sábado, 23 de abril de 2016

La caverna helénica.

               No podía soportar ver lo que ese cabrón le estaba haciendo. La empujaba psicológicamente hasta el punto de conseguir que dependiera de él; hacía que le confundiera con su centro de gravedad, con su sol.
               Y ella, pobrecita de ella, no podía hacer otra cosa que dejarse arrastrar hacia el agujero negro.
               Era increíble cómo jugaba con ella delante de su hermano, que no tenía ni idea de lo que se le venía encima. Vivir con el lobo durante tanto tiempo te hace confundirlo con las ovejas, supongo.
               Contemplé cómo se marchaba después de darle un beso en la frente, un beso que sabía a marca, a un “mía” clarísimo, y cómo lo miraba ella. Como si fuera a la guerra y la dejara sola, esperando un hijo por el que ambos habían luchado.
               Deseé que ocurriera lo que Eleanor más temía, porque era lo que más se merecía él.
               Pocas veces había sentido un odio tan visceral hacia una persona, pero pocas veces había conocido a alguien tan retorcido como él. Los chicos que me rodeaban te tenían un respeto tan reverencial que podrías confundirlo con adoración, pero, ¿Scott? Scott te daba por sentado. Eras un plato más en la carta de su restaurante favorito. El día que le apeteciera probarte, ahí estarías tú.
               Y yo no era un puto manjar a la espera, ni Eleanor era un postre entre varios en los que elegir.
               Le apreté la mano a Tommy, que estudió como Eleanor luchaba por mantenerse entera mientras cargaba con su hermana. Me miró con tristeza, y el cielo se echó a llorar ante el mar melancólico que se rizaba en sus ojos.
               Son tus amigos, me informó una voz en la cabeza cuando se me retorcieron las entrañas al pensar que no podía seguir allí mucho tiempo. No debía permitirme echar raíces. No podía permitírmelo. Era un hermoso pavo real, no un árbol. Los dos estábamos en el parque, pero nuestras funciones eran bien diferentes.
               Erika apenas se inmutó cuando llegamos a casa; sólo se adelantó para recoger a Astrid y, con las manos bien colocadas, asegurándose que no perdiera el equilibrio de su preciada carga (cuatro partos te daban una buena lección sobre cómo coger personas diminutas), subió despacio las escaleras. La niña se despertó, susurró la palabra con la que designaba a su madre en español, y volvió a dormirse.
               Eleanor se sentó en el sofá con la mirada perdida. Era difícil asegurar que no era una viuda de guerra, casada con un héroe que había muerto defendiendo con honor su país.
               -Vete a dormir, El-le instó su hermano, masajeándole los hombros y besándola en la mejilla.
               -Le va a pasar algo. Le va a pasar algo y no me lo voy a perdonar en la vida.
               -Es mayorcito para cuidarse solo-contesté yo, y omití el “por desgracia”, porque Tommy estaba demasiado ciego y sólo él podía abrirse los ojos. No había nada que hacer allí.
               -Dile que te llame cuando acabe. Que te diga que está bien.
               -Jordan está con él, pequeña. Relájate.
               No pareció terminar de convencerse, pero aceptó subir las escaleras, escapando del peso en la conciencia de que seguían siendo siete a dos. Ojalá tuviese en cuenta la calidad, y no la cantidad.
               -Es mentira, ¿verdad?-susurré yo. Tommy me miró y tragó saliva-. Que está con Jordan.
               -Jordan no sale de la cama un domingo después de las nueve y media ni por medio millón de libras. Está solo. Estará bien-bajó la mirada. No estaba tan convencido-. ¿Crees que…?
               -Quédate en casa, Tommy. No puedes hacer nada para ayudar.
               -Debería haber dejado que lo acompañara.
               -Tu hermana te necesita más que Scott. Sabe defenderse.
               Estábamos solos. Nadie nos oía. Éramos el centro de un microcosmos por lo demás vacío de materia.
               Y me lo pidió.
               -Duerme conmigo esta noche.
               No era mi política. Ni siquiera lo hacía por deferencia a los demás. Lo hacía porque me apetecía a mí; nadie me había preguntado la primera vez que me pasó, así que yo tampoco preguntaba ni hacía favores.
               Pero tuve que hacer una excepción.
               Porque éramos amigos.
               Asentí despacio con la cabeza, le apreté la mano y lo guié hasta mi habitación. Cerramos la trampilla y yo lo besé despacio, sintiéndome segura por primera vez en todo ese horrible fin de semana. Le acaricié el pelo y él recorrió mi cintura. Sus manos eran cálidas, y yo era una estatua de hielo que cobraba vida bajo ellas.
               Le desabotoné la camisa y le besé la clavícula mientras se debatía entre seguir desnudándome o parar. Optó por lo primero, pero a qué precio. Se sentó en la cama, yo me senté encima, y supe que no íbamos a tenernos con rabia, sino a agradecerle a los cielos el que el otro estuviera con nosotros.
               Me miró a los ojos cuando terminé de desnudarme y me moví sobre él. Se lo hice despacio, con todo el cariño que pude reunir. No estaba acostumbrada, pero no lo hice del todo mal.
               Se recostó en mi cama y se quedó en silencio. Me tumbé sobre el costado, mirándolo, pero sin tocarlo. Acurrucarme contra él era todavía demasiado para mí.
               -Voy a destrozarlo todo sólo por no poder ocuparme de lo que me tengo que ocupar.
               -No es tu deber. Lo es el de todos. Nos lo debéis. No importa qué relación tengáis con nosotras. Nos lo debéis por todos los milenios en que nos lleváis haciendo eso.
               -Sigue siendo mi hermana.
               -Yo soy hija única, pero también me merezco que me ayuden cuando lo necesito.
               Fue entonces cuando me hizo la pregunta que yo tanto me temía que saliera de sus labios. Porque por primera vez no tenía la respuesta memorizada.
               -¿En qué nos convierte esto, Diana?
               Acaricié el trozo de colchón que nos separaba.
               -Somos amigos.
               -Amigos que se acuestan-murmuró. Se pasó una mano por el pelo, despertando una bestia que me controlaba en Nueva York-. Las cosas no hacen más que complicarse. Scott allí, yo aquí… no paramos de meter la pata, y lo peor es que para sacarla, la metemos más.
               -Arrepentirse es lo único que podemos hacer los humanos que el resto de animales no pueden. Es mejor arrepentirte por algo que has hecho que por la oportunidad que dejaste escapar.
               -Tú no eres una simple oportunidad.
               Era de lo más bonito que me habían dicho en la vida.
               Me acerqué un poco hacia él; él hizo lo propio, y nos tapamos con la manta. Me miró, y yo lo miré a él. Tenía los ojos de un fantasma, pero qué fantasma.
               -Gracias por distraerme.
               -Va a estar bien-contesté, y me incliné para darle un beso en la mejilla. Cuando mis labios se posaron en su piel, una parte de mí deseó tener razón. Se recriminó el haber pensado tan mal de Scott; al fin y al cabo, si Tommy era amigo suyo tenía que ser por algo.
               Un mínimo retazo de su alma tenía que poder salvarse.
               Nos quedamos callados, contemplando el techo. Saqué el móvil y le eché un vistazo a los mensajes de Zoe. Todos hablando de fiestas, de tías que intentaban reemplazarme, de lugares a los que había ido el fin de semana y a los que me iba a llevar en cuanto volviera del exilio.
               No contesté. Tommy continuaba mirando el techo, sin decir nada.
               Le acaricié el pecho y activé algún interruptor en su interior.
               -Esto no va a ninguna parte-se pasó una mano por el pelo, se tumbó sobre el costado y me miró a la cara. No hizo ademán de echar un vistazo por debajo de las sábanas para ver por qué era rica por mis propios medios. Por qué yo era la única a la que recibían cientos de cámaras cuando me bajaba de un avión.
               Me miró a la cara; dejé de ser Diana Styles, y sólo era Diana. La chica que estaba a su lado.
               Y, sorprendentemente, Diana merecía más atención que Diana Styles.
               -Pero eres preciosa-murmuró, apartándome el pelo de la cara-. Y se te dan bien las mates.
               -Nunca había visto a nadie pasar de superficial a filosófico con tanta facilidad-bromeé, sonriéndole cuando su índice dibujó el contorno de mi mandíbula y pasó por mis labios.
               -Seguro que te dicen a menudo que eres preciosa, pero no lo suficiente que eres lista. Y buena persona.
               -Me conoces de hace una semana. No sabes si soy buena persona.
               -Esos ojos no tienen maldad alguna.
               Estos ojos me han traído aquí.
               Nos escuchamos respirar mutuamente; nunca me había fijado en lo bien que sonaba escuchar respirar a un chico. Y menos a uno con el que me acababa de acostar. Despacio.
               Y menos, lo bien que sonaba la de Tommy.
               -Gracias por hacer que me guste estar aquí.
               La sonrisa que le incendió la boca tenía más energía que seis bombas atómicas.
               -Yo soy la oportunidad de que te guste Inglaterra.
               -Todo lo que aguante aquí, lo vas a conseguir tú.
               -Mi hermana también te cae bien.
               -Me caen bien la mayoría de tus amigos, pero… tú haces que merezca la pena estar aquí.
               Me besó en la frente.
               Papá hacía lo mismo cuando decía algo que le gustaba.
               Luego, mientras me acariciaba la mejilla con el pulgar, me besó en los labios.
               Papá ya no llegaba a tanto.
               Pero era como salir a la superficie después de cinco minutos buceando y recibir el aire de nuevo en tus pulmones. Pasaban de arder al más absoluto frescor.
               -¿Tommy?
               Se detuvo a medio beso. No, no, no pares, por favor.
               -¿Quién era la de la fiesta?
               Me lo imaginaba, pero tenía que saberlo.
               -Nadie-pero no lo dijo con rapidez, intentando dejarme claro que quería pasar por el tema de puntillas. Estábamos en la cama. Acabábamos de hacer el amor. No estábamos enamorados, pero podíamos hacérnoslo, cosa que no mucha gente conseguía.
               Me diría todo lo que quisiera saber.
               Y yo le contaría todo, si él me lo pedía. Incluso qué me había llevado hasta ese punto de mi vida, metida en un ático minúsculo (al menos, comparado con el mío), desnuda con alguien a quien consideraba un igual.
               Era una suerte encontrarse con alguien igual que tú del sexo contrario.
               -Sé que era alguien. No había visto a nadie ponerse pálido tan rápido.
               Volvió a colocarme un mechón rubio detrás de la oreja, y deslizó la mano por mi cuello, con tanto cariño que me declararía suya antes de que llegase al hombro.
               -Mi ex.
               Llegó hasta mi hombro y siguió bajando hasta mi cintura.
               Para.
               Pero sigue.
               Yo también le acaricié el cuello; éramos dos ciegos aprendiendo la anatomía del otro.
               -Uf. Me di cuenta de que eras un romántico cuando me hiciste el amor el otro día.
               Atravesó mi alma, nadó en mis ojos mientras se reía.
               -Fue mi primera vez, ¿sabes? No pensé que fuera para tanto.
               -¿Y tu primera vez de verdad?
               -Bastante patética. Y dura. No quiero cargarme esta noche hablándote de eso.
               -Algún día-me besó la mano cual caballero inglés que era. Hay cosas que, sencillamente, están en el ambiente.
               Salvé la distancia que nos separaba y junté nuestras bocas. No nos comimos; sólo nos degustamos. Y, buf, qué bien sabía esa noche.
               Todo mal pensamiento o sentimiento se evaporó de mi cuerpo.
               -¿Quieres que vuelva a hacértelo?-sugirió. La pantalla de su móvil se encendió al llegarle un mensaje. Sólo yo me fijé en que era Scott; él tenía la vista clavada en mí.
               Me mordí el labio, asentí despacio con la cabeza y susurré:
               -Me gustaría.
               Sus labios recorrieron toda mi cara a base de besos, luego, mis clavículas, mis pechos, y bajó hasta mi obligo, desatando una erupción en mi interior que sólo él podía apagar.
               Se echó encima de mí, me separó las piernas con delicadeza, acariciándomelas hasta la punta de los dedos de los pies, y entró en mí con suavidad.
               Me poseyó como si me quisiera de toda la vida, fuera su novia de varios años y estuviéramos en el San Valentín de nuestro primer aniversario. Me miró a los ojos y yo lo miré a él, nos acariciamos despacio, sin sujetarnos por ningún lado. Cualquier contacto era poco, pero una caricia era mejor que un arañazo.
               Todavía estaba dentro de mí cuando confesó:
               -Me has llovido del cielo.
               -Tú eres el cielo, Tommy.
               Besó mis palabras, me acarició los labios con el pulgar como recogiendo las partículas que quedaran de esa frase.
               Deberíamos habernos dicho que nos queríamos, aunque fuese una locura y fuese mentira.
               Porque, en realidad, no lo era tanto.


