Los astros se habían alineado para darme toda la
suerte del universo. Cuando invité a Eleanor a pasar la noche
conmigo, no había contado en el minúsculo detalle de que Sabrae ya estaba con
nosotros, y que, por tanto, si decidía poner fin a la jornada a la vez que yo,
tendríamos que retrasar nuestro revolcón nocturno.
Por eso suspiré con alivio cuando me miró con el ceño
fruncido al decirme que me iba a casa.
-¿Tan pronto? Si hasta yo voy a dar una vuelta, Scott. No seas bebé-puso los ojos en
blanco.
-Cállate, Sabrae, estoy cansado y punto.
Se limitó a encogerse de hombros y miró a Eleanor sin
tan siquiera un mínimo rastro, una traza, de sospecha en los ojos.
-¿Tú también te vas, El?
Eleanor asintió. Tenía la mano muy cerca de la mía,
casi me imaginé cómo entrelazaba sus dedos con los míos y confesaba lo que
estábamos a punto de hacer. No sabía lo bien que podía funcionar bajo presión.
O que ni siquiera había presión para ella.
-Han sido un par de días muy intensos. Necesito
descansar.
-¿Son de fiar tus amigos, Scott?
-Depende de qué les fíes. Diez libras, ni de coña-los
chicos se echaron a reír, porque era la verdad: darles un billete para que lo
sujetaran un momento equivalía a que se lo gastaran antes incluso de que
terminaras de atarte los cordones de los zapatos-. Ahora, a una hermana…
Me encogí de hombros, como si yo fuera de fiar.
A ver, voy a cuidar
bien a Eleanor. Otra cosa es dónde entendamos que están esos límites de “cuidar
bien”.
Estaba bastante
seguro de que hacer no que íbamos a hacer esa noche estaba bastante más allá de
aquellas fronteras. Pero no iba a dejar que le pasara nada; estaba a salvo
conmigo.
- Volveré cuando Tommy-sentenció, girándose sobre sus
talones y echando a andar en dirección a la calle por la que solíamos dar una
vuelta los sábados por la noche. La comitiva ya estaba bañada por la oscuridad
cuando le advertí:
-¡No des el coñazo!
Sabrae sonrió por encima del hombro, como diciendo
“pero si yo no lo doy nunca”.
Eleanor echó a andar en dirección contraria,
rehaciendo el camino del día anterior.
-¿Vamos?-inquirió al ver que yo me quedaba allí
clavado.
Debería haberle dicho que no.
Debería haber parado eso.
Una vez podía ser un desliz. Hasta yo se lo perdonaría
a Tommy si le ocurriera con Sabrae. Joder, mi hermana era preciosa.
Pero dos ya era una falta de respeto. Era traicionar
su confianza. Era jugar con los sentimientos de los dos, y eso era
imperdonable. Un pecado capital.
Debería haber aprendido alguna vez en mi vida a
decirle que no a una chica, a pensar con la cabeza y no con la polla.
Pero esa noche no iba a aprender. Me conocía demasiado
bien.
Y Eleanor era preciosa.
Y de verdad que me apetecía mucho estar con ella.
Y la respetaba y la trataría bien.
No podía haber problema.
Si eso era así, ¿por qué una minúscula parte de mí se
encogió cuando me di la vuelta y la seguí?
Recorrimos el trayecto casi en silencio, como dos
desconocidos resignados a pasar la noche juntos. Parecíamos dos turistas de
continentes distintos que coincidían en la parada del metro de su hotel, y, por
un casual, se cambiaban de acera y esperaban en los mismos pasos de cebra para atravesar
las manzanas hasta llegar al vestíbulo del edificio, y luego al pasillo, y
luego a la habitación, en la que compartían techo por no poder permitirse nada
para ellos solos.
-He vuelto a dejarme la pecera-observó, detenida en un
paso de cebra. Me eché a reír, y ella también.
-¿Es una excusa para que nos quedemos solos?
Puf, la distancia que nos separaba desde que habíamos
nacido se disipó. Éramos amigos que viajaban juntos, se peleaban porque sus
gustos turísticos no coincidían, y hacían el amor en baños y con las ventanas
de la habitación abiertas, porque, ¿qué importaba que nadie los escuchara
gritar el nombre del otro en un país donde nadie los conocía?
Lo que pasaba en las Vegas, se quedaba en las Vegas.
-Tal vez-susurró, dándole una patada a un guijarro.
Y volví a ser el del baño, porque no estábamos
haciendo nada malo. Los dos lo queríamos.
-No necesitas excusas para estar conmigo, El-susurré
contra su nariz, clavando mis ojos en los suyos. Me veía reflejado en sus
inmensas pupilas de gacela; se distinguían las motitas verdes y doradas dentro
de mis ojos.
-Pero me vienen bien para que me acaricies como
ayer-murmuró, poniéndose de puntillas, pidiendo que pusiera algo de mi parte.
Acaricié mis labios con los suyos, y notamos la sonrisa del otro antes de verla
esbozarse.
-Esta noche te vas a hartar de que te
acaricien-respondí, y se echó a reír suavemente.
Iniciamos nuestra odisea particular deteniéndonos en
cada esquina a besarnos. Para cuando llegamos a casa, estaba harto de decirle
que la deseaba al oído, y de escucharla decir que ella a mí también.
Recé mentalmente para que mis padres ya estuvieran
acostados y poder besarla mientras subíamos las escaleras, y mientras abría muy
despacio la puerta de mi habitación para no despertar a mis hermanos, y
mientras entraba y tropezaba con uno de los mandos de la consola, y yo la
agarraba de una forma que la habría hecho sonrojarse hacía dos días, y mientras
se quitaba la ropa, se desnudaba ante mis ojos con la ayuda de mis manos,
suspiraba mi nombre y órdenes de que no parara.
-No voy a hacerlo, mi amor-anunciaría contra su
cuello.
Afinamos el oído cuando entramos en la casa. Todo
estaba a oscuras, incluso la tele que me había recibido la noche anterior,
cuando todo era diferente, frente a la cual se proyectaba la figura de Sabrae.
Escaleras arriba, se escuchaban los ronquidos de mi
padre.
Mamá era una santa por no mandarlo a dormir a Francia.
Nota mental: fumar es malo, niños.
-He entrado poquísimas veces en tu habitación-comentó
entre beso y beso.
-¿Y cuántas te has desnudado allí dentro?
-Deja de provocarme, aunque sea sólo durante dos
segundos.
-Es mi deporte favorito.
Justo cuando íbamos a entrar, se dio la vuelta y
capturó mi cara entre sus manos, como si quisiera escaparme. Vamos a ver, si
quisiera irme, ya lo habría hecho el día anterior, antes de meter la pata hasta
el fondo y probarla, y darme cuenta de lo deliciosa que era, de que no me iba a
saciar tan fácilmente. Noté su sonrisa en mis labios; había pocas cosas más
atractivas que una chica que sonreía mientras la besabas.
Empujé despacio la manilla de la puerta, sin atreverme
a hacer más ruido, no fuera a ser que la suerte eterna me diera la espalda
(como me merecía) y el silencio entre ronquidos decidiera aliarse con nuestra
respiración entrecortada.
Finalmente, la puerta se abrió. Ningún chirrido. Nada.
Éramos poco menos que fantasmas, aunque con físicos más que reales: mis manos
en su cintura, las suyas en mi espalda, nuestras bocas que se negaban a dejar
ir a la otra daban fe de ello.
Cerré la puerta despacio, con el pie, y ella se apartó
un momento, estudiando la decoración que muy pocas veces había podido admirar.
-Cualquiera diría que eres tú por tu habitación.
Me detuve.
-¿Por qué?-se encogió de hombros, señalando los pósters
de paisajes futuristas de los videojuegos por los que hacíamos cola Tommy y yo,
las pequeñas piezas de cerámica (que sospechosamente tenían el tacto y la
resistencia del plástico) de los lugares que habíamos visitado, los muebles y
las fotos.
-No sé, te pegaría más tener las típicas fotos de tías
semidesnudas subidas a una moto.
-Yo no soy un tío corriente-espeté, volviendo a su
cuello, poniéndole el vello de punta.
