esperando para darnos una emboscada, pillarnos desprevenidos y machacarnos?
               Joder, ¿por qué no había dejado que Tommy y Jordan vinieran con nosotros?
               -Están calentando-dijo Eleanor.
               -¿Llevan armas?-preguntó Max, el único cerebro que funcionaba, aparte del mío.
               -Yo sí-respondió Alec, sacando una navaja del bolsillo interior de su chupa de cuero que, abierta, medía lo mismo que mi antebrazo.
               Eso es lo que pasa cuando ves demasiado cine de mafiosos, niños: se te acaba cociendo el cerebro.
               -Guarda esa mierda, y más te vale no usarla-espetó Logan.
               Sabrae se crujió los nudillos, hizo a Eleanor a un lado, dio una patada a la puerta (la madre que la parió) y entró con chulería al gimnasio, como si lo hubiera pagado ella.
               Voy a acabar matándola.
               -Me habían dicho que aquí había una fiesta-comentó, abriendo los brazos y paseándose por todo el ancho del habitáculo como una leona que elige a qué bistec va a devorar primero. Entramos detrás de ella; me aseguré de que Eleanor se quedara más cerca de la puerta.
               -Si te digo que corras, corres. Sin mirar atrás-le dije, tocándole la muñeca y dejándola para ponerme al lado de mi hermana.
               -No pensé que fueras a traer animadoras, Scott-dijo uno de los tíos a los que no había tocado en mi vida, pero que me tocaría destrozar.
               Con suerte, subestimarían a mi hermana y vendrían a por mí, dándole tiempo a ella a escaparse o defenderme con un ataque sorpresa de los que se le daban tan bien.
               -Ni yo que vuestro amigo no se fuera a fiar de que no solucione mis cosas solo.
               -A ti tampoco te pareció buena idea venir solo, ¿a que no?-replicó el tal Simon, apoyándose en una pared y fingiendo que no estaba destrozado y que era el objetivo más fácil. Ni siquiera miró a Eleanor. Mejor; si lo hubiera hecho, sé que no habría podido controlarme.
               -Cuando tratas con escoria, escoria piensas que son.
               -¿Hemos venido a componer haikus, o a resolver esto como hombres?
               -Eso de “como hombres” me ha gustado-replicó Sabrae, alzando la barbilla-. ¿Puedo jugar yo también a los machitos?
               -Yo no me peleo con crías-dijo uno, el más cuadrado de los seis. ¿Por qué será que no me sorprendía su actitud en semejante troglodita?
               Sabrae esbozó una sonrisa macabra, sacada directamente de Assassins Creed. Podría derretir los cimientos de un edificio y reducirlo a cenizas; cortar un iceberg del tamaño de África en dos.
               -Suerte que no sea una cría.
               Vi en cámara lenta cómo Sabrae echaba a correr a toda velocidad, saltaba y le daba una patada en la boca al tío que, estupefacto, se desplomó a los pies de mi hermana. Ella cayó en el suelo con gracilidad, le puso el pie en la cara y se la apretó contra el suelo.
               Entonces, sonrió en dirección a los demás, y fue cuando a mí me dio pro contarlos. En realidad, eran siete. Seis para pelear. Otro más observando, precisamente, mi objetivo.
               -¿Quién es el siguiente?-invitó Sabrae con chulería. Abrió así la caja de Pandora.
               Vi por el rabillo del ojo cómo Eleanor se deslizaba hacia mi derecha, en dirección al tío que había intentado aprovecharse de ella, mientras yo esperaba a que el gorila más cercano se abalanzara sobre mí. Regla número uno de las peleas: no seas el primero en atacar si no cuentas con el factor sorpresa. Me incliné hacia un lado y dejé que tropezara con la zancadilla que le eché, para darle un codazo con todas mis fuerzas en la nuca.
               Ciego por mi golpe, el tío tanteó en busca de algo con lo que pegarme. Pero se topó con algo mejor: mi pie. Lo cogió con firmeza y tiró de él, haciéndome perder el equilibrio y caer a su lado. Se colocó encima de mí y trató de darme un puñetazo en la cara, pero lo esquivé en el último momento (¿te imaginas qué catástrofe habría sido que me destrozaran esta preciosa cara mía?), y le devolví el golpe, con tanta suerte que le di en plena mandíbula.
               La familia Malik, acertando a dar en mandíbulas desde 1993.
