miércoles, 3 de agosto de 2016

Gatita.

Hace mucho que no os dejo un mensaje antes del capítulo en sí y, aunque a mi terapeuta le va a decepcionar sobremanera lo que estoy haciendo, sólo quería deciros que aquí tenéis una foto de una chica que es básicamente CLAVADA a Sherezade.
Sólo que Sherezade es todavía más guapa.
Ah, y que, si sois lectoras fantasma y queréis que os avise de cuando suba nuevos capítulos (cosa que me hace MUCHÍSIMA ilusión), sólo tenéis que dejarme vuestro user de Twitter en un comentario.
Dicho esto, que lo disfrutéis. 


La dejaron en observación toda la mañana, por precaución, pero de tarde nos dijeron que el médico hablaría con nosotros y, después, podríamos irnos a casa tranquilamente. Yo me quedé con ella todo el tiempo que estuvo en la cama, acariciándole la mano y dejando que ella me la acariciara a mí, los dos mirando el ajetreo de las enfermeras, que iban de acá para allá.
               Casi no abrí la boca, pero, cuando lo hice, fue para hacerla reír. Lo necesitaba, y yo necesitaba escucharla.
               -Qué serio estás-comentó después de casi 10 minutos mirándome sin que yo le prestara mucha atención. Me parecía más importante comprobar que el latido de su corazón se mantenía estable y su respiración seguía regular.
               -Estoy enfadado contigo.
               -¿Por qué?
               -Hoy iban a hablarnos de la influencia de los guiones de la época dorada de Hollywood en la literatura contemporánea.
               Conseguí que se riera.
               Sólo la abandoné un momento para ir a buscarle ropa limpia y, de paso, cambiarme yo también. Cuando nos sentamos en la consulta del ginecólogo, parecía que viniéramos por una visita rutinaria, en lugar de haber pasado la noche en urgencias.
               Empezó a explicarnos lo que le habían hecho: se habían preocupado un poco por el estado en el que habíamos llegado, creyendo que había sangrado más de lo que había hecho finalmente. Cuando pasaron a examinarla, se dieron cuenta de que la situación era menos grave (menos mal) de lo que habían pensado en un momento.
               -De acuerdo-dijo por fin, cerrando la carpeta con el historial médico de Sherezade y entrelazando los dedos sobre ella. Clavó los ojos en mi chica-, un poco de sangre es normal en estas etapas del embarazo; lo que sí debería preocuparnos es un sangrado a principios del último trimestre. Puedes llegar a notar ligeros pinchazos; es importante que estés muy tranquila en estos casos, al fin y al cabo, le transmites todo el estrés al bebé. Mi recomendación es que sigas como hasta ahora, haciendo vida normal, eso sí, con las precauciones propias de las mujeres en tu estado. Nada de alcohol, drogas… esas cosas de las que seguramente te hayas informado-el médico sonrió, Sherezade asintió-. Podéis mantener relaciones sexuales perfectamente-añadió, mirándonos a los dos, y yo la miré a ella y ella me miró a mí un segundo, asentimos despacio, como si fuéramos novios de verdad, o algo por el estilo, y eso fuera una parte fundamental de nuestra relación, y esperamos a que continuara-. No obstante, en este caso y con tu situación, Sherezade, no estaría de más que vinieras a revisar qué sucede en cuanto veas que empiezas a sangrar otra vez.
               Me crucé de brazos y fruncí el ceño, mirando a Sher, que sólo asintió.
               -En parte me preocupé por eso; había leído que un poco de sangre es algo normal, no tiene por qué suceder siempre, pero… no sabía nada del dolor. Y me pareció que no era poco.
               -No lo era-aseguré yo.
               -El motivo es una nimiedad, ya os lo he dicho, y es comprensible que te pusieras nerviosa, pero fue precisamente por los nervios por lo que te pusiste peor. Con una subida del a frecuencia cardíaca, estas cosas empeoran. Por eso es muy importante que te mantengas calmada si notas un poco de dolor. Pero, repito: si sangras de nuevo, pásate por aquí.
               Sherezade asintió con la cabeza, y no medió palabra hasta que yo no rompí el silencio, ya en el coche, de camino a casa, con las palabras del médico martilleándome en la cabeza.
               -¿Cuál es “tu situación”?-pregunté, quizá en un tono un poco más lacerante de lo que pretendía.
               -Tengo un historial médico complicado. Antecedentes-tenía la vista fija en la carretera y parpadeaba más lento; era lo que hacía cuando no quería mirarme.
               Empezaba a conocerla, y eso tenía sus ventajas, pero también tenía inconvenientes.
               -¿Antecedentes?-repetí, pero ella no dijo nada, siguió con los ojos clavados en la carretera mojada. Me detuve en un semáforo y aproveché para mirarla-. ¿Este embarazo es peligroso para ti?
               Siguió callada, pero tragó saliva, y yo sabía lo que eso significaba… y, aun así, quería que me lo dijera, que me lo confirmara ella.
               -Sherezade, contéstame.
               -Sí-admitió, pero edulcoró la confesión con un-: todos lo son un poco, ¿no?
               -Ya sabes a qué me refiero-gruñí. El semáforo se puso en verde. Yo no me moví.
               -Sí, sé a qué te refieres, y sí, es en ese sentido.
               -Joder, pues… páralo, tía, no merece la pena por… lo que sea por lo que sigas por esto, por Alá, por mí, por tu familia, incluso por ti… ¿qué sentido tiene estar dispuesta a jugarte la vida por alguien a quien no conoces?
               -¿Qué sentido tiene no estar dispuesta a arriesgarla por algo en lo que crees?-atacó, con los ojos brillantes-. Tú no lo entiendes, Zayn.
               -Pues explícamelo.
               -No quiero hablar de eso ahora-se pasó las manos por la cara, se apartó la melena del rostro, cerró los ojos con fuerza.
               -Pues tenemos que hablarlo, porque si te vas a poner peor a medida que ella crezca dentro de ti, no creo que quiera seguir formando parte de este espectáculo de autodestrucción que…
               -Este bebé es un milagro, Zayn-me cortó-. Se suponía que soy estéril. Yo… soy estéril-una lágrima se deslizó por su mejilla, yo me quedé helado, el semáforo volvió a cambiar de color, a rojo, como la sangre que había derramado en mi cama, como la rabia que la había poseído cuando se enteró de su situación, como la desesperación asfixiante al saber que no podría formar una familia… porque se veía a la legua, y lo vi en sus ojos cuando el test de embarazo mostró dos líneas verticales, que quería ser madre-. Todos los médicos que visité me lo dijeron. Tengo un problema en la matriz, lo…-tragó saliva-. No importa-sacudió la cabeza
               -Sí que importa-le acaricié la rodilla-. Puedes contármelo, gatita. Ya lo sabes. Estoy aquí para ti. No te voy a dejar sola.
