sábado, 30 de julio de 2016

Lujuria y soberbia.

Me las apañé para convencerme a mí mismo a las tres y media de que no iba a volver a verla.
               Lo más gracioso es que ni siquiera me preocupé por el coche: me producía muchísima más ansiedad imaginándomela llegando a casa, sonriéndole a un tío sin rostro, besándolo en los labios y diciéndole “se lo ha tragado, me va a convertir en su reina particular, o algo por el estilo”, y desnudándose para él, y tirándoselo en el suelo del salón, un salón semejante a aquel en que me había encerrado…
               ¿Cómo puedes tener celos de alguien que no existe por alguien que no te pertenece?
               Eché cálculos mentales, miré varias veces en Google el tiempo que le llevaría llegar en coche desde mi casa hasta la suya, que situé en el punto más alejado de Kinglinton para no hacerme demasiadas ilusiones. Incluso probé a ponerla en el centro del pueblo y ver qué sucedía, pero siempre lo mismo: casi dos horas de ida, otras dos de vuelta; un poco más el volver, porque el tráfico que entraba en Londres era superior al que salía de ella.
               No comí nada; cuando me daba ansiedad, se me cerraba el estómago y era incapaz de meterme aunque fuera un estúpido vaso de agua. Y, si era tan imbécil de desobedecer lo que me decía mi cuerpo, terminaba vomitando.
               Pero fumé como no había fumado en mi vida. El reloj iba avanzando mientras yo consumía cigarrillos a la velocidad de la luz, con la vista fija en la televisión, sin ver nada de lo que se desarrollaba en la pantalla. Me tragaba el humo de varias caladas y no lo soltaba, me ponía a toser, lo expulsaba como podía, me lloraban los ojos, dejaba el cigarro en el cenicero, esperaba a expulsarlo todo… y otra vez a fumar.
               A las cinco de la tarde ya estaba que me subía por las paredes.
               A las seis, no podía con mi vida.
               A las siete, pensé en salir a buscarla, a pesar de que ni sabía dónde vivía, ni tenía manera de averiguarla. Ni siquiera sabía su apellido.
               A las ocho, me harté de mirar el móvil y tratar de escuchar mi voz interior, de suplicarle a mi dios, al de cualquiera, que me hiciera teclear un número al azar y escuchara su voz.
               A las nueve, estaba a un pelo de tirarme por la ventana por haberme permitido ser tan gilipollas, haber consentido que se fuera sola, no haberle pedido el número, ni su nombre en Facebook, ni haber puesto un gps en el coche para ver dónde estaba…
               Ya me había quedado sin uñas que morder antes de la hora de comer, cuando me apoltroné en el sofá y me decidí a permanecer tranquilo, a confiar en los astros. Si me la habían devuelto, sería por algo.
               Me había quedado mirando la libreta de las canciones, pensativo. Algo en mi interior bullía como el magma por debajo de la corteza.
               Y, joder, Sherezade me estaba convirtiendo en un puto volcán. Me estiré y rellené una hoja en menos de 10 minutos, me la quedé mirando, negué con la cabeza con frustración y la rompí. Escribí otra.
               Lo que viene bien para el arte no viene bien para el alma, y viceversa, y yo me estaba volviendo loco al comienzo de la tarde. Me pasaba las manos por el pelo, encendía un cigarro tras otro… y no paraba de escribir, escribir, y escribir.
               ¿Y si no vuelve?, empezaba una voz en mi cabeza, la que siempre se callaba en cuanto me metía un poco de nicotina en el cuerpo.
               Claro que va a volver, tío, quiere tu pasta.
               Pero, ¿y si no vuelve, y manda a un abogado a por la pasta, y no me deja verla mientras el crío crece dentro de ella? Estudia derecho, seguro que conoce a alguien.
               Joder, joder, joder. Tenía conciencia, no quería que lo pasara mal; era tan gilipollas que accedería a darle lo que me pidiera, incluso si no lo hacía en persona.
               No podría vivir sabiendo que, por mi culpa, ella no se podía dar caprichos. Yo se los daría, me daba igual si se negaba a volver a verme.
               Se los concedería incluso si en esos momentos se estaba tirando a otro siempre que volviera a dormir a casa.