               Me incorporé como pude y me enfrenté al tío con rabia, descargando todo lo que me quedaba de la noche anterior. Me vicié a dar golpes, y cada uno que recibía me encendía más y me invitaba a dar dos, más fuertes, más rápidos, más mortíferos.
               Empecé a experimentar flashbacks a medida que avanzaba la pelea. Derechazo. Diana en el suelo. Patada. Sollozos. Mordisco (todo vale). Dos cuerpos confundiéndose. Puñetazo. Eleanor llorando. Arañazo. Eleanor mirándome.
               Un alarido de dolor. Eleanor diciendo mi nombre.
               Un puñetazo en el estómago que me dejaba sin aire.
               Eleanor empujando al tal Simon lejos de ella.
               Me tiraban del pelo.
               Simon haciéndome un gesto para que me fuera. El baño estaba ocupado, tío, búscate otro.
               Me obligaban a mirar hacia arriba.
               Mi cuerpo, visto desde arriba, dando golpes a diestro y siniestro, casi sin pensar.
               Unas manos se cerraban en torno a mi cuello.
               Joder.
               Joder joder joder.
               Un destello plateado por el rabillo del ojo. Alec tenía su navaja. Y estaba dispuesto a usarla.
               Me levantaron por encima de la cabeza del otro y me lanzaron contra el suelo.
               Di una patada y, en el momento en que mi espalda impactaba contra el suelo, desencajé una mandíbula.
               Eleanor besándome esa tarde. Eleanor sentada sobre mí. Mi erección debajo de ella, su sonrisa al notarla.
               Sus manos en mi cuello.
               Ashley.
               Scott.
               Todo estaba en blanco. Dolía mirar la luz.
               Scott, levántate.
               Scott, pelea.
               Scott.
               Era Ashley la que me hablaba. Luego Eleanor. Luego, mamá. Y luego, mi voz interior.
               Me sabía la boca a cereza.
               Oh, no, era metálico. Creo que era sangre.
               Me volvieron a coger de la garganta, y supe que no iban a soltarme. Pataleé. Rompí un hueso; no debió de ser una costilla, porque la mano de hierro flaqueó un momento, pero luego se cerró aún más.
               -¡DEJA A MI HERMANO, HIJO DE PUTA!-la voz sonaba muy lejos, ¿era real?
               La mano de hierro se derritió y pasó directamente a estado gaseoso. Un cuerpo inerte cayó sobre mí. Me aparté rodando y pude tomarme un momento para respirar. El oxígeno quemaba en mis pulmones, pero nunca había probado algo tan sabroso.
               Levanté la mirada, y vi cómo Alec daba navajazos a diestro y siniestro, defendiéndose de dos tíos que la habían emprendido con él.
               Max estaba acorralado, pero se defendía bastante bien de su contrincante, una cabeza mayor que él. Le pegó una patada en los huevos, el tío se dobló, y le dio un rodillazo en la cara. Lo empujó al suelo y corrió a ayudar a Logan, que se debatía desde el suelo contra su atacante. Entre los dos, consiguieron darle la vuelta a la tortilla; se lanzaron contra el tío, y uno por la espalda y otro por el pecho, le metieron sendas patadas que lo dejaron sin aliento. Lo lanzaron contra la pared, y de la que rebotaba, cada uno le dio un puñetazo. Otro menos.
               Alec alcanzó tejido humano; se oyó un chasquido y un grito de dolor. Eso hizo que Sabrae perdiera la concentración; miró en su dirección, y los dos tíos (joder, ya les valía) se aliaron para tirarla al suelo y ponerse encima de ella.
               -Te vas a enterar, zorra.
               Le metí una patada a uno en la cara. Del otro se zafó ella: dio una patada hacia atrás con todas sus fuerzas y le acertó en plena garganta. Se incorporó de un salto, como en las películas, se subió a sus hombros, le metió los dedos en los ojos y sonrió cuando el otro empezó a chillar. No llegó a hacerle sangre, porque no era una sádica, pero el tío cayó de rodillas. En ese instante, el otro vino a por mí. Me dio con la mano abierta (qué suerte) en la cabeza, atontándome, y para cuando volví a tomar conciencia de la situación, Alec, Max y Logan se encargaban de los atacantes del primero, y mi hermana asfixiaba a dos tíos que nos duplicaban en peso los dos juntos a la vez. A uno con un pie, y a otro, con una cuerda de las de saltar a la comba.