-Me he dado cuenta. ¿Cómo es lo que dijo Diana el día
que le preguntaron cómo se mantenía así?
Mira, la única frase en la que podía coincidir con la
americana. Me di cuenta de que había dicho su nombre e invocado su presencia
sólo para fastidiarme.
-Yo no veo porno-recité, metiéndole las manos por
debajo de la camiseta-, yo lo protagonizo.
Tiró mi chaqueta al suelo igual que lo había hecho en
el baño. Ni me molesté en recogerla, a pesar de que era, con diferencia, la
mejor que tenía.
Había que ir bien vestido cuando ibas a pegarte con
alguien. Era una señal de respeto tanto hacia el otro (por muy hijo de puta que
fuera) como hacia ti mismo. Demostraba que te tomabas las cosas que hacías en
serio.
Además, eso de ir con ropa vieja, como si vinieras de
otra movida en la que te habían dado por todos lados, daba muy mala imagen de
ti. El factor psicológico era muy importante.
Casi tanto como el tener a Sabrae peleándose a tu
lado.
Me dirigió a la cama. De repente, era su habitación,
su territorio, y yo era el invitado. Me senté al borde y ella se sentó encima
de mí. Estábamos a centímetros, prácticamente milímetros, pero nos parecían
kilómetros.
Mis manos subieron de su rodilla hasta sus muslos, y
de ahí más y más arriba. Ella siguió su recorrido.
-Desnúdame tú, Scott.
-Sigue diciendo mi nombre.
-Scott. Scott. Scott-me lo regalaba con un beso.
Llévese uno por el precio de dos. Le quité la chaqueta-. Scott-era el turno de
su camiseta-.Scott-sus pantalones. Se inclinó para ayudarme a dejarla en ropa
interior. Y yo seguía vestido, qué injusta era la vida.
-Pon algo de tu
parte, nena.
Me desnudó hasta quedar empatados. Fui besándole el
hombro y bajándole los tirantes del sujetador. Sentía su expectación sobre mí,
en el punto donde más la deseaba, donde más sabía que era ella.
Llegué hasta el enganche del sujetador, y lo
desabroché con una facilidad que hizo que se sonriera.
-No puedo creer que estemos haciendo esto.
-¿Por qué, mi vida?
Ahora sí que estábamos empatados. Le besé los pechos.
Me pegó contra sí.
-Porque eres tú, y yo soy tan… no sé… tan poca cosa…
-Nunca pienses que nadie está por encima de ti. Ni yo.
Ni tu hermano. Nadie. ¿Está claro?-le aparté un mechón de pelo de la cara.
Asintió despacio, pero no sólo con la cabeza, sino con todo su cuerpo.
Con todo su
cuerpo.
No podía soportarlo más. Ni ella tampoco. Se incorporó
apoyándose sobre sus rodillas y dejó atrás la última capa de ropa que le
quedaba.
-Desnúdame tú, El-sonreí. De verdad que no sé de dónde
me salen estas ideas, simplemente, plop,
aparecen ahí.
Volvió a pasar su mano por mi pecho, por mi vientre,
más abajo. Me iba a volver loco, lo juro por dios. Iba a perder la cabeza.
Volvimos a ser un chico y una chica, sin nada que nos
separara, sólo un trozo de goma minúsculo, por el que ninguno de los dos
protestó.
-Hagámoslo despacio-me pidió mientras me recostaba y
se colocaba a horcajadas sobre mí.
-Hoy mandas tú.
-Como si me hicieras el amor.
-Es que te voy a
hacer el amor, Eleanor. Igual te sorprende, pero también sé.
Se dejó caer muy despacio sobre mí, deleitándose en el
proceso. Ya no importaba el fin, sino el viaje. Lo bueno de ir en avión es que
puedes ver las nubes por debajo de ti, no que dos esquinas del mundo estén a
horas de distancia.
No pude parar de acariciarla, ni de fascinarme por
cómo se movía, por cómo me movía yo, por cómo nos sincronizábamos. Casi no la
reconocía, y me encanaba esa pequeña deidad medio experta, medio aficionada,
que me rodeaba con su ser y me invitaba a su Olimpo particular.
Nos movimos despacio, porque ya no teníamos prisa. Nos
teníamos el uno al otro y con eso era bastante, no había necesidad de
reivindicaciones absurdas ni de empujones para ver quién mandaba. Mandaba ella
y mandaba yo. Los dos, juntos, a la vez, como iguales.
Bebió de mí y yo bebí de ella por disfrutar de su
sabor en el paladar, y no porque nos muriéramos de sed. La luna nos observaba a
través de la ventana. Más tarde pensé que tal vez reprobara con qué felicidad
traicionaba a mi mejor amigo.
Envuelto en Eleanor, lo único que podía pensar era que
nos tenía envidia por ser el centro del universo, y ella, una simple roca
orbitando a millones y millones de kilómetros, condenada a ser testigo pero
nunca a participar.
Esta vez, me rompí yo antes que ella. Me besó en la
boca y me pidió que no la abandonara. La miré a los ojos, y le pregunté si lo
había hecho alguna vez.
Negó despacio con la cabeza, sonriendo y suspirando mi
nombre. Con cada suspiro, mataba a aquel bebé que había sostenido en brazos
después de jurarle y perjurarle a Tommy que no dejaría que se cayera, que antes
me moriría, porque valía más que mi vida y la suya juntos.
Y yo era Julio César.
Esperó paciente a que volviera a centrarme, dejó que
la acariciara y me concentrara sólo en su cuerpo, hasta que pude continuar.
Poco después, ella también se deshacía ante mí, suspirando mi nombre y dándome
un beso en la boca que me supo a gloria.
Me apeteció decirle que la quería, aunque fuera
mentira, pero no exactamente. Sí que la quería. El problema era cómo. ¿La
quería como compañera? ¿Como a una amiga? ¿O como a aquel bebé?
Lejos de agotarme, necesitaba más de ella. Acabamos,
pero no nos separamos. Seguimos besándonos, y respirando el aliento del otro, y
disfrutando simplemente de nuestra compañía mutua.
La quería como compañera, joder. No podía engañarme y
obligarme a creer que me sentía un pederasta, porque el bebé había muerto y
había nacido la mujer. No podía pensar ni por un segundo en ella como amiga,
porque Tamika, Bey y las demás lo eran, y jamás en la vida se me habría pasado
por la cabeza hacer lo que estaba haciendo con ellas.
Pero era más que las chicas con las que me enrollaba
en los baños de las discotecas, más de aquellas a las que acompañaba a casa o a
los asientos traseros de su coche. A ellas no les arreglaba el pelo después de
follar, y a Eleanor no paraba de apartarle mechones de la cara, tal vez por el
simple egoísmo de que quería ver cómo se corría para mí.
Por mí.
Me encanta estar confundido.
Creo que tengo problemas mentales.
-Scott-murmuró, diez minutos después de haberla hecho
mía y yo haberme convertido en suyo. Le acaricié la mejilla.
-No me preguntes en qué nos convierte esto, porque no
estoy preparado para pedirte ser tu novio.
-No estás preparado para pedirme salir, pero sí para
meterme la polla hasta, ¿no?-y se echó a reír, cortando el silencio de la noche,
poniéndonos en peligro.
No pudo importarme menos.
Es evidente que tengo problemas mentales.
-Gracias por cargarte el romanticismo del momento
diciendo la palabra “polla”.
-Seguro que te gusta que te digan cosas guarras.
-Tú nos espías a tu hermano y a mí cuando hablamos de
nuestras cosas, ¿verdad? Si no, es imposible que me conozcas tan bien.
-Son 15 años.
-Es una puta eternidad.
Se quedó callada un momento, y me acarició la pierna
con la suya.
-A mí también me pone que me digan cosas guarras.
Y los dos nos echamos a reír.
Su dedo índice se encaprichó de mi labio inferior.
-¿Qué estamos haciendo, El?
Alzó las cejas.
-Creía que lo sabías.
Me obligué a mí mismo a no poner los ojos en blanco,
pero como tengo una fuerza de voluntad de mierda, fracasé. Obviamente.
-No vamos a poder repetir esto.
-Hasta que yo vuelva a decir tu nombre.
-No. más te vale no hacerlo delante de tu hermano.
