sábado, 16 de abril de 2016

Lo que pasa en las Vegas, se queda en las Vegas.

               Los astros se habían alineado para darme toda la suerte del universo. Cuando invité a Eleanor a pasar la noche conmigo, no había contado en el minúsculo detalle de que Sabrae ya estaba con nosotros, y que, por tanto, si decidía poner fin a la jornada a la vez que yo, tendríamos que retrasar nuestro revolcón nocturno.
               Por eso suspiré con alivio cuando me miró con el ceño fruncido al decirme que me iba a casa.
               -¿Tan pronto? Si hasta yo voy a dar una vuelta, Scott. No seas bebé-puso los ojos en blanco.
               -Cállate, Sabrae, estoy cansado y punto.
               Se limitó a encogerse de hombros y miró a Eleanor sin tan siquiera un mínimo rastro, una traza, de sospecha en los ojos.
               -¿Tú también te vas, El?
               Eleanor asintió. Tenía la mano muy cerca de la mía, casi me imaginé cómo entrelazaba sus dedos con los míos y confesaba lo que estábamos a punto de hacer. No sabía lo bien que podía funcionar bajo presión.
               O que ni siquiera había presión para ella.
               -Han sido un par de días muy intensos. Necesito descansar.
               -¿Son de fiar tus amigos, Scott?
               -Depende de qué les fíes. Diez libras, ni de coña-los chicos se echaron a reír, porque era la verdad: darles un billete para que lo sujetaran un momento equivalía a que se lo gastaran antes incluso de que terminaras de atarte los cordones de los zapatos-. Ahora, a una hermana…
               Me encogí de hombros, como si yo fuera de fiar.
               A ver, voy a cuidar bien a Eleanor. Otra cosa es dónde entendamos que están esos límites de “cuidar bien”.
               Estaba bastante seguro de que hacer no que íbamos a hacer esa noche estaba bastante más allá de aquellas fronteras. Pero no iba a dejar que le pasara nada; estaba a salvo conmigo.
               - Volveré cuando Tommy-sentenció, girándose sobre sus talones y echando a andar en dirección a la calle por la que solíamos dar una vuelta los sábados por la noche. La comitiva ya estaba bañada por la oscuridad cuando le advertí:
               -¡No des el coñazo!
               Sabrae sonrió por encima del hombro, como diciendo “pero si yo no lo doy nunca”.
               Eleanor echó a andar en dirección contraria, rehaciendo el camino del día anterior.
               -¿Vamos?-inquirió al ver que yo me quedaba allí clavado.
               Debería haberle dicho que no.
               Debería haber parado eso.
               Una vez podía ser un desliz. Hasta yo se lo perdonaría a Tommy si le ocurriera con Sabrae. Joder, mi hermana era preciosa.
               Pero dos ya era una falta de respeto. Era traicionar su confianza. Era jugar con los sentimientos de los dos, y eso era imperdonable. Un pecado capital.
               Debería haber aprendido alguna vez en mi vida a decirle que no a una chica, a pensar con la cabeza y no con la polla.
               Pero esa noche no iba a aprender. Me conocía demasiado bien.
               Y Eleanor era preciosa.
               Y de verdad que me apetecía mucho estar con ella.
               Y la respetaba y la trataría bien.
               No podía haber problema.
               Si eso era así, ¿por qué una minúscula parte de mí se encogió cuando me di la vuelta y la seguí?
               Recorrimos el trayecto casi en silencio, como dos desconocidos resignados a pasar la noche juntos. Parecíamos dos turistas de continentes distintos que coincidían en la parada del metro de su hotel, y, por un casual, se cambiaban de acera y esperaban en los mismos pasos de cebra para atravesar las manzanas hasta llegar al vestíbulo del edificio, y luego al pasillo, y luego a la habitación, en la que compartían techo por no poder permitirse nada para ellos solos.
               -He vuelto a dejarme la pecera-observó, detenida en un paso de cebra. Me eché a reír, y ella también.
               -¿Es una excusa para que nos quedemos solos?
               Puf, la distancia que nos separaba desde que habíamos nacido se disipó. Éramos amigos que viajaban juntos, se peleaban porque sus gustos turísticos no coincidían, y hacían el amor en baños y con las ventanas de la habitación abiertas, porque, ¿qué importaba que nadie los escuchara gritar el nombre del otro en un país donde nadie los conocía?
               Lo que pasaba en las Vegas, se quedaba en las Vegas.
               -Tal vez-susurró, dándole una patada a un guijarro.
               Y volví a ser el del baño, porque no estábamos haciendo nada malo. Los dos lo queríamos.
               -No necesitas excusas para estar conmigo, El-susurré contra su nariz, clavando mis ojos en los suyos. Me veía reflejado en sus inmensas pupilas de gacela; se distinguían las motitas verdes y doradas dentro de mis ojos.
               -Pero me vienen bien para que me acaricies como ayer-murmuró, poniéndose de puntillas, pidiendo que pusiera algo de mi parte. Acaricié mis labios con los suyos, y notamos la sonrisa del otro antes de verla esbozarse.
               -Esta noche te vas a hartar de que te acaricien-respondí, y se echó a reír suavemente.
               Iniciamos nuestra odisea particular deteniéndonos en cada esquina a besarnos. Para cuando llegamos a casa, estaba harto de decirle que la deseaba al oído, y de escucharla decir que ella a mí también.
               Recé mentalmente para que mis padres ya estuvieran acostados y poder besarla mientras subíamos las escaleras, y mientras abría muy despacio la puerta de mi habitación para no despertar a mis hermanos, y mientras entraba y tropezaba con uno de los mandos de la consola, y yo la agarraba de una forma que la habría hecho sonrojarse hacía dos días, y mientras se quitaba la ropa, se desnudaba ante mis ojos con la ayuda de mis manos, suspiraba mi nombre y órdenes de que no parara.
               -No voy a hacerlo, mi amor-anunciaría contra su cuello.
               Afinamos el oído cuando entramos en la casa. Todo estaba a oscuras, incluso la tele que me había recibido la noche anterior, cuando todo era diferente, frente a la cual se proyectaba la figura de Sabrae.
               Escaleras arriba, se escuchaban los ronquidos de mi padre.
               Mamá era una santa por no mandarlo a dormir a Francia.
               Nota mental: fumar es malo, niños.
               -He entrado poquísimas veces en tu habitación-comentó entre beso y beso.
               -¿Y cuántas te has desnudado allí dentro?
               -Deja de provocarme, aunque sea sólo durante dos segundos.
               -Es mi deporte favorito.
               Justo cuando íbamos a entrar, se dio la vuelta y capturó mi cara entre sus manos, como si quisiera escaparme. Vamos a ver, si quisiera irme, ya lo habría hecho el día anterior, antes de meter la pata hasta el fondo y probarla, y darme cuenta de lo deliciosa que era, de que no me iba a saciar tan fácilmente. Noté su sonrisa en mis labios; había pocas cosas más atractivas que una chica que sonreía mientras la besabas.
               Empujé despacio la manilla de la puerta, sin atreverme a hacer más ruido, no fuera a ser que la suerte eterna me diera la espalda (como me merecía) y el silencio entre ronquidos decidiera aliarse con nuestra respiración entrecortada.
               Finalmente, la puerta se abrió. Ningún chirrido. Nada. Éramos poco menos que fantasmas, aunque con físicos más que reales: mis manos en su cintura, las suyas en mi espalda, nuestras bocas que se negaban a dejar ir a la otra daban fe de ello.
               Cerré la puerta despacio, con el pie, y ella se apartó un momento, estudiando la decoración que muy pocas veces había podido admirar.
               -Cualquiera diría que eres tú por tu habitación.
               Me detuve.
               -¿Por qué?-se encogió de hombros, señalando los pósters de paisajes futuristas de los videojuegos por los que hacíamos cola Tommy y yo, las pequeñas piezas de cerámica (que sospechosamente tenían el tacto y la resistencia del plástico) de los lugares que habíamos visitado, los muebles y las fotos.