               -Lo heredé de mi madre-susurró con un hilo de voz, porque si elevaba un poco el tono, se le rompería. Las flores más hermosas son las primeras en morir por la tijera del jardinero, para que su cadáver adorne algún salón-. Ella murió dándome a luz-se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, yo aparqué el coche y la miré, y esperé, acariciándole al rodilla-. Yo no debería estar embarazada, pero… algo, llámalo Dios, destino, suerte, lo que sea, ha puesto este bebé en mi interior, ha cumplido el único deseo que tenía en mi existencia, el generar vida dentro de mí, saber lo que se siente… llevando algo importante dentro, y si te piensas que un poco de sangre va a conseguir que deje de pelear por ese sueño, es que eres más estúpido de lo que yo pensaba-sonrió, triste, y yo sonreí, también triste-. No me pateé medio Londres buscándote para rendirme ahora que las cosas se complican un poco.
               Sonreí, porque, joder, era una puñetera leona.
               -Además, no te creas que vas a tener tanta suerte de librarte de mí sólo porque me dé por sangrar. Vas a necesitar algo un poco más fuerte para echarme de casa.
               -¿Quién dice que quiera echarte de casa?
               -Nadie-admitió, coqueta-, porque te tengo comiendo de la palma de la mano.
               -Con tu chulería y la mía, al crío le va a ir bien.
               -No va a pisotearla nadie, que es exactamente lo que yo quiero.
               La llevé a casa, nos metimos en el sofá con una manta y nos dedicamos a ver películas de su elección. Todas con Amy Adams. Seguro que Eri hubiera confiado más ciegamente en ella aún, si cabe, de saber de sus gustos cinematográficos. Y Sher, también en la chica de Louis.
               Volvimos a tener bronca porque yo le anuncié que tenía pensado empezar a dormir con ella para tenerla más cerca aún por si me necesitaba, y ella me dijo que no hacía falta que me aprovechara de sus “debilidades” para meterme con ella de nuevo en la cama, a lo que le respondí preguntando si era imbécil o algo por el estilo, y nos empezamos a gritar hasta que, de repente, no sé cómo ni por qué, le solté:
               -No tienes que tenerme miedo, ¿sabes, tía? No te voy a tocar un pelo de esa cabecita tuya sin que tú no quieras.
               Se echó a reír, en parte cabreada por mi atrevimiento y en parte divertida porque cada vez que yo abría la boca cerca de ella, parece ser que lo hacía para soltar algún chiste.
               -Me gustaría ver cómo sujetas el micro sin manos, o haces carrera en la música sin cabeza-y agitó la melena, alzando las cejas, proclamando que había sido ella la que ganó la discusión.
               Tengo que reconocer que me encantó que la ganara, ver que recuperaba su chulería y que quedaba olvidado lo de la noche anterior. Se había mostrado muy cariñosa, casi como si me necesitara para poder sobrevivir, y no se nos había pasado por la cabeza quedarnos solos… hasta que yo sugerí que no deberíamos volver a hacerlo nunca más.
               No la llamaba “gatita” por nada. Necesitaba su espacio, aun cuando orbitáramos el uno alrededor del otro, estudiando cada uno su propia carrera sin hacer ruido para no incordiarnos; necesitaba su independencia, tener la cama para ella sola y estirarse todo lo que le apeteciera.
               Las cosas volvieron a la normalidad; ella se cabreaba porque no le entraba la ropa que había decidido ponerse la noche anterior, desayunábamos juntos, seguíamos tonteando un montón, íbamos a clase, fingíamos que prestábamos atención cuando lo que queríamos era volver a juntarnos, yo para comprobar que ella estaba bien, y ella, para sentirse protegida teniéndome cerca… nos fundíamos con la rutina, hacíamos planes con los compañeros de clase para el fin de semana y, entre semana, ella se iba a la librería y yo me metía en el estudio, a dar forma a un disco que no parecía querer convertirse en realidad aún…
               Lo mejor eran los fines de semana, porque hacíamos un montón de planes y luego yo acababa largándome antes de lo que solía hacerlo (aunque mis compañeros de clase ya se lo imaginaban) y esperándola en casa… llegando sólo media hora antes que ella, aunque se suponía que ella llegaría con el sol y yo a duras penas dejaba pasar la medianoche en la calle.
               Éramos como cualquier otra pareja de nuestra edad, sólo que sin sexo. Casi conseguía verla como una compañera de piso, una amiga a la que no había que tocar, pero luego me fijaba en su vientre, en sus ojos, en cualquier minúsculo detalle de aquellos que la hacían quien era, y me recordaba quién era ella, quién era yo, qué queríamos cada uno, qué habíamos conseguido los dos juntos.
               Aprendí a confiar en ella y ella a confiar en mí como no lo había hecho con nadie, ni siquiera con los chicos.
               Incluso no me molestaba en cerrar los documentos del ordenador a los que iba pasando las canciones. Un día, me lo cogió prestado para mirar no sé qué de una sentencia, y se quedó quieta mirando la pantalla.
               -¿Qué es esto?-preguntó, yo la miré.
               -Z2-respondí. Se volvió y frunció el ceño.
               -Ajá-asintió.
               -El segundo disco-expliqué-. Las chicas lo llaman Z2.
               -“¿Las chicas?”-se rió.
               -La Zquad. Las fans-me encogí de hombros-. Están extasiadas, todo el rato en Twitter: “¡cabrón! ¿dónde está la música?”, “oye, yo no te doy de comer para que ahora haraganees”, “Zayn, rácano, ¿ni una triste canción? Estamos a noviembre, espabila”.
               -Son bordes-susurró.
               -Es su manera de decirme que me quieren. Saben que soy vago, joder, me conocen como si me hubieran parido. Saben que me gusta ir despacio para asegurármelo todo; saqué un disco a los nueve meses de firmar como solista, y ahora no estoy haciendo nada…-me encogí de hombros de nuevo-. Se dan cuenta de que, si no me ponen las pilas, no me las voy a poner yo solo.
               Volvió la mirada y señaló la pantalla.
               -¿Puedo?
               Me la quedé mirando. En mi interior se desató una tormenta de emociones. No estaba terminado, eran borradores, ni siquiera tenía el ritmo de aquellas canciones en la cabeza, sólo eran tristes palabras esperando que una voz interior las pronunciara de la manera correcta, haciendo que merecieran pasar a la versión final del disco.
               -No están terminadas-advertí, y sonrió… con la misma sonrisa que me pondrían Scott y las niñas cuando quisieran seducirme para que les consintiera algo.
               Mi puta progenie iba a saber de sobra cómo tenían que tocarme la fibra sensible, y todo por culpa de su madre.
               -¿Eso es un no?
               -Eso es un “no seas muy dura con ellas”.
               Dio una palmada, ahogó una exclamación y se lanzó a leerlas con avidez. Yo fingí que no me importaba y que continuaba estudiando un ensayo… pero no podía dejar de mirarla de reojo y sentirme mal por cómo se me retorcía el estómago, esperando su aprobación.
               -¿Las has escrito tú solo?-inquirió, asentí, y ella asintió y volvió la mirada a la pantalla del ordenador.
               -¿No se nota?
               -Son…-buscó una palabra que no fuera demasiado ofensiva en una cabeza cargada de vocabulario listo para salir disparado y matar un par de egos-… geniales-sentenció por fin, volviendo a mirarme. Le dije que me alegraba de que le gustaran en tono casual.
               Para nada tenía un puto carnaval brasileño desarrollándose en mi interior, millares de personas agitándose extasiadas al ritmo de la música…