Después de esto… no voy a poder controlarme.
-Que mire. Seguro que aprende algo para poner en
práctica con nuestra prima.
Siguió la línea de mi mandíbula con los dedos.
-Me ha matado.
-¿Eh?
-Simon. Me ha matado. Estoy muerta. Estoy en el cielo.
Por eso estamos aquí. Ni en un millón de años te habrías fijado en mí.
-Me fijo en ti todos los días.
-Ya sabes a qué me refiero. Ni en un millón de años
habría acabado desnuda contigo, haciendo que movieras ni una mínima pestaña…
-Deja de menospreciarte de esa manera, tía-me
incorporé y la obligué a mirarme-. ¿Cuáles eran las posibilidades de que mi
padre no le cerrara la puerta a mi madre en las narices en el segundo en que le
dijo que estaba embarazada de mí?
Se quedó callada.
-Eleanor. Conociendo el historial de mi padre, ¿cuáles
eran?
-Tu madre es preciosa.
-Eleanor.
-Yo no podría compararme con ella.
-Puedes compararte con quien desees compararte. La
belleza es subjetiva, y alguien te considerará sin duda muchísimo más guapa que
mi madre. Pero no me cambies de tema.
-¿Tú lo haces?
-Mi madre es mi madre, estoy programado genéticamente
para considerarla la más guapa del mundo. Lo cual no quita de que no vea la
belleza de las demás, y tú eres preciosa.
Empezó a ponerse roja.
-Para.
-¿Cuáles eran?
-Casi nulas.
-Y aquí estoy. Y están casados. Fíjate. Soy el
producto de un embarazo de penalti, y no habrían podido quererme más. A ti te
buscaron. Yo soy un accidente. Por esa regla de tres, soy yo el que tiene suerte de estar a tu lado.
-Tú no eres un accidente.
-Sí que lo soy. Pero no pasa nada. Las mayores cosas
se descubren por accidente. Imagínate que Newton no estuviera sentado bajo ese
manzano. No habría descubierto la gravedad. Literalmente, la fuerza que lo
sostiene todo. ¿Qué importa si le
cayó la manzana en la cabeza y lo dejó atontado un par de minutos? ¿Qué importa
lo que hiciera yo anteayer? Lo que importa es que ahora estamos aquí, tú y yo,
los dos, juntos. Eres alguien completamente diferente de quien vas a ser mañana
y de quien fuiste ayer. Y ni en un millón de años podrás repetir un día de
forma idéntica al anterior.
Se quedó callada un momento, frotándose la mejilla.
Era lo mismo que hacía Tommy cuando pasaba la noche en mi casa, o yo en la
suya, y lo pillaba con la guardia baja en plena noche con uno de mis
pensamientos filosóficos de esos que dejarían a Sócrates en calzoncillos.
-Simplemente… no puedo creerme cómo ha cambiado mi
suerte. De estar en ese baño a estar aquí.
-Yo sí que no me creo la suerte que tuve de que Diana
estuviera hasta el culo y poder haberte escuchado. Imagínate que la hubiera
sacado allí de los pelos. O que la hubiera dejado. Un minuto más, o un minuto
menos, y no me habría podido perdonar en la vida lo que te habría pasado.
Volví a tumbarme a su lado y dejé que jugara con mi
pelo.
-¿Por qué yo, Eleanor?
Frunció el ceño.
-Por qué tú, ¿qué?
-De todos los chicos que hay en tu vida, ¿por qué me
elegiste a mí?
Me estudió un momento, eligiendo la respuesta entre el
mar de pensamientos.
-Porque estás ahí. Siempre estás ahí para Tommy. Y
para mí. Y para Dan y Ash. Y tus hermanas. No sé cómo lo haces. Eres bueno. Y tampoco
ayuda que seas guapo-sonrió-. ¿Y yo?
Sonreí.
-No lo sé.
Ella también sonrió. Me habría dado una bofetada en
cualquier otra situación, pero las endorfinas del sexo hacían maravillas.
-Qué oportunidad más buena has perdido de quedar como
un señor.
-Lo he hecho, pero tú no lo sabes. A todas las demás
las cazaba en cuanto las veía. A pesar de ser una zorra de cuidado, Ashley
trataba bien a todo el mundo. Entendía que nadie le debía nada-puse los ojos en
blanco-, aunque parece ser que ella tampoco le debía nada a nadie. Por eso de
liarse con dos tíos a la vez, y que le jodan a tu novio, ¿no? Pero bueno-me
acarició el pecho y me besó la mejilla-. No te preocupes. Voy a terapia. Lo
estoy superando, poco a poco. Y las demás… estaban buenas. Me atraían. Pero tú…
-Gracias.
-A ver, Eleanor, creo que ya hemos dejado claro que
eres guapa.
Metió las manos debajo de la almohada.
-Lo he notado. Por el polvo y tal.
-Pues eso. Pero hay algo… no sé lo que es. Estoy
confuso. Por primera vez en mi vida, no entiendo qué es lo que me pasa.
-Oh, Scott.
-Creo que es la forma que tienes de pronunciar mi
nombre-asentí, decidido-. Va a ser eso.
-Siempre lo he pronunciado igual.
-Ya, pero ahora te estoy escuchando.
-Scott-sonrió-. Scott, Scott, Scott.
-Para, en serio, o le daré a Tommy una razón más para
que me pegue un puñetazo.
-Gánatelos. Scott. Scott. Scott.
Me incorporé lo justo.
-No vas a parar hasta que te dé lo que quieres, ¿no es
así?
Asintió, echando la manta a un lado y mostrándome su
cuerpo desnudo.
Mira, me voy a matar. En serio. Me va a doler menos.
Tímidas y lanzadas a la vez. Son las peores. Si ves
una así, corre. Te va a destrozar la vida.
Y te va a encantar que te la destroce.
Me eché encima de ella y juraría que incluso disfrutó
más, porque estábamos más juntos, si cabe. Se contrajo enseguida bajo mi
cuerpo, y me acarició y me dijo que estaba lista para no parar de sentirse
afortunada a mi lado.
Sus manos recorrieron mi cuello y subieron hasta mi
boca. Llegaron a mi piercing cuando el cielo volvía a abrirse para mí. Me tapó
la boca para que no hiciera más ruido.
Volví a tumbarme a su lado y cerré los ojos un
instante.
Se inclinó hacia mí.
-No quiero quedarme dormida y despertarme en mi cama
yo sola.
-Estás en mi casa. En mi cama. No te voy a dejar
marchar.
-Esto es demasiado bueno para no ser un sueño, S.
-Ni en un millón de años me habría imaginado algo así,
El. Duerme tranquila. Somos reales, que es más de lo que pueden decir muchos
que se cogen de la mano en la cola del cine.
Le acaricié la espalda, siguiendo el trayecto de su
columna vertebral, y fui bajando y bajando hasta pasar por entre sus muslos.
Los separó un poco, y me tomé mi tiempo recorriendo esa sección a la que no
mucha gente había podido acceder. La besé en la frente y volví a subir por su
cintura hasta su cuello.
Para cuando la miré, ya dormía plácidamente, su pecho
subiendo y bajando, acercándose y alejándose del mío.
Era preciosa.
Y era mía.
Por una noche, sí. Pero mía, al fin y al cabo.
Me quedé dormido, reconfortado con la presión de su
cuerpo pegado al mío, dándole calor y a la vez robándomelo, como se supone que
Hazel se enamoró de Augustus: primero, lentamente, y luego, todo a la vez.
No entendí por qué me sentía
solo y vacío hasta que no recordé lo que había pasado esa noche. Es gracioso
cómo, en ocasiones, tu corazón es más rápido que tu cerebro, y los sentimientos
de los recuerdos llegan antes que los recuerdos en sí.
Acaricié el lado de la cama en el que había estado
ella, preguntándome si me la había jugado como yo lo hacía con las demás:
echábamos un polvo, nos quedábamos hablando si nos apetecía, o si no, nada; y,
finalmente, con un par de miradas, unos pantalones que subían apresurados y una
camisa a medio abrochar, salía por la puerta de su habitación y desaparecía de
sus vidas.
Me sorprendí a mí mismo no queriendo correr la misma
suerte que hacía que las demás corriesen por mí.