               -No sé, te pegaría más tener las típicas fotos de tías semidesnudas subidas a una moto.
               -Yo no soy un tío corriente-espeté, volviendo a su cuello, poniéndole el vello de punta.
               -Me he dado cuenta. ¿Cómo es lo que dijo Diana el día que le preguntaron cómo se mantenía así?
               Mira, la única frase en la que podía coincidir con la americana. Me di cuenta de que había dicho su nombre e invocado su presencia sólo para fastidiarme.
               -Yo no veo porno-recité, metiéndole las manos por debajo de la camiseta-, yo lo protagonizo.
               Tiró mi chaqueta al suelo igual que lo había hecho en el baño. Ni me molesté en recogerla, a pesar de que era, con diferencia, la mejor que tenía.
               Había que ir bien vestido cuando ibas a pegarte con alguien. Era una señal de respeto tanto hacia el otro (por muy hijo de puta que fuera) como hacia ti mismo. Demostraba que te tomabas las cosas que hacías en serio.
               Además, eso de ir con ropa vieja, como si vinieras de otra movida en la que te habían dado por todos lados, daba muy mala imagen de ti. El factor psicológico era muy importante.
               Casi tanto como el tener a Sabrae peleándose a tu lado.
               Me dirigió a la cama. De repente, era su habitación, su territorio, y yo era el invitado. Me senté al borde y ella se sentó encima de mí. Estábamos a centímetros, prácticamente milímetros, pero nos parecían kilómetros.
               Mis manos subieron de su rodilla hasta sus muslos, y de ahí más y más arriba. Ella siguió su recorrido.
               -Desnúdame tú, Scott.
               -Sigue diciendo mi nombre.
               -Scott. Scott. Scott-me lo regalaba con un beso. Llévese uno por el precio de dos. Le quité la chaqueta-. Scott-era el turno de su camiseta-.Scott-sus pantalones. Se inclinó para ayudarme a dejarla en ropa interior. Y yo seguía vestido, qué injusta era la vida.
               -Pon algo de  tu parte, nena.
               Me desnudó hasta quedar empatados. Fui besándole el hombro y bajándole los tirantes del sujetador. Sentía su expectación sobre mí, en el punto donde más la deseaba, donde más sabía que era ella.
               Llegué hasta el enganche del sujetador, y lo desabroché con una facilidad que hizo que se sonriera.
               -No puedo creer que estemos haciendo esto.
               -¿Por qué, mi vida?
               Ahora sí que estábamos empatados. Le besé los pechos. Me pegó contra sí.
               -Porque eres tú, y yo soy tan… no sé… tan poca cosa…
               -Nunca pienses que nadie está por encima de ti. Ni yo. Ni tu hermano. Nadie. ¿Está claro?-le aparté un mechón de pelo de la cara. Asintió despacio, pero no sólo con la cabeza, sino con todo su cuerpo.
               Con todo su cuerpo.
               No podía soportarlo más. Ni ella tampoco. Se incorporó apoyándose sobre sus rodillas y dejó atrás la última capa de ropa que le quedaba.
               -Desnúdame tú, El-sonreí. De verdad que no sé de dónde me salen estas ideas, simplemente, plop, aparecen ahí.
               Volvió a pasar su mano por mi pecho, por mi vientre, más abajo. Me iba a volver loco, lo juro por dios. Iba a perder la cabeza.
               Volvimos a ser un chico y una chica, sin nada que nos separara, sólo un trozo de goma minúsculo, por el que ninguno de los dos protestó.
               -Hagámoslo despacio-me pidió mientras me recostaba y se colocaba a horcajadas sobre mí.
               -Hoy mandas tú.
               -Como si me hicieras el amor.
               -Es que te voy a hacer el amor, Eleanor. Igual te sorprende, pero también sé.
               Se dejó caer muy despacio sobre mí, deleitándose en el proceso. Ya no importaba el fin, sino el viaje. Lo bueno de ir en avión es que puedes ver las nubes por debajo de ti, no que dos esquinas del mundo estén a horas de distancia.
               No pude parar de acariciarla, ni de fascinarme por cómo se movía, por cómo me movía yo, por cómo nos sincronizábamos. Casi no la reconocía, y me encanaba esa pequeña deidad medio experta, medio aficionada, que me rodeaba con su ser y me invitaba a su Olimpo particular.
               Nos movimos despacio, porque ya no teníamos prisa. Nos teníamos el uno al otro y con eso era bastante, no había necesidad de reivindicaciones absurdas ni de empujones para ver quién mandaba. Mandaba ella y mandaba yo. Los dos, juntos, a la vez, como iguales.
               Bebió de mí y yo bebí de ella por disfrutar de su sabor en el paladar, y no porque nos muriéramos de sed. La luna nos observaba a través de la ventana. Más tarde pensé que tal vez reprobara con qué felicidad traicionaba a mi mejor amigo.
               Envuelto en Eleanor, lo único que podía pensar era que nos tenía envidia por ser el centro del universo, y ella, una simple roca orbitando a millones y millones de kilómetros, condenada a ser testigo pero nunca a participar.
               Esta vez, me rompí yo antes que ella. Me besó en la boca y me pidió que no la abandonara. La miré a los ojos, y le pregunté si lo había hecho alguna vez.
               Negó despacio con la cabeza, sonriendo y suspirando mi nombre. Con cada suspiro, mataba a aquel bebé que había sostenido en brazos después de jurarle y perjurarle a Tommy que no dejaría que se cayera, que antes me moriría, porque valía más que mi vida y la suya juntos.
               Y yo era Julio César.
               Esperó paciente a que volviera a centrarme, dejó que la acariciara y me concentrara sólo en su cuerpo, hasta que pude continuar. Poco después, ella también se deshacía ante mí, suspirando mi nombre y dándome un beso en la boca que me supo a gloria.
               Me apeteció decirle que la quería, aunque fuera mentira, pero no exactamente. Sí que la quería. El problema era cómo. ¿La quería como compañera? ¿Como a una amiga? ¿O como a aquel bebé?
               Lejos de agotarme, necesitaba más de ella. Acabamos, pero no nos separamos. Seguimos besándonos, y respirando el aliento del otro, y disfrutando simplemente de nuestra compañía mutua.
               La quería como compañera, joder. No podía engañarme y obligarme a creer que me sentía un pederasta, porque el bebé había muerto y había nacido la mujer. No podía pensar ni por un segundo en ella como amiga, porque Tamika, Bey y las demás lo eran, y jamás en la vida se me habría pasado por la cabeza hacer lo que estaba haciendo con ellas.
               Pero era más que las chicas con las que me enrollaba en los baños de las discotecas, más de aquellas a las que acompañaba a casa o a los asientos traseros de su coche. A ellas no les arreglaba el pelo después de follar, y a Eleanor no paraba de apartarle mechones de la cara, tal vez por el simple egoísmo de que quería ver cómo se corría para mí.
               Por mí.
               Me encanta estar confundido.
               Creo que tengo problemas mentales.
               -Scott-murmuró, diez minutos después de haberla hecho mía y yo haberme convertido en suyo. Le acaricié la mejilla.
               -No me preguntes en qué nos convierte esto, porque no estoy preparado para pedirte ser tu novio.
               -No estás preparado para pedirme salir, pero sí para meterme la polla hasta, ¿no?-y se echó a reír, cortando el silencio de la noche, poniéndonos en peligro.
               No pudo importarme menos.
               Es evidente que tengo problemas mentales.
               -Gracias por cargarte el romanticismo del momento diciendo la palabra “polla”.
               -Seguro que te gusta que te digan cosas guarras.
               -Tú nos espías a tu hermano y a mí cuando hablamos de nuestras cosas, ¿verdad? Si no, es imposible que me conozcas tan bien.
               -Son 15 años.
               -Es una puta eternidad.
               Se quedó callada un momento, y me acarició la pierna con la suya.