Ojalá todos mis despertares tuvieran el mismo glamour que mi trabajo, pero lo cierto era que, de cada 10 veces que me despertaba, 8 era por un ruido atronador a mi alrededor, que me arrancaba de los brazos de Morfeo como hicieron los nazis con los judíos de sus posesiones tantos años atrás.
               Le di un manotazo al despertador, diciéndole que sí, que estaba despierta, y me incorporé.
               Sólo cuando noté frío en el pecho y me descubrí desnuda se me materializó una sonrisa en la boca. Vaya noche.
               Había tenido que controlarme para no suplicarle a Tommy que no me dejara sola, que se quedara a dormir conmigo y que ya averiguaríamos la forma de que se escabullera de madrugada a su habitación, minutos antes de que empezaran a sonar los despertadores, pero él había sido más sensato que yo. Me había besado en la frente, había sonreído ante mis pucheros y acariciado la mejilla.
               -Me alegro de haberte desvirgado en ese sentido.
               Me reí en silencio, casi borracha de felicidad. Una cosa eran las endorfinas del sexo y otra muy diferente lo que él me había inyectado en vena.
               Tuvo el detalle de no incorporarse a mirar el móvil nada más acabar, sino que se quedó un rato a mi lado, contemplándome recuperar el ritmo normal de mi respiración, apartándome los mechones de pelo de la cara y acariciándome el vientre.
               -¿Qué te decía Scott?
               Se dio la vuelta, se estiró, cogió el móvil, me pasó una mano por detrás de la cabeza y lo desbloqueó frente a mis ojos. Creo que era su forma de decir que se fiaba de mí.
               Puede que no debiera.
               Scott le había enviado un mensaje que decía “¿Mañana vamos de pajarita?”
               Fruncí el ceño, pero Tommy sonrió. Debía de ser algún código secreto.
               -Vamos, que estás bien, ¿no?
               -Sí, tío-y un lacasito con gafas de sol, el amo del cotarro, que festejaba lo que acabara de hacer. No me dio ninguna rabia que no le hubieran partido la cara.
               Me estaba convirtiendo en una buena persona, y eso no podía ser.
               -Ve a decírselo a tu hermana-lo insté. Tommy se me quedó mirando-. Ya no necesitas que te distraiga, ¿no? Podemos dormir tranquilos todos.
               -Has hecho más que distraerme, americana-me besó en la boca, se separó de mí, y yo tuve que controlarme para no agarrarlo de la mano y volver a tumbarlo en mi cama. Ya que había sido mío cuando cayó el sol, lo justo y necesario era que lo fuera también cuando se alzaba.
               Rodé por la cama hasta alcanzar las zapatillas. Me vestí y bajé a desayunar, reuniéndome así con los mayores de los Tomlinson, que les acercaban las tazas del desayuno a los pequeños.
               La sonrisa que me dedicó Tommy hizo que el cuadro de mi vida perdiera aquellos tonos de azul tristón que había salpicado cuando me dejó sola. Ya no estaba triste, atontada y feliz a la vez por lo de anoche.
               Sólo atontada y feliz.
               La atmósfera de Inglaterra no podía estar haciéndome nada bueno; yo nunca desarrollaba sentimientos por nadie. Zoe aseguraba que ni siquiera los tenía.
               -Buenos días-saludé en general, con los ojos fijos en él, y los suyos fijos en mí. Todos me saludaron, pero sólo escuché sus buenos días.
               Se sentó a mi lado a comer los cereales, más cerca de lo que solía hacerlo, pero más lejos de lo que a mí me gustaría. Observé a sus padres; Louis, bebiendo el café a sorbos rapidísimos, controlando el reloj de pulsera cada dos segundos; Erika, acercándole el bol de cereales a su hijo pequeño, y me pregunté: ¿realmente les parecería tan malo lo de Tommy y mío?
               ¿De verdad estábamos metiendo la pata tanto, a sus ojos?
               ¿Por qué no éramos dignos de disfrutar el uno del otro si era lo que queríamos?
               ¿Por qué él tenía que controlarse, tratarme como una muñequita de porcelana a la que admirar desde la distancia, pero con la que no jugar nunca?
               Tommy me acercó la caja de cereales sin yo pedírsela. Un gran avance desde el “¿te pasa algo en las manos?” del día anterior.
               Los dos hermanos me esperaron con las mochilas colgando a la espalda a la puerta de casa. Enfilamos el camino al instituto con el paso sincronizado: derecha, izquierda, derecha, izquierda. Eleanor no dejaba de hablar sobre las nuevas canciones que les había preparado la profesora de música; Tommy no dejaba de mirarme de reojo y sonreírme, y yo no podía dejar de mirarlo a él.
               Los rizos de Sabrae fueron lo primero que vimos de los Malik. Eleanor salió disparada en dirección a los dos hermanos, y se echó en brazos de Scott, al grito de:
               -¡Gracias a Dios que estás bien!
               -Fue una misión sin importancia-se encogió de hombros, pero la cogió de la cintura cuando ella le dio un beso en la mejilla. Mal asunto.
               Cuando se volvió y nos contempló a ambos, recordé el tonteo tan descarado de la tarde anterior, y se me evaporaron las endorfinas tal y como habían llegado.
               -Joder, T, estáis casadísimos. Creo que voy a vomitar.
               Tommy se echó a reír y negó con la cabeza.
               -Te veo bien, hermano.
               -Ir elegante me queda genial-respondió el otro, encogiéndose de hombros y mordiéndose el labio. Sabrae y Eleanor ya iban diez metros por delante de nosotros.
               -Cuéntanos qué tal ayer-lo invité: que me diera asco no quería decir que no quisiera detalles. Así, se lanzó a contarnos cómo se había colado en el instituto: spoiler; la reja estaba abierta y las puertas, mal cerradas; cómo los había dejado inconscientes uno a uno para que no se echaran sobre él en cuanto los liberara; la forma en que rompió la cinta aislante con los dientes y la genial idea de atrancar la puerta del gimnasio para que les costara más salir.
               -No dirán quiénes fuimos, ¿no?-Tommy torció el gesto; Scott negó con la cabeza.
               -Le tienen demasiado miedo a Sabrae.
               Sabrae se giró, sonrió y siguió con su conversación sobre los movimientos revolucionarios de América.
               Ah, el motín del té, qué gran momento en la historia de aquel minúsculo país.
               Los únicos que permanecieron juntos al llegar al instituto fueron los chicos. Las demás, tuvimos que separarnos para ir en dirección a nuestras aulas. Creí que me esperaría un aburrido lunes más, pero las cosas cambiaron de rumbo a segunda hora, cuando nos anunciaron que se suspendían las clases y que teníamos que ir al salón de actos.
               Eleanor me dio un apretón en la mano y me dijo que me sentara con ella para darle suerte, pero su amuleto estaba estropeado por el día.
               Nos fuimos sentando en filas de mayor a menor sospechoso: en primer lugar, los de último curso; al fondo del todo, donde casi no se oía, los más pequeños, que concentraron a la mayor cantidad de profesores jamás vista hasta la fecha.
               El director subió al escenario que hacía las veces de estrado, se aclaró la garganta, comprobó que el micrófono funcionaba, y anunció que se habían encontrado con una sorpresa bastante desagradable al entrar en el gimnasio esa misma mañana.
               Del salón se levantó un murmullo que se acalló con las siguientes palabras del director. Crucé las piernas, Eleanor se inclinó hacia delante y echó un vistazo en dirección a Tommy y Scott. Los dos sonreían como si la cosa no fuera con ellos, divertidos dioses que contemplan la erupción de un volcán y se ríen cuando la gente entra en sus templos buscando protección. Protección que no iban a conseguir.
