lunes, 11 de julio de 2016

Brontosaurios en globos aerostáticos.

Faltan cinco minutos para que termine el tiempo cuando dejo caer el bolígrafo y agarro los folios llenos con mi letra deforme por las prisas. Quedamos muy pocos en el aula, pero la profesora ni se inmuta.
               Hace diez minutos de que ha decidido dejar de perder el tiempo, ha destapado su bolígrafo y ha empezado a leer lo que mis compañeros de clase le dejaban allí plasmado. Probablemente, textos literarios, más que de medicina.
               Corrijo un par de cosas, mordisqueo la tapa del bolígrafo, que ha perdido hace tiempo su forma redondeada, como de una flecha que no quiere hacer daño, me paso las manos por el flequillo, hecho un poco de típex por aquí y por allá, recojo mi carnet de la biblioteca de la universidad, me levanto, ordeno las hojas, y me dirijo a la mesa de la profesora, elevada en una tarima desde la que se pretende que controle una clase de casi 300 sillas, todas ocupadas durante las clases.
               Niega con la cabeza cuando hago ademán de enseñarle el carnet de la biblioteca, la única tarjeta que se nos permite llevar para identificarnos. Sabe quién soy. Todos lo saben, apenas bajo del 9.5. Quiero que papá y mamá se sientan orgullosos, y lo hacen.
               Lo harían incluso aunque sacara ceros, pero… quiero ganarme su orgullo.
               Me estoy girando para volver a mi asiento, recoger las cosas y reunirme con mis amigas, pero me detiene.
               -Payne-me llama, y me vuelvo, y el moño apresurado que me he hecho para que la melena no me moleste baila en mi nuca-, he estado echando un vistazo a tus prácticas… las primeras son brillantes; en cambio, las dos últimas… no han sido tan buenas. No me lo explico: es la parte más fácil de la materia y has sabido contestar a todas las preguntas de clase. ¿No has tenido acceso a los atlas de la biblioteca?
               Me enredo los dedos entre sí.
               -En realidad… bueno, sí, los he mirado, pero… estaba un poco… agobiada.
               -Demasiados exámenes, sí-conviene.
               -Sí, bueno, también estaba un poco cansada psicológicamente, y… no he estado en mi mejor momento últimamente-me encojo de hombros.
               -¿Ha pasado algo? ¿Por eso no viniste a clase la semana pasada? ¿Has podido estudiar bien? Si has tenido problemas de concentración, podemos hablar con el rector, hacer que te dé una segunda oportunidad… eres la mejor de la clase y…
               -Ya está superado. Lo llevo todo al día, me han pasado unos apuntes de lujo-susurro-. He hecho lo que he podido-digo, señalando la hoja que le acabo de entregar, y que aún tiene entre los dedos.
               Mira a otro de mis compañeros, que le entrega el examen sin hacer amago de enseñarle su tarjeta. Tampoco le hace falta. Mi compañero me sonríe, y yo a él; se carga la bandolera y se marcha.
               -¿Qué tal te ha salido?-inquiere mi profesora, frunciendo ligeramente los labios.
               -Creo que bien. Ha sido un poco largo, he liado un poco dos temas, pero…-me encojo de hombros-, lo sabrá decir usted mejor que yo.
               -Seguro que no es para tanto.
               Me sonríe, y yo lo hago, y me vuelvo a mi sitio, recojo mis cosas y salgo apresuradamente, pero siempre en silencio, de la estancia. Mis amigas están en un corro discutiendo sobre los procesos evolutivos embrionarios. Hay dos que lo han puesto mal, pero todas somos tercas como mulas, y se terminan sentando en el suelo con los libros abiertos para descubrir cuál es la pregunta.
               Al poco tiempo, sale otra y nos vamos a comer. Nos olvidamos por un momento de que nos queda el examen más complicado del semestre y disfrutamos de los platos del restaurante que hay al salir del campus. Mi salmón ahumado con un toque de especias está de muerte.
               Alguien me pasa un par de trozos de pepino y yo, a cambio, cedo un poco de mi puré de patata.
               Es cuando llegamos a los postres cuando nos atrevemos a empezar a comentar el examen. Cindy agita su melena rubia y espeta, apuñalando su sandía:
               -Lo ha puesto a joder.
               -¡Gracias!-replica Martha, y las demás asienten.
               -Podría haber sido peor-replico yo-, nos podría haber pedido el apartado de Farmacia que salía en el manual.
               -No había tiempo material para contestarlo a todo-gruñe Martha, mordisqueando una fresa de su macedonia.
               -Chica, si te levantas a la media hora de que te den la hoja, no tienes tiempo material a nada. Ni de exámenes, ni nada-bromea Luna.
               -Escribo deprisa-es la contestación de Martha.
               -Te sorprenderían la cantidad de cosas que se pueden hacer en media hora, Luna-Cindy le guiña un ojo.
               -Nada de calidad-responde Luna, terca. Cruzo las piernas y le doy otra cucharada a mi cuajada mezclada con un poco de miel. Mastico el pedazo de nuez solitaria que reposaba sobre el cuenco.

               Chris tarda (tardaba) en correrse mientras follamos (follábamos) ((me violaba)) apenas unos minutos, pero a mí, muchas veces, se me hacían eternos. Aquello sí que era un examen, el más jodido de mi vida.
               Tommy tarda (tardó) unos quince minutos en besarme (bendecirme con su boca) mis moratones (todo el cuerpo), pero… habían sido como dos segundos.
               Tommy…
               Me muerto el labio, saboreando la cuajada. Lo veré el martes por la mañana, cuando nos encontremos la estación de tren para ir a Wolverhampton. Tengo más ganas de que llegue el martes no por ser mi primer día sin tener que pegarme un madrugón para ir a hacer un examen, ni por ser el día en que vuelvo a casa, sino por ser el día en el que lo tengo para mí sola.
               Es de Diana, pero la sola idea de pensar que vamos a estar en un vagón de tren, los dos solos, lejos de la americana, lejos de nadie, hace que vuelva a sentir esos retortijones benignos por dentro.
               Vuelvo a pensar en cuando lo besé. En cómo me devolvió el beso. En cómo me besó por todo el cuerpo, y me siento a gusto por dentro. Siento un calorcito como de primer día de playa, cuando todavía no alumbra demasiado fuerte el sol, pero ya puedes ponerte morena.
               No es nada comparado con lo que solía sentir cuando Chris me tocaba, nada comparado con cuando estaba excitada, pero es reconfortante saber que puedo sentir calidez, que alguien puede hacerme sentir calidez, cuando pensé que siempre estaría fría… terriblemente fría, congelada por dentro.
               Está bien salir del iglú que te has construido para alejarte de los osos polares de vez en cuando, hundir los pies en agua calentada a fuego lento y extraer un par de peces de los respiraderos que utilizaba las focas níveas para resistir su naturaleza de mamíferos.
               Alguna hace un comentario sobre sus vacaciones; un par de ellas van a disfrutar de una semana fuera con sus chicos.

