No podía soportar ver lo que ese cabrón le estaba
haciendo. La empujaba psicológicamente hasta el punto de conseguir que
dependiera de él; hacía que le confundiera con su centro de gravedad, con su
sol.
Y ella, pobrecita de ella, no podía hacer otra cosa
que dejarse arrastrar hacia el agujero negro.
Era increíble cómo jugaba con ella delante de su
hermano, que no tenía ni idea de lo que se le venía encima. Vivir con el lobo
durante tanto tiempo te hace confundirlo con las ovejas, supongo.
Contemplé cómo se marchaba después de darle un beso en
la frente, un beso que sabía a marca, a un “mía” clarísimo, y cómo lo miraba
ella. Como si fuera a la guerra y la dejara sola, esperando un hijo por el que
ambos habían luchado.
Deseé que ocurriera lo que Eleanor más temía, porque
era lo que más se merecía él.
Pocas veces había sentido un odio tan visceral hacia
una persona, pero pocas veces había conocido a alguien tan retorcido como él.
Los chicos que me rodeaban te tenían un respeto tan reverencial que podrías
confundirlo con adoración, pero, ¿Scott? Scott te daba por sentado. Eras un
plato más en la carta de su restaurante favorito. El día que le apeteciera probarte,
ahí estarías tú.
Y yo no era un puto manjar a la espera, ni Eleanor era
un postre entre varios en los que elegir.
Le apreté la mano a Tommy, que estudió como Eleanor
luchaba por mantenerse entera mientras cargaba con su hermana. Me miró con
tristeza, y el cielo se echó a llorar ante el mar melancólico que se rizaba en
sus ojos.
Son tus amigos, me
informó una voz en la cabeza cuando se me retorcieron las entrañas al pensar
que no podía seguir allí mucho tiempo. No debía permitirme echar raíces. No podía
permitírmelo. Era un hermoso pavo real, no un árbol. Los dos estábamos en el
parque, pero nuestras funciones eran bien diferentes.
Erika apenas se inmutó cuando llegamos a casa; sólo se
adelantó para recoger a Astrid y, con las manos bien colocadas, asegurándose
que no perdiera el equilibrio de su preciada carga (cuatro partos te daban una
buena lección sobre cómo coger personas diminutas), subió despacio las
escaleras. La niña se despertó, susurró la palabra con la que designaba a su
madre en español, y volvió a dormirse.
Eleanor se sentó en el sofá con la mirada perdida. Era
difícil asegurar que no era una viuda de guerra, casada con un héroe que había
muerto defendiendo con honor su país.
-Vete a dormir, El-le instó su hermano, masajeándole
los hombros y besándola en la mejilla.
-Le va a pasar algo. Le va a pasar algo y no me lo voy
a perdonar en la vida.
-Es mayorcito para cuidarse solo-contesté yo, y omití
el “por desgracia”, porque Tommy estaba demasiado ciego y sólo él podía abrirse
los ojos. No había nada que hacer allí.
-Dile que te llame cuando acabe. Que te diga que está
bien.
-Jordan está con él, pequeña. Relájate.
No pareció terminar de convencerse, pero aceptó subir
las escaleras, escapando del peso en la conciencia de que seguían siendo siete
a dos. Ojalá tuviese en cuenta la calidad, y no la cantidad.
-Es mentira, ¿verdad?-susurré yo. Tommy me miró y
tragó saliva-. Que está con Jordan.
-Jordan no sale de la cama un domingo después de las
nueve y media ni por medio millón de libras. Está solo. Estará bien-bajó la
mirada. No estaba tan convencido-. ¿Crees que…?
-Quédate en casa, Tommy. No puedes hacer nada para
ayudar.
-Debería haber dejado que lo acompañara.
-Tu hermana te necesita más que
Scott. Sabe defenderse.
Estábamos solos. Nadie nos oía.
Éramos el centro de un microcosmos por lo demás vacío de materia.
Y me lo pidió.
-Duerme conmigo esta noche.
No era mi política. Ni siquiera
lo hacía por deferencia a los demás. Lo hacía porque me apetecía a mí; nadie me
había preguntado la primera vez que me pasó, así que yo tampoco preguntaba ni
hacía favores.
Pero tuve que hacer una
excepción.
Asentí despacio con la cabeza, le
apreté la mano y lo guié hasta mi habitación. Cerramos la trampilla y yo lo
besé despacio, sintiéndome segura por primera vez en todo ese horrible fin de
semana. Le acaricié el pelo y él recorrió mi cintura. Sus manos eran cálidas, y
yo era una estatua de hielo que cobraba vida bajo ellas.
Le desabotoné la camisa y le besé
la clavícula mientras se debatía entre seguir desnudándome o parar. Optó por lo
primero, pero a qué precio. Se sentó en la cama, yo me senté encima, y supe que
no íbamos a tenernos con rabia, sino a agradecerle a los cielos el que el otro
estuviera con nosotros.
Me miró a los ojos cuando terminé
de desnudarme y me moví sobre él. Se lo hice despacio, con todo el cariño que
pude reunir. No estaba acostumbrada, pero no lo hice del todo mal.
Se recostó en mi cama y se quedó
en silencio. Me tumbé sobre el costado, mirándolo, pero sin tocarlo.
Acurrucarme contra él era todavía demasiado para mí.
-Voy a destrozarlo todo sólo por
no poder ocuparme de lo que me tengo que ocupar.
-No es tu deber. Lo es el de
todos. Nos lo debéis. No importa qué relación tengáis con nosotras. Nos lo
debéis por todos los milenios en que nos lleváis haciendo eso.
-Sigue siendo mi hermana.
-Yo soy hija única, pero también
me merezco que me ayuden cuando lo necesito.
Fue entonces cuando me hizo la
pregunta que yo tanto me temía que saliera de sus labios. Porque por primera
vez no tenía la respuesta memorizada.
-¿En qué nos convierte esto,
Diana?
Acaricié el trozo de colchón que
nos separaba.
-Somos amigos.
-Amigos que se acuestan-murmuró.
Se pasó una mano por el pelo, despertando una bestia que me controlaba en Nueva
York-. Las cosas no hacen más que complicarse. Scott allí, yo aquí… no paramos
de meter la pata, y lo peor es que para sacarla, la metemos más.
-Arrepentirse es lo único que
podemos hacer los humanos que el resto de animales no pueden. Es mejor
arrepentirte por algo que has hecho que por la oportunidad que dejaste escapar.
-Tú no eres una simple
oportunidad.
Era de lo más bonito que me
habían dicho en la vida.
Me acerqué un poco hacia él; él
hizo lo propio, y nos tapamos con la manta. Me miró, y yo lo miré a él. Tenía
los ojos de un fantasma, pero qué fantasma.
-Gracias por distraerme.
-Va a estar bien-contesté, y me
incliné para darle un beso en la mejilla. Cuando mis labios se posaron en su
piel, una parte de mí deseó tener razón. Se recriminó el haber pensado tan mal
de Scott; al fin y al cabo, si Tommy era amigo suyo tenía que ser por algo.
Un mínimo retazo de su alma tenía
que poder salvarse.
Nos quedamos callados,
contemplando el techo. Saqué el móvil y le eché un vistazo a los mensajes de
Zoe. Todos hablando de fiestas, de tías que intentaban reemplazarme, de lugares
a los que había ido el fin de semana y a los que me iba a llevar en cuanto
volviera del exilio.
No contesté. Tommy continuaba
mirando el techo, sin decir nada.
Le acaricié el pecho y activé
algún interruptor en su interior.
-Esto no va a ninguna parte-se
pasó una mano por el pelo, se tumbó sobre el costado y me miró a la cara. No
hizo ademán de echar un vistazo por debajo de las sábanas para ver por qué era
rica por mis propios medios. Por qué yo era la única a la que recibían cientos
de cámaras cuando me bajaba de un avión.