               -Han encontrado a uno de nuestros alumnos inconsciente en el gimnasio, con cortes en la cara y síntomas de haber recibido una paliza.
               -Enemigos del heredero, ¡temed!-gritó alguien en el fondo, y todo el salón estalló en carcajadas. Los mayores incluso aplaudieron la ocurrencia; entre ellos, Tommy y Scott.
               -Esto es bastante más serio de lo que os creéis en un principio. Creemos que el chico no estaba solo: había demasiados restos de sangre y varios trozos de cinta aislante que nos han hecho pensar que ha habido una pelea dentro de los muros de este instituto. Entre dos grupos rivales.
               Se notaban las ganas de hacer una coña en el ambiente. Pero nadie la hizo; a pesar de la distancia, todo el mundo notaba la hostilidad que manaba del director.
               -Conocéis muy bien las normas de esta escuela: tolerancia cero hacia la violencia. Pero esto es diferente: habéis entrado aquí y os habéis reído en la cara de nuestros estatutos, os habéis enfrentado como animales y habéis jugado a ser dioses cuando no sois más que críos. El chaval está en el hospital; están comprobando que no tenga huesos rotos y que la tos que presenta no sea una pulmonía. Al responsable o responsables de esto, le invito a que rece porque no lo sea.
               Jesús, usar el calificativo “lobuna” para describir la sonrisa de Scott sería quedarse cortísimo.
               Eleanor tragó saliva a mi lado; se estaba clavando las uñas en la palma de la mano.
               -Te vas a hacer sangre-le dije, cogiéndole las manos y abriéndolas para que dejara de hacer presión.
               -A los responsables de este suceso, les invito a que se escondan lo mejor que puedan y recen. Recen por que seamos benevolentes. Porque, sí, vamos a encontraros. Y os arrepentiréis de haber llegado tan lejos.
               Echó un vistazo en dirección a los camorristas del instituto, sin darse cuenta de que estaba mirando en la dirección contraria.
               A los que pegaban palizas en el instituto les hacía gracia la situación, llevaban pajarita y tenían fama de buenos. En el fondo, lo eran.
               En el fondo, se había hecho justicia, y merecían que los recompensaran, no que los castigaran.
               -Se suspende el recreo-el infierno se desató, pero el director se limitó a levantar la voz sobre el estruendo y bramar hacia el micro-. Tenéis esta hora libre.
               Scott le había regalado al instituto 15 minutos extra de descanso.
               Sabrae interceptó a Eleanor cuando ésta se dirigía hacia sus hermanos, y negó con la cabeza.
               -Sólo atraerás su atención; vete con tus amigas, ya hablarás con ellos más tarde.
               Acabamos yendo a la cafetería y soportando la angustia de Eleanor, que necesitaba desesperadamente ir a hablar con Scott y suplicarle que la perdonara por haberle jodido la vida, porque iban a cazarlo, iban a cazarlo, iban a cazarlo.
               Sus amigas no daban crédito a por qué se preocupaba tanto por el mejor amigo de su hermano (“Eleanor, tía, está bueno, pero si ha hecho lo que dices…”) y me sorprendí a mí misma, a Zoe, que ni sabía lo que estaba haciendo, a todos mis conocidos, y al mundo en general, defendiendo a Scott.
               -Ha hecho lo que me gustaría que hicieran mis amigos por mí si alguna vez lo necesitara.
               Las chicas alzaron las cejas.
               -¿A qué te refieres?
               Eleanor me dio vía libre para contarles lo que había sucedido el sábado. El diámetro de sus bocas se expandió proporcionalmente a los minutos transcurridos de la historia.
               Una de las chicas dio un golpe en la mesa.
               -Dios, está bueno y los tiene buen puestos. Yo me lo follaba.
               -Tú y medio instituto, Marlene-pero Eleanor agachó la cabeza. Mm.
               -En serio, si hubiera hecho eso por mí, le daba mis bragas en el baño que él quisiera. Soy tuya. Tómame.
               -Eres una puta insensible, Marlene. Además de una salida. Estaba defendiendo a El, que bastante tendría con aguantar lo del sábado como para encima tener que ir ofreciéndose por ahí como si fuera un trozo de carne.
               -¿Estás bien, tesorito?-una pelirroja de gafas inmensas se inclinó por encima de la mesa y le acarició la mano a Eleanor, que se había convertido en un castor humano y trituraba con los dientes la pajita por la que había succionado (sí, sí, succionado, de dos tragos) si zumo de piña.
               -Creo que sí, pero, chicas… de verdad que no quiero que Scott se la cargue.
               -Seguro que eran todo faroles-dijo la pelirroja; Mary. Se llamaba Mary, ahora me acordaba.
               -Deja que se la cargue y compénsaselo una noche-respondió Marlene por encima de la otra. Unas se echaron a reír, otras, capitaneadas por Mary, le lanzaron una mirada envenenada.
               -Algún día el karma te encontrará y ya no te harán tanta gracia estas cosas, Marlene.
               -Tengo que reírme mientras pueda, Mimi. Además, tenemos que hacer que El se ría, ¿o no, chicas? Ya ha pasado el período de luto. Ha ganado ella. Dejad que lo celebre. Invitadla a celebrarlo.
               -Por ejemplo, ¿ahora?-sugirió una, alzando una comisura de su boca y señalando con la barbilla hacia la puerta, por la que acababan de entrar los chicos.
               Eleanor me miró y yo asentí con la cabeza. Se levantó como un resorte y esquivó a la gente en dirección a su hermano y Scott.
               -Qué suerte, tiene la zorra. Hasta las cosas malas le salen bien.
               -Mirad cómo mueve el culo. Va a seguir tu consejo, Marlene.
               -Hombre que  si lo va a seguir. No es estúpida.
               -Dios, ¿por qué han venido con pajarita? Odio que vengan con pajarita. No podía soportarlo cuando venían de uniforme, y en su último año pueden venir como quieran, ¿por qué traen pajarita?-se lamentó una. Yo sonreí, si viera lo que tenía que ver yo en mi trabajo, viviría en un orgasmo constante.
               -Scott. Se. Está. Mordiendo. El. Labio. Necesito más agua. Leigh, dame de la tuya.
               -Cállate, zorra. Mirad a Tommy. Está tremendo.
               Ah, no. ni de coña. Ni de puta coña. Nadie se mete con mis hombres.
               Tenga sentimientos por ellos o solamente me los tire.
               -Y folla que da gusto-contribuí yo. Todas se quedaron calladas.
               -¿Disculpa, Diana? ¿Repite eso?-Marlene era la representante del grupo, ahora me daba cuenta.
               -Folla. Que. Da. Gusto-me sacudí el pelo.
               -Esta noche no duermo-respondió Leigh, sacando sus apuntes y abanicándose con ellos de forma teatral. Ni siquiera las bailarinas de flamenco lo hacían así; estaba segura.
               -Y eso lo sabes por…
               -Experiencia propia-me encogí de hombros-. Ah, y, chicas… poneos encima vosotras la próxima vez. Les gusta que toméis el control.
               -No voy a dormir en lo que me queda de existencia, joder-anunció Leigh, todas se echaron a reír-. Diana, eres una diosa. Te crearé una religión.
               -No me crucifiquéis, tengo unas muñecas preciosas.
               -¡SCOTT LE ESTÁ COGIENDO LA MANO!-bramó Mary. Su grito se hundió en el barullo de la cafetería; sólo nosotras y las mesas contiguas lo oyeron. Me volví para ver el momento justo en que Tommy le daba un beso en la mejilla y Scott la estrechaba entre sus brazos, mientras los demás le dedicaban palabras que seguro que eran de alivio.
               La mano de Scott bajó por su espalda un segundo, pero fue suficiente para que se volvieran locas. Y me volviera loca a mí.
