lunes, 25 de abril de 2016

Tan solo estamos poniéndonos al día.

               ¿Te imaginas que hubiera podido aguantar diez minutos más sin besarla?
               Yo tampoco.
               Empezaba a sospechar que era yo quien necesitaba que lo protegieran de ella, y no ella de mí.
               Dios, me estaba volviendo loco.
               Debería ir a las Vegas y dilapidar la fortuna familiar en la ciudad del pecado. Si mi suerte continuaba de esa manera, podría comprar todo Estados Unidos, incluso las partes aburridas, y todavía me sobraría dinero para hacerme con algún par de estados caribeños para cuando me aburriera del continente.
               Tendría que haberme imaginado que aprovecharía hasta la más mínima baza que tuviera para estar cerca de mí; lo que más me fastidió era que no se me hubiera ocurrido. Hacía los ejercicios mal a propósito (bueno, la mayoría; algunos sí que le costaban, especialmente los de raíces) sólo para que yo pudiera seguir a su lado.
               Para que pudiera inclinarme hacia su hoja y explicarle dónde había metido la pata.
               Y ella me pudiera acariciar por debajo de la mesa.
               Y luego el adicto al sexo soy yo. Tócate los huevos.
               No sé si morder la parte trasera del lápiz mientras fruncía el ceño y fingía escuchar lo que le decía (porque sabía de sobra dónde había metido la pata) era un acto reflejo o estaba destinado a calentarme más aún. Fuera como fuese, lo conseguía.
               Y tenía ese pequeño arco en el labio, justo debajo de la nariz…
               Cuando terminó el primer ejercicio, bien porque se hartó de jugar conmigo, y decidió recompensarme por mi paciencia y saber estar con un beso, creí que se había vuelto loca.
               Éramos tal para cual.
               Dejó que me tranquilizara y me dedicara a lo mío unos minutos, pero supe en cuanto anunció que iba al baño que quería que la siguiera.
               Mil millones de estrellas fugaces surcaron el cielo sin que yo las viera cuando me di cuenta de que necesitaba materiales para poder continuar con mis ejercicios. Siguieron brillando y precipitándose hacia la atmósfera para mí cuando subí las escaleras y me la encontré en mi habitación. Evidentemente.
               Cerré la puerta, abrí un cajón y me abalancé sobre ella, que me esperaba incluso con más hambre de la que yo tenía. Acababa de echarse el pintalabios de cereza, y yo no podía parar de besarla, y ella suspiraba en mi oído.
               -No vuelvas a hacer lo de esta tarde.
               -¿El qué? ¿Echarte una mano con tus deberes de matemáticas? ¿Ya no quieres que te eche una mano en nada?
               -Eres gilipollas, Scott-todavía que me calentó más que me insultara. Alá, por favor, si así lo deseas, cúrame esta enfermedad mental con la que me has hecho nacer. Soy tu humilde servidor, pero soy demasiado débil. La empotré contra el armario y le sujeté las manos en alto con una mano mientras con la otra recorría todo su cuerpo.
               Todo su cuerpo.

               -¿Qué te hago que te sienta tan mal?-la pinché, disfrutando de cómo se deshacía ante mis caricias. Abrió sus ojos de gacela y los clavó en mí. Mi corazón se saltó un latido, porque seguir un ritmo regular durante toda una vida es algo demasiado aburrido, propio de perdedores.
               -Te quitaste la camiseta.
               -Ayer me la quité y no te pusiste así.
               -Te la quitaste por la cabeza-me recriminó. Oh, dios mío, soy el Hitler del siglo XXI. Voy a iniciar una guerra. Mataré a millones de personas.
               -¿Y qué?
               Se liberó de mi prisión y me empujó contra el armario. Se abalanzó hacia mí y empezó a pelearse con los botones de mi camiseta.
               Señor, señor, el polvo que podríamos echar si seguíamos en ese plan. Lo poco que me importaría que su hermano estuviera escaleras abajo.
               -Pues la manera que tienes de hacerlo, y la línea de pelitos que te bajan desde el ombligo hasta…
               -Como lo digas, vamos a tener problemas tú y yo.
               Sonrió en mi boca y me mordió el labio. Se pegó un poco hacia mí. Había terminado de desabrocharme la camisa.
               -Y, encima, después de haber hecho ejercicio...
               -Vaya, nena, si lo llego a saber, no me ducho.
               Volvió a reírse en mi boca. Sus labios de cereza riéndose eran el mayor manjar que hubiera conocido este planeta, y los demás.
               -¿Eso que noto en tu pantalón, es tu móvil, o es que te alegras de verme?
               Se frotó contra mí.
               Madre mía, vamos bien.
               -Eleanor, en serio, para. Puede parecer que lo aguanto todo, pero hasta yo tengo un límite.
               -Habértelo pensado mejor, antes de quitarte la camiseta así.
               -Lo hago todo para provocarte.
               -Me había dado cuenta-gimió en mi oído cuando mis manos llegaron hasta su culo, y supe que como dijera mi nombre otra vez, estaría perdido. Tendría que tenerla.
               La cogí en brazos, sujetándola bien por las piernas, y la pegué contra la pared. Sonrió.
               -S…
               -No me hagas esto. No podemos liarnos. Tommy me lo notará.
               -Me da igual que mi hermano te lo note, lo necesito.
               Me mordisqueó el cuello. Eso, sí señor, déjame más marcas, ¿no me dejaste pocas ayer?
               Hizo que me estremeciera, y, de repente, se me ocurrió una idea.
               El escritorio.
               ¡El escritorio!
               La llevé hasta el borde de éste, la senté en él e hice espacio apresuradamente. Se cayeron varias libretas al suelo. Era perfecto, joder. El pronto que tenía cuando no encontraba algo me serviría de coartada.
               Y le daría a ella lo que quería. Ya nos ocuparíamos de mí más tarde.
                Fui bajando por su torso mientras luchaba por mantener la respiración a un ritmo normal. Le besé el ombligo y fui bajando más.
               Le quité el pantalón, y escuché en su suspiro cuando mis manos se colaron por el elástico de sus bragas.
               -Dime que lo tienes cerca.
               -No vamos a hacer eso.
               Abrió sus ojos de gacela de par en par.
               -¿Qué?
               Me enfrenté a su mirada con mi sonrisa de Seductor™. La besé en los labios; ella ni siquiera cerró los ojos, tan aturdida como estaba.
               -¿Confías en mí?-inquirí, con una mano dentro de sus bragas, y la otra en su mejilla: mis pulgares hacían movimientos circulares que la volvían loca, tanto arriba como abajo.
               -Sí-murmuró, en su voz se entreveía el nudo que tenía en el estómago, de puros nervios. ¿Qué te estoy haciendo, mi nena?
               -Pues espera. Te va a gustar. Te lo prometo.
               Apenas tendría que hacer mucho, pero yo también quería disfrutar del proceso, aunque la estrella y protagonista fuese ella. Volví a besarla, fui bajando por su clavícula y seguí descendiendo por su vientre, aún cubierto por la camiseta. Me puse de rodillas y ella empezó a retorcerse, y eso que todavía no había llegado a mi objetivo.
               Le quité las bragas.
               Ella gimió; estaba muy, muy cerca.
               -¿Te tengo que tapar la boca?
               Negó con la cabeza, mordiéndose el labio. Pero cuando empecé a besarla, se le hizo insoportable.
               -Te tengo que  tapar la boca-puse los ojos en blanco y alcé la mano-. No te muevas.
               -No… puedo… estarAH. Quieta.
               -El, si no te callas, subirán a ver qué pasa, y entonces nos meteremos en problemas. Y tú no llegarás. Y quieres llegar, ¿o no?
               Asintió con rapidez.
               -Inténtalo.
               Di por perdido que estuviera callada cuando volví a concentrarme en sus muslos y continuó suspirando. Empezó a subir el volumen, lo cual no hizo más que calentarme a mí.
               Justo cuando noté que se iba a correr, le di una patada a una estantería y varios libros se precipitaron hacia el suelo, así como diversas cajas, que acallaron el estruendo de su grito.
               Me quedé de rodillas un rato, recuperando el aliento y tratando de calmarme. En vano, evidentemente. ¿Quién se puede calmar entre las piernas de otra persona? Que me lo presenten, necesito que me cuente su secreto.
               -Jesús bendito-murmuró Eleanor, pasándose una mano por la frente. Todavía estaba temblando. Qué poder me daba el sólo ver cómo se ponía, y todo eso se debía a mí.
               -Lo sé.
               -¿Hay algo que se te dé mal?-preguntó muy seria.
               -Resistirme a ti, mi amor.
                NO SÉ DE DÓNDE ME SALEN ESTAS CONTESTACIONES, PERO ME ALEGRO DE QUE LAS MUSAS ME QUIERAN.
               QUE FLUYA EL AMOR.
               Sonrió con tanta amplitud que me pregunté cómo era que no se le rompía la cara.
               -Y luego tienes el morro de preguntarme por qué te elegí a ti. Si lo tienes todo.
               -Hasta a ti.
               Se apoyó en sus rodillas e hizo un gesto para que me sentara y tenerme a su altura. Arrastré la silla del escritorio y obedecí a su orden implícita.
               Nos miramos en silencio durante una eternidad.
               -¿Podría resistírsete alguna mujer?
               -Diana. Pero me la estoy trabajando.
               -Como trabajártela haga que yo deje de estar entre tus prioridades, te vas olvidando de ella.
               -Eso nunca.
               Se deslizó como pudo hacia el suelo y recogió la ropa que yo le había quitado con tanta habilidad de encima de la alfombra. Se puso las bragas y, antes de ponerse el pantalón, se sentó a horcajadas encima de mí.
               No me habría importado lo más mínimo que la silla no hubiera soportado nuestro peso y nos hubiéramos caído y yo me rompiera la cabeza y me quedara en el sitio.
               Estaba tan contento de tenerla tan cerca…
               -Me siento un poco mal por cómo te quedas tú ahora.
               -Me pongo un vídeo de perritos y se me pasa enseguida.
               Se echó a reír, terminó de vestirse y se dirigió hacia la puerta.
               Observé todo el proceso, incluso cuando se dio la vuelta y murmuró:
               -¿Scott?
               -¿Eleanor?
               -No me llames “mi amor”. De tu boca suena demasiado bonito.
               -Vale-sonreí-… mi amor.
               Ella sonrió también.
               Si me hubiera funcionado media neurona, me habría dado cuenta de que se le notaba que le había hecho algo. Tenía las mejillas sonrosadas y no podía dejar de sonreír, algo no demasiado común en una persona que lleva toda la tarde haciendo ejercicios de matemáticas.
               Pero no me funcionaba media neurona, sino sólo un cuarto, y ese cuarto estaba demasiado ocupado deseando que Tommy se diera cuenta, me rompiera la cara y me dejara estar con ella tranquilo de una puta vez.


