sábado, 9 de abril de 2016

The golden trio.

               Cuando nos poníamos serios, nos poníamos serios, eso había que reconocerlo. Las luces de las estaciones en las que el tren se separaba le arrancaban muecas a Scott que, en realidad, no estaba haciendo. Me observaba muy serio cuando le di cuenta de lo que recordaba la noche anterior, sin dejarme nada: él yendo a buscarme al baño (vale, lógicamente, tenía que acordarme de eso, porque todavía no había empezado a emborracharme, pero quería que empezara desde el principio), dándome la botella, Bey cuidando de mí, las cosas volviéndose cada vez más y más borrosas, mi hermana con nosotros por la calle, luego, dándole un mordisco a una hamburguesa pringosa que yo también había probado, Diana mirando mal a alguien (“Era a mí”, me confesó él), alguien dándole la mano a mi hermana (“Era yo”, me informó para tranquilizarme, aclarándose la garganta), yo subiendo las escaleras detrás de Diana, ella acercándose a mí, besándome e invitándome a subir a su recién estrenada habitación…
               -Hay que joderse-espetó él, incorporándose de un brinco y empezando a reptar entre la gente. El tren comenzó a reducir la velocidad.
               -Y luego tú en mi habitación, con mi hermana, que me daba un beso. Y tú me dabas otro. Y… creo que ya está.
               -¿No te acuerdas de nada? ¿No te despertaste en mitad de la noche?
               -Me despertaste tú, tío.
               -O sea, que no nos oíste hablar a tu hermana y a mí después de que te durmieras.
               -¿Acaso debería?-gruñí. Empezaba a cabrearme tanto misterio. Nos agarramos a una barra en el momento justo en el que, con un chirrido, el vagón se detenía y las puertas empezaban a abrirse.
               -Ayer, Eleanor volvió a casa con nosotros. Salimos del bar los cuatro juntos: Diana, El, tú y yo.
               -Creí... que había vuelto con sus amigas y que nos la habíamos encontrado por ahí.
               -Estuve con ella toda la noche.
               -¿Estuviste cuidándola?
               Se dio la vuelta y me miró, en sus ojos había algo que no sabía identificar. Las puertas del tren se cerraron, y la máquina echó a andar con la banda sonora de la gente subiendo las escaleras despidiéndola. Había hablado, pero no le entendí.
               -¿Qué?
               -A Eleanor casi la violan anoche.
               Deseé que se hubiera echado a reír al ver mi cara de estupefacción, que me hubiera dado un puñetazo en el hombro y me hubiera dicho “¿De verdad piensas que dejaríamos que pasara eso?”, hubiera sacudido la cabeza y me dejase atrás, invitándome sin palabras a echar una carrera.
               No hizo nada de lo anterior.
          Nos miramos en silencio; él esperaba a que yo reaccionara. Y yo esperaba a que él reaccionara.
               -Scott…

               Me puso una mano en el hombro y me dio un apretón afectuoso. El típico apretón de hermano mayor que sabe que te estás portando mal, y que te mereces la bronca de tus padres, pero no una bronca tan fuerte.
               Todo el mundo nos miraba, pero a mí me daba igual, porque no nos miraban por la razón adecuada. Nos miraban porque les sonábamos de algo, porque los londinenses, a pesar de jurar estar muy por encima de esas cosas terrenales, en realidad adoraban compartir andén con alguna celebridad. Y aún más con los hijos de sus celebridades. Ellos encumbraban a unos pocos privilegiados a cambio de unos instantes como esos.
               Nadie sacó el móvil, lo cual agradecí.
               -Vamos a tomar algo y te cuento lo que pasó-dijo, agarrándome por el codo y tirando de mí en dirección a la salida. Me dejé hacer.
               -¿Scott?
               -¿Tommy?
               -¿Le hicieron daño?
               Torció la boca un instante, decidiendo si me mentía y hacía que me cabrease con él, o me decía la verdad y hacía que quisiera matar a alguien.
               -La asustaron, pero… llegué a tiempo. Se podría decir que fue gracias a la americana-se encogió de hombros-. Acuérdate de eso, porque no tengo pensado decirlo a menudo.