               -Si no se lo tira la matamos a palos-sentenció Marlene-, ¿habéis visto lo que yo? De repente me apetece que intenten violarme.
               -No seas gilipollas, Marlene. Cierra la boca un poquito. Cada vez que mueves la lengua, sube el pan.
               Eleanor volvió con nosotras con la moral un pelín más alta. Poco. No habían conseguido convencerla del todo.
               -Eres una maldita. Maldita la suerte que tienes. Con ese hermano que tienes y ahora tienes a tus pies a Scott. Malik. Scott Malik. Te detesto-gruñó Leigh, arrancando con furia el tapón de una botella de agua.
               -No sé de qué coño estáis hablando-espetó Eleanor.
               -De qué coño, no, de qué culo. Y del tuyo, querida. ¿Le gustó cómo lo tienes? ¿Le vas a dar más esta noche?
               -Estáis mal de la cabeza. Es Scott. Por favor.
               -¡Exacto!-ladraron todas.
                Es Scott-convino Marlene-. Joder, El, si no te conociera diría que has montado todo esto tú, para por fin poder llevártelo al huerto.
               -No me voy a llevar al huerto a nadie, dejadme tranquila.
               Pero se puso colorada y agachó mínimamente la cabeza.
               Y algo en mi mente hizo clic.
               La sonrisa boba al volver de fiesta.
               Sus mejillas coloradas la tarde anterior, cuando había subido, en teoría, al baño.
               El beso en la frente de Scott antes de colarse en el instituto.
               Su negativa a dejar que fuera solo.
               Cómo la había mirado mientras hablaba con ella.
               Y se había mordido el labio.
               La madre que lo parió. La madre que lo parió la madre que lo parió la madre que lo parió.
               Scott se estaba tirando a Eleanor.
               Eleanor se estaba tirando a Scott.
               Ella no iba a decírmelo.
               Pero él sí lo haría.
               Seguí riéndome con las chicas mientras en mi mente planeaba la venganza. Dije que había quedado con otras de mi clase para subir, y me escabullí entre la gente hasta acabar tras los chicos.
               -¡Scott!-grité, y todos se volvieron. Tommy frunció el ceño, el susodicho puso los ojos en blanco, les dijo a los demás algo y fue a mi encuentro.
               -Tenemos que hablar.
               -Dime que Tommy no te ha preñado. Creo que no estoy preparado para ser el padrino de Godzilla.
               Hice caso omiso a su pulla y me dirigí a un lugar más apartado. Volvió a poner los ojos en blanco y me siguió.
               -¿Qué quieres, Diana?
               Lo empujé contra la pared y me pegué a él tanto que podía sentir el latido de su corazón contra mi pecho. Lo miré a los ojos.
               -Deja a Eleanor. Segundo aviso. No quieres ver cómo es el tercero-sonreí, a pesar de todo.
               -No sé de qué me hablas.
               -Sabes muy bien de qué te hablo.
               Nos mantuvimos la mirada, calibrándonos el uno al otro. Él era más alto que yo, pero yo tenía más experiencia. Era un combate justo. Por fin un rival a mi altura.
               En sus ojos había motitas doradas y verdes que contrastaban con el marrón chocolateado que hacía tanto de fondo como de protagonista. Él nunca me lo diría, pero se hundió en el Amazonas que tenía en la cara igual que lo hacía Tommy.
               ¿Por qué unos ojos tan bonitos guardan almas tan sucias?, pensaríamos los dos.
               Respiramos la respiración del otro, y yo saboreé el momento de soltar la frase como si fuera gloria.
               -Te has acostado con ella.
               En sus ojos, un destello de asombro y duda. Nada de miedo. Ningún “joder, nos ha pillado”. Más bien un:
               -¿Cómo lo sabes?
               Iba a cargármelo.
               -Ahora lo sé-sonreí-. Dios, Scott. Dios. ¿No hay nada sagrado para ti? ¿No respetas nada? Aléjate de ella. Termina el jueguecito antes de empezarlo.
               -Estás mal de la cabeza si te crees que estoy jugando con ella.
               -A veces me demuestras que eres un gilipollas, y otras, que eres un buen tío, a pesar de todo.
               -¿A pesar de mi atractivo sexual irresistible?-se burló.
               -A pesar de tus tendencias ligeramente misóginas en las que te columpias sin importarte el mucho daño que puedas hacer, y escudarte en una igualdad de géneros que tú sabes que no es tanta. Pero, claro, es difícil dejar de ser el privilegiado.
               -Es difícil dejar de decir que una chica no se respeta sólo porque le apetece follar con alguien que no es su novio, pero no necesita drogarse para hacerlo. Pero tranquila, Didi. Esas ideas pueden cambiarse. Todavía hay esperanza para ti.
                 -Yo de ti no tentaría mucho a la suerte, inglés. Mis terceros avisos me han traído hasta aquí.
               -Yo tampoco tiraría los dados en esta partida, americana. Soy más alto que tú.
               -Te tendría que dar vergüenza. La hermana de tu mejor amigo. Que sabes que está enamorada de ti.
               -Se te escapa el pequeño detalle de que yo tal vez también esté enamorado de ella.
               -Tú no sabrás lo que eres querer a nadie en tu vida.
               -¿Y tú sí?
               Mi mano voló hacia su cara, pero él fue más rápido y me cogió la muñeca a escasos centímetros de su piel.
               -Cuidado, princesa: ya me he cansado de comerles el coño a tías como tú.
               Me zafé de su abrazo, lo miré de arriba abajo y me imaginé arrancándole esa cabeza suya como hacían en Eclipse: sin una sola gota de sangre, sólo cristal que se rajaba con un chirrido, y nada más.
               -¿Algo más? Tengo clase. Y tú, probablemente, también.
               -Vete a la puta mierda-repliqué, girándome sobre mis talones y dándole un latigazo con el pelo en la cara. Escuché su risa sarcástica, intuí cómo sacudía la cabeza y tomaba un rumbo distinto al mío.
               Mamá y papá terminarían quedándose sin países a los que mandarme como siguiera en este plan.
               Entré la última en clase y me dirigí a mi asiento. La chica con la que me sentaba me miró con curiosidad.
               -¿Estás bien, Diana?
               -Sí, todo perfecto-mentí, cruzándome de piernas, ignorando las miradas de los tíos de la clase intentando deslumbrar un poco más de mi piel, y me crucé de brazos, resignada a escuchar la media hora de bronca del profesor de turno, que nos conminaba a que diéramos un paso al frente y pidiéramos perdón para restaurar el honor perdido de la escuela.
               Entre los violadores que acogían entre sus muros y el otro tipo de escoria que se enfrentaba a ellos, dudo que hubiera disculpas suficientes en el mundo para poder resarcir tal honor.
               Cuando por fin terminó su perorata, nos ordenó que abriéramos nuestras libretas y se dispuso a darnos una lección magistral sobre filosofía. La pelirroja me miraba de reojo, demasiado ocupada peleándose con el papel para decirme nada, pero no lo suficiente como para no observar la rabia que bullía en mi interior.
               Scott es un condón, simple y llanamente. Lo usas cuando estás cachonda, le sacas el máximo partido, te aseguras de que no te cause ningún perjuicio en el caso de que se rompa, y luego lo tiras. Eleanor no se merece pillarse por un condón.
               Yo podría manejarlo; había convivido con demasiados tíos como él, y podía controlarme. Pero ella era demasiado inocente.
               Me importaba una mierda el pensamiento de Platón.
               La caverna que más me preocupaba era la de Eleanor… pero lo suyo no era una caverna.


