miércoles, 20 de abril de 2016

Merida, la de Brave, sólo que en negro.

Vuelvo a ponerme pesada con las encuestas, pero me interesa saber tu opinión. Estoy ansiosa por escribir, literalmente; no veo la hora de que sean las 9 para cenar y poder aprovechar esos últimos momentos del día para darles vida a todos mis hijitos. El caso es que los capítulos me están ocupando una media de 20 folios, y yo me pregunto, ¿te cansa leer tanto? ¿Preferirías que fueran más cortos? ¿O así están bien? Dímelo respondiendo en esta encuesta.
No te prometo seguir al pie de la letra todo lo que digas; intentaré adaptarme a tus deseos... si mi historia me deja. 
Y ahora... mis chicos son todos tuyos. ♥



               -Tuve que sujetarla para que no le reventara la cabeza a ese tío, Tommy, en serio. Fue una locura. Nunca la había visto así, seguramente tú tampoco-sonrió-. Me sentó… no sé cómo. Era como si ya no nos necesitara. Y, justo cuando la cojo, Sabrae se le pone encima, con una barra arrancada por ella en la mano… pasé miedo, pero a la vez me gustó. Seguro que te sientes igual viendo cómo hacen una película de terror en directo.
               Tragué saliva, no podía imaginarme a mi hermana de esa manera. Tenía un nudo en la garganta que no se deshacía por más que luchara contra él. Eleanor era una tocapelotas de manual, pero también era tan tierna cuando le apetecía… no podía hacerle daño a una mosca.
               ¿Tanto daño le habían hecho para que finalmente pudiera defenderse a ese nivel?
               ¿Esto venía de esa noche en el baño en la que casi le arrebatan su ser al casi conseguir robarle la libertad, o venía de antes? ¿Cuántas cosas no me habría contado? ¿Se habría acostado noches llorando porque la habían manipulado para hacer algo que no quería?
               ¿Se había odiado a sí misma alguna vez, cuando, recogiendo su ropa del suelo, todavía medio borracha, había tenido que salir pitando de algún baño en el que la habían follado?
               -No quiero perder a mi hermana-murmuré. Scott se me quedó mirando, con los ojos brillantes durante un instante. Pensé que me lo había imaginado.
               -Siguen siendo ellas, pero ya no son los bebés a los que ayudamos a aprender a caminar, T. A mí me alivia pensar que mi hermana puede defenderse sola, que no me necesita para que cuide de ella.
               -Me gustaba cuidar de ella-repliqué.
               -Vamos a seguir haciéndolo, ¿vale? Para algo nacimos antes que ellas. Otra cosa es que no se vayan a morir si en algún momento se quedan solas.
               -Sabrae fue fuerte siempre. Eleanor, en cambio… no es propio de ella pegarle una paliza a un tío. Tuvo que haberle pasado algo malo para que llegue hasta este punto.
               -La rabia es buena, en ocasiones. Y a todos nos pasan cosas malas. Te hacen espabilar-me puso la mano en el hombro y me la apretó suavemente; la calidez de nuestras pieles unidas se entremezcló. Scott siempre sabía qué hacer para animarme.
               No llevaría mi sangre. Ni siquiera nos pareceríamos. Pero vaya si era mi hermano.
               -Esto es culpa de 50 sombras de Grey. Ahora todas quieren ser dominatrices. Tendrás que acostumbrarte a que te den azotes.
               -Cállate-respondí, y los dos nos echamos a reír-. Aun así… sigo pensando que es malo que esté rota.
               Se levantó sin decir nada, lavó uno de los platos en que acababa de desayunar alguien de su familia, lo secó y me lo tendió. Lo recogí sin entender.
               -¿Te molesta?
               Negué con la cabeza.
               -¿Sirve para defenderse?
               Lo sopesé.
               -No creo que te gustase que te lo rompiera en la cabeza.
               Me lo quitó y lo tiró al suelo. El silencio que siguió a la rotura, en la que el plato se desparramó más como un líquido que como un sólido pesó sobre nosotros como una losa de varias toneladas sobre nuestras espaldas.
               Cogió los trozos, con mucho cuidado, y me cogió la mano. Me miró a los ojos mientras pasaba el filo de uno de los trozos, que se había convertido en un triángulo, bastardo inmerecedor de la perfección del círculo, y sonrió al hacer yo una mueca y retirar la mano cuando la porcelana cortó la piel e hizo brotar un hilillo de sangre.
               -Hasta las cosas más inocentes pueden convertirse en armas cuando las rompes.
               Abrí y cerré la mano, contemplando el intento de charco carmesí que se me formaba en la palma.
               -Eres un sabio.
               -Es lo que les gusta a las mujeres-replicó, abriendo los brazos y terminando de recoger lo que había roto. Duna abrió la puerta y nos miró con preocupación-. No entres, nena, no te vayas a cortar un pie.
               La chiquilla observó cómo su hermano mayor terminaba la tarea, cerraba el cubo de basura y se sacudía las manos.
               -Tommy se ha hecho daño.
               -Es que es muy patoso.
               -¿Estás bien?
               -No te preocupes por mí, pequeña-me agaché y le puse la mejilla para que me diera un beso.
               -Oye, para que mi princesa te dé besos, primero tienes que pedirme permiso a mí.
               Duna se echó a reír, corrió a los brazos de su hermano y le dio un beso todavía más sonoro mientras él la levantaba en volandas y le apartaba el pelo de la cara. Scott le besó la punta de la nariz, sonriendo.
               -No te voy a dar Pepsi, así que no te pongas zalamera.
               La chiquilla abrió muchísimo los ojos e hizo pucheros.
               -Por faavoooooooooooooor.
               -Por otro beso, me lo pensaría… tal vez.
               Duna le volvió a dar un beso, me miró y escondió la cabeza en el cuello de su hermano. Scott se echó a reír, le acarició despacio la espalda, le susurró “no se lo digas a mamá, ¿vale? Será nuestro secretito”, abrió la nevera y, todavía cargando con su hermana en brazos, sacó un vaso y lo llenó hasta la mitad. Duna observó el proceso.
               -Hasta arriba.
               -No nos pasemos, que las chicas tienen que esforzarse más para que yo las invite a algo.
               -Sé independiente, ¿vale, Duna? No aceptes una copa de alguien a quien no conozcas-intervine yo-. No te vayan a dar una poción de amor y acabes suspirando por las esquinas.
               -Puaj-replicó la niña, se terminó la bebida y salió disparada en dirección al salón. Los dos nos la quedamos mirando.
               -Es más guapa que Astrid-espetó de repente.
               -No, no lo es.
               -Mira qué piel de caramelito. Me la comería a besos.
               -Tú te comerías a mucha gente, Scott, eso no es nada nuevo.
               -Es metafórico, joder, que es mi hermana-ladró, escandalizado-. ¿Cuándo crees que empezará a interesarse por la gente?
               -Dan ya empieza a estar tontito con las de su clase.
               -Yo no doy abasto con tanta hermana, tío. Estas mujeres me agotan.
               -Sabrae te ayudará.
               -Si Sabrae les enseña a hacerse una trenza voy a tener que ir a la Meca tres años seguidos a dar gracias por semejante milagro. A veces hasta me apetece menstruar, sólo para poder tirarme en el sofá a quejarme de la vida una semana.
               -Dios, es horrible cuando menstrúan.
               -Tengo tres en casa que lo hacen, qué coño me vas a contar. Tú sólo tienes dos. Yo voy a tener cuatro. Me da pereza sólo pensarlo.
               -¿Te imaginas que también se lo notásemos a Bey y Tam?
               Sacudimos la cabeza.
               -Las mandaría a la mierda, así de claro.
               Nos quedamos un momento en silencio.
               -Scott.
               -Tommy.
               -Si te hago una pregunta rara, ¿me prometes no ir largándolo por ahí?
               Me miró.
               -Yo también me pregunto si les baja a la vez. Tendría sentido, ¿no? Sería lo lógico. Es decir, son gemelas.
               -¡LO MIRÉ EN GOOGLE Y NO ENCONTRÉ NADA!
               -¡YO TAMBIÉN!
               Nos dimos el típico abrazo de tíos fascinados por ese misterio que reciben las mujeres cada mes, aproximadamente. No nos atrevíamos a preguntárselo a las chicas, no por miedo a la respuesta (que, en parte, también), sino por el mero hecho de haberles estado dando vueltas a los ciclos menstruales de nuestras amigas. Eso era de degenerados.
               Subió a cambiarse de ropa mientras debatíamos qué hacer en Nochevieja; la dichosa Tamika me había preguntado la noche anterior qué planes teníamos, y yo le había respondido que todavía no tenía planeado nada con Scott (porque, básicamente, faltaba un mes y a nosotros nos gustaba hacer las cosas a última hora). Además, había grandes posibilidades de que fuera a España a recibir el año siguiente, y todavía no sabía si Diana se quedaba con nosotros o volvería a su casa para pasarlo con su familia (si yo fuera ella, me agarraría con uñas y dientes a la puerta y me negaría a ir, pero cada uno es su propia persona y no la de los demás). Finalmente, Scott soltó:
               -A mí lo del bajo me parecía bien, porque nos volvemos loquísimos ahí dentro.