               Entonces, oí los gritos del otro lado del gimnasio. Eleanor le daba a Simon la paliza de su vida; había conseguido tirarlo al suelo y le daba puñetazos, lo arañaba y lo abofeteaba a una velocidad sobrehumana.
               Sabrae abrió muchísimo los ojos al percatarse de lo otro, como si no fuera cuestión de tiempo que se cobrase dos vidas. De unos hijos de puta, sí, pero dos vidas al fin y al cabo.
               Sabrae parecía acostumbrada a jugar a ser dios, pero no a ver a otros hacer lo propio.
               -Scott, vete a ayudarla.
               -Parece que le va bastante bien.
               -Va a matarlo, ¿crees que le va bien? Tienes que pararla.
               Uno de sus gorilas se ponía azul.
               -¿Y tú qué? Para, antes de que hagas algo que no podemos arreglar.
               -Lo tengo controlado.
               Corrí hacia Eleanor y la agarré por las axilas. Le dio una última patada a Simon.
               -¿SIGO SIENDO TUYA, HIJO DE PUTA? ¿SIGO SIENDO INFERIOR, EH? ¿SIGUES SIENDO MÁS FUERTE QUE YO?
               Los chicos juntaron los cuerpos, los sentaron y los ataron entre sí con cuerdas y cinta aislante a partes iguales.
               Alec se acercó a nosotros.
               -Vale ya, El, ya está bien-susurré en su oído, intentando calmarla. Luchaba por liberarse, pero no iba a permitir semejante cosa.
               Sabrae arrancó una de las barras de las espalderas del gimnasio y caminó hacia el tío como una diosa de la guerra, un ángel de la muerte, que está a punto de subir a su hogar arrastrando un alma tras de sí.
               Puso un pie encima de su pecho y lo miró desde abajo.
               -Con estos shorts puedes ver mis bragas, ¿eh, gilipollas? ¿Qué tal si nos ocupamos de que un cabrón misógino como tú no vuelva a menospreciar a una mujer?
               Tenía sangre en la boca, literalmente. No supe si era de ella o de otro.
               -Alec. La navaja.
               -Sabrae, no-dijimos los tres a la vez. Ella dio un bastonazo con la barra arrancada cerca, muy cerca, del hombro del chaval.
               -¡AQUÍ MANDO YO AHORA! ¡LA NAVAJA, ALEC! ¡O TE DESTROZO A TI TAMBIÉN!
               Alec se acercó despacio hacia ella, temiendo que le hiciera daño. Sabrae la cogió sin mirar y se inclinó despacio, muy despacio, hacia su presa. Se agachó para tener su cara a escasos centímetros del otro.
               -¿Qué pasaría si ahora te dejase ciego?
               Simon empezó a chillar, pero Sabrae lo acalló con una bofetada que resonó en todo el gimnasio. Nadie se atrevía a hablar. Nadie salvo ella.
               Muy despacio, paseó el cuchillo por la cara del saco de carne y huesos que no podía hacer más que mirar, aterrorizado. Lo llevó hasta su ojo, y luego bajó muy despacio hasta su boca.
               -¿Por qué tan serio?-susurró con acento americano, y se echó a reír. Dios. Estaba loca. Estaba loca e iba a cargárselo en serio.
               -Sabrae…
               -Cállate, Scott-alzó la barra-. Aquí. Ahora. Mando. Yo.
               Le colocó el dedo índice debajo de la mandíbula.
               -No vuelvas a acercarte a Eleanor.
               Simon asintió muy despacio.
               -No te acerques a ninguna mujer, de hecho. Hazte gay. O asexual. No. Se. Te. Ocurra. Intentar. Otra. Vez. Lo. Que. Hiciste. Ayer. ¿Estamos?
               Simon volvió a asentir, esta vez más enérgicamente.
               -¿Sabes qué decían las feministas de la tercera ola?
               Esta vez no se movió. Sabrae sonrió.
               -Eleanor.
               -Polla violadora, a la licuadora-susurró la chica que tenía entre mis brazos.
               -¿Deberíamos hacer eso contigo, Simon?
               Simon negó rapidísimamente con la cabeza.
               -¿Por qué no? Si no eres más que basura misógina, un puto violador de mierda. Debería matarte, y ya está.
               -Sabrae, te estás pasando…
               -¡NOS MATARON POR MILES! ¡NOS VIOLARON! ¡NO ES POR ELEANOR! ¡NO ES POR MÍ! ¡OS LO QUITAREMOS A TODOS! ¡OS ARRANCAREMOS ESA CREENCIA DE QUE SOMOS VUESTRAS, DE QUE PODÉIS COGER LO QUE QUERÁIS CUANDO QUERÁIS, DE QUE OS DEBEMOS ALGO!-estaba temblando, pero no era el temblor Tomlinson; era el temblor Malik, temblaba de rabia. A Simon estaba a punto de darle algo.
