sábado, 20 de agosto de 2016

Todo el cosmos.

¡Gracias a drowningpoetry por dejarme coger su texto y hacer que aparezca en el capítulo! No me conoce ni yo a ella, no entiende este mensaje ni nada, pero es un sol.



No quiero que esta noche acabe nunca. Me convenzo a mí misma de que Tommy tampoco quiere.
               Se fue por la tarde a su casa, a cambiarse de ropa y dejarme un poco de espacio para mí misma. En cuanto salió por la puerta, no dejé de echarlo de menos.
               Mi alegría cuando llamó al timbre a pesar de tener llaves va aumentando a medida que avanza la noche. Somos libres, todos nosotros, y casi no podemos creérnoslo. Hemos sobrevivido a un semestre.
               Los chicos hacen bromas, se pelean entre ellos, se burlan cariñosamente de Tommy por ser el único menor de edad, el que se supone que no puede beber alcohol, pero lo hace de todas formas. A mis amigas también les gusta él.
               Y a él le gusto yo, lo noto en cómo me observa cuando hablo, cómo se inclina hacia mí cuando le digo algo, cómo me pone una mano en la pierna y me sonríe cuando nos miramos un momento.
               Estoy soñando, seguro.
               Lo cazo un par de veces mirándome los labios. Él, otras tantas mirándole los suyos. Abandonamos el restaurante, vamos de bar en bar, hasta que yo digo que estoy muy cansada y que me voy a casa.
               -¿Quieres que te acompañe?-pregunta Tommy, poniéndome una mano de la cintura, susurrándomelo al oído y consiguiendo mágicamente contrarrestar la estruendosa música del bar con mesas inmensas y abarrotadas de estudiantes que celebran su supervivencia.
               -Por favor-replico yo, y nos sonreímos, y de su sonrisa surgen unos rayos de sol que derriten el poco hielo que podría haber en mi espíritu. Nos despedimos de los demás y corremos detrás de un bus hasta que el conductor se apiada de nosotros y nos abre la puerta. Me siento al lado de la ventana y él se pone a mi lado, y apoyo la cabeza en su hombro, me río de alguna tontería que dice y cierro los ojos, disfrutando del calor que mana de su cuerpo, inspirando su aroma.
               En comparación, hay muy poco donde escoger entre colonias si eres un chico.
               Pero todas tus colonias van a oler genial, así que, en el fondo, sales ganando.
               Nos bajamos en la penúltima parada y echamos a andar a la luz de las farolas. Tommy lleva las manos en los bolsillos para que no se le enfríen. Yo he sido más espabilada y he cogido guantes.
               Llegamos al portal.
               -Bueno-digo yo.
               -Bueno-dice Tommy. Tengo las llaves en la mano. No me apetece meterlas en la cerradura. Si por mí fuera, me quedaría allí, en la calle, pasando frío, con el viento azotándome las mejillas, pero disfrutando de su compañía.
               Tommy está tan reticente como yo en eso de marcharse.
               -Bueno-dice él esta vez.
               -Bueno-respondo yo.
               -Debería irme-murmura por fin.
               -Sí-asiento, sintiendo cómo me marchito, como una flor valiente que ha abierto sus pétalos antes de tiempo y se ve sorprendida por una helada de invierno tardío.
               -No les he dicho a mis padres que voy a pasar la noche aquí-explica, dándole una patada a un poco de nieve apilada en el bordillo.
               -No-convengo.
               -Seguramente estén esperándome.
               -Sí-digo yo.
               Nos miramos. Da un paso hacia mí. Me rodea la cintura. Yo me aferro a su camisa.
               -No quiero que te vayas-le digo por fin, y él sonríe.
               -Yo tampoco quiero irme.

               Me paso la lengua sin enterarme ni darme cuenta de que lo estoy haciendo; Tommy baja los ojos, aquellos dos pozos de aguas cristalinas que relucen en la penumbra de la calle un segundo hacia mi boca. Se muerde ligerísimamente el labio.
               Soy consciente de repente de que tiene un poco de sombra de barba por la barbilla. Me pregunto si la tendrá áspera. Contengo un impulso de pasarle la yema de los dedos por ese rinconcito.
               -Me apetece besarte-espeto sin venir a cuento, porque mi cerebro no funciona cuando estoy cerca de Tommy. Y estoy medio borracha. Y un poco cansada.
               Y totalmente borracha de él.
               Agotada de intentar resistirme a la atracción que ejerce sobre mí, a castigarme por ser la roca que se niega a doblegarse ante la marea de cariño y amor que la alcanza cada vez que la Luna sealza.
                Me pongo rojísima de repente, aparto la mirada, la clavo en nuestros pies… por lo que no veo la sonrisa de Tommy.
               -A mí también-admite.
               Y yo levanto la mirada, y sonrió, y ninguno de los dos siente remordimientos por Diana, porque ella quiere que compartamos a Tommy, me lo ha dicho a mí; no quiere que Tommy ponga barreras a sus sentimientos, se lo ha dicho él.
               Tommy es el único que puede sacarme del pozo en el que estoy. Nos lo ha dicho a los dos, sin decírnoslo directamente.
               -Entonces…-susurro, comida por la vergüenza.
               -¿Nos besamos?-pregunta él, también con las mejillas un poco encendidas. Todo esto es nuevo para nosotros, compartirnos con otra gente, estar rotos… ir así de despacio. Empezar como amigos.
               Asiento despacio, me inclino hacia él, que se pone un poco de puntillas, y se ríe. Nuestros labios se rozan. Con eso nos basta.
               -Suelo ser el alto en estos casos-me dice.
               -Quizá tengas que acostumbrarte-replico, y nos quedamos así, quietos, las respiraciones formando pequeñas nubes de vaho, chocando contra nuestros rostros y condensando el aliento del otro en forma de minúsculas gotitas que ni siquiera nos molestan, y que desaparecen antes de que podamos notarlas.
               -¿Quieres subir?-pregunto por fin, y preparo un millar de excusas para conseguir conservarlo a mi lado: es tarde, hace frío, no hay metro, tiene que coger muchos autobuses, y la tarifa nocturna es diferente, por lo que el bono de transporte no le sirve, y puede que no tenga dinero, y yo tengo una cama libre, y me siento más a gusto cuando estoy con él, me siento más tranquila cuando compartimos techo…
               … me siento calentita por dentro cuando lo tengo cerca, como si él fuera una chimenea crepitando, festejando cuando le echas un tronquito, y yo, una cabaña de madera en mitad de una montaña.