               A las nueve y media ya no lo soportaba más. Me vestí, me puse la cazadora, y cogí las llaves. Iba guiado por una determinación ciega: no tenía ni zorra idea de lo que haría en cuanto saliera a la calle, pero sería mejor que permanecer encerrado esperando algo que estaba claro que no iba a pasar.
               Hasta que pasó.
               Los milagros existen.
               Abrí la puerta y salí en tromba a la calle, comiéndomela, literalmente. Tropecé con ella y nos caímos hacia atrás, pero, gracias a mis reflejos de ninja, conseguí sujetarla en el último momento.
               Tenía unas muñecas muy suaves.
               Nos miramos a los ojos, algo volvió a vibrar en el ambiente como lo había hecho la primera vez que lo hicimos mientras nos tocábamos. Aquella vez había sido mejor: yo estaba dentro de ella.
               -¿Adónde ibas?-inquirió-. ¿Pretendías escapar de mí?
               No hay escapatoria de ti, nena.
               -A buscarte-espeté, locuaz-. Por cierto, ¿dónde vives?-inquirí, en el tono más casual que pude. Se echó a reír, me dio una palmadita en el brazo y se incorporó, alisándose la falda (madre mía, menudas piernas).
               -No sé, no me escribo cartas. Espera a que te manden a ti una y comprueba la dirección. Viene por la parte de delante-respondió, chula, sonriendo con aquellos dientes blancos como la nieve. Me tendió una maleta y yo la cogí.
               -Tienes que darme tu teléfono.
               Se llevó la mano al bolso y me tendió un iPhone 6 gris. Me la quedé mirando.
               -Espero, por el bien del chiquillo, que esta gilipollez que acabas de hacer no sea genética, porque…
               -¿Qué querías? ¿Mi número? ¿Qué te hace pensar que te lo voy a dar?
               -Que estás embarazada-ataqué-. De mí. Puede que necesite hablar contigo, o tú hablar conmigo. Deja de hacerte la dura con el padre de tu hijo, ¿quieres?
               Sonrió, me dijo que luego me mandaría un mensaje y arrastró las cosas dentro de la casa. Cerré la puerta tras de mí. Estaba parada en el salón, mirando el estropicio que había armado: las tres cajetillas de cigarros que había conseguido vaciar (resulta que a veces me decido a dejar de fumar, y me dedico a esconder las reservas de tabaco que me quedan por la casa, para hacer trampa y esas cosas), las libretas a medio destruir, las hojas llenas de garabatos esparcidas por aquí y allá…
               -¿Siempre eres así?-preguntó, frunciendo ligeramente el ceño, pero creo que sabía más de lo que decía, porque las comisuras de sus labios se elevaron levemente.
               -¿Por qué has tardado tanto?-decidí replicar, mordiéndome la lengua para no decirle que era ella la que me hacía ser así. Suspiró con agotamiento.
               -Una de las gilipollas con la que vivo me ha quitado una falda. Justo la única que tengo de marca. Una Armani preciosa, de cuero negro, con una rajita por aquí…-empezó a explicar; vio que yo estaba impaciente por seguir la línea de su dedo con la mirada, y negó con la cabeza, un poco ruborizada-. Da lo mismo; el caso es que estuve ahorrando para conseguirla casi un año, haciendo horas extra y tal, como premio por haberme graduado en el instituto con un diez. Y va la tía y me la esconde en cuanto le digo que me largo del apartamento, zorra envidiosa. Así que le he secuestrado la cobaya-dijo, levantando una jaula como exhibiendo su contenido, y anunciando-. Saluda a Don Peludo.
               La situación era tan surrealista que sólo conseguí decir:
               -¿Don Peludo? ¿Cuántos putos años tiene? ¿Dos?
               -Más bien 23. Es un año mayor que yo-vaya, así que la nenita tenía 22-.  Pero su mentalidad es de coliflor al horno. Si estudiara Filosofía, podría entenderlo; todos los de Filosofía están pirados, ya sabes-se encogió de hombros-. Pero estudia Magisterio. ¿Te lo puedes creer? La tía ha conseguido meterse en una de las carreras más jodidas. ¡Zayn! ¡Podría darle clase a mi hija! ¡Debemos detenerla!
               -Mañana vas a ir a devolver ese puto bicho-respondí, señalando la caja. Puso los ojos en blanco.
               -El día ha sido muy estresante para él; he tenido que meterlo en mi bolso para poder sacarlo sin que se diera cuenta. Le di un par de galletas. Ah, y también he parado en una farmacia-añadió, revolviendo en su bolso y sacando una caja rosa y azul, que no tardó en tirarme.
               -Tú te quedas; el bicho, no.
               Sonrió con maldad, apoyándose en la cadera. Dejó despacio la jaula del pobre animal, que miraba en todas direcciones, asustado, reconociendo el terreno, y se acercó a mí.
               -Zayn-susurró, y si mi nombre no era la palabra más erótica del universo de sus labios, no quería escuchar la que lo fuera de verdad-, no hagas que te dé a elegir entre tenernos a los dos o no tenernos a ninguno. Sabes cuál vas a elegir-susurró, y su boca estaba tan cerca de la mía…
               No me gustaba que me sedujeran así.
               No podía respirar.
               -¿Tanto se me nota?-inquirí, y se echó a reír, y estábamos tan cerca, ella había acercado tanto a mí, que sus labios rozaron un poco los míos.
               -Eres un chico. Eres hetero. Yo soy una chica. También soy hetero. Y estoy muy buena. Es lo natural, cariño-dijo, pasándome el pulgar por los labios-. Siento haber tardado tanto en llegar. No quería ponerte así de nervioso.
               Te voy a follar en este mismo sofá, ya verás cómo disfruta el bicho viéndonos.
               -Tengo dos habitaciones-dije, acariciándole la cintura, y se estremeció, y se me pasó por la cabeza hacer que se estremeciera en serio a base de acariciarla en lugares más… receptivos-. Tienes suerte, muñeca; te dejo elegir cuál quieres.
               Alzó las cejas.
               -Soy una tía con suerte-murmuró, y sentí las palabras ardiendo según entraban, acompañadas de su aliento, en mi boca.
               Me puse duro, lo admito.
               Dejamos las maletas y a Don Peludo en el salón, y la conduje hacia la habitación en que no había entrado. Asintió con la cabeza, me dijo que esa le bastaba… pero yo no me sentía bien haciendo que durmiera en una habitación tres veces más pequeña que en la que se suponía que dormiría yo.
               -Quédate la grande-respondí, y ella frunció el ceño-. Tiene más luz. Al bebé le irá bien la luz.
               Me callé lo de que me gustaría imaginármela durmiendo desnuda y con el sol besando su cuerpo nada más salir, y ella desperezándose y sonriendo, con la piel brillante por el sudor de un sueño veraniego lleno de fantasías que…
               Zayn, por este camino vamos mal.
               -Zayn, es una personita, no un puñetero cactus.
               Me eché a reír.
               -Tiene la cama más grande.
               -Precisamente por eso. Bastante haces ya acogiéndome en tu casa sin esperar nada a cambio como para…
               -Ah, ¿que no vamos a follar cuando yo quiera? Joder, pensaba que esto era algo así como Cincuenta sombras de Grey, que yo te iba a consentir económicamente y tú ibas a hacer lo mismo sexualmente. No deshagas tus maletas, mañana te vas por donde has venido.
               Se echó a reír.
               -¿Estás seguro?
               -Sí, Sher.
               Me dio un manotazo en el brazo.
               -No me llames Sher.
               -Vale, Sher.
               -Uf, eres estúpido-protestó, se sentó en la cama, me pidió mi número teniendo ya el móvil en la mano, y se lo recité. Me sonó el teléfono en el otro extremo de la casa.
               -¿Te parece bien si deshago mañana las maletas?
               -Puedo ayudarte, si quieres.
               -Harás lo que sea por hurgar en mis bragas, ¿no?-sacudió la cabeza, y su melena negra bailó a su alrededor, como una especie de aureola que cubre un santo, la Virgen más preciosa que ningún artista haya podido tallar-. No, es por las luces. Hay que ahorrar.
               -Puedo permitirme que…
               -El planeta no, chaval. El cambio climático es real, y está sucediendo ahora mismo-alzó las cejas-. Hay que estar concienciado, recortar donde se pueda.
               Alcé las manos.
               -Vale, mañana te explicaré cómo va la cocina y todo ese rollo… ah, y el baño. Tengo hidromasaje. Sí, soy bastante buen partido-repliqué, soplándome las uñas, frotándomelas contra la camiseta y mirándomelas-, aunque tampoco vamos a centrarnos en eso.
               Se apartó el pelo a un lado.
               -En realidad, me vendría bien darme una ducha. Ha sido un día duro.
               -Y tanto, nena-estiré la mano y ella la aceptó, la llevé hasta el baño, le indiqué los botones de la millonada que serían los que más la ayudarían, y me la quedé mirando mientras estudiaba los mandos.
               -¿Zayn?-dijo, girándose sobre sus talones-. Te puedes ir, si quieres.
               -Ya, pero no quiero-espeté, y se volvió a reír, y me encantaba a mí mismo por hacerla reír de aquella manera, tan de seguido, con tanta facilidad…
               -Tendrás que pagar un plus por el strip tease.
               -Soy millonario-le recordé, apoyándome en el marco de la puerta-. ¿Cuánto quieres?
               -¿Cuánto tienes?
               -Todo lo que quieras-coqueteé, y ella se contoneó hasta mí, me acarició el pecho.
               -¿En serio?
               -Te sorprendería.
               -¿De verdad?
               -Ajá.
               -Vaya… así que… si te pido… no sé… que tengas un poco de autocontrol… ¿funcionaría?
               -Depende, ¿vas a estar cerca?
               Se echó a reír, se inclinó a besarme, y yo disfruté esperándola, bajé mis defensas, me dejé llevar, anticipando una buena sesión de sexo en la ducha…
               -Hasta luego, Z-susurró tan cerca de mis labios que volvió a acariciarlos, y me empujó y dio un portazo y echó el pestillo. Los dos nos reímos, y me fui al salón, a darle un trozo de lechuga al bicho peludo y alejarlo de la luz solar; no me parecía que le fuera bien.
               Escuché a Sherezade llamándome a gritos desde la cocina. Había descorrido el pestillo.
               -No esperaba que fuera tan fácil entrar-dije.
               -No tengo toallas-me ignoró, por encima del ruido de la ducha-. ¿Me traes algo?
               -Quizá, ¿para qué las quieres?
               Se rió.
               -Para que no me veas desnuda.
               -Qué lástima, se me han terminado.
               Asomó la cabeza por un hueco entre las cortinas.
               -Z-pidió.
               -Sher-respondí.
               -Por la amistad que nos une.
               -No nos conocemos.
               -¿Quieres saber algo de mí? Vale: me gusta secarme con una toalla después de ducharme. ¿Verdad que soy una criatura fascinante?
               -Sí, gatita.
               Conseguí encontrarle algo, se lo dejé en el baño, y traté de salir, pero eché un vistazo a su cuerpo semioculto por las cortinas… y me quedé hipnotizado. Una cosa era verla de noche, medio borracho, y considerarla una diosa, y otra muy diferente era verla a la luz de un fluorescente y estar seguro de que era una diosa. Deseé ser sus manos, que bajaban por su pelo desenredándoselo, que iban por su cuerpo quitándole los restos de jabón; deseé ser el jabón, que se deslizaba por su anatomía con parsimonia, disfrutando de saber que yo quería eso y no lo tenía; deseé ser el agua, que besaba cada una de sus curvas y las amaba y las hacía suyas de un modo en el que yo nunca podría poseerla…
               Suspiré. Iban a ser los nueve meses más jodidos de mi vida.