               Martha y Cindy me miran con preocupación cuando se empiezan a mencionar a los novios; Luna reparte miradas envenenadas entre las demás, pero yo le quito importancia.
               -Chicas, chicas, tranquilas, no os los voy a quitar… al menos, no en vacaciones-bromeo, pasando el dedo por la parte superior del cuenco y saboreando una gotita de miel. Todas nos reímos; yo, ignorando la espinita que se me clava en el corazón, la que me recuerda que yo no voy a tener una semana fuera así.
               Pero no importa.
               No podría disfrutarla.
               Se acercan las ingenieras; Keira levanta las llaves del coche.
               -¿Nos vamos ya?
               Saco un billete de 20 libras y lo deposito encima de la mesa. Empiezan a protestar. Unas quieren pagar a escote, y otras, la consumición de cada una; Luna quiere que la inviten, porque tiene un morro que se lo pisa, y así se lo hacen saber las demás. En cualquier caso, estoy pagando más de lo que me corresponde, pero me da lo mismo. Les doy un beso a cada una en la mejilla, incluso a las ingenieras; les deseo suerte con el último examen, y acompaño a Keira fuera del restaurante, hacia el aparcamiento.
               Esta tarde ha quedado con unos amigos del instituto, y de noche, irá a cenar con su chica a un restaurante en el que han reservado con tres meses de antelación; luego, irán al cine, y después, si hay suerte, “ya sabes”.
               -No, no sé-replico, riéndome, sintiendo el calor del aire acondicionado en la cara.
               -¡Tijeras, mi amor, tijeras!-y las dos nos echamos a reír.
               Decido que me tomaré la tarde libre. Estoy mentalmente agotada de tanto estudiar. Llevo el último examen muy bien y es una asignatura que me gusta; con dos días de repaso tendré más que suficiente. Keira enseguida se mete en el baño para prepararse. 
               Cuando sale, yo me estoy quitando el pijama. Parece animada por creer que ha conseguido que la acompañe, cuando yo no sé qué haría con sus amigos, si no los conozco de nada. A sus compañeras de clase, todavía, pero a ellos…
               Le digo que voy a ir a mi casa, y le cambia la cara radicalmente. Se aprieta un poco más la cola de caballo y me mira con unos ojos cargados de maquillaje, unas pestañas que llegan a Francia.
               -¿Quieres que te acompañe?
               -No hará falta.
               -La última vez que no fui contigo, las cosas no fueron bien, y…
               -Esta vez es diferente-la coto, porque no soporto ni la más mínima mención a lo que me había sucedido cuando me negué a que fuera conmigo, cuando me dejé convencer de que podría salir de allí viva y cuerda. Había sido una estúpida y me había metido en la boca del lobo sola, sin darme cuenta de que el lobo estaba muy hambriento y yo era su plato favorito, pero las cosas son distintas. Voy a la boca del lobo, sí, pero el lobo está saciado. Sabrae se había encargado de ello.
               Y, aun en el caso de que no fuera así, no tiene dientes con los que devorarme.
               -Ni siquiera está en casa-informo, y es verdad, porque le he pedido a una amiga de la carrera, que daba la asignatura por perdida y decidía presentarse en otra convocatoria, que se pasara por el hospital en el que había estado ingresado a mirar la lista de pacientes. Teníamos privilegios por haber hecho allí las prácticas.
               Su nombre figuraba aún, su expediente estaba al día. Todo en orden, vía libre. Tommy no se tiene que preocupar, Scott no se tiene que preocupar, Diana no se tiene que preocupar… yo no me tengo que preocupar.
               -Tendré el móvil a mano si me necesitas. Estaré cerca. Si oyes cualquier sonido, te encierras en el baño y me llamas, ¿estamos?
               Asiento con la cabeza, la abrazo, recojo las llaves y me marcho. No cojo el coche, decido ir en metro, me despeja las ideas mirar a la gente subir y bajar de los vagones, fantasear con que sus problemas eran los míos.
               No tendré esa suerte.
               Pero soñar es gratis.
               Se me ocurrió pasar por casa y vaciar la nevera, cuyo contenido estará a punto de desperdiciarse, viendo a una anciana pedir limosna en una esquina de la calle por la que nosotras nos desviábamos a la casa de Louis y Eri. Que yo no vaya a disfrutar de esos alimentos no quiere decir que nadie deba hacerlo.
               Sería egoísta dejar que se pudrieran.
               Me bajo en mi parada y camino con paso prudente hacia el edificio. Es la segunda vez que voy sola desde que se lo conté todo a los Malik, pero ver mi casa alzarse al lado de los demás me sigue imponiendo como cuando estaba atrapada en aquellas cuatro paredes.
               No importa cuánto dure la libertad tras tu condena; ver la silueta de la prisión en la que casi te dejas el alma sigue siendo espeluznante, más de lo que puedes soportar.
               Pienso en subir por las escaleras, pero me tiemblan demasiado las piernas, así que me veo obligada a tomar el ascensor. Creí que abrir el portal no me pondría nerviosa, pero me equivoqué.
               Estiro un dedo tembloroso en dirección al botón y lo aprieto con suavidad. Se enciende la luz, las puertas se cierran, y la caja me arrastra escaleras arriba.
               Se me ponen los pelos de punta, sin saber por qué. Es mi subconsciente. Huele su colonia incluso cuando el ambiente está cargado de la lejía que usa la limpiadora para fregar los suelos.
               Me aparto el flequillo de la cara, inspiro hondo, me convenzo a mí misma de que estoy bien, a salvo, que no me va a pasar nada, introduzco la llave en la cerradura, y abro la puerta.
               Las persianas están subidas.
               Así es como las dejé cuando nos fuimos; ni me molesté en bajarlas.
               Estaba demasiado ocupada intentando no llorar mientras Chris estaba encima de mí.
               Y, sin embargo, a pesar del tiempo que lleva cerrada, la casa no huele a sucio, ni a cerrado, ni a basura descomponiéndose. Quizás Chris haya enviado a alguno de sus amigos para que recojan lo de los cubos de basura. Poco me importa, la verdad. Este lugar está maldito, y no quiero remolonear mucho en él.
               Voy directamente a la cocina, sin perder tiempo. Abro la nevera, me inclino, observo lo que hay en su interior, y pienso en cómo voy a hacer para llevármelo todo de un viaje. Me arrepiento un montón de no haber cogido el coche para poder dejarlo en la puerta y simplemente ir subiendo y bajando bolsas.
               ¿Usaré el cerebro alguna vez en mi vida?
               Creo que no.
               Por dios, si he traído bolso, y no mochila. Soy doblemente estúpida. Tendré que bajar a pedirle prestado a alguna vecina un carrito de la compra, de esos que llevan las señoras mayores, las más inteligentes, para no tener que ir cargando como mulas con la comida de la semana.
               Suspiro, decido que no es culpa de los demás mi falta de previsión, y que tendré que ir a por el coche. Aprovecharé el viaje, sin embargo. No pago el bono mensual para nada. Me pongo a revolver en el contenido de la nevera, dejando las latas de conservas de la alacena y los recipientes del congelador para otra ocasión. Tengo más tiempo, pero lo de la nevera está en las últimas.
               Empiezo a hablar sola, murmurar frases inconexas, como componentes de los medicamentos y las posibles reacciones que pueden ocasionar, porque no me gusta el ambiente que hay en la casa. Llenar mi cabeza con susurros es mejor que dejar que la llenen los relojes con su tic-tac constante.
               Tengo una botella de cristal llena de leche en las manos, está medio abierta, cuando me doy cuenta de algo.
               El suelo está limpio.
               Y la noche en que Sabrae, Diana y Eleanor le pegaron la paliza a Chris, él se había levantado de la cama porque había tirado una botella de cristal al suelo.
               No hay ni rastro de ningún cristal, ni la más mínima traza, ni tampoco los azulejos están pegajosos, como deberían por haber pasado empapados de un líquido el tiempo que tardara Chris en enviar a alguien.
               Y, aun en el caso de que sus amigos lo hubieran limpiado, no habrían hecho un trabajo tan concienzudo. Casi todos vivían con sus madres, y por los comentarios que les había escuchado hacer estando en casa, o saliendo con ellos, me había dado cuenta de que casi tenía que dar gracias de que Chris me hiciera la comida.
               Me empiezan a sudar las manos.
               Imagínate cómo me pongo cuando escucho su voz detrás de mí.
               -Sabía que volverías, nena.
               La principal razón de que tiremos las cosas al suelo cuando nos llevamos una sorpresa es el estado de shock que el cerebro experimenta durante unos segundos. Una millonésima de segundo puede ser un millón de años en la corteza cerebral, ya no digamos en la zona que controla nuestros impulsos más primarios. El encéfalo detecta un peligro y activa el modo “lucha o huye” durante un par de centésimas de segundo, centésimas en las que el cuerpo entra en histeria, y le manda órdenes llameantes al corazón para que bombee más deprisa; a los músculos, para que se contraigan o dilaten según el caso; especialmente, a las piernas, que tendrán que ponerse en tensión; a los ojos, para que observen… y a los pulmones, para que recolecten aire mientras puedas.
               Durante ese tiempo, tu cuerpo no es tuyo, sino que tú eres de tu cuerpo.
               Y cosas tan simples como sostener una botella de cristal se convierten en un trabajo que no está a tu alcance.
               La botella se me escapa entre los dedos, que han dejado de servir su principal propósito, y estalla a pocos centímetros de mis pies, empapándome los playeros de correr, que ya están desgastados y requieren una jubilación a gritos. Me vuelvo muy despacio y me lo encuentro apoyado en el marco de la puerta, contemplando mi culo y mordiéndose el labio.
               -Chris…-empiezo.
               Me están esperando. Suben ahora, en cuanto yo no dé una señal de que estoy bien.
               Estoy armada.
               No quiero problemas.
               No te me acerques, te mataré.
               Por favor… por favor, no me toques.
               Se me ocurren esas posibilidades, pero soy incapaz de tomar una iniciativa ni decantarme por ningún camino. Mi frase de apertura, mi monólogo más importante, se autodestruye con la primera palabra.
               Clavo los ojos en él.
               No lleva vendas.
               Ya han puesto en marcha ese sistema del que nos han hablado en la universidad de soldado extrarrápido de los huesos mediante láser. Un par de tablillas que no impiden prácticamente la movilidad pegadas a la piel servirán.
               Mi suerte es pésima: cualquier ventaja con la que pudiera contar, ni siquiera existe. Seguro que si voy en un avión que sobrevuele el océano, y se precipita hacia el mar, soy la única superviviente, y aguanto en el mar hasta que me localice un helicóptero… y justo cuando mi salvador esté a un metro de mí, mi corazón se pare, porque llevo demasiado tiempo sin beber agua, sin comer nada.
               Quizá el avión se caiga en medio de Europa. Quizá yo sobreviva, me arrastre fuera del aparato en llamas, no llegue lejos y me quede paralizada por el fuego consumiendo mis terminaciones nerviosas a poca distancia de una laguna en la que curarme.
               Tal vez él intente matarme, haga un trabajo pésimo, y sólo me deje en coma, y me consigan reanimar, y me despierte con lesiones cerebrales, sin recordar quién soy, que tengo una madre, que la mujer que se inclina hacia mí y llora y me habla y usa una palabra para llamarme que yo no he oído nunca (¿Quién es Layla? ¿Qué es una Layla?), es la que me vio nacer y no una desconocida.
               No puede ser. Su nombre está en los papeles del hospital. No puede ser.
               -Te he echado de menos-dice por fin. Estoy temblando. Tiemblo por dentro y lo hago por fuera. Estoy sola. Va a volver a hacérmelo.
               Da un paso hacia mí. Yo doy uno hacia atrás. Da otro.
               -Nena…-empieza, pero yo niego con la cabeza.