Adoro a Zoe. Conoce todos los insultos del mundo y, cuando no son suficientes, sabe cómo inventárselos. Pero ahora no hacía falta: teníamos el perfecto entre manos.
               -Será cabrón, jugar con una chiquilla así, una chiquilla que está enamorada de él-me la imaginé sacudiendo la cabeza, su melena ígnea bailando en una y otra dirección, como la cola de un cometa.
               -No debería importarme tanto, pero es que siento que se están riendo de todas nosotras como colectivo, no sólo de ella. Al margen de que Eleanor me cae bien. No me parece que se merezca nada así.
               -Sí, bastante tiene la pobre criatura con lo que tiene.
               Escuché cómo garabateaba lo que le contaba en la Libreta de Acontecimientos Importantes. Me dijo que esperara un segundo mientras iba a por más hojas cuadriculadas, y volvió a echarse en la cama y asentir para que continuara con mi perorata.
               Terminé por contarle lo de mi aborto de bofetada, y la escuché bufar.
               -Adoro cuando son insoportables, Didi. Son los más fogosos.
               -Es guapo-reconocí entre dientes.
               -Muy guapo, Diana. Ya he visto fotos.
               -Pero pierde en persona-respondí.
               -No creo que esos ojos pierdan en persona-me contestó.
               -Digo él, en general.
               -Es por hacerte rabiar, nena. Si acaso, me lo mandas y yo lo domestico.
               -Es un caso perdido, Z.
               -Me encantan los muñequitos rotos, son un abanico de posibilidades.
               Me contó todo lo que se había cocido en el instituto mientras no estaba: las típicas pijas que no conseguían quitarnos el puesto de reinas ahora se le revelaban; suerte que la gente respetaba a Zoe por ser Zoe, y no por ser mi amiga. A Atenea la gente la respeta por sí misma, y no por ser familia de Zeus.
               Terminamos llorando, diciendo que nos echábamos muchísimo de menos, que en cuanto tuviera un fin de semana largo libre a su disposición, se metería de cabeza en un avión y vendría a verme, aunque fueran solo cinco minutos. Yo le aseguré que le pagaría el billete en primera clase y todos los Cosmopolitan que quisiera beberse, y lloró con más fuerza porque decía que era la mejor del mundo, y yo aún más porque en realidad, la mejor del mundo era ella, y tenía muchísima suerte de tenerla a mi lado. Bueno, metafóricamente hablando.
               Le hablé de la noche anterior con Tommy y dio un gritito de felicidad a pesar de que era madrugada en nuestra ciudad natal.
               -Por fin alguien te trata como te mereces, mi amor.
               Escuchó con paciencia todas mis cavilaciones sobre en qué nos convertía eso, si podría combatirlo, si quería combatirlo… y en si me estaría anclando demasiado a Londres, donde no tenía tanto trabajo como en mi adorada Nueva York.
               Me la imaginé frunciendo el ceño y preguntando si nadie se había puesto en contacto conmigo desde la agencia; mi representante llevaba una semana como loca llamando a mis padres para conseguir localizarme.
               -Pero, ¿qué pasa?
               -Dios, tienes que llamarla, Didi. Es Victorias Secret. Ya tienen los castings en marcha.
               -Estás de coña-repliqué yo, incorporándome y limpiándome las lágrimas. Tenía un aspecto horrible, y aun así era la chica más guapa de toda esa diminuta isla-. ¿Sabes cuándo?
               -No me dio detalles, pero creo que los tienen hoy. Tal vez si vas mañana por ti hagan una excepción.
               -Zoe, no puedo ir mañana. Estoy desterrada. Esto no es Nueva York. No cambian el flujo de los semáforos sólo porque yo vaya a pasar. Joder, Zoe, estoy horrenda.
               -Te diré lo que vas a hacer, niña. Te vas a duchar, vas a dejar que el pelo se te seque al aire para que se te rice un poco con esos rizos tan bonitos que tú tienes. Te vas a poner base y un poco de color en los labios. Vas a ponerte el sujetador y las bragas negras de CK que tan bien te quedan; peloteos los justos con esos hijos de puta. Vete con una camisa blanca y pantalones vaqueros ajustados; si no los tienes, se los quitas a tu chico-el deseo de contestar con sarcasmo “no es mi chico” estaba ahí, pero muy difuminado-. Vas a ordenarle a Tommy que te acompañe al centro, vas a coger tu pase de la semana de la moda de París del año pasado y te vas a plantar allí con él a modo de certificación.
               -He perdido el reportaje con Vogue.
               -Y vas a llevar el Fantasy Bra. Imagínate lo histérica que se va a poner la cabrona de Vogue cuando vea quién cierra este año. La más joven de la historia. Miranda Kerr llorará en su casa porque el tuyo será mil veces más precioso.
               -Eso es imposible.
               -Este año van a ocurrir muchos milagros, corazón. Yo pondré a Scott en su sitio y tú harás historia.
               -Quieres venir a Inglaterra sólo para tirártelo, ¿no es así?
               -Nunca he estado con un árabe-escuché su risa, me la imaginé relamiéndose-. Ellos inventaron el Kama Sutra.
               -Voy a colgar antes de que me convenzas para hacer un trío con los ingleses-respondí, intentando estremecerme, pero no lo conseguí.
               -Serías mi heroína si lo hicieras, te lo digo en serio.
               -Creo que sería la primera vez que me acuesto con alguien que me da arcadas.
               -Qué exquisita eres, chiquilla, las demás tienen que conformarse.
               -Nosotras no somos las demás.
               Se echó a reír, me dijo que me quería y que yo a ella, y nos despedimos con un beso. Me hizo prometerle que me metería en el desfile, y yo hice que me prometiera que se mantuviera en el puesto de reina de Nueva York. Tenía mucha responsabilidad ahora que estaba sola.
               Los dos chicos me miraron cuando me acerqué a ellos con el pelo húmedo y la ropa escogida por Zoe.
               -Tengo que ir al centro-anuncié, me eché a un lado el pelo y añadí-, y necesito que me llevéis.
               -¿Tenemos cara de taxi?-espetó Scott, haciendo que su bolígrafo diera vueltas en su mano. Tommy negó con la cabeza.
               -Imposible, Di. Tenemos examen de mates mañana.
               -Y yo una prueba muy importante que puede marcar un antes y un después en mi carrera.
               -¿Te imaginas que te la pierdes por mi culpa? Nada me haría más feliz-Scott se inclinó hacia delante, apoyó su cara en las manos y puso cara de corderito degollado. Lo detestaba, muchísimo.
               -¿Qué prueba?-quiso saber el único decente de los dos. Puse los brazos en jarras.
               -Victorias Secret.
               Intercambiaron una mirada que lo dijo todo. Debería haber empezado por ahí.
               -¿De lencería?-espetó Tommy, como queriendo asegurarse de que no le hablaba de una marca de taladros. Scott puso los ojos en blanco y le dio un golpe en el brazo.
               -¿Conocemos más marcas así, T?
               Se miraron un segundo, miraron sus apuntes y volvieron a mirarse. Yo alcé una ceja.
               -Seríamos unas personas pésimas si no la acompañáramos, ¿no crees, S?
               -Es verdad, tenemos que dar ejemplo de la famosa cortesía inglesa.
               -Las mates pueden esperar.
               -Íbamos a suspender el examen de todas maneras.
               -Las damas van primero.
               -Y más las damiselas en apuros.
               -No soy…-empecé, pero me cortaron alzando la mano.
               -Nos vestimos y te acompañamos, milady.
               -Tampoco hace falta que…
               Pero Scott ya estaba pidiéndole opinión a Tommy sobre si llevar una camisa sería excesivo, porque era evidente que allí iba a hacer calor. Tommy sacudió la cabeza; tenían que estar presentables ante las ilustrísimas señoritas modelos de Victorias Secret.
               Cómo son los hombres, de verdad, ven un par de tetas y ya se ponen histéricos.
               No podía esperar a verles las caras cuando entraran allí; seguro que pasaban de ser unos machitos a unos pobres gatitos indefensos. Las veteranas imponían más que armas de destrucción masiva.