               … porque, joder, a Sherezade le gustaba lo que hacía.
               -Zayn-coqueteó, jugando con mi nombre.
               -Mm.
               -¿Cuándo ibas a decirme que me estabas escribiendo un disco?
               -No te estoy escribiendo nada-aparté a un lado los folios con el ensayo.
               -Sí, claro, por eso no puedes dejar de hablar de unos ojos verdosos y algo que crece, ¿no?
               -Deja de ser tan egocéntrica.
               -Me parece tierno, eso es todo.
               -Escribo sobre mi vida; tú estás en mi vida ahora. Es lo natural. Todo el mundo lo hace.
               -Yo no escribo canciones de amor.
               -No son canciones de amor.
               Se echó a reír.
               -Sí, claro. Oye, ¿qué porcentaje me voy a llevar de las ganancias del disco cuando lo saques a la venta? Al fin y al cabo, yo soy la que te da el material-tuve que reírme.
               -Te decepcionaría ver cuánto saco yo de los discos.
               -¿Poco?
               -Quien más saca es el distribuidor.
               -Pero eso no es justo.
               -¿Y me lo dice una estudiante de derecho? La vida no es justa, gatita, el mundo es cruel, y la humanidad es como es. Pensé que te darían una clase de cinismo el primer día.
               -Me la dieron, pero no la escuché; casi podría haberla impartido yo. ¿Cómo lo llevas?-se pegó al respaldo del sofá, y yo me sentí empequeñecer bajo su mirada castaña, verde y dorada. No me gustaba hablar de mi progreso en el trabajo cuando no tenía nada claro, y sentía muchísima presión con Sher. No quería que pensara que no podía confiar en mí para sacar las cosas adelante. Necesitaba saber que podría apoyarse en mí en cualquier momento sin temor a que yo no estuviera a la altura.
               -Estoy… en ello.
               -¿No tienes tiempo?
               Me recliné en la silla.
               -No tengo… el ánimo-inclinó la cabeza.
               -¿No te apetece?
               -Sí, claro, pero… me encuentro… muy bien ahora mismo. Pude sacar rápido el primer disco porque estuve esperando casi 6 años para sacar todo lo que tenía de dentro. Y me quedé a gusto. Muy a gusto. Pero ahora… no me siento con nada que contar todavía. A ver, hay cosas, pero…
               -No sientes lo suficiente-me ayudó, pero yo sacudí la cabeza.
               -No, el problema es que siento demasiado… y todo es bueno. No necesito refugiarme en la música, ¿entiendes?-asintió-. Estoy… bien como estoy. No tengo que recurrir a nada para ser feliz.
               Nos miramos en silencio un segundo.
               -A nada que no sea yo-se atrevió a decir, y yo solamente asentí. Y ella también asintió, sonriendo-. Pues creo que te hago bien. Y no importa lo mucho que tardes. No tienes prisa. Díselo a tus fans. Seguro que prefieren esperar un poco por algo cojonudo a hacerlo menos por algo mediocre, ¿no?
               Hasta ese punto llegaba a estar a gusto con ella: nunca había hablado de mi música en solitario con ninguno de los demás. Sólo había sacado a relucir un par de dudas con Liam sobre cómo me las apañaría ahora con todo, pero jamás había hablado de presión, jamás había dejado que nadie echara un vistazo a mis borradores siendo ajenos a ellos. Y ahora, de repente, podía dejar que Sherezade echara un vistazo a mi alma y contarle lo poco que conseguiría escapar de su escrutinio.
               Si ésta no es la mujer de mi vida, que baje Dios y lo vea.
               Fue a ducharse, yo seguí a lo mío, intentando apartar de mis pensamientos los recuerdos de su cuerpo desnudo y las imágenes que mi cerebro se molestaba en crear escuchando cómo el agua bajaba por el desagüe, después de recorrer su cuerpo, lamer sus curvas, hacer de su vientre cada vez más amplio una duna por la que descendería una cascada…
               Llamaron a la puerta. Me sacudí aquellos pensamientos de la cabeza y fui a abrir.
               -¡Mamá!-celebré, estrechándola entre mis brazos y dejando que me diera un beso en la mejilla. Mamá sonrió.
               -Estaba por la ciudad por unas cosas para tu hermana y he pensado en pasar a verte, tesoro. ¿Cómo estás? Hace un montón que no vas por casa-me recriminó, porque la excusa de “Bradford está muy lejos” pierde sentido cuando has vivido en Los Ángeles y te las has apañado para ir a tu ciudad con regularidad.
               Lo cierto era que, con Sherezade en casa, sólo había ido a Bradford una vez, y no tenía excusa, porque 3 horas en coche tampoco eran tanto… especialmente teniendo en cuenta que en tren eran la mitad.
               -He estado liado, entre las clases, la promoción del disco… todo eso, ya sabes-me encogí de hombros y ella volvió a besarme la mejilla. Me siguió hasta el salón, miró en derredor, anotando mentalmente los cambios, una mirada suspicaz en sus ojos.
               Entonces, los dos nos hicimos conscientes del ruido de la ducha. Mamá abrió un poco más los ojos.
               -Vaya, cariño, ¿no estás solo? Creía que tú y Gigi…-empezó, apartándose el pelo de la cara, y yo negué con la cabeza. Cuando sabía que estaba con Gigi o con Perrie en casa, no venía a verme. Quería darnos espacio: ya sería yo el que iría a verla, no fuera a visitarme e interrumpiera algo.
               Pero cuando estaba soltero, la cosa cambiaba, y no tenía miedo a presentarse en mi casa para darme una sorpresa.
               La pregunta ahora era, ¿estaba yo soltero?
               -Sí, sí, y hemos… somos amigos-atajé, pasándome una mano por el pelo, pensando a toda velocidad. Sherezade está embarazada.
               Qué bien.
               Iba a tener movida con ella por tragarme lo de Sherezade sin masticarlo siquiera.
               -¿Quieres algo de beber?
               -¿Qué?-inquirió, estupefacta, porque mi casa era la suya y yo no solía tratarla como una invitada.
               -¿Has oído eso?-dije, y ella alzó las cejas-. Creo que me he dejado una ventana abierta. O puede que haya sido ella. Somos los dos igual de despistados. Coge lo que quieras de la cocina. Bueno, en realidad, sólo tengo cerveza… sin alcohol-la compraba sin alcohol para que Sherezade pudiera beberla, por respeto hacia ella y su período de abstinencia, pero ella no la tocaba y yo a duras penas lograba tolerarla, así que la caja con los cinco botellines seguía allí, esperando impaciente que alguien viniera a vernos-. Ahora vuelvo.
               Y la dejé allí plantada, preguntándose qué iba mal. Me metí en el baño.
               -Sher-llamé-. Sher, Sher, Sher.
               Ella asomó la cabeza por entre las cortinas.
               -¿Qué pasa?
               -Mi madre está aquí.
               Frunció el ceño.
               -¿Qué?
               -Mi madre-repetí-. Está aquí. No sabe que… vivimos juntos-me parecía un poco fuerte decir “estoy contigo” teniendo en cuenta que lo único que separaba su cuerpo desnudo del mío era una puñetera cortina de plástico que no dejaba mucho espacio a la imaginación.
               Se envolvió en una toalla y salió de la bañera. Mi mente funcionaba a toda velocidad, como si estuviera bajo el efecto de alguna droga que me convirtiera en superdotado, o algo así.