               -No, Chris. Se acabó. Quédate ahí. Me iré ahora. Pensé que… no habías vuelto. No quería que la comida se echara a perder. Iba a llevarla a un…-me callo. No le importa. No tengo que explicarme.
               Tengo que salir de ahí.
               Si es necesario, por la ventana.
               Si hace falta, me corto las venas.
               No puedo dejar que me toque. No puedo dejar que me pegue. Ya no. Me han bendecido. Tengo una segunda oportunidad. Me han besado los moratones, han convertido el odio en amor.
               Me doy cuenta de que me aterra sobre todo lo demás el pensar en el nombre de Tommy. Es como si Chris pudiera leerme la mente. No quiero que le haga nada.
               Que me lo haga todo a mí. Puedo soportarlo.
               Lo que no puedo soportar es imaginármelo acorralándolo en un callejón, porque es mayor que él, más alto que él, más fuerte que él.
               -No has venido a verme al hospital-me recrimina.
               -Tú y yo no somos nada.
               Da otro paso y yo empiezo a chillar.
               -¡Quédate ahí!
               -Si no somos nada, ¿por qué me vendaste el brazo?
               Me lo quedo mirando. Se lo han dicho las enfermeras, que tiene un ángel de la guarda. Un ángel lo suficientemente estúpido como para protegerlo aun cuando ha sido él mismo el que se ha hecho daño.
               -Tú me quieres-me dice, me acusa, me exhorta. Da otro paso hacia mí y yo estoy contra la encimera. No puedo ir más lejos. Mierda.
               -No-rebato, pero es mentira. Sí, le quiero, o quiero a lo poco que queda de lo que era antes de llegar a Londres. A lo que es ahora, no, pero a lo que fue, sí. Es mi primer amor, siempre lo será. Mi primer novio serio, el primero que les he presentado a mis padres. El primero con el que me he mudado.
               El primero, el último, y el único. Me ha destrozado por dentro. Jamás podré querer a nadie como le he llegado a querer a él.
               Jamás nadie podrá quererme a mí en este estado.
               -Sí; te pongo nerviosa como lo he hecho siempre.
               Me pone nerviosa porque le tengo miedo. Sé que puede hacerme muchísimo daño, y eso sin proponérselo. Si quiere herirme, su poder no tiene límites.
               No me pone nerviosa porque quiero esforzarme por gustarle, me pone nerviosa porque, cuando entra en una habitación, tengo la sensación de que uno de los dos será la causa de mi muerte.
               Muchas veces, siento que soy yo misma.
               Da otro paso. Nos separa una fina corriente de aire. Ojalá pudiera teletransportarme.
               -No me gustó el juego del otro día.
               -A mí no me gustan muchas cosas que me has hecho a lo largo de mucho tiempo.
               -Te pasaste tres pueblos-se me acelera la respiración, y él baja la mirada a mi pecho, que se alza y se sumerge de forma irregular-, pero te perdono, porque eres preciosa, y… dios, nena.
               Se está poniendo duro.
               Se acerca un poco a mí, y aprovecho cómo me mira el pecho, cómo baja hasta mi entrepierna con sus ojos, para sacar un cuchillo y ponérselo en la garganta.
               Sabrae estaría orgullosa de mí.
               Se me queda mirando, con las cejas alzadas.
               -¿Qué crees que estás haciendo?
               -No te me acerques. Te lo dije. Te lo dijeron. No me toques, o te matarán.
               -Puedo hacerte muchas cosas antes de que lleguen a por mí-dice, y levanta un dedo y me coloca un mechón de pelo detrás de la oreja, y yo me estremezco, porque tiene razón. Empujo un poco el cuchillo contra su piel. Le sale un hilillo de sangre, pero se ríe.
               -Te mataré yo misma si es lo que hace falta.
               -No tienes agallas para eso, Layla. Lo sabemos los dos.
               -Jamás volverás a tenerme-le aseguro.
               -Te voy a tener ahora-replica.
               Como hipnotizada, lo retiré despacio de su cuello, y sonrió con malicia. Miré el hilo de sangre y me perdí su expresión sorprendida cuando me coloqué el filo sobre mi carótida. Tengo muy mal ángulo, pero un corte rápido bastará para hacer que me desangre en cuestión de segundos. Si consigo mantener la respiración, no me ahogaré en mi propia sangre y me iré de forma tranquila.
               Mejor que volver a tenerlo dentro.
               Eso le cabrea, le cabrea muchísimo ver mi decisión en mis ojos, ver que prefiero estar muerta a estar con él.
               -¿Crees que puedes hacerte nada sin que yo te lo consienta? Eres mía, y lo sabes. Por eso has vuelto aquí.
               -Ojalá no hubiera parado a Sabrae y Diana-le digo, como si aún tuviera el cuchillo en su piel-. Ojalá hubiera dejado que te tirasen por…
               Fue más rápido que yo. Apenas lo vi. Me cogió con la mano derecha del cuello, hizo que soltara el cuchillo con el contacto de su piel en la mía, me levantó y me estampó la cabeza contra la alacena. Me pitaron los oídos y vi en blanco unos segundos. Me ardía el cerebro.
               -No lo hiciste-sonrió-, ¿sabes por qué? Porque puedes decir misa, hablar de que te violo, pero en realidad, te gusta cómo te follo. Él no te lo hace tan bien como yo. Seguro que esa mierda de Tommy…
               Reúno las pocas fuerzas que me quedan y cambio de prioridades. No quiero escucharle decir su nombre, no quiero que piense en él, no quiero que me haga pensar en él mientras me toca.
               Pariré a sus hijos si es lo que tengo que hacer, dejaré que me pegue palizas cada noche, pero no toleraré que se compare con Tommy.
               -Lávate la boca para pronunciar su nombre.
               Ni siquiera se lo pensó. Volvió a golpearme contra la alacena y hacerme ver las estrellas.
               -¿La niña quiere jugar?-sonríe con maldad, es el ser más horrendo que ha conocido este planeta-. Juguemos.
               Se me cae el cuchillo, demasiado lejos como para poder alcanzarlo, cuando me agarra con firmeza del cuello, y del pelo para tenerme totalmente sometida, y me lleva hasta la habitación. Pienso que me va a lanzar directamente a la cama y puede que haya esperanza, si consigo ser rápida.
               No la hay.
               Me deja allí de pie, me obliga a mirar las sábanas deshechas. Están igual que cuando se levantó, con el brazo aún intacto.
               -Tu lugar favorito en el mundo.
               -Vete a la puta mierda-le digo, y me da una bofetada, y me deja sin aliento, y a la mierda mi oportunidad. Me empuja contra la cama, yo trastabillo, pierdo el equilibro y caigo sobre ella.
               Empiezo a patalear cuando se pone encima de mí. Le acierto en la mandíbula, y él me da la vuelta y me da un puñetazo en el estómago que me deja sin respiración. Un poco más arriba, y me habría roto una costilla.
               -Zorra de mierda, vas a aprender a respetarme-gruñe, y me rompe literalmente la camiseta, y yo empiezo a golpearle en el pecho, en la cara, a arañarle, a retorcerme para quitármelo de encima, pero pesa más que yo, y me coge las manos, me las anuda con la camiseta y…
               No.
               No. No. No no nonononono.
               … ata la camiseta a uno de los barrotes del cabecero de la cama.
               Me saca los pantalones con parsimonia, disfrutando del proceso. Me los quita sin quitarme los playeros.
               También se ha llevado mis bragas.
               Se queda mirando mi sostén.
               Me desanuda los cordones.
               -Chris-intento-, Chris, si alguna vez me has querido, no me hagas esto…
               -Te quiero, Layla, pero tengo que enseñarte una lección. Nadie toca mis cosas. Nadie se folla a mi chica.
               -Yo no… no he estado con nadie…
               -No mientas. Te ponías ese sujetador cuando querías echar un polvo.
               Ni siquiera me he fijado en qué sujetador me ponía esta mañana. Bastante tenía con tener la cabeza despejada para mi examen.
               -Chris, por favor-susurro, y tengo los ojos llenos de lágrimas, pero a él le importa una mierda igual que le llevo importando una mierda varios meses. Mientras me abra de piernas, todo correcto. Da igual que esté seca, que esté estrecha, que no me mueva, que no quiera. Él va primero. Lo importante es la fricción.
               Se la saca. La tiene muy, muy dura. Sádico de mierda, le gusta violar. Me vuelvo loca viéndola, se acaricia un poco, asegurándose de que puede cumplir. Me revuelvo y le doy una patada, él vuelve a golpearme en el estómago. No espera a que me recupere.
               Entra en mí.
               Me hace muchísimo daño, me arde como nadar en lava recién expulsada por un volcán. Grito de puro dolor, un grito inhumano, agudo, de ultratumba. Se me erizan los pelos de la nuca escuchándome.
               -Tampoco es para tanto, no la tengo tan grande-y se echa a reír, y eso tiene un efecto en nuestra unión, y yo quiero vomitar.
               Aparto la cara, me decido a dar toda la guerra que pueda, y empiezo a deslizarme hacia atrás, pero enseguida me coge para que no me vaya. Cierro los ojos.
               Imagínate que es Tommy. No llores para él. Imagínate que es Tommy, me insiste una voz en mi cabeza, y aprieto los párpados con fuerza, me imagino sus ojos azules, evoco su boca en mi cuerpo, sus manos en mis pechos, apenas rozándolos, su espalda bajo mis dedos, sus brazos alrededor de mí… su pelo, su sonrisa, su manera de besarme.
               Funciona apenas un segundo. El hechizo se rompe por la bofetada de Chris. Por eso, y porque es imposible fingir que no te están violando cuando lo están haciendo.
               Y Tommy no podría hacerme todo ese daño que estaba sintiendo en mi interior ni aun queriendo, ni aun pidiéndoselo yo.
               Chris me abofetea y me agarra del cuello. Me aprieta hasta hacerme creer que me va a asfixiar, y me entra el pánico pensando que me va a matar, pero va a seguir follándome.
               Lo último que sentiré en este mundo es a él dentro de mí.
               Justo de lo que quiero huir abandonando este triste lugar.
               -Es mi polla lo que tienes dentro ahora-me dice, como regocijándose en que hubiera ocasiones en que me gustara que me dijera cosas sucias, sonriendo al ver lo mucho que cambiaba la gente-. Déjate de soñar con la suya. Te ayuda porque quiere tu coño, Layla, pero eres mía, tu coño es mío. Jamás será de otro, ¿me oyes? Me lo he follado, y lo he llenado demasiadas veces, como para que pueda ser de otro.
               Me termino de volver loca y mi yo interior se echa a llorar. Me vuelvo una cobarde y prefiero que se enfrente a Tommy a que siga haciéndome eso. Quiero que pare, que apriete un poco más su abrazo en mi cuello y me lo rompa, o que finalmente acabe y se aleje de mí.
               Mis plegarias son escuchadas, porque termina en mí, se separa, y se marcha sin decir nada. Lo oigo abrir una lata de la nevera.
               Se está emborrachando.
               Reprimo un gemido y tiro con todas mis fuerzas en varias direcciones del nudo que me oprime las manos. Forcejeo con la cama ahora que puedo, porque seguro que le gusta ver cómo intento escapar, sin éxito.
               Pienso en gritar, pero no lo hago. No le voy a dar ese gusto ni voy a despertar de la siesta a la vecina de abajo, que tiene varios nietos que mantener; dos extra vienen en camino.
               Escucho con desesperación sus pasos volviendo por el pasillo. Se presenta en la habitación, se acerca a mí, y se sienta en mi vientre. No me deja respirar.
               -¿Se la has chupado?
               -¿Qué?-replico, y me gano una bofetada.
               -Me has oído de sobra, ¿le has hecho una mamada?
               -¡No!-espeto, escandalizada.
               -Bien-asiente, se termina la lata y la tira al suelo, meditabundo-, entonces, voy a dejar que me la comas un poco. No quiero que te rompas, pero tampoco te voy a dejar ir.
               Se la menea, vuelve a endurecérsele. La acerca a mis labios, presiona mi boca, que se niega a abrirse, hasta que se da cuenta que la única manera de hacer que colabore es tirarme del pelo y abrirme la mandíbula. No duda.