               -Es por los tríos-espeté yo, echándome a reír.
               -Eres gilipollas-replicó, pero sabía que era verdad. El año anterior había desbloqueado ese logro sagrado para todo hombre de acostarse con dos mujeres a la vez (spoiler: era incluso más bestial de lo que nos imaginábamos) y, desde entonces, cada vez que había que organizar una fiesta, Scott terminaba sugiriendo que fuéramos a un bajo porque pasaban “cosas sucias en esos lugares, dado que están más cerca del infierno”.
               -Tú quieres encadenar dos este año. Puedes decírmelo. Somos amigos. Hay confianza.
               -Hermano, eso está fuera incluso de mis posibilidades.
               -Llegas a conseguirlo y hago que te pongan una estatua en el Parlamento.
               -Molaría-respondió, meditando las posibilidades.
               A pesar de sus fingidas reticencias a hacer planes a tan largo alcance (“No está garantizado que llegue el 31 de diciembre, podría aplastarnos un meteorito mucho antes”) para cuando llegamos a mi casa y empezamos a bajar las escaleras, ya habíamos decidido hasta la ropa que íbamos a llevar.
               Lo cual tampoco era muy complicado: con los trajes del año pasado nos bastaría.
               -Pero hay que hacernos fotos decentes-ladró, ofendido porque su Instagram no había conocido más que imágenes con ojos rojos y la corbata desabrochada, eliminando la elegancia de la noche.
               -Para eso no puedes ponerte a beber nada más llegar, Scott.
               -Joder, qué vida más dura la del chico del siglo XXI.
               Abrió la puerta de una patada voladora (a mí me hizo gracia, aunque si se me ocurriera hacerlo, me cruzarían la cara) y puso mala cara al ver a Diana allí.
               La americana se volvió para ver quién había entrado; esbozó una sonrisa malévola, y regresó la atención a la pantalla.
               -Mis ingleses favoritos-susurró, vaciando un cartucho de un kalashnikov en la cabeza de un nazi.
               -Tú siempre tan halagadora, Diana.
               -¿Qué tal anoche?-preguntó, poniendo en pausa el juego, cruzándose de piernas y alzando las cejas.
               -Te eché mucho de menos-espetó él; yo simplemente me senté en mi sillón, me hundí poco a poco entre los cojines, y sonreí mientras los escuchaba pelearse.
               -Y yo a ti, pero me imagino que no puedes estar en dos sitios a la vez para satisfacer a una chica, ¿o no?
               -Depende de a qué chica satisfacer. Yo por ti ni cruzo la calle.
               -¿No te van las rubias? ¿Prefieres las morenas? ¿O las castañas?
               Scott se quedó a cuadros.
               -¿A qué coño viene eso?
               -A nada, sólo quiero saber si tendrías futuro con una amiga mía.
               -Lo siento, no me va la gente con problemas mentales.
               -Entonces, ¿cómo te soportas?
               Scott puso los ojos en blanco, se volvió hacia mí:
               -Ya no me acordaba de que tenías a esta delicia de persona a tu cargo.
               -Os acostumbraréis el uno al otro.
               -Si no se sienta más en mi sitio, creo que podré hipnotizarme y fingir que no está ahí.
               -Estoy oyendo esto-dijo él, abriendo la mano y cerrándola como si tuviera una marioneta y la que hablaba fuese ella-, cuando querría oír esto-juntó los dedos, y algo en la mente de Diana se encendió.
               -Bueno, para empezar, tú no tienes derecho a citar El diablo viste de Prada, mucho menos en mi presencia. Y para seguir…
               -Vaya, pero si la nena sabe enlazar dos frases seguidas. Impresionante.
               Diana se levantó toda ofendida y se acercó a la puerta. Me encañonó con un dedo acusador en el último momento.
               -Y tú las vas a pagar caras.
               -¿Yo? ¿Por qué?
               Pero no me contestó; se fue dando un portazo y haciendo que uno de los cuadros de la pared, un precioso paisaje de extraído de Avatar, se precipitara hacia el suelo y se rajara.
               -Menudos polvos tiene que echarte para que aguantes a semejante individua-murmuró Scott, que tomó el testigo de Diana, dejó caer su arma y echó a correr por un campo de tiro de los enemigos. Lo frieron a tiros a los dos segundos. Sonrió con satisfacción al ver que le había estropeado la partida.
               -Tú la enciendes.
               -Pídeme perdón-exigió, alzando la mandíbula.
               -Los que se pelean se desean-lo piqué.
               -Que me pidas perdón. No me había sentido tan insultado en toda mi vida.
               -Tú me empujaste hacia sus brazos. O, mejor dicho, hacia sus piernas.
               -La mejor decisión que he tomado en mi vida, la verdad. Imagínate que, por vicisitudes del destino, me la acabo tirando yo. Y luego resulta ser así. Desarrollaría un nuevo tipo de cáncer no visto hasta entonces que me mataría a los dos días.
               -Yo te pagaría la tele del hospital.
               -Qué amable.
               -Pero sin canales extra, ¿eh? Los públicos, y vas que chutas.
               -Siempre supe que eras un cabrón, y últimamente me lo estás demostrando.
               Me tiró uno de los cojines, se estremeció al recordarle lo que habíamos hecho Diana y yo en esa misma habitación, y me incitó a iniciar la partida.
               Para cuando llegaron Chad y Niall, teníamos la cabeza como un bombo y los ojos como si nos hubiéramos puesto unas gafas hechas con mondadura de limón toda la noche.
               Se excusó de la comida diciendo que tenía que hacer deberes atrasados (mentira) (no que los tuviera atrasados, sino que iba a hacerlos, cuando se le notaba en la cara que iba a volver a echarse a dormir), le dio un abrazo a Niall y le exigió a Chad que nos acompañara al partido de baloncesto de por la tarde. Daba igual si perdía el avión; tenía que vernos darles una paliza a los del barrio de al lado. Chad se rió.
               -No entiendo mucho de tíos, pero algunos están bastante cuadrados. Por si te van así-me encogí de hombros. Chad se descojonó, Scott puso los ojos en blanco y soltó:
               -Si no le gusto yo, los ingleses ya lo pueden dar por perdido.
               -En tu defensa diré que tienes unos ojos preciosos, Scott.
               -Vaya, muchas gracias, picarón. Ya tienes mi número; cuando quieras, llámame.
               Chad no lo llamó, y para cuando volvió de su siesta, fingió estar muy disgustado por esa obsesión que tenía el irlandés con hacerse el duro. Chad le respondió que había que hacerse de rogar para que los que acabaran llegando a ti merecieran la pena. Scott se me quedó mirando y dijo que su hermano se hizo de rogar 7 meses.
               Pero me llevaba menos.
               -Estaba hablando del perro-alegó, y yo lo hubiera matado a puñetazos de no haberse metido por medio Chad,  el único con media neurona en funcionamiento.
               Eleanor acudió a la llamada de la pelea como un buitre al olor de la sangre que desprendería cualquier cadáver.
               -¿Adónde vais?
               -Por ahí-respondí yo, que me merecía una cátedra en Cambridge y otra en Oxford por la precisión de mis contestaciones. Ella frunció el ceño.
               -¿Qué hay de Ash?
               -Para eso estás tú. Enhorabuena, El, en cuanto cruce la puerta serás la hermana mayor en esta casa. Es un trabajo duro, pero seguro que puedes con ello.
               -Voy con vosotros.
               -Dios, niña, eres un coñazo.
               -Déjala, T, se aburrirá ella sola en casa-intercedió por ella Scott. Como si no se la hubiera tirado la noche anterior. Claro que yo eso no lo sabía, así que tampoco tenía forma humana de echárselo en cara-. Además, puede cuidarla Diana.
               Pero insistió en que ella también quería ir, que no quería quedarse sola y muerta del aburrimiento en una casa que le era extraña (qué cojones, pero si andas en bolas por ella sólo para calentarme, tía), así que terminamos llevándola a casa de Scott y corriendo hacia la cancha de baloncesto, en la que esperaban los demás, un poco nerviosos.
               -¿DÓNDE ESTABAIS?-ladró Alec, a quien Logan cogió por los hombros para que nos abofeteara.
               -El día que te cases quiero ver cómo te pones histérico-contesté. Hice un gesto con la cabeza en dirección a nuestros rivales, que asintieron sonrientes. Les encantaba poner nervioso a Alec, no tanto verlo, pero el resultado era el mismo: se volvía más agresivo en el juego y acababa cometiendo errores que nos costaban caro a los demás.
               Scott se fue a darles un abrazo a todos, porque el pique semanal no impedía que nos llevásemos bien en el instituto y que copiáramos los unos de los otros cuando se nos presentaba la ocasión y la necesidad.
               Se quedaron mirando a Diana, disfrutando de tenerla a aún más cerca. Ella no se hizo de rogar, y le arrebató el balón a uno  con una habilidad que no se hubiera esperado nadie de una persona tan…
               … no sabía cómo describirla, porque la palabra que me venía a la cabeza era “delicada”, pero no podía considerarla así después de los polvos bestiales que me echaba.
               Llegó hasta la línea de triple, se colocó en ella, botón un par de veces el balón…
               -Está deshinchado.
               -Hínchalo tú, muñequita.