               Llevaba puesta una de las pocas camisetas anchas que todavía podían servirle.
               Y, dado que era negra, no se notaba tanto la tripa. Podría funcionar.
               Me la saqué por la cabeza y ella puso los ojos en blanco.
               -¿Quieres, por favor, dejar de aprovechar cada oportunidad que se te presenta para exhibirte ante…?-empezó, pero yo se la tendí.
               -Mi madre está aquí-repetí-. Ponte esta camiseta.
               -¿Qué?-repitió, frunciendo el ceño.
               -No le he dicho que vives conmigo. No sabe que existes. Y del bebé sabe menos.
               -¿Por qué…?-empezó, pero le tapé la boca.
               -Gatita, por lo que más quieras, muérdete la lengua y lucha tu instinto. Facilítame la vida por una vez. Por nuestra hija. ¿Lo harás?
               Me estudió, contemplativa.
               -Odio que la trates de ella sólo cuando te interesa.
               -Gatita-supliqué.
               -Está bien. Trae-sentenció, cogiéndola con desconfianza. Vamos, joder, si una vez me había dicho que le gustaba ponerse mi ropa porque le gustaba cómo olía, ni que ahora me diera por bañarme en ácido sulfúrico o lo que sea.
               -Ponte un sujetador primero.
               -Que sí-gruñó, agarrándose el pelo y volviendo a hacerse el moño-Z-me reclamó, y me volví estando en la puerta-. ¿Me vas a presentar como tu novia, o como tu musa?
               Tragué saliva.
               -Supe que me ibas a destrozar la vida en cuanto vi esas piernas tuyas.
               -Una lástima que fueras incapaz de resistirte a meterte entre ellas-se burló, y yo me tuve que echar a reír.
               Fui a por otra camiseta, de las que tenía a la venta para las fans. Mamá me miró.
               -¿Te has cambiado de ropa?
               Mujer, por el amor de Dios, deja de ser tan observadora y dame un respiro aunque sea sólo una vez en la vida.
               -Tenía frío-expliqué-. Sher enseguida sale, y te la presento.
               Asintió con la cabeza, esperamos a mi chica hablando sobre esos meses.
               Por fin, Sher se dignó a hacer acto de presencia. Le sonrió a mi madre y mamá le sonrió también, pero había algo en su sonrisa que no nos gustó a ninguno de los dos.
               -Mamá, esta es mi novia, Sherezade. Sher, mi madre. Trisha.
               -Hola, señora Malik-saludó, estrechándole la mano. Mamá se la sacudió levemente.
               -Hola, Sherezade. ¿Cuánto hace que… estáis juntos?
               Empezamos bien.
               -Dos meses-dijo Sher.
               -Un año-dije yo, a la vez que ella. Nos miramos un segundo y nos echamos a reír.
               -Un año y dos meses, sí-convine yo.
               -Catorce meses, exacto, lo que vienen siendo un año y dos meses…-soltó una risita nerviosa, nada parecido a lo que le salía conmigo-. Ajá. ¡Cómo pasa el tiempo!, ¿verdad, amor?
               -Ya lo creo, nena.
               Le acaricié la cintura y ella me sonrió… y su sonrisa era sincera, o, al menos, me lo pareció. Mamá nos miró con suspicacia.
               -¿Dónde fue? Porque por esa época… todavía no estabas con Gigi-mamá se cruzó de brazos, Sherezade me pellizcó la espalda, si es que eres gilipollas, Zayn, por eso le dije lo de los dos meses, así no podría haberte engañado con el embarazo, y…
               -En Los Ángeles-dije, y las dos me miraron-. En una fiesta…
               -En los astilleros-aportó Sher, y le abría besado los pies en ese instante.
               -Qué bonito, ¿no?
               -Bastante-asintió Sherezade.
               -Fue genial, ella llevaba puesto un vestido de color vino, y un colgante dorado…-susurré, mirándola, y ella me miró, y creo que algo se retorció en nuestro interior cuando nuestros ojos se encontraron.
               -¿Te acuerdas de lo que llevaba puesto cuando nos conocimos?-preguntó, conmovida, y yo asentí.
               -Claro, mi amor.
               -Pero de eso hace un montón, y era de noche, y estábamos…
               -Me impactó nada más verla-la corté, volviendo a mirar a mamá, que asintió despacio con la cabeza, como diciendo, “sí, claro”-. Empezamos pronto. Nos dimos un descanso, y yo empecé con Gigi. Y luego volvimos. Y aquí estamos.
               -Aquí estamos-repitió Sher, riéndose, poniéndome una mano en el pecho.
               -Aquí estáis-concedió mamá-. Bueno, cuando quieras, tráetela a Bradford para que la conozca la familia. Eso sí, por favor, venid cuando hayáis decidido cuánto tiempo lleváis juntos-los dos nos quedamos helados, pero nada comparado con cuando soltó:-. El bebé puede venirse también.
               Sherezade y yo intercambiamos una mirada que lo dijo todo. Fue la primera de cientos en años y años viviendo juntos. Mamá sonrió con suficiencia, nos dio un par de besos a cada uno y anunció que se iba a terminar sus recados, que se alegraba de verme y había sido un placer conocer a Sherezade.
               -Igualmente, señora-susurró Sher, que había palidecido ligeramente antes de ponerse roja como un tomate. Lo único que pude pensar mirándola fue un cariñoso “mi niña”.
               Mamá cerró la puerta tras ella. Sherezade se me quedó mirando, aterrorizada.
               -¿Por qué no le dijiste que llevábamos dos meses?
               -Me pareció más normal hacer imposible el que pensara que ese bebé es de otro.
               -Iba a pensarlo igual, Zayn. Somos mujeres. Nos crían para desconfiar las unas de las otras. Uf-se dejó caer en el sofá, acariciándose el vientre-. No puedo ir a tu casa. Me comerá viva.
               -Estarás conmigo. Además, estará mi padre. Se controla más cuando está mi padre delante.
               Se mordisqueó la uña. Nunca la había visto mordisquearse la uña. Me miró un momento y asintió, era tan pequeña, tenía la mirada de una chiquilla a la que cazan haciendo una travesura en el colegio y está esperando a que llegue su madre para echarle una bronca. Me senté a su lado y le pasé un brazo por los hombros.
               -No te preocupes, Sher, ya verás cómo les caes bien.
               -No me preocupa eso; me da igual cómo les caiga. Lo que me preocupa es que te hagan pensar que mi hija no es tuya.
               Sonreí.
               -Sí, bueno, que tengan suerte con ello.
               -¿No te has fijado en cómo me miraba? ¿En cómo me miró el vientre? Ya ha decidido que te he engatusado con mi cara bonita.
               -No me puedo fijar en mucho cuando tú andas cerca.
               Sonrió, acurrucándose contra mí. Subió los pies al sofá, dobló las piernas, y dejó que le besara la cabeza.
               -No puedo creer que te acuerdes de lo que llevaba puesto la noche en que los conocimos.
               -Todavía sueño con ese vestido. Seguramente me muera pensando en ese vestido-se echó a reír-. Es una pena que no puedas ponértelo.
               -Una auténtica pena, sí.
               Le acaricié la cintura, estirando los dedos para alcanzar donde empezaba el abultamiento de su vientre… y eso la tranquilizó sobremanera.