               Me está castigando.
               Esto ya no es violar por placer propio.
               Es violar por hacer sufrir al otro.
               Empieza a metérmela, yo lo miro a los ojos, deseo ser Sabrae (porque ella nunca consentiría que le terminase pasando esto), y se me ocurre una idea.
               Espero a que llegue al punto donde es más sensible, tomo aire por las fosas nasales, y muerdo con todas mis fuerzas.
               Eleanor, Sabrae y Diana aplauden en mi cabeza, ¡sí, señora, vamos, chica, castra a este violador! ¡Polla violadora, a la licuadora!
               Mi victoria es efímera porque, aunque chilla y le duele, termina masturbándose encima de mí, disfrutando de mi asco, derramándose en mi pecho y sonriendo. Recoge un poco de su semilla (me niego a pensar en ella como “semen”, ya no digamos “lefa” y esos sucedáneos que les gustan tanto a los adolescentes) con el dedo y lo acerca a mi boca.
               -Te lo vas a tragar-me dice-. Tu boca también es mía.
               Me dan arcadas, pero las consigo reprimir. Me ahogaré con mi vómito, no me va a dar la vuelta.
               Es ahora o nunca, me digo.
               Le golpeo con el codo, hago que pierda el equilibrio un momento, lo justo para sacar una pierna de debajo de él, y le doy el patadón del milenio. Estoy en una final del mundial y de mí depende la gloria de mi equipo, de mi país.
               Chris se precipita hacia el borde de la mesilla de noche. Se escucha un crujido, se cae al suelo, y se empieza a formar un charco de sangre.
               Me quedo estática, mirando la escena, esperando a que se mueva. No puede ser cierto. Los dioses no son tan bondadosos.
               Has matado a una persona, Layla.
               Un par de gotitas blancas se deslizan por mi vientre hacia el colchón.
               Eres médico para salvar vidas, no para arrebatarlas, me había dicho al calcular la puñalada que le tendría que dar para matarlo rápidamente en la cocina.
               Has matado a una persona, volvió a recriminarme la voz. Se me escapó una lágrima.
               -¿Chris?-susurro. No responde. ¿Cómo cojones va a responder? Tiene una brecha en la cabeza, no muy grande, pero de heridas menores se ha muerto gente ya.
               Hasta de constipados. El ser humano es frágil.
               Tiemblo tanto en mis sollozos sumidos en el silencio que consigo aflojar mi prisión.
               No lo quería en mi vida, pero tampoco deseaba matarlo. Sólo lo quería lejos, no en el otro barrio.
               Me quedo sentada en la cama, mirándolo. El charco aumenta, muy despacio, pero aumenta. Cuando ya tiene el diámetro de mi pie, de repente, me doy cuenta de una cosa.
               Soy una superviviente, soy una víctima, pero también soy una asesina.
               La única cosa que me ha evitado todo el sufrimiento por venir es también la que me ocasionará más del que nunca podría imaginarme.
               El año que viene me iba a ir a Harvard a estudiar. Me habían llamado. No solían hacer esas cosas.
               Ya no podría entrar en Estados Unidos después de esto, ya no digamos estudiar en una de sus universidades más prestigiosas.
               Ahora sí que no me va a querer nadie.
               Ahora sí que no te vas a poder querer tú.
               Me acerco a la ventana casi sin darme cuenta de lo que hago, como persiguiendo un sueño estando sonámbula, pero me doy cuenta de que sólo saltando voy a ser feliz. O, por lo menos, me voy a evitar ser infinitamente desgraciada.
               Me siento en el borde. Saco un pie, y luego otro. Me asomo. La caída es considerable. Me tiraré al suelo de cabeza, supera el 5º piso, pero… por si acaso. Mi suerte es mala. Podría sobrevivir. Aprieto los nudillos al borde de la ventana.
               Estoy reuniendo fuerzas para lanzarme al callejón cuando suena mi móvil. Me quedo muy quieta; es el tono de llamada de mi madre. No puedo hacerle esto a mamá.
               Pero…
               Dejan de llamar; seguro que se imagina que estoy en la biblioteca. Ya la llamaré después. Eso, si al final, no salto.
               Miro la calle. La calle me mira a mí, me llama. Voy a coger una pulmonía ahí sentada, desnuda, pero no lo soporto más. Quiero morir, pienso, y me entristece que una chica de 19 años pueda desear eso. Tengo toda la vida por delante… pero ya no me queda nada que vivir. Ni una gota de esperanza. Jamás me voy a librar de lo que acabo de hacer, del año que vivido.
               Asesinar a mi ex novio sólo ha sido la guinda del pastel, un pastel agotador.
               Miro la habitación. Se intuye un pie de Chris.
               Cojo aire, lo expulso, y miro al suelo. Seré una sorpresa desagradable para alguien, pero más desagradable es vivir así.
               Me deslizo despacio. Sólo me quedan las pantorrillas. Nadie mira en mi dirección. Nuca, nadie, mira en la dirección de las víctimas.
               Es la primera vez que me acerco a la ventana con esta intención. He fantaseado muchas veces con ello. Incluso la he abierto un par de veces para inspeccionar la caída. Pero nunca me he sentado en ella. Nunca he tenido realmente este deseo.
               Cierro los ojos. Les pido perdón a mis padres. Me deslizo un poco más. Me echo a llorar por mi hermano. 13 años es demasiado pequeño para ir al funeral de tu hermana, la que se fue a Londres con toda la ilusión del mundo, la que te trae regalos cada fin de semana. 13 años son muy pocos para ver una caja marrón sumirse en la tierra y echarle un puñado encima. 13 años son muy pocos para valorar el último momento en que estuvimos juntos, la última vez que le di un beso, la última vez que se colgó de mi cuello y me dijo que hasta el sábado que viene.
               Se supone que voy a volver el martes.
               Pero voy a volver mañana. Con los pies por delante.
               Espero, al menos, morir sonriendo.
               Un último empujón, y se acabó.
               19 años no son nada.
               Pero un año de sufrimiento lo es todo.
               Me inclino hacia delante.
               Y suena el teléfono.
               Me detengo. Los suicidas hacen esas cosas. Cuando se lanzan hacia un coche, en el último momento, se giran para ver al conductor y pedirle que frene. Cuando se toman un bote de pastillas, echan espuma por la boca, tratando de vomitarlo.
               Cierro los ojos, decidiendo si me acerco o no a ver quién es. Qué más da. Seguro que se apena de lo joven que he muerto, como si no lo hubiera buscado, o…
               -Hola, princesa.
               Contengo una exclamación. No puede ser, no puede ser, Dios existe, Dios no me reclama aún, Dios es bueno…
               -Soy yo-dice, como si hubiera dos millones de personas que me llamaran así, o algo-, T. Esto… Diana se va mañana, y queríamos saber si te apetecía ir a dar una vuelta. Los tres. Nada se sujetar velas ni… eso. Ya sabes que somos amigos. Scott no viene; está en Bradford-es mentira, está con Eleanor, ella me lo dijo, él me preguntó si me parecía un buen plan antes de proponérselo, si no sería muy pronto y “por Dios, Scott, ¡lleva esperándote 15 años!”-, y mi hermana… haciéndose la mayor. A Diana le hace ilusión verte-añade-. A mí también, claro-sí, a mí también me hace ilusión verlos-. Si no tienes planes, pues… Bueno, ya sabe qué hacer. Se me dan fatal los buzones de voz-debe de ser lo único que no se le da bien-. Llámame cuando quieras, ¿vale? Venga, no te molesto más. Hasta luego…
               Di princesa.
               Di princesa, por favor, di princesa.
               -… princesa.
               Me estremezco, y no precisamente por el frío. Es curioso cómo una palabra te puede devolver las ganas de vivir. Todo lo bonito de estar viva regresa a mi mente cuando él dice esa palabra. Los atardeceres, las películas antiguas, los paseos de la mano, las prendas en rebaja, que unos pantalones te queden bien sin probártelos, sacar un diez sin apenas esfuerzo, que todo el mundo alabe tus apuntes porque son buenos y bonitos…
               … Tommy.
               No puedo suicidarme. Destrozaré a Tommy. Su madre lo intentó. Y, ahora, es la persona más fuerte que conozco.
               Hay esperanza.
               Me bajo del altillo de la ventana. Tengo los muslos enrojecidos; las ventanas no están hechas para soportar el peso de una chica que quiere morir, ni tampoco el de una que se aferra de nuevo a la vida.
               Me echo a llorar, sobrepasada por lo que he estado a punto de hacer. Me visto a toda velocidad y salgo sin mirar atrás. No me detengo a comprobar si Chris tiene constantes.
               Sí que paro en la farmacia más cercana a por píldoras. He dejado de tomarlas. Mala idea.
               Me tomo una con una botella de agua caliente de las que venden en la calle.
               Otra, yendo al metro.
               Me percato en el vagón de que llevo puesta una camiseta de Chris, y su corrida en mi interior y por la mitad de mi cuerpo.
               Me tomo otra, y echo a correr en cuanto se abren las puertas. No me detengo hasta llegar a casa. Estoy sola. Me lavo los dientes dos veces, una antes de desnudarme, y otra, después. Me meto bajo el chorro de agua ardiendo y me froto hasta dejarme la piel enrojecida. Entonces, abro el agua fría, y sigo insistiendo hasta prácticamente hacerme sangrar. Tengo un par de moratones nuevos.
               La mandíbula se me está oscureciendo por momentos.
               Pero yo sigo pasándome la esponja llena de jabón, tengo que liberarme de cada célula de mi cuerpo que ha estado en contacto con el de él.
               Me ducho durante casi dos horas, tiempo más que suficiente para que llegue Keira a casa. Por fin, lo hace. Abre la puerta de la calle y camina por el piso.
               -¿Lay?
               -Aquí-susurro con voz débil.
               -¿Te estás duchando? No tardes mucho, luego me toca a mí.
               -Entra-murmuro. Abre la puerta y me mira.
               -¡Vaya! ¿Te ha venido la regla? Sí que te viene fuerte…-comenta.
               Sacudo la cabeza, ve mi cara pálida, y ella palidece más aún.
               -¡Layla!-chilla-, ¿¡Layla, qué te pasa!?
               -Tengo un desgarro-susurro. La cabeza la de vueltas-. Me lo ha hecho Chris.
               -Te he dejado ir con ese monstruo, la culpa es mía, yo… yo te he hecho eso, no él, y…
               -Keira-murmuro-, concéntrate-me cuesta muchísimo hablar, en parte por sus puñetazos, en parte por la sangre que estoy perdiendo-. Necesito que… me lleves… al hospital. A urgencias. Una transfusión. Soy 0 negativo.
               Sorpresa.
               Hasta en eso tengo que tener mala suerte.
               El donante universal, también el donante al que no puede donarle más que otra gente de su mismo tipo.
               Keira tiene hematofobia. Lo recuerdo tarde. Le tiemblan las piernas cuando me recoge y me ayuda a levantarme. Me aferro a su cuello y la empapo de sangre. Busca unas bragas y una toalla, y me la pasa por la entrepierna.
               -Vas a estar bien, Dios, voy a cargarme a ese hijo de puta, se va a enterar de…
               -Ya es tarde-susurro, y sonrió con cansancio-. Lo he matado yo.
               Me echo a reír, histérica. El esfuerzo es demasiado.
               Me desmayo y ella sale corriendo, pidiendo ayuda. Los chicos del piso de abajo abren la puerta… y se quedan paralizados al ver su cara ensangrentada, con mi sangre. Suben corriendo a recogerme.
               No me entero de cuando me suben al coche, ni de los baches, ni de Keira gritando que vayan con más cuidado, más rápido, y se salten los semáforos, pidiéndome que no la abandone, que siga con ella. Abro de vez en cuando los ojos y la veo llorar y besarme.
               Tampoco soy consciente del médico que nos recibe en urgencias, de su cara de estupefacción, de su sorpresa y pánico. Es mi tutor.
               -Estás en buenas manos, Layla-me dice, y yo le diría que ya lo sé, porque es verdad, pero también es mentira.
               Lo único que sé es que estoy muy cansada, que quiero dormir.
               Y que necesito desesperadamente sangre.
              