               -A mí también me pone que me digan cosas guarras.
               Y los dos nos echamos a reír.
               Su dedo índice se encaprichó de mi labio inferior.
               -¿Qué estamos haciendo, El?
               Alzó las cejas.
               -Creía que lo sabías.
               Me obligué a mí mismo a no poner los ojos en blanco, pero como tengo una fuerza de voluntad de mierda, fracasé. Obviamente.
               -No vamos a poder repetir esto.
               -Hasta que yo vuelva a decir tu nombre.
               -No. más te vale no hacerlo delante de tu hermano. Después de esto… no voy a poder controlarme.
               -Que mire. Seguro que aprende algo para poner en práctica con nuestra prima.
               Siguió la línea de mi mandíbula con los dedos.
               -Me ha matado.
               -¿Eh?
               -Simon. Me ha matado. Estoy muerta. Estoy en el cielo. Por eso estamos aquí. Ni en un millón de años te habrías fijado en mí.
               -Me fijo en ti todos los días.
               -Ya sabes a qué me refiero. Ni en un millón de años habría acabado desnuda contigo, haciendo que movieras ni una mínima pestaña…
               -Deja de menospreciarte de esa manera, tía-me incorporé y la obligué a mirarme-. ¿Cuáles eran las posibilidades de que mi padre no le cerrara la puerta a mi madre en las narices en el segundo en que le dijo que estaba embarazada de mí?
               Se quedó callada.
               -Eleanor. Conociendo el historial de mi padre, ¿cuáles eran?
               -Tu madre es preciosa.
               -Eleanor.
               -Yo no podría compararme con ella.
               -Puedes compararte con quien desees compararte. La belleza es subjetiva, y alguien te considerará sin duda muchísimo más guapa que mi madre. Pero no me cambies de tema.
               -¿Tú lo haces?
               -Mi madre es mi madre, estoy programado genéticamente para considerarla la más guapa del mundo. Lo cual no quita de que no vea la belleza de las demás, y tú eres preciosa.
               Empezó a ponerse roja.
               -Para.
               -¿Cuáles eran?
               -Casi nulas.
               -Y aquí estoy. Y están casados. Fíjate. Soy el producto de un embarazo de penalti, y no habrían podido quererme más. A ti te buscaron. Yo soy un accidente. Por esa regla de tres, soy yo el que tiene suerte de estar a tu lado.
               -Tú no eres un accidente.
               -Sí que lo soy. Pero no pasa nada. Las mayores cosas se descubren por accidente. Imagínate que Newton no estuviera sentado bajo ese manzano. No habría descubierto la gravedad. Literalmente, la fuerza que lo sostiene todo. ¿Qué importa si le cayó la manzana en la cabeza y lo dejó atontado un par de minutos? ¿Qué importa lo que hiciera yo anteayer? Lo que importa es que ahora estamos aquí, tú y yo, los dos, juntos. Eres alguien completamente diferente de quien vas a ser mañana y de quien fuiste ayer. Y ni en un millón de años podrás repetir un día de forma idéntica al anterior.
               Se quedó callada un momento, frotándose la mejilla. Era lo mismo que hacía Tommy cuando pasaba la noche en mi casa, o yo en la suya, y lo pillaba con la guardia baja en plena noche con uno de mis pensamientos filosóficos de esos que dejarían a Sócrates en calzoncillos.
               -Simplemente… no puedo creerme cómo ha cambiado mi suerte. De estar en ese baño a estar aquí.
               -Yo sí que no me creo la suerte que tuve de que Diana estuviera hasta el culo y poder haberte escuchado. Imagínate que la hubiera sacado allí de los pelos. O que la hubiera dejado. Un minuto más, o un minuto menos, y no me habría podido perdonar en la vida lo que te habría pasado.
               Volví a tumbarme a su lado y dejé que jugara con mi pelo.
               -¿Por qué yo, Eleanor?
               Frunció el ceño.
               -Por qué tú, ¿qué?
               -De todos los chicos que hay en tu vida, ¿por qué me elegiste a mí?
               Me estudió un momento, eligiendo la respuesta entre el mar de pensamientos.
               -Porque estás ahí. Siempre estás ahí para Tommy. Y para mí. Y para Dan y Ash. Y tus hermanas. No sé cómo lo haces. Eres bueno. Y tampoco ayuda que seas guapo-sonrió-. ¿Y yo?
               Sonreí.
               -No lo sé.
               Ella también sonrió. Me habría dado una bofetada en cualquier otra situación, pero las endorfinas del sexo hacían maravillas.
               -Qué oportunidad más buena has perdido de quedar como un señor.
               -Lo he hecho, pero tú no lo sabes. A todas las demás las cazaba en cuanto las veía. A pesar de ser una zorra de cuidado, Ashley trataba bien a todo el mundo. Entendía que nadie le debía nada-puse los ojos en blanco-, aunque parece ser que ella tampoco le debía nada a nadie. Por eso de liarse con dos tíos a la vez, y que le jodan a tu novio, ¿no? Pero bueno-me acarició el pecho y me besó la mejilla-. No te preocupes. Voy a terapia. Lo estoy superando, poco a poco. Y las demás… estaban buenas. Me atraían. Pero tú…
               -Gracias.
               -A ver, Eleanor, creo que ya hemos dejado claro que eres guapa.
               Metió las manos debajo de la almohada.
               -Lo he notado. Por el polvo y tal.
               -Pues eso. Pero hay algo… no sé lo que es. Estoy confuso. Por primera vez en mi vida, no entiendo qué es lo que me pasa.
               -Oh, Scott.
               -Creo que es la forma que tienes de pronunciar mi nombre-asentí, decidido-. Va a ser eso.
               -Siempre lo he pronunciado igual.
               -Ya, pero ahora te estoy escuchando.
               -Scott-sonrió-. Scott, Scott, Scott.
               -Para, en serio, o le daré a Tommy una razón más para que me pegue un puñetazo.
               -Gánatelos. Scott. Scott. Scott.
               Me incorporé lo justo.
               -No vas a parar hasta que te dé lo que quieres, ¿no es así?
               Asintió, echando la manta a un lado y mostrándome su cuerpo desnudo.
               Mira, me voy a matar. En serio. Me va a doler menos.
               Tímidas y lanzadas a la vez. Son las peores. Si ves una así, corre. Te va a destrozar la vida.
               Y te va a encantar que te la destroce.
               Me eché encima de ella y juraría que incluso disfrutó más, porque estábamos más juntos, si cabe. Se contrajo enseguida bajo mi cuerpo, y me acarició y me dijo que estaba lista para no parar de sentirse afortunada a mi lado.
               Sus manos recorrieron mi cuello y subieron hasta mi boca. Llegaron a mi piercing cuando el cielo volvía a abrirse para mí. Me tapó la boca para que no hiciera más ruido.
               Volví a tumbarme a su lado y cerré los ojos un instante.
               Se inclinó hacia mí.
               -No quiero quedarme dormida y despertarme en mi cama yo sola.
               -Estás en mi casa. En mi cama. No te voy a dejar marchar.
               -Esto es demasiado bueno para no ser un sueño, S.
               -Ni en un millón de años me habría imaginado algo así, El. Duerme tranquila. Somos reales, que es más de lo que pueden decir muchos que se cogen de la mano en la cola del cine.
               Le acaricié la espalda, siguiendo el trayecto de su columna vertebral, y fui bajando y bajando hasta pasar por entre sus muslos. Los separó un poco, y me tomé mi tiempo recorriendo esa sección a la que no mucha gente había podido acceder. La besé en la frente y volví a subir por su cintura hasta su cuello.
               Para cuando la miré, ya dormía plácidamente, su pecho subiendo y bajando, acercándose y alejándose del mío.
               Era preciosa.
               Y era mía.
               Por una noche, sí. Pero mía, al fin y al cabo.
               Me quedé dormido, reconfortado con la presión de su cuerpo pegado al mío, dándole calor y a la vez robándomelo, como se supone que Hazel se enamoró de Augustus: primero, lentamente, y luego, todo a la vez.
              