               Lentamente, disfrutando del proceso, Sabrae le pasó el cuchillo por la mejilla, haciendo un corte del que manó sangre a toda velocidad. Le empapó la mano, pero ella siguió, hasta dibujarle una línea más o menos recta que iba desde la comisura de su labio a la mejilla.
               -El miedo va a cambiar de bando-le aseguró, levantó el cuchillo en el aire, y por un momento todos pensábamos que se lo clavaría en pleno ojo.
               Incluso Simon, que soltó un alarido cuando la mano de mi hermana se precipitó hacia su cara…
               … para clavar la navaja al lado de su cara, haciéndole un corte en la oreja.
               -Ya no tienes un dios, hijo de puta-espetó, cogiéndolo por el cuello de la camiseta ensangrentada y zarandeándolo-. Tu diosa es una, y soy yo. Ten mucho cuidado. Mi hermano te mandará al infierno, pero allí abajo, la reina soy yo.
               Simon se echó a llorar, y Sabrae le dedicó una sonrisa. Luego, antes de que pudiéramos pararla, cogió la barra arrancada y le dio un golpe en la cabeza, dejándolo inconsciente.
               Temblando de furia y de nervios, se dejó caer y se sentó con las piernas cruzadas al lado del cuerpo inmóvil del gilipollas que se había metido con la gente equivocada.
               Los chicos lo recogieron y lo juntaron a los demás. Los unieron a todos con cinta aislante, les taparon la boca con un trozo plateado (uno se quedó despierto, pero no nos importó), mientras yo me acercaba a mi hermana y le ofrecía la mano para ayudarla a levantarse.
               -Creí que ibas a cargártelo.
               -Yo también-respondió ella, secándose las lágrimas y echándose a reír- Papá te va a matar. Te mereces que lo haga. ¿A quién se le ocurre llevarse a su hermana pequeña a una pelea así?
               -A alguien que tiene una hermana tan genial como tú.
               Aceptó mi mano, se incorporó, y se pegó a mi pecho. Me abrazó con fuerza, y yo a ella, porque era mi niñita preciosa, y nada ni nadie le haría daño. Ni siquiera aunque yo no estuviera ahí para protegerla. Podía protegerse ella sola, podía protegerme incluso a mí mejor de lo que yo mismo lo hacía.
               -Te quiero, princesa-le susurré al oído, y ella me abrazó con más fuerza aún, y se echó a llorar. Y yo me eché a llorar. Y Eleanor también empezó a llorar. Y los chicos nos abrazaron y nos consolaron hasta que nos conseguimos calmar.
               Sabrae se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y se echó a reír.
               -¿Crees que se habrá cagado en los pantalones?
               -Casi me cago yo en los pantalones, Sabrae-replicó Max, negando con la cabeza.
               -Larguémonos de aquí, tíos. Señoras-reivindiqué, y todos asintieron. Eleanor les dedicó una mirada envenenada, y Sabrae les tiró un beso. Les infundió más miedo lo segundo.
               -¿Vamos a la hamburguesería, tíos? ¿Son dignas?-preguntó Logan, alzando la voz, a pesar de que aún estábamos en territorio prohibido. Pero nos daba igual: estábamos llenos de testosterona, habíamos podido con armarios tres veces mayores que nosotros, y la euforia inundaba nuestras venas.
               -¿Somos dignos nosotros de estar en su presencia?-replicó Alec, y nos echamos a reír.
               Me tragué las ganas de soltar lo mucho que me apetecía echar un polvo, porque sabía que decirlo en voz alta sólo aumentaría las posibilidades de que terminara haciéndolo. Con alguien cerca de mí.
               Y Sabrae era mi hermana.
               Así que sólo nos quedaba una candidata.
               Ignorando los vítores y los gritos que nos incitaban a la fiesta, decidí que, en cuanto comiéramos la hamburguesa, me iría a casa. Y así se lo dije en el mensaje que le envié a Tommy, al que me respondió al segundo diciendo que me lo merecía y que muchísimas gracias por todo, como si yo no tuviera nada que agradecerle a él.