Pero mis preocupaciones fueron en vano cuando levanté
la mirada y me encontré con una sombra que no solía estar ahí, en la ventana
redonda de la habitación, la que daba directamente hacia la ciudad, y desde la
que podías ver medio Londres: el medio que era interesante.
Se había tapado con una manta y sentado en el vano de
la ventana, aprovechando el banco que había bajo ella para subirse. Le colgaba
una pierna y la otra estaba doblada, en precario soporte de su posición.
Observaba la ciudad como quien observa a su hijo jugar en casa por primera vez.
Los párpados le pesaban, pero una sonrisa soñadora, llena de posibilidades, se
había dibujado en su rostro.
Ni siquiera lo pensé cuando me incorporé, me incliné
hacia el escritorio y saqué un cuaderno y un bolígrafo. Eleanor me miró.
-¿Te he despertado?
-No.
Asintió lentamente, la sonrisa un poco mayor. Me
gustaba saber, o imaginarme, que se debía a mí.
Yo también me tapé con la manta después de sentarme
con las piernas cruzadas, coloqué el bloc despacio, y encendí la luz de la
mesilla de noche. Los dos entrecerramos un poco los ojos, pero no dijimos nada.
Sentíamos la magia palpitándonos por debajo de la piel.
Me di cuenta tarde de que el bolígrafo era de color
azul, y los dibujos en azul son horribles, pero el momento hizo que me dejara
llevar.
Cambió su posición y pasó a mirarme a mí, como si
fuera lo más interesante de la habitación. Los tigres no miran a los niños que
comen helado mientras permanecen al otro lado del cristal; miran a su propio
reflejo, porque se saben hermosos.
Gracias a Dios, yo ya había terminado la silueta de su
cara recortada contra el Parlamento a lo lejos, y las constelaciones
mínimamente más cerca, cuando centró su atención en mí.
La manta se le iba deslizando poco a poco por los
hombros, hasta dejar al descubierto sus pechos. Hizo ademán de subírsela.
-No-le pedí, deteniéndome un segundo, jugándomela con
las musas que, como comprobaría más tarde, estaban tan fascinadas con esa
criatura como lo estaba yo-. Eres hermosa.
Su sonrisa volvió a iluminarme la habitación. Mis
manos volvieron a arrancar cicatrices azules del papel, sacando a la luz a base
de sablazos de bolígrafo un dibujo que no superaría en mi vida. Podía dejar de
dibujar en el momento en que lo terminase.
Empezó a jugar con su pelo, impaciente por lo que me
estaba llevando acabar el boceto.
-Nunca te había visto tan concentrado.
-Adoro dibujar-respondí yo. Capturó un mechón de pelo,
que se deslizaba entre sus senos.
-Eres un Malik-replicó, como si eso lo solucionara
todo. Sí, casi por accidente, pero lo era. Hay cosas que te van en la sangre.
Otras las aprendes. Y otras son, simplemente, el destino.
Ya estaba acabado. Tomé aire, lo solté de golpe, me
incorporé y fui hasta ella, que sostuvo el boceto a la luz de la luna, donde se
lucía todavía más.
Se incorporó un poco, y la manta se deslizó hasta
dejar al descubierto su ombligo.
-Es precioso-murmuró, y la magia no se fue, sino que
aumentó como en una especie de canal inmenso. La besé en los labios. La manta
terminó de deslizarse. Cuando quise darme cuenta, ya estaba entre sus piernas,
y me acariciaba el cuello.
-¿Scott?
-¿Sí?
-Te quiero-confesó, temiendo que me apartara de ella.
-Y yo a ti-respondí, para su satisfacción. Le acaricié
las piernas y la poseí muy despacio, sabiendo que era verdad. Puede que fuera
precisamente eso lo que escapaba a mi
comprensión. Tal vez no la quisiera como a una compañera. Pero tampoco la
quería como a una hermana. Ni como a una amiga. Era algo más, algo latente en
mí desde que la había cogido en brazos por primera vez, que se desbordaba como
un vaso en el que no deja de caer agua: primero, puede manejarlo, pero luego,
simplemente, no podía más.
Era algo distinto, que me resultaba vagamente
familiar. Estaba en sus ojos. En su sonrisa. En sus pechos. En sus caricias,
sus suspiros, y su sabor a cereza.
Me estaba enamorando de ella, y le debía la verdad. Si
estaban desnudos nuestros cuerpos, bien podían estarlo nuestras almas.
-Creo que me estoy enamorando de ti.
-Nada me haría más feliz.
Acabamos a la vez, ¿te lo puedes creer?
Sólo me había pasado una vez en mi vida. Y no había
sido haciendo el amor, sino follando más bien duro.
El portazo de rigor del
domingo por la mañana. Era como si le dieran la vuelta al colchón y me tirasen
al suelo mientras apretaban una bocina en mi oído, todo a la vez.
Me levanté de un brinco; Eleanor me enseñaba su
espalda (tenía lunares, vaya, ¿desde
cuándo tenía lunares? No los tenía el verano pasado, cuando íbamos a la playa. Joder, pero si forman una constelación…
¿Es Sagitario?), tumbada boca abajo, sin percatarse de nada.
Vivir con Ash y Dan te hacía inmune a los ruidos de mi
casa. Al lado de la suya, en la mía te despertaba la Sinfónica de Viena.
Y más ahora, con gente viviendo tanto a los lados como
encima.
Le toqué el hombro, pero no se movió.
-El. El. El.
Le di la vuelta, y me di cuenta (porque tengo ojos en
la cara, soy hombre y soy heterosexual) de que estaba desnuda.
A ti todo te
parece poco, ¿eh, Scott?
Aunque estaba físicamente agotado de la noche anterior
(y eso que tampoco me había esmerado como otras veces en lo que a ejercicio se
refería), psicológicamente estaba como si hubiera dormido una semana entera de
un tirón.
¿Y quién manda, el cerebro, o el cuerpo?
Pues eso.
Abrió los ojos muy despacio, tomando conciencia de
dónde estaba. Alcé las cejas.
-Te adoro, criatura, y sabes que odio hacer estas
cosas, pero tienes que irte.
-Tú también te has dado cuenta, ¿no?
Se incorporó, recogió su ropa del suelo y empezó a
vestirse, mientras yo luchaba por ser una buena persona y no el Scott de
siempre.
Los hábitos son poderosos, especialmente los malos, y
enseguida la atraje hacia mí y empecé a besarle el vientre. Al principio se
resistió, pero finalmente acabó rindiéndose y dejándome besarla.
-Van a pillarnos.
-Sí.
-Esto está mal.
-Sí.
-Debería irme.
-Sí.
Ninguno de los dos hizo amago de alejarse del otro.
Finalmente, me acarició la cabeza como a un perrito
que se está poniendo pesado y que no te deja ir a trabajar el primer día.
-Si quieres repetirlo, sólo tienes que pedirlo.
Me eché a reír.
-¡SABRAE! ¡DEJA A TU HERMANO DORMIR! ¡SABRAE!
Eleanor se puso mi camiseta a toda velocidad, se tiró
en la cama y se tapó con la sábana.
Recé a Alá, a Dios, a Yahvé, a Buda y a todos los
dioses que conocía porque mi hermana fuera la que abriese la puerta, y no mi
madre.
No me puedo creer la suerte que tengo, tío. Y luego no
me sale ningún ejercicio de matemáticas en el examen, cuando controlo de
números un montón. Me descojono del universo casi tanto como él se descojona de
mí en el instituto.
Sabrae abrió mucho los ojos, cerró la puerta y alzó
las cejas.
-Qué fijación tenéis todas con mi hermano.
-Joder, Saab-Eleanor se quitó mi camiseta (pude
controlarme, por eso de que estaba mi hermana pequeña delante, y tal), y empezó
a vestirse a una velocidad de vértigo. Casi hasta me cabreó. Lo hacía muy bien.
Y muy rápido. Más que yo.
Seguro que se le había olvidado contarme un par de
cosas.
Sabrae se cruzó de brazos, con los rizos aún
alborotados y la sonrisa de quien se sabe reina de una situación. Lo mirara por
donde lo mirara, en sus manos estaba joderme o impedir que mis padres me
abrieran la cabeza.