               -No voy a dejar que nadie me diga que lo que llevas en tu interior no me pertenece como te pertenece a ti. Sé lo que siento. Sé que es verdad en lo más hondo de mi alma.
               Sonrió, y me besó el cuello, y yo me estremecí, y nos quedamos un ratito quietos, disfrutando de robarle el calor corporal al otro, de cómo olía el otro, cómo se sentían las caricias del otro y el cuerpo del otro apoyado contra el nuestro…
               Se despertó muy nerviosa el sábado, casi una hora antes de cuando había puesto el despertador. Se metió en la ducha y trató de no hacer ruido para no despertarme, pero cada vez que ella se revolvía en la cama, yo abría un ojo, esperando con temor a que empezara a llamarme, aguardando con inquietud el volver a encontrármela sangrando… cosa que, afortunadamente, no volvió a pasar.
               Me sonrió con timidez cuando salió de la ducha, el pelo todavía un poco húmedo. Algo estaba cambiando entre nosotros.
               Y a los dos nos gustaba.
               Nos metimos en el coche y ella no paró de preguntarme cosas sobre mi familia. Lo sabía todo de mí, o todo lo que yo pudiera contarle: cómo tardé en enorgullecerme de mis raíces, las aspiraciones que había tenido en cuanto al arte se refería, qué había hecho en el instituto… pero desconocía todo lo que fuera referente a mi familia. Le conté cómo se conocieron mis padres, cómo me llevaba con mis hermanas… todo lo que se me ocurrió sacar a relucir y, a ella, preguntar.
               Se dio por satisfecha a medio camino, y empezó a mirar por la ventana, aburrida. Revolvió en la guantera hasta encontrar un disco particularmente especial para mí. Sostuvo la carátula con mi foto de pequeño, pero lleno de tatuajes, para que pudiera verla.
               -¿Te importa?
               -Es mi disco.
               -Gracias, Zayn-replicó, poniendo los ojos en blanco-. Creía que éste era de alguien que se llamaba como tú y se parecía terriblemente a ti. ¿Tu hermano maligno Rodger, tal vez?
               Me reí.
               -Ponlo. Me gusta-lo metió en el reproductor y se acomodó en el asiento del copiloto. Se acarició el vientre mientras escuchábamos las canciones. Cuando llegó Lucozade, se incorporó un poco y me miró.
               -¿Estabas…?
               -¿Fumado? Un poco. Creo que se nota.
               -Qué huevos tienes, grabando una canción drogado.
               -Son de calidad, mira lo que te han hecho-repliqué, y ella se echó a reír tan fuerte que se abrazó la tripa y se le saltaron las lágrimas. Yo también me reí, pero conseguí controlarme, no fuéramos a estrellarnos y llorar en serio.
               Cuando nos detuvimos frente a mi casa, cerró los ojos y respiró hondo. Con una mano se acarició el vientre; con la otra, capturó la mía entre los dedos.
               -Les gustarás, Sher-aseguré. Ella abrió los ojos.
               -Te equivocas, Z.
               -Entonces, me gustarás a mí por toda mi familia.
               Me miró, medio sonriendo, agradecida de mis palabras. Me acarició la mejilla, le pregunté si estaba lista y asintió levemente.
               Doniya no estaba en casa, sólo Safaa y Waliyha. No sabía si eso era algo por lo que alegrarse o que lamentar; decidí que me alegraría de que hubiera menos gente en casa, bastante nerviosa estaba ya Sherezade como para tener que enfrentarse a mi hermana mayor. Se habían conocido brevemente cuando le llevamos la cobaya secuestrada, y parecían haber congeniado un poco, pero seguro que todo cambiaría en cuanto supieran que Sherezade estaba embarazada.
               Porque, evidentemente, no iban a pensar que era mío, por razones obvias. Para empezar, había que tener muy mala suerte para dejar a una chica embarazada cuando sólo te acuestas con ella una vez.
               Y todo llega a un nuevo nivel de sospecha cuando resulta que tú eres millonario, y la chica está sin blanca.
               Al margen de que ellos no habían visto a Sher como la había visto yo: nerviosa porque le dijera que no, agotada de tanto buscarme… preocupada de que pensara lo que ellos habían pensado.
               Aproveché para enseñarle mi casa mientras mis hermanas preparaban la mesa. Cuando bajamos, Sher se ofreció a ayudar, pero mamá la cortó enseguida con un: “oh, querida, en tu estado no es conveniente que hagas nada”, como asegurándose de que mis hermanas veían lo evidente: el vientre de Sher.
               Con papá tuvo más suerte, quizás porque fuera guapa, o tal vez porque veía cómo la miraba yo. El caso es que papá le dio dos besos y la abrazó con cuidado, despacio, no fuera a hacerle nada al chiquillo. Incluso le preguntó si tenía alguna idea de lo que iba a ser.
               -Zayn cree que será un chico, pero yo estoy convencida de que va a ser niña.
               -Las madres no soléis equivocaros-concedió papá, que había querido tenerme a mí primero que a mis hermanas, para que cuidara de ella… y cuál fue su sorpresa al descubrir que su primogénito sería una chica.
               Mamá estaba convencida de lo mismo que Sherezade, igual que estuvo convencida de que yo iba a ser un chico, y papá se mantuvo en sus trece con cambiarnos el sexo. Ambos adivinaron que mi siguiente hermana sería una chica, y volvieron a quedar como al principio cuando nació la más pequeña.
               Se pasaron la comida interrogando a Sherezade sobre su vida, dónde había crecido (al oeste, cerca de la frontera con Gales); si tenía hermanos (sí, otros tres, todos mayores); cómo nos habíamos conocido ella y yo… y se vio obligada a contar la misma trola. Todos se volcaron con ella, interesándose en conocerla, hasta que yo les pedí que la dejaran comer tranquila.
               Con el segundo plato, la cosa se torció un poco. Era un poco de salmón a la planta con un puré de patatas sobre el que había unas virutas de jamón. Me encantaba ese plato cuando era pequeño.
               Sherezade sorteó el puré, sabiendo que tendría que enfrentarse pronto a él, se comió los trozos de lechuga que le habían puesto en el plato y terminó atacando el salmón, dejando el puré para el final.
               Todos la miraron cuando empezó a apartar el jamón después de que le preguntaran si el puré no le gustaba, se viera obligada a asentir y lo probara. Mamá alzó las cejas, haciéndose el corderito degollado.
               -¿No te gusta el jamón, corazón?-inquirió, entrelazando los dedos. Sherezade se puso colorada, se empequeñeció un poco en la silla; yo le puse la mano en la pierna para que se tranquilizara.
               -Es que…-empezó, pero dejó la frase en el aire.
               -Zayn no nos dijo que fueras musulmana-intervino mi padre, haciendo que todos claváramos los ojos en él. Había hablado en árabe, no en inglés, y él nunca hacía eso con alguien a quien acababa de conocer. Quizá fuera que no se había tragado del todo cómo nos habíamos conocido (eso de solapar dos novias era de ser más hijo de puta de lo que yo podía ser, una cosa era echar polvos de tour y otra decirle a dos tías diferentes que las querías mientras la otra estaba engañada, creyendo que estabas en cualquier otra situación), pero el caso es que había empezado a mostrarse más y más suspicaz con mi chica.