Aun en el caso de que no me convenza a mí misma de que he hecho lo correcto (porque estaba en una situación de vida o muerte, era él, o era yo), he conseguido bloquear lo que pasó el viernes en mi memoria.
               Es como si Chris no hubiera existido, o, al menos, no su versión más siniestra.
               Tal vez los calmantes para el dolor y los medicamentos para que me cure de la última herida que me ha ocasionado antes de abandonarme para siempre (más bien, abandonarlo yo a él) hayan contribuido a mi estado.
               Me siento como en una nube. Sigo asustada, porque tengo el miedo interiorizado, pero es una sensación diferente. Es miedo no por lo que me hizo, que también, sino por lo que estuvo a punto de conseguir que me hiciera a mí misma.
               No me doy tiempo a lamentarme de mi suerte. Mis amigas tampoco me dan la posibilidad. En cuanto se enteran de que estoy en el hospital, vienen todas a visitarme. Tengo la UVI para mí sola, las enfermeras nos conocen de algunas prácticas, y no han puesto inconvenientes en que formen un grupo de estudio, que arrastren camas y se sienten en ellas con una montaña de apuntes en el centro. Nosotras somos nubes que se congregan alrededor de la cima del Everest, rodeándolo y protegiéndolo, no pudiendo superarlo.
               Tampoco protestan demasiado cuando entra una mujer anestesiada y la colocan al fondo de la habitación. Le han hecho una cesárea, o eso nos dicen cuando la miramos con curiosidad, imaginándonos diagnósticos. Ninguno ha sido tan bonito como ése.
               Las echan cuando llega la hora de comer. Tengo que descansar. Bastante ha hecho el doctor dejando que se queden conmigo, me traigan los apuntes y me llenen de cuidados mientras sostengo las hojas entre las manos. Me molesta un poco la muñeca en que me han puesto las vías, pero nada que no pueda soportar.
               Una auxiliar se acerca con la bandejita, la coloca en la mesa, me toca la frente, comprobándome la temperatura, y me pone los dedos en la arteria que he pensado en seccionarme. Mira en su reloj. Yo hecho cuentas.
               -La tensión es perfecta. Casi vas a tener que cuidar tú de mí-bromea, y nos echamos a reír, y yo hago una mueca. Me duele un poco ahí abajo cuando me río, pero es un dolor agradable. Me hace sentir que estoy viva.
               Estoy probando la sopa despacio cuando se acerca el médico, todavía vestido con su bata. Debe de tener guardia. Se sienta en la cama y me toca la mano.
               -¿Cómo te encuentras?
               -Mucho mejor.
               -Tenías una herida muy fea-dijo.
               -Sí, lo sé. Sólo espero que no se meta en problemas por las zonas de sus alumnas a las que le echa vistazos-bromeo, y él sonríe.
               -El decanato lo entenderá.
               Examina mi expediente médico mientras yo me termino la sopa. Vuelve a mirarme.
               -¿Vas a contarme qué pasó?
               -Creo que lo que le faltan son detalles-murmuro, porque incluso los alumnos de primero son capaces de reconocer los síntomas de una violación. Son bastante inconfundibles, principalmente por las zonas en que se manifiestan. Además, tengo el cuerpo cubierto de moratones, pero no los brazos particularmente musculados, ni las piernas demasiado fuertes.
               Podemos descartar, por tanto, que me haya dedicado a boxear y me haya caído sobre una silla oportunamente dada la vuelta.
               -Voy a mandar a una psicóloga para que hable contigo, ¿te parece bien?
               Trago saliva.
               -¿Puede ser en enero? El martes vuelvo a casa, y ahora mismo tengo que estudiar… me queda el último repaso-me excuso. Se limita a levantar las cejas.
               -Insiste en el desarrollo hormonal y en la distribución de tareas del cerebro.
               -¿Me está soplando las preguntas?-espeto, incrédula-. ¡Eso es trampa!
               -Tus compañeros cuentan con una ventaja, Layla-en el hospital, soy Layla, en clase, soy Payne-: ellos no están ingresados, y es bastante posible que no los maltraten. Te dejo para que te termines la comida.
               Se levanta y se marcha, y yo me siento un poco mal por ese trato de favor. No me cuesta nada estudiar; de hecho, me tranquiliza tener algo que hacer para matar el aburrimiento de la Unidad de Vigilancia Intensiva del hospital.
               Hago caso omiso de la recomendación de mi profesor, y vuelvo a machacar todo el temario. La madre se despierta. Levanta un poco la cabeza y mira a las enfermeras. Luego, me mira a mí. Debe de parecerle extraño que esté incorporada cuando ella apenas puede moverse.
               Las enfermeras la acercan a mí para no tener que dar tantos paseos con el instrumental, comprueban sus constantes, y corren una cortina entre las dos. Me inclino para mirarla. La mujer me sigue mirando.
               Sonríe con cansancio.
               -Hola-le digo-, me llamo Layla.
               -Claire-murmura, un poco somnolienta.
               -Enhorabuena.
               -Gracias.
               -¿Qué ha sido?  
               -Gemelos. Niño y niña.
               -Qué suerte. Yo también quiero la parejita.
               No hago ademán de corregirla, decirle que es imposible que unos gemelos tengan sexo diferente. Los gemelos provienen del mismo óvulo y el mismo espermatozoide pero, en un momento del embarazo, el embrión se divide y se convierte en dos. Su carga genética es la misma, sus cromosomas son idénticos, los bebés serán irreconocibles el uno del otro hasta que dejen de ser bebés, e incluso después de eso podrán hacerse pasar el uno por el otro. Ha tenido mellizos; lo único que han compartido ha sido fecha de nacimiento.
               Ni siquiera comparten sexo, son como dos hermanos que no tienen por qué parecerse entre sí. Simplemente han tenido la suerte de ser fecundados en el mismo momento. El saco amniótico es diferente. Los genes son diferentes. Todo es diferente, excepto la madre.
               Hasta pueden tener distinto padre, según nos han dicho en la facultad, si la mujer mantiene relaciones de manera casi continuada con dos hombres diferentes.
               Qué cosas.
               -¿Quién ha sido el mayor?
               -Creo que la niña.
               -Así meterá en cintura a su hermanito-comento, y ella sonríe-, ¿cómo se van a llamar?
               -Ella, Lauren. Él, Thomas.
               Tommy.
               No puedo reprimir una sonrisa.
               -Un buen amigo mío se llama Thomas-le digo, y ella alza las cejas-. Es, con diferencia, la mejor persona que conozco.
               -Esperemos que le vaya en el nombre.
               -Esperemos.
               Me dan el alta el lunes por la mañana, a primera hora. Es mi tutor el que viene a recogerme. Ha mandado un aviso a toda la clase diciendo que el examen se pospone hasta la una del mediodía. Me los imagino celebrando ese golpe de suerte: más tiempo para estudiar.
               Se sienta a mi lado, con los papeles del alta ya firmados. Keira me ha traído ropa limpia. Unos leggins que me quedan un poco grandes (los compré estando con la regla, y siempre me hincho un montón), pero perfectos para la ocasión, porque no debo ponerme ropa demasiado apretada en la entrepierna; una camiseta y una sudadera.
               -Por protocolo, tengo que decirte que es recomendable que guardes reposo y no mantengas relaciones de gran envergadura (esto es, sadomasoquismo ni nada por el estilo) durante un tiempo. Puedes tener sexo con penetración, no obstante, si se lo dices a tu pareja…
               -Yo no tengo pareja-interrumpo, pero me ignora.
               -… y él pone cuidado en no hacer demasiada fricción.
               Antes, con los puntos en aquella zona, era una soberana estupidez acostarse con alguien en casi dos meses. Pero la medicina avanza siempre, y yo también me merezco experimentar esos avances, no sólo Chris.
               -Seguramente te moleste bastante el sexo durante un par de semanas, la lubricación de la zona va a disminuir-informa sin despeinarse, que para algo tiene la cátedra y para algo somos personas adultas que sabemos que los seres humanos no crecen en los árboles, y cuando terminan de madurar, plop, se sueltan de la rama y se precipitan al suelo.
               Seguro que el cordón umbilical es comparable al rabito de la manzana, pienso.
               -En otras palabras, tomáoslo con calma-sonríe-. También te recomiendo que, cuando te venga el periodo, no utilices tampones.
               Asiento despacio.
               -Y usa preservativo si se llega a dar el caso. Durante un par de meses. Mejor el masculino que el femenino.
               Vuelvo a asentir.
               -¿Seguro que estás bien? Puedo hacerte el examen cualquier día de vacaciones, y…
               -Estoy bien.
               -Pues eso está bien-ahora, el que asiente es él-. Te dejo para que te vistas. ¿Sigues queriendo visitar al psicólogo en enero? Está un poco liado, pero puede hacerte un hueco.
               -Sobreviviré hasta enero.
               -De acuerdo. Te espero en el pasillo.
               Cuando ya he abandonado la bata, me conduce por una millonada de pasillos hasta por fin llegar al párking subterráneo. Me indica el coche y parece pretender abrirme la puerta, pero no se lo permito y me meto antes de darle la oportunidad de cuidarme más.
               Conduce con la radio puesta, pero baja el volumen en cuanto yo abro la boca y le hago una pregunta. Empieza a hablarme de su fin de semana. Ha cambiado turnos para estar más cerca de mí, por si necesito algo. Ha enviado una copia del examen por correo electrónico a sus colegas, por si cogemos atasco, para que no nos esperen demasiado los demás.
               No lo cogemos. Llegamos puntuales, yo voy a la sala de estudio mientras él va a su despacho. Me siento con mis amigas, damos el último repaso (en realidad, me sonsacan todo sobre mi estancia en el hospital cuando me dejaron sola), y finalmente vamos a clase.
               Entrego el examen de las últimas, como siempre. Todo es normal, y nadie sospecha. El profesor me mira.
               -¿Cómo te ha ido?
               -No ha puesto las preguntas que me dijo que pondría-acuso.
               -Iba a hacerlo-responde-, pero vi que eras honrada y seguías estudiándolo todo, así que decidí variar un poco.
               -Estoy aquí para ser médico, no la primera de mi promoción-espeto, quizás en un tono demasiado cortante, pero, de serlo, a él no le molesta. Sonríe, me dice que eso me honra más aún, y que espera que me mejore.
               Soy la última en salir de clase. He usado demasiadas cosas y quiero tenerlas bien organizadas antes de ir a comer por ahí con las chicas. Odio que se me desparrame todo por el bolso.
               El profesor se acerca con los exámenes bajo el brazo.
               -Layla-me dice, como si siguiéramos en el hospital. Me pongo un mechón de pelo detrás de la oreja y espero-, lo que te he dicho sobre las relaciones… iba en serio. Si es lo que te pide el cuerpo…
               -No tengo con quién-respondo, y me pongo roja-. Quiero decir, eh… esto no es una invitación, ni nada por el estilo.
               Se ríe.
               -Sólo lo digo porque cada uno reacciona de una manera diferente a las situaciones traumáticas. Algunas tardan mucho en volver a estar con alguien; otras, en cambio, necesitan quitarse ese peso de encima y sentirse queridas cuanto antes. No te martirices si te apetece estar con alguien. Me consta que tienes a alguien esperando. Alguien que parece bueno.