El momento que llevaba toda la vida esperando.
-Sabrae, échame un cable, se supone que papá y mamá se
quedaban en el centro.
-Se suponen muchas cosas en esta casa. Como que yo no
me iba a despertar antes que tú-se echó a reír.
-Sabrae.
-50 pavos-se cruzó de brazos y puso su típica cara de
hacer negocios.
-Sabrae.
-Que sean 100.
-Vete a la puta mierda.
-Tú mismo-abrió la puerta y sacó la cabeza, cogió aire
y soltó-: ¡MAM…!
En mi vida corrí tan rápido como cuando fui a taparle
la boca. La metí dentro de la habitación, cerré la puerta y tuve que
controlarme para no darle una bofetada.
-¿ERES TONTA? CIERRA EL PICO.
-Vístete, Scott, por el amor de dios. Me gusta comer,
¿sabes? Ugh, se me está revolviendo el desayuno.
Eleanor se reía por lo bajo.
Chad era el más listo de todos. Los tíos no puteábamos
después de los polvos como lo hacían ellas. Nos corríamos y a dormir. Los
únicos problemas que podíamos dar era romper el condón y dejar a alguna
embarazada.
Ellas, en cambio, se juntan sólo para hacerte la vida
imposible.
-¿Dónde está papá?
-Abajo. Corrigiendo.
-Tienes que hacer que se vaya.
-Sí, y tú conseguir que no parezca que le has echado 4
polvos a Eleanor, que es exactamente la pinta que tiene ella. ¿Quieres que te
traiga desmaquillante, El?
-Estaría bien.
Sabrae asintió con una sonrisa de suficiencia y se fue
sin decir palabra. El se sentó en la cama, al lado de donde yo me había dejado
caer.
-Me lo he pasado genial-dije por fin, porque siempre
empezaba a hablar ella, y no era justo. Sonrió.
-Yo también.
Nos miramos en silencio.
-No podemos ponernos a tontear ahora.
-No sería lo más sabio, no.
Otro silencio, que no era nada incómodo, lo cual era
raro.
Iba a volver a romperlo ella, pero la puerta se abrió,
y, en lugar de los rizos de Sabrae, se materializó en la puerta la melena negra
y casi lisa de Shasha.
Sonrió.
-¿Es que no hay nada sagrado para ti, Scott? ¿Qué va a
pensar de esto Tommy?
-¿No tienes ningunos dibujos chinos que ver?
-¡Son animes! ¡Y son coreanos!
-¡Que te pires, plasta!
Dio un portazo.
-¡ESO, ECHA LA CASA ABAJO!
-¡GILIPOLLAS! ¡HAZ ALGO CON TU VIDA!
-TIENES 12 AÑOS, NIÑA, NO TE CREAS QUE PUEDES DECIRME
LO QUE PUEDO O NO HACER.
-¡NIÑAS! ¡SCOTT!-otra vez el “niñas, Scott” de papá-,
¡DEJADME VIVIR TRANQUILO AUNQUE SEA UN DOMINGO!
-¡ES ÉL!
-¡SON ELLAS! MUCHO PATRIARCADO Y MUCHA HISTORIA, PERO
YO AQUÍ VIVO OPRIMIDO TOTALMENTE.
Sabrae entró descojonándose. Igual que Eleanor. Sólo
por ese numerito ya no querría irse. Y a ver cómo le explicábamos a Tommy qué
hacía en mi casa.
-Tendría que haberos ahogados a todas en la cuna
cuando se me presentó la ocasión-musité, poniéndome unos pantalones de chándal
y peleándome con una camiseta.
-Te estás intentando meter la cabeza por uno de los
agujeros para los brazos.
-Sabrae, en serio, no me toques los…oh, es verdad.
Gracias.
Nuestros teléfonos vibraron al unísono. Era Shasha. Ya
tenía entretenido a papá.
-Operación Sacar a Eleanor de casa en marcha.
Eleanor se volvió, nos sonrió a ambos y se dirigió a
la puerta.
-Pero acompáñala a la calle. Sé un hombre, por una vez
en tu vida-espetó Sabrae, fingiéndose ofendidísima.
Qué cruz de familia, señor. Tuve que ser Hitler en la
otra vida para merecer este sufrimiento constante.
Los tres enfilamos por las escaleras, comprobamos que
efectivamente Shasha tuviera entretenido a papá (“Que me vuelvas a poner la
configuración a inglés, niña, que como en dos minutos siga con las letras
japonesas te quedas sin teléfono una semana”), corrimos hacia la puerta y nos
detuvimos en el vestíbulo.
-¿Lo llevas todo, El?
Asintió con la cabeza, se apartó el pelo de la cara y
se terminó de frotar el ojo. Ahora parecía incluso más joven. Por dios, era
preciosa.
Joder, ¿qué había hecho?
-Dile adiós como es debido, Romeo-Sabrae me dio un
codazo y abrazó rápidamente a El, como si el contacto le resutlara incómodo,
pero no demasiado.
Eleanor me miró.
Yo la miré a ella.
Miramos los dos a nuestra espalda.
Di un paso y la besé en los labios.
-Qué hermoso-comentó Sabrae, comiendo palomitas de
maíz compuestas de aire.
-Te voy a matar como no te calles.
-¿Nos vemos hoy?
-No sé. Mañana fijo.
-Porque vais al mismo instituto, y tal.
-Por dios, Sabrae.
-Tengo ganas.
-Esto es mejor que una novela.
-Te voy a hundir en la miseria, Sabrae.
-No vayas fardando por ahí, ¿vale, Scott?
-No puede, vive de eso.
-Duerme con un ojo abierto esta noche, puta cría. Te
juro por dios que no vas a volver a ver otro amanecer.
-Sabrae…-sonrió Eleanor. Saab alzó las manos.
-Sororidad. Lo capto. Acaba con él, hermana-y se fue,
dejándonos solos un momento. Eleanor se me quedó mirando.
-Lo hace sólo por fastidiar.
-Pues lo consigue.
-No deberíais dejarnos. Ése es vuestro problema. No
tenéis aguante.
Pegué mi frente a la suya.
-¿Qué estamos haciendo, El?
-Cometer errores, ¿no? estamos en la edad.
Se puso de puntillas y me dio un beso en los labios.
-Venga, duerme. Tommy dijo ayer que esta tarde teníais
partido.
-Tengo yo la cabeza como para partidos.
Volvió a darme un beso.
-Prométeme que, aunque salga por esta puerta, esta
noche no se va a perder en el olvido.
-Te va a hacer falta más que cruzar una puerta para
que me olvide de lo de hoy.
Se echó a reír, asintió despacio, le acaricié la mano
y se decidió a marcharse.
Sabrae esperaba sentada al revés en una silla de la
cocina.
-Y yo que pensaba que no se te daba mejor que meter la
polla, y resulta que eres experto metiendo la pata.
-No me calientes, Sabrae.
-Te calientas solo. Ése es tu problema.
Se levantó con habilidad y se marchó, dejándome solo
con mi rabia en el salón.
Fue entonces cuando me fijé en mamá, que, desde el
jardín, tenía una visión perfecta del vestíbulo.
Me la quedé mirando.
Y me sonrió.
En mi mente se formó una única palabra.
Mierda.
Tommy.
Estaba en el cielo.
No, mejor que en el cielo.
Lo primero que me vino a la cabeza fue la imagen de
Diana cabreándose porque no la avisé de cuándo iba a correrme.
-No pienso tragarme tu mierda, ¿estamos?
Me dio una bofetada y se fue a vomitar, para luego
echar un polvo de esos de te-quiero-pero-te-odio-muchísimo de los que hacen que
te quedes sin respiración, con la cabeza alborotada, sin creerse lo que acababa
de conseguir.
-Te toca a ti-ordenó, exigente, y se sorprendió al ver
que obedecía sin rechistar, bajando por su pecho, llegando hasta sus muslos y
deteniéndome para besarla y devolverle el favor. Se retorció, susurró mi
nombre, clavó las uñas en las sábanas y gimió. Tampoco me avisó, pero a mí era
más fácil apartarme que a ella.