La situación con Diana era incluso cómica. Primero, me decía que no me acercara a Eleanor, y luego, pam, me dejaba en bandeja la oportunidad de pasar la tarde a solas con ella.
               Si no estuviera tan ocupada luchando porque la incluyeran entre las mejores modelos del mundo, se habría negado en redondo a ofrecernos quedarnos solos durante tanto tiempo. Pero hasta a ella le venía bien que nos fuéramos; así podría tontear con T todo lo que quisiera, sin tener que aguantarme a mí.
               Observamos la silueta de la ciudad mientras el ascensor descendía suavemente, tanto que apenas se notaba su movimiento.
               -Mis amigas se han dado cuenta-me informó, volviéndose hacia mí. Alcé las cejas.
               -No es que seamos muy discretos, El.
               -Especialmente tú-se burló, y tuve que reírme. La verdad es que tenía razón, pero no podía resistirlo. Me había quedado hasta bastante tarde despierto hablando con ella, contándole lo que había hecho y asegurándome que había estado bien (omití el detalle de que había ido solo hasta la mañana), consolando su disgusto por haberla dejado sola.
               Me dijo que le gustaba que la hubiera besado en la frente, y yo le respondí que me gustaba besarla, en la frente, en los labios, o donde fuera. Me la imaginé sonriendo en su habitación, con el pijama puesto y las piernas en alto, el vientre pegado al colchón, y yo también sonreí.
               -Tendrías que haberme dejado ir contigo-siguió recriminándome.
               -No nos vamos a enrollar en el instituto.
               -Me habría quedado más tranquila.
               -Pero yo no.
               Y luego había corrido a abrazarme y plantarme un beso en la mejilla. Delante de Tommy. Estábamos los dos mal de la cabeza, pero lo cierto era que nos daba igual.
               Y, claro, cuando se colgó de mi cuello y me besó en la mejilla, perdí el control un segundo. Lo suficiente para que todo el mundo se diera cuenta; no lo bastante como para que no fuera otro que el subconsciente el que registrara tal información.
               El subconsciente, o varios pares de ojos de adolescentes más pequeñas que yo. Las pobrecitas no podían resistirse a los encantos de depredador que me había dado la madre naturaleza.
               Querida Madre Tierra: por si no te has dado cuenta, los humanos estamos superpoblando tu adorado planeta. Ya puedes empezar a modificar a las siguientes generaciones para que no disfruten del sexo como lo hace la mía.
               Eleanor me había sonreído con tristeza cuando se separó de mí. Algo en mi interior se revolvió.
               Lo hacía por fastidiar, estaba seguro.
               O para que Diana se diera cuenta de lo que estaba sucediendo.
               Pero, claro, unas alas de mentira eran más importantes que proteger a la hermana pequeña de Tommy del demonio que era yo, ¿no es así?
               Y luego tendría los huevos de decir que era una mala persona, que me estaba aprovechando de ella y bla bla bla, cuando era más bien al revés.
               -Diana también lo sabe-informé, volviendo a tomar conciencia de mi propio cuerpo y del suyo a mi lado. Se volvió y me miró-. Pero no se lo va a decir a Tommy.
               -¿Por qué?
               -Porque sabe que, si yo lo niego, él me creerá a mí.
               Torció la boca, sopesando lo que le había dicho y decidiendo que yo tenía razón. Pobre Tommy, para él, todo lo que yo dijera era misa.
               -Entonces, ¿estamos a salvo?-preguntó, cogiéndome de la mano en cuanto se abrieron las puertas del ascensor. Le acaricié los nudillos con el pulgar, lo cual tuvo un efecto curioso en su boca: hizo que se curvara.
               Me sentía una mariposa que con un simple aleteo de sus alas, podía provocar un huracán al otro lado del mundo.
               -De momento sí.
               -Genial-replicó, animada al salir a la luz del sol. No era normal el buen tiempo que nos había traído Diana, pero los ingleses estábamos dispuestos a aprovecharlo. Las calles estaban abarrotadas; en los parques incluso estaban las típicas chicas con pantalón corto y medias intentando activar un poco la melanina de su piel; los padres paseaban a sus hijos y les instaban a que les lanzaran migas de pan a los patos y los cisnes…
               Y siempre había turistas con gafas de sol.
               Tuvimos que coger el metro para llegar hasta la tienda a la que quería ir (“Es cara, lo siento”, murmuró ella al entrar, pero yo no le di importancia, “Mis padres son millonarios”, “los míos también, qué casualidad”, y nos echamos a reír).
               Casi mejor, así, si Tommy y Diana acababan pronto, lo tendrían más complicado para encontrarnos. Sería como si estuviéramos realmente solos en una ciudad con millones de habitantes.
               No sabría decir si era por el buen tiempo o por los precios, pero el caso es que en la tienda había muy poca gente. La mayoría, parejas o tríos de chicas con acentos de todos los rincones del mundo (distinguí a dos hablando en urdu, poniendo a parir un libro que les habían mandado leer para clase) que se acercaban con curiosidad a la moda londinense. Se mira, pero no se toca.
               Seguí a Eleanor como un dócil corderito seguiría a su pastor por entre las estanterías. Me detenía cuando ella lo hacía, contemplaba sus elecciones y le daba mi opinión.
               No conseguía decidirse por dos tops radicalmente diferentes: uno blanco con encaje que se ataba al cuello y dejaba la espalda al aire, y otro negro (parecía hecho con espuma) con varios tirantes rodeándole el pecho.
               -Llevarme los dos sería mucho, ¿verdad?-me puso ojitos, pero no colaba. No tenía una hermana pequeña: tenía tres. A mí esos trucos baratos no me afectaban.
               -No te sobres-le dije yo-. Te dije que un top, no que media tienda.
               -¿Cuál te gusta más?
               -Eres tú la que se va a poner.
               -Ya, pero si te portas bien, tú lo vas a disfrutar-contestó, dándome un golpecito con la cadera y dirigiéndose a los probadores, vacíos excepto por un chico sentado en uno de los sillones, con cara de querer morirse. Me sonrió al verme llegar, y yo a él.
               Su novia, mejor amiga, rollo, o lo que fuera (dejémoslo en “la chica a la que acompañaba”) abrió su cortina mientras Eleanor cerraba la suya y giró sobre sí misma.
               -¿Qué tal estos? ¿Mejor?
               -Igual que los anteriores, nena. Te quedan genial. Como los de antes. Y los de antes. Y los de antes. Y los dos primeros-bufó. Ella se miró en el espejo.
               -Me hacen el culo inmenso.
               -Ah, ¿que no se trata de eso?
               -Eres gilipollas, Sky.
               Cerró las cortinas con dignidad y anunció que iba a probarse otros pantalones. El tal Sky puso los ojos en blanco.
               -Tío, ¿me harías un favor? ¿Me matarías? ¿Por caridad cristiana?
               -Soy musulmán-repliqué, echándome a reír.
               -Bueno, hombre, seguro que a tu dios no le importará en nombre de quién hagas una buena acción-contestó; yo me limité a encogerme de hombros-. ¿Cuánto llevaba tu chica?
               Ni siquiera se me pasó por la cabeza decirle que no era mi chica.
               ¿Acaso no lo era?
               Me había metido demasiadas veces entre sus piernas como para decir “no es mi chica”.
               Más tarde, Eleanor me contaría que sonrió al no escucharme ninguna corrección.
               -Sólo dos.
               -Eres un hombre con suerte. No la dejes marchar.
               -No tenía pensado, tranquilo, tío.