               Ella sonrió, lo colocó a sus pies, se ató el pelo en una coleta apresurada, que no por eso dejó de estar impecable (y así lo comentó Eleanor, sinceramente impresionada de la habilidad de nuestra falsa prima), recogió el balón sin agacharse, flexionó un poco las rodillas, y lanzó la pelota en un perfecto arco que tuvo el final dentro del aro.
               Entró limpia, enganchándose directamente en la red y no tocando para nada el aro.
               Todos nos quedamos en silencio.
               -Repite eso-pidió Scott, con el ceño fruncido. Le tiró la pelota y ella la recogió con una sola mano. Hizo un globo con el chicle y la lanzó con despreocupación.
               Volvió a entrar.
               -Desde la línea de medio campo-la insté yo. Scott volvió a tirarle la pelota, ella se encogió de hombros mientras la recogía, se desplazó hasta la línea que dividía la zona de unos y la de otros, y se giró a observar la canasta.
               -Tienes tres intentos-anunció Scott mientras ella flexionaba un poco las rodillas, las separaba lo justo, y calculaba mentalmente la inclinación de su ángulo.
               -Me sobran dos.
               Volvió a tirarla.
               Y la volvió a meter.
               -¿Cómo hace eso?-espetó uno de nuestros contrincantes, sorprendido de que una chica a la que le sacaba dos cabezas (y para colmo, una blanca) consiguiera cosas que a él se le hacían imposibles.
               Jordan, que hacía tanto de árbitro como de relevo cuando alguno se cansaba demasiado, se sentó en los bancos ascendentes al lado de mi hermana. Le preguntó qué pasaba, pero su pregunta se vio enmudecida con la respuesta de Diana.
               -Soy americana-explicó, exagerando muchísimo su acento neoyorquino, alzando las cejas y jugando con su coleta. Casi devoró la A de la segunda palabra, “I’m merican”.
               Exactamente como nosotros imitábamos a los que compartían idioma con nosotros al otro lado del charco.
               -¿A que no la encestas desde la línea de triple de la otra canasta?
               -No hay quien pueda hacer eso.
               -Tommy puede-señaló Logan, haciendo un gesto con la cabeza.
               -ME gustaría verlo-contestó ella, tendiéndome la pelota. Chasqueé la lengua, se la cogí y me la llevé hasta la línea de triple.
               Decir que yo podía meterla desde aquella distancia era ser bastante generoso. No hacía demasiado viento, así que los cálculos no serían un problema: el problema era seguirlos. Un solo milímetro en el que me equivocara, un pelín más de fuerza en el lanzamiento, y a la mierda mi reputación como jugador de baloncesto a nivel internacional.
               Diana se colocó a mi lado.
               -No me desconcentres-la insté.
               -No estoy haciendo nada.
               -Estás aquí-repliqué yo, y ella sonrió, complacida a pesar de todo.
               -¿Cuántos intentos le das, princesita?-gritó Scott desde el otro lado del campo, preparado para recoger las consecuencias de mi desastre.
               -Tres.
               -Son pocos-protesté. La metía una vez de cada diez que tiraba. Vale, eso era un número bastante alto, teniendo en cuenta que los demás no lo habían hecho nunca, con la excepción de Max, que lo había conseguido una vez de pura chiripa.
               -Piensa en lo que te haré si la metes, Tommy.
               -No me metas presión.
               -Te estoy animando.
               -Me estás poniendo nervioso.
               -Cosas malas. Muy malas.
               -Ya me has hecho cosas malas, mujer.
               Se echó a reír, se acercó a mí y me acarició el brazo con el que sostenía la pelota muy despacio. La parte más interna de mi mente se escandalizó por el contacto: Eleanor estaba allí.
               Ah, bueno, pero Eleanor ya lo sabía.
               Los demás silbaron.
               Scott fingió que le entraban arcadas.
               Chad apostó con mi hermana a que la metería a la primera, y ella respondió que aceptaba, aunque se sentía un poco mal ganando dinero a costa del desconocimiento del irlandés sobre mis dotes deportivas.
               -Hasta ahora he sido buena.
               Se apartó de mí para dejarme respirar, los demás se fueron colocando en una especie de pasillo para observar el vuelo de la pelota. Tomé aire hondo, lo solté y volví a tomarlo: para cuando exhalé, la pelota ya volaba por medio campo, directa hacia el aro.
               Rebotó sobre él y cayó fuera, justo donde las manos de Scott lo esperaban.
               -Que pruebe ella.
               -¿Tres cada uno?-preguntó, disgustada; ahora sí que le parecían pocos intentos.
               -Déjala diez, Tom-intercedió Jordan, pero yo negué con la cabeza. Eleanor espetó que si no fuera una chica no estarían intercediendo por ella de esa manera. Scott sonrió al suelo, como si no hubiera intercedido por Eleanor por ser ella una chica las dos noches anteriores.
               Diana lanzó, se precipitó demasiado y clavó la pelota en el borde del aro, que la rechazó con asco, y salió disparada de nuevo hacia nosotros.
               Llegó rodando hasta mí. Volví a calcular.
               -Si la meto yo, te pones encima-murmuré. Diana me miró-. Me gusta más.
               -¿Y qué pasa si la meto yo?
               -Eliges tú.
               -Sólo por hacerte rabiar, me pongo debajo.
               Volví a tirarla, y esta vez se me desvió demasiado; ni siquiera tocó el aro. Chocó contra la esquina del rectángulo inferior y cayó al lado contrario de donde estaba Scott, que ni se molestó en ir a por ella.
               -Destrúyela en la siguiente, Tommy.
               Diana recibió la pelota, y se pasó de fuerza: ni siquiera tocó el rectángulo exterior, sino que lo sobrevoló, haciendo que Scott tuviera que correr para recogerla.
               -Tírala tú.
               -¿Necesitas mentalizarte?-bromeó. No contesté, así que volvió a tirar y, evidentemente, volvió a fallar. Esta vez, se quedó corta.
               Me la volvieron a pasar con gesto ceremonioso. Chad volvió a apostar por mí. Los chicos empezaron a animarme: no podía dejar que Diana me pusiera por los suelos, que por muy americana que fuera me superara en lo único en que era mejor que los demás.
               -Gracias por los ánimos, Logan.
               -Para eso estamos-replicó él, echándose a reír. Scott le dio una colleja.
               -Se está jugando su honor, tío, ten un poco de respeto.
               -Scott, ¿sabes esas veces en las que hablas de más? Ésta ha sido una de ellas.
               -Vale, vale, yo sólo quiero recordarte que, si dejas que ella gane, te perderemos el respeto en lo que te queda de vida, y los 17 son una edad muy triste para que tus amigos te dejen de respetar.
               -Asegúrate pasarlo bien esta noche, T-se burló ella. Nos quedamos mirando, retándonos el uno al otro con la mirada. A ratos la odiaba y a otros la empotraría con la pared.
               Me entraron unas ganas terribles de follármela en el suelo tan fuerte que le hiciera hasta daño.
               Bien, bien, la rabia era buena. La canalicé hacia mis manos, formulé un mantra mental que consistía en “por favor, entra”, y lo repetí mientras me colocaba en posición, y cuando solté la pelota, y cuando ésta dio vueltas y más vueltas por el aire, y cuando se acercó a la canasta.
               No me lo creo.
               Empezaron a chillar.
               Todos, incluida Diana.
               Eleanor hizo un gesto de fastidio y le pasó 50 libras a Chad.
               Scott recogió la pelota y la hizo rebotar contra el suelo tan fuerte que se elevó varios metros por encima de nuestras cabezas, al grito de:
               -¡EL PUTO AMO!
               Corrieron y se abalanzaron sobre mí, tirándome al suelo; Scott fue el único que me defendió, no podíamos perder a nuestro jugador estrella. Me levantaron y me mantearon, porque nunca había conseguido una canasta así en tres intentos. Estábamos asistiendo a un acontecimiento histórico en el curso de la humanidad; a partir de ahora, el mundo como lo conocíamos daría un giro de 180 grados.
               Era un pequeño lanzamiento para Tommy, pero una gran canasta para su grupo de amigos.
               -Vale ya, que me lo mareáis-Scott los calmó a todos, incluso a nuestros rivales, y tiró de mí para colocarme en el suelo-. Qué orgulloso estoy de ti, joder-dijo, sosteniendo mi cara entre sus manos y dándome unas palmadas en la mejilla-. Te daría un puto beso si no fuera tímido y hubiera tanta gente mirando.
               -Que se lo dé Diana, que seguro que le gusta más-intervino otro de nuestros contrincantes, no sabría decir cuál.
               -Seguro que os hacéis pajas con esa imagen, panda de viciosos-espetó ella, y todos se echaron a reír. Se acercó a mí y me susurró al oído, mientras los demás echaban a suertes qué parte del campo nos tocaba a cada equipo-: no te canses mucho, esta noche eres mío.
               Intentó alejarse de mí, pero me dio igual que estuviera Chad mirando, y que le pudiera contar algo a Niall. La cogí de la mano, tiré de ella, la pegué a mi pecho y la besé con rabia, diciéndole que ella era mía y no al revés. Se dejó hacer, pasándome la mano por los brazos.
               Pude notar cómo Scott ponía los ojos en blanco y daba una palmada para que empezara el partido.