No entendí por qué me sentía solo y vacío hasta que no recordé lo que había pasado esa noche. Es gracioso cómo, en ocasiones, tu corazón es más rápido que tu cerebro, y los sentimientos de los recuerdos llegan antes que los recuerdos en sí.
               Acaricié el lado de la cama en el que había estado ella, preguntándome si me la había jugado como yo lo hacía con las demás: echábamos un polvo, nos quedábamos hablando si nos apetecía, o si no, nada; y, finalmente, con un par de miradas, unos pantalones que subían apresurados y una camisa a medio abrochar, salía por la puerta de su habitación y desaparecía de sus vidas.
               Me sorprendí a mí mismo no queriendo correr la misma suerte que hacía que las demás corriesen por mí.
               Pero mis preocupaciones fueron en vano cuando levanté la mirada y me encontré con una sombra que no solía estar ahí, en la ventana redonda de la habitación, la que daba directamente hacia la ciudad, y desde la que podías ver medio Londres: el medio que era interesante.
               Se había tapado con una manta y sentado en el vano de la ventana, aprovechando el banco que había bajo ella para subirse. Le colgaba una pierna y la otra estaba doblada, en precario soporte de su posición. Observaba la ciudad como quien observa a su hijo jugar en casa por primera vez. Los párpados le pesaban, pero una sonrisa soñadora, llena de posibilidades, se había dibujado en su rostro.
               Ni siquiera lo pensé cuando me incorporé, me incliné hacia el escritorio y saqué un cuaderno y un bolígrafo. Eleanor me miró.
               -¿Te he despertado?
               -No.
               Asintió lentamente, la sonrisa un poco mayor. Me gustaba saber, o imaginarme, que se debía a mí.
               Yo también me tapé con la manta después de sentarme con las piernas cruzadas, coloqué el bloc despacio, y encendí la luz de la mesilla de noche. Los dos entrecerramos un poco los ojos, pero no dijimos nada. Sentíamos la magia palpitándonos por debajo de la piel.
               Me di cuenta tarde de que el bolígrafo era de color azul, y los dibujos en azul son horribles, pero el momento hizo que me dejara llevar.
               Cambió su posición y pasó a mirarme a mí, como si fuera lo más interesante de la habitación. Los tigres no miran a los niños que comen helado mientras permanecen al otro lado del cristal; miran a su propio reflejo, porque se saben hermosos.
               Gracias a Dios, yo ya había terminado la silueta de su cara recortada contra el Parlamento a lo lejos, y las constelaciones mínimamente más cerca, cuando centró su atención en mí.
               La manta se le iba deslizando poco a poco por los hombros, hasta dejar al descubierto sus pechos. Hizo ademán de subírsela.
               -No-le pedí, deteniéndome un segundo, jugándomela con las musas que, como comprobaría más tarde, estaban tan fascinadas con esa criatura como lo estaba yo-. Eres hermosa.
               Su sonrisa volvió a iluminarme la habitación. Mis manos volvieron a arrancar cicatrices azules del papel, sacando a la luz a base de sablazos de bolígrafo un dibujo que no superaría en mi vida. Podía dejar de dibujar en el momento en que lo terminase.
               Empezó a jugar con su pelo, impaciente por lo que me estaba llevando acabar el boceto.
               -Nunca te había visto tan concentrado.
               -Adoro dibujar-respondí yo. Capturó un mechón de pelo, que se deslizaba entre sus senos.
               -Eres un Malik-replicó, como si eso lo solucionara todo. Sí, casi por accidente, pero lo era. Hay cosas que te van en la sangre. Otras las aprendes. Y otras son, simplemente, el destino.
               Ya estaba acabado. Tomé aire, lo solté de golpe, me incorporé y fui hasta ella, que sostuvo el boceto a la luz de la luna, donde se lucía todavía más.
               Se incorporó un poco, y la manta se deslizó hasta dejar al descubierto su ombligo.
               -Es precioso-murmuró, y la magia no se fue, sino que aumentó como en una especie de canal inmenso. La besé en los labios. La manta terminó de deslizarse. Cuando quise darme cuenta, ya estaba entre sus piernas, y me acariciaba el cuello.
               -¿Scott?
               -¿Sí?
               -Te quiero-confesó, temiendo que me apartara de ella.
               -Y yo a ti-respondí, para su satisfacción. Le acaricié las piernas y la poseí muy despacio, sabiendo que era verdad. Puede que fuera precisamente eso lo que escapaba a mi comprensión. Tal vez no la quisiera como a una compañera. Pero tampoco la quería como a una hermana. Ni como a una amiga. Era algo más, algo latente en mí desde que la había cogido en brazos por primera vez, que se desbordaba como un vaso en el que no deja de caer agua: primero, puede manejarlo, pero luego, simplemente, no podía más.
               Era algo distinto, que me resultaba vagamente familiar. Estaba en sus ojos. En su sonrisa. En sus pechos. En sus caricias, sus suspiros, y su sabor a cereza.
               Me estaba enamorando de ella, y le debía la verdad. Si estaban desnudos nuestros cuerpos, bien podían estarlo nuestras almas.
               -Creo que me estoy enamorando de ti.
               -Nada me haría más feliz.
               Acabamos a la vez, ¿te lo puedes creer?
               Sólo me había pasado una vez en mi vida. Y no había sido haciendo el amor, sino follando más bien duro.