               Nos metimos en el primer bar que encontramos, y pedimos cada uno una cerveza. La camarera nos miró de arriba abajo, decidiendo si se iba a meter en un lío por darles alcohol a menores de edad. Todo el mundo decía que aparentábamos más años de los que en realidad teníamos pero, aun así, llevábamos los carnets de identidad encima.
               Y se nos caería el pelo a todos si al final entraba un inspector.
               -¿Quién fue?-pregunté cuando la chica se había vuelto a alejar, la larguísima coleta rubia balanceándose por su espalda a modo de péndulo de un reloj suizo de esos que ya no se hacían. Scott no le dedicó ni una mirada en su marcha, estaba casi como de duelo por la situación que le había tocado intentar solucionar.
               -No lo conozco-dijo, jugando con el posavasos, que detestaba y que siempre apartaba en cuanto el dueño del local en el que estuviéramos apartaba la vista. Lo golpeó de canto contra la mesa-. Creo que ella sí.
               -¿Por qué no me dijo nada?
               -Tom, me hizo prometerle que no te diría nada. Ni a ti ni a tus padres. A tus padres, bueno, hasta cierto punto puedo entenderlo. Podrían prohibirle que saliera, pero a ti…
               Se reclinó en el sofá y miró a los transeúntes que se tatuaban como gifs en la ventana.
               -¿Te acuerdas de su cara?
               En su boca se materializó una sonrisa sarcástica.
               -Tendré suerte si alguna noche no sueño con ella.
               -Vamos a ir a por él.
               -No, yo voy a ir a por él. Tú seguro que lo matas. Y no podemos arriesgarnos a que te manden a la cárcel, con la personalidad que tienes, te convertirías en la putita del chulo de turno antes incluso de que terminaran de ponerte el uniforme-sacudió la cabeza.
               -Es lo que se merece.
               -O que lo dejen paralítico.
               Nos miramos en silencio.
               -¿Por eso no te penan?
               -¡Dios salve a la reina!-contestó, alzando la copa y dando un trago de su bebida. Se limpió la espuma con el dorso de la mano-. No, ya lo tengo todo pensado. Me pasé media noche dándole vueltas al asunto.
               -Tienen que castigarte por eso también seguro.
               -Puede, pero tú eres hermano de ella. Yo no tengo nada que ver. Metafóricamente hablando, ya sabes. Cuestiones legales menores-se encogió de hombros y nos inclinamos el uno hacia el otro; de repente, desearíamos estar en la sede insonorizada de alguna agencia de inteligencia ultra secreta-. Yo, en cambio, no tengo nada. En el caso de que nos cazaran (que lo dudo), no podrían decir que me estaba vengando de Eleanor, porque no es nada mío. Además, imagínate por un momento que me mandan a pasar una temporada a la sombra. Tendría el gimnasio gratis. Y todavía no se ha hecho traje que a Scott Malik le quede mal.
               -Necesito hacerlo yo.
               -La única que necesita hacer algo realmente es Eleanor. Y va a venir conmigo.
               -Tu coartada se cae a pedazos.
               -A ella no la cazarían. Te lo prometo, T.
               Me pasé una mano por el pelo, intentando aclarar mis ideas. Él no dejaba de mirarme, parecía temer que me pusiera a gritar de un momento a otro su plan para que alguien lo detuviera, y robárselo. Tenía sentido, por supuesto que tenía sentido, Scott podría consultarlo un millar de veces en la biblioteca jurídica de su casa, pero aun así… no dejaba de ser muy diferente el mandar a alguien a romperle la cara a un hijo de puta en tu nombre, a hacerlo tú en persona.
               Me ardían los nudillos, necesitaba sentir lo que era destrozar al cabrón que se había atrevido a tocar a mi hermana.
               Yo no serviría para mafioso, me gustaba la sangre más que a un perro de caza.
               Tal vez, por eso, tuviera que ir Scott. Si ya me costaba parar en situaciones más fáciles (incluso en situaciones en las que iba perdiendo, cuando éramos dos contra cuatro, cuando alguien se las apañaba para hacerse con un arma, por rudimentaria que fuera), ¿cómo iba a poder detenerme en algo tan trascendental como vengar a mi propia sangre, ofrecerle la poca justicia que, como su hermano, podría ofrecerle?