               -¿Y tú a mí sí, Sky?
               -Cielo, te quiero, te adoro y bebo los vientos por ti, pero es un puto sufrimiento venir a comprar contigo.
               -Eres un gilipollas.
               -A mí por menos seguro que me envían al sofá-metí yo baza, y Eleanor se echó a reír mientras la otra chica aplaudía en su vestuario.
               Eleanor abrió la cortina y dio un paso al frente. Llevaba el top negro puesto.
               -¿Qué tal?
               -Si silbo, ¿te ofende?
               -A mí también me entusiasma.
               La chica sacó la cabeza por la cortina.
               -Ay madre, ¡qué bonito! ¿Dónde estaba?
               -A la entrada, en la estantería de la izquierda.
               Sky se cruzó de brazos.
               -Amber. Céntrate.
               Eleanor volvió a meterse en su probador.
               -¿Cuánto lleváis?
               -¿Qué?
               -Saliendo. Que cuánto lleváis.
               -Es… complicado llevar la cuenta.
               -Pues hacéis buena pareja.
               -Gracias, hermano. Y tú con tu chica. Aunque te haga sufrir.
               -Los amores sufridos son los más queridos, ¿o no, tesoro?
               -El refrán no es así.
               -Qué cosas hacemos por nuestras mujeres, ¿verdad?
               No lo sabes tú bien, hermano.
               Eleanor abrió la cortina y me pidió que me adelantara. Se echó el pelo a un lado para permitirme hacerle un nudo mientras los otros se marchaban, deseándonos suerte. Nosotros se la deseamos a ellos; la iban a necesitar.
               Cuando por fin terminé de hacerle el lazo, me percaté de los lunares que tenía en la espalda. Los uní con los dedos mientras ella se miraba en el espejo. Se estremeció, y se le pusieron los pelos de punta. Me encantaba su espalda, tan suave… parecía un lienzo que se preparaba para que lo expusieran en algún museo.
               -¿Qué opinas?
               Miré su reflejo en el espejo: se sujetó el pelo con la mano a modo de coleta para permitirme verla. El otro le quedaba bien, pero éste hacía que se me secara la garganta. Le resaltaba el ligero bronceado que conseguía en España cada verano, también parte de su herencia familiar, y le favorecía el busto hasta el punto de resaltarle los pechos. Lo habían hecho para ella. Para que lo llevara puesto ella, y verlo yo.
               -Eres una diosa, El.
               Sonrió.
               Le acaricié la espalda desnuda. Se había quitado el sujetador para poder probárselo, evidentemente.
               Prácticamente se derritió entre mis brazos.
               -Te queda bien con esa falda.
               -Me la he puesto para ti-se burló.
               Te voy a follar súper fuerte, niña. Tú sigue en ese plan.
               -Te daría un beso, pero estás demasiado guapa como para que sólo sea un beso.
               -Puede que yo quiera más. Por ejemplo, darte las gracias por lo de ayer.
               No se molestó en constatar que estábamos solos en los probadores. Me levantó un poco la mandíbula para asegurarse de que mirara donde tenía que mirar, y tiró un poco del extremo del lazo, deshaciéndose el nudo y haciendo que el top, ahora convertido en poco más que un trapo bonito, se deslizara por su piel y se cayera el suelo.
               Miró con satisfacción cómo en mis ojos se veía toda mi actividad cerebral revolucionándose justo antes del apagón. Y luego, la nada. Sólo tenía ojos para ella y su semidesnudez; hacía un poco de frío en la calle, y todavía se notaba en sus pechos.
               No podía controlarme, no quería controlarme, no iba a controlarme.
               Madre mía, estaba follando incluso por encima de mis posibilidades. Me había tocado la lotería con ella.
               Entré en el probador y cerré la cortina y anudé el cordón para que no se abriera por casualidad mientras ella se peleaba con el cinturón de mis vaqueros.
               Me di la vuelta, la cargué sobre mis brazos y la pegué contra el espejo. Gimió mi nombre. Si seguía en ese plan, llegaría antes incluso de entrar en ella.
               Se bajó las bragas y se subió un poco la falda para que no nos molestara, siempre con mis manos a su alrededor.
               -Tengo… el bolso… en la cartera…-susurró entre suspiro y suspiro; mi boca no conseguía lo suficiente de ella. Me entretuve demasiado en sus pechos. Llegué incluso a morderla, y se echó a temblar.
               Consideré seriamente la posibilidad de hacerlo sin nada, a pesar de que sabía lo que aquello conllevaría: que la podía dejar embarazada, que nos podíamos pasar algo incluso más gordo (espero que no), que me comería la cabeza pensando si efectivamente la había dejado embarazada durante semanas, hasta que le viniera el periodo otra vez…
               Gracias a dios que estaba ella allí, porque se inclinó hacia su bolso mientras yo no paraba de besarla, revolvió como pudo y consiguió sacar la cartera. Tiró el bolso al suelo y continuó revolviendo. Yo miré lo que hacía, respirando con dificultad.
               -Casi… lo tengo… un segundo.
               Levantó el paquete con gesto triunfal.
               -¡Sí! Ah, sí-el primer sí era por el paquete; el segundo, por mí.
               Tuve que dejarla en el suelo para poder abrirme los pantalones, pero mereció la pena. Me lo puso ella y casi lo rompe.
               Pero me gustó la forma que tuvo de ponérmelo. Volví a recogerla, la pegué contra la pared, afiancé mi abrazo y entré con fuerza.
               Gritó una sonrisa. La música era atronadora. La embestí y ella recibía cada empujón con un gemido, un movimiento de cadera ayudándome a llegar más profundo, más lejos, más, más, jamás conseguiríamos suficiente el uno del otro. Me besó en la boca, en la frente; yo en la boca, en el cuello, en los pechos. Me arañó la espalda por encima de la camiseta; creo que me la rasgó con las uñas.
               Tenía que saberlo, dios, tenía que saber que ésa era mi fantasía desde que había probado el sexo por primera vez. Ni tríos, ni mujeres exóticas, ni hostias: sexo fuerte, en un probador.
               Todo lo que yo quería, ella me lo daba.
               15 años haciendo el gilipollas, buscando en otras lo que tenía en ella.
               Yo sí que me merecía una paliza, y no el puto Simon.
               Palpitaba a mi alrededor, me necesitaba tanto como yo a ella. Me corrí mucho antes que ella, pero no por eso me di por vencido.
               -Ni se te ocurra dejarme a medias.
               -Tendrás suerte si mañana puedes caminar.
               Se echó a reír y en mitad de la carcajada volvió a suspirar; la risa producía un efecto curioso en nuestra unión.
               Seguí empujándola, besándola y mordiéndole el cuello mientras ella se acercaba cada vez más y más. No faltaba nada. Casi estaba. Un poco más.
               Cerró los ojos, se inclinó hacia atrás, dándome un ángulo perfecto para volver a cebarme con sus pechos, y gritó mi nombre.
               -Córrete para mí, niña-habló Eros por mi boca. Y obedeció, se rompió conmigo dentro, con una sonrisa en la boca, con sus manos en mi nuca. Se echó a reír; le besé los labios de cereza.
               Se apartó el pelo de la cara y se examinó los pechos.
               -Me has dejado marca, Scott.
               -Te diría que lo siento, pero te estaría mintiendo.
               Salí de ella y la dejé en el suelo. Me puse bien los pantalones y observé cómo se recorría las marcas que le había ido dejando con los dedos. Los pechos (en los pezones, no, tampoco era tan hijo de puta; estaba demasiado descontrolado como para morderla y no hacerle daño), la clavícula, el cuello…