               La está probando, pensé. Molesto.
               Y Sherezade hizo algo que no pensé que fuera capaz de hacer, con un cambio de voz que yo nunca hubiera creído posible.
               Contestó en la misma lengua.
               Con un acento ligeramente diferente al de mi padre.
               -Seguramente se le olvidase-susurró, intentando no caldear más el ambiente pero dejando muy claro que no se iba a amedrentar tan fácilmente. Papá sonrió.
               -O te quitas de todo, o no te privas de nada, niña. No deberías elegir lo que te conviene y desechar lo demás-contestó, y todos nos dimos cuenta de que se refería a lo que sucedía dentro de Sherezade, o más bien a lo que había originado la rebelión en el vientre de mi compañera.
               -No creo que la religión se base en restricciones absurdas que dobleguen la voluntad, como tampoco creo que por un poco de espiritualidad no se puedan hacer sacrificios. Si te refieres a la castidad antes del matrimonio, me parecía un obstáculo insalvable, especialmente en estos tiempos donde la sexualidad, y en especial la femenina, se está liberando de sus ataduras. En cuanto al cerdo…-se encogió de hombros-. Nunca me ha llamado la atención. Curiosidad, tal vez. Pero deseo de probarlo hasta el punto de no aguantarme… no-sacudió la melena.
               -Dice mucho de ti que antepongas tu conciencia a intentar congraciarte con tus suegros-respondió mi padre en un tono que no supe decir si sería de reproche o de alabanza.
               -Si le soy sincera, su opinión y la de su mujer no me quitarán el sueño. La única que me preocupa realmente es la de Zayn. Lo último que quiero es ser grosera, pero es así.
               Se midieron un momento con la mirada, luego, papá sonrió un poco, miró a mamá, le acarició la mano, a lo que ella correspondió con una sonrisa, clavando sus ojos a los de su marido, y alcanzó su vaso. Lo levantó en el aire, en dirección a Sher.
               -A tu salud, niña.
               Mis hermanas respiraron tranquilas. Yo respiré tranquilo. Todos en aquella mesa respiramos tranquilos. Levantamos la copa, Sherezade sonreía con satisfacción, no era una sonrisa de suficiencia, sino de alegría por haber conseguido meterse en el bolsillo a mi padre.
               Habían sido unos momentos muy tensos, pero tenía que reconocer que Sher era valiente, audaz. Y la fortuna favorece a los audaces.
               Eso suavizó un poco las cosas con mi madre, aunque ella seguía pensando que había algo que no cuadraba. No me dijo una palabra, seguramente esperase a que yo estuviera solo para comentarme sus dudas. En todo caso, se ofreció a enseñarle a Sherezade el jardín, la sacó por una puerta, y, cuando regresaron, más tarde, tenían los dientes perfectos, con lo que si se dieron de hostias, no fue demasiado grave.
               Papá se acercó a mí, que las miraba por la ventana de la cocina mientras se inclinaban hacia unas flores de las que mamá siempre presumía. Leí los labios de Sherezade llamándola “señora Malik”. Era la única de todas las chicas a las que me había traído a casa que la tenía que llamar así porque mamá no había dicho lo típico de “ay, mi niña, la señora Malik era mi suegra, llámame Trisha”.
               Supongo que no había que acelerar demasiado las cosas.
               Papá me puso una cerveza entre las manos, y las chocamos.
               -No suelo meterme en tus elecciones de mujeres, Zayn…-anunció, como quien se dispone a estrenar un tráiler en la comic con, y yo sonreí.
               -¿Por qué me da la sensación de que estás a punto de hacerlo?
               -Me gusta esta-dijo solamente-. No va a dejar que la torees.
               -Me gustan las mujeres como el café, papá: fuertes, cargadas, cuanto más oscuras, mejor.
               -Díselo a Gigi o a Perrie-contestó-. Pero ésta… es diferente. A ti te lo parece. Lo veo. Además, seguro que tiene mano dura.
               -Si yo te contara-respondí, dando un trago de cerveza, pensando que no sería demasiado inteligente decir “me tiene a pan y agua desde que la conocí, y eso fue en julio”.
               -Eso es justo lo que necesitas.
               -¿Te gusta para mí?-quise saber, y él se pasó una mano por la mandíbula, sopesando su respuesta.
               -Bueno-sentenció, finalmente-, supongo que es un poco tarde para pedirme opinión sobre la siguiente mujer que va a poner un nuevo Malik en este mundo, ¿no?
               -Papá-sonreí, y él también sonrió.
               -Me gusta mucho para ti, hijo. Hacéis buena pareja. Ella te hace feliz, y parece que tú a ella, también. Pero eso sí… tened un niño. Hay un apellido que mantener. Tus hermanas no van a pasarlo. La responsabilidad recae sobre ti.
               -Toda una estirpe familiar sobre mis hombros, no sé cómo podré sobrellevar esta carga.
               Nos echamos a reír, y nos abrazamos, y me tranquilizó un montón saber que, por parte de papá, ya estaba todo hecho con Sher. Sería más fácil convencer a mamá para que le diera otra oportunidad si lo tenía a él de mi lado.
               Sherezade se estiró en el asiento, enroscándose sobre sí misma como la gata que era.
               -Tu madre me detesta-sentenció, sonriendo.
               -Entonces, ¿por qué te ríes?
               -Porque es algo a lo que estoy acostumbrada. Lo único que no es nuevo. Todo lo demás, todo lo que me rodea, son sensaciones nuevas, pero que otra mujer me odie… oh, dios, es como volver a tener el vientre plano otra vez-se echó a reír, bostezó, se irguió y se sentó recta. Se acarició el vientre. Pasamos un par de señales por encima de la carretera. Yo tuve una idea.
               -Vamos a Escocia-espeté. Me miró.
               -¿Qué?
               -¿Quieres ir de turismo? ¿A Escocia?
               Me miró un momento, aminoré la marcha, por si me decía que sí, para no perder el rumbo.
               -Vale…-asintió-. Sí, ¡claro! Estará bien. Tú y yo, quieres decir, ¿no?
               Pobrecita, tenía que asegurarse de que no arrastraba a la madre del padre de su hijo con nosotros.
               -Claro, gatita. Tú y yo solos.
               Sonrió con satisfacción, me metí por un desvío justo a tiempo.
               -¿A qué parte quieres ir?-inquirí.
               -No lo sé. Tú mandas, eres el que conduce, ¿no?
               -¿Has visto Edimburgo de noche?
               -Ni de noche ni de día-sonrió.
               -Pues a Edimburgo.
               -Son muchas horas, Zayn, ¿no estás cansado?
               Negué con la cabeza, y ella volvió a asentir, me acarició la pierna y cerró los ojos. Varias veces me dijo que no estaba dormida, como si a mí se me atreviera pensar semejante barbaridad.
               No recordaba que la capital del norte fuera tan bonita, o puede que mejorase por la compañía. Dejamos el coche en un párking del centro y paseamos por las calles que se enredaban las unas entre las otras; Sherezade se pegaba a mí para conservar el calor, y yo no me quejé ni una sola vez. Le habría dejado incluso la chaqueta aunque eso significara que me congelara.