               -Sí-sonríe, pues es lo que ha estado esperando oírme ofrecer.
               -Sube-es todo lo que yo digo, y abro la puerta, voy derecha al ascensor, meto las llaves en la puerta de casa. Nos quitamos los abrigos y los gorros de lana, se nos encienden las mejillas mientras hacemos esto.
               Nos miramos el uno al otro.
               -Voy a ponerme el pijama-le digo, señalando con el pulgar, por encima de mi hombro, la habitación en la que me espera mi pijama gordito.
               -Sí, guay, yo… voy a llamar a mamá. Decirle que me quedo aquí. Para que no se preocupe.
               Asiento y voy a la habitación, escucho la conversación sin pretenderlo. Tommy se sienta en el sofá y espera a que su madre le coja el teléfono. Le dice que se queda a dormir conmigo. Se muestra falsamente ofendido cuando Erika le dice que ya se lo imaginaba y no contaba con él para llegar a casa, que incluso ha dado varias vueltas a la llave.
               -Que no, mamá, que no la voy a molestar-gruñe, y me lo imagino pasándose las manos por el pelo y poniendo los ojos en blanco-. Sí, me quedo más tranquilo estando con ella. Además, ya es tarde…. Vale… no, no, para nada, voy a cuidarla, y ella a mí. Nos cuidaremos mutuamente. El uno al otro… sí, ya sé que “mutuamente” quiere decir “el uno al otro”, era para… recalcar, o algo así. No te preocupes. Sí, mamá-suspira-, yo también te quiero. Hasta mañana. Hasta mañana, mamá-insiste, y pone los ojos en blanco, le tira un beso y cuelga.
               Deja el móvil encima de la mesa en la que hace una vida Scott y Diana echaron aquella partida de ajedrez, y me sonríe cuando me planto ante él con mi pijama más gordito.
               -Ni se te ocurra comentar nada sobre las Supernenas-advierto, porque, a pesar de que voy a cumplir 20 años en cerca de 6 meses, duermo con un pijama de dibujos animados. Tommy sonríe y alza las manos.
               -Yo duermo con uno de Bugs Bunny-me tranquiliza, pero yo me apoyo en el marco de la puerta.
               -Es mentira. Es de Superman.
               -Duermo con el de Superman cuando estoy solo; el de Bugs Bunny es para cuando estoy Scott. Si no, me lo quita-explica, y yo me río suavemente, y él espeta:- Dios, princesa, me preocupaba tanto no escucharte reír así.
               -Seguro que me has echado algo en la bebida-me burlo, y él se encoge de hombros.
               -Yo no lo necesito-replica,  yo alzo las cejas, y él se ríe, y quiero que su risa me acune hasta el final de mis días-. Con las demás suele funcionar que me haga el chulo-explica.
               -No necesitas hacerte el chulo conmigo-me siento a su lado en el sofá.
               -Menos mal, porque es agotador.
               Cierro los ojos, con la cabeza apoyada en su hombro. Me acaricia el pelo, los hombros, el cuello.
               -¿Quieres que te deje dormir?-me pregunta, pero yo niego con la cabeza. Está calentito. Me apetece estar un poco más con él, no permitir que eche de menos a Diana a golpe de estar conmigo.
               -Esta tarde iba a pintarme las uñas, pero alguien me entretuvo-lo miro con decisión, y cuando sus ojos encuentran los míos, me siento como si estuviera presenciando un choque de galaxias: es un espectáculo hermoso, a la vez que increíblemente destructivo y mortífero, el ver cómo las unidades más grandes en que se divide el universo colisionan entre sí, produciendo una mezcla de nuevos colores, arriesgando su integridad a cambio de que el todo sea superior a la suma de las partes.
               -Qué desconsiderado, ese alguien-me dice, y me mira los labios, y yo le miro los suyos, y me inclino un poco hacia él y él se inclina un poco hacia mí, y nuestras bocas vuelven a encontrarse, y yo me siento terriblemente bien y a la vez terriblemente mal. Bebo de su respiración, él respira la mía, y en nuestras cabezas sólo aparece una palabra, pero es lo bastante potente como para que nos separemos, nos miremos, nos pasemos la lengua por los labios, saboreando el fantasma de la presencia del otro, y nos obligamos a conformarnos con acurrucarnos el uno al otro.
               Diana.
               Qué suerte tiene de poder besarlo cuando quiera, de no sentirse mal cuando lo mira y lo anhela y lo ama con todo su corazón…
               … o, por lo menos, con la parte que no está pulverizada después de un año amenazando con detenerse, como lo hago yo.
               -Hay…-carraspea-. Un partido de baloncesto. De la NBA. Puedo verlo mientras tú…-sugiere, y yo asiento, me voy al baño y vuelvo a sentarme con él. Abro el neceser con los esmaltes de uñas y saco dos; los sostengo entre los dedos, cada uno en una mano, y lo miro.
               -¿Rosa o blanco?
               -Como Hombre, marca registrada-me dice, y yo me echo a reír-, no puedo decirte “rosa”, pero…
               -Rosa-digo yo, y él asiente.
               Comparto su atención con un partido de baloncesto de dos equipos que ni conozco, pero él sí. Suspira cada vez que le pasan la pelota a un jugador en particular, gruñe cuando éste se acerca a la canasta y protesta cuando lanza y falla el tiro.
               -Estaba claro, me cago en la puta-susurra para sí, entre dientes-, no me extraña que estés cedido, desgraciado, Bey juega mejor que tú y Bey es manca.
               No va con ningún equipo, sólo le interesa el espectáculo, como me dice cuando le pregunto por qué celebra canastas aleatorias en lugar de las que se dan sólo en un lado del campo.
               Chasqueo la lengua y él se olvida del partido y me mira. Por tanto estar mirándolo y sonriendo cuando él lo hace, sonriendo cuando protesta y contemplándole las manos cuando se las frota al acercarse un buen jugador al círculo del triple, y desearlas en mi cuerpo y castigarme a mí misma por ello, no me he dado cuenta de que me estoy pintando las uñas de las manos antes que las de los pies.