               …tenía el labio un poco hinchado y sensible.
               Todo lo que me había hecho la noche del sábado, se lo acababa de devolver.
               Se colocó las bragas y la falda, pero siguió desnuda de cintura para arriba cuando me preguntó:
               -¿Te he convencido para que me compres los dos?
               Tuve que echarme a reír. De todas las cosas que me podría haber dicho, y justo se le ocurría esa.
               Le besé la frente.
               -Me lo pensaré.
               Volvió a contemplarse en el espejo; que no le diera ningún pudor estar así conmigo hizo que la adorara aún más. Se recorrió de nuevo las marcas; mis manos siguieron las suyas. Le di un ligero pellizco allí donde no me había atrevido a morder, y ella me dio un manotazo.
               -Ahora no intentes arreglarlo.
               -¿Te duele?
               -Un poco, pero… me gusta. Casi tanto como gritar tu nombre.
               -Tendremos que encontrar un sitio en el que puedas gritar a gusto-contesté yo, que también había reparado en su tendencia a ser ruidosa. Y me gustaba. Me encantaba. Abrazaba su sexualidad y se envolvía en ella como había visto a pocas chicas hacer. Por desgracia, todavía hacían que crecieran en su gran mayoría teniendo miedo de pedir cosas con las que disfrutaban y darse carta blanca para disfrutar como se merecían.
               -¿Cuándo crees que pararemos de querer follarnos todo el día, El?-inquirí, apoyándome contra la pared del probador. Se encogió de hombros.
               -Tan sólo nos estamos poniendo al día. Además-se cruzó de brazos, pero no por eso cubrió por completo su desnudez-, yo voy a emborracharme de ti hasta que decidas abandonarme. Entonces, me volveré abstemia.
               -¿Qué te hace pensar que voy a abandonarte?
               -Que siempre lo haces.
               -¿Y siempre echo polvos bestiales en probadores?-sonreí, burlón.
               -No estoy al tanto de tu rutina sexual, Scott.
               -Pues no. Mi vida es bastante más interesante desde que te incluí en ella.
               Se mordió el labio.
               A mí me volvieron a entrar ganas de tenerla entre mis brazos, y el hecho de que no se hubiera vestido no ayudaba.
               -Deja de hacer eso.
               -¿El qué?
               -Follar tan fuerte y luego decirme esas cosas. ¿Es que quieres que les ponga tu nombre a mis hijos?
               -Ah, ¿que ya vamos a hablar de críos? Tal vez vayamos un poco rápido.
               Alzó las cejas y se echó a reír. Se tapó los pechos sin darse cuenta. Dios, qué animal más precioso era. Debíamos protegerla a toda costa.
               -Para eso sí, pero no para que me comas lo que viene siendo todo el coño estando mi hermano en el piso de abajo, ¿no?
               Es la mujer de tu vida, tío.
               -De 0 a 100 en 3 segundos, como los Audis, nena.
               Le tendí el sujetador mientras recogía la ropa de la tienda del suelo. Colocó los tops en sus perchas y luchó por abrocharse el enganche.
               El mundo se divide en dos tipos de mujeres: las que se lo abrochan por delante y luego lo giran, y las que pasan los brazos por los tirantes y luego están dos horas para abrochárselos.
               -Te ayudo-susurré, le aparté el pelo, le besé la nuca, consiguiendo que se estremeciera, y abroché el pequeño enganche.
               Me miraba con la adoración del beato al que se le presenta la Virgen en la puerta de su casa.
               -Nunca me habían enganchado el sujetador.
               -Bueno, El, si no te tiré al suelo cuando te cogí al ser tú un bebé y yo un crío, creo que podrías confiarme la difícil tarea de ayudarte a vestirte.
               -Todo el mundo te ayuda a desnudarte antes de tener sexo, pero nadie te ayuda a vestirte después. Nadie te ayuda cuando estás jodido-estaba citando a alguien, pero no sabía a quién. Le acaricié la mejilla y le besé despacio la comisura del labio.
               -Siento haberme pasado tantísimo ahora. Si mañana te sigue doliendo, se lo cuentas a Tommy para que me rompa las piernas.
               -Creo que te he roto la camiseta. Ya tenemos otra excusa para meternos en un probador-bromeó, acariciándome la espalda. Terminó de vestirse, recogió sus cosas y salimos al mundo exterior, reventando la burbuja.
               Se dirigió hacia la estantería donde había cogido el top negro.
               -¿El elegido es el blanco?
               -Es especial-respondió, sonriendo.
               -Coge el otro.
               -¿Qué?
               -Que cojas el otro, chiquilla.
               -No hace falta, con uno…
               -Oye, quiero hacerlo, ¿vale, El? Me apetece volverte un poco consentida.
               Dio un brinco y me abrazó por el cuello. No me soltó la mano ni cuando fuimos a pagar; tuve que pedírselo yo para que me dejara sacar la cartera, y en cuanto la guardé volvió a entrelazar sus dedos en los míos.
               ¿Que si me quejé? Será coña, ¿no?
               Me encantaba llevarla de la mano, detenerme cuando me diera la gana a darle un beso y dejar que ella me lo diera a mí, poniéndose de puntillas (qué pequeña era, qué mona era poniéndose de puntillas para alcanzarme), acariciándole los nudillos y ella a mí el antebrazo.
               Si nos hubiéramos encontrado con alguno de los chicos, habrían empezado con la coña de “tíos, estáis casadísimos, ¿para cuándo los trillizos?”.
               No fue hasta que estuvimos a varias calles de distancia de la tienda cuando me detuve antes de un paso de cebra, tiré de ella hacia mí, la besé acariciándole la mejilla, y le comenté:
               -Creo que nos han oído.
               Ella asintió, relamiéndose los labios. La tenía tan cerca que casi la sentía pestañear contra mi cara.
               -Me encanta esa tienda. No voy a poder volver, pero que me quiten lo bailao-sonrió, poniéndose de puntillas y reclamando mis labios.
               Seguramente nos hubiera visto besarnos, pero yo no la vi a ella hasta que no la tuve prácticamente delante. Se puso las gafas de sol a modo de diadema, exactamente como había hecho Diana al conocer a Chad, alzó las cejas y espetó:
               -¡¿Scott?!
               ¿A qué el tono de sorpresa? Yo también vivía en Londres.
               Eleanor se retiró a un discreto segundo plano mientras yo repartía besos cual panadero bollos. A ella, y a todas sus amigas, que me miraron de arriba abajo. El tiempo había acabado dándome la razón a mí, haciendo que ella lamentara lo que se había perdido, y que sus amigas comentaran más tarde que, a diferencia de los zumos que acostumbraba a consumir, yo era como el vino. Mejoraba con el tiempo.
               -¡Ashley!
               -Os acordáis de Scott, ¿no, chicas?
               Sí, chicas, el Scott al que le puso los cuernos con medio Londres. No creo que haya más. A no ser que contemos a los demás Scotts con los que se estuvo acostando mientras estaba con Scott. Ése Scott.
               -Te veo genial-comentó, fijándose en mis brazos. A todas les encantaban nuestros brazos, era como una especie de fetiche. Nuestros brazos eran sus piernas, y nadie parecía querer protestar por tanta desigualdad.
               -¿Y quién es?
               -Una amiga.
               -¿A la que coges de la mano?
               -Ya sabes que soy cariñoso-me encogí de hombros. Todas las chicas se echaron a reír, incluso Eleanor.
               Hora de largarse antes de que quedaran para una orgía a la que yo no estuviera invitado.
               -Y, ¿qué haces por mi territorio? ¿Acaso pretendes invadirme?