               Valía la pena por cómo me cogía la mano y se abrazaba a mi brazo.
               Le quedaba bien la luz escocesa, el entusiasmo por conocer una ciudad nueva que se alzaba ante ella llena de posibilidades. Las ganas que tenía de besarla cada vez que señalaba un monumento, sonriente ante tanta belleza, y se echaba a reír porque yo no hacía más que mirarla a ella casi se me volvieron insoportables.
               Necesitaba probar sus labios.
               Necesitaba recordar cómo sabía la boca de la madre de mi hijo.
               Pero me contuve, diciéndome que había de bastarme con su presencia, su delicioso aroma, su precioso rostro. Y lo hacía.
               Encontramos un pequeño hotel en el que tenían habitaciones libres. Nos miramos un momento, decidiendo si dormíamos en habitaciones separadas, cogíamos lo más parecido a una suite que tuvieran, o…
               -Una doble-pidió Sher finalmente, y sacó la cartera, y yo protesté, pero ella dijo que aquella noche corría de nuestra cuenta. Dejó con decisión el dinero en el mostrador y recogió una pequeña llave con un llavero enorme, un poco oxidado y con mellas hechas por las uñas que lo habían sostenido con el paso del tiempo en su parte de madera.
               Dejó el bolso sobre la cama y se estiró, se dejó caer.
               -¿Vas a dormir así?-pregunté, y noté cómo se mordía los labios para no sonreír.
               -No hemos traído pijama.
               -Eso nos pasa por ir a la aventura-sonreí. Cogí una manta extra del armario y se la eché por encima-. ¿Quieres mi camiseta?
               Asintió lentamente con la cabeza.
               -Quizá… no me sirva.
               -Pues la rompemos un poco para que se estire.
               Se la pasé, la recogió, los dos miramos mis pantalones.
               -Nunca es tarde para saber qué es dormir con vaqueros, ¿eh?
               -Puedes quitártelos. No me molesta.
               -¿Fijo? ¿No sentirás ningún deseo al ver más carne de la que estás acostumbrada?
               Se echó a reír, se desabrochó la falda y la deslizó por sus piernas. La colocó encima de una silla.
               Y luego, sin ceremonias, se quitó la blusa que llevaba puesta, que le disimulaba un poco el vientre gracias al vuelo que tenía, sólo para que yo descubriera que no llevaba sujetador.
               No recordaba que sus pechos fueran tan preciosos ni tan… grandes.
               -¿Te han… crecido?
               Los miró, luego me miró a mí, se sonrojó un poco, se los tapó disimuladamente y sonrió. Contestó sin casi mirarme:
               -Ya he tenido que estrenar un sostén.
               -Claro.
               Se acercó la camiseta, la dejó en su regazo y me miró. Las comisuras de sus labios se elevaron un poco.
               -Te sigo gustando, Z.
               -Sí.
               -No era una pregunta, cariño-se echó a reír, y yo me di cuenta de a qué se refería. Me quité los pantalones y me tumbé encima de la cama, debajo de todas las mantas. Ella se giró y se me quedó mirando.
               Quise volver a incorporarme, besarla despacio, acariciar todo su cuerpo, meter la mano donde partes más importantes de mí habían estado antes, hacer que gimiera mi nombre en tierra como lo había gemido en el mar… terminar el trabajo que había empezado ella, desnudarla, desnudarme, dejar que se maravillara de lo muchísimo que la necesitaba y cuánto me apetecía volver a saborearla. Entrar en ella. Hacer que encorvara la espalda, ofreciéndome todo su ser.
               Hacer que volviera a susurrarle mi nombre a la noche, volver a sentir su calor líquido a mi alrededor, el mío en su interior.
               No sabría decir si ella deseó lo mismo, recibirme con el entusiasmo con el que yo anhelaba visitarla, darme todo lo que tenía y aceptar toda mi esencia. El caso es que nos miramos en silencio, ella contemplando mi alma, yo contemplando la suya, los dos tan desnudos en espíritu como lo estábamos de cuerpo.
               Gateó hasta mí. Se sentó a mi lado. Seguía irremediable, terrible, deliciosamente desnuda.
               -Z…-susurró solamente. Esperé, y esperé, y esperé, pero no dijo nada más.
               -Sher-dije por fin.
               -Lo que has hecho hoy… por mí… ha sido… muy bonito.
               -¿Defenderte?
               Negó con la cabeza.
               -Traerme. Edimburgo es… precioso. No lo olvidaré. Ha sido un día especial.
               Asentí despacio. No me atrevía a decirle cómo podríamos hacerlo más especial aún.
               Se inclinó hacia mí, me besó en la mejilla, rozó mi pecho con el suyo, y por fin, se vistió. Se metió debajo de las mantas, se acurrucó a mi lado, dejó que me diera la vuelta y le acariciara la cintura, el vientre que crecía sin pausa pero sin prisa.
               -Tengo que decirte algo-confesó, harta de pasar sus dedos por mi pecho desnudo, harta de que yo hiciera lo mismo por sus piernas-. Ha habido otro.
               Asentí despacio.
               -Pero mi bebé es tuya, te lo juro por lo que más quieras, que la pierda ahora mismo si no…
               -Te creo, Sher.
               -Te eché de menos, ¿sabes? Estaba con él, y no podía dejar de pensar en ti. Con él disfruté, pero contigo…-sacudió la cabeza-. Sé que sólo fue sexo vacío, no nos conocíamos, no sabíamos nada del otro, pero… me diste más placer tú. Fue algo especial. Creo que tú lo sentiste cuando nos miramos, estando ya juntos.
               Asentí.
               -Yo también te eché de menos. Muchísimo. Estuve con otra.
               -¿Fue Gigi?-preguntó, sin querer, y negó con la cabeza-. No, olvídalo. No tengo derecho a preguntarte eso.
               -No importa quién fuera, lo que importa es que fue como tú lo has descrito. Lo que compartimos en ese barco fue algo especial. Es inútil buscarlo en otra gente; sólo vas a dármelo tú, sólo yo voy a dártelo a ti.
               -No te lo he dicho para ponerte celoso-susurró-. Quería que lo supieras. Por si acaso. Es difícil competir con una madre.
               -Mi madre es mi madre, sí, pero tú eres mi chica, ¿o no, gatita?                 
               -Sí-sonrió, acurrucándose contra mí, dejándose acariciar. Yo también sonreí. No me iba a bastar nunca todo lo que me diera de ella, jamás tendría suficiente de lo que ella era, y, sin embargo, me daba por satisfecho con un pelo suyo. Desde luego, era más de lo que me merecía--. ¿Z?
               -¿Sher?
               -Me gusta que me llames gatita.
               Sonreí.
               -Eso indica que es hora de pensar en otra palabra.
               Sher se pasó mi brazo libre por los hombros, sonriendo, se pegó un poco más a mí, apoyó la cabeza en mi pecho, y cerró los ojos. Le besé la cabeza.
               -Toda mi vida ha mejorado desde que me subí a ese barco-murmuró.
               -La mía también, gatita. La mía también.
               Nos quedamos dormidos, enredados el uno en el otro, sin posibilidad de separarnos, como debería haber sido siempre, y como debería haber continuado siendo. Yo había nacido para dormir junto a ella. Había nacido para llamarla gatita.