               Y necesito toda mi concentración para pintarme las de los pies.
               -¿Qué pasa?
               -Nada, me iba a pintar las de los pies, pero…-le enseño las manos, y él se encoge de hombros.
               -Seguro que tú puedes, princesa.
               En cuanto abran las oficinas del Registro civil, iré a que me cambien el nombre de “Layla” a “princesa”.
               -Me han quedado muy bonitas, y no quiero estropearlas.
               Me arrebata el botecito y extiende la mano.
               -Trae ese pie, Cenicienta.
               -¿Qué?
               -Te voy a pintar las uñas.
               -¿Acaso sabes?
               -¡Disculpa!-espeta, herido, y yo no puedo evitar sonreír, creo que mis ojos chispean, tanto por el alcohol como por lo bonito que es fingiendo sentirse ofendido en su orgullo-. ¡Tampoco hace falta un máster para pintar unas uñas! Además, tengo dos hermanas y unos padres que me han educado para no creer en los roles de género, y me puedo pintar las uñas si me da la puta gana, porque para eso no hace falta tener útero, querida, sino dos cosas: laca de uñas, y uñas.
               Estiro el pie y dejo que me lo coja.
               -Vale, no me comas; no pensé que supieras, porque nunca te he visto nunca con ellas pintadas.
               -El quitaesmalte me reseca las manos-suelta como si tal cosa, y los dos nos echamos a reír.
               -Veo que tu ego masculino es importante para ti.
               -Se vive mejor sin eso-replica-. Follas más. Mira a Jordan. Desde que se hizo las rastas va por ahí diciendo que parece “más macho que nunca”. A duras penas consigue encontrar una tía a la que no le importe lo que lleva en la cabeza.
               -Seguro que vosotros le dais mucho apoyo.
               -Le decimos que se quite los porros de la cabeza y se pone como una puta fiera-sonríe con maldad, y me puedo imaginar totalmente a los chicos diciéndole a Jordan esas cosas, y a Jordan cabreándose porque no le dejan vivir.
               Tommy se muerde el labio y frunce el ceño mientras se ocupa de mis uñas. Se sale por un montón de lugares, se deja partes sin pintar; yo lo habría hecho mejor que él incluso con las manos como las tengo, pero no me importa. Todo tiene su arreglo en esta vida.
               Al margen de que aprovecha para hacerme cosquillas y reírse cuando yo me revuelvo y doy patadas y le suplico entre lágrimas que pare. Me duele muchísimo la tripa.
               No pienso en ningún momento en Chris, ni en lo que he hecho, mientras Tommy está conmigo. Ésa es una de sus múltiples ventajas.
               -Lista-dice, después de dibujarme una carita sonriente con ojos hechos a base de cruces en medio del pie. Me llevo las manos a los ojos.
               -¡Tommy! ¡Mira qué estropicio!
               -Me preguntaste si sabía pintar las uñas, no si lo hacía bien-contestó-. Me gusta ese color. Te queda bien.
               -Me hace parecer más morena-asiento.
               -Me gusta tu piel-suelta, y los dos nos miramos, y me apetece muchísimo volver a besarlo, pero…
               … me pongo peros, y no debes besar a alguien a quien le pones peros.
               Se acaba el partido con su brazo sobre mi hombro y mis pies pegados al borde de la mesa. Empieza la tertulia. Todos hablan un poco como Diana, pero nos recuerdan sólo vagamente a ella. Bostezo un par de veces, T me pregunta  si quiero apagar la tele, pero niego con la cabeza.
               Me he prometido a mí misma que voy a dormir sola esta noche, y no quiero separarme de él aún.
               Mis uñas son la excusa perfecta para no hacerlo.
               El segundero se desplaza con audacia; el minutero, con paciencia; la aguja de las horas, con timidez. Nos dan las 2. Las 3. Las 4.
               Su mano se ha deslizado hacia mi cintura y me la acaricia cariñosamente, allá donde aún está el moratón más grande que me terminó por salvar la vida, ya de un color amarillento, y sus dedos recorren mis costillas con cariño cuando me mira y me dice:
               -Layla.
               Yo lo miro a él.
               Dios, estoy tan a gusto a su lado que ni me he dado cuenta de que estamos viendo la teletienda; estaba demasiado ocupada disfrutando del suave contacto de sus dedos en mi cuerpo.
               -Tommy.
               Nos miramos en silencio.
               -Princesa-sonríe, y yo le contesto:
               -Rey-y sonrío. Recogemos la palabra de los labios del otro con el pulgar. Me estremezco cuando me aprieta un poco en el lugar en que sabe que estoy marcada, y maldita.
               -Estoy aquí para lo que necesites-me asegura, y yo me muerdo el labio.
               -Para lo que quiero que estés, nos molesta Diana-confieso, pero me aparta un mechón de pelo de la cara y me besa la frente.
               -Diana lo entiende. Y creo que lo hace mejor que nosotros dos.
               Me limito a asentir, porque no puedo dejar de sentir envidia y un poco de rabia al imaginármelo con ella. Quiero ser capaz de compartirlo, sé que soy capaz de compartirlo y lo haré gustosa, pero a la vez añoro una época más sencilla de mi vida, en que no tenía que tener miedo de sentir algo por un chico, en que la persona que me quería no me hacía daño, y en que mi chico era exclusivamente mío.
               Todo es tan complicado…
               Él también está cansado. Su respiración se hace cada vez más pesada, y parpadea de manera consciente: se nota en que lo hace con fuerza y de forma desordenada; en ocasiones, mantiene los ojos abiertos durante un rato demasiado largo; en otras, simplemente parpadea muchas veces en pocos segundos.
               -Deberíamos irnos a dormir.
               -Sí.
               Nos levantamos, vamos al baño, nos despedimos con un abrazo y le preguntamos al otro si va a poner el despertador; no hace falta, ya voy a ponerlo yo, tú duerme tranquilo, tú duerme tranquila, nos decimos, y sonreímos. Le doy un beso en la mejilla, él me desea dulces sueños, “dulces sueños, princesa” y se mete en la habitación que ha ocupado Keira.
               Cierro la puerta despacio y me quedo mirando mi habitación. No me apetece meterme en la cama. Sé que, en cuanto lo haga, en cuanto me meta debajo de las mantas, volveré a pertenecerle a Chris. Estaré a su merced.