               Eleanor pidió unirse a nuestra expedición; su hermano le dio carta blanca. Probablemente le hubiera dicho que sí incluso si le hubiera pedido que le costeara el sujetador que Zoe me había hecho prometer conquistar.
               La sonrisa de Scott al vernos llegar a los tres me confirmó que se pasaba por el forro lo que le había dicho por la mañana. Incluso soltó:
               -Una cita doble, genial.
               No pudo importarme menos: ¡iba a trabajar! ¡Había esperanza! ¡No me moriría del asco en este minúsculo país, como habían intentado mis padres! Podría mantener mi corona durante unos meses más; ya no peligraría en cuanto entrara en el edificio.
               Los tres se pasaron el viaje en bus y metro preguntándome qué modelos estarían allí. ¿Las hijas de las antiguas? ¿Las nuevas promesas? ¿Las veteranas hacían pruebas?
               Las veteranas no hacían pruebas porque los ángeles tienen las alas garantizadas hasta que deciden colgarlas; otra cosa distinta era si las íbamos a ver ese día. A lo cual, la respuesta era afirmativa. Tenían que empezar a asegurarse de que la ropa les quedara bien, de que tuvieran todos los músculos casi a punto y de que las alas no les pesaran demasiado o les resultaran excesivamente incómodas.
               Para cuando llegamos al edificio en el que tenían lugar los castings, eran tan expertos en el mundo de la moda como yo.
               -A partir de aquí, puedo ir yo sola. A no ser que queráis acompañarme para desearme suerte.
               -No, gracias-replicó Scott.
               -¡Scott!-le recriminó Tommy, molesto tanto por su tono de fastidio como por la mirada que me lanzó… que, por primera vez, no contenía una gota de odio.
               Cogí a Eleanor del brazo, atravesé las puertas automáticas y le mostré el pase de la semana de la moda, tal y como me había dicho Zoe, al de seguridad.
               -Debería estar en la lista.
               -¿Diana Styles? Vienes fuera de plazo.
               Me eché a reír.
               -Cariño, los plazos están para las novatas. Estoy a dos años de conseguir las alas. Sé un buen chico y recuérdales a los de arriba cuánta gente me sigue en Instagram, por si se les ha olvidado los niveles de audiencia del año en que me pusieron en primera fila.
               Sería gilipollas si no admitiera la gran influencia de las redes sociales en los desfiles. Instagram estaba por todas partes, y ahora  éramos nosotras las que dirigíamos la industria, y no los diseñadores. Las modelos podíamos echar abajo una campaña racista, misógina, o discriminatoria sencillamente negándonos a subir ninguna foto de ningún modelo, o llenando el inicio de medio mundo de fotos nuestras en playas, como diciendo “no hay nada que me importe menos que el desfile de este diseñador, que, por cierto, no ha querido coger a [inserte nombre de modelo aquí, por favor] por ser demasiado [inserte negra/curvilínea/diferente] para el aburrimiento al que nos tiene acostumbrados, pero él se lo pierde”.
               -¡Diana! ¡Te estábamos esperando!-una chica menuda, de pelo negro encajonado en unos inmensos auriculares con un micrófono incorporado corrió hacia mí.
               -Sabéis que detesto que os hagáis los duros.
               -¿Y estos?-preguntó, señalando a mis acompañantes con un dedo acusador. Recordé la primera charla que nos daban cuando pasábamos a formar parte de la inmensa y prestigiosa familia de Victorias Secret. Incluso sentándose en primera fila, y no saliendo a desfilar, había que guardar unos modales. “Esto no es una excursión por el campo, aquí hacemos arte, y por tanto no podéis traer gente a que nos consuma la creatividad”.
               -Mi equipo-me encogí de hombros. La chica se me quedó mirando, pero, ¿quién iba a discutirle a la hija de una de las diseñadoras más prestigiosas del mundo? ¿Quién iba a decirle que no podía hacer pasar más allá de la puerta a la hija de Harry Styles?
               Pude que hubiera alguien, pero ese alguien no iba a ser una secretaria.
               -Bonitas piernas-soltó una modelo mientras esperaba a que cotejaran su acreditación con su identidad. Me sonaba su cara; creo que había caminado detrás de mí en algún desfile de Armani.
               Sus rasgos asiáticos eran difíciles de situar.
               La chica estaba mirando la minifalda de Eleanor, que bajó los ojos al suelo y abrió un poco la falda, observando el objeto de atención de medio edificio. Tanto Tommy como Scott las miraron por primera vez, y asintieron.
               Eleanor se puso rojísima, y no era para menos: que una modelo te diga que tus piernas son bonitas es como tirarte un Grammy a la cara por hacer una cover. Toma, para ti, te lo has ganado, ve a llenar estadios.
               -Diana-saludó la asiática, y yo me la jugué.
               -XiaoJi.
               ¿Qué te parece? Acerté su nombre y todo. Vale, ya la tenía situada: había conseguido dos portadas en Vogue en los últimos cinco meses en dos ediciones internacionales: Japón (lógicamente) e Italia (eso ya no era tan lógico, pero sí merecedor de alabanza).
               -¿Nerviosa?
               Echamos a andar en dirección al ascensor.
               -En absoluto, ¿tú?
               -Aterrorizada.
               Lo bueno de ser de la clase privilegiada era que la mayoría de los puestos se reservaban para mí. Ella, en cambio, competía por una plaza; dos, como mucho.
               En Victorias Secret nos preferían americanas, con muchas curvas, y más bien tirando a morenas. Las brasileñas triunfaban, con esa genética hecha específicamente para las pasarelas. Gracias a Dios, mi madre entraba en el grupo de las latinas, por lo que cogía el bronceado rápido y podía competir con ellas.
               Una asiática, en cambio, estaba condenada a no poder aspirar a más que un paseo: jamás se llevaría el cierre de desfile. Demasiado pálidas, demasiado delgadas, con demasiadas pocas curvas. Ya se encargaban en su continente de retener y destrozar a las que no cumplían con los estereotipos. Las occidentales éramos libres, más o menos; las orientales, no tanto.
               -Queda un puesto vacante.
               -¿De veras? ¿Quién se ha ido?
               -La Crawford.
               -Será broma.
               -Está preñada.
               Nos echamos a reír.
               -Menuda manera de joderse la vida en la cúspide de tu carrera-comenté, apartándome el pelo a un lado y observando que las puntas no estuvieran abiertas. Todo correcto.
               Mis amigos contemplaban todo Londres por las paredes acristaladas del ascensor; XiaoJi asintió, sopesando su respuesta.
               -Tendremos suerte si no vuelve.
               -Es vieja, nena. No conseguirá recuperar el cuerpo.
               -Con un poco de suerte, será una cría.
               -Si es una cría, te invito a cenar en el Upper East Side. En el restaurante que tú elijas.
               -Se merecerá celebración, ¿no?
               -¿Qué diferencia hay entre que sea un niño o una niña?-preguntó Eleanor, todavía un poco cohibida por la belleza de sus piernas, que no había apreciado hasta la fecha.
               -Se quedan más tiempo cuando son niñas. Prefieren decir que las educaron ellas, como si el hecho de que los padres se encargasen de una niña fuera una especie de pecado, o algo así-puse los ojos en blanco, XiaoJi asintió.
               -Además, a los niños es más fácil distraerlos-se agitó la melena negra, que le caía por media espalda, y separó un poco las piernas. Vimos por el espejo cómo los dos chicos bajaban la mirada hasta su culo.
               Hombres.
               Probablemente si XiaoJi se pusiera a hablar en japonés, y yo en alguna variante del nativo americano, no se percatarían del cambio de idioma. Entenderían lo mismo que estaban entendiendo ahora.
               Me subí un poco los vaqueros para volver a dejar al descubierto los tobillos.
               Tanto Tommy como Scott pasaron a mirarme el culo a mí.