El portazo de rigor del domingo por la mañana. Era como si le dieran la vuelta al colchón y me tirasen al suelo mientras apretaban una bocina en mi oído, todo a la vez.
               Me levanté de un brinco; Eleanor me enseñaba su espalda (tenía lunares, vaya, ¿desde cuándo tenía lunares? No los tenía el verano pasado, cuando íbamos a la playa. Joder, pero si forman una constelación… ¿Es Sagitario?), tumbada boca abajo, sin percatarse de nada.
               Vivir con Ash y Dan te hacía inmune a los ruidos de mi casa. Al lado de la suya, en la mía te despertaba la Sinfónica de Viena.
               Y más ahora, con gente viviendo tanto a los lados como encima.
               Le toqué el hombro, pero no se movió.
               -El. El. El.
               Le di la vuelta, y me di cuenta (porque tengo ojos en la cara, soy hombre y soy heterosexual) de que estaba desnuda.
               A ti todo te parece poco, ¿eh, Scott?
               Aunque estaba físicamente agotado de la noche anterior (y eso que tampoco me había esmerado como otras veces en lo que a ejercicio se refería), psicológicamente estaba como si hubiera dormido una semana entera de un tirón.
               ¿Y quién manda, el cerebro, o el cuerpo?
               Pues eso.
               Abrió los ojos muy despacio, tomando conciencia de dónde estaba. Alcé las cejas.
               -Te adoro, criatura, y sabes que odio hacer estas cosas, pero tienes que irte.
               -Tú también te has dado cuenta, ¿no?
               Se incorporó, recogió su ropa del suelo y empezó a vestirse, mientras yo luchaba por ser una buena persona y no el Scott de siempre.
               Los hábitos son poderosos, especialmente los malos, y enseguida la atraje hacia mí y empecé a besarle el vientre. Al principio se resistió, pero finalmente acabó rindiéndose y dejándome besarla.
               -Van a pillarnos.
               -Sí.
               -Esto está mal.
               -Sí.
               -Debería irme.
               -Sí.
               Ninguno de los dos hizo amago de alejarse del otro.
               Finalmente, me acarició la cabeza como a un perrito que se está poniendo pesado y que no te deja ir a trabajar el primer día.
               -Si quieres repetirlo, sólo tienes que pedirlo.
               Me eché a reír.
               -¡SABRAE! ¡DEJA A TU HERMANO DORMIR! ¡SABRAE!
               Eleanor se puso mi camiseta a toda velocidad, se tiró en la cama y se tapó con la sábana.
               Recé a Alá, a Dios, a Yahvé, a Buda y a todos los dioses que conocía porque mi hermana fuera la que abriese la puerta, y no mi madre.
               No me puedo creer la suerte que tengo, tío. Y luego no me sale ningún ejercicio de matemáticas en el examen, cuando controlo de números un montón. Me descojono del universo casi tanto como él se descojona de mí en el instituto.
               Sabrae abrió mucho los ojos, cerró la puerta y alzó las cejas.
               -Qué fijación tenéis todas con mi hermano.
               -Joder, Saab-Eleanor se quitó mi camiseta (pude controlarme, por eso de que estaba mi hermana pequeña delante, y tal), y empezó a vestirse a una velocidad de vértigo. Casi hasta me cabreó. Lo hacía muy bien. Y muy rápido. Más que yo.
               Seguro que se le había olvidado contarme un par de cosas.
               Sabrae se cruzó de brazos, con los rizos aún alborotados y la sonrisa de quien se sabe reina de una situación. Lo mirara por donde lo mirara, en sus manos estaba joderme o impedir que mis padres me abrieran la cabeza.
               El momento que llevaba toda la vida esperando.
               -Sabrae, échame un cable, se supone que papá y mamá se quedaban en el centro.
               -Se suponen muchas cosas en esta casa. Como que yo no me iba a despertar antes que tú-se echó a reír.
               -Sabrae.
               -50 pavos-se cruzó de brazos y puso su típica cara de hacer negocios.
               -Sabrae.
               -Que sean 100.
               -Vete a la puta mierda.
               -Tú mismo-abrió la puerta y sacó la cabeza, cogió aire y soltó-: ¡MAM…!
               En mi vida corrí tan rápido como cuando fui a taparle la boca. La metí dentro de la habitación, cerré la puerta y tuve que controlarme para no darle una bofetada.
               -¿ERES TONTA? CIERRA EL PICO.
               -Vístete, Scott, por el amor de dios. Me gusta comer, ¿sabes? Ugh, se me está revolviendo el desayuno.
               Eleanor se reía por lo bajo.
               Chad era el más listo de todos. Los tíos no puteábamos después de los polvos como lo hacían ellas. Nos corríamos y a dormir. Los únicos problemas que podíamos dar era romper el condón y dejar a alguna embarazada.
               Ellas, en cambio, se juntan sólo para hacerte la vida imposible.
               -¿Dónde está papá?
               -Abajo. Corrigiendo.
               -Tienes que hacer que se vaya.
               -Sí, y tú conseguir que no parezca que le has echado 4 polvos a Eleanor, que es exactamente la pinta que tiene ella. ¿Quieres que te traiga desmaquillante, El?
               -Estaría bien.
               Sabrae asintió con una sonrisa de suficiencia y se fue sin decir palabra. El se sentó en la cama, al lado de donde yo me había dejado caer.
               -Me lo he pasado genial-dije por fin, porque siempre empezaba a hablar ella, y no era justo. Sonrió.
               -Yo también.
               Nos miramos en silencio.
               -No podemos ponernos a tontear ahora.
               -No sería lo más sabio, no.
               Otro silencio, que no era nada incómodo, lo cual era raro.
               Iba a volver a romperlo ella, pero la puerta se abrió, y, en lugar de los rizos de Sabrae, se materializó en la puerta la melena negra y casi lisa de Shasha.
               Sonrió.
               -¿Es que no hay nada sagrado para ti, Scott? ¿Qué va a pensar de esto Tommy?
               -¿No tienes ningunos dibujos chinos que ver?
               -¡Son animes! ¡Y son coreanos!
               -¡Que te pires, plasta!
               Dio un portazo.
               -¡ESO, ECHA LA CASA ABAJO!
               -¡GILIPOLLAS! ¡HAZ ALGO CON TU VIDA!
               -TIENES 12 AÑOS, NIÑA, NO TE CREAS QUE PUEDES DECIRME LO QUE PUEDO O NO HACER.
               -¡NIÑAS! ¡SCOTT!-otra vez el “niñas, Scott” de papá-, ¡DEJADME VIVIR TRANQUILO AUNQUE SEA UN DOMINGO!
               -¡ES ÉL!
               -¡SON ELLAS! MUCHO PATRIARCADO Y MUCHA HISTORIA, PERO YO AQUÍ VIVO OPRIMIDO TOTALMENTE.
               Sabrae entró descojonándose. Igual que Eleanor. Sólo por ese numerito ya no querría irse. Y a ver cómo le explicábamos a Tommy qué hacía en mi casa.
               -Tendría que haberos ahogados a todas en la cuna cuando se me presentó la ocasión-musité, poniéndome unos pantalones de chándal y peleándome con una camiseta.
               -Te estás intentando meter la cabeza por uno de los agujeros para los brazos.
               -Sabrae, en serio, no me toques los…oh, es verdad. Gracias.
               Nuestros teléfonos vibraron al unísono. Era Shasha. Ya tenía entretenido a papá.
               -Operación Sacar a Eleanor de casa en marcha.
               Eleanor se volvió, nos sonrió a ambos y se dirigió a la puerta.
               -Pero acompáñala a la calle. Sé un hombre, por una vez en tu vida-espetó Sabrae, fingiéndose ofendidísima.
               Qué cruz de familia, señor. Tuve que ser Hitler en la otra vida para merecer este sufrimiento constante.
               Los tres enfilamos por las escaleras, comprobamos que efectivamente Shasha tuviera entretenido a papá (“Que me vuelvas a poner la configuración a inglés, niña, que como en dos minutos siga con las letras japonesas te quedas sin teléfono una semana”), corrimos hacia la puerta y nos detuvimos en el vestíbulo.
               -¿Lo llevas todo, El?
               Asintió con la cabeza, se apartó el pelo de la cara y se terminó de frotar el ojo. Ahora parecía incluso más joven. Por dios, era preciosa.
               Joder, ¿qué había hecho?
               -Dile adiós como es debido, Romeo-Sabrae me dio un codazo y abrazó rápidamente a El, como si el contacto le resutlara incómodo, pero no demasiado.
               Eleanor me miró.
               Yo la miré a ella.
               Miramos los dos a nuestra espalda.
               Di un paso y la besé en los labios.
               -Qué hermoso-comentó Sabrae, comiendo palomitas de maíz compuestas de aire.
               -Te voy a matar como no te calles.
               -¿Nos vemos hoy?
               -No sé. Mañana fijo.
               -Porque vais al mismo instituto, y tal.
               -Por dios, Sabrae.
               -Tengo ganas.
               -Esto es mejor que una novela.
               -Te voy a hundir en la miseria, Sabrae.
               -No vayas fardando por ahí, ¿vale, Scott?
               -No puede, vive de eso.
               -Duerme con un ojo abierto esta noche, puta cría. Te juro por dios que no vas a volver a ver otro amanecer.
               -Sabrae…-sonrió Eleanor. Saab alzó las manos.
               -Sororidad. Lo capto. Acaba con él, hermana-y se fue, dejándonos solos un momento. Eleanor se me quedó mirando.
               -Lo hace sólo por fastidiar.
               -Pues lo consigue.
               -No deberíais dejarnos. Ése es vuestro problema. No tenéis aguante.
               Pegué mi frente a la suya.
               -¿Qué estamos haciendo, El?
               -Cometer errores, ¿no? estamos en la edad.
               Se puso de puntillas y me dio un beso en los labios.
               -Venga, duerme. Tommy dijo ayer que esta tarde teníais partido.
               -Tengo yo la cabeza como para partidos.
               Volvió a darme un beso.
               -Prométeme que, aunque salga por esta puerta, esta noche no se va a perder en el olvido.
               -Te va a hacer falta más que cruzar una puerta para que me olvide de lo de hoy.
               Se echó a reír, asintió despacio, le acaricié la mano y se decidió a marcharse.
               Sabrae esperaba sentada al revés en una silla de la cocina.
               -Y yo que pensaba que no se te daba mejor que meter la polla, y resulta que eres experto metiendo la pata.
               -No me calientes, Sabrae.
               -Te calientas solo. Ése es tu problema.
               Se levantó con habilidad y se marchó, dejándome solo con mi rabia en el salón.
               Fue entonces cuando me fijé en mamá, que, desde el jardín, tenía una visión perfecta del vestíbulo.
               Me la quedé mirando.
               Y me sonrió.
               En mi mente se formó una única palabra.
               Mierda.