               -Mátalo, Scott.
               Sonrió.
               -Te mandaré una foto.
               Di un sorbo de mi cerveza, empujando con una especie de embudo mental mis pensamientos atropellados hacia un paredón en el que ordenarlos y decidir cuál era importante, y cuál no.
               -¿Cuándo vas?
               -Esta noche-se cruzó de brazos-. Así que necesito una coartada.
               Asentí.
               -Diremos que hay otra fiesta, o lo que sea, y nos traeremos a las chicas-puso los ojos en blanco-. ¿Qué pasa ahora, tío?
               -La puta americana. No me gusta.
               -Hace literalmente dos días me decías que era gilipollas por no tirármela, y casi me suplicabas permiso para hacerlo tú.
               -Me lo diste, hijo de puta. Lo cual no quiere decir que vaya a hacerlo. No he conocido ser más repulsivo en mi vida. Y eso que Simon Cowell, por desgracia, venía a vernos cuando nacíamos todos-se estremeció.
               -¿A qué viene ese cambio de actitud hacia Diana? ¿Le ha dado por ser monógama?
               -Con el buen gusto que tienes eligiendo a tus amigos, no entiendo cómo puedes elegir a las tías de las que te cuelgas con el culo con esa facilidad. Es una habilidad que escapa a mi entendimiento.
               -Me lo paso bien con ella.
               -Los dos sabemos que terminarás pasándotelo más que bien con ella, y no quiero que te rompan el corazón como cierta zorra pelirroja-un pellizco en el pecho, casi imperceptible, pero demasiado casi- Mira, T, ya sabes que no me importa hacer lo que hice esta noche, pero también sabes que me duele verte así de jodido.
               -¿Y si a ella le gusta?
               -Las mujeres, gracias a Dios, han dejado de tragarse esa mierda de “50 sombras jodidas”. No creo que ella pueda querer a nadie, y tú, precisamente, lo que no necesitas ahora es que no te quieran.
               -No voy a casarme con ella.
               -Yo no iría a vuestra boda, si lo hicierais.
               -No has puesto tan a vuelta y media a una tía en tu vida. Ni siquiera cuando te rechazan.
               -Más quisiera Diana que yo la pusiera de ninguna manera-espetó, todo ofendido de repente.
               -Confiesa, Scott, ¿te emborrachaste mucho, le pediste rollo y ella te dio calabazas? Les pasa a los mejores.
               -Digamos que no me ayudó ayer.
               -Qué críptico, ¿más detalles? ¿El pobrecito Scott, obligado a acabar solo porque una rubia se ha negado a abrirse de piernas?
               -¿Te imaginas que tuviera las piernas tan largas y tan sueltas como tiene la lengua? Haríamos el primer trío de nuestra vida. Pero, desgraciadamente, no es así.
               -Al Scott de antes se le ocurrirían muy buenos usos para una lengua así de larga.
               -El Scott de antes te pegaría una paliza por ponerte tan pesadito, pero ya sabes que la falta de sueño hace que me vuelva más dócil-protestó, y,  pesar de todo, sonrió.
               Y yo, a pesar de que había fallado en mi única tarea como hermano, a pesar de que no podría vengarme como querría, a pesar de que mi hermana me había necesitado y no había estado ahí para ella, a pesar de que me quedaría esperando en algún rincón de algún bar noticias del hijo de puta al que iba a destrozar, sonreí también.
               -No te cabrees conmigo, mi vida-supliqué, acariciándole la mano. Volvió a poner los ojos en blanco, y empezó a jugar con su piercing.
               -No estoy cabreado.
               -¿Me das tu bendición?
               -No.
               -Scott.
               Bufó.
               -Scott.
               Por fin, me miró.
               -La mitad de mi vida es una mierda, y la otra mitad, estoy con Diana.
               Dejó de jugar con su piercing y una sonrisa torcida (la sonrisa de Seductor™) surgió en su boca.
               -Y luego soy yo el que tiene problemas porque le pierden los coños.
               Nos echamos a reír, cogimos los vasos con cerveza, los alzamos en la dirección del otro y dimos un largo trago.
               -Prométeme que no te vas a pillar por ella.
               Esta vez me tocó a mí poner los ojos en blanco.