               Ya no soy de los medicamentos, ya no hay gente monotorizando mi sueño. La tranquilidad en que me he sumido estos días ha desaparecido.
               Y, sinceramente, no sé si podré soportar el volver a sentirlo dentro de mí, aunque no esté realmente ahí. Seguro que me lo imagino con una brecha en la cabeza. Puede que me vomite su propia sangre encima.
               Dios, ¿por qué me tienen que pasar a mí estas cosas?
               Me abrazo la cintura y continúo contemplando la cama como quien contempla a un monstruo. Podría dormir en el suelo, pienso, porque no he probado a hacerlo y quizás resulte. Pero me basta con un sencillo segundo para saber que no es problema de la cama.
               Es problema de que necesito descansar, pero incluso estando muerto Chris no me lo va a permitir.
               Intuyo, más que oigo, cómo se abre la puerta de la habitación contigua. Tommy debe de haberse olvidado algo. Seguro que ya ha encontrado un pijama que le sirva.
               Yo no lo veo, pero se queda plantado delante de la puerta de mi habitación, decidiendo si llama o no. Creo que sabe que no puedo dormir. Creo que él no puede porque yo tampoco puedo.
               Además, estamos demasiado cerca el uno del otro.
               Esto no es como cuando éramos pequeños.
               Ahora, los dos somos mayores, sabemos qué es lo que nos pasa. Y ahora somos nosotros los que nos tenemos que parar los pies; ya no está mi madre para impedirme que me lleve a Tommy metido en la mochila del cole; Louis ya no está para decirle a Tommy que deje de tirarme de tirarme del vestido.
               Me apetece llorar por mi mala suerte, porque me doy cuenta de que llevo queriéndolo toda mi vida y sólo lo percibo cuando ha llegado otra y me lo ha arrebatado.
               Tommy se come la cabeza pensando en lo mismo, pensando en Diana. Está hecho un lío y no quiere estar hecho un lío para mí, porque sabe que no puedo manejarlo, no ahora.
               Pero también sabe que le necesito, más que nunca, y la cosa se enreda y se enreda, y se sigue enredando, y ninguno de los dos puede soportarlo más.
               Se pasa una mano por el pelo, susurra un suave “a la mierda”, y decide llamar despacio, acariciando con los nudillos la puerta. Es apenas un roce. Se promete a sí mismo que, si yo no contesto, se marchará, y me dejará tranquila.
               Pero lo hago. Contesto. Y no me deja tranquila, pero me tranquiliza estando conmigo.
               Nos miramos a los ojos. Y ya no son sólo galaxias lo que colisionan; el universo entero se contrae sobre sí mismo hasta caber en la distancia que hay de esos ojos azules suyos a aquellos marrones míos. Le echo las manos al cuello y lo estrecho entre mis brazos, y él se pega a mí, como si no quisiera dejarme marchar, porque no me va a dejar marchar.
               Llevamos reclamándonos el uno al otro desde que nos conocemos, llevo queriendo tenerlo conmigo desde la primera vez que lo vi, cuando era tan chiquitín y apenas tenía unos días de vida, cuando todavía no sabía decir el nombre de sus padres, ni el de Scott.
               Me acuerdo perfectamente de cómo le brillaban los ojos la primera vez que los clavó en mí. Es una de las imágenes más hermosas que atesoro en mi memoria.
               -No voy a poder dormir esta noche si no es contigo-me dice al oído, y yo sonrío, me dejo llevar por esa calidez que entra por mi oído y conquista todo mi cuerpo, la calidez de sus palabras.
               -Yo tampoco.
               Nos echamos en la cama, nos escondemos debajo de las mantas, nuestros cuerpos se enredan con toda naturalidad. Sólo nuestras caras permanecen un poco apartadas. Necesitamos distancia para poder mirarnos, y no vamos a renunciar a compartir esos vínculos por un par de besos o caricias con nuestra nariz.
               -No sé qué va a ser de mí mañana-confieso, pasándole los dedos por el brazo que tiene alrededor de mi cintura, y él sonríe.
               -Que estarás en casa.
               Asiento despacio.
               -Sí, pero… ¿después?
               -Cogerás un empacho de mazapán y turrón-contesta, y yo me río, agradecida, porque siempre sabe lo que tiene que decir. Somos de generaciones diferentes, de estaciones diferentes: él, pleno otoño, yo, tímido verano que sólo lleva un día existiendo, pero en aquella cama nos sentimos como si estuviéramos hechos el uno para el otro, del mismo molde. Todo es sencillo como respirar.
               -Aún sueño con él-confieso, y su semblante se entristece.
               -Dejarás de hacerlo algún día.
               -¿Te refieres a que dejaré de hacerlo en algún momento aun incluso no estando contigo?-trago saliva-. Porque el único momento en que no tengo pesadillas es cuando estamos los dos juntos.
               -Date tiempo, princesa. Escucha, sé que es duro-me acaricia la mejilla, asegurándose de que tiene toda mi atención-. Sé que habrá días en los que preferirías que el cielo te tragase entera, te destrozase y repartiera tus pedacitos por todo el atardecer. Pero estás aquí. Estás aquí, en este inmenso mundo, y sé que te sientes sola, pero no pasa nada. Estamos solos en este mundo, pero es estando solos cuando encontramos a las personas más brillantes y adorables que están ahí para nosotros. Sé que las cosas son un asco, pero tienes una tristeza dentro de ti que está esperando a que la saques, una luz que está esperando a encenderse. Y con el tiempo, verás que estás brillando de nuevo. Porque duele. Duele hasta que un día ya no duele porque te hace daño, y te hace daño, y te hace daño hasta que te das cuenta de que tus huesos son lo bastante fuertes como para sostenerte sin que te caigas, y, claro que tropezarás de vez en cuando. Pero estás aquí. Estás viva, y eso es suficiente. Es suficiente con que simplemente estés viva. Así que respira. Estás haciéndolo genial-sus dedos han bajado por mi mandíbula, la palma de su mano está en mi mejilla, y me limpia una lágrima que se me desliza por ella-. No eres lo que te ha pasado, sino cómo lo has superado. Y puedes superarlo conmigo. Joder, para mí sería un honor que me eligieras para superarlo los dos juntos. Tengo dos hombros; soy un chollo-bromea-. Incluso puedes elegir en cuál llorar.
