lunes, 25 de julio de 2016

Diosa de Nueva York.

Sentía una presión en el pecho muy agobiante a medida que atravesaba la terminal, alejándome de él. Una presión muy parecida a la que sentí cuando me subí al avión de camino a Inglaterra.
               Tenía la incómoda y nada agradable sensación de estar dejando algo muy importante detrás, pero no me giré. Sabía que, si lo hacía, estaría perdida. No me podía permitir mirar atrás.
               Me iba a casa.
               Nueva York era mi casa, no Tommy; no importaba lo que le dijera después del sexo, no importaba lo que le dijera cuando estábamos los dos solos y no podíamos parar de tocarnos; daba lo mismo lo que le confesara entre beso y beso. Había algo en él que me soltaba la lengua más de lo que debería, me hacía decir la verdad, por muy dolorosa que fuera.
               Hacía mes y pico, había pisado suelo británico contando los días que faltaban para volver a casa.
               Y, ahora, me volvía a sentir como cuando terminé de hacer la maleta, y me quedé sentada en mi habitación del ático de Nueva York, mirando en derredor, intentando memorizar cada esquina de mi santuario.
               Me costaba horrores seguir caminando por la terminal, y no ayudaba el hecho de saber que podría volver a él cuando quisiera, pues habíamos cruzado las barreras juntos.
               No corrí cuando el tren que trasladaba a las puertas llegó a la parada. Tampoco me esforcé por encontrar un hueco en él. Simplemente me senté sobre mi maleta, esperando a que se cerraran las puertas, pensando en qué excusa conseguir para volver.
               Qué excusa encontrar para seguir adelante.
               Zoe.
               El One World Trade Center iluminado de noche.
               La bola cayendo.
               Central Park nevado.
               El Empire State con los colores de nuestra bandera.
               Los besos a medianoche.
               Miré con tristeza cómo llegaba el nuevo tren.
               Pero yo quiero besar a Tommy a medianoche, pensé, y se me partió un poco el corazón. El tren abrió las puertas y una millonada de turistas se lanzaron a su interior, como si hubiera una maleta con muchísima pasta dentro y quisieran hacerse con ella. Empezaron a parpadear las luces de encima de la puerta, que indicaban que se cerrarían en breve, y comprendí que era ahora o nunca, que, si no cogía ese tren, volvería con Tommy.
               Y no podía volver con Tommy.
               No podía permitirme depender tanto de alguien como ya lo estaba haciendo, así que me incorporé de un brinco y arrastré mi maleta conmigo, me hice un hueco a codazo limpio, y tiré de mi maleta y la conseguí meter justo en el momento en que las puertas se cerraban. El tren arrancó en silencio, sin necesidad de conductor que le indicara lo que debía hacer; tenía bien interiorizada su tarea.
               La fuerza del arranque me tiró hacia atrás, y choqué contra un par de chicos que me miraron divertidos. Me recorrieron con los ojos, y empezaron a cabrearme.
               Ahí empezó a morir mi versión inglesa, y a renacer mi yo americano. Además, yo no era una americana cualquiera: era neoyorquina, y no hay quien le tosa a una neoyorquina.
               Les lancé una mirada envenenada, como si no me encantara la atención masculina. Se hartaron de mirarme el culo; la verdad es que no podía culparles.
               Y ellos se envalentonaron, hombres. Empezaron a comentar entre ellos qué vuelo podría coger; ojalá fuese a Lyon. Sonreí para mis adentros al comprobar que podía entender todo lo que decían. Franceses. No hay nadie más prepotente que ellos en todo el mundo.
               La conversación escaló cuando vieron que no me bajaba en la primera parada.
               -Lo que le haría.
               -¿Habrá entrado en el club de las mil millas?-bromeó uno, y el otro se echó a reír.
               -¿Crees que habrá entrado dos veces en el mismo vuelo?
               -Teniendo en cuenta la cantidad de veces que he cogido un avión, es incluso insultante que os lleguéis a plantear eso-les contesté en francés, suavizando aún más el acento que había ido cogiendo en clase. Los dos se pusieron colorados-. No obstante, si me siento sola en mi vuelo hacia Nueva York… quizás os llame, para que disfrutéis escuchando cómo me tiro al azafato que más bueno esté.