               Jeff sacudió la cabeza al vernos entrar, comentó que nos costaría mucho mantener la línea si seguíamos en ese plan de ir varias veces todos los fines de semana, y se metió en la cocina a preparar los pedidos que se sabía de memoria.
               Repetí la actuación de ayer de acercar la carta a las chicas mientras los demás nos acomodábamos y comentábamos nuestra hazaña. Creí que mis amigos intentarían ignorar el hecho de que nos había ayudado mi hermana pequeña, que ella había sido la que realmente había peleado como nadie y había conseguido una victoria tan sobrada que parecía sacada de una película de acción con protagonistas asiáticos, de esos que se pasan media hora en el aire y hasta pueden permitirse el lujo de comer sushi y sucedáneos entre patada voladora y patada voladora.
               Pero, lejos de eso, los tres se dedicaron a dar cuenta de lo que había hecho Sabrae, haciendo que ella se creciera cada vez más y más. En cuanto alguien se equivocaba en algún movimiento, ella lo corregía y aseguraba, sacudiéndose las trenzas, que “tampoco era para tanto”.
               La tía apenas había sudado, y casi no la habían tocado, mientras que los demás estábamos hechos mierda. Y, con todo, Jeff no hizo ningún comentario sobre el corte en la ceja de Alec, la mandíbula que se iba poco a poco amoratando de Logan, ni de los arañazos y golpes que presentaban mis brazos y los de Max.
               Estábamos hechos mierda, pero no nos habíamos sentido nunca tan vivos; la venganza sabía bien.
               Sabrae se incorporó para ir al baño, diciendo que tenía que comprobar que su raya de ojos estuviera “tan afilada que pudiera cargarse a una zorra”. Celebramos su comentario levantando nuestras bebidas.
               Mi hermana se había graduado de la escuela de la vida antes incluso que yo.
               Eleanor tampoco parecía nada mal; atrás quedaba el fantasma apagado de la noche anterior. Se reía de las gracias que decían mis amigos, aportaba sus propios comentarios, y asentía cuando le decíamos que bien podría haber hecho ella lo mismo que Sabrae. Sólo que sin ser una maestra del kung fu, o lo que fuera.
               -Las chicas nos defendemos-dijo, robándole a Max una alita de pollo, dándole un mordisco y mirándome con intención. Los demás no se inmutaron, demasiado ocupados en recuperar fuerzas y celebrar que, por una noche, no éramos mortales, sino dioses, y no dioses cualquiera: dioses de la guerra.
               Sabrae se hizo un hueco entre Logan y Alec y les robó patatas mientras terminaba de decidirse. Eleanor se levantó para ir al baño después de mirarse en la cámara interna del móvil y soltar una exclamación, porque eso de pelearse te dejaba el rímel hecho un asco, y yo arranqué la hoja de la libretita que Jeff colocaba en cada mesa y la llevé a la cocina.
               Pero no volví a nuestra mesa. Una fuerza cósmica me empujó hacia el baño, algo contra lo que yo no podía luchar.
               -No hagas cosas raras en mis baños, Scott-me advirtió el cocinero que, aunque nunca había salido con nosotros, nos conocía como un segundo padre. El tener que aguantar nuestras tonterías cada fin de semana, chuleándonos de lo que habíamos hecho, le hacía ganar un puesto de honor en nuestro grupo que poca gente habría conseguido igualar.
               -Yo no hago cosas raras nunca, Jeff-repliqué, sonriente, y me alejé de la zona de las mesas, un cruce de corrientes marinas conformado por toda la gente que salía y entraba, para llegar a la puerta de los baños.
               Como me esperaba, el de tías no tenía el pestillo echado. Entré y cerré la puerta detrás de mí. Eleanor sonrió, observándome en el espejo.
               -Lo de hoy ha estado genial-comentó, como quien habla del tiempo, como si no pudiéramos meternos en un lío muy gordo si los tíos hablaban. No sólo les habíamos pegado una paliza, sino que lo habíamos hecho en el instituto. Era como ir a la Meca y arrancarle el velo a una mujer; ir al Vaticano y cagarte en Dios.
               Pero nos creíamos invencibles, nada podía con nosotros. No esa noche.
               -¿Quieres repetirlo?-inquirí, limpiándome los restos de sangre seca que me quedaban por la cara. No había daños graves que lamentar. Me dolía un poco la mandíbula, y en el cuello tenía un par de arañazos, pero compañeras de cama con las que había estado me habían dejado marcas peores. Mis padres no sospecharían; sólo Tommy y el resto de mis amigos sabían de dónde provenían realmente aquellos sellos.