               -S, la conozco de hace una semana.
               -Me importa una mierda cuánto haga que la conozcas. Prométemelo.
               -No sé qué posibilidades hay.
               -Yo supe qué posibilidades había de que me pillara por Ashley en el momento en que la vi.
               -¿Y cuántas fueron?-lo puteé, contento de que no cambiásemos de tema, pero un poco sí de objetivo.
               -¿A ti qué te parece?
               -Sigues enamorado de ella-lo acusé. Él dio un trago y miró por la ventana.
               -Nunca te desenamoras de nadie.
               -Gracias.
               -Sólo aprendes a que te den igual.
               Le arrebaté el posavasos y lo miré a los ojos.
               -Ahora entiendo por qué cuanto más hablas más fácil es que te lleves a una tía a la cama.
               -No suele hacerme falta hablar-replicó, alzando una ceja y terminándose la bebida-. Mueve ese culo gordo que tienes, tenemos mucho que hacer.
               Apuré lo que me quedaba de bebida (más de la mitad) de un trago (“Pero, ¡despacio, subnormal! Como te siente mal, te dejo tirado en la primera estación de metro que encuentre”, me amenazó), alcancé mi chaqueta y salimos al frío londinense de noviembre, ese que hacía que necesitaras una chaqueta pero no un abrigo.
               El tiempo en el que a esas alturas del año hacía un frío de llevar varias pieles, unas encima de otras, había pasado. El tiempo de mis padres había sido el último con el clima normal. Ahora todo oscilaba, y tú, lo único que podías hacer, era tener toda la ropa a mano, y ponértela dependiendo de cómo saliera el sol.
               -¿Tienes que comprar algo para esta noche?-pregunté, rebuscando en los bolsillos por el paquete de tabaco secreto que compartíamos, y que cada uno custodiaba en días alternos. Me metió la mano en el bolsillo derecho y lo sacó con habilidad, pero no me lo dio.
               -Condones-y se echó a reír, como si fuéramos vírgenes o algo por el estilo. A veces me apetecía matarlo-. ¿Qué quieres que compre, T? ¿Una puñetera pistola?
               -Las pistolas no te dejan saborear la muerte.
               Asintió con la cabeza, abrió el paquete y lo miró un momento en silencio. Me detuve a los pocos pasos porque me di cuenta de lo que pasaba.
               -¿Cuándo compramos éste?
               -¿El lunes? No sé, no lo anoté en mi diario. Se me olvidó.
               -No me vaciles.
               -Es lo que llevo haciendo 17.
               -Thomas.
               -Scott.
               -¿Cuántos te has fumado?
               -Tú no cuentas a las chicas con las que te lías, y yo no cuento los cigarros que me fumo. Cada uno es libre de ignorar lo que le apetezca.
               -Me fumé dos anoche. Los dos primeros del paquete. Los otros te los fumaste tú.
               -¿Y?
               -Que vamos a medias, hijo de puta. Voy a empezar a cobrarte los que te fumas de más. Luego el adicto soy yo. Tócate. Los. Huevos-se llevó uno a la boca y lo encendió con el mechero, observando a un grupo de chicas más altas que nosotros (sí, las había) esquivarnos con la habilidad de las mujeres experimentadas que el primer día de rebajas encuentran todo lo que quieren y más. Les sonreímos a un par que se giraron en nuestra dirección, observándonos de arriba abajo.
               -Es una pena que ya no salgamos por el centro-comenté, observando cómo se contoneaban ahora que sabían que las mirábamos.
               -¿Sabes, hermano? Creo que deberíamos renovarnos. La evolución lo requiere. Es por…me cogió del hombro-…. Mm… el bien de nuestra especie.
               -Oh, sí, nuestra especie.
               -Tómatela en serio. Tenemos un deber con la madre naturaleza.
               -Creced y multiplicaos.
               Las contemplamos hasta que se perdieron de vista al girar una esquina y meterse en una tienda. Scott sacudió la cabeza.
               -Ya puedes ir a darles las gracias, porque me han alegrado el día, y te voy a dejar fumar.
               -Les daría otra cosa, si te soy sincero.
               La sonrisa de Seductor ™ volvió a asomar por su cara.