               -Relájate, nena: sólo una incursión de caza.
               Me miró a los ojos durante un momento, decidiendo si acababa de hacer lo que acababa de hacer.
               Dado que ella había sido la primera con la que había estado, conocía demasiado bien los efectos que el sexo tenía en mí. Miró la bolsa, a Eleanor, y por último a mis ojos brillantes.
               -¡No me lo puedo creer! Después de todo este tiempo, ¿por fin?
               Me encogí de hombros.
               -¿Y qué tal?
               -Bestial, la verdad.
               -Tendré que probarlo-replicó. Me abrazó, me dijo que teníamos que quedar para ponernos al día (claro que sí, campeona), abrazó también a Eleanor (qué imagen más surrealista, por dios, esto parece un cuadro de Van Gogh) y les hizo un gesto a sus amigas para continuar con el camino.
               Observamos cómo se marchaban.
               -Yo me habré puesto más guapo, pero ella sigue siendo tan zorra como el día en que la conocí.
               -¿Quién era?
               -Ashley.
               -¿Qué Ashley?
               -La Ashley-informé, estirando la mano para alcanzar la suya. Echó a andar, pero se volvió hacia el lugar por el que el batallón se había difuminado entre la gente.
               -Es muy guapa.
               -Tú también, El-contesté yo, porque a) notaba en su tono una ligera tristeza, b) no iba a dejar que se menospreciara otra vez y c) era la pura verdad, y me habían educado para no decir mentiras.
               Bueno, las menos posibles.
               -¿Cuántos años tiene?
               -Va a cumplir 20.
               Silbó.
               -Y muy mayor.
               -Para tu edad, bueno…
               Me llevaba dos años y pico. Aproximadamente el tiempo que yo a ella. Nunca la consideré una asaltacunas, y mucho menos ahora que era yo el que estaba en una posición equivalente a la de ella. Lo único que yo no iba a ser un hijo de puta con Eleanor como lo fue Ashley conmigo.
               -¿Te van mayores?
               -Me vais guapas-repliqué-. Cuando era un crío, me gustaban zorras. Me sentía poderoso estando con ellas.
               Sólo que cuando era un crío, yo no sabía que eran zorras. Las descubría después, y nacía el hombre.
               Mata al niño, Jon Nieve, mata al niño y que nazca el hombre.
               -Define “crío”.
               -Antes.
               -¿Con mi edad?
               -Más o menos. Pero tú no eres una cría. Maduramos a diferente edad-me apresuré a explicar-. Ya sabes. Son las hormonas. Me parece.
               Me dio un beso en la mejilla.
               -No estoy enfadada, S.
               Nos metimos en un bar y cogimos la mesa de la esquina, desde la que se vigilaba la entrada de la calle. Se oponía a una inmensa cristalera que hacía que los dueños se ahorraran la luz varios meses, pero que impedía que nos vieran a los que estábamos dentro. Se acurrucó contra mí cual felina, apoyó la cabeza en mi hombro y bufó con satisfacción cuando le pasé el brazo por los hombros, porque eso significaba estar más cerca de ella, y ella de mí.
               No había estado tan cómodo en toda mi triste existencia.
               Le sonreímos al camarero cuando nos trajo nuestras bebidas. Ella cruzó las piernas, alcanzó una pajita y dio un sorbo de su zumo muy, muy despacio. Apenas osciló el nivel de líquido.
               Yo no era tan fino como ella, y di un trago directamente de la botella.
               -¿Sabes qué es lo malo de que hayamos hecho lo del probador, El?
               -¿Que hacerlo de pie y con tanta fuerza puede provocar desgarros vaginales?-sugirió, contemplando la puerta.
               -¿En serio?
               -No, sólo quería ver cómo reaccionabas.
               Corrección: me siguen gustando zorras. Pero otro tipo de zorras. El “zorras” no-misógino. Ese “zorras”.
               -Eres gilipollas.
               -¿Vas a ilustrarme, o no?
               Me puse de morros; ella se echó a reír y me acarició la pierna. Bueno, si nos ponemos así, a acariciar piernas… pues me vuelvo dócil.
               -Que ya no nos va a apetecer ir a una cama, y yo no voy a poder acariciarte esas piernas del millón de dólares que tienes.
               -Deberíamos ser más precavidos-comentó, disgustada-. Aunque si es por mí, podemos romper la tuya.
               Me acarició la espalda.
               -¿Igual sigues con ganas?
               -Soy un pozo sin fondo, Scott.
               -Fondo tienes-espeté yo-. Profundo, pero lo tienes.
               -No vamos a discutir mi anatomía femenina, si es por ahí por donde estás intentando llevar la conversación.
               -Seguro que aquí tienen baño-repliqué, alzando las cejas. Sacudió la cabeza.
               -No hay quien te aguante.
               Sus dedos siguieron recorriendo mi espalda muy despacio. Noches más tarde, cuando volviera a repetir ese gesto que era como su seña de identidad, y yo le preguntase que a qué se debía esa obsesión, me diría que le encantaba sentir los músculos en la yema de los dedos. Que no sabía qué era peor, si la parte trasera o la de delante.
               Yo le diría que la delantera tenía cosas más importantes que la trasera. Ella se reiría y sugeriría que las pusiéramos a prueba. Y me pondría encima de ella. Y ella separaría un poco las piernas, se incorporaría y me besaría…
               … no necesito seguir, ¿verdad que no?
               -Eleanor.
               -Scott.
               Y dale con decir mi nombre en ese tono que me haría seguirla hasta los confines del mundo.
               -Los lunares, ¿los tienes desde siempre?
               -¿Claro? ¿Qué pensabas? ¿Que me los pinto?
               -Parecen una constelación-repliqué, apartándole el pelo del cuello y acariciándoselo despacio. Cerró los ojos.
               -Son sagitario. Creo.
               -Eso me pareció.
               Seguí acariciándola con la yema de los dedos. La mano que tenía libre se posó en sus muslos. Entreabrió los labios.
               Vaya, vaya.
               Vaya, vaya.
               -Scott…
               -Mmm-dije, y me incliné hacia su cuello y empecé a besárselo. Y el hombro, y la mandíbula.
               -Si quieres que vaya contigo al baño, tan sólo tienes que pedírmelo.
               Me reí contra su piel de gallina.
               -Eres boba. No, venga, hay que ponerse serios. Tenemos que hablar.
               Asintió con la cabeza, se separó de mí (pero, ¡adónde va!), descruzó las piernas, volvió a cruzarlas y pegó sus rodillas a las mías. Estábamos frente a frente, sentados en el mismo sofá.
               No me había fijado en lo cortísima que era su falda hasta entonces.
               Scott, tío.
               No lo puedo evitar, te prometo que no lo puedo evitar.
               -¿Qué vamos a hacer a partir de ahora?-pregunté. Se encogió de hombros, jugando con la pajita.
               -Lo que quieras.
               -No; lo que quiera, no. Esto nos concierne a los dos, así que vamos a decidir entre los dos.
               -Mi texto sagrado me impide estar con más de una persona a la vez. A ti, en cambio…-sonrió, pero su sonrisa no subió hasta sus ojos. Mi estómago se retorció.
               -Me la suda el Corán ahora mismo, Eleanor-espeté, porque, ¿qué más daba? Iba a ir de cabeza al infierno de todos modos-. No puedo ofrecerte mucho…
               -…yo sólo te quiero a ti.
               Me sonrió con tristeza, y yo le devolví la sonrisa.
               -Eso sí que te lo puedo dar, pero… ¿qué hay de los fines de semana? Te apetecerá estar con gente de tu edad.