               -Me vas a buscar la ruina.
               -Ya te la tengo buscada-respondió, riéndose-. Ah, y Tommy… a mí también me gusta más cuando yo estoy encima.
               Por si te preocupa el resultado del partido: pude concentrarme. Perdimos por 8 puntos, pero la culpa no fue mía. Scott no estaba a lo que había que estar, a Alec todavía le duraban los nervios de la espera, y Jordan se incorporó demasiado tarde para darle el relevo a mi mejor amigo, que se dejó caer en los bancos y les sonrió a las chicas que se habían congregado allí para vernos: amigas y novias de los del otro grupo, la novia de Max, mi hermana y Diana.
               Una de las chicas empezó a tirarle los tejos sin cortarse, y él respondió más con educación que con interés. Sabía cuándo estaba interesado en una tía y cuándo, simplemente, lo hacía por jugar y porque ella no se sintiera mal. No le brillaban los ojos.
               Sólo le brillaban con mi hermana, pero eso era porque le encantaba cabrearme.
               Jordan se fue cabreadísimo, diciendo que éramos unos matados y que no quería saber nada de nosotros. Scott lanzó una botella de agua que Logan recogió al vuelo.
               -Mira, Logan, lo primero que coges hoy-se cachondeó Max. Logan dio un trago y se lo escupió a la cara, y los dos empezaron a pelearse. Alec puso los ojos en blanco, negó con la cabeza, se sentó y agradeció con una sonrisa el agua que le tendió mi hermana.
               Diana no pudo más con las chulerías de una de las novias de los ganadores, y le lanzó una contestación del tipo: “al menos mis chicos no hacen pasos”.
               La inglesa se volvió hacia ella e inició un conflicto internacional en la que los demás intentamos mediar, pero fue inútil.
               -¿Por qué no te vas a comer pollas para conseguir los desfiles que no te da tu apellido?
               -Porque eso no funciona, corazón, así que no te hagas ilusiones de hacer carrera en mi industria con ese culo gigantesco que tienes.
               El novio de la chica decía su nombre cada vez que abría la boca, y yo decía el de Diana cada vez que la abría mi amiga.
               -Ya hemos superado esa mierda de usar gorda como insulto en el primer mundo, tesoro.
               -Me alegro de que te consueles de esa forma para dormir por las noches.
               -Vuelve a Estados Unidos, a dispararles a críos.
               -¡KAREN!
               -¿No se te ocurre nada mejor que el “vuelve a tu país”? Y luego los racistas somos nosotros.
               Siguieron intercambiándose pullas, así que lo dimos por perdido y procedimos a hacer la coña de imitar a los jugadores de fútbol profesional intercambiándonos las camisetas. En realidad, lo único que hacíamos era quitárnoslas, intentar colgar la que nos habían dado de la canasta haciéndola una bola, y conseguir así que el otro nos invitara a una cerveza.
               Era bastante más difícil encestar una camiseta un balón, porque la camiseta es rebelde y cambia de forma en el aire.
               Chad estudiaba con aburrimiento a los demás mientras Eleanor devoraba con la mirada a Scott, que se peleaba con el novio de Karen por conseguir la cerveza gratis, y no tener que pagarla.
               Finalmente, la pelea se solucionó con una contestación de Karen que no llegué a oír, a lo que Diana respondió:
               -Vale, punto uno, no va a poder ofenderme o lo que sea que estés intentando hacer una gilipollas anoréxica que no podría rellenar un sujetador ni de la talla más minúscula hecha específicamente para ella. Punto dos, me quitas las vistas, así que apártate, zorra. Ah, y la próxima vez que decidas hacerte la raya de los ojos, procura que no sea con una brocha de pintar la pared de 8 centímetros de grosor, gracias.
               Karen intentó abalanzarse sobre ella, pero sus amigas la detuvieron, apelando a su sentido común.
               -Tía, para. ¿No sabes quién es? Te puede buscar la ruina. Déjalo estar.
               -Ándate con ojo, muñequita de porcelana, no te vayan a poner la zancadilla en el desfile de Victorias Secret y hagas el ridículo delante de todo el mundo.
               -Si tuvieras un mínimo de cultura sabrías que el desfile se hace en dos ensayos y  que está previamente grabado. Pero descuida, guapa, seguiré tu consejo para que estés más tranquila.
               Su novio se acercó a mí y me tendió mi camiseta.
               -Te invito el viernes.
               -No te preocupes, tío.
               -Siento que haya pasado esto, T.
               -No pasa nada, Ian. Ya sabes cómo son las mujeres. Súper competitivas. No saben perder-puse los ojos en blanco, nos echamos a reír y chocamos los cinco-. Nos vemos mañana.
               -Pásatelo bien a primera hora en matemáticas.
               -¿No vas?
               Se volvió y echó a andar hacia atrás.
               -Tengo médico.
               -Mentiroso.
               Sonrió.
               -Tendré que consolar a mi chica, así que… estaré muy cansado-alzó las cejas.
               -Mal karma te encuentre-repliqué, vistiéndome y poniéndome la chaqueta. Negué con la cabeza.
               Scott volvió con nosotros con la camiseta echada al hombro, gesto que Eleanor y sus hormonas agradecieron sobremanera.
               -¿Quién invita?
               -Ian. ¿Y en tu caso?
               -Yo-suspiró-. Cada día me gusta menos esta tradición nuestra.
               -Cuando no lleves 7 domingos teniendo que invitar, ¿te volverá a gustar?
               -Es probable.
               Scott se estaba volviendo a colocar la camiseta cuando los demás nos alcanzaron. Max era el único al que iban a invitar el viernes, aparte de a mí.
               -No es nuestro mejor momento, chicos.
               La sonrisa que le dedicó Scott mientras decía “¿tú crees?” estaba cargada de sarcasmo. Mi hermana no podía dejar de mirarlo. Le tendió la chaqueta, que él aceptó con un guiño.
               -Scott.
               -No lo puede evitar, Tom-contestó Logan, negando con la cabeza, botando un par de veces el balón y echando a andar.
               -Está más espabilado que vosotros por no haberse pasado la noche borracho-explicó Chad, y todos asintieron.
               -¿Qué, S? ¿Qué número era la de ayer?-se burló Alec, dándole un empujón al interpelado.
               -No soy tan patético como para contarlas, Alec. Que lo hagas tú no quiere decir que lo hagan los demás.
               -Yo llevo 37-se enorgulleció.
               -¿Qué vas a llevar 37, fantasma? No te miran ni 12.
               -Aun así, no te burles, que esas son las que hizo Scott en octubre, y todos sabemos que octubre es un mes pésimo.
               -Alec, repite conmigo: las mujeres son amigos, no objetos sexuales-Scott le pellizcó la nariz a Alec, que frunció el ceño. Le dio una palmadita en el moflete y sonrió, al igual que Diana, sorprendida gratamente por el comportamiento de mi mejor amigo.
               -¿Se supone que tengo que creerme que ayer te fuiste a casa? ¿Un sábado?
               -Es la verdad.
               -¿Y que hay de las marcas que tienes en el cuello?
               Scott se echó a reír. Ni Robert de Niro podría merecerse tanto un Oscar como él.
               -Ya las tenía el viernes.
               -Es mentira-intercedí yo de repente, que no tenía ni idea. Scott puso los ojos en blanco.
               -Es mentira-asintió Logan, metiéndole la mano por el cuello y sonriendo.
               -No me toques el cuello, tío-ladró Scott, zafándose de él y escondiéndose detrás de Chad.
               -Déjalo, Logan, que se nos pone tonto-se rió el irlandés, que se había integrado con nosotros a la perfección gracias a los chupitos de la noche anterior.
               -Sí, Logan, ¿quieres que te dé un beso?
               -Scott, mira, no pasa nada por admitir que ayer bajaste a Londres y te pusiste morado. Los fines de semana en el que no echas un polvo no son fines de semana-expuso su tesis doctoral Max, abriendo los brazos y deteniendo la bronca. Eleanor estaba divertidísima.
               -Uy, no, eso no puede ser-comentó Chad-, a mí me encantan los fines de semana, así que por tu bien…
               -Relajación, que todavía queda mucho domingo por delante-Scott alzó las manos, apelando a nuestra calma. Diana puso los ojos en blanco, pero asintió imperceptiblemente. Estaba de acuerdo con Chad; a ella también le tenían que gustar los fines de semana.
               ¿A qué clase de enfermo mental no le gustan los fines de semana?
               Acompañamos a Chad hasta la parada del autobús que iba a coger para reunirse con su padre y volver a la isla esmeralda. Todos lo abrazamos; la que lo hizo con más fuerza fue mi hermana, a la que él le acarició la espalda, con la mano abierta, y ordenó que lo llamara si necesitaba algo. Eleanor sonrió, asintió con la cabeza, le dio un beso en la mejilla y volvió a estrecharlo entre sus brazos.
               -Bueno, irlandés, ¿a quién le has pedido permiso para ponerte así de cariñoso con mi hermana pequeña?
               -Tommy, no seas melodramático; no tienes hermanas que no sean pequeñas, no hagas el énfasis en la última palabra-sonrió Diana, apartándose un mechón de pelo rebelde de la cara.