               -T, travieso, que estás comprometido.
               -Con mi especie-contesté, quitándole el cigarro encendido de la mano, dándole una calada y echando a correr. Con suerte, lo dejaría atrás y me lo podría fumar tranquilo.
               Con suerte.
Chad.
              
               Las posibilidades de que te encuentres a alguien que conoces en la calle más concurrida de uno de los países más famosos y admirados del mundo, cuando no es el tuyo, son pocas.
               Pero Londres tiene magia.
               No como Dublín, pero… aun así, la tiene.
               Por eso, no pude más que reírme cuando me fijé en los dos chavales corriendo entre la gente. Esquivando cuerpos como el que esquiva llamas. Uno, mirando hacia atrás constantemente. Sonriendo al ver que aumentaba la distancia, y deteniéndose para que el otro lo alcanzara.
               El otro, inclinado un poco hacia delante, para ser más aerodinámico.
               Tommy cruzó un semáforo en el momento justo en que se ponía en rojo, y Scott llegaba al borde de la calle apenas se cruzaban los coches. Tommy se dio una palmada en las rodillas mientras el otro contemplaba, angustiado, que no había posibilidad de cruzar. Dio una calada de su cigarro (qué maestro, fumando y corriendo a la vez), y miró en derredor.
               Fue entonces cuando me vio. Su boca se abrió de sorpresa; no todos los días tu “primo” irlandés está en tu ciudad. Casi se le cayó el cigarro al suelo. En el último momento, pareció recordar el motivo de su huida.
               El semáforo se abrió para los peatones y Scott salió disparado a su encuentro. Alcanzó a Tommy, le arrebató el cilindro y miró en la misma dirección en que lo hacía el ganador de su carrera privada.
               -¡Chad!
               -¡Scott! ¡Tommy!
               Como si fuéramos críos de nuevo, echamos a correr para encontrarnos, y me levantaron entre los dos en volandas. Me acribillaron a preguntas como en un pelotón de fusilamiento te acribillarían con balas.
               -¿Cuándo has llegado?
               -¿Por qué no nos has avisado?
               -Qué hijo de puta, ¿vienes a robarnos a las mujeres? ¿No tenéis suficientes?
               -¿Y tu padre?
               -Ibas a venir a visitarnos, ¿verdad?
               -Ya verás papá cuando se entere de que estáis aquí-dijeron al unísono, se miraron, y se echaron a reír. Cualquiera diría que no eran gemelos de físico totalmente diferente.
               Me hice el interesante. Pero ellos no se dejaron engañar. Por supuesto que iba a ir a visitarlos. Siempre y cuando terminara los negocios que me habían llevado hasta allí a tiempo. ¿Qué negocios eran esos?
               -Venía a conocer a nuestra recién descubierta prima.
               Tommy alzó las cejas, Scott le dio un codazo y sonrió.
               -Mira, competencia. Ten cuidado, es más guapo que tú. E irlandés.
               -A las americanas les gustan los irlandeses-amenacé yo.
               -Es porque la tierra llama, y mucho-convino el moreno.
               -¿Por qué corríais?
               -Porque hay que disfrutar mientras se es joven-respondió Tommy, hinchándose cual pavo.
               -Para algo en lo que me supera, tiene que aprovecharlo. ¿Te quedarás esta noche, Chad?
               -Me quedo hasta mañana por la tarde. Mi avión sale a las 8.
               -De puta madre, cenas en mi casa y comes mañana en la de los Tomlinson.
               Siempre acabábamos encontrando un momento en el que reunir a nuestras familias. Por pequeño que fuera.
               -¿Y Niall?
               -Encargándose de sus asuntos. Empresarios. Ya sabéis cómo son.
               -No tenemos ni idea-los tres nos encogimos de hombros. Me sentía como en casa, a pesar de estar a miles de kilómetros de ella.
               Saqué el tema de los papeles arrugados que papá no había dejado de garabatear mientras el avión despegaba. Y se guardaba las ruedas. Y se colaba entre las nubes, para dejarnos un momento ciegos. Y sobrevolaba el mar por unos instantes. Y bum, habíamos cruzado el canal, estábamos en “territorio extranjero”. Y no, Chad, no podemos sacar ahora la guitarra, ¿no ves que no hay sitio? Y sacudía la cabeza, y volvía a la maraña de palabras que atestaban el papel malherido. Eran hormigas apoderándose de una tarta abandonada en el campo.