Me miró a la cara; dejé de ser
Diana Styles, y sólo era Diana. La chica que estaba a su lado.
Y, sorprendentemente, Diana
merecía más atención que Diana Styles.
-Pero eres preciosa-murmuró,
apartándome el pelo de la cara-. Y se te dan bien las mates.
-Nunca había visto a nadie pasar
de superficial a filosófico con tanta facilidad-bromeé, sonriéndole cuando su
índice dibujó el contorno de mi mandíbula y pasó por mis labios.
-Seguro que te dicen a menudo que
eres preciosa, pero no lo suficiente que eres lista. Y buena persona.
-Me conoces de hace una semana.
No sabes si soy buena persona.
-Esos ojos no tienen maldad
alguna.
Estos ojos me han traído aquí.
Nos escuchamos respirar
mutuamente; nunca me había fijado en lo bien que sonaba escuchar respirar a un
chico. Y menos a uno con el que me acababa de acostar. Despacio.
Y menos, lo bien que sonaba la de
Tommy.
-Gracias por hacer que me guste
estar aquí.
La sonrisa que le incendió la
boca tenía más energía que seis bombas atómicas.
-Yo soy la oportunidad de que te
guste Inglaterra.
-Todo lo que aguante aquí, lo vas
a conseguir tú.
-Mi hermana también te cae bien.
-Me caen bien la mayoría de tus
amigos, pero… tú haces que merezca la pena estar aquí.
Me besó en la frente.
Papá hacía lo mismo cuando decía
algo que le gustaba.
Luego, mientras me acariciaba la
mejilla con el pulgar, me besó en los labios.
Papá ya no llegaba a tanto.
Pero era como salir a la
superficie después de cinco minutos buceando y recibir el aire de nuevo en tus
pulmones. Pasaban de arder al más absoluto frescor.
-¿Tommy?
Se detuvo a medio beso. No, no, no pares, por favor.
-¿Quién era la de la fiesta?
Me lo imaginaba, pero tenía que
saberlo.
-Nadie-pero no lo dijo con
rapidez, intentando dejarme claro que quería pasar por el tema de puntillas.
Estábamos en la cama. Acabábamos de hacer el amor. No estábamos enamorados,
pero podíamos hacérnoslo, cosa que no mucha gente conseguía.
Me diría todo lo que quisiera
saber.
Y yo le contaría todo, si él me
lo pedía. Incluso qué me había llevado hasta ese punto de mi vida, metida en un
ático minúsculo (al menos, comparado con el mío), desnuda con alguien a quien consideraba
un igual.
Era una suerte encontrarse con
alguien igual que tú del sexo contrario.
-Sé que era alguien. No había
visto a nadie ponerse pálido tan rápido.
Volvió a colocarme un mechón
rubio detrás de la oreja, y deslizó la mano por mi cuello, con tanto cariño que
me declararía suya antes de que llegase al hombro.
-Mi ex.
Llegó hasta mi hombro y siguió
bajando hasta mi cintura.
Para.
Pero
sigue.
Yo también le acaricié el cuello;
éramos dos ciegos aprendiendo la anatomía del otro.
-Uf. Me di cuenta de que eras un
romántico cuando me hiciste el amor el otro día.
Atravesó mi alma, nadó en mis
ojos mientras se reía.
-Fue mi primera vez, ¿sabes? No
pensé que fuera para tanto.
-¿Y tu primera vez de verdad?
-Bastante patética. Y dura. No
quiero cargarme esta noche hablándote de eso.
-Algún día-me besó la mano cual
caballero inglés que era. Hay cosas que, sencillamente, están en el ambiente.
Salvé la distancia que nos
separaba y junté nuestras bocas. No nos comimos; sólo nos degustamos. Y, buf,
qué bien sabía esa noche.
Todo mal pensamiento o
sentimiento se evaporó de mi cuerpo.
-¿Quieres que vuelva a
hacértelo?-sugirió. La pantalla de su móvil se encendió al llegarle un mensaje.
Sólo yo me fijé en que era Scott; él tenía la vista clavada en mí.
Me mordí el labio, asentí
despacio con la cabeza y susurré:
-Me gustaría.
Sus labios recorrieron toda mi
cara a base de besos, luego, mis clavículas, mis pechos, y bajó hasta mi
obligo, desatando una erupción en mi interior que sólo él podía apagar.
Se echó encima de mí, me separó
las piernas con delicadeza, acariciándomelas hasta la punta de los dedos de los
pies, y entró en mí con suavidad.
Me poseyó como si me quisiera de
toda la vida, fuera su novia de varios años y estuviéramos en el San Valentín
de nuestro primer aniversario. Me miró a los ojos y yo lo miré a él, nos
acariciamos despacio, sin sujetarnos por ningún lado. Cualquier contacto era
poco, pero una caricia era mejor que un arañazo.
Todavía estaba dentro de mí
cuando confesó:
-Me has llovido del cielo.
-Tú eres el cielo, Tommy.
Besó mis palabras, me acarició
los labios con el pulgar como recogiendo las partículas que quedaran de esa
frase.
Deberíamos habernos dicho que nos
queríamos, aunque fuese una locura y fuese mentira.
Porque, en realidad, no lo era
tanto.
Ojalá
todos mis despertares tuvieran el mismo glamour que mi trabajo, pero lo cierto
era que, de cada 10 veces que me despertaba, 8 era por un ruido atronador a mi
alrededor, que me arrancaba de los brazos de Morfeo como hicieron los nazis con
los judíos de sus posesiones tantos años atrás.
Le di un manotazo al despertador,
diciéndole que sí, que estaba despierta, y me incorporé.
Sólo cuando noté frío en el pecho
y me descubrí desnuda se me materializó una sonrisa en la boca. Vaya noche.
Había tenido que controlarme para
no suplicarle a Tommy que no me dejara sola, que se quedara a dormir conmigo y
que ya averiguaríamos la forma de que se escabullera de madrugada a su
habitación, minutos antes de que empezaran a sonar los despertadores, pero él
había sido más sensato que yo. Me había besado en la frente, había sonreído
ante mis pucheros y acariciado la mejilla.
-Me alegro de haberte desvirgado
en ese sentido.
Me reí en silencio, casi borracha
de felicidad. Una cosa eran las endorfinas del sexo y otra muy diferente lo que
él me había inyectado en vena.
Tuvo el detalle de no
incorporarse a mirar el móvil nada más acabar, sino que se quedó un rato a mi
lado, contemplándome recuperar el ritmo normal de mi respiración, apartándome
los mechones de pelo de la cara y acariciándome el vientre.
-¿Qué te decía Scott?
Se dio la vuelta, se estiró,
cogió el móvil, me pasó una mano por detrás de la cabeza y lo desbloqueó frente
a mis ojos. Creo que era su forma de decir que se fiaba de mí.
Puede que no debiera.
Scott le había enviado un mensaje
que decía “¿Mañana vamos de pajarita?”
Fruncí el ceño, pero Tommy
sonrió. Debía de ser algún código secreto.
-Vamos, que estás bien, ¿no?
-Sí, tío-y un lacasito con gafas
de sol, el amo del cotarro, que festejaba lo que acabara de hacer. No me dio
ninguna rabia que no le hubieran partido la cara.
Me estaba convirtiendo en una
buena persona, y eso no podía ser.
-Ve a decírselo a tu hermana-lo
insté. Tommy se me quedó mirando-. Ya no necesitas que te distraiga, ¿no?
Podemos dormir tranquilos todos.
-Has hecho más que distraerme,
americana-me besó en la boca, se separó de mí, y yo tuve que controlarme para
no agarrarlo de la mano y volver a tumbarlo en mi cama. Ya que había sido mío
cuando cayó el sol, lo justo y necesario era que lo fuera también cuando se
alzaba.
Rodé por la cama hasta alcanzar
las zapatillas. Me vestí y bajé a desayunar, reuniéndome así con los mayores de
los Tomlinson, que les acercaban las tazas del desayuno a los pequeños.