               Cogió un trozo de papel y se lo pasó por los ojos, intentando arreglar lo que el sudor y las lágrimas de antes habían arreglado.
               -¿Por qué será que siempre que estamos tú y yo en un baño termino con el maquillaje corrido?
               Ni siquiera pensé la respuesta; me salió sola. Volví a ser el hijo de puta de la noche anterior, el gallito chulo, dueño y señor del coral. Le sonreí a su espalda, a su culo y a su boca reflejada en el espejo; sus pestañas eran parasoles orientados hacia el papel teñido de negro, en el que quedaba el cadáver de la obra de arte que las tías se dibujaban en la cara cada día, y solté:
               -Esperemos que no sea lo único que se corre esta noche.
               Creo que es la testosterona.
               Cabrearme me la dispara.
               Ella alzó las cejas, sonrió y se giró justo en el momento en que yo la alcanzaba. La agarré de la cintura y la pegué contra mí; respondió enredando sus dedos en mi pelo, y yo no podía pensar, pero no pasaba nada, porque sabía que no podría parar por cuenta propia, y ella tampoco parecía querer parar. Nuestras bocas se fundieron en un beso tan largo que la dejé sin respiración (yo estaba más acostumbrado a tratar conmigo cuando estaba cachondo), mis labios bajaron por su mentón, su cuello y su clavícula mientras se estremecía y se deshacía ante mí.
               La subí al mármol del lavamanos, ella se echó a reír, volvió a buscar mi boca y me mordió el labio. Joder, me estaba volviendo loco. Había visto una película sobre mi vida y se sabía el guión de memoria.
               Me quitó la chaqueta, y por la forma en que me acarició los brazos supe que tenía que hacerla mía.
               Ya no era la hermana de Tommy. Ni siquiera conocíamos a Tommy. Sólo éramos un chico y una chica que se gustaban y que se necesitaban, que se querían ya.
               Me pasó las piernas por las caderas y se inclinó hacia mi oído.
               -Tengo el bolso fuera.
               -¿Cuál es el problema? ¿Quieres azotarme con él?-llegué hasta el tirante de su sujetador, y volví a subir hacia su cuello. Mientras se retorcía entre mis brazos, suspiró:
               -Dime que tienes un preservativo.
               Me separé para mirarla. Dios, qué hambre tenía, y que delicioso iba a resultarle yo.
               -Estás con un profesional, nena.
               Bufó con alivio, me sostuvo la cara entre sus brazos y volvió a besarme. Le quité la chaqueta que traía, la tiré al suelo, junto a la mía, y seguí besándola mientras no paraba de acariciarme los brazos. Estaba más que listo, pero tenía que esperar a que ella lo estuviera también.
               Supe que lo estaba en cuanto se inclinó hacia mis pantalones y comenzó a pelearse con mi cinturón. Debería haberla ayudado, pero estaba demasiado perdido mordiéndole el cuello y regocijándome en los efectos que tenía en ella: se retorcía, se reía, gemía, suspiraba mi nombre, y me envalentonaba más y más.
               Por fin, consiguió desabrocharme el cinturón, y se afanó con la cremallera de mis vaqueros. Eso le llevó menos tiempo.
               Yo comencé a bajar las manos y subirlas por la parte interna de su camiseta, hasta llegar a su pecho. Le latía el corazón a toda velocidad; yo no supe cómo podía escuchar nada de lo que me decía con el tamborileo constante del mío en mi cabeza.
               Se quitó la camiseta.
               La madre que me parió.
               La madre que me parió.
               Íbamos súper en serio.
               Me lancé hacia su espalda, buscando el enganche de su sujetador, pero se echó a reír.
               -Por mucho que quiera que me instruyes en lo experto que eres desnudando a una tía, no me vas a ver las tetas en este baño.
               -Es una pena-repliqué, jugando con el tirante del objeto en cuestión y bajando hasta su ombligo. Me puse de rodillas para seguir besándola en el vientre mientras le desabrochaba los vaqueros.
               -Debería haber traído falda-se lamentó, sacudiendo la cabeza y acariciándome el pelo. Me reí.
               -Podremos apañárnoslas, mujer, no te preocupes.
               Alzó las caderas cuando por fin terminé de desnudarla. Ahora era ropa interior contra ropa interior.
               -Scott, la camiseta.
               -Hace frío-protesté, como si no estuviera más caliente que los hornos en los que Jeff cocía el pan, sólo un par de paredes más allá.