-No vamos a acostarnos, Diana-se burló de mí, imitando
mi tono de voz varias octavas más grave, cuando insinuó que, mientras Scott,
Sabrae y Eleanor se iban a rendir cuentas, nosotros podíamos pasarnos por mi
casa y echar una cana al aire. Bueno, canas, no; todavía no las teníamos.
Pero algo por el estilo.
-¿Quién dice que lo que vamos a hacer vaya a ser en
una cama? Funcionamos bien en los sofás-me había respondido ella, jugando con
el colgante que llevaba puesto y que le caía justo donde empezaría su canalillo,
invisible bajo el jersey de color canela que no hacía más que ensalzarle la
figura, y que era, en sí, una pancarta de su profesión. Me pasó una mano por el
brazo, y tuve que recordarme que Chad estaba a punto de volver, que se llevaba
bien con Niall y seguro que le comentaría, casi de pasada, sin darle
importancia, la química que teníamos la americana y yo, y Niall, cuya fama de
bocazas atravesaba la frontera quince minutos antes de que él siquiera pusiera
un pie en el vehículo con el que iba a cruzarla, haría que papá me matase por
desobedecerlo en un abrir y cerrar de ojos.
Una diminuta parte de mí consiguió mantener la calma.
A veces, le debemos todo a las pequeñas partes de
nosotros.
Es por eso que negué muy despacio con la cabeza, justo
en el momento en que Chad volvía del baño y se dejaba caer en el sofá. Diana se
volvió hacia él, decidida a castigarme por mi indiferencia y a ponerse a día
con el irlandés.
Ofreciéndome unas vistas de su culo que no hubiera
podido pagar ni con la fortuna de mi familia.
Y había pasado por todo eso sin que mis padres se
enteraran, porque, para cuando habían terminado de aparcar el coche, los dos
habíamos corrido escaleras abajo y nos habíamos dejado caer en el sofá, cada
uno en un extremo, a ver el final de una película que ni siquiera sabíamos cómo
se titulaba.
Mamá entró riéndose por lo bajo, pero se sorprendió de
que hubiéramos llegado tan pronto.
-¿Ya en casa?
-Estábamos cansados.
Diana asintió, con párpados que pesaban toneladas. Qué
buena actriz era.
-¿Y tu hermana…?-aventuró papá, bostezando y mirando a
mamá de soslayo, que se estaba quitando la chaqueta. Desearía encontrar a
alguien a quien mirar como él miraba a mi madre, incluso después de todo ese
tiempo pasado.
-Se ha quedado con Sabrae. Y Scott. Él tenía cosas que
hacer.
-Y tanto-bufó Diana, poniendo los ojos en blanco un
segundo. Así, garantizaba que yo la viese, pero no que lo hicieran mis padres.
-Están en buenas manos.
Oh, joder, ninguno de nosotros sabía hasta qué punto
estaba Eleanor en buenas manos estando con Scott.
Me incorporé, preguntándome si la americana estaría
despierta, y salí de la cama con energías renovadas. Para cuando estaba
terminando de bajar las escaleras, Eleanor entraba por la puerta, con la ropa
del día anterior y sonriendo como el pobre vagabundo al que le acaba de tocar
la lotería.
-Qué bien te sienta la venganza, hermana.
-No lo sabes tú bien-respondió, dándome un beso en la
mejilla (¿a qué coño viene este cariño matutino tan repentino? ¿Por qué no me
manda a la mierda?), aumentando el tamaño de su sonrisa y atusándose el pelo.
Cualquiera diría que se disponía a salir al escenario
de un concurso de belleza, y aspiraba a ser Miss Simpatía.
-¿Qué tal anoche?
-Genial. No te lo creerías. Sabrae estuvo increíble. Y
Scott… buah. Una pasada.
-¿Salió muy mal parado?
-Se las apañó muy bien. Sabrae casi lo mata. Al
gilipollas, no a Scott. Pero en el buen sentido-¿cómo podías matar alguien “en
el buen sentido”?- Todos flipamos. Pero que te lo cuente él.
Subió dando brincos las escaleras.
Me entristeció pensar por qué estaba así pero, a la
vez, me alegró verla con energías renovadas.
Diana tecleaba a toda velocidad en su móvil; se había
levantado antes que yo. Alzó la cabeza, me dedicó un somero “buenos días,
inglés” y volvió a centrar la atención en la pantalla del teléfono.
Tampoco iba a pedirle que me recibiera con un beso en
la flor, pero estaría bien que no fuera tan bipolar.
Eso de comerle la polla a alguien y al día siguiente
saludarlo como a un perro callejero no me parecía muy normal, que digamos.
Papá ni siquiera me miró cuando entré en la cocina,
demasiado ocupado en prepararle el desayuno a mi madre. Me senté en la mesa y
disfruté del olor a huevos con beicon que impregnaba el aire.
-Hola, eh, niño-espetó papá, sonriéndome a pesar de su
tono duro. Asentí con la cabeza.
-Huele bien.
-Tom, mira, todos los domingos tenemos la misma
historia. ¿Quieres?-me ofreció, acercándome la sartén, en la que crepitaba el
beicon.
-Sí.
-Pues te toca esperar a que se levante tu madre.
Era una especie de recompensa porque ella se levantaba
cada mañana mucho antes de lo que necesitaría para prepararnos el desayuno; a
veces, incluso papá se aprovechaba de ello.
Luego, ella volvía a la cama, pero el daño de tener
que levantarse y desvelarse durante una hora o así ya estaba hecho.
Eso sí, después de llevar a Dan y Ash al colegio.
Luego, se acostaba y, al despertarse, le tocaba comer
sola (cosa que detestaba, pero no le quedaba otra) para empezar a hacer las
tareas después.
-¿Quién va a cocinar?-pregunté. Papá se encogió de
hombros.
-Todavía no he hablado con ella de eso.
-Voy a ir a ver a Scott.
-Ya me lo imaginaba.
-¿Lo traigo a comer?
-Si quiere venir, está en su casa-respondió, volviendo
a encogerse de hombros y colocándome el desayuno en un plato. Me revolvió el
pelo y se sentó a observar cómo comía. A la mierda lo de esperar a mamá. Que lo
hiciera él, que para algo se había casado con ella.
-Diana os ha jodido el bajar a Londres a principios de
mes, ¿verdad?
-No importa-replicó, pero sí que le importaba perderse
el único fin de semana del año en que nos dejaban solos en casa (porque yo era
digno de confianza) y se pasaban el día entero metidos en la cama del piso del
centro.
Haciendo cosas que resultan evidentes.
Pero que nunca comentábamos.
Me llevaba bien con papá. A veces. Pero era mi padre.
Eso, siempre. Y hay cosas que no puedes contar. Por eso de que tienes que
seguir comiendo, y tal.
Los domingos por la mañana no había quien le sacara
conversación, pero yo me las apañé para que me contara lo que había hablado con
Niall el día anterior, mientras salían los cinco juntos (pero no los cinco
originales, o sea, tres originales y dos añadidas por el sacramento del
matrimonio, que en el caso del de Sherezade y Zayn no era sacramento): había
conseguido reunir dinero para un campo de golf, y estaba ilusionadísimo con los
planos. Por fin podría jugar al golf en una zona que conociera a la perfección.
Ah, y estaba el disco.
-Dios, es más pesado con el puñetero disco-papá se
frotó la cara, sus tatuajes brillaron un momento, reflejando la luz del sol,
pasando a ser un instante de color blanco, y no negro-. Está empeñado en que
escribamos una canción los cinco juntos otra vez. Pero si nos costó un mes
terminarla cuando éramos jóvenes y no teníamos nada que hacer, ¿qué vamos a
sacar ahora, Thomas? ¿Me lo puedes decir tú?
-Yo de esas cosas no entiendo-dije, encogiéndome de
hombros y dando un sorbo de zumo-. Podríais intentar un estribillo, por lo
menos.
-Tuvimos la misma bronca cuando Zayn se marchó. Tenía
razón, no podíamos escribir desde de la perspectiva de cinco personas, pero a
Niall se la suda, “hay que resucitar a la banda, aunque sea para una
canción”-puso los ojos en blanco-. Seguro que tú te morirías de vergüenza.
-Si resisto cuando se oye Live While We’re Young en la radio, creo que sobreviviré. Se echó a
reír.