               Apoyo la cabeza un poco más cerca de la suya, en la almohada. Y entiendo por qué Diana está dispuesta a darlo todo por él. Decir que Tommy vale oro es insultarlo.
               No hay nada que sea tan valioso como él, ni la millonésima parte.
               Tiene sus dedos en mi costado. Su mano recorre mi cuerpo, se detiene en mi cintura, como desearía que lo hubiera hecho aquella vez, cuando me besó los moratones.
               Me repugna pensar que tengo unos nuevos, de los que él no tiene ni idea que existen, que no han sentido sus besos levantándole las maldición, purificándolos.
               -Tommy-suspiro, y clava en mí aquellos ojos de color zafiro, la verdadera prueba de que es hijo de Louis. Eri quería que tuviera sus ojos, todo lo demás le daba igual.
               Y los dioses fueron tan benevolentes con ella como no lo estaban siendo conmigo, porque aquellos  ojos vivían en dos cuerpos.
               Se me hizo un nudo en la garganta pensando que podría cederles esos ojos a sus hijos si terminaba con Diana. Pero no conmigo. El marrón vence al azul.
               El azul vence al verde.
               -Eres mi salvación. Mi esperanza-le digo, sin ver hasta qué punto es verdad. Acabo de decirle que le quiero sin decírselo, pero siento que me he quitado un inmenso peso de encima.
               Su mano busca la mía, pasa sus dedos por entre los míos, la saca de debajo de la manta y se lleva mis nudillos a los labios, sin dejar de mirarme, y lo que me dice después es mil veces mejor que besarlo entre la nieve, que besarlo en un sofá, que abrazarlo en mitad de la noche o verlo aparecer cuando yo no lo espero, incluso que recorra mi cuerpo desnudo con su boca y me acaricie como sólo él sabe.
               -Tú eres mi principio y mi fin, princesa.
               Se me empañan los ojos, le acaricio la cara y busco sus labios con los míos, y me besa y me da vida, empieza a curarme en ese mismo momento, impide que desee que el cielo me aplaste y reparta mis moléculas por el atardecer.
               Nos dormimos el uno junto al otro, pegados, con nuestros cuerpos entrelazados y nuestras almas fusionándose lentamente. Me ha dicho que me quiere. Yo le he dicho que le quiero.
               Quizá tengamos suerte, envejezcamos junto al otro, yo le abrace mientras él exhala su último aliento, y me muera de pena porque ya no lo tengo.
               No es un barco ni es un globo. Es un planeta, una galaxia, todo el cosmos. En el cosmos está todo. Hay sitio para todo.
               Para Diana, y para mí.
              

Tengo que controlarme a mí misma para no acabar suplicándole que se quede conmigo a la mañana siguiente. Que se mude a vivir a esa casa propiedad de sus padres en la que, misteriosamente, estoy haciendo vida yo.
               Me siento tan ligera cuando me despierto a su lado y lo descubro todavía durmiendo junto a mí, con los ojos cerrados y las manos ligeramente cambiadas de posición en mi cuerpo, pero más o menos en el lugar que les corresponde…
               No me merezco esto.
               En lugar de irme derechita a preparar el desayuno, lo único que hago es coger el móvil y quedarme allí tendida, esperando a que se despierte. No quiero alejarme de él tan pronto.
               Y, cuando lo hace, le dedico una sonrisa tan amplia que podría detener un autobús. Aunque, desde luego, no es tan perfecta y limpia como la suya, pero… aun así.
               Le paso dos dedos por la mandíbula. Sí, tiene un poco de barba. Madre mía, pero si es sólo un niño, es imposible que ya le salga barba.
               -Buenos días-sonrío, cariñosa, y él me responde con voz ronca, cargada de sueño, una voz que es un regalo de los dioses y por la que envidio a Diana, porque seguro que ha disfrutado de ella en múltiples ocasiones:
               -Buenos días, princesa.
               He tenido un sueño profundo, limpio y puro, sin ninguna pesadilla. Chris tendrá que esperar un poco más para hacerse con el control de mi subconsciente; Tommy no se lo va a permitir.
               Remoloneamos un poco, más tarde lo lamentaremos, pero somos jóvenes, y como tales, vivimos en el ahora, el futuro es una ilusión y el pasado se ha evaporado, ya no es importante. Sólo son importantes sus manos en mi cintura, las yemas de mis dedos en su rostro. Tiene el pelo un poco revuelto, y eso que no se debe de haber movido nada.
               Desayunamos a toda velocidad, él me abandona durante un par de horas para ir a su casa, en las afueras, y coger ropa y todo lo que no se ha llevado el día anterior, y vuelve sólo para encontrarme en el portal del edificio, con una bolsa de viaje el doble de grande que la suya. No en vano, me quedo más tiempo que él. Tengo que llevarme más cosas de las imprescindibles.
               No deja de hacerme sentir bien en todo el trayecto hasta Victoria. Nos subimos de los primeros en el tren después de esperar a que llegue tomando un café. Resulta que nos hemos dado más prisa de la que necesitaríamos, pero no nos importa. El resultado es el mismo: estamos juntos, da igual cuál sea el escenario de la obra, lo que cuentan son los actores, el guión.
               Le pregunto por su hermana para saber si por fin le ha contado lo de su mejor amigo, pero sólo me dice que estaba “más contenta que de costumbre”, no paraba de reírse e “incluso me dio un beso, sin provocación previa. Eleanor no es de hacer esas cosas” añade, y se encoge de hombros, fingiéndose indiferente, pero somos hermanos mayores y los dos sabemos valorar como es debido las muestras de cariño de los pequeños.
               Nos sentamos al lado de la ventana en un conjunto de asientos enfrentados entre sí dos a dos, formando un cuadrado que no termina de cerrarse. Se sienta frente a mí, contra la marcha, y yo le pregunto si prefiere que nos cambiemos la posición, pero me dice que no le importa. No se marea. Así que estiro las piernas, dejo la bolsa en el asiento libre a mi lado, saco el ebook y coloco los pies en el asiento de al lado de Tommy mientras él se saca unos auriculares del bolsillo y los coloca en su teléfono. Lo veo subir el volumen a tope antes de empezar una canción, pero se lo termina pensando mejor y decide ponerlo a la mitad. No se me escapa la mirada de una millonésima de segundo que me lanza antes de tomar esa decisión.