               Tommy no tenía ni idea de que había nuevas canciones, fetos de música que era mejor que no se produjera. Scott sí que estaba al tanto de lo lamentable de la situación.
               -Son basura.
               -¡Gracias!-repliqué. Tommy no era capaz de salir de su estado de estupefacción. ¿Los cinco? ¿Juntos? ¿Otra vez? ¿Escribiendo?
               -No puede ser tan malo, ¿verdad? ¿Tipo Live while we’re young?
               Scott y yo nos observamos un momento. Volvimos a recitar nuestra oración para alejarnos del maligno (“Si hubiera tenido que cantar yo esa canción, me suicidaría”)
               Asentimos y nos quedamos en silencio. Decidí romperlo yo, preguntando qué hacían por el centro. Me dijeron que habían bajado a pasar la tarde con la hermana de Tommy y Diana, pero, por caprichos de la vida, se habían separado por sexos. Ahora vagabundearían sin rumbo, esperando para volver a casa.
               Pregunté si me podía unir. Me dijeron que la duda ofendía y que me largase a mi casa. A esa “isla internacional”, de la que no tendría que haber salido.
               -¿Qué tal tu madre?-preguntó Scott una vez echamos a andar. Volverían a llevarme a hacer turismo de compras. Como si no conociera esas calles como las de mi ciudad.
               -Está bien. En casa. Tranquila.
               -¿Todo bien por Irlanda?
               -No hay queja.
               -¿Y Niall?
               -Sigue siendo una mariposa que vuela de flor en flor.
               -Eso me suena de algo-Tommy miró con intención a Scott, que parpadeó sin inmutarse.
               -Eso es porque lo ves en el espejo cada mañana.
               -¿Vosotros estáis igual?
               -Ya me conoces. Soy hedonista. El primero de mi especie. No creo que el Corán lo contemple, así que estoy en un vacío legal. Nada me afecta.
               -Eso es de los estoicos.
               -A callar tú. Tommy me va a decepcionar pillándose por Diana.
               -¿En serio?
               -Ya se la ha tirado.
               -Joder, Scott, mira cómo te gusta joderles las sorpresas a los demás.
               -¿Qué pasa? Ni que esto fuera Interstellar. Se veía venir. Vive con él.
               -Scott me incitó a que me acostara con ella.
               -Porque no la conocía.
               -¿Tan mala es?-pregunté yo.
               -Es el demonio. Con cara de ángel… pero el demonio.
               -A Scott no le cae bien.
               -Me he dado cuenta.
               -Es guapa y tal, pero…
               -Es modelo, Scott, pero gracias por descubrirnos América-protestó Tommy, dando la última calada del cigarro. Lo apagó en el cenicero de una papelera.
               -… es una gilipollas integral. Una gilipollas en toda regla. Una cabrona con todas las letras.
               -Ayer tuvo que emborracharme, y al parecer, Diana no lo ayudó a llevarme a rastras a casa.
               -Para empezar, no estabas tan borracho. Y no fue que no me ayudara, sino que más bien me incordió.
               -Los que se pelean se desean-apunté yo. Tommy me coreó con una risa. Scott sólo puso cara de asco. Era la primera vez que hacía semejante cosa cuando hablábamos de una mujer. Sí que tenía que ser grave para que cambiara su comportamiento de seductor con tal facilidad.
               -Está buena, pero no me fío de que no tenga dientes ahí abajo-Scott se estremeció.
               -No los tiene, créeme.
               -¿Y tú que, Chad? ¿Tienes pareja? ¿Has encontrado a ese alguien especial?
               Negué con la cabeza. Y se lo tomaron como una invitación a sonsacarme quién me gustaba de mi instituto. O de mi barrio. O de mi ciudad. O de mi país. Porque Irlanda es más pequeña, tenéis que conoceros entre todos. ¿O no?
               No, la verdad es que no.
               Nos arrastramos los unos a los otros, me llevaron a nuevas tiendas que habían abierto hacía poco. Gimotearon al contarme que otras buenísimas habían cerrado. Compramos unos trozos de pizza y nos sentamos en un parque a comerlos mientras seguían intentando adivinar qué pasaba en mi corazón.