               Abro los ojos.
               -¿Perdón?
               -Fui a ver cómo te iba de noche, el sábado. Hablabas en sueños. Decías un nombre.
               Recuerdo haber soñado con Chris. También recuerdo sueños más tranquilos y agradables. Dudo que haya conseguido colarse en tales sueños.
               -Me avergüenza decir esto, pero me despertó la curiosidad, y escuché un par de conversaciones con tus amigas mientras estudiabais… estaba preocupado-se excusa-. Volviste a mencionar su nombre y ellas hablaban de él con cariño.
               Me imagino qué nombre.
               -¿No tendrás… por un casual…? Bueno, olvídalo. No es de mi incumbencia, perdón por entrometerme.
               -¿Qué nombre?-pregunto. Se me queda mirando, pensando si soy algo así como una prostituta a la que le encanta su trabajo hasta el punto de que sueña con él.
               -Tommy-dice, y yo asiento, y se me encienden las mejillas. Baja la mirada, incómodo, susurra algo de que será mejor que vayamos saliendo para que cierre la puerta, y me franquea el paso. Me miro los pies mientras camino.
               Sueño con Tommy.
               Digo su nombre en sueños.
               Y son sueños agradables.
               ¡Evidentemente! Me recrimina algo en mi mente, ¡nada relacionado con él puede ser desagradable!
               En realidad, sí.
               Imaginármelo con otra.
               Aunque la otra esté dispuesta a compartirlo conmigo.
               Diana me ha llamado estando yo en el hospital. Fue el sábado, estaba ya en el avión, y mantuvimos una conversación muy profunda, demasiado para no hacerlo cara a cara, sobre la cantidad de cosas que nos ponían en relación.
               La más importante, era un chico de ojos azules y pelo castaño, que te sonreía como si fueras lo más especial que hubiera visto nunca.
               Diana había ganado, yo no lo sabía, pero había conseguido arrancarle un “te quiero” antes que yo. Puede que yo no se lo arrancara nunca.
               Pero Diana era buena, casi tan buena como Tommy, y me dijo que él me quería, y que estaba claro que yo le quería a él (¿quién podría no quererle, si era un sol?), y que haría lo posible por conseguir que aquello funcionara.
               -¿El qué?-le pregunté.
               -Tú y Tommy; Tommy y yo. A la vez. Si a ti te parece bien.
               Me acaricié la mejilla.
               -Normalmente pelearía muchísimo por un chico-me contó-, incluso aunque fuera mediocre, quizás sólo por la satisfacción de quitárselo a otra… Imagínate con Tommy. Pero tú eres tan buena, Lay, y yo estoy tan cansada de ser yo…-suspiró-. Ser yo me ha llevado hasta él, pero no me va a dejar seguir a su lado. Le quiero muchísimo, y tú también, y él nos quiere a las dos, nos quiere tanto y le queremos tanto que no estoy dispuesta a hacer que sufra intentando hacer lo correcto. Estoy dispuesta a compartirlo contigo, hasta que elija.
               -Si es que lo hace-susurré, y ella se quedó callada.
               -Si es que lo hace-dijo por fin-. A mí no… no me importaría que no eligiera-me la imaginé frotándose las manos, abrumada-. Estos sentimientos… son nuevos para mí.
               -Es un detalle, Didi. Te lo agradezco-le dije. Ella también me dio las gracias por ser tan comprensiva.
               Lo compartiría con un millón si eso significara garantizarme que me volviera a besar y me levantara la maldición como hizo en casa de sus padres.
               Pero soy afortunada; ahora mismo, no tengo que compartirlo con nadie.
               Me sorprende verlo a un par de metros de mi grupo de amigas, que me reciben para ver qué tal me ha ido todo. Me sonríe y yo lo hago también.
               -¡¡Hola!!-saludo, eufórica, y noto cómo me sonrojo hasta la punta de los dedos de los pies al darme cuenta de que susurro su nombre en sueños, que mis amigas saben quién es aunque no le ponen cara.
               Tengo las palmas de las manos rojas como tomates, no sabía que eso pudiera pasar.
               Avanzo hacia él, él avanza hacia mí y me estrecha entre sus brazos, a pesar de que para hacerlo debe ponerse de puntillas. No parece importarle. A mí, desde luego, no me importa.
               En sus brazos, todos mis pedacitos rotos vuelven a unirse, y es como si nadie pudiera volver a separarlos nunca. No me romperé mientras él esté cerca.
               -Qué guapo estás-le digo, porque a los chicos no se les dice lo suficiente lo guapos que son, y a las chicas no se nos dice bastante lo listas o lo buenas que somos. Me da las gracias y me acaricia los nudillos, porque cuando nos separamos, me coge de la mano.
               -He preguntado a literalmente 34 personas para asegurarme de que tenías clase aquí. Eres toda una celebridad.
               -Un poco-admito-, mis apuntes son bonitos.
               Lo miro a los ojos, él me sostiene la mirada, bajo a sus labios, y recuerdo las palabras de Diana. También es un poco mío.
               Me apetece besarle, no sé por qué, después de todo lo que ha pasado, lo mal que debería estar. Pero teniéndolo delante, no puedo estar mal.
               Me doy cuenta de que no estamos solos. Carraspeo y me vuelvo hacia mis amigas, que han enmudecido en un silencio expectante.
               -Chicas, éste es Tommy-digo, y ellas alzan las cejas al unísono, como en una coreografía de natación sincronizada.
               -Tommy Tomlinson-aclara él, encogiéndose de hombros, malinterpretando el gesto-. Lo sé, lo sé, mis padres son unos cabrones, ya lo sé.
               -Layla nos ha hablado mucho de ti-sonríe Cindy con malicia.
               -¿Todo malo?-pregunta él, metiéndose las manos en los bolsillos.
               -La mayoría.
               -Entonces, es verdad. Salvo lo de la orgía satánica. No fui por voluntad propia. Scott me obligó a ir. Malik-se encoge de hombros-, sí, somos leyendas andantes, qué le vamos a hacer. pero, el resto, es todo cierto.
               Las chicas se echan a reír, yo también, y él.
               -Os veo luego, chicas-les digo, dando un paso en su dirección y alejándome de mis amigas, que protestan por mi abandono.
               -¿Os he fastidiado algún plan?
               -¡Para nada, muñeco! Seguro que Layla prefiere estar contigo a con las víboras de sus amigas.
               -No os quiero cerca de él; es joven e influenciable, me lo terminaréis pervirtiendo.
               -O puede que consigáis aprender algo de mí-se burla él, y vuelven a reírse.
               Vienen a abrazarme, a recordarme que esa noche les pertenezco a ellas.
               -Menudo bombón, Layla, hay que ver cómo cambia tu suerte-me susurra Martha al oído-. Tráetelo a la cena de esta noche.
               -Pero no es mi novio. Sólo somos amigos.
               -Bueno, lo que sea. Tenemos ganas de conocer a un chico con el que te relaciones.
               Me pongo coloradísima. Qué más quisiera yo que relacionarme con Tommy.
               Nos imagino a los dos de nuevo desnudos, a él mirándome como me miró después de enseñarle los moratones, como me miraba mientras yo me imaginaba que me besaba… y dando un paso hacia mí… acariciándome el costado, mirándome a los ojos, asegurándome que nunca me haría daño, y yo diciendo que ya lo sé, disfrutando del contacto de su piel en la mía… de sus manos depositándome en la cama… de su cuerpo sobre el mío… su sexo en el mío…
               ¡Layla!, me reprendo.
               Me dejan libre, por fin, y él alza las cejas, invitándome a marcharnos. Asiento con la cabeza y lo hago.
               Estamos saliendo de la facultad cuando me pregunta:
               -¿Qué tal la sorpresa?
               -Inmejorable-sonrió al suelo, y él sonríe ante mi contestación, al verme sonreír a mí-. Tenía muchísimas ganas de verte.
               -Yo también. No me aguantaba en casa, y eso que llegué esta mañana.
               -¿Ya tienes la maleta?
               -Lo de Irlanda servirá. Chad te manda besos, pero… creo que no me resistiría a dártelos de una forma más personal.
               -¡Tommy!-me echo a reír y lo empujo, y él también se ríe-. Yo todavía no he hecho la mía, pero… no me llevará mucho.
               -Has estado muy liada, ¿eh?
               -La vida universitaria es durísima.
               -Pero ahora eres libre, ¿cómo llevas esa recién adquirida libertad?
               -Tengo muchas cosas con las que entretenerme-me burlo, y él se muerde el labio inferior, intentando no sonreír, no dando la batalla aún por perdida.
               -¿Demasiadas como para ir a comer conmigo?
               -Te haré un huequecito en mi apretadísima agenda-comento, sacudiendo el pelo a un lado. Le digo que tengo que cambiarme de ropa, ponerme guapa para que la gente no piense que está pilladísimo por mí por no inmutarse ante mi indumentaria (y me dice que estoy preciosa, que no le importaría lo más mínimo que la gente piense que está muy pillado, y se calla que tal vez sea la verdad, un poco abrumado aún por sus sentimientos), yo le digo que es un sol, él, que tiene sus momentos… pero me terminaré cambiando de ropa.
               Me pongo unos vaqueros claros, unas botas y una chaqueta de punto sobre una blusa blanca. Sonríe al verme.
               -¿A que estoy mejor?
               -Está bien; lo reconozco, así estás mejor-cede. Me pregunta si tengo algún sitio en mente, y vamos a un pequeño restaurante por el que pasa el autobús todos los días. Es la misma línea que me lleva a mi casa; recorre medio Londres, de una esquina a otra, y siempre me fijo en las raciones de la gente. Tienen muy buena pinta.
               Es un poco tarde; la mayoría de las mesas ya tienen servido el segundo plato o el postre. La camarera nos encuentra un hueco libre y se afana en recogerlo todo y adecentar la mesa. Nos toma el pedido y dice que en unos minutos nos lo traerá, que la cocina está un poco sobrecargada. Podemos esperar.
               Le pregunto por Diana, y Tommy me cuenta sonriendo qué tal les fue el viernes. Dice que lamenta que no haya podido ir, porque se lo pasaron genial, vale, pero conmigo se lo habrían pasado mejor (sí, claro), y Diana se ha ido con una espinita clavada porque no ha podido verme.
               -¿La echas de menos?-pregunto, y él juega con su pan. Asiente sin mirarme.
               -Es… no sé, se nota el cambio. Estábamos todo el rato juntos, era como con Scott.
               -Mejor-le digo, mordisqueando un picatoste-; hay sexo.
               -Sí, claro, el sexo-se aclara la garganta, y me encanta cómo lo hace. Se encoge de hombros-. Parece mentira, ¿no? Lleva fuera… nada, dos días, pero ya tengo ganas de que vuelva. Igual que tenía ganas de venir a verte a ti.
               -La diferencia está en que no es tan sencillo sorprenderla-me echo a reír.
               -Scott prefiere que le dé una úlcera a pisar Estados Unidos. No le culpo. Así que me moriría de aburrimiento en el avión, yo solo.
               -Al margen de que me prometiste que irías a Wolverhampton conmigo.
               -Y mis promesas son sagradas-asiente-, y más las que te hago a ti, princesa.
               Sonrió mordiéndome una uña, y no me da tiempo a pensar una respuesta, porque la camarera me planta un plato de ensalada César delante sin ningún miramiento. A él le coloca una bandeja de pizarra con un vaso que contiene panecillos integrales y un círculo de paté de pato, compota de manzana, paté de pato, y compota de manzana caramelizada.
               Tuerzo la boca.