               Se dedica a mirar por la ventana mientras yo empiezo a leer; he hecho este trayecto tantas veces que ya he conseguido mi tarjeta de miembro de oro del club de la compañía de ferrocarril. Podría decir exactamente cuántos árboles hay entre Londres y mi casa sin temor a equivocarme, con el margen de error que los leñadores de Inglaterra decidan inculcarme.
               A mitad del trayecto, Tommy enreda los auriculares en el móvil y se lo guarda todo en el bolsillo después de bajar el brillo al mínimo. Se inclina hacia delante, apoyando los codos en las rodillas, y clava la mirada en el horizonte mientras yo sigo a lo mío.
               Luego, se incorpora. Pone la espalda recta. Empieza a mover las piernas. Se cruza de brazos. Se descruza. Se inclina de nuevo, suspira, se pasa una mano por el pelo, echa un vistazo en derredor, apoya la espalda en el respaldo, se desliza un poco en el asiento, suspira, se incorpora, apoya la cabeza en la parte posterior del asiento y clava la mirada un par de minutos en el estante donde ha dejado su mochila, ofreciéndome una vista perfecta de la nuez de su cuello y de la sombra que aflora con timidez por su piel, traga saliva, se vuelve a poner derecho, apoya la frente en el cristal y clava la mirada en los postes de electricidad que alimentan al tren.
               Se aburre.
               -¿Te has cansado de escuchar música?-pregunto, y sus ojos se clavan en mí, como recordando de repente que me está acompañando, que no va a ningún lugar en solitario.
               -Se me va a acabar la batería del móvil.
               -Tengo un cargador por la bolsa, ¿quieres que lo busque?
               -Es igual-sacude la cabeza, se pasa la mano por el pelo.
               -¿Quieres mi móvil? Puede que tengamos gustos parecidos.
               Sonríe mordiéndose un poco el labio. Puede que le hayan puesto nombre a la misma sonrisa en Scott, pero la suya no la desmerece, por muy poco bautizada que esté.
               -Hoy tengo el día… especial.
               Alzo las cejas.
               -Define especial.
               -No puedo definírtelo sin que me pierdas el respeto.
               -Soy una mujer comprensiva-respondo, cruzando las manos encima de las piernas. Tengo suerte de que no se me caiga el ebook al suelo.
               -Me apetece escuchar reggaetón-admite, y su sonrisa se amplía un poco, y no se ofende cuando me echo a reír.
               -En todas las familias hay un cadáver en el armario-contesto, pasándome una mano por el flequillo-. Siento no poder ayudarte con eso.
               Pasan otros cinco minutos en los que no hace más que revolverse, hasta que yo bajo los pies del asiento de su lado, quito la bolsa de viaje del que viene conmigo, y hago un gesto con la mirada para que se siente a mi lado. Lo hace sin rechistar, sonriendo, como si fuera eso lo que ha estado esperando toda la tarde. Soy un poco lentita, en ocasiones.
               Abro la biblioteca y busco un libro que no haya leído aún.
               -No es necesario que…-empieza, pero yo niego con la cabeza.
               -Vamos a empezar a leer los dos. Será especial. ¿O te conformas con la inmensa responsabilidad que es cuidar del lazo que nos une a través de mis peces?
               -Creo que podemos ampliar un poco nuestra relación-bromea, y abro un libro y él apoya la cabeza en mi hombro.
               -Está en español-observa, y no sé si es complacencia lo que detecto en su voz.
               -Me ayuda a no echar tanto de menos mi casa-explico-. Y es bueno para no perder el español, ¿no?
               -Mamá me obliga a leer libros en español de vez en cuando para que no se me obligue. Sherezade hace lo mismo con Scott. A veces nos intercambiamos las lecturas.
               -¿Puedes leer urdu?-inquiero, impresionada. Él se encoge de hombros.
               -Me cuesta un montón, puede que me lleve varias horas un texto de un par de párrafos. Me ayuda cuando Scott me lo escribe con nuestras letras. Entiendo bastante. Si él me lo lee, lo pillo casi todo. Sabe cómo entonar para que yo lo pille, igual que yo con el español. Scott no entiende a mi madre-sonríe-, pero a mí sí.
               -Nuestras madres tienen acento-explico-, y se comen palabras que nosotros no.
               -Mi madre dice que no tiene acento-replica-, que son el resto de españoles los que oyen mal.
               Apoya la cabeza en mi hombro, yo le doy un beso en el pelo, él se ríe, me acaricia la cintura, y empezamos a leer. Yo voy más despacio, para que le dé tiempo a seguir mi ritmo. Cuando vas a la universidad, aprendes a acelerar.
               Se me pasa el viaje volando, en parte por la lectura y en parte por la compañía. Antes de que me dé cuenta, el tren empieza a aminorar la marcha, aparecen los primeros edificios, y entramos en la estación donde me esperarán mis padres. Recogemos las cosas, saltamos del tren y caminamos por el andén en dirección a las barreras.
               Distingo dos figuras esperando al final del andén, junto a las cafeterías, antes que Tommy. Me son tan familiares que me es imposible no verlas. Él tarda un poco más; al fin y al cabo, no es tan alto como yo.    
               Rob no se aguanta las ganas de verme y se acerca a las barreras. No quiere esperar ni 10 metros extra pudiendo abrazarme antes. Paso el billete por la luz roja y abro los brazos y lo estrecho con fuerza, lo levanto en el aire mientras él se agarra a mi cuello y me cubre de besos.
               Me está haciendo un poco de daño sujetándome tan fuerte, porque su frente está en el punto donde se unían los pulgares de Chris mientras me asfixiaba, pero ni me quejo ni dejo que me moleste. Es mi hermano pequeño y no puede hacerme daño.
               -Te he echado de menos, Lay-me dice, y yo le doy otro beso, suelto un suave “mi niño” y lo deposito en el suelo. Tiene 13 años, está en la edad del pavo, pero ha aprendido a no hacerse el duro conmigo, especialmente ahora que nos vemos tan poco. Y yo se lo agradezco, de corazón.
               Rob clava sus ojos castaños en Tommy, le tiende la mano.
               -T.
               -Rob-responde Tommy, revolviéndole el pelo. Pongo los ojos en blanco y me giro para ver a papá, que se acerca a abrazarme.