               Ojalá, ojalá fuesen los más “jodidos”.
               Me reí internamente ante mi ocurrencia. No pago la matrícula de la universidad para no privarme de algunas coñas de filólogo, al fin y al cabo.
               Salió con el pelo empapado y la piel brillante y suave. Se sentó a mi lado en el sofá. Ninguno de los dos había cenado; pedimos una pizza, ella sugirió una hawaiiana. La miré.
               -Es coña.
               -¿No te gusta?
               -¿Cómo no me va a gustar la hawaiiana, si es el mejor invento que ha fabricado el hombre desde la rueda?
               Me cogió las manos y festejó que compartiéramos pizza favorita, porque los amantes de la pizza hawaiiana somos unos incomprendidos. Pedimos una tamaño familiar y esperamos sentados en el sofá, impacientes. Sólo había apartado las maletas a un lado y yo había quitado los restos de libretas de encima del sofá, pero no nos preocupamos por hacer nada más.
               Ella estaba agotada de tanto hacer maletas, y yo estaba agotado de tanto montarme teorías conspiratorias. Volvería a dormir en el sofá, le anuncié cuando cortamos el último trozo de pizza (porque ella quería dejármelo a mí, y yo quería dejárselo a ella), y se me quedó mirando con tristeza.
               -Me siento mal cuando haces eso, Zayn.
               -¿El qué?
               -Sacrificarte por mí.
               -Voy a dormir en un sofá, no a vender mis órganos. Sobreviviré.
               -¿Quieres que te ayude a hacer la cama?
               -Preferiría que me ayudaras a deshacerla-solté antes de poder pensar la contestación, y abrí los ojos, pero ella se echó a reír, divertida y para nada ofendida por lo insistente que estaba siendo.
               A medida que pasaron los días, me fui calmando y conseguí “acostumbrarme” a su presencia, si por aquello entendíamos que seguía haciéndola de rabiar en cuanto podía, de reír cada dos segundos, y ya no me la quedaba mirando embobado dos minutos cuando la veía aparecer por la puerta de la cocina, o por el pasillo, en plena mañana, y me daba los buenos días.
               Empezó a coger la costumbre de besarme en la mejilla cada vez que se despertaba y cada vez que se acostaba, y mi día comenzó a girar en torno a aquellos momentos en los que podía abrazarla, acariciarle la cintura y devolverle el beso sin arriesgarme a que protestara. Tampoco es que lo hiciera; le gustaba tenerme cerca. Orbitábamos uno alrededor del otro como dos estrellas que comparten sistema solar, que se saben el centro de su porción de cosmos y no les importa compartir la atención del resto de astros que giran en torno a ellas.
               Aquel mismo sábado, después de comernos la pizza, recogió la caja azul y rosa que había comprado y se fue al baño. Volvió con ella envuelta en un papel, me dijo que la había lavado y que no me preocupara, que podía tocarla sin problemas, y fue a cambiarse de ropa y ponerse un pijama de pantalón corto y camiseta de tirantes mientras yo esperaba con impaciencia a que el pequeño test de embarazo me confirmara lo que yo deseaba: que la tendría conmigo 9 meses, que disfrutaría de su compañía durante aproximadamente 36 semanas.
               Aparecieron dos líneas verticales, ella se inclinó hacia mí, apoyándose en el sofá, y me miró desde arriba, con una trenza azabache descansando sobre su hombro. Me sonrió como pocas veces me sonreiría, y como siempre le sonreiría a nuestros hijos: como una madre que contempla a sus pequeñas criaturas y se siente orgullosa de haber contribuido a ponerlas en aquel mundo.
               Me apeteció muchísimo besarla en los labios, y puede que fuera porque ya empezaba a ser tarde, estábamos cansados por un día tan largo, o porque estábamos los dos borrachos de felicidad; el caso es que se inclinó hacia mí, su trenza se apoyó en mi pecho, y nos besamos despacio en la boca.
               Fue un beso largo, quizá de un par de minutos, en el que me dijo todo y yo también se lo dije a ella. Sonrió en mis labios y yo comprobé que una cereza en una sonrisa es mil veces mejor que una cereza a secas.
               Estaba feliz de estar esperando un hijo, y yo estaba feliz de que me dejara esperar con ella. Se separó de mí, me guiñó un ojo, soltó una risa, me dio las buenas noches y volvió a darme un piquito.
               No volvió a besarme así, pero a mí no me importaba, me bastaba con tenerla conmigo.
               El lunes siguiente al sábado en el que empezamos a vivir juntos, nos pasamos la mañana en el supermercado de un centro comercial, descubriendo los términos de nuestra vida en común y de las cosas que no nos gustaban. Yo no soportaba la coliflor y a ella la volvía loca; a mí me encantaban los sándwiches de pavo y a ella se le revolvía el estómago sólo con olerlos… así que me aguantaba y los comía cuando no estaba en casa, porque tenía el olfato de un sabueso.
               Compramos un montón de libros sobre el embarazo y ella los devoró con una disciplina que me dejó helado; yo iba muy despacio, digiriendo toda la información allí contenida, mientras ella pasaba páginas a toda velocidad, almacenando en su cabeza de estudiante de Derecho la información según posaba los ojos en ella.
               Habíamos hablado que dejaría de fumar delante de ella, cosa evidente, pero terminé apartando el tabaco a un lado cuando una noche cerró la puerta de su habitación, despertándome, yo protesté, porque quería escucharla si me llamaba porque necesitaba algo, y ella me dijo que roncaba un montón.
               -Es por fumar-le dije, y al día siguiente tiré todas las cajetillas.
               Lo más duro para ella fue abandonar el café. Leyó que la cafeína no era demasiado buena para el feto, cerró el libro y se quedó mirando la nada, la vista perdida y los labios en una mueca.
               -¿Qué pasa?
               -Tengo que dejar el café.
               -¿Por qué?-inquirí, cogiendo el libro y echando un vistazo a la lista de sustancias que era mejor apartar durante el embarazo. Y, después de las drogas, el alcohol y el tabaco (como si estos últimos no fueran drogas, en fin), aparecía el café.
               -La cafeína-suspiró.
               -¿Y descafeinado?
               -No me gusta descafeinado.
               -Compraremos cacao, o lo que sea, ¿qué te parece?-asintió con tristeza, y al día siguiente nos metimos en el supermercado más cercano; volvió a llevar el vestido blanco de rayas azules que le bajaba por los muslos un par de centímetros y le dejaba los hombros al descubierto, volvió a conseguir que todo el mundo la mirara a ella antes que a mí.
               -Sher-le dije, y ella suspiró, y yo carraspeé-. Sherezade.
               -¿Sí, Zayn?
               -Te encanta ser el centro de atención, ¿eh?
               -Lujuria y soberbia, mis pecados capitales favoritos-se cachondeó, y los dos nos reímos.
               Había una cosa por la que no iba a pasar, y era escuchar a Mozart. Dejó caer el libro al suelo y echó la cabeza hacia atrás, masajeándose las sienes.
               -¿Y ahora qué pasa?
               -Tengo que escuchar a Mozart. No soporto a Mozart.
               -¿Para qué?
               -Para que salga lista.
               -Con la madre que tiene, me conformaré con que no salga tonto.
               Ella trataba al bebé de “ella” y yo lo trataba de “él”, porque me encantaba ver la mueca que ponía al referirme a nuestro hijo con pronombres masculinos. “Es una chica, Zayn, ya lo verás”. “Eso no lo sabes”. “Aun así, no tengo por qué usar el masculino con ella; no tengo por qué dar por sentado que es un chico hasta que alguien me diga que es una chica. Debería ser al revés. Somos nosotras las de los cromosomas iguales, no vosotros, y tú no esperas ir a un zoo a ver un gorila blanco; esperas verlo negro, como todos los demás.”
               Debatiendo era cojonuda, eso había que admitirlo.
               Me tiró un cojín por atreverme a insinuar que era estúpida y por volver a cambiarle el género al bebé.
               -Gilipollas.
               Pero se reía, siempre se reía por cualquier cosa que yo dijera, así que yo me dedicaba a soltar estupideces sólo para disfrutar de cómo sonaba su risa.
               El 17 de septiembre, se metió en mi habitación, se sentó en la cama y me sacudió el hombro despacio.
               -Z. Z. Zayn. Z.
               Ella podía llamarme “Z” pero yo no podía llamarla “Sher”.
               ¿Me ofendía no poder llamarla “Sher”? Sí, un poco. ¿Lo seguía haciendo? Evidentemente, vamos a ver, ¿para qué dejas embarazada a una chica si luego no puedes llamarla por todos los motes cariñosos que se te ocurran?
               ¿Me ofendía que me llamara “Z”? No. Joder, me encantaba que me llamase Z.
               -¿Qué pasa?-inquirí, incorporándome, subiendo un poco la sábana para que me tapara, por lo menos, las piernas desnudas, los bóxers.
               -Necesito que me acompañes a Kinglinton.
               Se me cayó el alma a los pies.
               -¿Qué? ¿Para qué?
               -Para terminar de traer mis cosas-explicó, y una sonrisa le cruzó el rostro, y otra me lo cruzó a mí-. Me quedo contigo, si todavía quieres.
               -Claro que quiero.
               Desayunamos los dos juntos, riéndonos y haciendo reír al otro, y nos fuimos a su casa. Incluso subí a su piso, y lo inspeccioné: un mini apartamento sin sala de estar, con un minúsculo baño y una cocina poco menos minúscula, dos habitaciones con un total de tres camas. Sherezade me guió hasta la que tenía dos; allí estaría escondida su falda. Revolvió en los cajones, sonrió con satisfacción al encontrarla, y dejó al bicho encima de la cama, corriendo las cortinas para que el pobre animal no se achicharrase. Le había cogido cariño, me gustaba darle trozos de lechuga y ver cómo los devoraba, sosteniéndolos en sus patitas… pero los dos teníamos miedo de que la criatura terminase muriendo a nuestro cuidado (no sabíamos cuánto podía vivir una cobaya)          , nos disgustase, y nos acabara pasando algo malo.
               Por “pasar algo malo” nos referíamos a que Sherezade perdiera al bebé.
               Le acarició la cabeza, colando los dedos entre los barrotes de la jaula, y me miró.
               -Me siento muy mal dejándolo aquí.
               -Yo también-admití, y nos lo trajimos de vuelta y se lo terminamos endosando a una de mis hermanas, que prometió cuidarlo bien.
               Sher y yo nos las habíamos apañado bien a la hora de levantarnos sin tener ningún horario: ella iba antes, porque necesitaba espabilarse con una ducha rápida, e iba desayunando despacio mientras yo iba tras ella en el baño. Terminaba de preparar sus cosas casi a la vez que yo salía del baño, y nos sentábamos en la cocina a desayunar los dos juntos, ella con chocolate a la taza, y yo con café con leche, mientras masticábamos cualquier dulce que habríamos comprado a principios de semana.
               Eso, claro, cuando no teníamos clase, porque el primer día de curso fue una putísima locura para los dos.
               Todo iba bien cuando no tenía que poner el despertador; se levantaba cuando le daba la gana y me despertaba metiéndose en el baño, y los dos hacíamos vida juntos sin ningún problema, pero, cuando empezamos a tener horarios, también empezamos con las movidas.
               No se había dado cuenta de que necesitaría casi una hora y media más de la que hacía antes de conocerme, debido a la distancia que nos separaba, y puso el despertador dos horas antes del inicio de las clases: a las 7. Se metió en la ducha y allí estuvo sus casi 45 minutos de rigor. Yo abrí un ojo, miré el despertador, lo volví a cerrar, me di la vuelta, abrí los dos ojos, me incorporé y miré la hora.