               -Además, Chad, estaba yo primero. Ponte a la cola.
               Eleanor se puso colorada. Al parecer, tenía un mínimo de decencia. Pequeño, pero lo tenía.
               Habiendo subido Chad al bus, sentado en la ventana y saludado con la mano mientras se perdía en la lejanía, me volví hacia Scott.
               -Quiero verlos.
               No necesitó que le diera el objeto de esa oración. Asintió muy serio y me condujo, para mi sorpresa, hacia el instituto.
               Diana agarró de la mano a Eleanor cuando nos acercamos a la puerta principal. Una de las vallas estaba abierta, con lo que pudimos atravesar los jardines sin tener que escalar. Casi mejor: estaba reventado por haber tenido que sacar adelante yo solo el partido.
               Fueron pegándose más y más la una a la otra a medida que Scott  nos conducía por los pasillos del instituto en dirección al gimnasio. La puerta estaba entreabierta. Scott la abrió más y entró el último, dejándome a mí entre las chicas y ellos.
               Tenían un aspecto pésimo, que hacía juego con sus almas. Dos roncaban suavemente con la cinta aislante aún en la boca, un tercero tamborileaba con los pies, el cuarto y el quinto miraban al techo con resignación, esperando al lunes, en el que alguien los descubriría y los liberaría.
               Los del primer curso tenían clase a primera hora, de manera que el descubrimiento sería aún más humillante.
               Por la forma en que la colgaba la cabeza al sexto, consideré que seguiría inconsciente.
               Enseguida entreví la identidad del tal Simon, cuya sonrisa sanguinolenta atravesándole la cara lo marcaría por siempre como la basura que era. Me miró con el terror inyectado en los ojos.
               Había aguantado a un demonio femenino, ahora le tocaría enfrentarse al mismísimo Satán.
               Se arrastró hacia las espaldas de sus compañeros, como si fuera a conseguir echar a correr con el contacto de estos a base de absorber su energía vital y así poder dejarme atrás.
               Lo agarré del pelo y lo obligué a levantar la cabeza, para examinar lo que Sabrae y Eleanor habían hecho con él. Me percaté de que era el primer chico que lo tocaba después de que ellas bebieran la venganza de su sangre.
               Tenía un ojo amoratado, el labio partido y numerosos cortes y arañazos en el cuello. Había tenido suerte de que Eleanor no fuera una experta y se hubiera dejado llevar por la rabia del momento, porque de haberse esmerado un poco más, seguramente hubiera atravesado algún vaso sanguíneo importante, y entonces ninguno de nosotros estaría allí. Habríamos puesto rumbo hacia Francia y ya estaríamos atravesando Bulgaria a esas mismas horas, dirigiéndonos hacia Asia.
               Un chichón le marcaba una montaña en el pelo, y gimió cuando se lo toqué.
               -Shh. Ahora vamos a jugar.
               Cerró los ojos, esperando que terminara de rematarlo. Me ardían las manos, los dedos, los brazos, todo el cuerpo. Era un vampiro y tenía muchísima sed, y su herida era el manjar más suculento en que mis ojos se habían posado nunca.
               -Sabrae no ha venido hoy-susurré. Sus ojos se relajaron un poco-. Pero me ha mandado a mí.
               Le arreé tal puñetazo que se me durmió la mano en el acto. Se le saltaron varios dientes, que escupió entre las toses de la neumonía que se cocía en sus pulmones por haber pasado la noche de finales de otoño europeo en camiseta de tirantes, atado a los cuerpos de seis gorilas de mierda que estaban un pelín mejor que él. Poca cosa.
               Me disponía a volver a dejarlo sin conocimiento cuando una voz familiar, a la que llevaba escuchando diariamente durante 15 años, me detuvo.
               -Tommy. No.
               La tranquilidad en su voz y su expresión le daba un aspecto divino.
               -¿Eleanor?
               -Ya tienen miedo. No me han hecho nada. La deuda ha sido saldada. No hagas que el karma te quiera encontrar a ti.
               -Que me encuentre-dije, incorporándome, dándole una patada en el costado al hijo de puta ése y volviendo con mis amigos. Scott contemplaba el cuadro con expresión muy seria. Ni en los exámenes de biología se concentraba tanto.
               -¿Quieres que nos vayamos, El?-preguntó Diana, la única que no se encontraba hipnotizada por aquella imagen tan surrealista. Eleanor asintió despacio, aún hipnotizada por lo críptico de la situación, y se dejó arrastrar fuera.
               Scott me sacó a mí, y en cuanto cerró la puerta, me volví loco. Literalmente loco. Empecé a dar golpes a todos lados, a reventar los baúles con el material de deportes, a gritar y dar puñetazos en la pared hasta llegar a hacerme sangre.
               Diana apartó a mi hermana a un rincón, pero yo no iba a hacerle daño. Era una bomba por ella, no para ella. Scott me agarró del costado, me empujó contra la pared y sujetó mi cara entre sus manos de manera que sólo pudiera mirar hacia donde él quería.
               Y quería que lo mirase a los ojos.
               -Tranquilo, T. Es pasado. No puede hacerte daño. No le des ese poder.
               Tenía la vista nublada, y me sujetó contra la pared hasta que volví a enfocar con claridad, y las nubes dieron paso a figuras nítidas con formas definidas.
               -Vamos a ver a Ash, Tommy-intercedió Eleanor, cogiéndome la mano y acariciándomela despacio. Mi respiración volvió al ritmo normal. Asentí despacio, todavía tomando aire de forma consciente para mantenerme en ese limbo no destructivo, y ella se colgó de mi cuello y me abrazó. Me dio un beso en la mejilla y me estrechó con tanta fuerza que me habría hecho daño, de no ser ella tan pequeñita, tan dulce e incapaz de herir a una mosca.
               -Te quiero, El.
               -Me he dado cuenta.
               Scott y Diana sonrieron; era la primera vez que hacían lo mismo a la vez y a ninguno le daba arcadas.
               Paramos por mi casa para coger ropa para cambiarme y recoger las mochilas con los deberes. Eleanor cogió un abrigo y se quedó sentada en el respaldo del sofá mientras Diana y yo subíamos a hacer lo nuestro. Scott le acarició la mejilla, ella sonrió y susurró algo. Scott asintió despacio, levantó la cabeza, y en sus labios pude leer algo parecido a:
               -Mataría por ti.
               El silencio de mi casa era insoportable; les daba más volumen a las voces de mi cabeza, que me incitaban a volver al instituto y dejarle a Fitz un regalo más suculento: unos cuantos cadáveres. Si el mío estaba entre ellos, tanto mejor.
               Así no tendría que convivir con haber dejado que Scott se encargara del único asunto del que me tenía que encargar yo. Por nacimiento. Por sangre. Por destino.
               Agradecí llegar a casa de Scott y que me recibiera el ruido de la tele, las niñas jugando y la música incomprensible de Shasha escaleras arriba. Ash corrió hacia nosotros; recogí a Ash del suelo y la levanté sobre mi cabeza para luego abrazarla muy fuerte. Le pedí al ser superior que controlaba el tiempo que la congelara en esa edad, que hiciera que no creciera más, que se mantuviera inocente hasta el día que muriera, que ese día llegase muy tarde, y que tuviera la suerte de que Dan fuera mejor hermano mayor de lo que podría serlo yo nunca, y jamás tuviese que pelear entre sollozos por elegir sobre su cuerpo en un baño de mala muerte.
               Ojalá nunca le debiera el sonreír a ningún Scott.
               -Estamos jugando al monopoly-explicaron las niñas. Zayn se frotaba la mandíbula, contemplando sus juegos. Le encantaba vernos jugar cuando éramos pequeños; cuando nací yo y me quedaba a dormir en casa de Scott, él se quedaba corrigiendo exámenes hasta tarde sólo para no perderse nuestras discusiones por quién usaba el coche rojo con llamas azules en el scalextric.
               -¿Y quién gana?-preguntó Diana. Duna hundió los hombros.
               -El capitalismo, porque los trabajadores estamos alienados.
               Zayn sonrió, satisfecho por haber contribuido a la creación de semejante respuesta, que era incluso más especial por provenir de unos años que hacía nueve años existían en dimensiones separados: óvulo y espermatozoide.
               -Papá, mamá no quiere que nos hagas comunistas-protestó Scott, negando con la cabeza.
               -Tu madre piensa que el comunismo quiere que trabaje gratis. Menos mal que es ella la de las dos carreras-puso los ojos en blanco, Sherezade bramó “te he oído” desde la sala que daba al jardín, y él hizo un mueca-. Mira, esta noche me toca dormir en el sofá.
               -Pues sí-fue la respuesta de su mujer.
               -Duna, ¿quién fue Stalin?
               -El mayor genocida de toda la historia, papá.
               -Buena chica.
               -Duna-gritó Sherezade-, ¿Stalin fue un verdadero comunista?
               -No, mamá, ningún dictador puede ser comunista, porque el comunismo sostiene que el poder debe repartirse entre el pueblo.
               Scott sonrió.
               -Fuera habrá un patriarcado, pero aquí dentro nos caen como panes, ¿eh, papá?
               -Doy gracias cada día que me levanto porque por lo menos me ha tocado tener un hijo varón, mi vida-replicó Zayn, encendiendo un cigarro y dándole una calada-. No fuméis, niñas, que es muy malo.