               Cuando yo no estoy, es el más alto de la casa.
               Pero cuando yo vuelvo, tiene que ponerse de puntillas para abrazar a los demás.
               -Mi pequeña-me dice, y me abraza y yo le doy un beso y no consiento que se me eche a llorar, aunque sé que quiere hacerlo. No, papá, ya llorarás en enero, pienso, y parece que escucha mi mensaje telepático, porque se pasa el dorso de la mano rápidamente por los ojos y se vuelve hacia Tommy. Tiene que hacerse el duro con él delante.
               Es un Tomlinson.
               Es el hijo de Louis.
               Cualquier debilidad que él detecte será el objetivo del mayor de la banda. Es como si Tommy fuera una especie de explorador en tierra hostil, y Louis, el bombardero.
               -Tommy-le sonríe papá, acelerándose en su hablar-, no te esperábamos.
               -He venido de incógnito-explica Tommy, correspondiendo al abrazo de mi padre-. ¿Tendréis sitio para mí en casa?
               -Siempre-le da una palmada en el hombro y nos conduce hacia el coche. Rob protesta cuando Tommy le revuelve el pelo, así que el londinense aprovecha un par de ocasiones para hacer de rabiar a mi hermano. Me siento en el asiento del copiloto y me arrebujo en el asiento. Pongo el aire acondicionado mientras salimos de la estación.
               Papá nos pide que le hablemos del viaje, asiente distraído, mira de vez en cuando por el retrovisor cuando habla Tommy, y por el rabillo del ojo cuando hablo yo, siempre con una parte del cerebro atenta, centrada en la conducción.
               Por fin llegamos a casa, deja el coche en el garaje y entramos por la cocina.
               Está oscureciendo, y mamá ya ha empezado a preparar la comida. El olor de la carne guisándose impregna toda la casa.
               -¡Alba!-llama papá-, ¡ya estamos aquí!
               Oigo ruidos en la parte superior de la casa, pasos que la atraviesan de parte a parte en dirección a la escalera, pies que saltan de escalón en escalón a toda velocidad para encontrarse conmigo…
               … y por fin mamá entra en la cocina, sonriéndome con infinito cariño. Sus ojos se deslizan un segundo hacia Tommy, su sonrisa titila un poco debido al desconcierto, pero también le tiene cariño a él, y no deja que se le note si se pregunta qué hace él aquí, con nosotros.
               -¡Layla!-celebra, poniéndose de puntillas, pasándome los brazos por el cuello y matándome a besos. Aprieta sus labios contra mis mejillas una, y otra, y otra vez-. Mi niña preciosa, ya estás en casa… y traes visita.
               Se separa de mí con demasiada (insultante, me atrevería a decir) facilidad, y abre los brazos en dirección a Tommy, que se mete entre ellos, la envuelve con unos que son cálidos y confortables, y le regala un beso en la mejilla.
               -Casi le supliqué a Lay que me dejara venir-explica, excusándome ante mi falta de diligencia por no decirles a mis padres que iba a llegar acompañada. Mamá se echa a reír.
               -Está exagerando; en realidad, me suplicó-respondo, y todos nos echamos a reír. Rob se sienta en un taburete de la cocina y escucha con atención cómo contestamos a las preguntas de mamá: ¿hemos comido? ¿qué tal anoche? ¿y el curso? ¿los exámenes? ¿cómo están los hermanos de Tommy? ¿Y los Malik?
               Se empieza a pasar de la raya en cuanto a cotilla cuando le pregunta a Tommy si tiene novia.
               -Mamá-riño, y ella levanta las manos mientras Tommy se echa a reír, se pasa una mano por el pelo, niega con la cabeza.
               -Y, ¿no hay ninguna chica especial por ahí, Tommy?-insiste mi madre. Tommy vuelve a negar con la cabeza, riéndose y mordiéndose el labio mientras lo hace. Qué rico, por favor.
               Lucha por no mirarme.
               Falla.
               Y puede que mi hermano no lo vea, pero mis padres, sí. Se miran entre ellos un segundo y luego papá coge mi bolsa y anuncia que la va a llevar a mi habitación. Mamá se disculpa con Tommy: la habitación que yo pensé que podríamos ofrecerle está llena a rebosar de trastos, porque están (estamos, me corrijo) de reforma y han tenido que trasladarlo todo de un lado a otro.
               Nos sentamos juntos a ver la tele mientras papá y Rob terminan de preparar la comida. Mamá sigue bombardeando a Tommy a preguntas, incluso intenta sonsacarle información sobre Diana.
               Nota en qué tono habla de ella.
               También nota cómo me pongo yo.
               Creo que lo hace para ver mi reacción.
               -Mamá-advierto, sintiendo cómo me voy molestando poco a poco, cada vez más, con sus insinuaciones más parecidas a indirectas a medida que éstas van perdiendo discreción. Lo último que le ha preguntado ha sido algo así como que “no debe de ser muy difícil cogerle cariño a Diana, teniendo en cuenta lo preciosa que es”.
               No quiero ponerme celosa delante de mi madre. No quiero ponérmelo, punto, pero menos delante de mi madre.
               Mamá clava los ojos en mí, brillantes de suspicacia.
               -Deja a Tommy en paz. Esto parece un interrogatorio. Ni que le quisieras acosar, o algo-gruño, y ella alza las cejas, sorprendida por mi tono. No suelo ponerme así.
               Tommy encuentra enternecedor mi ataque repentino de celos. Me pone una mano en la rodilla y susurra:
               -No pasa nada, princesa. No me molesta.
               Pongo los ojos en blanco y asiento. Mamá se pone el dedo índice sobre los labios, tapando su sonrisa.
               -Voy a ver si los chicos necesitan algo. Os dejo solos un ratito-añade, como si fuéramos tontos o algo y no nos diéramos cuenta de la situación.
               Cruzo las piernas de nuevo, ahora tengo ambas rodillas pegadas a las de Tommy.
               -Perdona a mamá, a veces es muy…-empiezo, pero me callo y frunzo el ceño.
               -¿Inquisitiva?-sugiere, ayudándome. Uf, qué rico es, quiero comérmelo con patatas.
               -Sí. No lo hace a mal, es sólo que… hace tanto tiempo que no te ve…-Tommy se encoge de hombros, me dice que no le molesta-. Ya, pero a mí sí. Eri no me hace tantas preguntas cuando voy a veros.