               -Tengo la impresión-musito cuando se marcha-, de que me acaba de llamar gorda.
               -Es el paté-me dice Tommy-, es que es muy masculino.
               Nos cambiamos los platos, yo unto un panecillo y me lo meto en la boca. Mastico despacio, contemplando cómo él aparta los picatostes, los pone en fila, y los empuja hacia el tenedor con un trozo de pan ocre.
               Corto un trozo de manzana, lo coloco sobre el panecillo, y le echo paté por encima. Se ha terminado los picatostes para cuando yo he acabado mi pequeña obra de arte. Ahora, se ocupa de las ralladuras de queso. No hace distinción. Aparta los filetes de pollo rebozado y revuelve hasta hacerse con todos.
               -¿Quieres?-le digo, colocándole el panecillo en el plato, y él me sonríe, me da las gracias y lo muerde-. ¿Sabes? Me parece súper tierno que te comas los ingredientes en orden.
               -Empiezo fuerte, me dejo lo que menos me gusta para el medio, y luego, la gran final: lo más rico, lo último. Mamá también lo hace así.
               -Es un buen plan-medito.
               -Seguro que piensas que tengo un trastorno obsesivo compulsivo. Pues no-sacude la cabeza-, mi psiquiatra me dice que no entro en el espectro… de momento. Cuando me dé por ordenar las lentejas y comerme cucharadas con 63 gramos de legumbres, es cuando pueden llamar al psiquiátrico.
               Casi escupo el agua que estoy bebiendo.
               -Esto está buenísimo-comenta, chupándose los dedos. No me mira mientras lo hace, pero me doy cuenta de que no es por falta de ganas. No quiere incomodarme ni tampoco comportarse como un troglodita que sólo piensa en el sexo.
               Para eso, aparentemente, ya estoy yo.
               No sé qué hago fijándome en qué largos tiene los dedos.
               Necesito tranquilizarme.
               -¿Quieres más?
               Niega con la cabeza.
               -Podemos cambiarnos los platos, cumplir con los roles de género. Eso sí, yo no voy a cocinar todo el día. No soy tu madre-me encojo de hombros, y el que se ríe ahora hasta que le duele la tripa y casi me ducha, es Tommy.
               -Tiene mis babas-dice.
               -Tommy-susurro-. Nos hemos besado. Creo que hemos superado esa parte del asco de por babas del otro.
               -Pero yo soy un caballero y no le voy ofreciendo mis babas por ahí a la gente; no como otras, que usan su cuchillo para untar pan que prueban antes que los demás.
               -No finjas que mis babas no saben bien.
               -¿Quién lo está haciendo?
               -¿Por qué estamos hablando de babas?-digo, apoyando la mano en la frente y el codo en la mesa, y riéndome.
               -Porque entre los dos, juntamos tres neuronas. Y, por si tenías alguna duda, las tres son tuyas-responde, y le brillan los ojos, y a mí se me saltan las lágrimas de la risa.
               Me habla de sus hermanos, de lo mucho que los ha echado de menos y lo poco que le han echado ellos a él. Dan vive para hacerle la puñeta a Astrid; le digo que no sé de qué me suena, y se pone gallito y me dice que Dan es un rollito de canela demasiado bueno para este mundo, y Astrid, básicamente, la reina de las cabronas, pero se termina haciendo querer.
               Porque Dan es débil y no se resiste a los mimos de su hermanita.
               -Ser el hermano mayor es una mierda, ¿eh?-le digo, y él asiente.
               -¡Totalmente! Me deslomo por ellos, les leo cuentos, les traigo regalos cuando me voy de viaje, les compro bolsas de chuches cuando salgo por ahí, no les cuento a mis padres las cabronadas que hacen… ¡y me lo pagan no haciendo amago de levantarse del sofá cuando llego después de un fin de semana!
               -Crecen tan deprisa… odio que se hagan los independientes.
               -La culpa es nuestra. No somos duros-se encoge de hombros-. ¿Eleanor? Me tiene tirado boca abajo con la lengua fuera, esperando a que me rasque la barriga, cuando a ella le da la gana. Sólo tiene que decirme “Jo, T”, y ale, Tommy ya está hundido en la mierda para ella.
               -Rob se cuelga de mi cuello-espeto. Pone los ojos en blanco.
               -El cuello, tío, ¿para qué lo tenemos? Eres médico, ¿para qué sirve, realmente, si no es para que tus hermanos tengan con que doblegarte?
               -Es su principal función. Por eso los que son hijos únicos no tienen el cuello tan largo.
               -Scott parece un puto braquiosaurio.
               -¿Se lo has dicho alguna vez?
               -Le he puesto un emoji de un dinosaurio al lado de su nombre. Se pone de muy malas pulgas cada vez que lo ve. Por eso procuro que lo vea lo más a menudo posible-sonríe con malicia.
               -¿Y él no te contesta?
               -¡Bueno es él para pasarme ninguna! El hijo de puta me bombardea con fotos de jirafas cuando se aburre. “Mira, T, lo que te falta de altura, te sobra de cuello”, y se descojona solo. Nos odiamos a muerte, pero estamos demasiado ocupados fingiendo que nos amamos con locura como para darnos cuenta.
               -Lo he notado. ¿Y yo, de qué estoy más cerca? ¿De un animal extinto o de otro que enreda su cuello con su pareja?
               -Tu cuello es el más bonito que he visto nunca, princesa.
               -No seas zalamero.
               -Vale-y sonríe-, pero lo es.
               -¿Cómo va a ser bonito un cuello?
               Se me queda mirando.
               -¿Qué nos pasa hoy? Primero hablamos de babas, y ahora, de cuellos. ¿Qué otro tema de semejante calibre filosófico quieres abordar?
               Nos traen los segundos platos. Tommy se muerde los labios mirando su manjar. Se le escapa la risa.
               Nos cambiamos el lenguado relleno por las carrilleras en salsa.
               -¿Qué te parece lo irónico que es que las gambas convivan con los lenguados y les ayuden a quitarse porquería del cuerpo, pero cuando los servimos, las metemos dentro como si fueran su presa?
               Aparta una cáscara de gamba.
               -¿Puedo serte sincero?
               -Eso es lo que espero de ti.
               -Al ser humano le encantan las contradicciones.
               Y lo deja caer, como si tal cosa. Abre los brazos, y yo lo miro.
               -Elabora eso.
               -No puedo. Las neuronas las tienes tú.
               Seguimos bromeando, nos comemos el postre (lo pedimos cambiado a posta, para ver si la camarera se rige por algún patrón, y nos lo trae al revés, o sea, tal y como se lo hemos pedido, con lo que tenemos que volver a cambiarlo, y yo llego a la conclusión de que me está dando oportunidades para tocarle las manos a Tommy así, de gratis, porque es una buena persona), y se empecina en invitarme. Yo quiero invitarle a él. Tengo un trabajo.
               Lo tenía. Llevo casi un mes sin ir.
               Pero tengo ahorros.
               -Estoy anclado en el siglo XVII, soy un caballero inglés, y tú eres mi chica, ¿o no?
               Se me estremecen las entrañas recordando a los señores del museo.
               -Sí, soy tu chica.
               -Pues ya está. Patriarcado, machismo, toda esa mierda; mira lo poco que hemos avanzado-dice, depositando un billete en el platito con la cuenta y haciendo un gesto para que nos vayamos.
               Se queda esperando en el portal de la casa de sus padres (se me hace necesario recalcar el sus porque, de verdad, más tierno y el chiquillo no nace) hasta que yo me vuelvo con las llaves colgando y le digo:
               -¿Quieres subir?
               -¿Quieres que suba?-responde, alzando las cejas y sacándome la lengua, y que me aspen si no es Scott, y yo no soy Eleanor, y odio a los tíos chulos pero me encanta que él lo sea.
               Incluso me guiña el ojo.
               Ay, señor. Llévame pronto.
               Sí, señor, sonríe con malicia una voz dentro de mí, llévala a los brazos de él.
               -Me encantaría.
               -Pues ya estoy arriba. En las putas nubes, estoy. A ver quién me baja.
               -Estás siempre en las nubes, Tommy, eres una jirafa-me echo a reír, empujando la puerta y sujetándola para que pase. Suspira.
               -No debo consentir que Scott se acerque a ti. Imagínate que tenéis críos. Serían insoportables, me harían la vida imposible.
               -Pues ya se ha ofrecido a tener hijos conmigo-le digo, para pincharle-. Por si no tengo con quién.
               -¿Quién se cree ese hijo de puta que es para hacerle esas proposiciones a mi chica? Le voy a partir las jodidas piernas, desgraciado de mierda-bufa, haciéndose el ofendido, pero yo no sé que siente celos de verdad, y se sorprende de que le cabree imaginarme con otro chico, incluso si ese chico es su mejor amigo.
               Nos metemos en el ascensor y nos miramos en silencio. Es pequeñito.
               Lo es aún más cuando se suben en el primero dos vecinos que van al ático. Nos saludan y se alejan de la puerta.
               Tengo su cuerpo pegado al mío.
               Clava sus ojos de zafiro en mí.
               Dejo de respirar. Cómo le brillan. Son preciosos.
               Él no puede apartar la vista de mí. Está como hipnotizado. Carraspea y se escurre entre los vecinos cuando abre la puerta. Le sigo.
               Soy su chica.
               Creo que me desea.
               Y no quiere desearme.
               Pero tampoco quiere no querer desearme.
               Me tiembla la mano; me estoy poniendo nerviosa teniéndolo tan cerca. No son los nervios de Chris, son los nervios de Tommy, mucho más placenteros, pero también más difíciles de controlar.
               Me coge la mano y me ayuda a meter la llave en la ranura. Nos miramos a los ojos. Nos miramos los labios.
               Traga saliva. La nuez de su cuello sube y baja. Me gusta muchísimo verlo.
               Sacudo la cabeza, zafándome de esas ideas. Giro la llave, empujo la puerta, y me voy a la habitación. Él se queda en el salón.
               Los dos nos sentamos a la vez.
               Y los dos nos preguntamos lo mismo.
               Si nos besamos ahora, si cedemos a lo que queremos, ¿qué va a pasar?
               ¿Nos vamos a hacer daño?
               ¿Se lo vamos a hacer a Diana?
               ¿Merece la pena arriesgarse?
               Tommy mira su reflejo en la televisión, yo levanto la vista igual que lo hace él, y la clavo en el mismo punto de la pared, el equivalente al lugar donde se encuentra la caja tonta.
               Una palabra.
               Dos letras en el idioma de nuestras madres.
               Sí, claro que merece la pena arriesgarse.
               Pero él no va a ser quien dé el primer paso. Se lo ha prometido a Scott, se lo ha prometido a sí mismo, y me lo ha prometido a mí sin decírmelo. Ya está bien de que yo me sienta presionada, incluso cuando él no puede presionarme en absoluto.
               Todo depende de mí.
               Pero yo estoy cansada de que todo dependa de mí. Estoy agotada de dar tantos primeros pasos. Ser yo la que se marche, y no el otro. Ser yo la que corra, y no el otro. Ser yo la que perdone, y no el otro. Ser yo la que mate, y no el otro.
               Mi respuesta cambia.
               No. Él no me merece. Se merece a Diana; ella no ha matado a nadie. Yo, sí.
               Entonces, ¿por qué tengo tantísimas ganas de volver con él y pedirle que me bese?
               Dios, qué lío.
               Bufo.
               Me he cambiado los papeles con la americana. Ahora, el mar en calma es ella; la tempestad soy yo.
               Lo que no está claro es una cosa: ¿es Tommy un barco?