               -Y contamina mucho-apuntó Sherezade.
               -Sí, contamina, y los pandas se mueren.
               -¡No! ¡Los pandas!-gritaron las dos niñas a la vez, se abrazaron y tuvieron que controlarse para echarse a llorar.
               Prometo que yo no era tan melodramático con Scott cuando tenía ocho años.
               Éramos peores.
               Y mamá nos había educado desde muy pequeños (sí, a los dos), para llorar cuando a DiCaprio no le daban un Oscar.
               Vamos, que todos los años nos tocaba crear un océano. No aprendíamos.
               -A DiCaprio le dio el Oscar Amy Adams, que lo ganó por Big Eyes-comentó entonces Scott, sincronizando mi mente con la suya al más puro estilo de gemelos-. Intenta llevarme la contraria con esto.
               -No puedo, hermano, porque tienes razón.
               -El cambio climático es real, y está pasando ahora mismo-rezó Eleanor. Diana alzó las cejas y preguntó cuándo íbamos a hacer las tareas.
               No podíamos vivir con alguien que no pillara nuestras coñas con los Oscar; teníamos muchísimo trabajo pendiente con ella.
               -Te ves bien, hermana-comentó Scott, dejando la chaqueta con las cosas encima de la gigantesca mesa redonda en la que hacíamos los deberes cuando iba a su casa; casualmente, la más iluminada de todo Londres. Sabrae se movió un poco los auriculares, de los que manaba una base electrónica ensordecedora.
               -¿Qué?
               -Que estás muy guapa con el pelo así-repitió Scott. Las dos chicas asintieron.
               -¿Por qué no te dejas los rizos sueltos más a menudo?
               -Parezco Merida, la de Brave-dijo, sacudiendo la melena rizada con el volumen del afro de Bey.
               -¿Y eso no es bueno?-preguntó Diana, tomando asiento frente a ella. Sabrae alzó las cejas hasta casi perderse en su inmensa mata de pelo, se mordió un labio y suspiró.
               -Soy negra, Diana. Debería parecerme a Tiana o Pocahontas, a Nani, si me apuras, pero no a la princesa Disney con diferencia más alejada racialmente de mí.
               -Creí que tirarías hacia Jasmine.
               Volvió a centrar su atención en los folios que tenía desperdigados sobre la mesa, frente a ella. Se apartó un rizo, se lo colocó a la espalda, y dos le saltaron por la frente hasta depositarse hábilmente en la madera de la mesa. Bufó hacia arriba y los mechones volvieron a brincar.
               -Pues no.
               -Es lo lógico-insistió la rubia.
               -Sabrae es adoptada-informó Scott-. Por si mis rasgos pakistaníes no te habían dado una pista de que esos labios no los tiene mi gente.
               Diana abrió muchísimo los ojos.
               -¿En serio? Pero si… os parecéis… la nariz…-empezó, intentando unir las piezas de un puzzle que no iba a encajar de ninguna manera, no importaba lo que se esforzara.
               La gente se empeñaba en que los hermanos que se querían lo hacían por ser hijos de los mismos padres; porque uno había visto nacer a la otra. Puede que la sangre influyera, pero yo quería a Eleanor porque la había visto crecer, había crecido con ella, y, joder, porque era mi hermana.
               De la misma manera que Sabrae lo era de Scott, y se querían el uno al otro por mucho que se hicieran de rabiar (e incluso más que nosotros).
               En sus ojos verdes se veía la frustración.
               -Es coincidencia-explicó él, acariciándole los hombros a Sabrae, que había superado aquella época de su vida en la que se sentía incómoda cuando alguien sacaba a reducir el asunto de su familia biológica. No, no la conocía. No, no sabía si era la única superviviente de un incendio del que había salido sin una sola marca, o si la habían abandonado a la puerta del orfanato cuando apenas tenía unas horas de vida. Su vida no empezaba cuando el sol la veía por primera vez: lo hacía en el momento en que Sherezade entraba con Scott de la mano en el edificio donde iban a encontrarla, con Zayn siguiéndolos.
               Y Scott la miraría.
               Y se enamoraría de ella más rápido de lo que nunca se podría enamorar de otra chica.
               -¿No conoces a nadie que se parezca a otra persona, pero no tienen relación?
               Diana torció la boca.
               -Bueno…
               -A mi madre y su mejor amiga del instituto les preguntaron una vez que si eran hermanas. Porque “se parecían un montón”-Eleanor hizo el gesto de las comillas, sonriendo al recordar a nuestra falsa tía, a la que le había tocado la lotería y había podido montar un pequeño hotel en Islandia.
               -Y en todo caso…-prosiguió Sabrae, apartándose los rizos de la cara, mirando hacia arriba y asintiendo despacio-, decir que comparto sangre con este individuo es bastante insultante. ¿Te imaginas, S? Sería fea.
               -Ya lo eres. Precisamente por eso.
               -Tienes envidia porque a mí el bikini no me deja marcas.
               -No te dejará marcas, pero bailo mejor que tú-le dio una palmadita en la espalda y bufó; nos dijo que se iba a dar una ducha rápida y abandonó la estancia, dejándonos allí, con las hojas multiplicándose encima de la mesa.
               Eleanor  sacó la calculadora y yo supe que no iba a conseguir hacer otra cosa hasta que nos fuéramos a casa. Yo saqué biología.
               Diana, preguntas de nacidas directamente de su curiosidad.
               -Pero, ¿no te sientes un poco… triste?-se sentó al lado de Sabrae y le tocó la mano, mostrando una humanidad que habría hecho que Scott se cuestionara seriamente si mis besos tenían poderes mágicos y conseguían hacer milagros.
               -Tuve más suerte que todos vosotros. Con vosotros tuvieron que conformarse; a mí me eligieron-se bajó los auriculares y los rizos se le encabritaron aún más.
               -¿Por qué estabas allí?
               -Scott te mataría si supiera de este interrogatorio-anuncié yo, porque no podía concentrarme en las células eucariotas.
               -Puede defenderse sola-replicó Eleanor.
               -No me molesta-replicó Sabrae, a la vez-. No lo saben. Un día llamaron a la puerta y estaba en las escaleras. La típica historia del huérfano que aparece un día en el orfanato. Eso sí, tenía un papel en el que decía qué día y hora había nacido y qué nombre querían que me pusiera.
               -¿No es un poco egoísta? No hacerte cargo de un niño, pero imponerle tu voluntad.
               -Es sólo una palabra. No define qué eres. Lo defines tú.
               -Dile cuál era, Saab-sonreí yo. Diana me miró un segundo y luego volvió a centrar la atención en la chica.
               -Sherezade. ¿Te lo puedes creer? El nombre de mi madre. Cuando se enteraron pensaron que era el destino, o algo así. Scott se puso contentísimo, decía que sólo por eso ya tenía que irme con ellos.
               -Es un nombre bonito. De Las mil y una noches, ¿verdad?
               -Me gusta más el mío. Me lo pusieron mis padres-contestó, volviendo a encogerse de hombros.
               -Al menos tú no te llamas como una canción asquerosa.
               -Ya, bueno, Didi, a ti no te pusieron el nombre porque es gracioso cómo suena con tu apellido. Tommy Tomlinson. No me jodas-puse los ojos en blanco, cerré biología y me pasé a literatura universal.
               -Dime que te querían llamar Olivia, Eleanor-suplicó la americana, arrastrando sus cosas hacia sí. Se lo pensó mejor y dejó un sitio entre ella y Sabrae, pues la expansión de la Malik no hacía otra cosa que ir en aumento. Mi hermana negó con la cabeza y sonrió.
               Se le borró la sonrisa al volver a sus deberes.
               Estaba harto de hacer resúmenes de la literatura rusa del siglo XIX cuando volvió Scott, con el pelo aún húmedo del baño. Me dio un toque en la espalda; era la señal que estaba esperando para subir a ducharme y ser un tío nuevo.
               -Tólstoi me come los huevos-le informé, levantándome y empujando en su dirección los folios escritos. Él los examinó con ojo crítico.
               -Intenta no decirle eso a mi padre, ¿mm? Tienes una fecha mal.
               -Pues cópiala bien, y listo.
               -¿Has hecho biología?
               -Diana quiso ahondar en el pasado de tu hermana-Scott alzó las cejas, hizo sobresalir su labio inferior y miró a las chicas, como diciendo “¿en serio? ¿no tenéis nada mejor que hacer?”-. Voy a hacer geografía.
               -Ya me encargo yo de la fotosíntesis.
               Se sentó entre mi hermana y yo, sacó el inmenso libro de biología y se puso a ello mientras yo me encomendaba a los seres mitológicos del agua y dejaba que la lava demasiado líquida se llevase mis preocupaciones.
               Para cuando volví, Sabrae dibujaba animales con precisión milimétrica; puede que fuera por asimilación, pero tenía el talento de su padre y su hermano con el dibujo. Le daba forma y vida a un elefante coronado por flores geométricas, muy parecidas a las de las estatuas indias.
               Scott había acabado con las células fotosintéticas y se afanaba en copiar mis resúmenes de literatura universal.