               -Me llevas dos años, Scott, no 50.
               -Los chicos se darán cuenta de que pasa algo en cuanto me niegue a acercarme a las demás.
               -Pues acércate a ellas. Enróllate con las que te parezcan mejor, como si no hubiera pasado nada.
               -Me has demostrado que la Tierra no es plana, ¿y ahora pretendes que me haga al mar, buscando el fin del mundo?
               Me dio un beso rápido en los labios.
               -Cómo se nota que Zayn es profesor de literatura.
               -Tengo mis momentos.
               -Me he dado cuenta.
               -Pero, en serio, El. ¿Será bastante? ¿No te cansarás de que te vea todos los días, de la que voy a ver a tu hermano? ¿No querrás ir al cine? ¿No querrás que te coja de la mano, que te bese cuando nos encontremos de noche? ¿Que me comporte como un novio decente, y no como… no sé… Batman?
               -Puedo arreglármelas con un Batman. Es muchísimo más de lo que tenía hace una semana.
               -No es lo suficientemente bueno para ti.
               -Scott. Batman eres tú. Por si te estabas perdiendo la alegoría.
               -No podemos decírselo a tu hermano.
               -Lo sé.
               -No vas a poder besarme cuando él esté delante.
               -Ya lo sé.
               -No voy a poder besarte yo cuando él esté delante-musité, con tristeza. Se acercó a mí, pasó mi brazo por su cintura y sus manos por mi cuello.
               -Mi niño precioso.
               -Todo esto es tan jodido…
               -Tommy no se lo tomaría tan mal.
               -Eres chica, tú estas cosas no las entiendes. Liarte con la hermana de un amigo es lo peor que puedes hacer.
               -¿Por qué?-espetó, la rabia burbujeando en su garganta.
               -Ningún tío es bueno para nuestras hermanas pequeñas. Y menos un amigo nuestro. Les hemos visto hacer el gilipollas demasiado, emborracharse demasiado, como para quererlos cerca de vosotras.
               Tragó saliva. La besé en los labios, y el mundo se detuvo: las palomas se mantuvieron en el aire, con las alas totalmente detenidas; los semáforos que parpadeaban mantuvieron su color durante una eternidad, las nubes de contaminación que escalaban de los tubos de escape se convirtieron en sólidos contra un aire que también lo era. El bar quedó en silencio, una tragaperras se quedó a medio escupitajo de una moneda flotante.
               El cielo era ella, y su boca, las puertas.
               -Te quiero, El-susurré, y sonrió un poco-. Te quiero y quiero compensarte por todos estos años en los que he sido un gilipollas por no darme cuenta de que estabas ahí. Quiero compensarte la espera, y lo que vas a tener que esperarme a partir de ahora hasta que sepa que Tommy no se lo va a tomar mal. Quiero darte todo lo que te mereces. Pero ahora mismo no puedo prometerte más que cinco minutos por aquí y otros cinco por allá. Y cuando no te baste, sólo tendrás que decírmelo y podrás mar…
               -Scott.
               -…charte a rehacer tu vida, porque es lo que te mereces, estar con alguien que no se tenga que esconder para besarte y…
               -Scott.
               -… y que te lleve a sitios y hacer cosas de pareja y…
               -Scott-me puso una mano en los labios. Estaba sonriendo a través de una cortina húmeda en sus ojos.
               -Pero no me llores, por favor.
               -¿No lo entiendes, Scott? Cinco minutos contigo valen más que cincuenta años con los demás. Claro que me bastará. Tú siempre vas a bastarme-me besó tan despacio, como si tuviera miedo que me rompiera, que creo que me rompió un poco el corazón. No pensé que fuera capaz de querer a alguien como la quería a ella. Y sólo habían pasado dos días.
               ¿Cómo estaría cuando pasara un mes? ¿Y dos? ¿Y un año? ¿Se cansaría de mí antes?
               Volvió a acurrucarse contra mi pecho y me acarició los brazos cuando la abracé.
               -No quiero preguntarte en qué nos convierte esto, porque tengo miedo de la respuesta-musitó, apoyando su cabeza en mi pecho y cerrando los ojos un momento.
               -Pregunta. Puede que te sorprenda.
               -No quiero hacerme ilusiones y luego tener que salir los fines de semana y tener a mis amigas vigilando para no verte ir al baño con otra, o salir fuera con otra, siquiera estar en una esquinita apartada con otra…
               -No voy a hacerlo.
               -Los demás se darán cuenta.
               -Todo el mundo cambia. Yo también puedo hacerlo.
               -En esto, no. Estarías condenando los fines de semana.
               -Hoy es lunes y me has dado una de las mejores tardes de mi vida.
               -Scott…
               -No, Eleanor. No hace falta que me lo preguntes. Sabes de sobra lo que somos. Lo sabías en el probador. Lo sabías en mi casa. Lo sabías mientras estabas sentada en la ventana, mirando Londres, y yo me desperté y decidí dibujarte. Lo sabes desde que me besaste y yo te devolví el beso. Estás mal de la cabeza si piensas que te dibujé porque me apetecía, y no porque lo necesitaba.
               -A veces tengo la sensación de que eres dos personas distintas.
               -La mayoría del tiempo soy el tío del probador. Con muy poca gente me apetece ser el que soy ahora.
               La basura que no puede hacer más que promesas de mierda, ése soy yo.
               -Me gustan los dos.
               -No voy a tocar a otras-le aseguré. Sonrió, frotándose la cara.
               -Cinco minutos es muy poco en un día. No vas a aguantarlos solo.
               -No voy a estar solo.
               -¿Qué vas a hacer en las otras 23 horas, 55 minutos? ¿Esperar por esos 5?
               -Lo dices como si fuera una locura.
               -Es que es una locura.
               -¿Cuánto tiempo me esperaste tú?
               -¿No lo entiendes, Scott? No hay otro como tú. Ése es mi problema. Y también es mi suerte. Yo no tenía alternativa. Las tuyas hacen cola por ponerse de rodillas frente a ti.
               -Se van a llevar una decepción cuando se enteren de que yo sólo me arrodillo ante una.
               Sacudió la cabeza, dio un sorbo de su zumo y contemplamos la calle. La gente iba y venía sin enterarse del pequeño génesis que se desarrollaba en aquel sofá.
               Una chica se desvió de la ruta de los demás y entró en el local. Colgó su boina en uno de los percheros, se sacudió los rizos chocolate que había sacado de su padre y saludó al camarero.
               -Layla-replicó el otro.
               Debería haberme separado de ella. Ella debería haberse separado de mí más rápido.
               En lugar de eso, antes de que Layla nos viera, se volvió a mí, me besó en los labios y me pidió:
               -Vuelve a decirme que me quieres. Sobre todo ahora que lo dices de corazón.
               -Te quiero-dije, acariciándole la mano por debajo de la mesa. Ella sonrió.
               -Scott-fue su contestación.
               Creo que el ser hijos de músicos tiene un efecto en nuestros cerebros que hace que nuestros gustos se guíen por sonidos, por palabras o melodías.
               Nunca, ni en un millón de años, me habría imaginado que a Eleanor le gustaba escuchar que la quería por la magia de la frase, pero muy diferente de la que tiene para el resto de la gente: la magia de un milagro, la melodía perfecta que el compositor mediocre logra extraer de su alma. El principio y el fin.
               Las únicas palabras que no se atrevía a soñar que yo iba a decirle precisamente a ella, saliendo de mi boca como la primera nota musical salió de la flauta hecha de huesos del hombre de neandertal.