               Habían llegado a la conclusión de que se trataba de un chico (como me había sucedido la mayoría de las veces). Y que me daba vergüenza decírselo (como si fuera algo de lo que avergonzarse).
               -Somos amigos, Chad, ya sabes que te aceptamos seas como seas.
               -Son personas, al fin y al cabo.
               -Sí, nos enamoramos de personas.
               -Scott tiene la preciosa teoría de que nunca nos desenamoramos de alguien.
               Scott miró a Tommy. Tommy miró a Scott. Así, durante un rato.
               -Voy a acabar tirándote al Támesis.
               -Es una chica-aclaré. Su atención volvió a mí, como un foco ardiente en un escenario en penumbra.
               -Sabía que había alguien, lo sabía.
               -No os acostumbréis a que sean chicas.
               -Es… ¿la tercera?
               -La cuarta-para cuatro chicas que me habían atraído en mi vida, lo justo era que se las tuviera en cuenta a todas.
               -¿Cómo que la cuarta? ¿De cuál no nos has hablado?
               -Fue corto De un mes. En verano. En Grecia.
               -Impresionante. Impresionante. Una Afrodita. Y era tonto cuando lo compramos, Tommy.
               -O me das detalles, o mañana no comes en mi casa.
               -Puedes comer en la mía, no te preocupes.
               Recibieron un mensaje de Eleanor, preguntando dónde estaban. Les dieron la dirección y esperamos por las chicas mientras yo les contaba todo. Bueno, más o menos; hay cosas que merece la pena mantener el secreto. Contarlas en voz alta les quita un poco de su magia, y no puedes perder eso.
               Pero sí que les conté cómo la conocí, y cómo me despedí de ella. Omití lo de la noche en que me llevó al puerto de su pequeña isla y terminábamos haciéndolo en la playa. Era mi primera vez en el exterior. La suya, no tanto. Pero no dejaba de ser especial por no ser yo el primero.
               -Ahora quiero ir a Grecia-musitó Scott cuando terminé el relato y un par de figuras se acercaban a nosotros-. ¿Cuánto costará el billete?
               -Tío.
               -¿Qué?
               -Tus padres son millonarios.
               Alzó los ojos al cielo. Su labio inferior sobresalió un poco en un gesto que significaba “es verdad”. Nos echamos a reír justo cuando las dos figuras nos alcanzaban.
               Eleanor se inclinó a darme dos besos y me abrazó con fuerza. Seguro que había crecido desde la última vez que la vi.
               Puede que los tacones que llevaba tuvieran algo que ver.
               Ya conocía a la chica que la acompañaba, y sin embargo tenía la impresión de que era la primera vez en mi vida que la veía. Hacía demasiados años desde la última vez que nos encontramos. Papá, lejos de mantenerse tranquilo en un lugar, esperando que el trabajo llamase a su puerta, acostumbraba a tener proyectos en cada puerto. Era un marinero que cambiaba la música por las mujeres que se supone que tenían que esperarle nada más desembarcar.
               Y eso terminaba marcando mucho, porque Harry era amigo suyo, y no tanto de mi madre. Eso de hacer tours por el mundo marca, y mucho.
               Los tres nos levantamos al unísono. Eleanor hizo una mueca por no mostrarle yo tal deferencia, fingiendo sentirse afectada. No lo hacía, pero aun así.
               Diana se echó para atrás el pelo y se lo aseguró con las gafas de sol inmensas que llevaba puestas. Me estudió con unos ojos que podrían revertir el cambio climático (seguro que hacían la fotosíntesis), y me dedicó una sonrisa de 5.000K. Vaya, de un blanco glaciar.
               -Chad. El de Irlanda-dije, porque por la forma en que me miraba era evidente que  no me recordaba. No podía culparla. En un mes debía de registrar tantos rostros diciendo su nombre como los que había registrado yo en toda mi vida.
               -Diana. No la de Gales-replicó, y su sonrisa se ensanchó cuando tres de los presentes nos echamos a reír. Scott sólo sonrió, un poco con cinismo-. Horan, ¿verdad?