               -¿Vas de vacaciones, cariño?-inquirió uno, acariciándome el brazo.
               -Vuelvo a casa, mi amor-sonreí-. Y, como no me quites esa mano de encima, quizás tengas suerte y una parte de ti vaya en primera a la otra punta del mundo.
               Me dedicó una sonrisa cínica, pero apartó la mano. Bien.
               El tren se detuvo en mi parada, y se inclinaron accidentalmente hacia delante para disfrutar de otro roce conmigo.
               -¿Es todo lo que se os ocurre?-pregunté, saliendo del tren. Sonrieron.
               -Es todo lo que podemos hacer.
               -¿Habéis estado en París?-pregunté, y asintieron-. Genial; os voy a poner deberes. La próxima vez que vayáis, os metéis la torre Eiffel por el culo.
               Alcé las cejas, se me quedaron mirando con odio, y me di la vuelta y me marché sacudiendo las caderas, regalándoles una preciosa vista de mi culo que, desde luego, no se merecían, en dirección a mi puerta de embarque. Les escuché decir, antes de que  el tren arrancara, algo como “todas las que hablan inglés son unas zorras”.
               No, cariño, yo no soy “una” zorra, yo soy la zorra.
               Me dejé caer en un asiento libre y esperé a que me llamaran. Más y más turistas se congregaban a mi alrededor. Algunos compatriotas míos me reconocieron; un par de chicas, incluso, se acercaron a mí y me pidieron una selfie.
               -Habíamos oído rumores de que estabas en Inglaterra, pero no sabíamos si era verdad.
               Me preparé para soltar mi elaborada mentira, profundamente estudiada, mientras sonreía mirando a la cámara de sus teléfonos.
               -Quería ampliar mis proyectos en Europa; ya sabéis, el caché de la moda vuelve a estar en alza aquí.
               -¿Vas a regresar, Diana?-preguntó-. A Europa, quiero decir.
               -Sí, me imagino que volveré en enero.
               -¿Tienes algo pendiente en Nueva York?
               -Vaya, chicas, ¿trabajáis para algún blog y no me habéis dicho nada?-sonreí, y ellas se sonrojaron un poco y negaron con la cabeza-. No tengo nada pensado, pero si surge algo, lo cogeré. Voy de relax. Ha sido un mes bastante… intenso.
               No recordaba haber follado tanto y tan de seguido en toda mi vida.
               Creo que me iba a venir bien separarme de Tommy un tiempo.
               Además, me vendría la regla pronto. Mejor pasarla en casa que no subiéndome por las paredes por culpa de sus brazos, sus ojos, y su boca.
               Invitaron a embarcar a los de primera clase, y yo me levanté.
               -¡Espera! ¿Se sabe ya qué modelo vas a llevar en el desfile?
               Las noticias volaban, no importaba hacia dónde; simplemente, lo hacían. Me llevé un dedo a los labios.
               -¡Diana!-se lamentaron las dos, y, por la forma de pronunciar mi nombre, me di cuenta de que eran de Kentucky.
               -No lo contéis, ¿vale? Pero… hay joyas incorporadas.
               -¡No!-gritó una-. ¿El Wonder Bra?
               -Top secret, no puedo decir más, o me matarán. Hasta luego, chicas, que tengáis un buen vuelo-me despedí de ellas, las abracé, porque tus fans te dan de comer, y es agradable encontrarte con fans agradables y respetuosas como ellas, que no te planten una cámara en la cara y no intenten entablar un mínimo de conversación, tratándote más como a un manatí en un zoológico que como a una persona, y le tendí el pasaporte a la azafata. Lo miró un segundo; ya sabía quién era, pero su profesionalidad le impedía hacerme ninguna petición. Cortó mi billete y me indicó que pasara.
               Kristen me había reservado el mejor asiento; el de la ventana de la primera fila del avión. Coloqué mi maleta en el compartimento superior, saqué el ordenador, los auriculares, y un par de revistas, y los puse en el pequeño saco de la pared. Las azafatas me preguntaron si quería algo; pero yo negué con la cabeza.
               Tenía pensado hacer del vuelo un infierno para ellas; dejaría que se hicieran ilusiones.
               -Dentro-tecleé en la pantalla del teléfono, y le envié el mensaje a Tommy, tal y como él me había pedido, después de reclinar el asiento y ponerme gafas de sol. Tampoco se trataba de hacer un circo de mi estancia en el avión; bastante había con que todo el mundo se quedase mirando mi escote.
               Sí, tesoros míos, hago ejercicio, por eso tengo las tetas tan bien puestas y tan bonitas, incluso cuando no llevo sujetador.
               -¿Me recuerdas qué puerta era?-preguntó él.
               -¿Por? ¿Quieres venir a rescatarme? No soy ninguna damisela en apuros-recordé, pero mi yo interior se regodeó en imaginármelo viniendo a por mí, saltándose los controles, y llevándome lejos, con él. Solos los dos.
               -Vaya, yo que ya tengo lo azul del príncipe-se burló.
               -Eres estúpido.
               Tardó un poco en contestar, pero, cuando lo hizo, no fue con palabras.
               -¯\_()_/¯
               Me eché a reír.
               -¿Ves como eres estúpido?
               Esta vez, la respuesta fue inmediata.
               -¯\_()_/¯.
               -¿Tienes más caras?
               -(╭☞ ͡ ͡° ͜ ʖ ͡ ͡°)
               -Precioso.
               -Las demás no te las enseño. Hay que guardarse algo.
               -Me parece bien. (╭☞ ͡ ͡° ͜ ʖ ͡ ͡°)
               -NO. ME. LAS. COPIES.
               -Vale. Te dejo, T-le envié, y estaba a medio mensaje cuando me respondió:
               -Qué más quisieras, americana. Te tengo comiendo de la palma de la mano.
               -En tus sueños, inglés. Eres imbécil-sonreí, y le mandé un emoticono sonriente-. Me refiero a que te dejo por el momento, en seguida vamos a despegar.
               -Oye, ángel, ¿sabes por qué levantamos la vista al cielo?
               Suspiré.
               -Te voy a bloquear, Tommy.
               -Diana-respondió, suplicante, o eso me pareció a mí, porque enseguida la cagó añadiendo-. Déjame ser el que encienda un fuego en esos ojos…
               -ADIÓS, TOMMY.
               Y lo bloqueé, y me lo pude imaginar riéndose en el aeropuerto, sus ojos azules brillando como nunca, pasándose una mano por el pelo, pidiéndome perdón una y mil veces, sabiendo que yo no leería jamás esos mensajes. Me abroché el cinturón y me arrebujé en el asiento. Un chaval un par de años mayor que yo fue mi vecino en el período de tiempo en el que el avión despegó. Se volvió hacia la ventanilla, contemplando cómo atravesábamos las nubes. Y luego, se dignó a clavar la vista en mí.
               Mencionó mi nombre en una pregunta, yo lo miré, como agotada de mi vida, y repliqué con el suyo. Sonrió, y nos estrechamos la mano.
               -A mi novia le encantan tus reportajes.
               -A mí me encantan tus películas.
               -Gracias, aunque la última no ha sido muy buena.
               -Todo el mundo tiene algún tropiezo de vez en cuando.
               -Tú, no.
               -El hecho de que insinúes que yo forme parte de “todo el mundo” me ofende profundamente. Que lo sepas.
               Se echó a reír. Seguimos hablando un buen rato, pasado ya el tiempo obligatorio de tener los cinturones abrochados. Detuvimos nuestra conversación en ese preciso instante para decirles a nuestras respectivas parejas (vaya, ¿Tommy es mi pareja? Resulta un poco… raro pensar en él con esa palabra) que estábamos en el aire. Le anticipé una tormenta bien fuerte que le tendría con los nudillos clavados en el asiento.
               El muchacho volvió a centrar su atención en mí cuando bloqueé el teléfono y me lo guardé en el bolsillo. Las azafatas comenzaron a pasearse aquí y allá, ofreciéndonos todo tipo de comodidades que a nosotros nos venían gratis por el mero hecho de haber pagado más que los demás por nuestros asientos. De alguna forma había que compensar.
               El actor llamó a su novia por Skype, yo la saludé, y a ella casi le da un ataque de ansiedad. Me puse los auriculares y empecé a ver capítulos aleatorios de series más aleatorias aún.
               Después de comer, con mi compañero durmiendo la siesta con la música a todo volumen en sus tímpanos, cogí el móvil y llamé a Layla. Desactivé el modo avión para ello, pero yo soy Diana Styles, las reglas de los aviones no se aplican a mí.
               -Hola, Didi-sonrió Layla, y me sentí florecer un poco por dentro. Decía mi nombre como si fuera la palabra más bonita del mundo-. Justo ahora estaba pensando en ti.
               -¿Cómo estás?
               -Bueno, he estado mejor-admitió.
               -¿Y eso?
               Y me lo contó todo, absolutamente todo. Se me hizo un nudo en el estómago cuando me dijo lo de tirarse por la ventana, y yo agradecí muchísimo haber invitado a Tommy a llamarla. Sabía que no lo haría delante de mí si yo no le decía explícitamente que no me importaba. Sabía que no renunciaría a unos minutos conmigo en mi último día en Inglaterra tan fácilmente, ni siquiera por Layla.
               O, al menos, no se permitiría pensar en que lo haría por Layla, teniéndome a mí delante.
               Me alegré muchísimo, infinitamente, de haberle dado permiso a Tommy de que hiciera lo que hiciera falta con ella para curarla. Supuse que me arrepentiría de dejar que se fuera con otras si era eso lo que le apetecía. Fin de año era muy malo para todos.
               Pero Layla se negaba, me decía que era mío, que no podía hacerme eso, que, aunque no nos conociéramos de mucho tiempo, me consideraba una amiga… especialmente después de todo lo que le había contado el día en que decidió dar un paso al frente y contar lo que le sucedía, cuando yo le conté cosas que ni siquiera Tommy sabía.
               -¿Por eso has venido a Inglaterra?-me había preguntado Layla, con ojos cristalinos, acariciándose la cara interna del codo, donde tenía un moratón no muy reciente. Negué con la cabeza.
               -No, me han mandado por… razones diferentes. Pero no importa. Yo te entiendo, ¿vale? Y hay salida, te prometo que la hay, puede que ahora no la veas, pero… la hay.
               Ella había asentido con la cabeza, quizás un poco dolida porque no le había contado todo. Pero no podía hacerlo. Si no se lo había dicho a Tommy, menos podría decírselo a ella.
               Por muy pura que fuera su alma; precisamente, por lo pura que era. Tommy y yo estábamos jodidos los dos; sabíamos lo que era sentir la oscuridad dentro, y puede que la suya comprendiera y no se horrorizara con la mía. Layla, en cambio… era estrella brillante, un sol escondido en un cuerpo humano. No, ella no estaba lista para saber qué hacía allí.
               Tampoco es que yo estuviera lista para decirlo en voz alta.
               Layla no se permitió a sí misma llorar durante aquella historia. Cuando terminó, yo dejaba atrás la costa irlandesa, adentrándome por fin en el océano que me separaba de mi hogar.
               -Tommy te quiere-susurré, y se me encogió un poco el corazón al reconocerlo, y me odié muchísimo por dejar que se me encogiera el corazón-, y está claro que tú le quieres a él. Conseguiremos que esto funcione, Lay. Haré todo lo que sea posible para que esto marche.
               -¿El qué?-me preguntó, confusa.
               -Tú y Tommy-dije, y me sentí pequeñita, minúscula-; Tommy y yo. A la vez. Si a ti te parece bien-me callé un “si yo puedo soportarlo”, porque no estaba en condiciones de hacer ningún tipo de exigencia. Ella estaba peor que yo. Yo tendría que sufrir mucho más para llegar al nivel de Layla.
               -Podemos compartir a Tommy-continué, intentando convencerme a mí misma de que podría hacer eso. Había gente que lo hacía; parejas que no eran parejas, sino triángulos, y parecían felices. Cierto que no duraban mucho, pero… dudaba que yo pudiera soportar una situación así durante un período prolongado de tiempo.
               -Él te quiere a ti-musitó Layla, y escuché en su tono de voz las primeras lágrimas.
               -También te quiere a ti, Lay. Está todo el rato preocupándose de que estés bien. Lo suyo contigo viene de lejos-comenté, ocultando la amargura que me producía, porque se conocían desde pequeños, habían pasado bastante tiempo juntos (desde luego, más que yo con ellos), sabían lo que era dormir bajo el mismo techo… verse crecer mutuamente… contar con ver al otro de vez en cuando…
               Nueva York me había quitado todo eso. Me había regalado muchísimas otras cosas, sí, más valiosas, quizá. Pero me había quitado eso.
               -No te quiere como a ti, aunque lo vuestro venga de más tarde. Lo que importa no es el tiempo, sino la intensidad-me dijo, y no lo soporté más, y las primeras lágrimas se deslizaron por mi mejilla. Me estaban volviendo débil. Jamás conseguiría mi corona.
               Me acurruqué en el asiento, tumbada sobre mi costado, mirando las nubes y el mar extendiéndose debajo de mí. No era justo, todo aquello. Layla estaba hecha de amor, Tommy debería ser para ella; yo era una cabrona, la zorra, no me merecía tenerlo a él…