               Y mis padres me habían llamado Zayn sólo para que ella pudiera llamarme Z.

8 comentarios:

  1. Tengo unas ganas de leer el momento en el que nace Scott. Me duele el pulmón derecho sólo de pensarlo.

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    1. Pues que tu dolor aumente, Zurita: en el siguiente capítulo ya lo tenemos con nosotras en cuerpo y alma

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  2. VALE, YA TENGO TEORÍA.
    Adoptaron a Sabrae porque el parto de Scott fue muy jodido y como SHEREZADE quería tener una niña, pero Zayn tenía miedo de perderla en otro parto pues adoptaron a mi diosa y reina Sabrae.

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  3. DIOS MIO SON PRECIOSISIMOS
    QUIERO QUE FOLLEN YA

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  4. HOLA ERIKA

    YA ESTOY AQUÍ PARA DARLE UN POCO DE MARCHA AL ASUNTO, QUÉ TAL

    Ya sé que te dije que te iba a comentar ayer, pero es que al final se me acabó pasando *inserta monito con los ojos/boca/orejas tapados (te dejo hasta elegir, sí joder)*, pero yo te sigo queriendo así que 💖

    SABES LO QUÉ SUFRÍ CON LO DE LA SANGRE, Y ES QUE NO SÉ POR QUÉ PORQUE ES OBVIO QUE SCOTT ACABA BIEN, PERO DIOS, CON EL CORAZÓN EN LA GARGANTA ESTUVE, EH, vale, ya está, calmémonos

    AMO A SHEREZADE CON TODA MI ALMA, ME LA COMÍA A BESOS (a Zayn también, obvio), POR DIOS, SI NO ZEREZADE NO SON SCELEANOR QUE VENGA DIOS Y LO VEA, GRACIAS

    No sé qué más decirte a parte de todo lo que hablamos por Twitter de lo guays y progres que son la familia de Zayn en cuanto a todo el tema de la religión JAJAJAJAJAJA, pero vaya, ya me lo explicaste así que todo guay

    Y BUENO, EN CUANTO PUEDA ME LEERÉ EL NUEVO CAPÍTULO *inserte sevillanas*

    TE AMA

    VIR.

    PD me da pereza ponerme el anónimo

    Pd2 yo con pereza, qué novedad

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    1. HOLA VIRGINIA

      MENOS MAL OYE YA PENSABA QUE TE HABÍAS OLVIDADO DE MÍ :(
      No pasa nada, lo importante es que hayas comentado, mejor tarde que nunca ♥ Elijo el monito con la boca tapada, es mi favorito, jijijijijijiji, YO TAMBIÉN TE SIGO QUERIENDO, DAME UN BESO EN LOS LABIOS (K)

      Eres una sufridora nata vamos a ver a mí ya no me sorprende lo mucho que vives esta novela ole y ole tú

      SHEREZADE ES LA PUTA AMA POR FAVOR PUEDO DEJAR DE CREAR PERSONAJES COJONUDOS EN LA FAMILIA MALIK DE VERDAD MUCHAS GRACIAS MENTE MÍA. Y sí sí, totalmente, Zayn y Sher más Sceleanor y los pobres revientan, son tan hermosos, mis hijos mayores.

      BUAH en casa de Zayn hay un nivel de progreso que cuidadito, no lo tiene todo el mundo eh, ya me gustaría a mí que muchas familias fueran de ese tipo, ateas o de cualquier otra creencia. De todas formas está explicado con profundidad en el siguiente capítulo, así que ya puedes hacer tu tesis sobre lo que molan los Malik.

      LEE E INSERTA SEVILLANAS A GUSTO SÍIIIIIIIIII

      TE AMA

      ERI

      PD: a mí me gusta más que me comentes con el perfil del blog (aunque no me había dado ni cuenta de que lo hacías asi) que en Anónimo, por muy <3 que sea la verificación por palabras
      PD2: eres beia

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