Tommy. 


Estaba en el cielo.
               No, mejor que en el cielo.
               Lo primero que me vino a la cabeza fue la imagen de Diana cabreándose porque no la avisé de cuándo iba a correrme.
               -No pienso tragarme tu mierda, ¿estamos?
               Me dio una bofetada y se fue a vomitar, para luego echar un polvo de esos de te-quiero-pero-te-odio-muchísimo de los que hacen que te quedes sin respiración, con la cabeza alborotada, sin creerse lo que acababa de conseguir.
               -Te toca a ti-ordenó, exigente, y se sorprendió al ver que obedecía sin rechistar, bajando por su pecho, llegando hasta sus muslos y deteniéndome para besarla y devolverle el favor. Se retorció, susurró mi nombre, clavó las uñas en las sábanas y gimió. Tampoco me avisó, pero a mí era más fácil apartarme que a ella.
               -No vamos a acostarnos, Diana-se burló de mí, imitando mi tono de voz varias octavas más grave, cuando insinuó que, mientras Scott, Sabrae y Eleanor se iban a rendir cuentas, nosotros podíamos pasarnos por mi casa y echar una cana al aire. Bueno, canas, no; todavía no las teníamos.
               Pero algo por el estilo.
               -¿Quién dice que lo que vamos a hacer vaya a ser en una cama? Funcionamos bien en los sofás-me había respondido ella, jugando con el colgante que llevaba puesto y que le caía justo donde empezaría su canalillo, invisible bajo el jersey de color canela que no hacía más que ensalzarle la figura, y que era, en sí, una pancarta de su profesión. Me pasó una mano por el brazo, y tuve que recordarme que Chad estaba a punto de volver, que se llevaba bien con Niall y seguro que le comentaría, casi de pasada, sin darle importancia, la química que teníamos la americana y yo, y Niall, cuya fama de bocazas atravesaba la frontera quince minutos antes de que él siquiera pusiera un pie en el vehículo con el que iba a cruzarla, haría que papá me matase por desobedecerlo en un abrir y cerrar de ojos.
               Una diminuta parte de mí consiguió mantener la calma.
               A veces, le debemos todo a las pequeñas partes de nosotros.
               Es por eso que negué muy despacio con la cabeza, justo en el momento en que Chad volvía del baño y se dejaba caer en el sofá. Diana se volvió hacia él, decidida a castigarme por mi indiferencia y a ponerse a día con el irlandés.
               Ofreciéndome unas vistas de su culo que no hubiera podido pagar ni con la fortuna de mi familia.
               Y había pasado por todo eso sin que mis padres se enteraran, porque, para cuando habían terminado de aparcar el coche, los dos habíamos corrido escaleras abajo y nos habíamos dejado caer en el sofá, cada uno en un extremo, a ver el final de una película que ni siquiera sabíamos cómo se titulaba.
               Mamá entró riéndose por lo bajo, pero se sorprendió de que hubiéramos llegado tan pronto.
               -¿Ya en casa?
               -Estábamos cansados.
               Diana asintió, con párpados que pesaban toneladas. Qué buena actriz era.
               -¿Y tu hermana…?-aventuró papá, bostezando y mirando a mamá de soslayo, que se estaba quitando la chaqueta. Desearía encontrar a alguien a quien mirar como él miraba a mi madre, incluso después de todo ese tiempo pasado.
               -Se ha quedado con Sabrae. Y Scott. Él tenía cosas que hacer.
               -Y tanto-bufó Diana, poniendo los ojos en blanco un segundo. Así, garantizaba que yo la viese, pero no que lo hicieran mis padres.
               -Están en buenas manos.
               Oh, joder, ninguno de nosotros sabía hasta qué punto estaba Eleanor en buenas manos estando con Scott.
               Me incorporé, preguntándome si la americana estaría despierta, y salí de la cama con energías renovadas. Para cuando estaba terminando de bajar las escaleras, Eleanor entraba por la puerta, con la ropa del día anterior y sonriendo como el pobre vagabundo al que le acaba de tocar la lotería.
               -Qué bien te sienta la venganza, hermana.
               -No lo sabes tú bien-respondió, dándome un beso en la mejilla (¿a qué coño viene este cariño matutino tan repentino? ¿Por qué no me manda a la mierda?), aumentando el tamaño de su sonrisa y atusándose el pelo.
               Cualquiera diría que se disponía a salir al escenario de un concurso de belleza, y aspiraba a ser Miss Simpatía.
               -¿Qué tal anoche?
               -Genial. No te lo creerías. Sabrae estuvo increíble. Y Scott… buah. Una pasada.
               -¿Salió muy mal parado?
               -Se las apañó muy bien. Sabrae casi lo mata. Al gilipollas, no a Scott. Pero en el buen sentido-¿cómo podías matar alguien “en el buen sentido”?- Todos flipamos. Pero que te lo cuente él.
               Subió dando brincos las escaleras.
               Me entristeció pensar por qué estaba así pero, a la vez, me alegró verla con energías renovadas.
               Diana tecleaba a toda velocidad en su móvil; se había levantado antes que yo. Alzó la cabeza, me dedicó un somero “buenos días, inglés” y volvió a centrar la atención en la pantalla del teléfono.
               Tampoco iba a pedirle que me recibiera con un beso en la flor, pero estaría bien que no fuera tan bipolar.
               Eso de comerle la polla a alguien y al día siguiente saludarlo como a un perro callejero no me parecía muy normal, que digamos.
               Papá ni siquiera me miró cuando entré en la cocina, demasiado ocupado en prepararle el desayuno a mi madre. Me senté en la mesa y disfruté del olor a huevos con beicon que impregnaba el aire.
               -Hola, eh, niño-espetó papá, sonriéndome a pesar de su tono duro. Asentí con la cabeza.
               -Huele bien.
               -Tom, mira, todos los domingos tenemos la misma historia. ¿Quieres?-me ofreció, acercándome la sartén, en la que crepitaba el beicon.
               -Sí.
               -Pues te toca esperar a que se levante tu madre.
               Era una especie de recompensa porque ella se levantaba cada mañana mucho antes de lo que necesitaría para prepararnos el desayuno; a veces, incluso papá se aprovechaba de ello.
               Luego, ella volvía a la cama, pero el daño de tener que levantarse y desvelarse durante una hora o así ya estaba hecho.
               Eso sí, después de llevar a Dan y Ash al colegio.
               Luego, se acostaba y, al despertarse, le tocaba comer sola (cosa que detestaba, pero no le quedaba otra) para empezar a hacer las tareas después.
               -¿Quién va a cocinar?-pregunté. Papá se encogió de hombros.
               -Todavía no he hablado con ella de eso.
               -Voy a ir a ver a Scott.
               -Ya me lo imaginaba.
               -¿Lo traigo a comer?
               -Si quiere venir, está en su casa-respondió, volviendo a encogerse de hombros y colocándome el desayuno en un plato. Me revolvió el pelo y se sentó a observar cómo comía. A la mierda lo de esperar a mamá. Que lo hiciera él, que para algo se había casado con ella.
               -Diana os ha jodido el bajar a Londres a principios de mes, ¿verdad?
               -No importa-replicó, pero sí que le importaba perderse el único fin de semana del año en que nos dejaban solos en casa (porque yo era digno de confianza) y se pasaban el día entero metidos en la cama del piso del centro.
               Haciendo cosas que resultan evidentes.
               Pero que nunca comentábamos.
               Me llevaba bien con papá. A veces. Pero era mi padre. Eso, siempre. Y hay cosas que no puedes contar. Por eso de que tienes que seguir comiendo, y tal.
               Los domingos por la mañana no había quien le sacara conversación, pero yo me las apañé para que me contara lo que había hablado con Niall el día anterior, mientras salían los cinco juntos (pero no los cinco originales, o sea, tres originales y dos añadidas por el sacramento del matrimonio, que en el caso del de Sherezade y Zayn no era sacramento): había conseguido reunir dinero para un campo de golf, y estaba ilusionadísimo con los planos. Por fin podría jugar al golf en una zona que conociera a la perfección.
               Ah, y estaba el disco.
               -Dios, es más pesado con el puñetero disco-papá se frotó la cara, sus tatuajes brillaron un momento, reflejando la luz del sol, pasando a ser un instante de color blanco, y no negro-. Está empeñado en que escribamos una canción los cinco juntos otra vez. Pero si nos costó un mes terminarla cuando éramos jóvenes y no teníamos nada que hacer, ¿qué vamos a sacar ahora, Thomas? ¿Me lo puedes decir tú?
               -Yo de esas cosas no entiendo-dije, encogiéndome de hombros y dando un sorbo de zumo-. Podríais intentar un estribillo, por lo menos.
               -Tuvimos la misma bronca cuando Zayn se marchó. Tenía razón, no podíamos escribir desde de la perspectiva de cinco personas, pero a Niall se la suda, “hay que resucitar a la banda, aunque sea para una canción”-puso los ojos en blanco-. Seguro que tú te morirías de vergüenza.
               -Si resisto cuando se oye Live While We’re Young en la radio, creo que sobreviviré. Se echó a reír.
               -Las tenemos peores.
               -Dime dos.
               -Diana discreparía contigo.
               Haber nacido chico en el ámbito de dominio del grupo había sido una bendición. No había ninguna canción con nombre de tío (porque la representación del colectivo homosexual y derivados era guay en su época, pero no lo suficiente como para colar letras no heteronormativas), con lo que mi salud mental estaba a salvo, así como mi integridad personal: nadie podía cantarme una canción mientras iba por el pasillo como le hacían a Diana.
               Y yo no tenía que fingir que me hacía muchísima gracia, como tenía que hacer ella para que no la molestasen más.
               -Esta tarde vamos a bajar con Dan al centro. Te quedas a cargo de la casa y tus hermanas hasta que volvamos-me dejó caer cuando estaba saliendo por la puerta, ya cambiado de ropa y a punto de echar a correr para no perder ni un segundo más en pedirle a Scott que me contara los detalles del día anterior.
               -Hoy tengo partido-protesté.
               -Menuda catástrofe, Tommy, creo que tendrás que posponer tu presentación ante los ojeadores de la NBA.