               -¡SHEREZADE!-troné-. ¡VAMOS A LLEGAR TARDE!
               Deberíamos llevar 10 minutos en el coche y yo todavía estaba sin duchar, sin vestir, sin desayunar.
               -No seas pesimista, Zayn, ya verás cómo llegamos.
               -¡SON LAS OCHO MENOS CUARTO!
               -Me estoy aclarando el pelo.
               -La madre que la parió-gruñí, levantándome, corriendo a la cocina y encendiendo la cafetera. Le metí la leche con dos cucharadas de chocolate en polvo en el microondas y saqué los donuts.
               Me planté en el baño.
               -¡Aligera!-exigí, y ella suspiró desde dentro-. ¡No, suspiros trágicos no, mira la hora que es, mueve ese culo precioso que te ha dado Alá!
               Descorrió el pestillo.
               -Tengo que secarme el pelo.
               -Dime que no estás desnuda-estaba envuelta en una toalla, y puso los ojos en blanco.
               -No estoy desnuda-concedió.
               -Sherezade-gruñí.
               -Vale, estoy desnuda.
               -Vístete y déjame entrar.
               -Pero…
               -¡Que me dejes entrar!
               Abrió la puerta de par en par e hizo un gesto con la mano, inclinándose hacia delante.
               -Su Alteza Real puede usar el baño mientras estoy yo dentro, si a Su Graciosa Majestad le parece bien.
               -No hay quien te aguante-espeté, metiéndome dentro y empezando a quitarme la ropa.
               Ella agitó el pelo y lo enredó en una toalla, dejó caer la que tenía por el cuerpo y se la empezó a pasar por los brazos.
               -¿No tenías muchísima prisa, Zayn?-preguntó con fastidio al notarme mirándola, imaginándome de nuevo entre aquellas piernas, acariciando aquel culo, besando esos pechos... lancé un bufido y me metí debajo del chorro de la ducha.
               Cuando salí, estaba terminándose el primer donut.
               -¿Cómo vamos?
               -Jodidísimos. Bébete eso; si acaso, paramos en una cafetería y cogemos café o algo para mojar el donut. Rapidito.
               Bajamos en el ascensor con ella no parando de protestar porque no le había dado tiempo a secarse ni siquiera las puntas. Se tuvo que hacer un moño para no empaparse la ropa.
               -Se me va a quedar encrespado como una putísima oveja, porque al señorito le picaba el jodido culo en casa, y verás, chaval, te vas a cagar como decida convertirse en una maldita víbora y hacer de mí una puñetera Medusa del siglo XXI si se me empieza a rizar a lo loco.
               -Las señoritas no dicen tacos.
               -Zayn, estoy preñada de un tío con el que no estoy casada, al que me follé de pie en un barco a la hora de conocerlo, ¿hacen eso las señoritas?
               -¿Lo de follar de pie? Las que saben cómo pasárselo bien, sí.
               Y soltó una carcajada.
               -No puedo creer la cantidad de mierdas que te echas en el pelo-ataqué, metiéndome por una calle, porque teníamos que recoger a Louis, que seguramente ni había mirado los planos de la Universidad ni dónde estaba su facultad.
               -¿Cómo te piensas, si no, que consigo que esté suave, sedoso y brillante?
               -Pensé que venía de fábrica.
               -También me afeito las piernas, sorpresa, las mujeres estamos sometidas a unos cánones de belleza que debemos cumplir.
               -¡No me digas! Creía que los pelos que me dejas en la maquinilla de afeitar era porque estaba empezando a salirle barba a ella, que estaba atravesando la pubertad, o algo así.
               -Eres imbécil-espetó, y miró por su ventanilla para que no la viera reírse, porque si ella tenía la última palabra, ganaba ella, pero si yo conseguía que se riera en aquella última palabra, ganaba yo.
               -No puedo creerme que la primera discusión que tengamos sea por culpa de tu pelo-murmuré, y ella soltó una carcajada:
               -Hair Wars, episodio uno: Los nudos contraatacan.
               Los dos nos reímos esta vez, mientras me detenía en casa de Louis, que se metió en la parte de atrás del coche de un brinco.
               -Llegas tarde-acusó, y yo le invité elegantemente a comerme los cojones.
               Estábamos por la autopista cuando por fin me di cuenta de las miradas de Louis y Sherezade clavadas en mí.
               -Ah, vale, perdón. Sherezade, él es Louis. El feo de la banda.
               -Ahora que se ha ido él, quiere decir-replicó, extendiendo la mano y estrechándosela a Sher.
               -Ella es Sherezade.
               -Soy algo así como su novia-explicó Sher.
               -“¿Algo así como su novia?”-inquirió Louis.
               -Sí, bueno, sólo está embarazada de mí por un polvo bestial que echamos en un barco.
               -Fueron 5, en realidad.
               -Y ahora no follamos, pero si quiere decir que es mi novia, yo no tengo inconveniente.
               -Eri me habló de ella-replicó Louis-. Y ahora me explico un montón de cosas.
               -Le dije que se callara-bufé, porque había llamado a la española el día en que Sherezade se fue a recoger sus cosas y yo me comí la cabeza creyendo que no iba a volver. Eri sabía escuchar, sabía qué tenía que decir en cada momento… menos en aquel. Sólo pudo tranquilizarme a medias, decirme que tuviera paciencia y, sobre todo, fe.
               -¿Quién es Eri?-inquirió Sherezade, y un brillo de suspicacia apareció en sus ojos verdosos y dorados.
               -Su mujer.
               -¿Estás casado? ¿Tan joven?
               Los dos nos echamos a reír.
               -¿Qué pasa?
               -Eri acaba de cumplir 20 años.
               -¡Es broma! –Sherezade abrió mucho los ojos,  los dos negamos con la cabeza.
               Louis le explicó cómo la había conocido, cómo no había podido separarse de ella, las cosas que les habían pasado, cómo ella había casi suplicado por casarse, después de que todos (incluidos ellos dos) creyéramos que ellos serían los primeros y se convirtieron en los últimos, al menos de la tanda de las españolas, y cómo Eri había intentado mantenernos juntos incluso cuando yo decidí que tenía que marcharme del grupo.
               -¿Y cuándo os volvisteis a llevar bien?-quiso saber Sherezade, que había investigado un poco de mi pasado en la banda y se había encontrado con aquel tweet.
               -Fue Eri-admití-. Dejé de hablar varios meses con ella por culpa de ese imbécil de aquí…
               -Yo en ningún momento le dije que dejara de hablar contigo.
               -Sí, ya, como si pudieras hacer que ella haga o deje de hacer algo-protesté-. El caso es que hacía un montón que no la veía, y en una entrega de premios nos sentaron juntos, y en el descanso ella se puso a bailar, y acabamos bailando los dos juntos.
               -Vaya-asintió Sherezade.
               -Está casada-atajé, porque me parecía que conocía esa mirada-. Con un amigo mío. Y, joder, es Eri, no puedo pensar en ella así.
               -Vale, vale.
               -Entonces, volvimos a hablar, y empezó a interceder.
               -Consiguió que me pidiera perdón por el tweet de los huevos-intervino Louis.
               -Mira, chaval, te ganaste ese tweet, y mil más que deberías haber tragado. Me tenías hasta los cojones, todo el día soltando mierda por la boca.
               -Me amas.
               Sherezade se echó a reír, y no protestó cuando Louis sacó un paquete de tabaco del bolsillo de la chaqueta y se llevó un cigarro a los labios.
               -Será coña, Louis-protesté, y él me miró, y luego la miró a ella.
               -A mí no me molesta-aseguró Sherezade, alzando las manos.
               -Ya, bueno, a mí, sí-repliqué.
               -¿Por qué? ¿Porque no es marihuana?
               Los dos nos descojonamos mientras ella nos dedicaba una sonrisa de suficiencia.
               -Me gusta esta chica-dijo por fin mi amigo y antiguo compañero, tanto de banda como de porros.
               Louis, efectivamente, no había mirado los planos de la universidad y salió escopetado en dirección a la que parecía su facultad. No me escuchó cuando le dije que le recogería en el mismo sitio; aparqué el coche y Sherezade y yo nos despedimos con un beso en la mejilla, y cada uno corrió en direcciones diferentes.
               Al día siguiente, ya puso el despertador antes, y no tardó en convencernos a los dos para que fuéramos en tren, o bus, en lugar de en coche. Eso nos haría madrugar más, pero el planeta lo agradecería.
               -Deberías conocer a mi Eri, seguro que le caes bien-sugirió Louis en cuanto Sher sacó a relucir los gases de efecto invernadero, y aquel mismo viernes fuimos a su casa a cenar.
               Al principio, las dos estaban un poco cortadas por la presencia de la otra: Sherezade era preciosa y Eri se sentía un poco incómoda, bastante más baja y de piel menos tostada (Eri adoraba mi color de piel); y Sher intentaba controlarse y forzar una amabilidad que de verdad quería mostrar, porque las parejas de sus amigos siempre la veían como una amenaza precisamente por lo preciosa que era.
               Conectaron enseguida, cuando Louis mencionó de pasada que la idea de ir en tren (más cómodo, más rápido y menos contaminante) había sido de Sherezade. Eri inclinó la cabeza, sonrió y la miró.
               -Menos mal que has conseguido que espabile, Sherezade, yo no era capaz de hacer que cogiera un puñetero bus.
               -Hay que ir preocupándose por la Antártida, por eso de que el hielo ha descendido a los niveles que se preveía que tendría en 2050.
               -¡Totalmente! Se nos va de las manos-la española sacudió la cabeza-, pero todavía hay imbéciles que lo niegan, que es algo que se puede detener…
               -Lo veo imposible a estas alturas, y menos, con la acción que toman los gobiernos.
               -Más bien inacción, cariño; no se dan cuenta de que éste es el único planeta que tenemos. Esto no es Interstellar, no podemos irnos a otro mundo tan alegremente, y estamos asesinando poco a poco a éste, pero al G20 le sigue pareciendo una tontería, un cuento de hadas que nos montamos cuatro paranoicos-suspiró.
               -Lo triste es que, si trabajaran todos juntos, podría revertirse, pero organizar a tantísima gente y cambiar tantos hábitos para ahora mismo es imposible. Si al menos escucharan a las voces que dicen que el cambio climático es real…
               -… y está sucediendo ahora mismo-dijeron las dos a la vez, y Louis y yo nos miramos, sonrientes. Las dos se envararon.
               -¿Te gusta DiCaprio?-espetó Eri, incrédula.
               -¡Nena! Teniendo en cuenta que es el mejor actor de su generación, uno de los mejores vivos, y que además es ecologista, ¿qué crees, cariño? ¿El agua moja?-se cogieron una mano.
               -¿Dónde has estado toda mi vida? Louis pone los ojos en blanco en cuanto… mira, ahí lo tienes.
               -¡Yo no he hecho nada!-protestó mi amigo, acariciándole la cintura a su chica.
               -La pena es que no es feminista-suspiró la española.
               -¿Eres feminista?-celebró Sherezade, y Eri le replicó que si le parecía sensato apoyar un sistema que se alimentaba de la opresión de su propio sexo. Y que si el agua mojaba.
               Porque puede que Scott heredara de su madre el “no lo sé, ¿el agua moja?”, pero Sherezade se lo transmitió antes a Eri.
               Para cuando volvimos a casa, Sher estaba mucho más relajada, y parecía brillar con luz propia. Se colgó de mi cuello al abrazarme, me besó por debajo de la mandíbula, y me deseó que descansara.