               Uno de los dos me odiaría mucho, pero bien que mi cuerpo hacía que se le fuera la vista.
               El ascensor aminoró la marcha hasta detenerse con un pitido. Las puertas automáticas se abrieron y otro par de secretarias vinieron a nuestro encuentro.
               Se detuvieron en seco al verme.
               -Gracias al cielo, Styles; se van a poner contentísimos al verte. ¿Tu representante consiguió localizarte?
               -Mi mejor amiga.
               -Deberías despedir a esa incompetente y contratarla a ella, dado que es bastante diligente que la gente a la que pagas.
               -Me ocuparé de ello.
               No le diría a Kristen ni mu; aquello tenía toda la pinta de haber sido cosa de mi madre. Eso sí, la enlazaría directamente conmigo. A partir de ahora representaría a Diana, no a Styles.
               -¿Quiénes son?-señalaron con la cabeza al trío, que estudiaba la zona con interés. Decenas y decenas de chicas iban de acá para allá; algunas aún vestidas, otras ya en ropa interior.
               -Unos amigos-me limité a contestar. Consultaron sus hojas y nos enviaron tanto a mí como a XiaoJi al vestuario. Me dirigí hacia mis amigos, dándoles indicaciones sobre dónde nos encontraríamos.
               Me apetecía que me vieran hacer la prueba. Me crecía en su presencia.   
               XiaoJi contempló mi conjunto con admiración.
               -Tienes un culo que ya me gustaría para mí.
               Me eché a reír y le devolví el cumplido. La hicieron pasar antes que a mí; me pidió que le deseara suerte, y yo lo hice, porque en realidad no era competencia para mí. Éramos demasiado distintas como para optar a los mismos puestos.
               -Diana-llamaron; descrucé las piernas, me anudé bien el albornoz y avancé hacia la puerta. Las chicas que esperaban a que terminara su suplicio y poder avanzar me contemplaron con envidia. Yo desfilaba hasta cuando corría. Había nacido para ello.
               Eleanor me dedicó una sonrisa al verme doblar la esquina y aparecer en la habitación; los cuatro ojeadores terminaron de anotar algo en sus libretas mientras yo subía a la pequeña pasarela, de apenas dos centímetros de alto.
               -No pensamos que aparecieras. Llevabas una semana sin dar señales de vida-comentó uno de ellos, contemplándome por encima del borde de sus gafas.
               -Zoe me avisó de que me buscabais.
               -Gracias a tu ángel de la guarda que has conseguido llegar. Cuando quieras.
               Una ayudante se puso a mi espalda para recoger mi albornoz según me lo quitaba. El estómago se me retorció al deslizarse la suavísima tela por mi piel; agradecí haberme empeñado en traer mis jabones hidratantes con aroma a frutas a mi exilio. Me sentía exuberante gracias a ellos.
               La asistente se bajó de la minúscula tarima de un salto, y yo eché a andar. Todos los ojos de la estancia se posaron en mí, dándome la divinidad que sólo conseguía cuando desfilaba para alguien, y ese alguien posaba los ojos en mí. Nada podía detenerme ahora.
               Llegué hasta el final del pasillo, puse las manos en las caderas, di una vuelta y volví al punto de inicio.
               A Tommy le costaba respirar.
               Scott tenía cara de tener la boca seca.
               Qué poderosa me sentía.
               -Que alguien le recoja el pelo-pidió una de las ojeadoras, y dos asistentes se apresuraron a hacerme una coleta. En condiciones normales, les habría quitado la goma y me la habría hecho yo.
               Pero no me convenía impacientar al jurado. No cuando era ese jurado.
               Y menos aún cuando en sus manos estaba el darme el único proyecto al que esperar en un futuro, al menos hasta la fecha.
               Tenía que volver a ponerme en contacto con mis conocidas y reactivar mi carrera.
               Papá y mamá se iban a enterar.
               -¿Podrías repetirlo, tesoro? Queremos ver el efecto del paseo en tu torso.
               Asentí y repetí la acción. Tres de ellos anotaron en su hoja; la cuarta entrelazó los dedos de sus manos y exigió:
               -Traedle unos tacones. Quiero ver cómo camina con ellos.
               Me tendieron unos zapatos de mi número y trajeron una silla. A pesar de que superaban los 12 centímetros, me sentía como si estuviera descalza.
               -No tenemos Louboutins aún, espero que no te importe-sonrió la otra mujer. Me encogí de hombros.
               -Me las apañaré-bromeé, dejando que me los calzaran (ser modelo es lo más parecido a ser una reina que hay en el mundo) y poniéndome en pie. Ajusté la postura para sentirme cómoda en ellos, y volví a caminar.
               -Quitadle la coleta.
               Pero qué manera de tocar los huevos, macho.
               Lo hicieron y volví a caminar.
               -Muy bien. Gracias, Diana. Ponte el albornoz y que te lleven a la otra sala.
               Dejé que me vistieran y salí de la habitación, acompañada de mis amigos.
               -¿Siempre tienes que hacer todo eso?
               -Todavía no he acabado-repliqué. Lo cual era una suerte; si me hubieran mandado a la habitación por donde había venido, eso indicaba que estaba fuera directamente. Otro año mirando y no participando. Al menos había pasado a la fase dos.
               -Y ahora, ¿qué tienes que hacer?-preguntó Tommy, mientras Scott echaba un vistazo en la sala, eligiendo a cuál de las chicas le apetecía tirarse. Si por él fuera, se montaría una macroorgía.
               -Buscan lencería de un solo color de su marca que sea de mi talla, me la ponen, y me piden que repita lo anterior.
               -Espera, ¿todo?-espetó Scott, girándose hacia mí. Asentí con la cabeza.
               -Así es. Al fin y al cabo, quieren vender cómo nos quedan sus prendas, no las de otras marcas. Necesitan comprobar que nos favorezcan.
               -Pero a las que estáis aquí, ¿hay algo que no os favorezca?-casi chilló Eleanor. Todas las modelos se giraron para mirarla con una sonrisa. Sus acompañantes (novios, maridos, novias, esposas, hijos e hijas o simples amistades) asintieron imperceptiblemente con la cabeza. Para el común de los mortales, a nosotras todo nos quedaba bien.
               Y, sin embargo, nosotras también nos encontrábamos defectos. Por muy pequeños que fueran, los teníamos.
               -¿Os importa si os dejamos solos a T y a ti? Scott va a acompañarme de compras. Me debe un top.
               Scott asintió con resignación, como si no le encantara el quedarse a solas con la hermana de Tommy toda una tarde. Me encogí de hombros; el que mandaba era T, no yo.
               -¿Te sirvo yo solo?
               -Siento que tengas que esperarme, eso es todo.
               -No me importa. Tampoco tenía muchas cosas que hacer.
               Me acarició la mejilla; su hermana sonrió. Scott tragó saliva y sacó su móvil para comprobar la hora.
               -¿Os parece bien si nos vamos cuando entre? ¿T? ¿Didi?
               Los dos asentimos, y esperamos los cuatro juntos hasta que llamaron a un grupo de 5 chicas entre las que estábamos XiaoJi y yo.
               Una parisina de nombre Cosette, un par de años mayor que yo y con tres portadas de Vogue París a la espalda (una de ellas de Septiembre, toma ya) se inclinó hacia mí mientras nos dirigíamos hacia la puerta.
               -Esos amigos tuyos son muy guapos, Diana.
               -Me codeo con gente guapa-repliqué yo, pasándole el brazo por el suyo y siguiéndole la broma.
               -¿Están libres? Me gustaría practicar mi inglés-y soltó una carcajada parisina.
               -Solteros los dos.
               -Dios, tienen una cara de hacerlo más bien…
               -Tommy lo hace.
               -Serás guarra-contestó ella, y las dos soltamos una risotada. XiaoJi se giró.
               Eleanor silabeó un “suerte” insonoro y contempló cómo me marchaba, Scott se despidió de mí alzando las cejas, nada más.
               Casi mejor.
               Tenía que concentrarme y pasar a la tercera fase.
               La fase en la que nos probaban con las alas.