La sonrisa que me dedicó Tommy
hizo que el cuadro de mi vida perdiera aquellos tonos de azul tristón que había
salpicado cuando me dejó sola. Ya no estaba triste, atontada y feliz a la vez
por lo de anoche.
Sólo atontada y feliz.
La atmósfera de Inglaterra no
podía estar haciéndome nada bueno; yo nunca desarrollaba sentimientos por
nadie. Zoe aseguraba que ni siquiera los tenía.
-Buenos días-saludé en general,
con los ojos fijos en él, y los suyos fijos en mí. Todos me saludaron, pero
sólo escuché sus buenos días.
Se sentó a mi lado a comer los
cereales, más cerca de lo que solía hacerlo, pero más lejos de lo que a mí me
gustaría. Observé a sus padres; Louis, bebiendo el café a sorbos rapidísimos,
controlando el reloj de pulsera cada dos segundos; Erika, acercándole el bol de
cereales a su hijo pequeño, y me pregunté: ¿realmente les parecería tan malo lo
de Tommy y mío?
¿De verdad estábamos metiendo la
pata tanto, a sus ojos?
¿Por qué no éramos dignos de
disfrutar el uno del otro si era lo que queríamos?
¿Por qué él tenía que
controlarse, tratarme como una muñequita de porcelana a la que admirar desde la
distancia, pero con la que no jugar nunca?
Tommy me acercó la caja de
cereales sin yo pedírsela. Un gran avance desde el “¿te pasa algo en las manos?”
del día anterior.
Los dos hermanos me esperaron con
las mochilas colgando a la espalda a la puerta de casa. Enfilamos el camino al
instituto con el paso sincronizado: derecha, izquierda, derecha, izquierda.
Eleanor no dejaba de hablar sobre las nuevas canciones que les había preparado
la profesora de música; Tommy no dejaba de mirarme de reojo y sonreírme, y yo
no podía dejar de mirarlo a él.
Los rizos de Sabrae fueron lo
primero que vimos de los Malik. Eleanor salió disparada en dirección a los dos
hermanos, y se echó en brazos de Scott, al grito de:
-¡Gracias a Dios que estás bien!
-Fue una misión sin
importancia-se encogió de hombros, pero la cogió de la cintura cuando ella le
dio un beso en la mejilla. Mal asunto.
Cuando se volvió y nos contempló
a ambos, recordé el tonteo tan descarado de la tarde anterior, y se me
evaporaron las endorfinas tal y como habían llegado.
-Joder, T, estáis casadísimos.
Creo que voy a vomitar.
Tommy se echó a reír y negó con
la cabeza.
-Te veo bien, hermano.
-Ir elegante me queda
genial-respondió el otro, encogiéndose de hombros y mordiéndose el labio.
Sabrae y Eleanor ya iban diez metros por delante de nosotros.
-Cuéntanos qué tal ayer-lo
invité: que me diera asco no quería decir que no quisiera detalles. Así, se
lanzó a contarnos cómo se había colado en el instituto: spoiler; la reja estaba abierta y las puertas, mal cerradas; cómo
los había dejado inconscientes uno a uno para que no se echaran sobre él en
cuanto los liberara; la forma en que rompió la cinta aislante con los dientes y
la genial idea de atrancar la puerta del gimnasio para que les costara más
salir.
-No dirán quiénes fuimos,
¿no?-Tommy torció el gesto; Scott negó con la cabeza.
-Le tienen demasiado miedo a
Sabrae.
Sabrae se giró, sonrió y siguió
con su conversación sobre los movimientos revolucionarios de América.
Ah, el motín del té, qué gran
momento en la historia de aquel minúsculo país.
Los únicos que permanecieron
juntos al llegar al instituto fueron los chicos. Las demás, tuvimos que
separarnos para ir en dirección a nuestras aulas. Creí que me esperaría un
aburrido lunes más, pero las cosas cambiaron de rumbo a segunda hora, cuando
nos anunciaron que se suspendían las clases y que teníamos que ir al salón de
actos.
Eleanor me dio un apretón en la
mano y me dijo que me sentara con ella para darle suerte, pero su amuleto
estaba estropeado por el día.
Nos fuimos sentando en filas de
mayor a menor sospechoso: en primer lugar, los de último curso; al fondo del
todo, donde casi no se oía, los más pequeños, que concentraron a la mayor
cantidad de profesores jamás vista hasta la fecha.
El director subió al escenario
que hacía las veces de estrado, se aclaró la garganta, comprobó que el
micrófono funcionaba, y anunció que se habían encontrado con una sorpresa
bastante desagradable al entrar en el gimnasio esa misma mañana.
Del salón se levantó un murmullo
que se acalló con las siguientes palabras del director. Crucé las piernas,
Eleanor se inclinó hacia delante y echó un vistazo en dirección a Tommy y
Scott. Los dos sonreían como si la cosa no fuera con ellos, divertidos dioses
que contemplan la erupción de un volcán y se ríen cuando la gente entra en sus
templos buscando protección. Protección que no iban a conseguir.
-Han encontrado a uno de nuestros
alumnos inconsciente en el gimnasio, con cortes en la cara y síntomas de haber
recibido una paliza.
-Enemigos del heredero,
¡temed!-gritó alguien en el fondo, y todo el salón estalló en carcajadas. Los
mayores incluso aplaudieron la ocurrencia; entre ellos, Tommy y Scott.
-Esto es bastante más serio de lo
que os creéis en un principio. Creemos que el chico no estaba solo: había
demasiados restos de sangre y varios trozos de cinta aislante que nos han hecho
pensar que ha habido una pelea dentro de los muros de este instituto. Entre dos
grupos rivales.
Se notaban las ganas de hacer una
coña en el ambiente. Pero nadie la hizo; a pesar de la distancia, todo el mundo
notaba la hostilidad que manaba del director.
-Conocéis muy bien las normas de
esta escuela: tolerancia cero hacia la violencia. Pero esto es diferente:
habéis entrado aquí y os habéis reído en la cara de nuestros estatutos, os
habéis enfrentado como animales y habéis jugado a ser dioses cuando no sois más
que críos. El chaval está en el hospital; están comprobando que no tenga huesos
rotos y que la tos que presenta no sea una pulmonía. Al responsable o
responsables de esto, le invito a que rece porque no lo sea.
Jesús, usar el calificativo
“lobuna” para describir la sonrisa de Scott sería quedarse cortísimo.
Eleanor tragó saliva a mi lado;
se estaba clavando las uñas en la palma de la mano.
-Te vas a hacer sangre-le dije,
cogiéndole las manos y abriéndolas para que dejara de hacer presión.
-A los responsables de este
suceso, les invito a que se escondan lo mejor que puedan y recen. Recen por que
seamos benevolentes. Porque, sí, vamos a encontraros. Y os arrepentiréis de
haber llegado tan lejos.
Echó un vistazo en dirección a
los camorristas del instituto, sin darse cuenta de que estaba mirando en la
dirección contraria.
A los que pegaban palizas en el
instituto les hacía gracia la situación, llevaban pajarita y tenían fama de
buenos. En el fondo, lo eran.
En el fondo, se había hecho
justicia, y merecían que los recompensaran, no que los castigaran.
-Se suspende el recreo-el
infierno se desató, pero el director se limitó a levantar la voz sobre el
estruendo y bramar hacia el micro-. Tenéis esta hora libre.
Scott le había regalado al
instituto 15 minutos extra de descanso.
Sabrae interceptó a Eleanor
cuando ésta se dirigía hacia sus hermanos, y negó con la cabeza.
-Sólo atraerás su atención; vete
con tus amigas, ya hablarás con ellos más tarde.
Acabamos yendo a la cafetería y
soportando la angustia de Eleanor, que necesitaba desesperadamente ir a hablar
con Scott y suplicarle que la perdonara por haberle jodido la vida, porque iban
a cazarlo, iban a cazarlo, iban a cazarlo.