               Los dos teníamos unas ganas tremendas de que empezara a notársele la tripa, pero ésta se hizo un poco de rogar.
               Por fin, un día de finales de octubre, me llamó para que la ayudara a ponerse unos pantalones que había llevado la semana anterior; era imposible que no le subieran, si no había engordado lo suficiente para cambiar de talla de una semana a otra. La ayudé a tirar de ellos, que se deslizaron con parsimonia, con pausa pero sin prisa, por sus piernas. Por fin, se los enfundó en las caderas. Empezó a dar brincos, a meter tripa…
               -Sherezade-susurré, mirándola.
               … tiró y tiró del botón para intentar engancharlo…
               -Sherezade-repetí.
               … probó a subir la cremallera…
               -Sherezade-dije una tercera vez, y ella bufó, expulsó el aire que había estado conteniendo y empezó:
               -No entiendo qué pasa, no los he lavado, sólo me los puse el jueves un par de horas, estaban limpios, no han podido menguar por estar en el armario…
               -No son los pantalones-dije, y ella se me quedó mirando-. Eres tú- Se llevó una mano al vientre. Desde mi punto de vista, estaba clarísimo. Ya no tenía el vientre plano, tampoco tenía una tripa imposible de ver, pero, si la miraba desde un lado, era innegable que había una pequeña curvatura donde antes había una planicie, una especie de duna en un desierto que, hasta entonces, se había creído una llanura.
               Se colocó frente al espejo, se subió un poco más la camiseta, y se puso de lado.
               Se le llenaron los ojos de lágrimas.
               -Tengo tripa, Zayn-susurró, llena de felicidad, y yo me acerqué y la besé en la mejilla y le acaricié la tripa como haría cuando, de 8 meses y medio, a una semana de convertirse en madre, miraría hacia abajo, se acariciaría el vientre y comentaría con el tono de una niña pequeña que descubre por primera vez el mar:
               -No me veo lo pies, Z.
               Cancelamos todo lo que teníamos pensado hacer y nos pasamos la tarde tirados en el sofá, ella entre mis piernas, con su espalda en mi pecho, y los dos pasándole las manos por la barriga, acariciando a nuestro hijo/nuestra hija por encima de su piel.
               Al día siguiente, nos bajamos una parada antes en el metro y la acompañé a decirle a su jefe que dejaba el trabajo. Había conseguido un puesto en un Hooters cercano a nuestra casa después de hablar con el gerente del de Oxford. Ella duplicaba las ventas de sus compañeras; a la cadena le interesaba tenerla dentro.
               Su jefe la miró, le preguntó si era por el sueldo; Sher dijo que no, rechazó un aumento de la mitad, del doble, del triple. Joder, sí que tenía que vender para que fueran tan reacios a dejarla marchar.
               -Es que estoy embarazada-explicó, y su jefe me lanzó una mirada envenenada, atando cabos, celoso de que yo hubiera conseguido lo que todos y cada uno de los tíos que se dejaban medio sueldo en la bandeja que ella les traía más deseaban: meterse entre sus piernas.
               Le dio un sobre con el dinero, que Sherezade contó a conciencia y asintió con la cabeza a modo de despedida.
               -Cuando tengas al crío, si consigues volver a estar como estás ahora, no dudes en volver, Sherezade. Te estaremos esperando-le dijo, encendiendo un cigarro y reclinándose en su silla. Sher asintió, pero dudé que quisiera volver a un sitio como aquél, sobre todo después de tener un bebé. Se despidió de sus compañeras de trabajo, les aseguró que las echaría de menos… y anunció que iba a ir a una pequeña librería de unas calles más allá, que había puesto un anuncio de que necesitaban dependienta.
               -No tienes que volver a trabajar, Sher-le dije, y ella suspiró.
               -Me aburriré muchísimo en casa si no lo hago-contestó, y yo me acerqué a ella, le acaricié la cintura, y ella se dejó hacer.
               -Sé de un par de cosas que podemos hacer para que no te aburras.
               Habíamos pasado a un nuevo nivel de tonteo desde que conoció a Louis y Eri; las cosas que nos hacíamos y nos decíamos cuando llegó no eran nada comparado con lo que habíamos conseguido crear entre nosotros dos desde que empecé a presentarla como “algo así como mi novia”. Cocinábamos juntos y aprovechábamos para tontear, tirarnos harina a la cara y al pelo y reírnos y mirarnos y no parar de acariciarnos.
               Me encantaba cuando nos mirábamos los labios; veía en sus ojos que quería besarme, que me echaba de menos como yo la echaba de menos a ella… siempre tenía que reprimir el impulso de acercarme y besarla, porque yo era algo así como su casero, tenía una especie de posición dominante, y lo último que me apetecía era presionarla… pero necesitaba volver a probarla, necesitaba acariciarle aquel cuerpo perfecto en el que pronto empezarían los cambios, un cuerpo en que se gestaba una revolución, perderme en su pelo, besar cada centímetro de su piel, volver a entrar en ella, recordar lo fantástico que podía llegar a ser el sexo cuando estábamos juntos…
               Ella siempre se apartaba, y yo me cabreaba, pero conseguía que no se me notase. Las voces en mi cabeza que tronaban por explicaciones no dejaban de ser eso: voces en mi cabeza.
               ¿Cuál es el problema?
               ¿Cuál es el PUTO problema, Sherezade?
               ¿Por qué me haces esto, me das alas, me haces echar a volar, y luego, BOOM, CADENA AL CUELLO, ME ASFIXIO EN PLENO ASCENSO?
               Estás embarazada de mí, ¿no? ¿Por qué no podemos intentarlo?
               La mejor parte venía cuando llegaban las voces malintencionadas.
               Seguro que el crió no es tuyo, por eso se detiene antes de continuar.
               No, cállate, joder. El crío es mío. Y, aunque no lo sea… seguramente sería capaz de quererlo de todos modos. Da igual que sea de otro. También es de ella. La ha traído de vuelta a mí. No puedo odiar a nada que me la haya devuelto. No puedo tenerle asco a algo que sea suyo.
               Y estaban, claro está, aquellos momentos en que nos dejábamos solos el uno al otro bajo cualquier pretexto. Ella se marchaba a la habitación, decía que tenía que buscar una cosa, y que volvería en poco tiempo.
               Los dos aprovechábamos para hacer lo mismo.
               En mis más oscuras fantasías, ella se lo hacía pensando en mí.
               Yo no podía hacerlo pensando en otra, tenía que ser siempre ella: en aquel barco, tirando de recuerdos, encima de aquel sofá, en la ducha, en la cama, una cama que compartíamos en mi imaginación…
               Algo nos impedía dejar de pensarnos y empezar a disfrutarnos. Era como un muro. Yo tenía alas, estaba dispuesto a probar. Pero a ella le asustaba terriblemente algo.
               No podía culparla.
               Perrie, desde luego, aplaudiría su decisión.
               -No puedo decepcionar a Nicki Minaj-respondió elocuentemente, y yo asentí y alcé los brazos. Acordó ir a trabajar un par de horas todos los días, a la hora de cerrar, y los fines de semana, prácticamente a destajo.
               Yo me quedaba más tranquilo sabiendo que estaba trabajando; así podía seguir con las reuniones, yendo al estudio y preparando eventos, con más tranquilidad. Sabía que no la estaba dejando sola, que habría alguien con ella. Y tenía su número.
               No tenía su Facebook, pero tenía su número. Además, ¿para qué quería ver fotos de ella, si la tenía en la habitación de al lado?
               Lo primero que hizo con su sueldo fue comprarme un paquete de mis galletas preferidas, con crema de avellana por dentro y virutas de chocolate por encima.
               Lo segundo, invertirlo en cartuchos para la impresora para imprimir fotos de hacía una semana y pico en las que salíamos una rubia a la que todo el mundo conocía, y asociaba conmigo, y yo.
               Estaba leyendo un ensayo de un autor ruso del siglo pasado cuando me tiró varias fotos encima de la mesa, frente a mí. Puso los brazos en jarras y arqueó la espalda. Se le notaba la tripa.
               -¿Quién coño es ésta?-ladró, dirigiendo un dedo acusador hacia la cara de la chica, que presumía de abdominales, melena rubia y sonrisa de la que iba a mi encuentro.
               -Gigi Hadid-dije, sin un tinte de emoción en la voz.
               -¡YA SÉ QUIÉN ERA ELLA, ES UNA PUTA PREGUNTA RETÓRICA, ¿QUÉ HACÍAS TÚ CON ELLA?!
               Joder, está preciosa hasta gritándome y loca de celos.
               -Tomar café-respondí-, creo que se ve bien, dado que estamos en un Starbucks.
               Se pasó una mano por el pelo negro como la noche, una noche de luna nueva, una noche que contrastaba con el día soleado en California que llevaba Gigi a modo de melena.
               -Te estás ganando un tortazo, Zayn.
               -Me conmueve el hecho de que hayas imprimido estas fotos.
               -¿Sí?-gruñó-. Pues tengo más.
               Y me tiró instantáneas de la gala del Met, en el que habíamos ido con ropa conjuntada y nos habíamos mirado como si fuéramos los animales más felices del mundo. En aquel momento, lo habíamos sido.
               Ahora, me parecía incomparable lo que había tenido con Gigi a lo que me ilusionaba tener con Sher.
               Sonrió con malicia al ver que yo no decía nada.
               Y jugó la baza que yo estaba esperando y temiendo a la vez.
               Capturas de pantalla de mi primer vídeo. Yo tirando de la ropa de Gigi para besarla; Gigi tirando de la mía, acariciándome el cuello en Full HD, 1080p.
               -No sé qué quieres que te diga.
               -¿Qué tal “vale, Sherezade, entiendo que te moleste que estés con esta chica, me alejaré de ella”?
               -¿Quieres que me aleje de ella?-inquirí, alzando las cejas.
               -No la quiero cerca de mi hija. Vete buscándote otra novia.
               -¿Qué?
               -ME CAE MAL, ZAYN, NO LA QUIERO CERCA DE MI HIJA.
               -No va a estar ceca de tu hija, tranquila-gruñí-. Somos amigos. Nada más. Lo que teníamos se terminó.
               -¿Cuándo?
               La miré, desafiante.
               -¡¿Cuándo?!-exigió.
               -Cuando te conocí.
               Se llevó una mano al vientre, sintiéndose atacada.
               -¿Qué acabas de decir?
               -Todo lo que pudiera tener con ella se acabó en el momento en que puse los ojos en ti.
               Se quedó mirándome, en silencio.
               -¿Me estás diciendo… que mi hija… es el producto… de que tú le pusieras los cuernos a tu novia?
               -No-susurré, sereno, porque, vale, me merecía que todo el mundo dudara de mí. Me lo había ganado a pulso.
               Pero ella no me creyó.
               Joder, ¿por qué no podía creerme? ¿No veía cómo la miraba? ¿No notaba cómo la acariciaba? ¿No se daba cuenta de lo mucho que la deseaba, como tomar una bocanada de aire tras muchísimo tiempo debajo del agua?
               -Por eso no te dije nada de intentar algo-espetó, y me hirió en lo más profundo de mi ser; algo dentro de mí se agazapó, acusando el daño sufrido-, porque sé cómo eres, y sabía que esto terminaría pasando.
               ¿Qué coño es esto?, atacó algo dentro de mí, la misma esencia herida. Y no me levanté, pero levanté la voz, igual que me la había levantado ella.
               -¿Sí? Quizás lo hicieras porque sabes que no vas a poder estar sin mí, no quieres pillarte por mí precisamente por quién soy.
               -Me importa una mierda tu carrera, tu fama, quién seas… sólo tu pasta, por eso estoy aquí.