               -Quiero verte-replicó, yendo a mi cuello y metiendo las manos por dentro.
               Arroba Alá, gracias por hacer que me guste el baloncesto.
               Arroba universo, gracias por darme abdominales.
               Arroba ser superior que esté escuchando mis plegarias mentales, gracias por hacer que a Eleanor le gustase mi cuerpo.
               Me quitó la camiseta, se relamió ante lo que veía, y volvió a besarme.
               -El…-susurré, intentando contenerme.
               -Mm.
               -Dime que no eres virgen.
               Se detuvo, me miró con esos ojos de gacela, y se echó a reír. Mis manos fueron hasta sus muslos, y su carcajada se convirtió en un suspiro que llevaba mi nombre.
               -Mi vida no se basa en suspirar por ti.
               -Guay, porque si lo fueras, esto te dolería.
               Me bajó los calzoncillos (“Siempre supe que eras de Calvin Klein, por mucho que Tommy los critique”), y dejó que terminara de desnudarla. La acaricié despacio, disfrutando de su deseo, y la contemplé cuando se inclinó hacia atrás, apoyó la espalda en el espejo del baño, y cerró los ojos.
               -Oh, Scott.
               Rompí el paquetito y ella se mordió el labio.
               -¿Quieres ponérmelo tú?-pregunté, besándola en la boca y probando de nuevo el cereza de su pintalabios.
               -Soy malísima. Estaríamos aquí hasta mañana.
               -Última oportunidad-anuncié, acariciándole las piernas. Abrió los ojos, se me quedó mirando-. ¿Estás segura?
               Se incorporó un poco, se deslizó despacio hacia el borde y afianzó su abrazo con firmeza, observándome.
               -Llevo deseando esto desde que me explicaron de dónde vienen los niños.
               Entré en ella despacio, y los dos sonreímos.
               -Qué halagador-respondí, asegurándome de que la sostenía con fuerza y empujándola despacio contra la pared. ¿Quería guerra? Pues la iba a tener.
               Cuando nos fundimos el uno con el otro, me di cuenta de lo gilipollas que le tenía que haber sonado mi pregunta acerca de si ya había estado con otros tíos o no. Se notaba por su manera de moverse que, si bien no tenía por qué ser una experta, sabía qué hacer para disfrutar ella y hacerme disfrutar a mí. Me besaba el cuello, me besaba la boca, me enredaba los dedos en el pelo y me acariciaba la espalda, como si realmente llevara tanto tiempo deseando esto, como si fuéramos dos planetas que compartían una estrella y sabían que eclipsarse el uno al otro era especial. Yo le acariciaba las piernas, le besaba el pecho, la boca, la oreja, y ella susurraba mi nombre, y yo el suyo…
               Le tapé la boca cuando empezó a subir cada vez más el volumen de sus susurros, y eso pareció excitarla aún más. Se deshizo enseguida entre mí, y yo no tardé en seguirla. Respiró agitadamente, con el pecho subiendo y bajando como en una montaña rusa.
               Dejó escapar una exclamación de disgusto y satisfacción a partes iguales cuando salí de ella. Volví a besarla, nuestras frentes se quedaron unidas durante un rato, mientras recuperábamos el aliento.
               Sonreí, le acaricié la mandíbula y le di un beso en la frente.
               -Ya tienes un secreto que no contarle a mi hermano-susurró, apoyando la cabeza en mi hombro y respirando la mezcla de colonia, sudor y sexo que desprendía mi piel.
               Yo estaba eufórico, apenas podía pensar.
               Se subió las bragas y se apartó el pelo revuelto de la cara. Me subió los calzoncillos y me besó el vientre.
               -¿No te cansas nunca de putearme?-le pregunté, abrochándome con manos temblorosas los pantalones. Negó con la cabeza, divertida.
               -Así me aseguro de que pienses en mí esta noche.
               No quiero pensar en ti, tonta. Quiero que estés conmigo, por lo menos hoy. Déjame volver a ser un planeta a tu lado.
               -Ven a mi casa-espeté mientras se vestía. Abrió mucho los ojos.
               -Pero si nunca…
               -Ya sé que nunca invito a una chica a mi casa. Pero a ti sí. Duerme conmigo esta noche-le pedí, tomándola de la cintura y pegándola a mí-. Despiértate a mi lado mañana y así los dos sabremos que esto no es un sueño.