               Asentí.
               -Tienes los ojos de tu padre-observó.
               -Algo que sólo dos no hemos conseguido heredar-asintió Eleanor, que se enorgullecía de los ojos marrones, de la vertiente mediterránea. Scott comenzó a morderse el labio. Diana y Tommy, a no parar de mirarse. La presentación había concluido. Había pasado el examen.
               Me llevaron al punto de encuentro con su chófer, alias Eri. Se iban antes que yo, de modo que me quedaría a esperar un rato en soledad por mi padre.
               -No parece tan mala-le comenté a Scott mientras cerrábamos la comitiva encabezada por las chicas, que informaban a Tommy de su tour particular.
               -Elige bien con quién muestra su rostro verdadero. O si acaso lo muestra-respondió mi amigo, tocándose la barbilla.
               Pude observar bien su lenguaje no verbal. Parecía segura de sí misma, pero no pedante. Se inclinaba hacia la persona que le hablaba para indicarle que tenía toda su atención. Le colocaba una mano en la espalda a Eleanor cuando las dos se reían. Se aseguraba de que estuviera cerca de ella cuando nos cruzábamos con alguien.
               Actuaba, en definitiva, como si no fuera hija única, y se enorgullecía de su tarea de cuidar a su hermana pequeña, asimilada simplemente porque los astros la habían conocido antes.
               -Está muy buena, Scott.
               -Para mi desgracia-respondió él, y no supe decir si no le gustaba reconocerlo, o si no le gustaba lo que aquello implicaba-. No te pilles tú también por ella. Tommy me va a dar mucho trabajo.
               Está bien, era por lo segundo.
               Los coches pasaban y pasaban, pero uno rompió la monotonía del caos. Se detuvo con una rueda encima de la acera y la del mismo lado, en la parte posterior, en el aire, y tocaron el claxon.
               Un puñado de gente más de la que se tenía que girar se volvió para averiguar si los reclamaban a ellos o no. Lo cierto era que no.
               Papá se bajó del coche, abrió los brazos y gritó.
               -¡No es pequeño el mundo!
               -Cenáis en casa de Scott, Niall.
               -Y mañana coméis en la de Tommy.
               -Como si estuviésemos esperando vuestras invitaciones-replicó mi padre, haciéndome gestos para que me reuniera con él. Todos se acercaron, yo abrí la puerta del lado copiloto y me giré. Con un movimiento de cabeza, me despedí hasta la cena.
               -¿Os acerco?
               -No cabemos todos-observó Diana, alzando las cejas. Niall se echó a reír.
               -Ya veo, princesita, que Harry te tiene muy mal informado. Soy el rey de Irlanda, pero a este lado del canal, no soy menos que Dios.
               Diana alzó las cejas. Saltaba a la vista que no le hablaban así a menudo.
               Y luego, con un encogimiento de hombros, siguió a Eleanor dentro del coche. Alborotamos todo lo que quisimos y más, mientras papá nos hacía mil y una preguntas, asentía con la cabeza mientras los demás hablaban, se reía al descubrir cómo me había encontrado a los chicos, y contestaba a lo que los demás le preguntaban.
               Los dejó a la sombra del edificio con forma de bala de cristal que tanto le gustaba.
               Eleanor quiso saber por qué no esperábamos por su madre para subir todos a su calle. Muy fácil, respondió mi padre.

               Le encantaba poner celoso a Louis a base de comerse a besos a su mujer.

6 comentarios:

  1. El último párrafo es vida. Debo confesar que una parte de mi siempre shippeo a Eri y Niall.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. YO TAMBIÉN ES QUE NIALL ES SÚPER CUQUI AUNQUE SEA UN VIVIDOR FOLLADOR?????????

      Eliminar
  2. No me esperaba para nada la bisexualidad de Chad. Me encanta.

    ResponderEliminar
  3. CHAD Y NIALL POR FIN HAN LLEGADO *BAILA UNA SARDANA MIENTRAS SE EMOCIONA*

    ResponderEliminar
  4. No me esperaba para nada la bisexualidad de Chad. Me ha encantado.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No me lo imagino de otra manera que sintiéndose atraído por personas, independientemente de si son de su sexo o no.

      Eliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