               -¿Seguro? Porque a veces me da la impresión de que me perdonarías cualquier cosa, incluso que te hubiera hecho caso cuando se supone que era patrimonio exclusivo de otra.
               -¿Quién cojones te crees que eres, Zayn?
               -El padre de tu hijo-ladré-, el que aún llevas dentro. Y tu futuro marido.
               Se echó a reír, cínica.
               Ya veríamos si se las apañaba para morir con el apellido de su padre, aquel que no me quería decir.
               -Serás chulo, gilipollas de los huevos.
               -Ya lo verás.
               -Prepotente de mierda…
               -Dale tiempo al tiempo.
               -¡DIOS MÍO!-tronó, abandonando el salón. Y yo miré las fotos que nos habían sacado sin que nos enterásemos.
               Quizá, si le hubiera dicho la verdad, que había ido a ver a Gigi para decirle que sentía cosas muy fuertes por otra, y que quería que fuéramos amigos, y que de verdad lamentaba haberla metido en todo aquel lío, no hubiera pasado todo eso.
               Pero el daño estaba hecho. Gigi había asentido, sonriente, feliz de que hubiéramos arreglado nuestra relación después de aquella bronca tan bestial que tuvimos en Los Ángeles y que fue el punto final a lo que habíamos tenido, diciendo que yo era una persona muy importante y que no quería perderme, aunque nuestros sentimientos se hubieran enfriado…
               … y ese asentimiento no había servido para nada.
               Sherezade no salió de la habitación grande, era como si, del portazo que había dado, la puerta se hubiera fusionado con la pared y no tuviera escapatoria. Al principio no me importó, pero, a medida que iban avanzando las manecillas del reloj, volvió a apoderarse de mí una angustia interior que arrasaba mi calma como lo haría un incendio en la estación seca del Serengeti.
               Me pregunté qué significaba que Sherezade pudiera hacerme tanto bien y, a la vez, tanto mal.
               Me terminé levantando, pensé una excusa para ir a verla y tranquilizarme… y decidí que le preguntaría qué quería para cenar.
               -No voy a cenar-dijo, encogida sobre sí misma, dándome la espalda.
               -Tienes que comer-repliqué, cortante-. Estás preñada.
               -Para tu desgracia-respondió.
               -Que te den, pava-y cerré la puerta de un portazo, y volví a sentirme mal. Peor, si cabe. Me metí en la cocina, le preparé su plato preferido, se lo eché en un plato y volví a entrar en la habitación. Me miró con ojos llorosos; nunca me había odiado tanto por hacerle mal a una chica, ni siquiera cuando me despertaba por las mañanas acompañado de una mujer que no era mi prometida.
               -Z-dijo solamente, estirando la mano en mi dirección. Y rompió mis defensas, hizo que se tragara mi puto orgullo, porque la madre de mi hijo era más importante que hacerme el chulo,  que ir de guay, ser fuerte.
               O ganar una discusión.
               -Siento haberte soltado eso, Sher, yo… no sé qué coño me pasaba, pero es que te vi tan cabreada, que me empecé a cabrear yo, y…
               Se incorporó y se quedó sentada con las piernas cruzadas. Me quedé callado, sintiendo que ahora era el turno de hablar de ella. Deshizo el nudo de sus piernas, apoyó los pies descalzos en el suelo, y se acercó un poco a mí. Se inclinó hacia mí, y yo no podía pensar, no podía respirar… sólo cerré los ojos y entreabrí los labios, esperándola, esperando una disculpa que no me merecía, esperando que me dieran mucho más de lo que me debería ser asignado.
               Me besó en la mejilla.
               -Yo también siento lo de antes-me acarició la mejilla contraria a la que me había besado, y yo no podía dejar de mirarla; en sus ojos había una selva, profunda, viva, gloriosa: castaño, verde, dorado. Su boca sabía a cereza, pensé casi sin querer-. Yo… no te busqué sólo por tu pasta. Te merecías saber que vas a tener un hijo-fue la primera vez que se refirió a Scott por el sexo acertado; la única vez que lo hizo antes de la ecografía que nos diría que él era un él, y no una ella.
               -Gracias-susurré.
               -Y… yo… si pudiera dar marcha atrás, y elegir con quién hacerlo… volvería a hacerlo contigo. Una y mil veces. Me alegro de que hayas sido tú, de todos los chicos con los que he estado.
               -¿Porque soy yo?-inquirí, porque, vale, Zayn Malik tenía glamour, Zayn Malik tenía atractivo, pero a veces me agotaba que siempre me trataran como a una especie de divinidad, que siempre hablaran del grupo como si fuera una especie de panteón en el que yo había surgido y del cual me había separado para fundar mi propia iglesia, conseguir mis propios fieles y mis propios rituales.
               -No, esto no es por el futuro de ella. Es más egoísta-me acarició el pelo, el cuello-. Es por mí. Me tratas bien. Eres una buena persona.
               Atención, las palabras mágicas, aquello a lo que me aferraría incluso en mis horas más oscuras.
               -Y me gustas. Muchísimo.
               Le aparté un mechón de pelo del hombro. La deseaba tanto, como no había deseado a ninguna mujer ni volvería a desear a otra. Quería que fuera mía de todas las maneras posibles, que nos fundiéramos en un solo ser y nadie pudiera separarnos. Quería besarla, quería hacerle el amor, quería recorrer con mis labios todo su cuerpo, no dejarme ni un puto rincón, quería que se tumbase desnuda a mi lado y me hablara de sus sueños, sus ambiciones y sus miedos, quería conocerla mejor de lo que ella se conocería jamás a sí misma.
               Dios, Zayn, ahora sí que estás enamorado, enamorado de verdad, comprendí. Porque me había enamorado de Perrie, me había enamorado de Gigi, pero lo que había sentido por ellas no era nada, absolutamente nada, comparado con Sherezade. Mis sentimientos hacia las demás habían sido un poco de hierba en una pradera, una enredadera en una pequeña margarita que se levantaba a la sombra del más orgulloso árbol… un árbol de color castaño, verde y dorado.
               -Tú a mí también-susurré, y le hice el amor con mis cuerdas vocales. Ni un puto disco, ni cincuenta, ni mil: se merecía millones, premios por todas partes, que la cubrieran en oro y la adorasen como la diosa que era, y yo, su más fiel creyente.
               Me incliné un poco hacia ella.
               -No hagas esto, Zayn-me pidió, sacudiendo la cabeza, pero no se apartó.
               -¿Por qué? Llevas a mi hijo en tu interior. Es lo natural.
               -Sería complicarlo todo más.
               -No hay nada complicado entre nosotros, mi amor.
               Se mordió un poco el labio; quise ser sus dientes. Me acarició despacio la nuca; quería convencerse de que estaba mejor sin mí y, a la vez, quería memorizar todo mi cuerpo con la yema de los dedos, como si fuera a tallarme.
               -No te conozco-dijo, pero en su tono había un timbre más propio de la que intenta convencerse a sí misma.
               -¿Y qué?
               -No puedo enamorarme de alguien que no conozco-razonó… y yo estaba tan cegado por lo que sentía por ella que no vi mis sentimientos reflejados en sus ojos, me creí que había dos tipos de personas en el mundo y los dos estaban representados en aquella habitación: los que creen en el amor a primera vista, los que se pierden en una persona a la que conocen en un barco; y los que necesitan que una persona pase dos, tres, cuatro, cinco, sesenta veces, los que dejan que el interior doblegue al exterior, los que echan un vistazo en el alma antes de entregar el corazón.
               -Tienes seis meses para preguntar lo que quieras saber.
               Fue ella la que se acercó a mí, pero fui yo la que la besé a ella. Lo hicimos despacio, disfrutando de los labios del otro, como si estuviéramos comulgando. Se cayó sobre mí, yo me tiré debajo de ella, le acaricié la cintura y me di cuenta de que me mataría si se iba con otro.
               Y, sin embargo, no podía dejar de abrirle la jaula e invitarla a que se marchara, porque un pájaro te llena la casa de un agradable canto, pero no es nada comparado con lo que puede hacer libre, colgándose de la rama que lo vio salir del huevo.
               Cuando nos separamos, yo sonreía. Todas las diosas estaban en su boca. No sabía hasta qué punto iba a llegar para que ella quisiera estar conmigo.
               Tampoco me importaba desconocer cuál sería mi límite de aguante. Sospechaba que no lo tenía.
               Hacía dos meses que no la besaba, y no sabía cómo había podido decir que mi plato favorito es una comida, carne, pescado o verdura, da igual, cuando en realidad, lo que mejor sabía eran sus labios.
               Me miró con ojos chispeantes. La jungla estaba creciendo, expandiendo sus fronteras.
               -Es guapa-susurró, y, aunque lo último que me apetecía era hablar de Gigi estando con ella, concedí:
               -Sí.
               -Y tu tipo.
               -Sí-admití, porque yo juraba y perjuraba que no tenía un tipo, como si las rubias de ojos claros no me volvieran loco, como si Perrie y Gigi no se parecieran físicamente.
               Sherezade no era mi tipo, y creo que era por eso por lo que la encontraba irresistible. Porque no sabía cómo manejarla, dónde encajarla, qué metáforas hacer con su cuerpo. No las tenía preparadas, me surgían solas, a base de mirarla y mirarla, y hartarme de mirarla y descubrir que no podría hartarme nunca de hacerlo.
               -Pero sabes con quién quiero estar realmente.
               Asintió despacio con la cabeza.
               -Dilo, gatita. Dime a quién quiero cerca.
               -A mí-susurró, y sonrió un poco, y me tocó a mí asentir con la cabeza.
               Se lo llevaba dejando claro desde el día que le abrí la puerta. Y cada vez era más y más evidente que me gustaba tenerla cerca por disfrutar de su presencia, que el bebé era una buena excusa en la que escudarse, pero no la única. Era sincero con ella, sincero cuando me fijaba en cómo le gustaba de caliente la leche y memorizaba el tiempo; sincero cuando ponía el despertador un minuto antes que el suyo para que ella se despertara sin sobresaltos, pues no es lo mismo que suene en tu habitación que lo haga en la contigua.
               Sincero cuando me levantaba al escucharla atravesar el pasillo en plena noche, dejando atrás el baño, y la seguía a la cocina y miraba cómo revolvía en la nevera.
               -¿Qué pasa, gatita?-inquirí, y ella se volvió y me miró. Era su primer antojo, y yo lo había estado esperando con impaciencia, sabiendo que los antojos eran una buena señal.
               -Me apetece helado de mango y frambuesa.
               -No tenemos.
               -Jo-fue todo lo que dijo, y miró en el frutero, pero yo no acostumbraba a comprar mangos.
               Fui a vestirme y me planté en la puerta de la cocina. Estaba mordisqueando una manzana con hastío.
               -¿Lo quieres de alguna marca?
               -¿Vas a ir a por ello?-espetó, incrédula, y se le iluminaron los ojos.
               -¿Qué remedio me queda, Sher?
               Se abalanzó sobre mí, se colgó de mi cuello, y me dolió tenerla tan cerca y no pegarla todo lo que yo quería a mí, pero me encantó y disfruté de lo que era sostenerla entre mis brazos.
               -¡Madre mía, Zayn, te adoro, eres un santo, te mereces el mundo!
               -Lo que soy es un pringado, y un pagafantas, y me merezco que me peguen una paliza para ir espabilando.