               -Para mí lo es-susurró en voz muy baja, trazando figuras en mi pecho.
               -Estás despierta.
               -No voy a querer dormir.
               -Mejor, porque yo tampoco.
               La cogí de la mano y ella asintió, con una sonrisa en la cara. Se puso de puntillas y me besó, y yo me dejé hacer, dándole vueltas a todo, dejando que mi mente se aclarase y volviendo a pensar con un mínimo de raciocinio.
               Se colocó la ropa como la tenía antes de que yo entrara a verla. Se arregló el pelo, comprobó que el maquillaje no se le había corrido, y entorpeció el proceso de vestirme besándome cada dos segundos.
               Yo me dejé hacer. ¿Qué demonios? Casi le pedí que no parara.
               Eché un último vistazo al habitáculo, que se mostraba impasible a lo que acababa de pasar allí. Una voz en mi interior empezó a reírse de forma histérica.
               Eleanor era una maestra en eso de esconder sus emociones; por suerte, mis amigos achacaron la sonrisa que no paraba de asomarme en la boca a la pelea anterior. A nadie se le ocurrió que acababa de tener sexo ni más ni menos que con la hermana de mi mejor amigo.
               Hay que estar enfermo para echar un polvo en los baños de Jeff.
               ¿Qué coño me pasaba últimamente?

12 comentarios:

  1. SABRAE ES MI PUTA DIOSA. SI FUNDASE UNA RELIGIÓN LA SEGUIRÍA CON LOS OJOS CERRADOS. JODER!

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  2. Amo con todas mis fuerzas a Sabrae. Creo que ahora mismo es mi personaje favorito, a la mierda Scott. Ese mini discurso sobre las mujeres me ha gustado muchísimo, joder.

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  3. Shippeo la vida a Eleanor y Scott. ¿Quiénes son Diana y Tommy? Xd

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    1. No me suenan esos nombres, ¿de qué los conoces tú?

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  4. Le estás haciendo un bullying terrible a cualquier hijo o hija que pueda tener Liam lol

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  5. No me explico como pero estoy totalmente enganchada... TE APLAUDO

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    1. Ayer ni siquiera vi El hormiguero por estar escribiendo, así que TE ENTIENDO

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  6. Voy a 'fangirlear':
    1. AY JODER LA MADRE QUE PARIO A SABRAE!!! Tal y como me he imaginado la escena en mi cabeza, esa chavala SE MERECE UN PEDESTAL! Me encanta <3
    2. AY JODER OTRA VEZ PORQUE SCOTT Y ELEANOR 4EVAH(?) en serio, ME ENCANTA ESE CHICO POR DIOS Y POR TODOS LOS DIOSES DEL OLIMPO! ESTOY GRITANDO EN ARAMEO dame uno de esos a miiiiii !!

    Vale ya paro. Llevo queriendo comentar varios capitulos pero desde el movil me era imposible y me daba pereza abrir el blog en el ordenador (sorry not sorry).
    Adoro la historia, adoro a Scott y a ti por crearlo. danos mas Scott. todo el mundo necesita a Scott.

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    1. ME ESTOY REPLANTEANDO MUCHÍSIMO LA HISTORIA PORQUE AL PRINCIPIO IBA A SER TOMMY+DIANA Y SCOTT COMO SECUNDARIO PERO ES QUE EN EL MOMENTO EN QUE LO INTRODUJE YA NO LO PUDE SACAR.
      Ay Olatz, prepárate para fangirlear conmigo en el capítulo que viene. Demasiado Scott nunca es suficiente, es horrible, tengo que estudiar y sólo escribo. Dame fuerzas.

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  7. HOLA VENGO A MANIFESTARME POR PRIMERA VEZ EN TU BLOG PORQUE OH DIOS ESTO NO ES NI MEDIO NORMAL, ESTOY COMPLETAMENTE ENGANCHADA A TU HISTORIA, SI IT'S 1D BITCHES LO PETÓ ESTO ES OTRA DIMENSIÓN, VIVA SABRAE, VIVA SCOTT Y VIVA TÚ POR ESA IMAGINACIÓN Y CAPACIDAD PARA ESCRIBIR

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    1. VERDAD QUE SÍ ITS 1D BITCHES ES MIERDA AL LADO ESTO NO HABÍA ESTADO TAN HYPEADA EN MI PUTA VIDA MUCHAS GRACIAS OLE TU ARTE COMENTANDO EN MAYÚSCULAS AY <3333333

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