               Siempre decíamos que teníamos que hacer cada uno nuestros deberes, pero al final del día dejábamos de engañarnos, nos repartíamos el trabajo y luego copiábamos lo que había hecho el otro. ¿Para qué quieres tener amigos si no es para que te ayuden con el instituto?
               Eleanor mordisqueaba la parte trasera de su lápiz; no había conseguido cuadrar los resultados de sus ecuaciones con las soluciones ni una sola vez.
               -A ver-dijo Diana, tendiendo la mano. Mi hermana le pasó la hoja, estudió un momento las operaciones y asintió despacio-. Está mal el planteamiento.
               -¿Qué?
               -El planteamiento. Está mal. No has tenido en cuenta los signos positivos y negativos.
               Eleanor se quedó callada. Scott echó un vistazo por encima de la mesa. Diana empujó la hoja en su dirección. Mi amigo se reclinó en el asiento y paseó la mirada por la escritura de Eleanor, que se angustiaba cada vez más y más.
               -Tiene razón-sentenció por fin Scott, sorprendido por las capacidades de la americana. Diana sonrió.
               -No soy rubia natural.
               -Nos habíamos dado cuenta-contestó mi amigo.
               -Dios, los tíos no os calláis nada, ¿no?-espetó Diana, pero se echó a reír.
               -En realidad-admitió Scott-, es más bien por tus padres. Noemí es morena. Harry, de pelo castaño. Tú no puedes ser rubia.
               -Me bajo el color varios tonos, gracias por tu interés.
               Eleanor intentó seguir adelante. Scott bufó al levantarse para encender la luz. Sabrae terminó el elefante y empezó la cabeza de un tigre que era parte animal, parte tótem.
               -Somos unos procrastinadores de mierda, Scott.
               -Prefiero que el fin del mundo me pille pasándomelo bien-iba a decir “con un buen par de tetas”, se le veía en la mirada, pero tanta mujer alrededor hacía que se controlase un pelín-, a que lo haga haciendo deberes. Llámame, no sé… persona normal.
               Eleanor suspiró, apartó de un manotazo sus apuntes y escondió la cara entre las manos.
               -Esto es imposible.
               -¿Quieres que te eche una mano?-se ofreció Scott, que era un pro de los números, aunque en los exámenes no rindiera tan bien.
               -Quiere que le eches otras cosas-contestó Sabrae, sonriendo a sus dibujos. Scott le lanzó una mirada envenenada, acercó su silla a la de mi hermana, organizó las hojas y miró lo que había escrito.
               -Vale, ¿qué pasa aquí?
               -No soy capaz de hacer las funciones.
               -¿Qué ejercicio estás haciendo?
               -El 53.
               -Joder, el 53. No te preocupes, a nosotros también nos costó. A ver-se inclinó para ver el enunciado, apuntó cuatro cosas en una hoja en blanco y se la acercó a mi hermana. Le fue dando indicaciones de lo que tenía que hacer, pero sin decirle claro qué era lo que le pedían que hiciera. Tenía que salir de ella.
               Diana no apartaba el ojo de ellos.
               Yo estaba demasiado ocupado escribiendo a toda velocidad como para preocuparme de que nunca los dos habían estado así de cerca ni se habían reído tanto el uno con el otro. Sí, se llevaban bien y se reían, pero nunca habían llegado al extremo al que llegaron esa tarde.
               -¿Cuánto te da, Scott?
               -32. ¿A ti?
               Eleanor se quedó callada.
               -1389-reconoció. Scott se la quedó mirando.
               -Me estás vacilando.
               -Con cinco.
               Sonó el teléfono mientras Scott le echaba un vistazo al ejercicio.
               -Al menos coincidís en que hay algún 3 por ahí suelto-animó Diana.
               -¿No te han enseñado a pasar las raíces a potencias?
               -No me acuerdo.
               -Con potencias es más fácil operar.
               Le hizo un croquis mientras yo terminaba con la poesía vanguardista y me ponía con los fenómenos climáticos de Europa del este. Y me pregunto, ¿qué me importa a mí Europa del este? ¿O el tiempo que haga? La Europa mediterránea, todavía. Pero, ¿Europa del este? Si allí no hay nada para hacer, aparte de morirse del asco.
               Sherezade se asomó a la puerta y preguntó qué queríamos de cenar. ¿Pizza estaba bien?
               Ya lo creo que la pizza está bien, mujer.
               -Diana, ¿te gusta la cuatro quesos?
               -Yo me adapto-dijo la chica, restándole importancia. No tenía cara de adaptarse, la verdad, pero sonrió cuando Sherezade llamó a las niñas para que fueran a ayudarla.
               Eleanor chilló de felicidad y le dio un beso a Scott (en la mejilla, porque aún conservaba un mínimo de vergüenza para comportarse frente a mí) cuando terminó el ejercicio. Él sonrió, complacido, y la animó a encararse al primer ejercicio mientras terminaba nuestras tareas…
               … o lo intentó, porque teníamos que  representar funciones con precisión milimétrica, y para eso necesitaba escuadra, cartabón, y compás.
               Aprovechó que Eleanor había subido al baño para revolver en su habitación durante casi 15 minutos, abriendo y cerrando cajones y cabreándose a cada momento que pasaba porque no encontraba lo que necesitábamos.
               Para cuando volvió, Eleanor ya había regresado. Tenía las mejillas sonrosadas y el ceño fruncido: hacer matemáticas agotaba psicológica y físicamente a cualquiera.
               -T, ¿no me habré dejado las cosas en tu casa?
               Revolví en la mochila hasta encontrar lo que necesitábamos. Sí, efectivamente, se las había dejado en mi casa; suerte que yo era un caracol y las arrastraba conmigo allá donde fuera.
               Diana cerró el libro que tenía entre manos con un sonoro golpe, recogió sus cosas, se levantó y se dirigió a la cocina, desde la que llevaban los gritos de las niñas mientras ayudaban a Sherezade a hacer la pizza.
               Me acarició de la que pasaba por detrás de mí y le sostuvo la mirada con desafío a Scott. Que tuviera educación y no fuera a putearlo abiertamente en su casa no significaba que no fuera a mantener una ligera hostilidad.
               Sabrae sonreía mientras dibujaba; de vez en cuando nos echaba vistazos a nosotros y nuestros ejercicios. No lo sentía en absoluto por nosotros, pobres infelices, que no aprovechábamos cada segundo en clase para acabar las tareas y tener el fin de semana libre.
               Terminó por seguir a la americana a la cocina; después de casi media hora, Eleanor también acabó sus deberes, apiló sus cosas, las metió en un bolso, le dio las gracias a Scott con otro beso (él sonrío, le encantaba que las chicas lo besaran, aunque fuera en la mejilla) y fue a reunirse con las demás mujeres.
               Mi amigo bufó en cuanto mi hermana nos dejó solos. Se reclinó en la silla y lamentó:
               -No me va a dar tiempo.
               -Termina mates. Yo copiaré tus resúmenes.
               -¿De veras, T?
               -Sí, pero acuérdate de leerlos para mañana, por si nos preguntan.
               El sol terminó de esconderse en el horizonte; la luna se hizo de rogar, pero acabó apareciendo. Shasha nos trajo a cada uno un par de trozos de pizza, dijo que Zayn estaba hasta los huevos de que Scott lo dejara todo para el último momento, que lo nuestro tenía que acabarse, le dio un bocado al trozo de Scott y esquivó por los pelos un bofetada de éste por tocar su comida.
               Ni siquiera pudimos disfrutar de la cena, tan ocupados que estábamos con terminar lo nuestro.
               -Estoy haciendo preguntas de más seguro-murmuró, mirando los apuntes y las cruces que indicaban lo que había que hacer. Negué con la cabeza.
               -El examen es pasado mañana.
               -Bestial-replicó-. ¿Cómo lo llevas?
               Solté una carcajada.
               -¿Y tú?
               Soltó otra.
               -Menos mal que sólo es la primera evaluación.
               -Hay que ponerse las pilas.
               -Sí.
               -Y tú, haz el favor de no ponerte nervioso en los exámenes. Con uno de los dos que suspenda, ya vale.
               Llegó al final del folio y dejó caer el boli.
               -¿Ya está?
               -Vaya por dios; se me han olvidado el resto de ejercicios en casa. Qué tragedia, tenía dudas con el penúltimo-sacudió la cabeza, sonriendo.
               -No va a colar.
               -Se los comió el perro.
               -No tienes perro.
               -Eso la de matemáticas no lo sabe.
               Me pasó la hoja con ejercicios y yo le entregué todo el trabajo que llevaba adelantado.
               -Tenemos que ir a sacarlos-espeté de repente, aprovechando que nadie podía oírnos. Scott frunció el ceño.
               -¿A quién?
               -Ya sabes a quién. Si los cazan dentro del instituto, hablarán. Y se nos caerá el pelo.
               -“Nos”, no: “me”. Tú no estabas allí-replicó.
               -Estás mal de la cabeza si piensas que voy a dejar que cargues con las culpas si nos cazan.
               -Es lo que voy a hacer, porque tú no estabas allí.
               -Es mi hermana, Scott.
               -Son mis puños, Thomas-zanjó, levantando la mirada y sacudiendo la cabeza-. Lo solucionaré.
               -¿Esto también?