               Ella se había echado a reír y me había besado en la mejilla, pero sus labios rozaron la comisura de los míos y, sinceramente, por muchos premios que te den, mucha satisfacción que tengas al salir al escenario y que el público cante tus canciones, o muchos millones que tengas en la cuenta del banco, no hay nada comparado con que la que quieres que sea tu chica te regale momentos como ese.
               Era increíble con qué cosas me daba por satisfecho.
               Cenamos en su cama, hablando de nuestro día, de cómo nos iba en clase, como si no estudiáramos juntos cada vez que llegábamos a casa. Yo encontraba la manera de acercarme a ella porque “donde estaba antes había corriente”, y ella se sentaba a mi lado cuando me tocaba elegir sitio a mí porque “la iluminación de ese lugar era mejor que la del otro”.
               Masticábamos el cordero mientras el otro hablaba, y asentíamos y sonreíamos. Escuchaba con tanta atención sus reflexiones sobre el sistema penal de Inglaterra que no me extrañaría nada aprobar un examen para colegiarme en algún bufete, y ella me prestaba tanta atención que bien podría preparar su tesis doctoral sobre la obra de Tólstoi.
               La noche entró en la habitación como habíamos entrado en la vida del otro: a trompicones, en un principio con timidez y luego, conquistándolo todo. Bostezó y yo anuncié que me iba a mi habitación, que la dejaría tranquila.
               Nos lavamos los dientes juntos y nos apoyamos cada uno en una pared del pasillo, al lado de nuestras respectivas puertas, que estaban frente a frente.
               -Z…-musitó.
               -Sher-sonreí con chulería, y ella también sonrió.
               -Para cuando me porte como un gilipollas y me ponga como una fiera por tonterías que ni me incumben…
               -O sea, ¿siempre?
               Se apartó un mechón de pelo de la cara.
               -Quiero que sepas que mi parte favorita del día es cuando me levanto y te veo por la mañana, y compruebo que sigues ahí, que no nos has dejado solas.
               -Vives en mi casa-fue todo lo que pude responder, porque tengo un don natural para joder los momentos bonitos. Si soy imbécil, se dice, se asume, y punto.
               -Lo sé, pero… aun así, podrías marcharte. Pero no lo haces.
               Me acerqué a ella, le acaricié la mejilla.
               -No podemos… yo no estoy lista-me dijo, pero yo negué con la cabeza.
               -¿A quién quiero tener cerca, gatita?
               Sonrió.
               -A mí.
               Le acaricié los labios con el pulgar. No sé por qué coño lo hacía Tommy y no Scott, pero el caso es que ésa era como mi seña de identidad.
               Y, joder, le acaricié la sonrisa según se formaba, y tuve que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para dejarla marcharse.
               -Buenas noches, Z.
               -Que descanses, Sher.
               Abrí la puerta de mi habitación.
               -¿Qué te tengo dicho de que me llames Sher?-inquirió.
               -Me has besado tres veces. Ya tenemos confianza-me burlé, y ella se echó a reír.
               Si no teníamos confianza, que alguien me explicara por qué se había girado y me había preguntado cuándo me parecía bien que pidiera la ecografía, qué tardes tenía libres. Todo lo que pude hacer fue preguntar:
               -Ah, ¿que me dejas ir contigo?
               -Claro, ¿por qué no te iba a dejar, si no?
               -Porque vas de mujer fuerte e independiente-alzó las cejas-… pero ya me parecía a mí que te gustaba ser una mantenida.
               Se echó a reír y me dio un manotazo en el brazo con fuerza, nada comparado con cómo nos cogimos la mano cuando le pasaron el aparato por la tripa incipiente y clavamos la vista a la vez en el monitor en blanco y negro mientras la doctora lo paseaba despacio.
               -Sentirás un poco de presión, eso es normal. Dime si te hago daño.
               -Estoy bien-replicó Sher, y dio un brinco cuando le pareció ver algo en la pantalla. La doctora continuó hasta detenerse en una parcela negra en un mar de blanco. Los dos contuvimos el aliento.
                En la pequeña laguna negra había una figura blanca, una figura muy pequeña, sí, pero…
               -Aquí estás, pequeño-susurró para sí la doctora; giró un poco la pantalla para que la viéramos mejor-. Mirad, esto es su cabecita-dijo, señalando la parte mayor de la figura-, sus bracitos, y sus piernas-siguió la línea de la que sería su columna-. A juzgar por el desarrollo, diría que estás en torno a las doce semanas. Es el período en el que se empiezan a notar los cambios físicos; el pequeño ya tiene las extremidades definidas y se le están empezando a formar los párpados.
               -¿Qué es eso?-preguntó ella, señalando unas ligeras variaciones en la imagen, era como si palpitaran. Yo no podía hablar, estaba como hipnotizado, era la cosa más bonita que había visto nunca.
               -Interferencias, de los latidos de tu corazón, y el de él.
               -¿El de él?-preguntamos los dos a la vez, la doctora asintió.
               -Sí, claro, tiene latido ya desde el primer mes. ¿Queréis escucharlo?
               -Ah, ¿que se puede?-inquirí, y la chica sonrió, asintió con la cabeza, tocó un par de botones y volvió a buscar al pequeño, que se había escondido.
               Consiguió localizarlo, y se quedó quieta. Sherezade y yo contuvimos el aliento. Y luego, nos miramos. Se escuchaba como un tambor a toda velocidad.
               Me molestaban mis propios latidos, quería escuchar los suyos.
               -Es tan…
               -Bonito-adelanté yo-. Y rápido.
               -Todo es normal-aseguró-. Como podéis comprobar, es un solo individuo-asentimos con la cabeza.
               No le solté la mano a Sherezade en toda la tarde, intentando digerir todo lo que había experimentado.
               -No me llores, ¿eh, Zayn?-dijo, porque ella había llorado mirando la imagen, y contemplaba la pequeña fotografía que nos habían dado. Me sentía el tío con más suerte del mundo, y eso que, aproximadamente, cada 3 segundos aparece un nuevo ser humano en ese planeta. No comprendía cómo una persona podía sentir tanta felicidad sin reventar.
               Volví a la realidad, a mi presente. La estaba mirando y era preciosa.
               -Me besaste tú a mí-atacó, apoyándose en el marco de la puerta.
               -Tampoco es que te resistieras-sacudió la cabeza, riéndose.
               -Que descanses, cariño.
               -Hasta mañana, gatita.
               Me desvestí y me metí en la cama, pensando en lo que haríamos al día siguiente, en cómo me las arreglaría para despertarme sin morirme de sueño a la hora en que sonase el despertador.
               Todas mis preguntas fueron en vano.
               Me desperté mucho antes de lo que pensaba. Más bien, me despertó Sherezade.
               Gritando.
               Mi nombre.
               Me levanté y encendí la luz. Estaba llorando, tiraba de las sábanas, se abrazaba las piernas y se pasaba las manos por los muslos.
               -¿Qué pasa?
               -Me duele muchísimo-sollozó, y me acerqué a ella y le levanté la cara, le dije que no pasaba nada… pero sí pasaba.
               Las sábanas tenían tintes rubíes; estaba sangrando. No mucho, pero sangraba.
               El bebé era pequeño.
               No mucho, pero sí… lo suficiente pequeño.
               No.
               No no no no no no.
               ¡NO!
               -Zayn, Zayn, voy a perderla, Zayn, dios mío, me la quieren quitar…
               Revolví en el armario para encontrar una toalla mientras ella no paraba de llorar. Se la puse en la entrepierna y le puse unos pantalones míos.
               La cogí en brazos y ella se aferró a mi cuello como querría haberse aferrado a la vida que crecía en su interior.
               -Nadie te va a quitar nada, ¿me oyes? Vamos a ir al hospital, y van a ver qué te pasa, y vamos a solucionarlo; verás cómo ella estará bien-le dije mientras bajábamos en el ascensor, demasiado despacio-. Mírame, ¿vale? Concéntrate en mí. Esto es una pesadilla. Vas a despertar pronto. Tú sólo mírame a mí, ¿vale, Sher?
               Asintió, pegando la cabeza a mi cuello.
               Me convertí en su apoyo en el coche, la obligué a cantarme sus canciones favoritas, a contarme cualquier tontería, todo con tal de distraerla. Me buscó con tanto ahínco que no quería irse en urgencias; decía que yo era parte de aquello, que tenía parte de magia, que si nos separaban ahora, cuando volviéramos a estar juntos no tendríamos nada que nos uniera.
               -Ven conmigo, Zayn, por favor, dejad que venga, no me dejes sola, Zayn…
               -Yo estaré aquí, ¿vale, mi amor? No te voy a dejar sola. Tranquila, lo solucionaremos pronto-le cogí la mano, le besé el rostro mientras le ponían la anestesia, la miré a los ojos mientras la dormían… y me volví loco, se me cayó el alma a los pies, cuando no me dejaron pasar más allá de unas puertas oscilantes.
               Miré cómo se la llevaban en la camilla, impotente… me dejé caer en una silla, uní las dos manos, y ni me molesté en comprobar la dirección, ni en prepararme como era debido según nuestro texto sagrado… simplemente recé en silencio, gritando con mi alma.
               Alá, por favor, llévate lo que quieras, quítame lo que desees, apártala de mi lado… pero, por favor, ¡por favor! No le quites a su hijo.
               Recé, y recé, y recé, y me ardían los ojos, pero seguí suplicando, le supliqué a él y a cualquier otro que pudiera estar escuchando, ofrecí todo lo que tenía, todo lo que no había conseguido pero deseaba, a cambio de que ella no viera su esperanza truncada antes de que ésta tuviera siquiera una cara.
               El sol había salido hacía tiempo cuando una doctora con la bata impoluta (supuse que sería demasiado impactante el venir con la sangre de los pacientes a visitar a los familiares) me alcanzó.
               Levanté la mirada. Tenía síntomas de estar agotada. En sus ojos había mucho dolor.
               No, por favor. No.
               Se quitó la máscara. Sonreía.
               Dios, dios, muchísimas gracias.
               -Están bien.
               -¿Los dos?
               -Los dos están bien. Nos asustamos un poco viendo cómo llegó, pero todo se desarrolló con normalidad. Ella está un poco débil, lo normal para una paciente en su situación. Estaba nerviosa; la hemos dormido para que se calmara. Ella es la que más daño puede hacerle al bebé.
               -¿Cuándo podré verla?
               Miró su reloj.
               -En media hora calculamos que se despertará. Puedes pasar a verla y esperar a que lo haga, si quieres.
               Dejé que me guiara, me senté al lado de una cama rodeada de monitores en las que había numerosas gráficas que no entendía. Le cogí la mano a Sher.
               Pasaron los minutos, su respiración se fue haciendo más superficial, hasta que empezaron a vibrar sus párpados, y, lentamente, abrió los ojos. Y los clavó en mí.
               -Zayn-susurró, y yo empecé a besarla, me importaba una mierda haberme prometido a mí mismo dejarle espacio. Ella sonrió, devolviéndome los besos, dejando que la tranquilizara recorriendo toda su cara con mis labios. Me apretó la mano-. ¿Cómo está?
               -Bien-contesté-. Si esto ha sido un truco para conseguir que deje de llamarte Sher… que sepas que no ha funcionado.
               Se echó a reír.
               -Qué lástima-dijo solamente, y me acarició los nudillos. Y me di cuenta de que yo necesitaba curarme casi tanto, o más, que ella. También noté que sólo ella sería capaz de aliviarme.
               Sólo ella me hacía daño.
               Y sólo ella me curaba.