               … ni siquiera un trocito.
               Y la sola idea de perder lo que había conseguido me mataba. Me machacaba por dentro.
               Llegamos a un trato: lo compartiríamos. Tenía la impresión de que la estaba estafando, porque estaba claro que me beneficiaba de no competir con ella. Yo siempre conseguía lo que quería, y los chicos no eran una excepción, una vez me lo proponía. Pero no podía ir contra Layla, para mí, ella no era la competencia. Mucho menos en su estado.
               Las demás podrían hacer lo que quisieran; les arrebataría todo lo que les fuera querido sin inmutarme. No así con ella.
               La conversación fue alejándose de ese tema; me contó qué tal le habían ido los exámenes (bien, le encantaba su carrera), que tenía aún uno pendiente, y que la cuidaban mucho en el hospital. Su tutor era su médico, y no le quitaba ojo de encima.
               -¿Es guapo? Porque puede que me ponga mala, accidentalmente. Tengo algo por las batas-ronroneé, y ella se rió. Me dijo que no creía que fuese mi tipo, que era mayor, pero si yo le contara… en fin. Seguimos charlando, amenizándonos la una a la otra el sábado, hasta que noté que comenzaba a cansarse. No quise forzar la máquina, así que le dije que se fuera a estudiar.
               Tommy ya había aterrizado hacía unas horas; estaba con Chad y una amiga de éste.
               Leer su mensaje me puso contenta y a la vez me entristeció, así que hice lo que hago siempre que mis emociones me sobrepasan: tomo drogas.
               Es increíble lo mucho que puede hacer por ti una reputación como modelo internacional, aunque es bastante típico que muchas modelos se vuelvan drogadictas.
               Yo no soy drogadicta; no soy tan gilipollas como las demás. Las dosis que tomo son siempre inferiores al umbral en el que la droga te controla, en lugar de controlarte a ti.
               Así que abrí la maleta, saqué el neceser con cosméticos, me incorporé y me metí en el baño de primera. Rasgué un pequeño compartimento que había cosido especialmente (lo único que sabía de tareas del hogar era la costura, que para algo mi madre era diseñadora) y saqué la bolsita de plástico que le había pedido a Tamika hacía un par de días.
               -Que Tommy no se entere-le dije mientras me la dejaba en la mano, y ella asintió con la cabeza, se pasó una cremallera por la boca y la tiró lejos. Mi inglés estaba empecinado en que estaba enganchada.
               -No lo estoy, joder, puedo dejarlas cuando yo quiera.
               -Pues déjalas ya-me había exigido, como si le debiera algo, después de echar un polvo. Sonreí.
               -He dicho “cuando yo quiera”, no “cuando a ti te salga de los cojones”. Ahora no me apetece. Y menos, teniendo en cuenta que voy a volver a Nueva York pronto.
               En Nueva York, podías conseguir lo que quisieras prácticamente cuando quisieras. Eso sí, no podían competir con lo que me daba Tam. Las sustancias que tenía eran buenas; debería felicitarla por el ojo que había tenido encontrando a su proveedor.
               Sostuve la bolsa delante de mí un instante, examinándola. No pude evitar sonreír, y me miré en el espejo. Así es como debería estar siempre, y no llorando por las esquinas.
               Vertí una pizca sobre el lavabo, apenas me serviría para dos rayas. Saqué una tarjeta de un hotel que me había llevado sin darme cuenta en Hong Kong y separé la coca en dos líneas.
               Chasqueé la lengua; no tenía ningún billete a mano para esnifarla.
               Bueno, en situaciones peores me había visto. Me tapé una fosa nasal e inspiré.
               Menos mal que el avión había dejado atrás la zona de turbulencias, de lo contrario, habría terminado con polvos mágicos por toda la cara. Me apoyé en la pared contraria, me miré en el espejo, me pasé el dorso de la mano por la nariz para asegurarme de que no había ninguna traza de lo que acababa de hacer, y pasé un trozo de papel higiénico húmedo por la zona que había utilizado. Me había quedado un poco, pero sería mejor limpiarlo.
               Cerré la bolsita, la guardé en el falso fondo, lo sellé con un poco de vaselina, y salí del baño como si no pasara nada.
               No volví a llorar en todo el viaje; me dediqué a jugar a los Sims (me produce un secreto placer el hacer que dos se enamoren, se acuesten, rompan, se odien, se queden encerrados en un baño al que misteriosamente una diosa rubia hace que le desaparezcan las puertas, y se mueran, siendo ya amigos, cuando se les incendia la casa), a reírme de gilipolleces que se me iban ocurriendo, y a anticipar el momento en que el avión tomase tierra.
               El actor se despertó un par de veces, observó mis juegos sádicos, o las películas que estaba viendo, y volvió a dormirse.
               A Zoe le pareció divertidísimo mi atrevimiento de tomar cocaína en pleno vuelo.
               -Si te hubieran cazado, madre mía, irías derechita a comisaría, creo que eres mi heroína… ¿lo pillas, nena?
               -No iban a hacerlo, ¿cuándo nos han cazado?
               Ni Z ni yo teníamos antecedentes ni habíamos pisado una sola vez una comisaría, y no sería porque no fuésemos unas niñas malas. Nos portábamos mal, muy mal; al lado de nuestra vida, Gossip Girl era un culebrón de mojigatas.
               Pero éramos más listas que Serena y Blair, y sabíamos escabullirnos en el último momento. Nuestra intuición femenina funcionaba mejor que un súper ordenador.
               -Más te vale haber conseguido mierda de la buena, Z-le dije mientras el avión sobrevolaba un transatlántico-, quiero volver a casa por todo lo alto.
               -Tengo hasta speed-celebró; lo reservábamos para ocasiones especiales. Dependiendo de cómo la hubieras tomado (y eran variaciones tan sutiles que eran imposibles de controlar), podía convertir los tres o cuatro días de fiesta más anticipados de tu vida en una puta pesadilla que no parecía tener fin. Te mordisqueaba el cerebro, hacía que vieras cosas que no estaban ahí; estabas segura de que iban a apuñalarte en cualquier momento…
               Por eso no abusábamos; muchas veces, no nos compensaba pasarlo bien un par de horas y estar hundidas en la mierda, delirando y creyendo que nos íbamos a morir, hasta que la droga decidiera que había tenido suficiente con nuestra tortura.
               La coca era más dulce en ese sentido, más buena, por eso era nuestra favorita.
               Por eso, y porque Zoe lo había pasado mal un día que probó a meterse heroína. Fueron los peores meses de nuestras vidas; ella, suplicándome que le dejara tomar más; yo, diciéndole que ni de coña iba a permitir que se enganchase a esa mierda.
               Cualquiera diría que noté el momento exacto en que entramos en territorio americano. Una especie de euforia que nada tenía que ver con la cocaína (hacía mucho tiempo que la había tomado) se apoderó de mí. Me senté erguida, crucé una pierna, y eché un vistazo por la ventana. Un par de barcos se bamboleaban con un viento que no llegaba hasta el aparato.
               Al minuto, el piloto anunció que sobrevolábamos aguas estadounidenses, y yo sonreí. Todavía nos quedaba un poco para iniciar el descenso, así que aproveché para dormir un poco.
               Nueva York estaba a la vuelta de la esquina; me desperté con la primera sacudida del avión, que se correspondía con la entrada en el mar de nubes que protegía a mi ciudad de cualquier amenaza. Durante unos minutos, sobrevolamos la neblina, y luego, de repente, la ciudad que me había visto crecer se plantó, orgullosa, ante nuestros ojos.
               Apoyé la cabeza en la ventanilla, echando un vistazo más allá mientras los edificios bailaban debajo de nosotros, siguiendo el son de los movimientos del avión mientras descendía.
               Nueva York era preciosa, preciosa hasta decir basta, como una pantera en una jungla. Elegante, poderosa, orgullosa, se plantaba frente al mar importándole muy poco que éste intentara destruirla cada minuto, con cada ola; le ganaba terreno a pasos agigantados, demostrándole quién mandaba, y, desde luego, no iba a ser un puñado de agua.
               Me descubrí a mí misma acariciando la imagen que se proyectaba ante mí con la yema de los dedos, apoyándolos en la ventana. Oh, cuánto te he echado de menos, mi amor…
               Los californianos, los seres más ególatras que puedas encontrarte en el universo, protestaban por que no se hacían sobre Los Ángeles la milésima parte de canciones que se componían sobre la Ciudad Imperial.
               Evidentemente, los californianos son una panda de gilipollas obsesionados con pasearse por ahí en chanclas que están demasiado ocupados fumando marihuana sobre un sol abrasador como para darse cuenta de lo horrenda que es Los Ángeles comparada con mi niñita preciosa, la ciudad que nunca duerme. ¿Quién le iba a componer a un desierto alimentado por aspersores cuando tenías a la Gran Manzana respirando vivamente, bebiendo del agua que caía de las nubes, que la alimentaban con cariño, en lugar de pozos subterráneos de los que había que extraer un líquido vital?
               ¿Quién preferiría una ciudad que era famosa por no tener nada más que sol y arena, al margen del cine (vale, sí, en eso era en lo único en que LA superaba a NY) cuando podía hablar de la capital del mundo, con el parque más inmenso jamás construido por el nombre?
               ¿Quién leía el Los Angeles Times pudiendo tener el New York Times entre manos?
               Sólo los californianos.
               Pero, como he dicho, no te puedes fiar de gente que vive en sus chanclas. No, tesoro. Tú habla de hierba, que para algo eres de la costa oeste; yo hablaré de belleza, que para algo he nacido en Nueva York.
               El piloto nos instó a ponernos los cinturones y colocar nuestros asientos en posición vertical. Algunos pasajeros siguieron incordiando a las azafatas un rato más, hasta que ellas despacharon sus necesidades y no admitieron ni una sola petición extra después de que el piloto les dijera que se preparasen para aterrizar.
               Los edificios seguían bailando a nuestro alrededor, pero lo hacían de una forma más apresurada y menos rítmica; ya no era un ballet que contemplar sino, más bien, unas sacudidas de cadera en alguna discoteca del Bronx.
               Desfilaron ante nosotros a medida que nos postrábamos ante ellos (como debía ser con todo visitante a tan fascinante ciudad) a una velocidad que habría hecho que me expulsaran de las pasarelas en menos de lo que tardaba en cantar un gallo. Pero se lo perdonábamos.         
               Casi todo el mundo hacía fotos como podía, clavando los móviles en las ventanas. Yo sólo miraba embobada los edificios; especialmente, la aguja en espiral que se levantaba con orgullo en el corazón de Manhattan. Le clamaba al cielo que Nueva York no se rendía, que nos levantaríamos 11 veces si nos caíamos 10, que nadie podría con nosotros.
               Que las nubes eran nuestras siervas, y no alguien a quien no rasgar de vez en cuando.
               Las ruedas chocaron violentamente contra el asfalto de la pista de aterrizaje; las alas del avión duplicaron su volumen para hacer resistencia y frenar rápidamente. Acaricié el asiento del avión y di un sorbo del refresco que me habían ofrecido en pleno vuelo.
               Estás en casa, Diana.
               Mi versión inglesa, débil, había muerto. Volvía a ser yo, realmente yo.
               El piloto nos dio la bienvenida a mi ciudad, nos deseó un feliz día (vaya que sí, ningún día puede ser triste aquí, pensé), y nos condujo hacia una pasarela.
               Yo fui de las primeras en salir del avión, dejando con las ganas a las azafatas. Me contoneé por la terminal, disfrutando de mi hogar, de las cosas que me eran familiares, como dar dos pasos y que me abordara un montón de gente pidiéndome una foto. Me hice una millonada en apenas unos minutos; por fin, llegaron mis guardaespaldas para sacarme de allí.
               Me dijeron que se alegraban de verme; pues anda que yo a ellos…
               -Kristen ya se ha ocupado de que te envíen las maletas a casa; no necesitas ir a recogerlas-me dijeron, haciendo una especie de donut cuyo agujero era yo.
               -Fantástico-repliqué.
               Se replegaron para permitirme el paso por la puerta de salida de la terminal. Me aseguré de que tenía las gafas de sol bien colocadas, a modo de diadema sobre mi pelo, y sonreí.
               -¿Preparados para el espectáculo, chicos?-inquirí, y todos sonrieron. Se ajustaron las mangas del traje mientras atravesaba la puerta…
               … y la putísima locura se desataba a mi alrededor.
               Había gritos por todas partes, miles de flashes que me habrían cegado tiempo atrás. Sonreí para mis adentros, retozando sobre mí misma como una gatita que disfruta de lo suave que tiene el pelaje. Había nacido para eso, me había criado con eso, vivía de eso.