Sus amigas no daban crédito a por
qué se preocupaba tanto por el mejor amigo de su hermano (“Eleanor, tía, está
bueno, pero si ha hecho lo que dices…”) y me sorprendí a mí misma, a Zoe, que
ni sabía lo que estaba haciendo, a todos mis conocidos, y al mundo en general,
defendiendo a Scott.
-Ha hecho lo que me gustaría que
hicieran mis amigos por mí si alguna vez lo necesitara.
Las chicas alzaron las cejas.
-¿A qué te refieres?
Eleanor me dio vía libre para
contarles lo que había sucedido el sábado. El diámetro de sus bocas se expandió
proporcionalmente a los minutos transcurridos de la historia.
Una de las chicas dio un golpe en
la mesa.
-Dios, está bueno y los tiene
buen puestos. Yo me lo follaba.
-Tú y medio instituto,
Marlene-pero Eleanor agachó la cabeza. Mm.
-En serio, si hubiera hecho eso
por mí, le daba mis bragas en el baño que él quisiera. Soy tuya. Tómame.
-Eres una puta insensible,
Marlene. Además de una salida. Estaba defendiendo a El, que bastante tendría
con aguantar lo del sábado como para encima tener que ir ofreciéndose por ahí
como si fuera un trozo de carne.
-¿Estás bien, tesorito?-una
pelirroja de gafas inmensas se inclinó por encima de la mesa y le acarició la
mano a Eleanor, que se había convertido en un castor humano y trituraba con los
dientes la pajita por la que había succionado (sí, sí, succionado, de dos
tragos) si zumo de piña.
-Creo que sí, pero, chicas… de
verdad que no quiero que Scott se la cargue.
-Seguro que eran todo
faroles-dijo la pelirroja; Mary. Se llamaba Mary, ahora me acordaba.
-Deja que se la cargue y
compénsaselo una noche-respondió Marlene por encima de la otra. Unas se echaron
a reír, otras, capitaneadas por Mary, le lanzaron una mirada envenenada.
-Algún día el karma te encontrará
y ya no te harán tanta gracia estas cosas, Marlene.
-Tengo que reírme mientras pueda,
Mimi. Además, tenemos que hacer que El se ría, ¿o no, chicas? Ya ha pasado el
período de luto. Ha ganado ella. Dejad que lo celebre. Invitadla a celebrarlo.
-Por ejemplo, ¿ahora?-sugirió
una, alzando una comisura de su boca y señalando con la barbilla hacia la
puerta, por la que acababan de entrar los chicos.
Eleanor me miró y yo asentí con
la cabeza. Se levantó como un resorte y esquivó a la gente en dirección a su
hermano y Scott.
-Qué suerte, tiene la zorra.
Hasta las cosas malas le salen bien.
-Mirad cómo mueve el culo. Va a
seguir tu consejo, Marlene.
-Hombre que si lo va a seguir. No es estúpida.
-Dios, ¿por qué han venido con
pajarita? Odio que vengan con pajarita. No podía soportarlo cuando venían de
uniforme, y en su último año pueden venir como quieran, ¿por qué traen
pajarita?-se lamentó una. Yo sonreí, si viera lo que tenía que ver yo en mi
trabajo, viviría en un orgasmo constante.
-Scott. Se. Está. Mordiendo. El.
Labio. Necesito más agua. Leigh, dame de la tuya.
-Cállate, zorra. Mirad a Tommy.
Está tremendo.
Ah,
no. ni de coña. Ni de puta coña. Nadie se mete con mis hombres.
Tenga
sentimientos por ellos o solamente me los tire.
-Y
folla que da gusto-contribuí yo. Todas se quedaron calladas.
-¿Disculpa, Diana? ¿Repite
eso?-Marlene era la representante del grupo, ahora me daba cuenta.
-Folla. Que. Da. Gusto-me sacudí
el pelo.
-Esta noche no duermo-respondió
Leigh, sacando sus apuntes y abanicándose con ellos de forma teatral. Ni
siquiera las bailarinas de flamenco lo hacían así; estaba segura.
-Y eso lo sabes por…
-Experiencia propia-me encogí de
hombros-. Ah, y, chicas… poneos encima vosotras la próxima vez. Les gusta que
toméis el control.
-No voy a dormir en lo que me
queda de existencia, joder-anunció Leigh, todas se echaron a reír-. Diana, eres
una diosa. Te crearé una religión.
-No me crucifiquéis, tengo unas
muñecas preciosas.
-¡SCOTT LE ESTÁ COGIENDO LA
MANO!-bramó Mary. Su grito se hundió en el barullo de la cafetería; sólo
nosotras y las mesas contiguas lo oyeron. Me volví para ver el momento justo en
que Tommy le daba un beso en la mejilla y Scott la estrechaba entre sus brazos,
mientras los demás le dedicaban palabras que seguro que eran de alivio.
La mano de Scott bajó por su
espalda un segundo, pero fue suficiente para que se volvieran locas. Y me
volviera loca a mí.
-Si no se lo tira la matamos a
palos-sentenció Marlene-, ¿habéis visto lo que yo? De repente me apetece que
intenten violarme.
-No seas gilipollas, Marlene.
Cierra la boca un poquito. Cada vez que mueves la lengua, sube el pan.
Eleanor volvió con nosotras con
la moral un pelín más alta. Poco. No habían conseguido convencerla del todo.
-Eres una maldita. Maldita la
suerte que tienes. Con ese hermano que tienes y ahora tienes a tus pies a
Scott. Malik. Scott Malik. Te detesto-gruñó Leigh, arrancando con furia el
tapón de una botella de agua.
-No sé de qué coño estáis
hablando-espetó Eleanor.
-De qué coño, no, de qué culo. Y del tuyo, querida. ¿Le gustó
cómo lo tienes? ¿Le vas a dar más esta noche?
-Estáis mal de la cabeza. Es
Scott. Por favor.
-¡Exacto!-ladraron todas.
Es Scott-convino
Marlene-. Joder, El, si no te
conociera diría que has montado todo esto tú, para por fin poder llevártelo al
huerto.
-No me voy a llevar al huerto a
nadie, dejadme tranquila.
Pero se puso colorada y agachó mínimamente
la cabeza.
Y algo en mi mente hizo clic.
La sonrisa boba al volver de
fiesta.
Sus mejillas coloradas la tarde
anterior, cuando había subido, en teoría, al baño.
El beso en la frente de Scott
antes de colarse en el instituto.
Su negativa a dejar que fuera
solo.
Cómo la había mirado mientras
hablaba con ella.
Y se había mordido el labio.
La madre que lo parió. La madre que lo parió la madre que lo parió la
madre que lo parió.
Scott se estaba tirando a
Eleanor.
Eleanor se estaba tirando a
Scott.
Ella no iba a decírmelo.
Pero él sí lo haría.
Seguí riéndome con las chicas
mientras en mi mente planeaba la venganza. Dije que había quedado con otras de
mi clase para subir, y me escabullí entre la gente hasta acabar tras los
chicos.
-¡Scott!-grité, y todos se
volvieron. Tommy frunció el ceño, el susodicho puso los ojos en blanco, les
dijo a los demás algo y fue a mi encuentro.
-Tenemos que hablar.
-Dime que Tommy no te ha preñado.
Creo que no estoy preparado para ser el padrino de Godzilla.
Hice caso omiso a su pulla y me
dirigí a un lugar más apartado. Volvió a poner los ojos en blanco y me siguió.
-¿Qué quieres, Diana?
Lo empujé contra la pared y me
pegué a él tanto que podía sentir el latido de su corazón contra mi pecho. Lo
miré a los ojos.
-Deja a Eleanor. Segundo aviso.
No quieres ver cómo es el tercero-sonreí, a pesar de todo.
-No sé de qué me hablas.
-Sabes muy bien de qué te hablo.