34 comentarios:

  1. ESTOY LLORANDO CON LA ÚLTIMA PARTE

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    1. No entiendo por qué me gusta tanto el drama, debería hacérmelo mirar.

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  2. "Y va la tía y me la esconde en cuanto le digo que me largo del apartamento, zorra envidiosa. Así que le he secuestrado la cobaya-dijo, levantando una jaula como exhibiendo su contenido, y anunciando-. Saluda a Don Peludo." CREO QUE LA QUIERO SOCORRO

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    1. Mi meta en la vida es llegar a molar la décima parte de lo que mola Sherezade Malik

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  3. "-¿Por qué? ¿Porque no es marihuana?" TURN DOWN FOR WHAT

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  4. "-Y… yo… si pudiera dar marcha atrás, y elegir con quién hacerlo… volvería a hacerlo contigo. Una y mil veces. Me alegro de que hayas sido tú, de todos los chicos con los que he estado." ME MUERO DE AMOR

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    1. Le ha dicho que le quiere y el hijo de puta no se ha dado cuenta ni la ha cubierto de diamantes yo dimito de la vida

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  5. "Mis sentimientos hacia las demás habían sido un poco de hierba en una pradera, una enredadera en una pequeña margarita que se levantaba a la sombra del más orgulloso árbol… un árbol de color castaño, verde y dorado." YA SABEMOS A QUIEN SALIÓ SCOTT. MADRE DE DIOS

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    1. SON TODOS UNOS ARTISTAS EN ESA CASA, ESTOY TAN TRISTE

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  6. "yo esperaba con impaciencia a que el pequeño test de embarazo me confirmara lo que yo deseaba: que la tendría conmigo 9 meses, que disfrutaría de su compañía durante aproximadamente 36 semanas." PERO QUE MONO ES POR DIOS.

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    1. </3333333333333333333333333 me duele el alma viendo cuantísimmo la quiere, imaginaos cuando nazca Scott cómo va a estar

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  7. ESTOY LLORANDO MUCHÍSIMO

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  8. "-El padre de tu hijo-ladré-, el que aún llevas dentro. Y tu futuro marido." Y LA MUY PAVA SE RIE JAJAJAJAJAJAJAJJAJAJAJAJAJAJA

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    1. YA VEREMOS SI LE SIGUE HACIENDO GRACIA CUANDO ZAYN SE LO RECUERDE ESTANDO EN EL ALTAR MADRE MÍA TENGO QUE ESCRIBIR ESO

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  9. PERO IMAGINAD POR UN MOMENTO QUE LO HUBIESE PERDIDO. SCOTT NO EXISTIRÍA JODER. QUIERO METERME UNA PISTOLA EN LA BOCA

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    1. SÉ FUERTE ZURITA, NO HA PASADO NADA MALO, LA VIDA ES BELLA Y SCOTT VA A NACER

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  10. "-Con la madre que tiene, me conformaré con que no salga tonto." Pues un poco idiota si que os salió, porque tardó como dos siglos en decirle a la chica que quería que estaba enamorado.

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    1. El muchacho quería estar totalmente seguro y encontrar el momento adecuado jo :( no es tonto, es romántico :(

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  11. "Alá, por favor, llévate lo que quieras, quítame lo que desees, apártala de mi lado… pero, por favor, ¡por favor! No le quites a su hijo." Y LLORADO TANTO QUE HE SALIDO EN BARCA DE MI PUTA HABITACIÓN

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    1. Al pasar la barca me dijo el barquero las niñas bonitas sufren por Zayn y Scott ♪♫

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  12. "yo esperaba con impaciencia a que el pequeño test de embarazo me confirmara lo que yo deseaba: que la tendría conmigo 9 meses, que disfrutaría de su compañía durante aproximadamente 36 semanas." PERO QUE MONO ES POR DIOS

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    1. LOPURI Y TÚ HABÉIS PUESTO EXACTAMENTE EL MISMO COMENTARIO (salvo por un punto al final) ME HE DESCOJONADO

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  13. SHEREZADE ES ADOPTADA O UNA NIÑA ABANDONADA O ALGO POR EL ESTILO. POR ESO ADOPTARON A SABRAE, A QUE SI?

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    1. ¡Caliente, caliente!
      A principios del siguiente capítulo tendrás tu respuesta, Carola :3

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  14. "Quería besarla, quería hacerle el amor, quería recorrer con mis labios todo su cuerpo, no dejarme ni un puto rincón, quería que se tumbase desnuda a mi lado y me hablara de sus sueños, sus ambiciones y sus miedos, quería conocerla mejor de lo que ella se conocería jamás a sí misma."
    ME EXPLOTA EL CORAZÓN

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    1. Son tan hermosos de verdad menos mal que Scott ha cogido sus genes porque si no ÍBAMOS BIEN

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  15. SON TAN PRECIOSOS. MADRE MIA. LOS SHIPPEO MÁS QUE A MI EXISTENCIA.

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    1. ME SIENTO TAN IDENTIFICADA QUÉ ES UN LOGEMMA YO NO LO CONOZCO

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  16. ERIKA, ME CAGO EN LA PUTA, SCELEANOR AL LADO DE ESTOS DOS SON PORCA MISERIA

    Y TE LO ESTOY DICIENDO YO QUE SHIPPEO A SCELEANOR CON TODA MI VIDA, EH

    PERO ES QUE YA HE ENCONTRADO AL SHIP PERFECTO Y SON SHEREZADE Y ZAYN (por favor ponles nombre, si es que no tienen ya, si lo tienen dímelo, gasias)

    LADJKASBJANbdjs

    Madre mía, de verdad, se me ha hecho hasta corto, dios, no hacía más que mirar la barra esta de subir y bajar la página (? No sé si me explico) y pensar NO QUIERO QUE ESTÉS TAN ABAJO, POR QUÉ, NO QUIERO DEJAR DE LEER, NO QUIERO QUE SE ACABE

    Y este comentario sí que va a ser corto... Pero es que tampoco tengo mucho que decir a parte de que ha sido un capítulo de 10 y que amo a Zayn y Sherezade con toda mi alma. (Y pongo "." para recalcarlo más)

    Por supuesto a ti también te amo mucho ❤��������

    VIR.

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    1. NO BLASFEMES CON SCELEANOR ESTOY SUFRIENDO LA VIDA SON TODOS TAN HERMOSOS ME VOY A SUISIDÁ.

      Es que madre mía, Sherezade y Zayn se vacilan mutuamente y uffffffffffff. La gente los ha bautizado como Zerezade y me hace gracia porque me recuerda a una cereza, que CASUALMENTE es como les saben los labios tanto a Sher como a Eleanor, estoy muy inestable.
      Yo preferiría referirme a ellos como Zayrezade, se me ocurrió después al pronunciarlo (porque no hay diferencia entre Sherezade y Zerezade), pero da igual, se le queda el nombre al ship porque es fanmade ♥

      Buf, yo lo iba escribiendo y pensaba "es imposible que en este capítulo conozcan a sus familias y todo, tengo que pedirles permiso para subir otro", es que pasaron tantas cosas en esos nueve meses... no me parecía justo condensarlo tanto.

      ASDFGHJKLÑ ME ENCANTA QUE TE HAYA GUSTADO EL CAPÍTULO VEN QUE TE BESE JODER. (Yo también pongo puntos para recalcarlo más, ea).

      Yo también te amo mucho ❤

      ERI.

      pd: no has usado ningún posdata, estoy orgullosa

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  17. Creo que he muerto, he ido al cielo y he vuelto y creeme, siempre pense que de morir iria al infierno, pero la gracia de Zayn me ha salvado

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    1. Gloria a nuestro señor Zayn, creador de nuestro Salvador Scott

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