               -¡Diana! ¡Estás preciosa! ¡Mira aquí, por favor!-gritaba uno, que me sonaba de varios reportajes en alguna revista del corazón. Le guiñé un ojo. Había trabajado con él un par de veces, cuando se me relacionó sin yo pretenderlo con un músico que no me llegaba a la suela de los zapatos y que había fardado de lo bien que hacía mamadas (es verdad, las hacía de miedo), mientras yo me tiraba a, básicamente, toda su banda.
               Las estrellas indies son, con diferencia, las más egocéntricas y gilipollas que hay.
               Una pena que se dejara arrastrar por el alcohol cuando salieron fotos mías pasándomelo bien con mis amigas en un momento en el que suponía que estaba en Miami, de orgía con él.
               Regla número uno, perdedores: no te metes con Diana Styles. Ella hace lo que quiere.
               Vaya que si lo hacía.
               -Chicos, chicos-dije, levantando las manos, pero sin ponerme las gafas de sol, porque soy una attention whore de mucho cuidado-, por favor, ha sido un viaje muy largo, llevo ocho horas metida en un avión, no he dormido nada desde hace como dos milenios…-me froté la cara teatralmente.
               -¡Estás estupenda!
               -¡Eso es lo que quiero decir, cariño! ¿Verdad que sí? ¿A cuánta gente habéis visto salir de un avión lista para subirse a una pasarela como estoy yo?
               Se echaron a reír. Les hacía gracia de verdad, porque los vacilaba como si fueran mis amigos. No en vano me sabía el nombre de la mayoría de ellos. Ellos comían gracias a mí, yo comía gracias a ellos.
               Los famosos que no tratan bien a los paparazzi son imbéciles, además de tener una visión de negocios nula.
               -¿Quién era el chico del aeropuerto, Diana?
               -En el aeropuerto había muchos chicos, tesoro.
               -El de tu foto de Instagram.
               Sonreí con maldad.
               -¿No lo conocéis? Pues es igual que su padre.
               -¿Es tu novio, Diana?
               -¿Qué pasa, que una chica y un chico no pueden ser amigos sin que haya cosas más interesantes detrás?
               Yo conocía la respuesta.
               No, evidentemente.
               Chico(hetero)+Chica(hetero)=sexo.
               Siempre.
               Siempre, siempre, siempre.
               Incluso variando los factores, en ocasiones, llegabas al mismo producto.
               -¿Qué hay de la campaña con Max Mara? Dicen que has aceptado por la mitad de la anterior.
               -Falacias; dile a tu fuente que yo no soy segundo plato. A no ser, claro, que se doble la oferta. Entonces, igual me molesto a levantar el teléfono.
               Volvieron a reírse.
               -¿Cómo se llama el chico, Diana?
               -Lo he etiquetado en la foto.
               -¡Necesitamos detalles!
               -Chicos, chicos, si os contestara a eso directamente, ¿no deberían pagarme vuestras editoriales a mí, en lugar de a vosotros? Ganaos el pan, sois adultos e independientes; investigad un poco, pulid relaciones internacionales, que no se diga que la prensa inglesa es mejor que la americana.
               -¿Es cierto que has estado en rehabilitación?
               ¡Bueno! ¡Qué insulto más gratuito y más grande y más todo! ¡Como si, en el caso de que fuera lo bastante imbécil como para necesitar ir a rehabilitación, fuera a permitir que esa información se filtrara y llegara a las garras de aquellos buitres de los blogs de opinión! Cuánto daño ha hecho Perez Hilton.
               -¿De qué?-espeté, riéndome-. ¿De ser sexy? No me parece que haya surtido efecto, ¿eh?
               Se rieron de nuevo.
               Me permitieron llegar a la zona en la que esperaba la gente, y enseguida me fijé en un cartel inmenso sostenido por una pelirroja sonriente, cuya melena caoba, perfectamente cuidada y kilométrica, resaltaba entre la multitud.
               El cartel se componía de una serie de frases, todas apelativos muy atractivos:
               “La mejor modelo de todos los tiempos”. Bueno, Z, tampoco nos vamos a sobrar; Barbara Palvin ha existido.
               “La chica más guapa del mundo”. Nada que objetar.
               “La reina de Victoria’s Secret”. Otra vez, nada que objetar.
               “La diosa de Nueva York”. ¿Qué puedo decir? En Vogue Italia tienen imaginación, además de influencia. No es de extrañar que mi segunda portada con la Vogue americana llevara ese titular.
               Nadie protesta por los buenos nombres que te pone la prensa, ¿por qué iba a sentar precedente yo?
               “La Styles más famosa de la historia”. A eso no sabría si debería protestar; al fin y al cabo, papá y yo trabajábamos en ámbitos tan diferentes… se hacía difícil cuantificar mi impacto en la música, al igual que se hacía difícil cuantificar el suyo en la moda. Cierto que había otra Styles, mamá, pero no le lograba hacer sombra a papá.
               Eso sí, en cuestión de redes sociales, yo ganaba por goleada, superando el millón de seguidores a los pocos minutos de crearme la cuenta de Instragam… cosa que a papá le había costado casi un año.
               Así que, quizás sí, quizás fuera la Styles más famosa de la historia.
               Finalmente, la última frase: “Mi mejor amiga”, en letras doradas con borde plateado. La “i” de amiga tenía una estrella en lugar de un círculo a modo de punto.
               Z y yo no nos poníamos corazones; llevábamos sin hacerlo mucho tiempo. Las corazones son para las débiles que dejan que Disney les coma el coco, haciendo que piensen que su objetivo en la vida es casarse. Nosotras somos estrellas, putas galaxias supermasivas, nena; mujeres fuertes e independientes que sólo necesitamos un hombre para salir más monas en las fotos porque… oh, vaya, mira cómo le agarra la cadera.
               Eché a correr hacia ella, dejando atrás la maleta. Salté y me abracé a su cintura, y ella se cayó al suelo, echándose a reír y abrazándome muy fuerte.
               -¡Bueno, bueno, bueno, cómo te brillan los ojos, zorrita! ¿Qué pasa? ¿Has conseguido que se suba al avión contigo, o es que estáis enamorados?-gritó, acariciándome la espalda mientras yo hacía lo propio con ella.
               -¡Te he echado tantísimo de menos, Zoe!
               -Yo a ti, ni una pizca. No veas lo que me he hinchado a follar en tu ausencia. Lárgate a Inglaterra todas las veces que quieras. Estando tú lejos, no paro.
               -Yo también, zorrita-repliqué, frotándome contra ella. Nos echamos a reír.
               -Uf, menudo culo se te está poniendo, ¿no?-dijo, dándome una palmada en él.
               -Victorias Secret… ah, y Tommy. Le gusta cogérmelo. Y a mí, que me lo coja.
               Mmm, sí, me encantaba sentir sus manos en mi culo, apretándomelo, empujándome contra él, haciendo que lo sintiera duro en mis caderas, listo para que me abriera de piernas y lo recibiera en mi interior, mientras me comía la boca…
               -Mmm-ronroneó Z-. Ingleses. Seguro que se les cierra más el acento cuando se corren.
               -Sin duda-asentí-. No sabes cómo habla, chica. Hace que moje las bragas sólo escuchándolo.
               Inglaterra era un puto paraíso en ese sentido. Todo el mundo te hacía el amor según te hablaba. Hasta los profesores, claro que no lo hacían a posta, pero… seguía siendo música para mis oídos.
               Y Tommy, con la voz ronca por la excitación, haciendo es que hacen todos los tíos con la mandíbula.
               Uf, dios mío, voy a coger un avión, necesito volver a tirármelo.
               -La próxima vez, me llevas contigo. Como si es por fascículos. Primero mandas lo más importante de mí-sonrió, coqueta.
               -¿Tus tetas?
               -Mi coño, querida-sonrió, y nos echamos a reír, nos incorporamos y volvimos a abrazarnos-. Tus padres están atrás. Me han dejado adelantarme.
               Puse los ojos en blanco, asentí con la cabeza, decidida a no regalarle a la prensa una escena, y la seguí de la mano hasta donde me esperaban mis padres.
               Tuve sentimientos encontrados al verlos.
               Los echaba de menos, los había echado muchísimo de menos, terriblemente. Era la primera vez que estaba lejos yo sola; siempre me acompañaba uno de los dos cuando salía del país. Normalmente, era mamá: nuestras agendas solían coincidir. En raras ocasiones, papá era mi compañero de viaje.
               Pero por otro estaba todavía el rencor por haberme enviado lejos sin más miramientos, sólo por un estúpido sobre. ¿Acaso no había presunción de inocencia? ¡Hola! ¿Tengo que estudiarme las enmiendas de la Constitución?... porque no lo voy a hacer; tengo derecho a un abogado que defienda mis intereses; también a que los policías me lean mis derechos antes de interrogarme.
               Y algo extraño en mi interior. Gratitud, creo. Ellos habían hecho posible que conociera a Tommy.
               Sí, y ahora lo pasaba mal subiéndome a un avión que me llevaría de vuelta a casa por culpa de mi inglés, y, por extensión, de mis padres.
               Mamá se abalanzó sobre mí, subida a sus zapatos de tacón para intentar estar a mi altura. Me estrechó entre sus brazos y me cubrió de besos.
               -Mi niña, mi niña, ¡mi niña! ¡Te he echado tantísimo de menos!
               Cínica de los cojones, ni siquiera viniste a despedirte de mí en el aeropuerto.
               Le di un beso en la mejilla y la abracé.
               -Yo a ti también, mamá.
               Papá me cogió un me estrujó en sus enormes brazos. Solía gustarme que me abrazara, porque me hacía sentir pequeña y protegida, pues me cubría todo el cuerpo con sólo la mitad del suyo.
               Me besó la mejilla y respiró mi perfume.
               -Me alegro tantísimo de que hayas vuelto, tesoro.
               -Yo también-aseguré, mirándolo a los ojos verdes, los que había heredado milagrosamente de él, con una posibilidad de 1 a 10, pues para algo era un gen recesivo que mi madre tenía que tener oculto, a la fuerza, y que me había cedido amablemente.
               La idea de mandarme lejos fue tuya, ahora no vayas de que lo has pasado mal, falso de los cojones.
               Me llevaron a casa, pero accedieron a que Zoe me llevara a comer fuera. Apenas habían pasado tres horas en el reloj desde que despegué; era como viajar en el tiempo. Tenía un desfase de 8 horas, ya que había viajado todo ese tiempo, pero, en realidad, había gastado sólo 5 gracias a las diferencias horarias. Me quedaban 3 extra.
               Y Zoe, ni corta ni perezosa, me sacó de casa a las 12. Iríamos a tomarnos unas copas con nuestros carnets falsos antes de ir al restaurante más caro de la ciudad, aquel del que le había hablado a mi inglés la noche anterior, el que te cobraba 58 dólares por una botella de agua.
               Una limusina nos recogió en la puerta de mi edificio. Nos acomodamos al final, subimos la ventanilla para asegurarnos de que el chófer no escuchaba nada, y le espeté a Zoe antes de que pudiera decir nada:
               -Vale, perra mala, tienes que conseguirme una píldora del día después.
               -Zorra viciosa-replicó Zoe, sonriendo-, ya te has dejado preñar. Solté una carcajada.
               -Dios me libre, Z; ningún hombre a a estropear este hermoso cuerpo, no importa lo buena que sea la polla-dije, chasqueando los dedos, imitando a Nicki Minaj en sus conciertos: “Seguid en el cole, seguid estudiando, conseguid una carrera, conseguid una educación, conseguid un trabajo, sed independientes, no dejéis que vuestros hombres os paguen las facturas, me da igual lo buena que sea la polla, ¡seguid estudiando!” y el público la jaleaba como la diosa neoyorquina que era.
               Todas las que conseguimos nuestro nombre en Nueva York somos así. No importa que hayas nacido en una isla caribeña minúscula de la que nadie sabe nada; lo importante es que Nicki Minaj había crecido en Nueva York, se había hecho a sí misma en Nueva York… y, por tanto, era neoyorquina.
               Y, como buena neoyorquina, no necesita de ningún hombre.
               ¿Puede decirte eso una californiana? Seguramente no, pobrecilla. Estará demasiado ocupada pintándose las uñas de los pies de mala manera, total, nadie se los va a mirar, gracias a las chanclas de las que viven obsesionados.
               Nos detuvimos en una farmacia; Zoe salió diligentemente con un par de billetes en el bolsillo, y regresó enseguida, sin billetes, pero con un puño cerrado. Yo no podía hacer esas cosas; los fotógrafos me seguirían a cualquier parte en cuanto pusiera un pie en la calle. Podrían ver con claridad lo que compraba.
               Zoe era mi espía en la sombra; y yo, la llave de aquellas puertas que, de otro modo, no se le abrirían. Formábamos un equipo genial.
               Al margen de lo muchísimo que nos queríamos.
               Brindamos a nuestra salud y la de unos úteros que no se iban a tener que agrandar en un futuro muy lejano; me tomé la píldora, y me sentí mejor por dentro. Era como si todo mi cuerpo estuviera en tensión, preguntándose si debía atender la llamada de la naturaleza o seguir mis designios: nada de bebés, nada de cambiar, nada de hacerme madre.