Nos mantuvimos la mirada,
calibrándonos el uno al otro. Él era más alto que yo, pero yo tenía más
experiencia. Era un combate justo. Por fin un rival a mi altura.
En sus ojos había motitas doradas
y verdes que contrastaban con el marrón chocolateado que hacía tanto de fondo
como de protagonista. Él nunca me lo diría, pero se hundió en el Amazonas que
tenía en la cara igual que lo hacía Tommy.
¿Por qué unos ojos tan bonitos
guardan almas tan sucias?, pensaríamos los dos.
Respiramos la respiración del
otro, y yo saboreé el momento de soltar la frase como si fuera gloria.
-Te has acostado con ella.
En
sus ojos, un destello de asombro y duda. Nada de miedo. Ningún “joder, nos ha
pillado”. Más bien un:
-¿Cómo
lo sabes?
Iba a
cargármelo.
-Ahora
lo sé-sonreí-. Dios, Scott. Dios. ¿No
hay nada sagrado para ti? ¿No respetas nada? Aléjate de ella. Termina el
jueguecito antes de empezarlo.
-Estás
mal de la cabeza si te crees que estoy jugando con ella.
-A
veces me demuestras que eres un gilipollas, y otras, que eres un buen tío, a
pesar de todo.
-¿A
pesar de mi atractivo sexual irresistible?-se burló.
-A pesar de tus tendencias ligeramente misóginas en
las que te columpias sin importarte el mucho daño que puedas hacer, y escudarte
en una igualdad de géneros que tú sabes que no es tanta. Pero, claro, es
difícil dejar de ser el privilegiado.
-Es difícil dejar de decir que una chica no se respeta
sólo porque le apetece follar con alguien que no es su novio, pero no necesita
drogarse para hacerlo. Pero tranquila, Didi. Esas ideas pueden cambiarse.
Todavía hay esperanza para ti.
-Yo de ti no tentaría mucho a la suerte, inglés. Mis
terceros avisos me han traído hasta aquí.
-Yo tampoco tiraría los dados en esta partida,
americana. Soy más alto que tú.
-Te tendría que dar vergüenza. La hermana de tu mejor amigo. Que sabes que está
enamorada de ti.
-Se te escapa el pequeño detalle de que yo tal vez
también esté enamorado de ella.
-Tú no sabrás lo que eres querer a nadie en tu vida.
-¿Y tú sí?
Mi mano voló hacia su cara, pero él fue más rápido y
me cogió la muñeca a escasos centímetros de su piel.
-Cuidado, princesa: ya me he cansado de comerles el
coño a tías como tú.
Me zafé de su abrazo, lo miré de arriba abajo y me
imaginé arrancándole esa cabeza suya como hacían en Eclipse: sin una sola gota de sangre, sólo cristal que se rajaba
con un chirrido, y nada más.
-¿Algo más? Tengo clase. Y tú, probablemente, también.
-Vete a la puta mierda-repliqué, girándome sobre mis
talones y dándole un latigazo con el pelo en la cara. Escuché su risa
sarcástica, intuí cómo sacudía la cabeza y tomaba un rumbo distinto al mío.
Mamá y papá terminarían quedándose sin países a los
que mandarme como siguiera en este plan.
Entré la última en clase y me dirigí a mi asiento. La
chica con la que me sentaba me miró con curiosidad.
-¿Estás bien, Diana?
-Sí, todo perfecto-mentí, cruzándome de piernas,
ignorando las miradas de los tíos de la clase intentando deslumbrar un poco más
de mi piel, y me crucé de brazos, resignada a escuchar la media hora de bronca
del profesor de turno, que nos conminaba a que diéramos un paso al frente y
pidiéramos perdón para restaurar el honor perdido de la escuela.
Entre los violadores que acogían entre sus muros y el
otro tipo de escoria que se enfrentaba a ellos, dudo que hubiera disculpas
suficientes en el mundo para poder resarcir tal honor.
Cuando por fin terminó su perorata, nos ordenó que
abriéramos nuestras libretas y se dispuso a darnos una lección magistral sobre
filosofía. La pelirroja me miraba de reojo, demasiado ocupada peleándose con el
papel para decirme nada, pero no lo suficiente como para no observar la rabia
que bullía en mi interior.
Scott es un condón, simple y llanamente. Lo usas
cuando estás cachonda, le sacas el máximo partido, te aseguras de que no te
cause ningún perjuicio en el caso de que se rompa, y luego lo tiras. Eleanor no
se merece pillarse por un condón.
Yo podría manejarlo; había convivido con demasiados
tíos como él, y podía controlarme. Pero ella era demasiado inocente.
Me importaba una mierda el pensamiento de Platón.
La caverna que más me preocupaba era la de Eleanor…
pero lo suyo no era una caverna.
Adoro a Zoe. Conoce todos los
insultos del mundo y, cuando no son suficientes, sabe cómo inventárselos. Pero
ahora no hacía falta: teníamos el perfecto entre manos.
-Será cabrón, jugar con una chiquilla así, una
chiquilla que está enamorada de él-me
la imaginé sacudiendo la cabeza, su melena ígnea bailando en una y otra
dirección, como la cola de un cometa.
-No debería importarme tanto, pero es que siento que
se están riendo de todas nosotras como colectivo, no sólo de ella. Al margen de
que Eleanor me cae bien. No me parece que se merezca nada así.
-Sí, bastante tiene la pobre criatura con lo que
tiene.
Escuché cómo garabateaba lo que le contaba en la
Libreta de Acontecimientos Importantes. Me dijo que esperara un segundo
mientras iba a por más hojas cuadriculadas, y volvió a echarse en la cama y
asentir para que continuara con mi perorata.
Terminé por contarle lo de mi aborto de bofetada, y la
escuché bufar.
-Adoro cuando son insoportables, Didi. Son los más
fogosos.
-Es guapo-reconocí entre dientes.
-Muy guapo,
Diana. Ya he visto fotos.
-Pero pierde en persona-respondí.
-No creo que esos ojos pierdan en persona-me contestó.
-Digo él, en general.
-Es por hacerte rabiar, nena. Si acaso, me lo mandas y
yo lo domestico.
-Es un caso perdido, Z.
-Me encantan los muñequitos rotos, son un abanico de
posibilidades.
Me contó todo lo que se había cocido en el instituto
mientras no estaba: las típicas pijas que no conseguían quitarnos el puesto de
reinas ahora se le revelaban; suerte que la gente respetaba a Zoe por ser Zoe,
y no por ser mi amiga. A Atenea la gente la respeta por sí misma, y no por ser
familia de Zeus.
Terminamos llorando, diciendo que nos echábamos
muchísimo de menos, que en cuanto tuviera un fin de semana largo libre a su
disposición, se metería de cabeza en un avión y vendría a verme, aunque fueran
solo cinco minutos. Yo le aseguré que le pagaría el billete en primera clase y
todos los Cosmopolitan que quisiera beberse, y lloró con más fuerza porque
decía que era la mejor del mundo, y yo aún más porque en realidad, la mejor del
mundo era ella, y tenía muchísima suerte de tenerla a mi lado. Bueno,
metafóricamente hablando.
Le hablé de la noche anterior con Tommy y dio un
gritito de felicidad a pesar de que era madrugada en nuestra ciudad natal.
-Por fin alguien te trata como te mereces, mi amor.
Escuchó con paciencia todas mis cavilaciones sobre en
qué nos convertía eso, si podría combatirlo, si quería combatirlo… y en si me estaría anclando demasiado a Londres,
donde no tenía tanto trabajo como en mi adorada Nueva York.
Me la imaginé frunciendo el ceño y preguntando si
nadie se había puesto en contacto conmigo desde la agencia; mi representante
llevaba una semana como loca llamando a mis padres para conseguir localizarme.
-Pero, ¿qué pasa?
-Dios, tienes que llamarla, Didi. Es Victorias Secret.