               -Todo-asintió.
               Astrid entró en la cocina, preguntando si nos íbamos a quedar a dormir allí.
               -Estoy cansadaaaaaaaaa-se quejó, haciendo pucheros.
               -Termino esto y nos vamos-contesté, y se sentó donde antes había estado Sabrae, a destrozar sus obras maestras con sus diminutas manos.
               -¿Adónde vas tú también?-inquirió Zayn al ver que Scott salía con nosotros por la puerta. Mi amigo se encogió de hombros.
               -A acompañarlos.
               -Deja a Diana tranquila-se burló su padre. Pobrecito, pensaba que el que se la tiraba era Scott. Si supiera que las cosas eran un pelín más complicadas que eso…
               Diana lo miró, puso cara de asco y se aseguró de poner entre ella y Scott la mayor distancia posible. Eleanor llevaba la mochila de Astrid colgando del brazo; yo, a la pequeña, que se había quedado dormida sobre los dibujos de Sabrae, cargada en brazos. Me retrasaba un montón, pero no quería despertarla. Con la cantidad de cosas que tenía en la cabeza, no podía concebir cómo tener la cara de arrastrar a mi hermana a mi noche en vela. Que durmiera ella por los dos.
               Eleanor se mostró contrariada al ver que Scott se separaba de nosotros antes de lo previsto. Cuando le explicamos qué iba a hacer, se empeñó en acompañarlo.
               -¡No puedes ir solo! ¿Y si te hacen algo?
               -Están muy jodidos, El, tranquila. No van a tocarme.
               -Son siete a uno.
               -Son siete que no han comido ni bebido en un día, que tienen una pulmonía y llevan en la misma posición 24 horas. Yo he comido, he dormido, he bebido, y estoy más fresco que una lechuga.
               -Tommy, no dejes que vaya solo…
               -No seas plasta, Eleanor, se las apañará.
               Se quedó en la esquina que Scott había girado. Todos nos detuvimos. Astrid se revolvió entre mis brazos, acercó un poco más la cabeza hacia mi cuello, inspiró hondo y continuó soñando. Puede que hasta pensase que estaba en casa, de tantas veces que me había pedido siendo más pequeña poder dormir conmigo, porque el hombre del saco tenía una obsesión enfermiza con ella. Yo le hacía sitio entre la pared y mi cuerpo, la tapaba casi hasta las cejas, le daba un beso en la frente y la leía un cuento, mientras ella se acurrucaba contra mi pecho y observaba las ilustraciones del libro que siempre tenía a mano, por si las moscas.
               Hasta hacía poco, me reconfortaba pensando que era un buen hermano. Que hacía las cosas que tenía que hacer, y que, además, las hacía bien. Ash y Dan eran la prueba de eso.
               Eleanor, la razón de que estuviera pensando en pasado.
               -Eleanor. Vamos-ordené, pero ella no se movió. Scott también se detuvo, se dio la vuelta y volvió a adentrarse en la luz de la farola de la esquina. Le acarició la mejilla.
               -Venga, El. No me va a pasar nada. Soy como cinturón negro.
               -Eso es mentira-murmuró ella con un hilo de voz.
               -Iré contigo-se ofreció Diana, pero yo me eché a reír.
               -Papá y mamá me matan si aparezco sin ti. Creerán que te has escapado de vuelta a Nueva York. Además, joder, Scott puede manejar esto. Sólo es soltarlos y correr más rápido que ellos… lo cual no debería ser muy difícil.
               Scott y Eleanor se miraban a los ojos con una intimidad que hizo que se me estirara el estómago, como cuando vas en las montañas rusas y el coche empieza la caída de varios cientos de metros.
               -Avisaré a Jordan para que vaya conmigo si es lo que quieres.
               -Yo lo que no quiero es que vayas solo.
               -Vas a tener que esforzarte más para quedarte a solas conmigo, pequeña.
               Qué hijo de puta.
               Cómo se tiraba faroles.
               No había criatura más astuta que él.
               En el caso de que hubiera visto algo y hubiera sospechado que estaban demasiado unidos para ser ellos yo, habría disparado en la frente a esa posibilidad con aquella vacilada tan monumental.
               Se merecía que toda la población mundial se pusiera en pie y lo aplaudiera. Que contásemos nuestros años de acuerdo con su nacimiento, y no con el de Cristo.
               Mi hermana sonrió con tristeza. Cerró los ojos cuando Scott le dio un beso en la frente, diciéndole que era muy tierno que se preocupase así por él, y contempló con angustia cómo, después de asentir en mi dirección y yo asentir en la suya, diciéndonos sin palabras que en la vida nos condonaríamos las deudas de sangre que teníamos el uno con el otro, se alejó por la calle desierta.
               Le di un toquecito con el hombro en el que no estaba apoyada Astrid, y consiguió romper el hechizo. Nos miró un momento, volvió a mirar hacia la figura que casi no se distinguía, siendo ya más movimiento que otra cosa, y accedió a ir con nosotros.
               -Ojalá a Scott no le pase nada.
               -No te preocupes, mujer. Va con Jordan.
               -Todo es culpa mía.
               -Lo hace encantado.
               Suspiró de forma dramática, tanto, que Diana sonrió.
               -Pásame a Ash.
               Dejó la mochila en el suelo y extendió los brazos en dirección a nuestra hermana pequeña. Se la pasé con sumo cuidado, ella se la cargó al hombro, se aseguró de que la chiquilla estuviera bien agarrada en sueños a su cuello, pasó los brazos por debajo de sus piernas y echó a andar. No podía con ella. Se le veía. Pero necesitaba sentirse segura sabiendo que, aunque tuvieran que cuidar de ella, ella también podía cuidar de alguien.
               Diana me ayudó a colgarme la mochila al hombro, me sonrió, y caminó a mi lado, detrás de Eleanor, el trayecto que nos separaba de casa.
               Eleanor volvió a convertirse en el plato roto de por la mañana, peleando por poner una pierna tras otra mientras se empeñaba en cargar con el peso de nuestra hermana. Astrid se despertó, me miró confundida al ver que no era yo quien la cargaba, y se abrazó a Eleanor al recordar lo que pasaba. Eleanor le dio un beso.
               -Las cosas están yendo por buen camino, ¿no crees?
               De todas las cosas que podría haber dicho, pocas habrían sido tan acertadas. Estaba allí. Estaba bien. Estaba rota, pero no destrozada. Todavía podía sonreír, aunque la marcha de Scott le hubiera quitado las ganas de hacerlo durante un rato; la preocupación también era un sentimiento positivo, dependiendo de los casos. Era la forma de demostrar que algo nos importaba, por poco que fuera.
               Diana me miró. Yo miré a Diana. Me cogió la mano y me la apretó con un cariño que no me había demostrado hasta entonces. Sonrió débilmente. Se preocupaba por mí. Yo me preocupaba por ella.
               Nos importábamos más allá de nuestros cuerpos.
               Oh, sí, ya lo creo. Estoy desobedeciendo a papá y mamá, me juego el cuello cada vez que miro a Diana, probablemente esta tarde ella haga que me olvide hasta de cómo me llamo… pero sí, las cosas van por buen camino.
               Le devolví el apretón.

               Y del cielo empezaron a precipitarse las gotas de lluvia que el planeta llevaba años debiéndonos en aquella región.

12 comentarios:

  1. Valep, debo reconocer que empiezo a shippear un poco a Diana y TommyPERO SELEANOR OTP MAXIMA Y SUPREMA SIEMPRE

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  2. Tía, no me esperaba para nada lo de la adopción de Sabrae. En serio me has dejado flipando. En serio la amo muchísimo, no puedo decidir si ella es mi personaje favorito o Scott. Por un lado ella es una puta diva y si fuese una diosa yo sería su Mesías. Pero por otro lado Scott es demasiado para mi corazón, soy incapaz de no quererle y su personalidad me tiene embobada.
    Resumido todo un poco. Te odio.

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    1. Quiero ampliar muchísimo la diversidad del espectro de los personajes, y si te soy sincera a Sabrae me la imagino con unos rasgos totalmente diferentes al resto de su familia, y un día mientras esperaba a quedarme dormida me di cuenta de por qué.
      Poco a poco os iré contando el origen de los demás, que a los Tomlinson es fácil conocerlos, pero el resto son una caja de sorpresas que voy a ir abriendo poco a poco ♥

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  3. AMO A SCOTTTTTTTTTTTT

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  4. "Su vida no empezaba cuando el sol la veía por primera vez: lo hacía en el momento en que Sherezade entraba con Scott de la mano en el edificio donde iban a encontrarla, con Zayn siguiéndolos.Y Scott la miraría.Y se enamoraría de ella más rápido de lo que nunca se podría enamorar de otra chica." QUE BONITO JODER. ME TIENES ENAMORADA CON ESTE TIPO DE FRASES AINX

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    1. La suerte de estar inspirada en el momento en que tenías que estarlo Ü
      (eso, y que me gusta esta historia más que ninguna otra que haya escrito)
      <3

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  5. Ojalá existiera una triologia o un libro con esta historia, por mi pues escribir hasta el infinito y mas allá ♥️��

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  6. Eri sinceramente ya puedes empezar a escribir tu libro que yo pago por el

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