               Finalmente, optó por hacerme caso a mí. La limusina nos condujo por pasadizos abiertos por otros coches en la nieve hasta uno de los bares más importantes de la ciudad. Esperamos a que nos abrieran la puerta y salimos del coche con las piernas por delante.
               Tampoco tuvimos que hacer fuerza con las manos para empujar la puerta; ya nos estaban esperando, o eso nos querían hacer creer. Nos quitamos los abrigos y nos contoneamos hasta el ascensor; subiríamos al último piso, a contemplar la ciudad.
               El portero ni siquiera nos pidió los carnets de identidad; nos abrió la puerta y nos franqueó la entrada, donde nos esperaba una camarera que nos condujo a la mejor mesa del local.
               Sabía que Diana Styles había regresado  Nueva York; todos los programas habían dado cuenta de ello. Mi ciudad me había echado de menos de la misma manera que la había añorado yo a ella.
               Me dejé caer en el sillón con gracilidad y crucé las piernas frente a la mesa de cristal. Zoe cogió la carta de bebidas, haciéndose la interesante, pero sabía que terminaríamos pidiendo lo mismo: un Cosmopolitan, un Sex on the beach, y luego, dependiendo de cómo se nos fuera soltando la regla, un Blue Tropical, Daiquiri... o Manhattan, si nos sentíamos patrióticas.
               Nos colocaron las copas con delicadeza frente a nosotras, Zoe y yo nos miramos, sonreímos con sorna (se suponía que tendríamos que esperar 5 años para hacer lo que estábamos haciendo), recogimos nuestras bebidas, entrechocamos los vasos y dimos un trago.
               -¿Tengo que emborracharte para que me hables de él, o lo vas a hacer por voluntad propia?-inquirió, sonriendo por encima de la media luna de su vaso. Le devolví la sonrisa mientras me acariciaba la pierna, subiéndome un poco la falda, sugerente.
               -O te dejas aquí el sueldo de tus padres de un mes, o me suplicas. Pero yo no te voy a hablar de mi inglés sin disfrutar de tu humillación… o de una lengua pastosa.
               -Me sale mejor arrastrarme por el suelo-admitió, dando un sorbo. No se le quedó ni una gota de pintalabios en la copa.
               Nuestros cosméticos eran de calidad.
               -Cuéntamelo todo sobre él-ordenó, tajante-. Quiero conocerlo como si me lo hubiera follado yo durante este mes. Cuál es su postura favorita. Dónde lo habéis hecho. Cuántos orgasmos puede llegar a darte-y nos echamos a reír, sabiendo que nosotras éramos capaces de llegar a mucho en soledad. Con los tíos ya era otra historia; casi había que dar gracias de que no acabaran antes de empezar, pobrecitos.
               Ven un cuerpo bonito y ya están al borde del clímax.
               -Bueno, lo primero, ¿cómo la tiene?
               Sonreí con maldad, dando un sorbo.
               -Oh, zorrita, vaya suerte tienes-respondió-. ¿Grande?
               Asentí. Descrucé las piernas y las volví a cruzar, cambiando de posición. Lo recordé dentro de mí. Algo en mi interior se retorció.
               -¿La más grande?-insistió Zoe.
               -Tampoco nos vamos a pasar, Zoe; es inglés. No es la mayor… pero sí de las más grandes.
               -Ya sé que te has tirado a negros y bien sabemos ambas que ellos juegan en otra liga totalmente diferente. ¿Cuántos blancos hay en el Dream Team?-alzó las cejas, y yo asentí, reclinándome en el sofá. Se inclinó hacia delante, negándose a dejarme espacio libre-. Exacto, nena. ¿De los blancos, la más grande?
               Sonreí más aún.
               -Evidentemente. De lo contrario, no habría estado tan ocupada con él como para llamarte tan poco.
               Podría haber dicho cualquier cosa, recriminarme lo mala amiga que había sido, pero sólo se echó hacia atrás, cruzó las piernas, me acarició el pie con la punta del suyo, y soltó, con un acento del Bronx imitando a las chicas que frecuentaban las discotecas a las que a veces nos colábamos:
               -Thats my girl fuckin ‘em big dicks.
               Nos echamos a reír, histéricas; casi tiramos nuestras bebidas al suelo pero, ¿qué importaba? Éramos ricas, podíamos permitirnos romper un par de copas, incluso en ese bar.
               Por favor, podríamos permitirnos incluso poner patas arriba ese bar.
               Nos terminamos el Cosmo; no necesitamos movernos para que nos trajeran el Sex on the beach. Removí las bebidas mezcladas con la pajita y di un sorbo. El vodka que llevaba ardió en mi garganta, pero el zumo de melocotón y de arándanos lo contrarrestó un poco.
               Zoe sonrió, quitándome la cereza que coronaba la copa como la aguja del One World Trade Center coronaba nuestra ciudad. Se la metió en la boca y dejó el rabito encima de la servilleta.
               -Contesta a las demás preguntas.
               -No me acuerdo de ellas.
               -Sí que lo haces, perra; en cuestiones de sexo, no se te olvida nada.
               -Qué bien me conoces, zorrita-sonreí, chocando mi copa con la suya. Su postura favorita, mmm-me llevé un dedo a los labios, hice sobresalir el inferior-, creo que de pie. La penúltima vez que lo hicimos fue en la ducha, y no sé si fue por el ambiente en general (ya sabes, por eso de que no debes echar un polvo en el baño, y menos estando tus padres en casa) o la postura o qué, pero fue… bestial. O sea, nena, no hay palabras; todavía no sé cómo me las he apañado para no caminar como si fuera de Texas-Zoe se rió-. Vale, lo hemos hecho, como ya te digo, en la ducha; en su cama, en la mía, en un sofá… en el baño de una discoteca…
               -Qué peligro hay en las discotecas.
               -Y fueron geniales, todas las veces. Ah, y en el coche. En un parking. Su madre fue a hacer no sé qué en su oficina, dijo que volvía enseguida, le dijimos que iríamos a dar una vuelta… y cuando vimos que salía del ascensor, bajamos y nos metimos en los asientos traseros.
               -¿No te notó nada?
               -Soy buenísima fingiendo que no acabo de correrme; el pelo siempre me brilla con luz propia, Z, ya lo sabes. En cuanto a las veces que puede hacer que llegue… di un número.
               -Tres.
               Sonreí, puse los ojos en blanco.
               -¿Dos?
               -Cariño-repliqué, volviendo a poner los ojos en blanco.
               -¿Cuatro?
               Di otro sorbo.
               -Cinco. Es mi última oferta. Joder, Diana, si puede hacer que llegues a seis, voy a Inglaterra nadando, si hace falta.
               Le arrebaté su copa y di un sorbo por la pajita.
               -Vete comprándote un bañador.
               Se tapó los ojos.
               -Madre. De. Dios. ¡Diana!
               -Es terco como él solo, pero, ¿sabes qué?
               -Que te encanta.
               -Pues claro. A ver, terminé agotada, imagínate él, pero… uf. Tengo que comprar un piso en Londres y meterlo dentro. Cuando estamos los dos solos, saltan chispas.
               -Y lo que no son chispas-sacudió la cabeza-. ¿No tendrá, por casualidad, hermanos? Joder, incluso me servirían hermanas, aunque no es lo mismo con una tía.
               -Dos hermanas; aunque una tiene novio, y la otra tiene ocho años-Zoe arrugó la nariz y negó con la cabeza-. Pero tiene un hermano…
               -¡No se hable más! ¡Esta noche miro billetes para ir contigo!
               -Es virgen-informé, sacudió la cabeza.
               -Mejor, más maleable, así aprende de una maestra.
               -Tiene diez años-decidí reservarme la edad de Dan para el final; quería ver cómo Zoe se desmoralizaba, hundía los brazos, quizá hacía algún puchero. Pero no. Me quitó la copa, dio un sorbo más profundo que el que había dado yo de la suya, y espetó:
               -¿Y? Sabes de sobra que no me importa esperar.
               Nos echamos a reír, entrechocamos las copas y dimos un buen sorbo. Nos trajeron otro cóctel. Seguimos bebiendo y bebiendo, nunca cerca de emborracharnos, tal era nuestro aguante, hasta que me habló de no sé qué fiesta que iban a organizar esa misma noche. Había que ir ligeras de ropa.
               Recordando lo que le había dicho a Tommy de Layla, y lo que él me había contestado (de hecho, había sido él el que había levantado el velo de la exclusividad en nuestra relación), pensé que no podría hacerme nada malo el echarle de menos con alguien al lado que me calentase la cama. Zoe aplaudió mi decisión. Estaba lejos de él, no muerta, ni nada por el estilo. Ella quería darle una lección a un tío con el que había pasado varias noches, que la había dejado plantada por no sé qué aspirante a actriz (“uf, encima es fea, pero claro, con el culo que tiene no puedo competir”, me dijo mi amiga), demostrándole que era él el que había perdido un buen partido, y no ella.
               -Aunque echaré de menos sus 25 centímetros-admitió, y las dos nos reímos.
               Fuimos a comer, dimos una vuelta por el centro de Manhattan, lleno a rebosar de nieve y tiendas que nos recibían con los brazos abiertos, a lo que correspondíamos abriendo todavía más la cartera. Después de gastarnos varios miles de dólares en un par de manzanas, dimos por concluida nuestra tarde de compras y nos acercamos a Central Park, liberadas de toda carga capitalista, porque a las clientas especiales nos envían las compras a casa apenas hemos pasado la tarjeta de crédito si así lo queremos.
               Me abracé al brazo de Zoe, compartimos un vaso de chocolate caliente y un paquete de bollos de canela, y paseamos con los pies sincronizados por el pulmón verde de nuestra ciudad, que se desplegaba ante nosotros cubierto de escarcha.
               -El año que viene, lo obligaré a venir-le prometí-. Quiero que lo conozcas.
               -No sé si aguantaré un año esperando para tener frente a mí al legendario Tommy Tomlinson-contestó, burlona, dando un sorbo de nuestro chocolate. Le limpié los restos del labio superior con el dedo y lo chupé-. ¡Oye! ¡Lo que se queda en mi cuerpo me pertenece!
               -Quiero verlo aquí-respondí, ignorando sus protestas-. Seguro que el blanco de Nueva York hace que sus ojos azules brillen más.
               -¿Es lo mejor de él?-coqueteó Zoe. Miré al suelo. Se me encendieron un poco las mejillas.
               -Sí-admití, porque, vale, me follaba muy bien, me besaba muy bien, me acariciaba muy bien, pero me miraba de cine. Me encantaba mirarlo a los ojos y verme reflejada en ellos, en una versión azul de mí misma que era incluso más bonita que la que me revolvía el espejo.
               Además, me contemplaba con la misma adoración estando desnuda que vestida.
               Ningún otro chico había logrado esa igualdad.
               -Oh, Didi-respondió Zoe-. ¿Alguien está derritiendo ese muro de hielo alrededor de tu corazón?
               Sacudí el pelo.
               -No digas bobadas. Tiene los ojos bonitos, pero para conquistarme hace falta algo más que eso.
               -Mejor-respondió, dándome un par de palmadas en la mano que tenía sobre su antebrazo; nuestras caderas se balancearon a la vez a medida que poníamos un pie delante del otro-. Ya sabes lo que les pasa a las demás cuando se pillan por un chico.
               Sí, que se echan a perder, porque ellos, de alguna manera, se las apañan para convencerlas de que están más guapas sin maquillar, de que no importa que cojan peso o les aparezcan michelines, de que las raíces del color natural, y no del teñido, les dan un aspecto más bonito, porque les gustan naturales…
               ¡Ah! ¡Y no nos olvidemos, señores, de que hay que cuadrar horarios! Ya no sales cuando te apetezca ni a donde te apetezca: tienes que adaptarte a alguien, a sus necesidades y apetitos. No puedes tirarte a quien quieras; recuerda que hay alguien esperándote en casa.
               ¡Nena! ¡No puedes ir a Capri a hacer una sesión de fotos para una campaña publicitaria, o un vídeo para una colonia, la semana antes de Semana Santa! ¡Íbamos a ir a Cancún, ¿no lo recuerdas?!
               Me mordí el labio. Yo no podía renunciar a una vida que me encantaba, una rutina de la que no cambiaría ni un solo minuto, por un chico. Por mucho que ese chico fuera Tommy.
               Entonces, ¿por qué me había negado sin que él lo supiera a hacer un par de entrevistas sólo porque sabía que terminarían alargándose hasta la noche, y no disfrutaría de nuestra hora solos en mi habitación?
               Fácil, Diana, muy fácil, te lo podría decir cualquier chica: estás perdidísima en él, en él y en sus ojos azules.
               -¿Didi?-preguntó Zoe-. ¿En qué piensas?
               La miré, y esbocé una sonrisa que me calentó por dentro como una estufa.
               -En la que vamos a armar esta noche, Z-contesté, y las dos sonreímos, seguimos caminando.
               Tal vez pudiera fingir que los demás eran él.
               No sería la primera vez que pensaba en él cuando me acercaba… ni tampoco sería la última.