Ya tienen los castings en marcha.
-Estás de coña-repliqué yo, incorporándome y
limpiándome las lágrimas. Tenía un aspecto horrible, y aun así era la chica más
guapa de toda esa diminuta isla-. ¿Sabes cuándo?
-No me dio detalles, pero creo que los tienen hoy. Tal
vez si vas mañana por ti hagan una excepción.
-Zoe, no puedo
ir mañana. Estoy desterrada. Esto no es Nueva York. No cambian el flujo de
los semáforos sólo porque yo vaya a pasar. Joder, Zoe, estoy horrenda.
-Te diré lo que vas a hacer, niña. Te vas a duchar,
vas a dejar que el pelo se te seque al aire para que se te rice un poco con
esos rizos tan bonitos que tú tienes. Te vas a poner base y un poco de color en
los labios. Vas a ponerte el sujetador y las bragas negras de CK que tan bien
te quedan; peloteos los justos con esos hijos de puta. Vete con una camisa
blanca y pantalones vaqueros ajustados; si no los tienes, se los quitas a tu
chico-el deseo de contestar con sarcasmo “no es mi chico” estaba ahí, pero muy
difuminado-. Vas a ordenarle a Tommy que te acompañe al centro, vas a coger tu
pase de la semana de la moda de París del año pasado y te vas a plantar allí
con él a modo de certificación.
-He perdido el reportaje con Vogue.
-Y vas a llevar el Fantasy
Bra. Imagínate lo histérica que se va a poner la cabrona de Vogue cuando
vea quién cierra este año. La más joven de la historia. Miranda Kerr llorará en
su casa porque el tuyo será mil veces más precioso.
-Eso es imposible.
-Este año van a ocurrir muchos milagros, corazón. Yo
pondré a Scott en su sitio y tú harás historia.
-Quieres venir a Inglaterra sólo para tirártelo, ¿no
es así?
-Nunca he estado con un árabe-escuché su risa, me la
imaginé relamiéndose-. Ellos inventaron el Kama Sutra.
-Voy a colgar antes de que me convenzas para hacer un
trío con los ingleses-respondí, intentando estremecerme, pero no lo conseguí.
-Serías mi heroína si lo hicieras, te lo digo en
serio.
-Creo que sería la primera vez que me acuesto con
alguien que me da arcadas.
-Qué exquisita eres, chiquilla, las demás tienen que
conformarse.
-Nosotras no somos las demás.
Se echó a reír, me dijo que me quería y que yo a ella,
y nos despedimos con un beso. Me hizo prometerle que me metería en el desfile,
y yo hice que me prometiera que se mantuviera en el puesto de reina de Nueva
York. Tenía mucha responsabilidad ahora que estaba sola.
Los dos chicos me miraron cuando me acerqué a ellos
con el pelo húmedo y la ropa escogida por Zoe.
-Tengo que ir al centro-anuncié, me eché a un lado el
pelo y añadí-, y necesito que me llevéis.
-¿Tenemos cara de taxi?-espetó Scott, haciendo que su
bolígrafo diera vueltas en su mano. Tommy negó con la cabeza.
-Imposible, Di. Tenemos examen de mates mañana.
-Y yo una prueba muy importante que puede marcar un
antes y un después en mi carrera.
-¿Te imaginas que te la pierdes por mi culpa? Nada me
haría más feliz-Scott se inclinó hacia delante, apoyó su cara en las manos y
puso cara de corderito degollado. Lo detestaba, muchísimo.
-¿Qué prueba?-quiso saber el único decente de los dos.
Puse los brazos en jarras.
-Victorias Secret.
Intercambiaron una mirada que lo dijo todo. Debería
haber empezado por ahí.
-¿De lencería?-espetó Tommy, como queriendo asegurarse
de que no le hablaba de una marca de taladros. Scott puso los ojos en blanco y
le dio un golpe en el brazo.
-¿Conocemos más marcas así, T?
Se miraron un segundo, miraron sus apuntes y volvieron
a mirarse. Yo alcé una ceja.
-Seríamos unas personas pésimas si no la
acompañáramos, ¿no crees, S?
-Es verdad, tenemos que dar ejemplo de la famosa
cortesía inglesa.
-Las mates pueden esperar.
-Íbamos a suspender el examen de todas maneras.
-Las damas van primero.
-Y más las damiselas en apuros.
-No soy…-empecé, pero me cortaron alzando la mano.
-Nos vestimos y te acompañamos, milady.
-Tampoco hace falta que…
Pero Scott ya estaba pidiéndole opinión a Tommy sobre
si llevar una camisa sería excesivo, porque era evidente que allí iba a hacer calor. Tommy sacudió la cabeza; tenían
que estar presentables ante las ilustrísimas señoritas modelos de Victorias
Secret.
Cómo son los hombres, de verdad, ven un par de tetas y
ya se ponen histéricos.
No podía esperar a verles las caras cuando entraran
allí; seguro que pasaban de ser unos machitos a unos pobres gatitos indefensos.
Las veteranas imponían más que armas de destrucción masiva.
Eleanor pidió unirse a nuestra expedición; su hermano
le dio carta blanca. Probablemente le hubiera dicho que sí incluso si le
hubiera pedido que le costeara el sujetador que Zoe me había hecho prometer
conquistar.
La sonrisa de Scott al vernos llegar a los tres me
confirmó que se pasaba por el forro lo que le había dicho por la mañana.
Incluso soltó:
-Una cita doble, genial.
No pudo importarme menos: ¡iba a trabajar! ¡Había
esperanza! ¡No me moriría del asco en este minúsculo país, como habían
intentado mis padres! Podría mantener mi corona durante unos meses más; ya no
peligraría en cuanto entrara en el edificio.
Los tres se pasaron el viaje en bus y metro
preguntándome qué modelos estarían allí. ¿Las hijas de las antiguas? ¿Las
nuevas promesas? ¿Las veteranas hacían pruebas?
Las veteranas no hacían pruebas porque los ángeles
tienen las alas garantizadas hasta que deciden colgarlas; otra cosa distinta
era si las íbamos a ver ese día. A lo cual, la respuesta era afirmativa. Tenían
que empezar a asegurarse de que la ropa les quedara bien, de que tuvieran todos
los músculos casi a punto y de que las alas no les pesaran demasiado o les
resultaran excesivamente incómodas.
Para cuando llegamos al edificio en el que tenían
lugar los castings, eran tan expertos en el mundo de la moda como yo.
-A partir de aquí, puedo ir yo sola. A no ser que
queráis acompañarme para desearme suerte.
-No, gracias-replicó Scott.
-¡Scott!-le recriminó Tommy, molesto tanto por su tono
de fastidio como por la mirada que me lanzó… que, por primera vez, no contenía
una gota de odio.
Cogí a Eleanor del brazo, atravesé las puertas
automáticas y le mostré el pase de la semana de la moda, tal y como me había
dicho Zoe, al de seguridad.
-Debería estar en la lista.
-¿Diana Styles? Vienes fuera de plazo.
Me eché a reír.
-Cariño, los plazos están para las novatas. Estoy a
dos años de conseguir las alas. Sé un buen chico y recuérdales a los de arriba
cuánta gente me sigue en Instagram, por si se les ha olvidado los niveles de
audiencia del año en que me pusieron en primera fila.
Sería gilipollas si no admitiera la gran influencia de
las redes sociales en los desfiles. Instagram estaba por todas partes, y
ahora éramos nosotras las que dirigíamos la industria, y no los diseñadores. Las
modelos podíamos echar abajo una campaña racista, misógina, o discriminatoria
sencillamente negándonos a subir ninguna foto de ningún modelo, o llenando el
inicio de medio mundo de fotos nuestras en playas, como diciendo “no hay nada
que me importe menos que el desfile de este diseñador, que, por cierto, no ha
querido coger a [inserte nombre de modelo aquí, por favor] por ser demasiado
[inserte negra/curvilínea/diferente] para el aburrimiento al que nos tiene
acostumbrados, pero él se lo pierde”.