-Las tenemos peores.
-Dime dos.
-Diana discreparía contigo.
Haber nacido chico en el ámbito de dominio del grupo
había sido una bendición. No había ninguna canción con nombre de tío (porque la
representación del colectivo homosexual y derivados era guay en su época, pero
no lo suficiente como para colar letras no heteronormativas), con lo que mi
salud mental estaba a salvo, así como mi integridad personal: nadie podía
cantarme una canción mientras iba por el pasillo como le hacían a Diana.
Y yo no tenía que fingir que me hacía muchísima
gracia, como tenía que hacer ella para que no la molestasen más.
-Esta tarde vamos a bajar con Dan al centro. Te quedas
a cargo de la casa y tus hermanas hasta que volvamos-me dejó caer cuando estaba
saliendo por la puerta, ya cambiado de ropa y a punto de echar a correr para no
perder ni un segundo más en pedirle a Scott que me contara los detalles del día
anterior.
-Hoy tengo partido-protesté.
-Menuda catástrofe, Tommy, creo que tendrás que
posponer tu presentación ante los ojeadores de la NBA.
Mi madre tenía la lengua larguísima. Soltaba una
contestación antes incluso de pensarla. Yo era igual, pero conseguí contenerme
y morderme la lengua justo cuando el “vete a la mierda” me alcanzaba la cara
interna de los dientes.
No dije nada, pero lo dije todo con el portazo
enfurecido de rigor. Parezco Eleanor,
pensé. Sacudí la cabeza y eché a correr, no me fuera a costar cara mi muestra
de rebeldía.
Me tuvieron esperando un buen rato en la puerta de la
calle hasta que finalmente Sabrae consiguió abrirme.
-Los guantes-explicó, alzando las dos manoplas de
boxeo gigantes con las que entrenaba muy de vez en cuando. Se fue sacudiendo
las caderas; era la manera que tenía de caminar.
Todos en la casa eran súper sexuales, incluso sin
pretenderlo. Seguramente, de los cuatro en los que observabas el comportamiento
(Shasha y Duna eran todavía demasiado pequeñas para desarrollar semejantes
actitudes), Scott era el que más conseguía controlarlo.
-¿Durmiendo?-pregunté, siguiéndola a través de la casa
hasta llegar a las escaleras. Asintió, soltándose la melena y volviendo a
anudarla en unas trenzas que tenían que hacerle daño de lo apretadas que
estaban. Por narices.
-Ha sido una noche intensa-comentó, sonriendo con
malicia.
-Eleanor me lo ha contado-repliqué-. No sabíamos que
pudieras hacer eso, Saab.
-El primero en flipar fue Scott, y eso que vive
conmigo. No fue nada. Un entrenamiento. No me han visto del todo cabreada.
-¿Les hiciste un corte, según me dijo El?
-Sólo a Simon. Le dibujé una sonrisita en la cara,
para que le haga gracia ver lo gilipollas que es cada vez que se mire en el
espejo. Un poco como en el Joker de Heath Ledger, ya sabes-le dio un puñetazo
al saco que colgaba al sol.
-Gracias.
Me sonrió con calidez.
-Fue un placer.
-Lo digo en serio, Saab.
-Oh, y yo también. Para la próxima vez que tengáis
bronca, llamadme. Me… espabiló bastante.
-A mí también se me hace más fácil ponerme cachondo
después de pelearme, si es a lo que te refieres.
Exageró un suspiro.
-Creía que me estaba volviendo una enferma.
Shasha se materializó de la nada y se sentó en una
esterilla de yoga en el césped. Sabrae puso los ojos en blanco.
-Vete a meditar a otro sitio, tía, estoy descargando
tensión.
-Si meditaras más a menudo, no necesitarías romper
cosas para aliviar la rabia interna-espetó Sabrae, escaneándola con la mirada y
colocándose los auriculares-. Hola, T. Scott está durmiendo. ¿Vas a hacernos
compañía o a putearlo?
-Quédate con nosotras, Tommy, a ver si tú consigues
flotar.
-¿No te cansa ser tan envidiosa? No todo el mundo
puede dejar la mente en blanco. Es un talento innato.
-¿Qué vas a dejar tú en blanco, si tienes la cabeza
vacía? Mira cómo suena, por favor, Shasha.
Aproveché que empezaron a gritarse y se olvidaron de
mí para colarme en la habitación de Scott, en penumbra debido a la ventana de
la parte superior de la pared contraria a la puerta. Él se había tapado hasta
las cejas y roncaba suavemente.
Subí las persianas, y di una palmada, pero no hizo
efecto. Dormía como un tronco. Podrías pasarle por encima con un camión de los
que llevan coches al concesionario para que los vendan, y lo único que
conseguirías sería hacer que protestara un poco en sueños, se diera la vuelta y
suspirara trágicamente.
-Scott. Scott. ¡Scott!
Meneó la mano un poco, mandándome callar desde el
séptimo sueño.
Salté encima de la cama y dio un bote. Se me quedó
mirando con expresión de sorpresa.
-¿Estás mal de la puta cabeza? ¡Déjame dormir!
-Hay que levantarse.
-¿Qué putísima hora es?
-Las doce y media.
-Oh dios mío, vete a la putísima mierda. ¿No tienes
que ir a misa?
-Mis padres se largan toda la tarde.
Volvió a darse la vuelta y me miró largo y tendido,
decidiendo si estaba mintiendo o no.
-Siempre sabes cómo calentarme, hijo de puta… pásame
la camiseta.
La recogí del suelo, hice una bola y se la tiré. Le
aterrizó en plena cara.
Susurró algo en árabe, pero me había enseñado lo
suficiente como para saber cómo se decía “tu” “puta” y “vida”.
-Tienes mucho que contarme. Y yo a ti. Empezaré yo.
Si me dieran una libra por cada vez que puso los ojos
en blanco cuando le mencionaba a Diana, habría podido dejar a la reina sin joyas.
Le di buena cuenta de todo lo que había hecho la noche anterior, mientras
estaba ausente, tanto cuando me quedé solo con Diana como cuando llegó Chad, o
las chicas, y nos emborrachamos y recibimos a los demás y comprobé con
desilusión que había acompañado a Eleanor a casa, y que sólo Sabrae podía dar
la visión femenina de la pelea que me había perdido tan desgraciadamente.
Él asentía con la cabeza, medio escuchando medio
deseando que me callara de una vez, y se sacó un plato de coliflor rehogada con
pescado de la nevera. Lo metió medio minuto en el microondas, sacó un tenedor y
empezó a comérselo directamente del recipiente de plástico en el que estaba
metido.
Adoro a Scott, de veras, lo quiero con locura y es mi
hermano mayor de distinta madre, pero se me revolvían las tripas cada vez que
lo veía desayunar cuando tenía sueño. Cuando volvíamos de fin de año era una
odisea, porque a él no le bastaban los típicos bollos con chocolate caliente:
tenía que comerse un bistec, se lo pedía el cuerpo.
Bey decía que era el castigo que el universo le
imponía por tener tanta suerte ligando.
Yo creía, simplemente, que no era normal en ese
sentido. Nada de castigos cósmicos ni gilipolleces de ese calibre. Tenía
problemas mentales y se merecía, y necesitaba, nuestro apoyo incondicional.
No interrumpí mi monólogo sobre nuestro paseo a casa
por ese acto repulsivo, pero sí me callé cuando Duna se metió en la cocina
dando brincos, abrió la nevera y sacó una botella de Pepsi.
-¿Adónde vas con eso?-espetó Scott, frunciendo el ceño
y dejando el tenedor un momento entre el trozo de coliflor con el que se estaba
peleando y pan de ayer. Porque, sí, Scott también comía pan de ayer.
Tenía que hacerlo todo a lo grande.
-Tengo sed.
-Pues bebe agua. Ya sabes que mamá no quiere que tomes
eso por las mañanas.
Duna farfulló algo (en árabe), Scott le contestó (en
árabe), ella le gritó algo (en árabe) y Scott le dio una voz todavía más fuerte
(también en árabe). Ella dejó la botella con rabia en la puerta de la nevera y
se fue corriendo, sin cerrarla siquiera.