Era de noche.
               Un par de noches después de Navidad, una semana después de mi vuelta a Nueva York, ya lejos aquella macroorgía a la que había asistido gustosa con Zoe, en la que había descubierto hasta qué punto me había cambiado mi estancia en la Madre Patria.
               No podía dormir, a pesar de estar acompañada. Me encantaba dormir con alguien, beber de su calor corporal, sentir un brazo alrededor de mi cintura. No importaba quién fuera ese alguien.
               Ni, tampoco, si ese alguien eran dos personas.
               Es más, cuando ese alguien eran dos personas, solía descansar mejor. Me sentía rodeada de una forma que no conseguiría imitar, ni siquiera, una muralla.
               Suspirando, me quité los brazos de los dos chicos de encima y me incorporé. Me quedé sentada al borde de la cama. Los dos respiraban suavemente, pero sin roncar.
               Puedo follarme perfectamente a tíos que ronquen, pero ni de coña voy a dormir con ellos; ya no digamos meterlos en mi casa.
               No, tienes que ser especial para que me apetezca echarte un polvo en mi cama.
               Tienes que ser muy bueno.
               Me miré los pies, intentando entender el torbellino de emociones que se desarrollaba en mi interior mientras los chicos seguían plácidamente en brazos de Morfeo, disfrutando de un sueño que no querían compartir conmigo.
               Mentiría si dijera que no había disfrutado en la fiesta a la que había que asistir “ligero de ropa” (es decir, con poco más que un corsé, bragas, y un antifaz para darle más morbo al asunto; podrían ver tu culo o tus tetas, pero no tus facciones), y también mentiría si dijera que no había disfrutado de ese polvo con aquellos chicos. Eran buenos, muy buenos; mi talento para elegir a los mejores compañeros de cama y orgasmos seguía intacto.
               El problema venía después. Mi inglés me había acostumbrado mal. Lejos de darme la vuelta y quedarme dormida, o vestirme y salir pitando de la habitación antes de que las cosas empezaran a torcerse con conversaciones absurdas sobre en qué nos convertía el polvo que acabábamos de echar a quienes lo habíamos echado y a mí (no lo sé, ¿en gente que ha follado junta, tal vez?), ahora me quedaba quieta unos instantes, disfrutando de las sensaciones que me embargaban, cada una intentando tomar el control de mi cuerpo y sobreponerse a las demás.
               Evidentemente, seguía largándome, seguía dándome la vuelta y negándome a cualquier conversación, pero las echaba de menos. Echaba de menos que me abrazaran y me besaran después del sexo, echaba de menos que alguien protestara porque me vestía, no porque quería repetir lo que acababa de suceder (que también), sino porque no soportaba renunciar a mi desnudez sin pelear por ella.
               Echaba de menos terriblemente a Tommy.
               Al menos tenía el consuelo de que él también me echaba de menos a mí.
               Había hablado con él el día antes de Navidad. Papá había llamado a Louis para felicitarle el cumpleaños (todo el fandom decía que Louis había nacido en Nochebuena para que el mundo estuviera seguro de que se trataba de un regalo, algo así como un milagro navideño), le había pasado el teléfono a mi madre, y mi madre me lo había pasado a mí y, después de darle mis felicidades por unos 42 años en los que no había hecho gran cosa, me había pasado con su primogénito.
               -Hola, Didi-festejó Tommy, y creo que una nube se apartó un poco de la trayectoria de los rayos solares. El salón se iluminó mientras yo me apoyaba en una estantería, sonriendo al asfalto que se proyectaba debajo de mí, escuchando su voz, dejando que la esencia de mi inglés favorito llenara hasta el último de mis poros. Madre mía, Tommy, te quiero tantísimo…
               -Hola, T.
               -Te echo de menos, pequeña.
               Sentí cosquillitas en el estómago.
               -Yo a ti también-susurré, agarrando con firmeza el auricular del teléfono, impidiendo que nadie más escuchara aquella conversación, ni siquiera mi parte. Supe que le habían dejado solo para que pudiera hablar tranquilamente conmigo, de la misma manera que me habían dejado sola a mí.
               Mis padres creían en mi intimidad en cuanto a relaciones con los otros hijos de One Direction se trataba.
               No hablamos de su estancia en Wolverhampton ni de Layla. Aquella conversación sólo nos perteneció a nosotros.
               Cuando colgué, me sentía llena, como si fuera mi cumpleaños y me hubiera comido varios trozos de pastel.
               Había ocasiones, sin embargo, en que ni siquiera me servía que él me echase de menos, y me ahogaba en mi propia nostalgia por el pasado. No me gustaba añorar nada, y menos algo que no podía tener, como todas y cada una de las tardes que había pasado en sus brazos.
               Hacíamos lo posible por rememorarlas; esa misma tarde, me había llamado mientras yo elegía mi ropa para salir por ahí con Zoe y un par de amigas más.
               -Hola, T-saludé, y él me saludó-. ¿Pasa algo?
               -Sólo quería oír tu voz.
               Me eché a reír, vale, la verdad era que sabía cómo seducirme. Me tumbé en la cama, con los vaqueros rotos que llevaba por casa enfundados aún, estuvimos hablando, y hablando, y la conversación, no sé cómo, empezó a encenderse… lentamente, como una bengala, sí, pero se encendía…
               … yo no me di cuenta de lo que estaba haciendo, y creo que él tampoco…
               … hasta que me descubrí con la mano en la entrepierna, la puerta cerrada y la voz un poco jadeante.
               -¿Diana?-inquirió Tommy, con la voz ronca-. ¿Qué haces?
               -Echarte de menos-dije solamente, y noté cómo sonreía cuando me preguntó:
               -¿Pensando en mí?
               -Ajá.
               La línea se quedó un rato en silencio.
               -Yo también estoy pensando un montón en ti últimamente.
               Me mordí el labio.
               -Podemos pensar en el otro juntos… si te apetece.
               -Me parece una idea estupenda.
               Siguió hablándome, yo seguí hablándole a él, y era increíble la diferencia que había entre él y el resto de los chicos. No era solo que fuera inglés, era que se trataba, precisamente, de él. Cuando acabé, bastante más tarde que él, no celebró que hubiera llegado y colgó, sino que nos quedamos hablando un rato más, de gilipolleces. Llegué a cerrar los ojos y me lo imaginé allí, conmigo, como él seguramente me imaginó tendida en la cama, a su lado.
               De la misma manera que me lo había imaginado estando con aquellos dos chicos. Deseé fervientemente que uno de ellos fuera él, que me pasara el brazo por la cintura, que me susurrara algo bonito al oído simplemente porque sí, no para que volviera a abrir las piernas, sino porque le apetecía verme sonreír.
               Los demás sólo valoraban mi sonrisa cuando la esbozaba corriéndome.
               A él le gustaba incluso la que me salía sola cuando veía la televisión en Inglaterra y aparecía la Gran Manzana.
               Apoyé los pies en la alfombra del suelo y me acerqué a la inmensa ventana, a través de la cual se pintaba un precioso cuadro de Nueva York brillando con luz propia, desafiando a las estrellas.
               Observé la ciudad, mi ciudad. Las calles, los coches que siempre serpenteaban, con predilección por el color amarillo; las luces de unos rascacielos por lo demás desiertos, que, aun vacíos, prefieren brillar con luz propia.
               Nueva York florecía; siempre florecía. Vivíamos una eterna primavera en ese estado.
               Mi niña, pensé con infinito cariño. Mi imperio.
               La ciudad se postraba ante mí, desnuda, majestuosa, como una diosa que se posa en su templo poco después de que lo levanten. Nueva York me hacía una reverencia, y le sonreí a su muestra de respeto, porque Nueva York no se postra ante nadie, no se doblega ante nadie… excepto yo.
               Las luces de navidad le daban un aspecto incluso más divino. Seguían encendidas, marcando la dirección de las calles, burlándose de lo soeces que eran las farolas.
               Me crucé de brazos y tragué saliva. Empezaba a notar un poco de frío, pero me daba igual. Estaba eclipsada por lo que se desplegaba debajo de mí.
               No puedo volver a Inglaterra. Mi casa está aquí. Mi sitio está aquí. Mi alma está aquí.
               Entonces, ¿por qué estaba tan cabreada por imaginarme a mi inglés con otra?
               No ayudaba que esa otra fuera Layla; no podía competir contra ella.
               Layla es demasiado buena, no se merece que la destroce.
               Estoy empezando a desarrollar conciencia, y eso no está bien. A las que tienen conciencia, se las comen con patatas.
               Pero yo he dado luz verde a esto.
               Pensé en la llamada, en cómo, después de acariciarnos sin mezclarnos, Tommy se había quedado un momento callado. Me dijo que tenía ganas de que volviera; yo le dije que desearía que estuviera conmigo… y me dijo que tenía algo que decirme. Me había incorporado.
               -Se trata de Layla-me dijo-. Yo… casi paso a mayores con ella.
               Me regodeé en ese casi.
               Me destrozó lo que venía detrás.
               -No pasa nada-aseguré, luchando contra un nudo en el estómago que no permitiría que se me formara-. He estado con otros chicos. Tú puedes estar con otras chicas. Lo nuestro se basa en satisfacernos, no en pasar hambre porque el otro no nos pueda dar de comer.
               -Para mí no se basa sólo en satisfacerme, Diana-replicó, quizá un poco molesto.
               -Para mí tampoco-admití-. Pero no quiero que te sientas mal, ¿vale? No eres mío. Yo no soy tuya. Somos libres. Recuérdalo.
               -Quería que lo supieras. Eres importante para mí.
               -Tú para mí también, Tommy-susurré, y en mi vida había dicho una verdad tan grande-. Yo… te quiero. Ya lo sabes.
               -Yo también te quiero, americana.
               Sonreí, y el nudo desapareció. Con eso me bastaría, al menos, de momento.
               Sé lo que es queme violen, pensé, sé lo importante que es curarse cuanto antes.
               Me apoyé en el cristal, pensando en Layla, pensando en Tommy, pensando en los dos juntos, pasando a mayores. Estaba frío.
               Uno de mis compañeros de cama se despertó.
               -¿Diana?
               -Largo-respondí, él se revolvió, inquieto. Se incorporó un poco-. Fuera-repetí, molesta por tener que reiterarme. Antes, una palabra mía, una sílaba, una simple mirada, o incluso un silencio, bastaba para que el mayor de los gallitos se acojonara y me dejara tranquila.
               Aquellos tiempos habían pasado.
               El chico se incorporó del todo, sacudió el hombro de su amigo, que se despertó también, los dos se vistieron y salieron sin más ceremonias, cerrando la puerta sin hacer ruido, dado que era bastante tarde. Temían despertar a la bestia.
               Me escocían los ojos.
               Apoyé la frente en el cristal, los cerré… y me eché a llorar en silencio. Ya me daba igual todo: putear a mi padres, disfrutar de lo que les molestaba que convirtiera mi habitación en un picadero, esconder drogas para no perder contratos multimillonarios, la envidia de la gente de los platós de televisión cuando aparecía para entrevistarme con Oprah, que llevaba años en televisión y se mantenía aún en alza; o la envidia de quienes me veían en una pasarela, o de las mujeres que trabajaban en las sesiones de fotos y se veían obligadas a experimentar mi perfección en directo, y cuyos interiores se retorcían pensando en mi belleza; estaban acostumbradas a ella, pero no a tanta… 
               … sólo quiero a Tommy. A Tommy para mí sola.
               Joder, Diana.
               Odié un poco más a mis padres por haberme enviado lejos, haber hecho que cosas que nunca deberían despertarse se desperezasen y echasen a volar. Y, dios, cómo volaban. Hacían piruetas, se estremecían, caían y remontaban el vuelo en el último momento, dejando un rastro de estrellas allá donde habían estado sus colas.
               En cuanto supe lo que Tommy y Layla habían estado a punto de hacer, decidí que era mi momento. Quería follar, y lo quería con muchísima rabia, como no había querido nunca nada.
               No era como ir a una fiesta en la que el sexo es el principal argumento; era buscarlo, seducir a otros, estremecerme con otros, correrme con otros.
               Yo he sido la que se lo ha permitido, ¿por qué me pone así imaginármelo desnudando a otra?, pensé mientras tenía a un chico entre mis piernas, embistiéndome contra la pared, haciendo que gimiera un nombre que ya ni recordaba.
               No quiero que las desnude, me dije mientras acababa con aquel chico; nunca para él. Sólo acababa para un chico en todo el mundo, y ese no era otro que mi inglés. No quiero que les diga que las quiere. Lo quiero para mí sola. Sólo él está a mi altura. Sólo los dos podemos volar igual de lejos, mezclarnos con las estrellas.
               Lo recordé besándome en el museo, mirándome como si fuera lo más hermoso que hubiera allí, incluso delante de aquel cuadro de la chica pelirroja, hija de dragones que tenía el fuego de sus ancestros en la melena. Le había acariciado la mejilla, los labios, la mandíbula.
               -Presta atención a lo que han hecho personas con más talento que nuestros padres-me burlé. Sonrió, le brillaban aquellos ojos de zafiro que tenía.
               -Ya lo hago. Eres la mayor obra de arte que hay aquí, Diana. Alguna gente produce arte, y otros, simplemente, lo son.
               Me había besado de una forma que bien podría haberme transmitido su alma. Quizás la tuviera dentro de mí, viviendo con la mía, compartiendo cómodamente el espacio que había en mi cuerpo. Le haría un huequecito donde fuera.
               Es el aire. El aire inglés me hace mal, susurró una voz en mi cabeza, mientras me abrazaba la cintura, llorando cada vez con más intensidad. Tengo que calmarme, debo parar, no puedo estar haciéndome esto ahora…
               No quería pensar que era más bien el neoyorquino, que la contaminación, multiplicada por mil, me embotaba la cabeza. Prefería pensar que tener sentimientos me hacía débil, cuando sólo me hacía humana.
               Era el aire neoyorquino, que me atontaba con falsas esperanzas de divinidad.
               Me pregunté cómo alguien podía sentirse tan sola mientras amaba y era amada como lo era yo.
               Se me había acabado cualquier tipo de distracción, pero no podía dejar que mi cabeza siguiera vagabundeando por aquellos rincones de la imaginación, viéndolo besando a Layla, quitándole la ropa como lo hacía conmigo, acariciándola más despacio incluso de lo que me acariciaba a mí…