-¡Diana! ¡Te estábamos esperando!-una chica menuda, de
pelo negro encajonado en unos inmensos auriculares con un micrófono incorporado
corrió hacia mí.
-Sabéis que detesto que os hagáis los duros.
-¿Y estos?-preguntó, señalando a mis acompañantes con
un dedo acusador. Recordé la primera charla que nos daban cuando pasábamos a
formar parte de la inmensa y prestigiosa familia de Victorias Secret. Incluso
sentándose en primera fila, y no saliendo a desfilar, había que guardar unos
modales. “Esto no es una excursión por el campo, aquí hacemos arte, y por tanto
no podéis traer gente a que nos consuma la creatividad”.
-Mi equipo-me encogí de hombros. La chica se me quedó
mirando, pero, ¿quién iba a discutirle a la hija de una de las diseñadoras más
prestigiosas del mundo? ¿Quién iba a decirle que no podía hacer pasar más allá
de la puerta a la hija de Harry Styles?
Pude que hubiera alguien, pero ese alguien no iba a
ser una secretaria.
-Bonitas piernas-soltó una modelo mientras esperaba a
que cotejaran su acreditación con su identidad. Me sonaba su cara; creo que
había caminado detrás de mí en algún desfile de Armani.
Sus rasgos asiáticos eran difíciles de situar.
La chica estaba mirando la minifalda de Eleanor, que
bajó los ojos al suelo y abrió un poco la falda, observando el objeto de
atención de medio edificio. Tanto Tommy como Scott las miraron por primera vez,
y asintieron.
Eleanor se puso rojísima, y no era para menos: que una
modelo te diga que tus piernas son bonitas es como tirarte un Grammy a la cara
por hacer una cover. Toma, para ti, te lo
has ganado, ve a llenar estadios.
-Diana-saludó la asiática, y yo me la jugué.
-XiaoJi.
¿Qué te parece? Acerté su nombre y todo. Vale, ya la
tenía situada: había conseguido dos portadas en Vogue en los últimos cinco
meses en dos ediciones internacionales: Japón (lógicamente) e Italia (eso ya no
era tan lógico, pero sí merecedor de alabanza).
-¿Nerviosa?
Echamos a andar en dirección al ascensor.
-En absoluto, ¿tú?
-Aterrorizada.
Lo bueno de ser de la clase privilegiada era que la
mayoría de los puestos se reservaban para mí. Ella, en cambio, competía por una
plaza; dos, como mucho.
En Victorias Secret nos preferían americanas, con
muchas curvas, y más bien tirando a morenas. Las brasileñas triunfaban, con esa
genética hecha específicamente para las pasarelas. Gracias a Dios, mi madre entraba
en el grupo de las latinas, por lo que cogía el bronceado rápido y podía
competir con ellas.
Una asiática, en cambio, estaba condenada a no poder
aspirar a más que un paseo: jamás se llevaría el cierre de desfile. Demasiado
pálidas, demasiado delgadas, con demasiadas pocas curvas. Ya se encargaban en
su continente de retener y destrozar a las que no cumplían con los
estereotipos. Las occidentales éramos libres, más o menos; las orientales, no
tanto.
-Queda un puesto vacante.
-¿De veras? ¿Quién se ha ido?
-La Crawford.
-Será broma.
-Está preñada.
Nos echamos a reír.
-Menuda manera de joderse la vida en la cúspide de tu
carrera-comenté, apartándome el pelo a un lado y observando que las puntas no
estuvieran abiertas. Todo correcto.
Mis amigos contemplaban todo Londres por las paredes acristaladas
del ascensor; XiaoJi asintió, sopesando su respuesta.
-Tendremos suerte si no vuelve.
-Es vieja, nena. No conseguirá recuperar el cuerpo.
-Con un poco de suerte, será una cría.
-Si es una cría, te invito a cenar en el Upper East
Side. En el restaurante que tú elijas.
-Se merecerá celebración, ¿no?
-¿Qué diferencia hay entre que sea un niño o una
niña?-preguntó Eleanor, todavía un poco cohibida por la belleza de sus piernas,
que no había apreciado hasta la fecha.
-Se quedan más tiempo cuando son niñas. Prefieren
decir que las educaron ellas, como si el hecho de que los padres se encargasen
de una niña fuera una especie de pecado, o algo así-puse los ojos en blanco,
XiaoJi asintió.
-Además, a los niños es más fácil distraerlos-se agitó
la melena negra, que le caía por media espalda, y separó un poco las piernas. Vimos
por el espejo cómo los dos chicos bajaban la mirada hasta su culo.
Hombres.
Probablemente si XiaoJi se pusiera a hablar en
japonés, y yo en alguna variante del nativo americano, no se percatarían del
cambio de idioma. Entenderían lo mismo que estaban entendiendo ahora.
Me subí un poco los vaqueros para volver a dejar al
descubierto los tobillos.
Tanto Tommy como Scott pasaron a mirarme el culo a mí.
Uno de los dos me odiaría mucho, pero bien que mi
cuerpo hacía que se le fuera la vista.
El ascensor aminoró la marcha hasta detenerse con un
pitido. Las puertas automáticas se abrieron y otro par de secretarias vinieron
a nuestro encuentro.
Se detuvieron en seco al verme.
-Gracias al cielo, Styles; se van a poner
contentísimos al verte. ¿Tu representante consiguió localizarte?
-Mi mejor amiga.
-Deberías despedir a esa incompetente y contratarla a
ella, dado que es bastante diligente que la gente a la que pagas.
-Me ocuparé de ello.
No le diría a Kristen ni mu; aquello tenía toda la
pinta de haber sido cosa de mi madre. Eso sí, la enlazaría directamente
conmigo. A partir de ahora representaría a Diana, no a Styles.
-¿Quiénes son?-señalaron con la cabeza al trío, que
estudiaba la zona con interés. Decenas y decenas de chicas iban de acá para
allá; algunas aún vestidas, otras ya en ropa interior.
-Unos amigos-me limité a contestar. Consultaron sus
hojas y nos enviaron tanto a mí como a XiaoJi al vestuario. Me dirigí hacia mis
amigos, dándoles indicaciones sobre dónde nos encontraríamos.
Me apetecía que me vieran hacer la prueba. Me crecía
en su presencia.
XiaoJi contempló mi conjunto con admiración.
-Tienes un culo que ya me gustaría para mí.
Me eché a reír y le devolví el cumplido. La hicieron
pasar antes que a mí; me pidió que le deseara suerte, y yo lo hice, porque en
realidad no era competencia para mí. Éramos demasiado distintas como para optar
a los mismos puestos.
-Diana-llamaron; descrucé las piernas, me anudé bien
el albornoz y avancé hacia la puerta. Las chicas que esperaban a que terminara
su suplicio y poder avanzar me contemplaron con envidia. Yo desfilaba hasta cuando
corría. Había nacido para ello.
Eleanor me dedicó una sonrisa al verme doblar la
esquina y aparecer en la habitación; los cuatro ojeadores terminaron de anotar
algo en sus libretas mientras yo subía a la pequeña pasarela, de apenas dos
centímetros de alto.
-No pensamos que aparecieras. Llevabas una semana sin
dar señales de vida-comentó uno de ellos, contemplándome por encima del borde
de sus gafas.
-Zoe me avisó de que me buscabais.
-Gracias a tu ángel de la guarda que has conseguido
llegar. Cuando quieras.
Una ayudante se puso a mi espalda para recoger mi
albornoz según me lo quitaba. El estómago se me retorció al deslizarse la
suavísima tela por mi piel; agradecí haberme empeñado en traer mis jabones
hidratantes con aroma a frutas a mi exilio. Me sentía exuberante gracias a
ellos.