               Mi madre tenía la lengua larguísima. Soltaba una contestación antes incluso de pensarla. Yo era igual, pero conseguí contenerme y morderme la lengua justo cuando el “vete a la mierda” me alcanzaba la cara interna de los dientes.
               No dije nada, pero lo dije todo con el portazo enfurecido de rigor. Parezco Eleanor, pensé. Sacudí la cabeza y eché a correr, no me fuera a costar cara mi muestra de rebeldía.
               Me tuvieron esperando un buen rato en la puerta de la calle hasta que finalmente Sabrae consiguió abrirme.
               -Los guantes-explicó, alzando las dos manoplas de boxeo gigantes con las que entrenaba muy de vez en cuando. Se fue sacudiendo las caderas; era la manera que tenía de caminar.
               Todos en la casa eran súper sexuales, incluso sin pretenderlo. Seguramente, de los cuatro en los que observabas el comportamiento (Shasha y Duna eran todavía demasiado pequeñas para desarrollar semejantes actitudes), Scott era el que más conseguía controlarlo.
               -¿Durmiendo?-pregunté, siguiéndola a través de la casa hasta llegar a las escaleras. Asintió, soltándose la melena y volviendo a anudarla en unas trenzas que tenían que hacerle daño de lo apretadas que estaban. Por narices.
               -Ha sido una noche intensa-comentó, sonriendo con malicia.
               -Eleanor me lo ha contado-repliqué-. No sabíamos que pudieras hacer eso, Saab.
               -El primero en flipar fue Scott, y eso que vive conmigo. No fue nada. Un entrenamiento. No me han visto del todo cabreada.
               -¿Les hiciste un corte, según me dijo El?
               -Sólo a Simon. Le dibujé una sonrisita en la cara, para que le haga gracia ver lo gilipollas que es cada vez que se mire en el espejo. Un poco como en el Joker de Heath Ledger, ya sabes-le dio un puñetazo al saco que colgaba al sol.
               -Gracias.
               Me sonrió con calidez.
               -Fue un placer.
               -Lo digo en serio, Saab.
               -Oh, y yo también. Para la próxima vez que tengáis bronca, llamadme. Me… espabiló bastante.
               -A mí también se me hace más fácil ponerme cachondo después de pelearme, si es a lo que te refieres.
               Exageró un suspiro.
               -Creía que me estaba volviendo una enferma.
               Shasha se materializó de la nada y se sentó en una esterilla de yoga en el césped. Sabrae puso los ojos en blanco.
               -Vete a meditar a otro sitio, tía, estoy descargando tensión.
               -Si meditaras más a menudo, no necesitarías romper cosas para aliviar la rabia interna-espetó Sabrae, escaneándola con la mirada y colocándose los auriculares-. Hola, T. Scott está durmiendo. ¿Vas a hacernos compañía o a putearlo?
               -Quédate con nosotras, Tommy, a ver si tú consigues flotar.
               -¿No te cansa ser tan envidiosa? No todo el mundo puede dejar la mente en blanco. Es un talento innato.
               -¿Qué vas a dejar tú en blanco, si tienes la cabeza vacía? Mira cómo suena, por favor, Shasha.
               Aproveché que empezaron a gritarse y se olvidaron de mí para colarme en la habitación de Scott, en penumbra debido a la ventana de la parte superior de la pared contraria a la puerta. Él se había tapado hasta las cejas y roncaba suavemente.
               Subí las persianas, y di una palmada, pero no hizo efecto. Dormía como un tronco. Podrías pasarle por encima con un camión de los que llevan coches al concesionario para que los vendan, y lo único que conseguirías sería hacer que protestara un poco en sueños, se diera la vuelta y suspirara trágicamente.
               -Scott. Scott. ¡Scott!
               Meneó la mano un poco, mandándome callar desde el séptimo sueño.
               Salté encima de la cama y dio un bote. Se me quedó mirando con expresión de sorpresa.
               -¿Estás mal de la puta cabeza? ¡Déjame dormir!
               -Hay que levantarse.
               -¿Qué putísima hora es?
               -Las doce y media.
               -Oh dios mío, vete a la putísima mierda. ¿No tienes que ir a misa?
               -Mis padres se largan toda la tarde.
               Volvió a darse la vuelta y me miró largo y tendido, decidiendo si estaba mintiendo o no.
               -Siempre sabes cómo calentarme, hijo de puta… pásame la camiseta.
               La recogí del suelo, hice una bola y se la tiré. Le aterrizó en plena cara.
               Susurró algo en árabe, pero me había enseñado lo suficiente como para saber cómo se decía “tu” “puta” y “vida”.
               -Tienes mucho que contarme. Y yo a ti. Empezaré yo.
               Si me dieran una libra por cada vez que puso los ojos en blanco cuando le mencionaba a Diana, habría podido dejar a la reina sin joyas. Le di buena cuenta de todo lo que había hecho la noche anterior, mientras estaba ausente, tanto cuando me quedé solo con Diana como cuando llegó Chad, o las chicas, y nos emborrachamos y recibimos a los demás y comprobé con desilusión que había acompañado a Eleanor a casa, y que sólo Sabrae podía dar la visión femenina de la pelea que me había perdido tan desgraciadamente.
               Él asentía con la cabeza, medio escuchando medio deseando que me callara de una vez, y se sacó un plato de coliflor rehogada con pescado de la nevera. Lo metió medio minuto en el microondas, sacó un tenedor y empezó a comérselo directamente del recipiente de plástico en el que estaba metido.
               Adoro a Scott, de veras, lo quiero con locura y es mi hermano mayor de distinta madre, pero se me revolvían las tripas cada vez que lo veía desayunar cuando tenía sueño. Cuando volvíamos de fin de año era una odisea, porque a él no le bastaban los típicos bollos con chocolate caliente: tenía que comerse un bistec, se lo pedía el cuerpo.
               Bey decía que era el castigo que el universo le imponía por tener tanta suerte ligando.
               Yo creía, simplemente, que no era normal en ese sentido. Nada de castigos cósmicos ni gilipolleces de ese calibre. Tenía problemas mentales y se merecía, y necesitaba, nuestro apoyo incondicional.
               No interrumpí mi monólogo sobre nuestro paseo a casa por ese acto repulsivo, pero sí me callé cuando Duna se metió en la cocina dando brincos, abrió la nevera y sacó una botella de Pepsi.
               -¿Adónde vas con eso?-espetó Scott, frunciendo el ceño y dejando el tenedor un momento entre el trozo de coliflor con el que se estaba peleando y pan de ayer. Porque, sí, Scott también comía pan de ayer.
               Tenía que hacerlo todo a lo grande.
               -Tengo sed.
               -Pues bebe agua. Ya sabes que mamá no quiere que tomes eso por las mañanas.
               Duna farfulló algo (en árabe), Scott le contestó (en árabe), ella le gritó algo (en árabe) y Scott le dio una voz todavía más fuerte (también en árabe). Ella dejó la botella con rabia en la puerta de la nevera y se fue corriendo, sin cerrarla siquiera.
               La cerré yo con el pie mientras Scott ponía los ojos en blanco.
               -La madre que la parió, yo no sé por qué he salido tan dócil, mira los animales de compañía que tengo por hermanas… y tú tienes a Dan y Ash, que son unos santos, si es que de verdad, menos mal que Diana es gilipollas, que si no tu vida sería perfecta…-gruñó.
               Y se levantó y sacó la botella de Pepsi y un par de vasos.
               -Scott, tío, por favor.
               -¿Me peleé ayer por tu hermana? ¿Estoy cansadísimo? ¿Me merezco comer tranquilo? ¿Comer lo que me apetezca?
               Omitió el detalle de que estaba cansado no por la pelea, sino por follarse a mi hermana de todas las maneras posibles.
               Lo cual le agradecí, sin saberlo.
               -Pues, bueno, hablando de Diana, llegamos a casa y estábamos solos y…
               -Estoy comiendo.
               Me quedé callado y nos miramos en silencio. Bufó, se preguntó por qué le pasaban a él estas cosas, apartó un poco el recipiente y me invitó a continuar. Escuchó con paciencia todo lo que le conté; vomitaba las palabras más que bilis cuando nos íbamos de borrachera y nos daban garrafón. Apoyó la cabeza en la mano y me miró mientras hablaba; se echó a reír cuando le dije lo de correrme.
               -Habría pagado para estar ahí, vaya que sí. ¿Qué cara puso?
               -Me dio una bofetada.
               -Si es que sois tal para cual, coño.
               Sonrió con orgullo cuando le hablé de mi venganza oral (“Nadie se marca un francés como un inglés”, sentenció, asintiendo con la cabeza mientras le contaba cómo se retorcía entre mis brazos y susurraba mi nombre), y celebró el fin de mi discurso memorable terminándose el pescado.
               Tiró a la basura el contenido de éste y revolvió en la nevera hasta encontrar un yogur que no le resultara vomitivo después de semejante manjar.
               -¿Quieres algo?
               -Acabo de comer.
               -Qué barato nos sales-bromeó, sentándose de nuevo, frotándose la cara y atacando su yogur. Se deleitó en mantenerme en suspense cual Hitchcock.
               -¿Y bien? ¿Tú no tienes nada que contarme?
               -Tengo una vida bastante aburrida,  pesar del apellido que llevo con tanto estilo.
               -Eleanor me dijo que estuviste genial anoche.
               Detuvo la cuchara en el aire.
               -¿Eso te dijo?
               -Y que tenías mucho que contarme.
               De no haber estado eufórico por la noche anterior y porque todas las cosas volvían a su cauce, habría notado el minúsculo cambio en su tono de piel: se puso pálido. Tomó aire (pensé que era un gesto teatral, pero en realidad lo hacía para tranquilizarse y ganar tiempo) y me explicó con bastante detalle lo que había sucedido cuando nos despedimos: cómo se colaron en la residencia, lo de la chica a la que conocían nuestras hermanas a modo de mensajera del infierno, la pelea monumental y cómo creyó, sinceramente, que Sabrae saldría del gimnasio siendo una asesina.
               -¿Y Eleanor? ¿Qué tal?
              -Súper bien.
              ¿Se refería a repartiendo leches, abriéndose de piernas, las dos cosas o una tercera?