               Lo mejor de todo era que no podía decírselo a Zoe, porque ella lo solucionaría con un sencillo:
               -Vamos a buscarte un tío con el que echar un polvo.
               Eso me ponía incluso peor, porque era un bailar más allá de la frontera del “casi” que él había puesto como muro de contención. No habían llegado más lejos. Yo, sí.
               Se me ocurrió un nombre mirando las ventanas empapándose con la lluvia que caía en silencio sobre la ciudad. Nada de tormentas, nada de gritos; las nubes estaban tristes porque yo también lo estaba.
               Me senté en el suelo, con la espalda pegada a la pared, y cogí el teléfono. Lo vi conectado y ni me molesté en comprobar si su chica estaba conectada, si le iba a quitar un poco de un novio a otra.
               -Scott-tecleé, y vi que enseguida leyó mi mensaje. Eché cuentas y descubrí que en Inglaterra también era de madrugada, pero el día despuntaría de un momento a otro. Por fin, empezó a escribir. Me lo imaginé en su cama, con una mano detrás de la cabeza, contemplando la pantalla con el ceño fruncido.
               -Diana.
               -¿Estás ocupado?
               Hasta ese punto me había cambiado Tommy: antes, me importaba una mierda que la gente no tuviera tiempo para dedicarme. Era problema suyo, no mío: yo sería el centro de atención, me daba igual cómo tendrían que organizar la agenda.
               -Para ti, siempre-replicó, y sonreí a pesar de que apenas conseguía respirar con normalidad.
               -No puedo dormir-le dije.
               -Estoy aburrido, así que… cuéntame.
               -Tommy me ha dicho que me quiere.
               -¿No será recochineo lo que detecto en tus dedos según escribes?-inquirió, acompañándolo de un lacasito que guiñaba un ojo.
               Me quedé mirando un momento la frase, hasta que por fin me armé de valor para abrir la aplicación del teléfono y llamarlo.
               No sonó ni un toque.
               -Hola, Didi-dijo, en tono suave. Seguramente todo el mundo en su casa estuviera durmiendo.
               -Hola, S.
               -¿Estás llorando?-espetó, incrédulo. Sorbí por la nariz, me limpié los ojos con el dorso de la mano y negué con la cabeza, infundiéndome valor a mí misma.
               -No.
               -Diana-replicó, porque no puedes engañar tan fácilmente a un Malik.
               -No-repetí, pero se me quebró un poco la voz.
               -Diana-repitió, en tono paciente. Terminé diciendo que sí, porque no podías engañar a un Malik, y menos cuando ese Malik era, precisamente, Scott.
               -No es nada-mentí, “sólo son sentimientos, y me aterra tenerlos”, pensé, pero decidí callármelo, porque como abriera la boca y soltara esa frase, Canadá ganaría un montón de kilómetros a costa de mi país por mi culpa.
               Las cataratas del Niágara se secarían al lado del torrente que formaría yo.
               -Tengo que preguntarte algo-susurré.
               -A ver.
               -Tommy… me ha dicho que me quiere-empecé,  y me quedé callada.
               -Lo sé. Me lo ha contado-me animó-. Tú también me lo has contado.
               -Claro-asentí, porque tenía sentido que lo supiera por él mucho antes que por mí-. Yo… le he dicho que también.
               -También me lo ha contado.
               Los dos nos quedamos callados, él esperando.
               -Scott…
               -Diana…-replicó en el mismo tono de voz que yo, casi suplicante, y me apeteció coger un avión y romperle las dos piernas.
               -¿Lo decía de verdad?
               -Claro que sí-dijo, y me lo imaginé incorporándose como un resorte, dispuesto a defender a su mejor amigo hasta la muerte, venciendo al agotamiento, acabando con todo con tal de que él estuviera bien.
               -Entonces, ¿por qué quiere también a Layla?-inquirí, y ya no pude parar de llorar. Él se quedó un rato pensando.
               -Tengo tres hermanas-contestó por fin, y me pregunté si Eleanor salía con él con la esperanza de que sus hijos les salieran subnormales y así el gobierno les diera algún tipo de ayuda.
               -Felicidades-espeté, furiosa.
               -Lo que estoy intentando decirte es que… tengo tres hermanas, y las quiero a las tres. No sólo a una de cada vez; no porque esté con Sabrae no quiera menos a Shasha (aunque, créeme, esa puta cría hace lo posible porque le coja asco, pero qué vamos a hacerle), ni porque esté con Shasha quiero menos a Duna. Lo que quiero que entiendas es que… no importa a cuánta gente quieras, Diana. Lo que cuenta es que lo hagas. No por querer a más gente, lo haces con menos intensidad.
               Me arrastré hacia el colchón, me tumbé en él, y me tapé con la funda nórdica. Tenía muchísimo frío, de repente.
               -Creo que me estoy enamorando de Tommy-dije por fin.
               -¿Y por eso lloras?-quiso saber hoy, y era imposible que el gilipollas al que había conocido y había puteado estando de fiesta pudiera hablar en un tono tan comprensivo, paciente y cariñoso.
               ¿Éste era el Scott del que Eleanor disfrutaba?
               ¿Cómo había conseguido esperarlo 15 años?
               -No quiero enamorarme de Tommy.
               -¿Por? Enamorarte de él es lo mejor que te puede pasar en l vida. Ya sabes cómo es. Ya sabes cómo te trata. Joder, Diana, pero si sabes que te corresponde. ¿Qué más quieres?
               Que sea para mí sola, no tener que compartirlo, no ser tan imbécil de ir repartiendo trocitos de él por ahí.
               -No quiero sufrir, y todo el que se enamora, sufre-sentencié.
               -Es parte de la vida-replicó él-. Es parte del encanto de estar enamorado. Yo lo paso mal lejos de Eleanor, pero, ¿sabes? Así disfruto más de ella cuando volvemos a estar juntos. Me parece más guapa, más pequeña, sus labios saben mejor de lo que recordaba, y su pelo huele mejor de lo que me había parecido en un principio. Es parte de querer a alguien, ¿entiendes? Echarlos de menos. Cuanto más sufres por su ausencia, más les quieres, y más te das cuenta de que ha merecido la pena añorarlos, recrearte en cómo son. Siempre son mejores de lo que recuerdas. Ya verás cómo, en enero, los ojos de Tommy te parecerán más azules. No voy a decir nada de los brazos, porque en Navidad nos ponemos como putos cerdos a comer, y no hacemos nada de baloncesto, así que es probable que los bíceps se le vuelvan normalitos. Es el ciclo sin fin de las vacaciones-suspiró. Y yo sonreí.
               -¿No te vas a echar flores a ti mismo?
               -Vengo de ver a mis abuelas, así que… de momento, tengo el ego bien. Al margen de que yo estaría buenísimo aunque pesara 2 toneladas, pero… vamos a cambiar de tema, ¿eh? Tengo una relación.
               Me eché a reír, pero mis ojos seguían creyéndose aspersores.
               -¿Crees que soy buena? ¿Para él?
               No supe lo mucho que me importaba su opinión hasta que le pregunté qué pensaba realmente de mí.
               Scott era la conciencia de Tommy.
               Tommy era la conciencia de Scott.
               Solían hacerse caso, más de lo que les gustaba admitir.
               -Sí-suspiró, como si le molestara tener que admitirlo-. Sí, puedes hacerle feliz. Ya le haces feliz.
               -Ya, pero… ¿y él a mí?
               -Tommy puede hacer cosas que nadie más puede. Dale una oportunidad.
               Me senté en el borde de la cama, apartando las mantas, totalmente desnuda, con las piernas cruzadas.
               -Scott-repetí.
               -Todas hacéis que mi nombre suene genial, no sé si es porque lo pronunciáis de noche, porque os gusta… o porque es mío-sonrió.
               -Perdona por haberte llamado a estas horas.
               -No pasa nada, tía, cualquier cosa por la chica de mi mejor amigo.
               Le sonreí al colchón. Volví a mi posición original, pero sin tumbarme. Apoyé la espalda en el cabecero acolchado de la cama y miré los cuadros que adornaban mi habitación y me observaban desde la penumbra.
               -No puedo acudir a Zoe, porque esta situación es nueva y necesito a alguien con quien hablarlo-me excusé-. Antes, se me pasaba cualquier cosa con un poco de sexo.  Eso era antes.
               -¿Antes de venir a Inglaterra?
               -Antes de conocer a Tommy-contesté, y saboreé su nombre en mi boca. Estaba rico-. Ahora… el sexo ya no es suficiente.
               -¡Qué tragedia griega, Spielberg llora en su casa por semejante dramón!
               -No necesito tu prepotencia ahora, Scott, necesito que me escuches-ladré, frunciendo el ceño.
               Me lo imaginé riéndose y reclinándose de nuevo en su cama.
               -Yo creo que sí, porque, mientras discutes conmigo, dejas de llorar, que es lo que estabas buscando con esta llamada, ¿no? Que dejes de llorar.
               Me quedé callada, en silencio. Era verdad. Con esa respuesta había hecho que dejaran de arderme los ojos. La última de mis lágrimas se deslizaba por mi mandíbula.
               -Siento haberle dicho a Eleanor que tuviera cuidado contigo.
               -¿Eleanor? ¿Cuidado? ¿Conmigo? Chica, si hubieras estado con nosotros el fin de semana pasado, te habrías dado cuenta de que soy yo el que necesita que lo protejan de ella.
               Sonreí.
               -¿Te puso las pilas?
               -No pensé que fuera a estar tan agotado que ni me apeteciera acostarme con alguien, pero, mira, me equivocaba. Qué sorpresa. Tú tienes corazón, y yo tengo un límite sexual. Cómo avanza la ciencia, ¿no te parece?
               -¿No sería por ella?
               -¿Qué cojones iba a ser por ella, americana? ¿Estás mal de la cabeza? ¿Se te ha despresurizado el cerebro con el viaje? No, yo tenía ganas cada vez que la miraba, el problema era que llegaba un momento en que no podía con mi vida.
               -La tragedia de Shakespeare que deprimió a Tarantino-me burlé. Suspiró.
               -Estábamos a punto de hacernos amigos, pero tenías que cagarla mencionando al innombrable. A los americanos os encanta meter la pata.
               -Ya metéis los ingleses otras cosas por nosotros-protesté, y él se echó a reír.
               -Y lo hacemos mejor, por lo que parece. No te ha doblegado ningún yanqui, pero es pisar suelo inglés y ya te mueres por, literalmente, el primero que se te acerca.
               -Tengo la impresión de que soy un poco facilona, ahora que lo pienso-medité.
               -Diana, me zorreaste sin conocerme.
               -Tú a mí también.
               -Ya, bueno, es que yo soy así. Le zorreo a todo el mundo, menos a mi madre, porque es mi madre. Joder, si incluso le tiré un par de veces los tejos a Erika, hasta que Tommy me paró los pies. Le dije que su madre era MILF material, y… no me mató de puto milagro.
               -Me pregunto por qué.
               -Ahora tengo a la hija, así que he salido ganando. Es más guapa, más joven, más lista, y canta bastante mejor.
               Me quedé mirando la ventana.
               -No le digas nada a Tommy de esta conversación, ¿vale? Como si no hubiera existido.
               -Diana-suspiró-, te he contado cómo le tiré los tejos a la madre de mi mejor amigo, ¿a ti te parece que voy a reproducir esta conversación?
               -Sí.
               -Menos mal, porque la estoy grabando.
               Me eché a reír.
               -Pero ahora en serio, Scott, ni una puta palabra a Tommy de esto. No quiero meterme entre él y Layla-porque soy gilipollas, lloro porque está interesado en otra chica y al minuto siguiente me niego en redondo a que se plantee la posibilidad de dejarla-. Sólo él puede curarla. Quiero que la cure. Layla me importa muchísimo.
               -Vale, americana.
               Ya no había desdén al pronunciar la última palabra. Ya no. Creo que nos empezamos a considerar seres humanos a partir de entonces. Estábamos receptivos, era un buen momento para probar suerte.
               -¿S? Cuéntame por qué tus padres adoptaron a Sabrae.
               Lo noté sonreír.
               -Te voy a contar algo mejor, americana. La historia de cómo se conocieron.
               Me incorporé.
               -¡No!
               -Sí-respondió él.
               -¿Seré digna de escuchar tan gloriosa epopeya?
               -Menos cachondeo, cría; al lado de lo de mis padres, Kate Winslet y Leonardo DiCaprio se odian, Brangelina nunca estuvieron juntos, y las polladas que escribió el innombrable sobre Romeo y Julieta son sólo eso: polladas. Y mal escritas.
               Me quedé callada.
               -Creía que el innombrable era Tarantino.
               -Ni me molesto en pensar en ese imbécil. Bueno, ¿quieres oírla, o no?
               -Sí, pero… espera. Se me va a acabar la batería del móvil.
               Encendí el ordenador y me senté frente a él.
               -Joder-susurré, volviendo a levantarme.
               -¿Qué pasa?
               -Espera, me tengo que vestir.
               -¿Me has llamado desnuda, Diana? ¿Acaso no sabes lo que es el decoro?
               -No.
               Se echó a reír.
               -Joder, lo que podríamos haber hecho tú y yo si… bueno. No fuéramos tú y yo.
               -Grandes cosas, ¿eh, Scott?-dije, pasándome una camiseta por los hombros y unas bragas por las piernas-. Ya estoy lista, ¿me cuentas la historia por Skype?
               -¿Vas a dejar de hacer exigencias en algún momento de tu vida?
               -No lo sé, Scott, ¿sé lo que es el decoro?
               Expulsó una sonrisa sonora, de esas que reverberan en tu boca cuando sueltas el aire por una media luna. Probar un poco de su propia medicina nunca estaba mal.
               -¿Que si te lo cuento por Skype, dices, y dejo de pagar por escuchar esa voz y ese acento de “hablo un idioma a la perfección, pero misteriosamente no sé llamar al fútbol por su nombre”? ¿Que si te lo cuento por Skype, y te puedo ver la cara cuando flipes de lo mucho que se quieren mis padres, y el buen trabajo que hizo el destino uniéndolos?
               Sonreí, mordiéndome el labio. Lo vi conectarse.
               Observé mi habitación, iluminada vagamente por el fulgor de Nueva York.
               Sólo que aquello ya no era mi habitación.
               Mi habitación era el ático en el que Tommy me había enseñado lo que era que te hicieran el amor.
               Y qué bueno era descubrir aquello.
               Dejé de hacerme de rogar, acepté la video llamada. Me sonrió al verme, mordiéndose el piercing.
               -No lo sé, Scott, ¿vas a hacerlo?
               Y aquella puñetera frase que le venía en la sangre.
               -No lo sé, Diana, ¿el agua moja?