La asistente se bajó de la minúscula tarima de un
salto, y yo eché a andar. Todos los ojos de la estancia se posaron en mí,
dándome la divinidad que sólo conseguía cuando desfilaba para alguien, y ese
alguien posaba los ojos en mí. Nada podía detenerme ahora.
Llegué hasta el final del pasillo, puse las manos en
las caderas, di una vuelta y volví al punto de inicio.
A Tommy le costaba respirar.
Scott tenía cara de tener la boca seca.
Qué poderosa me sentía.
-Que alguien le recoja el pelo-pidió una de las
ojeadoras, y dos asistentes se apresuraron a hacerme una coleta. En condiciones
normales, les habría quitado la goma y me la habría hecho yo.
Pero no me convenía impacientar al jurado. No cuando
era ese jurado.
Y menos aún cuando en sus manos estaba el darme el
único proyecto al que esperar en un futuro, al menos hasta la fecha.
Tenía que volver a ponerme en contacto con mis
conocidas y reactivar mi carrera.
Papá y mamá se iban a enterar.
-¿Podrías repetirlo, tesoro? Queremos ver el efecto
del paseo en tu torso.
Asentí y repetí la acción. Tres de ellos anotaron en
su hoja; la cuarta entrelazó los dedos de sus manos y exigió:
-Traedle unos tacones. Quiero ver cómo camina con
ellos.
Me tendieron unos zapatos de mi número y trajeron una
silla. A pesar de que superaban los 12 centímetros, me sentía como si estuviera
descalza.
-No tenemos Louboutins aún, espero que no te
importe-sonrió la otra mujer. Me encogí de hombros.
-Me las apañaré-bromeé, dejando que me los calzaran
(ser modelo es lo más parecido a ser una reina que hay en el mundo) y
poniéndome en pie. Ajusté la postura para sentirme cómoda en ellos, y volví a
caminar.
-Quitadle la coleta.
Pero qué manera
de tocar los huevos, macho.
Lo hicieron y volví a caminar.
-Muy bien. Gracias, Diana. Ponte el albornoz y que te
lleven a la otra sala.
Dejé que me vistieran y salí de la habitación,
acompañada de mis amigos.
-¿Siempre tienes que hacer todo eso?
-Todavía no he acabado-repliqué. Lo cual era una suerte;
si me hubieran mandado a la habitación por donde había venido, eso indicaba que
estaba fuera directamente. Otro año mirando y no participando. Al menos había
pasado a la fase dos.
-Y ahora, ¿qué tienes que hacer?-preguntó Tommy,
mientras Scott echaba un vistazo en la sala, eligiendo a cuál de las chicas le
apetecía tirarse. Si por él fuera, se montaría una macroorgía.
-Buscan lencería de un solo color de su marca que sea
de mi talla, me la ponen, y me piden que repita lo anterior.
-Espera, ¿todo?-espetó Scott, girándose hacia mí. Asentí
con la cabeza.
-Así es. Al fin y al cabo, quieren vender cómo nos
quedan sus prendas, no las de otras
marcas. Necesitan comprobar que nos favorezcan.
-Pero a las que estáis aquí, ¿hay algo que no os
favorezca?-casi chilló Eleanor. Todas las modelos se giraron para mirarla con
una sonrisa. Sus acompañantes (novios, maridos, novias, esposas, hijos e hijas
o simples amistades) asintieron imperceptiblemente con la cabeza. Para el común
de los mortales, a nosotras todo nos quedaba bien.
Y, sin embargo, nosotras también nos encontrábamos
defectos. Por muy pequeños que fueran, los teníamos.
-¿Os importa si os dejamos solos a T y a ti? Scott va
a acompañarme de compras. Me debe un top.
Scott asintió con resignación, como si no le encantara
el quedarse a solas con la hermana de Tommy toda una tarde. Me encogí de
hombros; el que mandaba era T, no yo.
-¿Te sirvo yo solo?
-Siento que tengas que esperarme, eso es todo.
-No me importa. Tampoco tenía muchas cosas que hacer.
Me acarició la mejilla; su hermana sonrió. Scott tragó
saliva y sacó su móvil para comprobar la hora.
-¿Os parece bien si nos vamos cuando entre? ¿T? ¿Didi?
Los dos asentimos, y esperamos los cuatro juntos hasta
que llamaron a un grupo de 5 chicas entre las que estábamos XiaoJi y yo.
Una parisina de nombre Cosette, un par de años mayor que
yo y con tres portadas de Vogue París a la espalda (una de ellas de Septiembre,
toma ya) se inclinó hacia mí mientras nos dirigíamos hacia la puerta.
-Esos amigos tuyos son muy guapos, Diana.
-Me codeo con gente guapa-repliqué yo, pasándole el
brazo por el suyo y siguiéndole la broma.
-¿Están libres? Me gustaría practicar mi inglés-y
soltó una carcajada parisina.
-Solteros los dos.
-Dios, tienen una cara de hacerlo más bien…
-Tommy lo hace.
-Serás guarra-contestó ella, y las dos soltamos una
risotada. XiaoJi se giró.
Eleanor silabeó un “suerte” insonoro y contempló cómo
me marchaba, Scott se despidió de mí alzando las cejas, nada más.
Casi mejor.
Tenía que concentrarme y pasar a la tercera fase.
La fase en la que nos probaban con las alas.
"-Me has llovido del cielo.
ResponderEliminar-Tú eres el cielo, Tommy.
Besó mis palabras, me acarició los labios con el pulgar como recogiendo las partículas que quedaran de esa frase.Deberíamos habernos dicho que nos queríamos, aunque fuese una locura y fuese mentira.
Porque, en realidad, no lo era tanto."
PERO COMO PUEDEA ESCRIBIR ASÍ JODER. DE DONDE SACAS ESTAS FRASES TAN BONITAS.
PD:Estoy empezando a shippear demasiado a Tommy y Diana y eso no puede ser,¿vale? Ya bastantes ataques de diabetes tengo por culpa de Sceleanor.
NO LO SÉ ME SALEN SOLAS OJALÁ LAS PUDIERA EMBOTELLAR Y GUARDÁRMELAS EN UN CAJONCITO PARA CUANDO QUIERA PONERME TRISTE.
EliminarYo también los shippeo un montón, buah, al final vamos a terminar teniendo que pincharnos todas para superar esto...
Adoro a Diana. Es tan diga y se nota tanto que tiene un miedo atroz al amor. Me pregunto por que será....
ResponderEliminar¡Aaaaaaaaaah! ¡Adivinaaaaaaaaaas!
Eliminar。◕‿‿◕。
VALE DIANA ES LA PUTA AMA. YA ESTÁ. ¿POR QUÉ HACES A PERSONAJES TAN GENIALES?
ResponderEliminarMe gusta hacer sufrir a la comunidad ^^
EliminarMe encantaaaaaaaaaaa.No puedo esperar al siguiente capítulo y ver como Scott le "compra" el top a Eleanor de
ResponderEliminarNO TE VA A DECEPCIONAR, TE LO PROMETO.
EliminarPerdona las mayúsculas chillonas, es que estoy ENTUSIASMADA.
Dioooooooos. Tengo ganas de que aparezca Zoe, seguro qeu es de armas tomar xd
ResponderEliminarEs peor incluso que Diana, pero se va a hacer de rogar
Eliminar(╭☞ ͡ ͡° ͜ ʖ ͡ ͡°)╭☞
pero las partes románticas son tan cuquis que me voy a morir de un ataque de diabetes
ResponderEliminary bueno tengo sentimientos encontrados hacia Diana porque es putamente genial y me encanta pero COMO PUEDE ODIAR A SCOTT C O M O NO ME GUSTA ESO ERI
Los polos opuestos se atraen y los iguales se repelen, y Diana y Scott son LA MISMA PERSONA pero en sexos distintos y claro, pasa lo que pasa.
EliminarCreo que voy a ir abriendo el club de la diabetes JAJAJAJAJAJAJA