La cerré yo con el pie mientras Scott ponía los ojos
en blanco.
-La madre que la parió, yo no sé por qué he salido tan
dócil, mira los animales de compañía que tengo por hermanas… y tú tienes a Dan
y Ash, que son unos santos, si es que de verdad, menos mal que Diana es
gilipollas, que si no tu vida sería perfecta…-gruñó.
Y se levantó y sacó la botella de Pepsi y un par de
vasos.
-Scott, tío, por
favor.
-¿Me peleé ayer por tu hermana? ¿Estoy cansadísimo?
¿Me merezco comer tranquilo? ¿Comer lo que me apetezca?
Omitió el detalle de que estaba cansado no por la
pelea, sino por follarse a mi hermana de todas las maneras posibles.
Lo cual le agradecí, sin saberlo.
-Pues, bueno, hablando de Diana, llegamos a casa y
estábamos solos y…
-Estoy comiendo.
Me quedé callado y nos miramos en silencio. Bufó, se
preguntó por qué le pasaban a él estas cosas, apartó un poco el recipiente y me
invitó a continuar. Escuchó con paciencia todo lo que le conté; vomitaba las
palabras más que bilis cuando nos íbamos de borrachera y nos daban garrafón.
Apoyó la cabeza en la mano y me miró mientras hablaba; se echó a reír cuando le
dije lo de correrme.
-Habría pagado para estar ahí, vaya que sí. ¿Qué cara
puso?
-Me dio una bofetada.
-Si es que sois tal para cual, coño.
Sonrió con orgullo cuando le hablé de mi venganza oral
(“Nadie se marca un francés como un inglés”, sentenció, asintiendo con la
cabeza mientras le contaba cómo se retorcía entre mis brazos y susurraba mi
nombre), y celebró el fin de mi discurso memorable terminándose el pescado.
Tiró a la basura el contenido de éste y revolvió en la
nevera hasta encontrar un yogur que no le resultara vomitivo después de
semejante manjar.
-¿Quieres algo?
-Acabo de comer.
-Qué barato nos sales-bromeó, sentándose de nuevo,
frotándose la cara y atacando su yogur. Se deleitó en mantenerme en suspense
cual Hitchcock.
-¿Y bien? ¿Tú no tienes nada que contarme?
-Tengo una vida bastante aburrida, pesar del apellido que llevo con tanto
estilo.
-Eleanor me dijo que estuviste genial anoche.
Detuvo la cuchara en el aire.
-¿Eso te dijo?
-Y que tenías mucho que contarme.
De no haber estado eufórico por la noche anterior y
porque todas las cosas volvían a su cauce, habría notado el minúsculo cambio en
su tono de piel: se puso pálido. Tomó aire (pensé que era un gesto teatral,
pero en realidad lo hacía para tranquilizarse y ganar tiempo) y me explicó con
bastante detalle lo que había sucedido cuando nos despedimos: cómo se colaron
en la residencia, lo de la chica a la que conocían nuestras hermanas a modo de
mensajera del infierno, la pelea monumental y cómo creyó, sinceramente, que
Sabrae saldría del gimnasio siendo una asesina.
-¿Y Eleanor? ¿Qué tal?
-Súper bien.
¿Se refería a repartiendo leches, abriéndose de piernas, las dos cosas o una tercera?
Me he meado viva con la última parte. Me he imaginado la cara de Scott pensando que Tommy sabía todo y me he empezado a reir sola lol. Adoro a Eleanor y Scott, enserio.
ResponderEliminarYo también!!!!!!!!!!! son mi nueva otp quién coño es Logemma yo no los conozco
Eliminar"Puede que fuera precisamente eso lo que escapaba a mi comprensión. Tal vez no la quisiera como a una compañera. Pero tampoco la quería como a una hermana. Ni como a una amiga. Era algo más, algo latente en mí desde que la había cogido en brazos por primera vez, que se desbordaba como un vaso en el que no deja de caer agua: primero, puede manejarlo, pero luego, simplemente, no podía más.Era algo distinto, que me resultaba vagamente familiar. Estaba en sus ojos. En su sonrisa. En sus pechos. En sus caricias, sus suspiros, y su sabor a cereza.
ResponderEliminarMe estaba enamorando de ella, y le debía la verdad. Si estaban desnudos nuestros cuerpos, bien podían estarlo nuestras almas.
-Creo que me estoy enamorando de ti."
MI PUTISIMA VIDA. M I P U T A V I D A
CREO QUE NO HABIA LEIDO ALGO ASI DE BONITO DESDE HACIA UN SIGLO.
Ahora sólo puedo anunciar que dejo la novela para poder retirarme con elegancia porque en mi puta vida voy a superar esos párrafos.
EliminarPero como me encanta quedar mal, voy a seguirla ♥
(vuelvo a fangirlear) ME CAGO EN TODO LO QUE SE MUEVE, EN LOS INDIOS PEQUEÑITOS Y EN LAS NINFAS DE LOS BOSQUES! En serio, ME ENCANTA SCOTT, SCOTT PRESIDENTE(?) Todas necesitamos un Scott en nuestra vida! Y me E N C A N T A lo suyo con Eleanor *emoji cara con ojos de corazon*!! hay que encontrarles un nombre conjunto...
ResponderEliminarEstoy DESEANDO ver la reaccion de Tommy cuando se entere de todo lo que anda su hermano de otra madre hahahahahaha!!
Y Diana y Tommy bien, pero definitivamente, Scott&El son la power-couple de esta historia asik por favoooor, no nos dejes con ganas.
(P.S.: Lo de capitulo cada 4 dias no se podra prolongar durante lo que quede de historia no? Porque yo pagaria por leer!)
"no nos dejes con ganas" UY OLATZ NO TE PREOCUPES SI YO CASI ESTOY MÁS ANSIOSA QUE VOSOTRAS POR ELLOS DE VERDAD JAJAJAJAJAJAJAJAJA
EliminarBueno bueno si quieres hablamos de negocios por Twitter que todo se puede solucionar con unos duros eh ;)
AMÉN A LO ULTIMO QUE HA DICHO OLATZ. Pagaria porque subieras cada cuatro días, pero todo tenemos una vida asi que �� Adoro a Scott y Eleanor, son tan shippeables que casi muerto de un atque de diabetes durante todo el capitulo.
ResponderEliminarMis mds están abiertos si queréis hablar de negocios JAJAJAJAJAJA.
EliminarY en cuanto a lo de la diabetes, dios, te entiendo; lo único que me falta es soñar con ellos dos
Protect Scott Malik at all costs. Con eso lo digo todo vaya.
ResponderEliminar#ScottMalikDefenseSquad
Eliminar"Tal vez no la quisiera como a una compañera. Pero tampoco la quería como a una hermana. Ni como a una amiga. Era algo más, algo latente en mí desde que la había cogido en brazos por primera vez, que se desbordaba como un vaso en el que no deja de caer agua: primero, puede manejarlo, pero luego, simplemente, no podía más.
ResponderEliminarEra algo distinto, que me resultaba vagamente familiar. Estaba en sus ojos. En su sonrisa. En sus pechos. En sus caricias, sus suspiros, y su sabor a cereza.
Me estaba enamorando de ella, y le debía la verdad. Si estaban desnudos nuestros cuerpos, bien podían estarlo nuestras almas.
-Creo que me estoy enamorando de ti."
IGUAL NO ME HA DADO UN ICTUS O LO QUE SEA Y TE ESTOY ESCRIBIENDO DESDE NO SÉ DONDE. SCOTT ES D I O S. Y ME HE MEADO CON EL FINAL, TE LO JURO.
PD: el día que dejes de escribir, me mato jejej
DIOS NO SABÉIS CÓMO ME ALEGRO DE QUE OS HAYA GUSTADO ESE PÁRRAFO TANTO COMO A MÍ
EliminarBueno, sólo por tu salud y tu vida, no lo dejaré en un tiempo :3
Te agradecería profundamente que dejaras de asesinarme con cada párrafo bonito.
ResponderEliminar(Pero te agradecería más que los siguieras escribiendo♥)
"¿Ves esto? ¿Lo ves? ¿Lo ves? Yo no porque estoy muerta, y AHORA TE VOY A MATAR A TI"♥
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