31 comentarios:

  1. "-¿Sabes qué es lo malo de que hayamos hecho lo del probador, El?
    -¿Que hacerlo de pie y con tanta fuerza puede provocar desgarros vaginales?-sugirió, contemplando la puerta.
    -¿En serio?
    -No, sólo quería ver cómo reaccionabas.
    Corrección: me siguen gustando zorras. Pero otro tipo de zorras. El “zorras” no-misógino. Ese “zorras”.
    -Eres gilipollas.
    -¿Vas a ilustrarme, o no?" SON ALMAS GEMELAS JODER. CÓMO NO ACABEN JUNTOS TE JURO QUE TE HUNDO EN LA MISERIA (vale no, en el fondo eres un amor h te adoro) PERO NO DEJES QUE SE SEPAREN JODER

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    1. No sabes lo que sufro escribiendo porque no soy capaz de hacerles NADA malo y tampoco tiene que ser esto una telenovela en la que nunca suceda nada DDDDD:

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  2. No quiero ser mala, pero que manden a Tommy a tomar por culo y que sean libres de una vez, como ya.

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    1. El problema es que la única de los dos que está dispuesta a dejar de llevarse con Tommy es justo la que nunca va a poder separarse de él.
      Y Scott y Tommy se adoran mutuamente.
      VAYA, QUE VA A HABER SALSEO

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  3. Una cosa, ¿desde cuándo Liam ha tenido el pelo rizo? Lol

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    1. Te voy a dar una bofetada por no acordarte de los ricitos hermosotes de Liam en el vídeo de Gotta be you. Lo mejor que le ha pasado en la vida.