               ¿O es un globo aerostático que te lleva a las estrellas?

41 comentarios:

  1. NO NO NO Y NO JODER. NO NO NO

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  2. ESTOY LLORANDO TIO. OTRA VEZ NO. MI POBRE NIÑA. NO NO JODER NO.

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    1. Os prometo que la quiero con locura, no me ha hecho nada ni tampoco la hundo en la miseria porque me caiga mal Liam


      (Liam me cae mal, sí, pero a Layla la adoro)

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  3. Lommy son preciosos hasta decir basta, pero mi corazón es más Tiana shipper y explota.

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    1. Estoy dividida entre los dos porque yo los veo y uf :( Tommy las adora a las dos, mi niño precioso

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  4. QUE PENSÉ QUE HABÍAMOS SUPERADO ESTA MIERDA JODER. QUE PENSÉ QUE ESE GRAN HIJO DE PUTA NO VOLVERÍA A APARECER HOSTIA. ESTOY ENFADADA.

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  5. LO HA MATADO DE VERDAD? LA MADRE QUE ME PARIÓ JODER. ERI, QUE YO NO QUIERO QUE MI NIÑA PRECIOSA VAYA A LA CÁRCEL.

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    1. Tommy va a ser el que nos confirme si Chris está muerto o no, lo voy a mandar en misión especial a proteger a Layla, que es lo que mejor se le da hacer Ü
      No te preocupes, todos vamos a cuidar de ella ♥

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  6. QUE LO HA MATADO. QUE COMO HA PASADO

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    1. Se ha marcado un Oliver y Benji con su cabeza JAJAJAJAJAJAJAJAAJAJAJJAAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA no soy una psicópata lo prometo





      quizá un poco sí

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  7. eri tía pero cómo has podido hacer esooooooooooooo que mal lo he pasado madre mía :(

    y bueno a Diana le ha dicho que la quiere y el cap anterior es PRECIOSO pero es que lo voy a seguir shippeando con Layla siempre

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    1. Ha sido necesario para hacer avanzar la historia María, te prometo que Layla no lo va a volver a pasar así de mal NUNCA.

      Estoy tan dividida de verdad me duele el coraçao

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  8. MIRA DE VERDAD, ERIKA, TE IBA A MATAR, NO IBA A CONSENTIR UNA VIOLACIÓN MÁS EN ESTA NOVELA. Hasta que, gracias al universo, Layla lo mata, NO ME HE ALEGRADO MÁS POR LA MUERTE DE ALGUIEN EN MI VIDA

    Y ahora, por favor, que no se líe mucho cuando lo descubran muerto, quiero a mi nena feliz de una vez por todas, gracias

    TOMMY, CÓMO NO TE VOY A QUERER, DIOS QUE BIZCOCHO MÁS BIZCOCHUELO, AY

    ¿Layla le contará todo por lo que pasó el día que la llamó para decirle de salir con Didi?

    SABES QUE CADA DIA ME PONES MÁS DIFÍCIL DECANTARME POR UN SHIP? EN PLAN, YA NO SÉ SI LOMMY O TIANA (?) (creo que el shipname de Diana y Tommy es así, si no lo es, corrígeme, gracias)

    Y, CÓMO SIEMPRE, NO SÉ QUÉ MÁS ESCRIBIRTE, PERO VAYA, EN RESUMEN, A POCO ME DA UN PATATÚS CON LO DE LAYLA (Que es que a poco me echo a llorar, te odio por eso) Y AMO A TOMMY.

    BUENO, TE AMA MUCHO, Vir

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    1. Pd: ten en consideración que no he hecho ninguna pd

      Pd2: mierda.

      Pd3: jeje

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    2. YO LLEVABA SIN ALEGRARME DE LA MUERTE DE ALGUIEN A ESTOS NIVELES DESDE LO DE JON NIEVE PERO SURPRAIS MADAFACKA LA PUÑETERA MELISSANDRE TUVO QUE RESUCITARLO UF

      Yo también quiero muchísimo a mi nena aunque no lo parezca, pero un poco de salseo no le hace mal a nadie ;)
      TOMMY ES UN BIZCOCHO DE VERDAD PROTEJÁMOSLE TOO PURE FOR THIS WORLD IM TELLING YA

      Hasta hace dos segundos no entendía la pregunta de " ¿Layla le contará todo por lo que pasó el día que la llamó para decirle de salir con Didi?" y eso que la leí apenas publicaste tú el comentario la primera vez y me quedé en plan ??????? qué cojones pone aquí JAJAJAJAJAJAJAJA sí, claro que se lo va a contar, Layla tiene miedo de cómo se lo vaya a tomar él pero tampoco puede tener secretos con Tommy, es algo así como su casa y no quiere renunciar a él por no disgustarlo. Además, no es culpa de ella que le haya pasado lo que le ha pasado.

      LO SÉ, CRÉEME, A MÍ TAMBIÉN ME CUESTA MUCHÍSIMO DECIDIR SI HE ELEGIDO CORRECTAMENTE A LA QUE SE QUEDA CON TOMMY, va a dar que hablar
      (╭☞ ͡ ͡° ͜ ʖ ͡ ͡°)╭☞
      Tiana o Lommy, ése es el dilema
      (╭☞ ͡ ͡° ͜ ʖ ͡ ͡°)╭☞

      ME ENCANTAS JO, OLE TÚ ♥
      TE AMA MUCHO AUNQUE NO SUPERES TU ADICCIÓN A LAS PD, Eri

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  9. LAYLA ES TONTA JODER. POR QUE VUELVE AL APARTAMENTO JODER

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    1. ES UNA DELICIA DE PERSONA POR FAVOR NO QUIERE QUE SE ECHEN A PERDER LAS LECHUGAS QUE TIENE EN LA NEVERA SABIENDO QUE HAY GENTE QUE SE MUERE DE HAMBRE Y QUE VIVE DEL DINERO QUE OBTIENE MENDIGANDO ESTOY TAN TRISTE

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  10. POR FIN JODER. POR FIN ESE PEDAZO DE MIERDA HA DEJADO DE EXISTIR

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  11. Lo ha matado. Mi niña de va a meter en problemas. Erika, no quiero que mi niña se meta en problemas joder

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    1. ¿Por qué? Llevaba un año machacándola, la estaba violando, era ella o él
      No se ha metido en problemas, al contrario, acaba de salir de ellos

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  12. JODER QUE MONO TOMMY CUANDO A HAN PUESTO A HABLAR DE LOS HERMANOS. QUIERO MORDERLE UN MOFLETE COÑO YA.

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    1. ESTÁN LOS TRES QUE NO CAGAN CON LOS HERMANOS PEQUEÑOS, QUIERO BESARLES

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  13. Cuando Layla ha estado a punto de suicidarse y de repente ha saltado en el contestador el mensaje de Tommy, me he echado a llorar como un puto bebé

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    1. Se me veía venir en ese momento, en mi opinión, pero no por ello es menos emocionante

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  14. Como siempre cuando pienso que ya tengo mis prioridades establecidas y me convenzo a mi misma de que soy TIANA Shipper me haces un capítulo así y ya no se que me hacer con mi vida

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    1. Me pasa lo mismo, narra Layla y Tommy es para ella; narra Diana, y Tommy es para ella
      Narra Tommy y PUM, puto lío

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  15. Por fin ese hijo de puta ha dejado de existir.

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    1. -escribió mi cerebro, agitando festivamente unas maracas

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  16. Por que Layla nunca para de sufrir joder. Eso, me empiezas a caer mal.Por que le haces esto a mi niña? :(

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    1. :( no quiero caerte mal ni quiero que Layla sufra como lo hace, pero esto era necesario para poder poner punto y final a su historia con Chris

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  17. NO NO NO Y NO. CREI QUE YA NO HABRÍA MÁS VIOLACIONES EN ESTA NOVELA. ME DUELE TODO

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  18. LOMMY SHIPPER FOREVER AND ALWAYS

    ResponderEliminar
  19. Layla :( Mi pobre niña

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  20. Yo: "Vale venga. Decidido. Soy Tiana Shipper"
    *sale este capitulo*
    Yo: Vaya pues no.

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    Respuestas
    1. Me pasa constantemente según voy escribiendo, tranquila

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