41 comentarios:

  1. Dios mi de mi vida. No me esperaba nada lo de la violación. Estoy flipandolo.

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    1. Ahora sabéis por qué congenió tan bien con Layla en cuanto Lay contó lo que le sucedía

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  2. "Sé lo que es queme violen, pensé, sé lo importante que es curarse cuanto antes." Me ha impactado tanto que he dejado de respirar durante dos segundos

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    1. Poco a poco iréis descubriendo hasta qué punto está mal Diana, y por qué es tan dura consigo misma

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  3. Estoy flipando. No lo vi venir para nada....

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    1. Mi niñita preciosa, la vida la putea y por eso ahora se revuelve como gato panza arriba

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  4. Tengo una super teoría de porque mandaron a Diana para Ingalterra y tiene que ver con la violación

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  5. VA A CONTARLE LA HISTORIA DE ZAYN Y SHEREZADE. POR DIOS ERIKA HAS QUE DURE POR LO MENOS DOS CAPÍTULOS. NCESITO SABER HASTA CUANTOS ORGASMOS TUVO CADA UNO CUANDO LO HICIERON POR PRIMERA VEZ.
    (porque sé que fueron más de uno) (╭☞ ͡ ͡° ͜ ʖ ͡ ͡°)╭☞

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    1. Iba a contestarte cuando leí el comentario por la mañana que no quería que fueran varios capítulos peRO LLEVO 12 PÁGINAS Y SHEREZADE SE ACABA DE PLANTAR, COMO QUIEN DICE, EN LA PUERTA DE ZAYN

      TUS DESEOS VAN A CUMPLIRSE, QUERIDA

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  6. "-Ya, bueno, es que yo soy así. Le zorreo a todo el mundo, menos a mi madre, porque es mi madre. Joder, si incluso le tiré un par de veces los tejos a Erika, hasta que Tommy me paró los pies. Le dije que su madre era MILF material, y… no me mató de puto milagro." ME MEO BC TE ENCANTARÍA QUE SCOTT TE ZORREARA

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    1. Scott ME HA ZORREADO, CORRECCIÓN

      y me considera una mother i'd like to fuck, he triunfado en la vida

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  7. "-¿Qué cojones iba a ser por ella, americana? ¿Estás mal de la cabeza? ¿Se te ha despresurizado el cerebro con el viaje? No, yo tenía ganas cada vez que la miraba, el problema era que llegaba un momento en que no podía con mi vida."
    ES TAN TONTO Y ESTÁ TAN ENAMORADO DE ELEANOR Y LO QUIERO TANTO JODER

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  8. Cuando colgué, me sentía llena, como si "fuera mi cumpleaños y me hubiera comido varios trozos de pastel." CHILLANDO

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    1. Diana quiere tantísimo a Tommy y él la quiere tantísimo a ella estoy sufriendo de una manera inhumana

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  9. "Fácil, Diana, muy fácil, te lo podría decir cualquier chica: estás perdidísima en él, en él y en sus ojos azules." CHILLO EN SUECO

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  10. Me encanta eso de que empiece el capítulo intentando convencerse así misma de que no quiere a Tommy y lo acabe confensandole a Scott que está enamorada de él.

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    1. ¿Qué es ser consecuente? JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA
      Una cosa es pensar que va a dejar de echarlo de menos mientras se sube al avión, y otra muy diferente es ver que es incapaz de dejar de pensar en él por mucho tiempo que pase en casa

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  11. "Mi habitación era el ático en el que Tommy me había enseñado lo que era que te hicieran el amor."
    HASTA LUEGO MARICARMEN. TIANA MANDA EL RESTO OBEDECE

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    1. Tenía la esperanza de que alguien citara esa frase porque es de mis favoritas, y la primera que me imaginé de este capítulo, y la que hizo que le diera la forma que le he dado y AY me duele todo, Tiana están tan enamorados el uno del otro :'(

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  12. SCOTT LE VA A CONTAR LAS HISTORIA DE ZAYN Y SHEREZADE. MÁS TE VALE ZORRA QUE CUENTES HASTA LOS MÁS MÍNIMOS DETALLES. COMO SI TIENE QUE DURAR LA HISTORIA CINCO CAPÍTULOS. ME LA PELA
    (perdona por las mayúsculas, me he emocionao. Yo te quiero Eri)

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    1. LOS ESTOY CONTANDO PORQUE ESTOY ENTUSIASMADÍSIMA CON ESTA HISTORIA, ZAYN Y SHEREZADE SON MI NUEVA OTP, NO SÉ QUÉ ES UN SCELEANOR

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  13. "Joder, si incluso le tiré un par de veces los tejos a Erika, hasta que Tommy me paró los pies. Le dije que su madre era MILF material, y… no me mató de puto milagro." Todas sabemos que has puesto esto porque en tu mente Scott te zorres dia si dia tambien (╭☞ ͡ ͡° ͜ ʖ ͡ ͡°)╭☞
    Pd: que suerte tienes :(

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    1. Hombre, es que alguna ventaja tenía que tener escribir esta novela JAJAJAJAJAJAJA
      Lo gracioso es que me imagino a Erika descojonándose y pensando "qué cojones haces niñato maaaaaaaaaamina vete pa tu casa" pero sintiéndose muy halagada porque Scott, los tejos que tira, los tira de calidad

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  14. "Madre mía, Tommy, te quiero tantísimo" me duele el corazoncito por mi niña preciosa :(

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    1. Estoy tan feliz de que por fin Diana quiera a alguien porque ella nunca ha estado enamorada y :'''''''''') mi hijita LINDÍSIMA debemos protegerla

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  15. SE SIENTE MAL Y AL QUE LLAMA ES A SCOTT. ME DUELE EL CORAZÓN. SCOTIANA ES BROTP

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    1. Me los imagino en un futuro no muy lejano cantando juntos y Scott mirándola y Diana mirándolo a él y Scott pasándole un brazo por los hombros y Diana sonriendo y mordiéndose la lengua como hace Zayn y ME ESTALLA EL HÍGADO POR QUÉ SON ASÍ ASDFHJKLÑ´BASTA YA

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  16. "¿Éste era el Scott del que Eleanor disfrutaba? ¿Cómo había conseguido esperarlo 15 años?" JODER. SI HASTA DIANA VE LO BUENOS QUE SON EL UNO PARA EL OTRO. VEREIS QUE AL RETRASADO DE TOMMY LE CUESTA VERLO DURANTE MESES CUANDO A ENTETE AGH

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    1. Mi hijo es retrasado dios, se merece que lo mate a zapatillazos

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  17. Estaba escuchando TMH mientras leía el capítulo cuando empezó a sonar She´s not afraid y me di cuenta de que esa canción va sobre Diana, la she es Diana, y oh dios

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    1. MADRE MIA POLY, es tan cierto que ni siquiera sé cómo no se me ha ocurrido a mí establecer la conexión. Es gracioso porque todo encaja perfectamente, parece que la escribieron para ella o que yo moldeé a Diana a partir de la canción, pero nada más lejos de la realidad.
      Estrellita dorada por darte cuenta ♥

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  18. Cuando pienso que no hay nada más bonito que Scott y El llegan Diana y Tommy y me matan de amor, dios mío Eri amo cada coma de esta historia, eres genial, no puedo, literalmente, esperar para el siguiente capítulo.

    PD: no me esperaba para nada que Diana fuera a llamar a Scott, me encanta la relación que tienen, dios vas a matarme.

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    1. En esta novela hay tantísimas parejas hermosas, me deprimo pensando que las cosas no son tan fáciles para muchísima gente como las plasmo aquí, pero es que no me sale hacerla de otra manera.
      Muchísimas gracias amor, eres un dulce bizcocho, ven que te abrace ♥
      Te va a gustar el siguiente capítulo, promesita de meñique

      PD: es un poco impactante pero, si te pones a pensarlo, es lógico. A Diana le apetece sentirse cerca de Tommy sin contactar con Tommy, está abrumada por lo que siente por él, y la forma más sencilla de estar con él sin estarlo es acercarse a Scott.
      Ah, y quiero decir que estoy MUY ORGULLOSA de cómo él la consuela sin preocuparse de que, cuando la conoció, ella se portara como una gilipollas con él. Mi hijito lindísimo, qué bien educado está.

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  19. Hola Erikina, ya te he dejado un comentario, ya he hecho mi cometido

    Te ama
    VIR

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    1. Nah, es broma, lo sé yo, lo sabes tú, lo sabe Scott, lo sabe Tommy, Diana, Layla, Chad, hasta Eleanor y Obama lo saben

      Jeje

      Pueeees la verdad es que ya sabes de mi relación amor/odio con Diana, a veces me dan ganas de coger y darle un hostión para ver si espabila (porque mira que yo no quiero tener hijos, pero es que si tengo y me toca una hija así, la mato) y otras veces me dan ganas de cogerla, no soltarla nunca y comérmela a besos porque es una bizcocha bizcochuela y debemos salvarla de este mundo cruel

      Y eso, AMO A SCOTT PUTO MALIK, ES DEMASIADO MONO SOS y es verdad que él y Diana harían buena pareja (como en tu primera idea), claro que son demasiado iguales y uf PERO NAH, SCLEANOR AF Y TIANA AF TAMBIÉN (aunque a veces también soy pro Lommy, pero eso, jeje)

      Aaaaaay, no sé cómo de largo será este comentario, pero bueno, ya sabes que yo tkmcl igual JAJAJAJAJA

      Ahora sí,

      TE QUIERE MUCHO MUCHO MUCHO MUCHO MUCHO,

      VIR

      PD. Te he dicho ya que te quiero mucho?

      Pd2. Jeje

      Pd3. ��

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    2. (era un emoji con gafas de sol, por si no te sale jeje)

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    3. Hola Virginina, eres estúpida,

      Te quiere, Eri

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    4. Disculpa que en el anterior comentario no pusiera "te ama" en lugar de "te quiere", pensé de corazón que habías puesto que me querías :( Es que la respuesta es tan larga que grito JAJAJAJAJAJAJA

      Poco a poco empezarás a cogerle cariño a Diana, ya lo verás, especialmente ahora que va a empezar a ser más humana y menos divina, pero de verdad, es una bizcocha, dale una oportunidad porque su pelo no es lo único dorado que hay en ella. Sí, a veces es prepotente y súper chula y caprichosa, pero quiere muchísimo a Tommy y hará lo que sea por proteger a Layla (porque ella pasó por cosas similares, no tan heavys como las de Layla, pero aun así), y es algo a tenerle en cuenta.

      MIRA, YO NO SÉ POR QUÉ NO CAMBIO EL TÍTULO DE ESTA NOVELA POR "CHASING THE MALIKS" O ALGO PORQUE DE VERDAD TE LO DIGO ME DA UN PUTO CHUNGO ESCRIBIENDO CON SCOTT. LE ODIO. QUÉ ASCO LE TENGO. UF.
      ¿Ves por qué serían muy otp si no hubiera seguido mi venada y hubiera hecho que Eleanor besase a Scott en aquel baño? Tendrían unos bebés preciosos y toda esta situación absurda de Diana-Tommy-Layla tendría una solución más fácil de la que voy a terminar alcanzando,sólo espero que no me odiéis.

      No sé lo que significa tkmcl, ¿te quiero mucho cetáceo linfocitos? Mmmm.

      TE AMA MUCHO MUCHO MUCHO MUCHO MUCHO

      ERI.

      Pd: me lo has dicho, golosa.
      PD2: jejejejejejeje.
      PD3: menos mal que me has dicho que era un emoji con gafas de sol, porque no me salía ni en el iphone ni en el ordenador, estoy triste.
      PD4: EL IMPACTO DE SCOTT MALIK.

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