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  4. "No, Eleanor. No hace falta que me lo preguntes. Sabes de sobra lo que somos. Lo sabías en el probador. Lo sabías en mi casa. Los habías mientras estabas sentada en la ventana, mirando Londres, y yo me desperté y decidí dibujarte. Lo sabes desde que me besaste y yo te devolví el beso. Estás mal de la cabeza si piensas que te dibujé porque me apetecía, y no porque lo necesitaba."
    PORQUE LO NECESITABA. LO NECESITABA JODER. AY LA VIRGEN. SE ESTÁ ENAMORANDO DE ELLA HASTA LOS PUTOA HUESOS. DENTRO DE NADA SE LA VA A SUDAR HASTA LO QUE PIENSE TOMMY.... ADIÓS

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  5. "-Pues acércate a ellas. Enróllate con las que te parezcan mejor, como si no hubiera pasado nada.
    -Me has demostrado que la Tierra no es plana, ¿y ahora pretendes que me haga al mar, buscando el fin del mundo?" Esta claro, está enamorado de ella hasta la médula. Que mande a la mierda los 'Te quiero' y que empiece a escupir los 'Te amo'

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    1. MADRE MÍA, me ha encantado esa frase, igual te sorprendo de un tiempo a esta parte.
      O no.
      ¿Quién sabe? ;)

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  6. Tu pretendes que nos volvamos todos diabeticos, ¿no? ASJLAÑIAFJASMAEBLADFSHR!!! ESA es mi reaccion.. sin palabras(y no soy una persona que se quede sin palabras facilmente)! Vale, por partes: lo del probador ha sido BESTIAL! Pero , sin duda, lo mejor es cuando Scott se vuelve humano, y no un humano cualquiera. NO. QUE EL CHIQUILLO ESTA ENAMORAOOOO!! Son la pareja mas goals de toda la historia de las parejas (?) Estoy DESEANDO ver la que se lia cuando Tommy se entere... ESO SI! Como ha dicho alguien en el comentario de arriba: NO ME LOS SEPARES, QUE SINO EXPERIMENTARAS LA FURIA VASCA! *emoji llorando de la risa*
    Mejor regalo de cumpleaños del dia, tu sigue escribiendo <3

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    1. "Tú pretendes que nos volvamos todos diabéticos" M'has cazao, kabenzotz
      (╭☞ ͡ ͡° ͜ ʖ ͡ ͡°)╭☞
      PD: feliz cumpleaños atrasado Olatz <33

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  7. SCELEANOR ES MI PUTO SHIP AHORA MISMO. ENTRE QUE ELLA ES UN AMOR CON PATAS Y UNA DIVA AL MISMO TIEMPO Y QUE EL NO TIENE NI PALABRAS QUE LO PUEDAN DESCRIBIR, ME TIENES CONTENTA VAMOS. SON GENIALES, ERI. NO SÉ COMO CONSIGUES EMOCIONARME TANTO CON SÓLO UN CAPÍTULO Y PROVOCAR ESTÁ CLASE DE EUFORIA QUE SÓLO LOS MEJORES ESCRITORES CONSIGUEN DESPERTAR EN MI. ENHORABUENA TÍA. (perdona por las mayusculas, acabo de darme cuenta ahora pero me da pereza volver a escribirlo)

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    1. AY POR DIOS NO TE DISCULPES POR LAS MAYÚSCULAS CORAZÓN, SI SON LO MEJOR DEL MUNDO, ERES UNA DELICIA,me alegro de que os encante Sceleanor tanto como lo hace a mí, en serio, son demasiado cuquis para mi pobre corazón de melón <3

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  8. SCELEANOR AL PODER JODER.

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    1. Son los nuevos Brangelina fight me on this (ง'̀-‘́)ง

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  9. "El cielo era ella, y su boca, las puertas." TÍA JODER, MI PUTO CORAZÓN. EL CHAVAL ESTÁ PERDIDITO. LO ÉSTA DEMASIADO Y YO NO PUEDO ALEGRARME MÁS, EL SERIO CONSOGUES DESPERTAR UNA EUFORIA EN MI CASA VEZ QUE LEO ALGO DE ESTOA DÍA EQUIPARABLE A LA QUE SENTÍ LA PRIMERA VEZ QUE HAZEL Y AUGUSTUS HABLARON POR PRIMERA VEZ.

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    1. Me dan ganas de suicidarme por culpa de mi Corrector. *CONSIGUES *casi *estos *dos

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    2. No te preocupes por el corrector, mujer, yo tengo errores más graves y no me decís nada D:
      Y lo de Hazel y Augustus es un HONOR así de claro te lo digo, te voy a estampar un beso en tu lindísima cara.

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  10. Como no le diga de una vez que ya está enamorado de ella voy a empezar a pensar que el muy cabron también está jugando con nosotras.

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    1. Es un bizcocho chulo, pero también es tímido (a veces) (cuando no está entre las piernas de alguien) (aproximadamente una vez cada 7 años)

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  11. POR FIN HA LLEGADO LAYLA. Tengo ganas de como será ella, conociendo a su padre..... xd

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    1. UF LAYLA POBRECITA ella sí que es un pobre melocotón, de veras, la adoro, vosotras también cuando la conozcáis, de buena que es parece tonta

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  12. Ems la escena del probador me ha dejado con la boca un tanto seca. Voy a meter la cabeza un rato en el retrete. Hasta luego.

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    1. Yo os voy dando ideas a mis lectores y ya vosotros decidís si queréis llevarlas a cabo o no, aquí cada cual es libre de decidir qué hacer con su vida

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  13. EL BOLUDO DE SCOTT NO QUIERE DARSE CUENTA DE QUE ESTÁ ENAMORADO "-Para eso sí, pero no para que me comas lo que viene siendo todo el coño estando mi hermano en el piso de abajo, ¿no? Es la mujer de tu vida, tío." POR SUPUESTO QUE SI TARADO ASH. VOS SEGUI ESCRIBIENDO ASÍ REINA!

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  14. ESOS ÚLTIMOS PÁRRAFOS SON PRECIOSOS ERI. ¿CÓMO ESCRIBES ASÍ DE BIEN JODIDA??

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    1. ¡A mí también me sorprenden un montón #no #te #preocupes! Vamo a calmarno
      No, en serio, de verdad que no sé cómo se me ocurren esas cosas, simplemente... aparecen.

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  15. me sumo al ataque de diabetes de las de arriba jajaja yo necesito un Scott en todos los aspectos de mi vida, y cuandlodigo en todos es en TODOS, omg que muchacho

    y que se entere ya Tommy y a tomar por culo tó

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    1. Es que es ODIOSO de verdad tan pronto se mete entre tus bragas como te acaricia la mejilla y te compone medio Quijote, no lo soporto

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