12 comentarios:

  1. "-Me has llovido del cielo.
    -Tú eres el cielo, Tommy.
    Besó mis palabras, me acarició los labios con el pulgar como recogiendo las partículas que quedaran de esa frase.Deberíamos habernos dicho que nos queríamos, aunque fuese una locura y fuese mentira.
    Porque, en realidad, no lo era tanto."
    PERO COMO PUEDEA ESCRIBIR ASÍ JODER. DE DONDE SACAS ESTAS FRASES TAN BONITAS.
    PD:Estoy empezando a shippear demasiado a Tommy y Diana y eso no puede ser,¿vale? Ya bastantes ataques de diabetes tengo por culpa de Sceleanor.

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    1. NO LO SÉ ME SALEN SOLAS OJALÁ LAS PUDIERA EMBOTELLAR Y GUARDÁRMELAS EN UN CAJONCITO PARA CUANDO QUIERA PONERME TRISTE.
      Yo también los shippeo un montón, buah, al final vamos a terminar teniendo que pincharnos todas para superar esto...

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  2. Adoro a Diana. Es tan diga y se nota tanto que tiene un miedo atroz al amor. Me pregunto por que será....

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    1. ¡Aaaaaaaaaah! ¡Adivinaaaaaaaaaas!
      。◕‿‿◕。

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  3. VALE DIANA ES LA PUTA AMA. YA ESTÁ. ¿POR QUÉ HACES A PERSONAJES TAN GENIALES?

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  4. Me encantaaaaaaaaaaa.No puedo esperar al siguiente capítulo y ver como Scott le "compra" el top a Eleanor de

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    1. NO TE VA A DECEPCIONAR, TE LO PROMETO.
      Perdona las mayúsculas chillonas, es que estoy ENTUSIASMADA.

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  5. Dioooooooos. Tengo ganas de que aparezca Zoe, seguro qeu es de armas tomar xd

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    1. Es peor incluso que Diana, pero se va a hacer de rogar
      (╭☞ ͡ ͡° ͜ ʖ ͡ ͡°)╭☞

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  6. pero las partes románticas son tan cuquis que me voy a morir de un ataque de diabetes

    y bueno tengo sentimientos encontrados hacia Diana porque es putamente genial y me encanta pero COMO PUEDE ODIAR A SCOTT C O M O NO ME GUSTA ESO ERI

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    1. Los polos opuestos se atraen y los iguales se repelen, y Diana y Scott son LA MISMA PERSONA pero en sexos distintos y claro, pasa lo que pasa.
      Creo que voy a ir abriendo el club de la diabetes JAJAJAJAJAJAJA

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