14 comentarios:

  1. Me he meado viva con la última parte. Me he imaginado la cara de Scott pensando que Tommy sabía todo y me he empezado a reir sola lol. Adoro a Eleanor y Scott, enserio.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo también!!!!!!!!!!! son mi nueva otp quién coño es Logemma yo no los conozco

      Eliminar
  2. "Puede que fuera precisamente eso lo que escapaba a mi comprensión. Tal vez no la quisiera como a una compañera. Pero tampoco la quería como a una hermana. Ni como a una amiga. Era algo más, algo latente en mí desde que la había cogido en brazos por primera vez, que se desbordaba como un vaso en el que no deja de caer agua: primero, puede manejarlo, pero luego, simplemente, no podía más.Era algo distinto, que me resultaba vagamente familiar. Estaba en sus ojos. En su sonrisa. En sus pechos. En sus caricias, sus suspiros, y su sabor a cereza.
    Me estaba enamorando de ella, y le debía la verdad. Si estaban desnudos nuestros cuerpos, bien podían estarlo nuestras almas.
    -Creo que me estoy enamorando de ti."
    MI PUTISIMA VIDA. M I P U T A V I D A
    CREO QUE NO HABIA LEIDO ALGO ASI DE BONITO DESDE HACIA UN SIGLO.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ahora sólo puedo anunciar que dejo la novela para poder retirarme con elegancia porque en mi puta vida voy a superar esos párrafos.
      Pero como me encanta quedar mal, voy a seguirla ♥

      Eliminar
  3. (vuelvo a fangirlear) ME CAGO EN TODO LO QUE SE MUEVE, EN LOS INDIOS PEQUEÑITOS Y EN LAS NINFAS DE LOS BOSQUES! En serio, ME ENCANTA SCOTT, SCOTT PRESIDENTE(?) Todas necesitamos un Scott en nuestra vida! Y me E N C A N T A lo suyo con Eleanor *emoji cara con ojos de corazon*!! hay que encontrarles un nombre conjunto...
    Estoy DESEANDO ver la reaccion de Tommy cuando se entere de todo lo que anda su hermano de otra madre hahahahahaha!!

    Y Diana y Tommy bien, pero definitivamente, Scott&El son la power-couple de esta historia asik por favoooor, no nos dejes con ganas.

    (P.S.: Lo de capitulo cada 4 dias no se podra prolongar durante lo que quede de historia no? Porque yo pagaria por leer!)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. "no nos dejes con ganas" UY OLATZ NO TE PREOCUPES SI YO CASI ESTOY MÁS ANSIOSA QUE VOSOTRAS POR ELLOS DE VERDAD JAJAJAJAJAJAJAJAJA

      Bueno bueno si quieres hablamos de negocios por Twitter que todo se puede solucionar con unos duros eh ;)

      Eliminar
  4. AMÉN A LO ULTIMO QUE HA DICHO OLATZ. Pagaria porque subieras cada cuatro días, pero todo tenemos una vida asi que �� Adoro a Scott y Eleanor, son tan shippeables que casi muerto de un atque de diabetes durante todo el capitulo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Mis mds están abiertos si queréis hablar de negocios JAJAJAJAJAJA.
      Y en cuanto a lo de la diabetes, dios, te entiendo; lo único que me falta es soñar con ellos dos

      Eliminar
  5. Protect Scott Malik at all costs. Con eso lo digo todo vaya.

    ResponderEliminar
  6. "Tal vez no la quisiera como a una compañera. Pero tampoco la quería como a una hermana. Ni como a una amiga. Era algo más, algo latente en mí desde que la había cogido en brazos por primera vez, que se desbordaba como un vaso en el que no deja de caer agua: primero, puede manejarlo, pero luego, simplemente, no podía más.
    Era algo distinto, que me resultaba vagamente familiar. Estaba en sus ojos. En su sonrisa. En sus pechos. En sus caricias, sus suspiros, y su sabor a cereza.
    Me estaba enamorando de ella, y le debía la verdad. Si estaban desnudos nuestros cuerpos, bien podían estarlo nuestras almas.
    -Creo que me estoy enamorando de ti."

    IGUAL NO ME HA DADO UN ICTUS O LO QUE SEA Y TE ESTOY ESCRIBIENDO DESDE NO SÉ DONDE. SCOTT ES D I O S. Y ME HE MEADO CON EL FINAL, TE LO JURO.
    PD: el día que dejes de escribir, me mato jejej

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. DIOS NO SABÉIS CÓMO ME ALEGRO DE QUE OS HAYA GUSTADO ESE PÁRRAFO TANTO COMO A MÍ
      Bueno, sólo por tu salud y tu vida, no lo dejaré en un tiempo :3

      Eliminar
  7. Te agradecería profundamente que dejaras de asesinarme con cada párrafo bonito.




    (Pero te agradecería más que los siguieras escribiendo♥)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. "¿Ves esto? ¿Lo ves? ¿Lo ves? Yo no porque estoy muerta, y AHORA TE VOY A MATAR A TI"♥

      Eliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