               -Mi madre te ve más a menudo que la tuya a mí-responde, diplomático, y debería serlo, porque se le da bien mediar entre la gente. Asiento, suspiro, él me planta un beso en la mejilla y sonríe y me acaricia la mano cuando apoyo la cabeza en su hombro. Me apetece quedarme dormida sobre éste, pero sé que no puedo hacerlo.
               Demasiadas preguntas.
               Muchas vendrán de mí, pero no todas.
               Algunas vendrán de mamá, y no sé qué le responderé si me pregunta qué hay entre Tommy y yo.
               En casa saben que Chris y yo ya no estamos juntos, pero no saben a qué se debe ni lo que ha sucedido desde el momento en que yo salí por la puerta por primera vez. Que ellos sepan, de momento somos amigos, y seguimos viviendo juntos, porque no he pedido acabar con el alquiler. Quizá pueda mudarme al piso ahora que Chris se ha ido para siempre de él.
               Bueno, técnicamente, no se ha ido.
               Que yo sepa, sigue tendido en el suelo de nuestra habitación, cada vez más frío y cada vez siendo menos… él.
               Me estremezco, imaginándomelo tendido en el suelo. Desecho esa imagen de mi mente cuando Tommy me mira. Ahora no es momento de pensar en esas cosas. Ya me ocuparé de ello más tarde. En enero. Lo haré antes, si mi antigua suegra me pregunta por qué su hijo no viene en Navidad, aunque dudo que le extrañe. Chris no se llevaba muy bien con sus padres. No les pareció bien que accediera a seguirme a Londres sin tener ningún plan de futuro establecido para él.
               Es culpa mía que esté tendido en el suelo, solo, pasando las fiestas sin pasarlas realmente, sin nadie que le eche de menos ni se preocupe por él.
               Es culpa mía, aunque sólo sea un poco, que haya acabado así. Sí, yo lo he matado, pero me estaba defendiendo, y… era un monstruo. Aunque yo lo creé. Si no hubiera venido conmigo a Londres, seguramente no se habría convertido en lo que terminó convirtiéndose. Seguiría siendo el chico bueno y atento del que yo me enamoré, el que te prestaba la cazadora porque estabas helada a pesar de que con eso, él pasara muchísimo más frío que tú. El que te traía una chocolatina al instituto y te la daba entre clase y clase para quitarte los dolores de la regla. El que no protestaba cuando le decías que te encontrabas mal y cambiabas vuestros planes de ir a dar una vuelta por quedaros en casa, en el sofá, viendo una película, acurrucados el uno contra el otro. El que, estando de fiesta con sus amigos, se acordaba de ti de repente y te mandaba un mensaje suplicándole que le enviaras un audio, y tú lo hacías preguntándole por qué, y él respondía tecleando lenta pero seguramente: “sólo echaba de menos oír tu voz, pequeña”.
               Si yo hubiera roto con él, no se habría convertido en un monstruo que disfrutaba pegándome, que aborrecía cuando me venía la regla porque no podía follarme con tranquilidad, que me repugnaba cada vez que me besaba. Debería haberlo dejado atrás, me recrimino. Se me forma un nudo en la garganta. Sorbo por la nariz.
               Tommy vuelve a mirarme, ve mis ojos húmedos, se aleja un poco para mirarme a los ojos.
               -¿Estás bien, princesa?-pregunta, y yo asiento. Subo los pies al sofá y me acurruco contra él.
               -Estaba… recordando algunas cosas.
               -¿Tristes?-inquiere, y yo niego con la cabeza.
               -Bonitas. Por eso… no importa-replico, sacudiendo la cabeza, abrazándome a su brazo y apoyando de nuevo la mejilla en mi hombro. No es culpa mía, no es culpa mía, no es culpa mía, me digo a mí misma, pero sí que es culpa mía.
               Quizá fueran las amistades. Quizá fuera el ambiente. Quizá fuera lo diferente que es la gente en una gran ciudad.
               Pero el caso es que todo llevaba a Londres. Londres era el destino final. Y yo había sido el barco.
               Tengo las manos manchadas de sangre por no haber sabido decir adiós.
               Un pensamiento estalla en mi cabeza sintiendo los latidos del corazón de Tommy en el dorso de mis dedos. Tommy es como era Chris estando en Wolverhampton.
               No te atrevas a creer que Tommy podría convertirse en él, me recrimino a mí misma. Cierro los ojos. Siento sus dedos en mi cintura. No, los dedos de Chris nunca se sintieron tan bien como los de Tommy cuando me tocaba.
               He visto crecer a Tommy. Lo he visto de bebé. Lo he mirado a los ojos. Sé que no puede convertirse en eso.
               Lo miro a los ojos, él me está mirando ya.
               -No soporto verte así, princesa.
               Echo un vistazo por el rabillo del ojo en dirección a la cocina. Le miro los labios. Él entiende lo que quiero, y me roba un beso. Y yo hago lo mismo. Y Diana no existe. Y Chris no existe. Y yo no tengo la culpa de lo que le ha sucedido. Se lo ha buscado él.
               Yo no lo he convertido en un maltratador, en un violador. Se convirtió él solo.
               Tommy empieza a sonreír entre piquito y piquito. Yo también. Nuestros labios empiezan a hacer ruido al rozarse, de manera que nos detenemos, y nos miramos el uno al otro, y estamos bien, y me siento feliz, y me siento rara por sentirme feliz y al minuto estar triste y volver a estar feliz, pero supongo que Tommy es una montaña rusa en la que disfrutas de subidas y bajadas y, aunque a mí nunca me han gustado las montañas rusas, decido que no me importaría en absoluto enamorarme de ésta.
               Despacito, por favor, sin prisa.

               19 años vienen por no tener prisa. 

16 comentarios:

  1. DIOS SANTO DE MI VIDA! Creo que no tengo palabras suficientes para describir como me siento después de este capitulo. Como dice Layla al final: ha sido una montaña rusa de diferentes emociones (cosa que solo tu puedes crear escribiendo de esta manera).
    Tengo que admitir que he chillado cuando Tommy la ha acompañado a casa, me he reído como la retrasada que soy con el tema de la laca de uñas para después morir lentamente cuando de la boca de Tommy ha salido ese "Tú eres mi principio y mi fin, princesa". He acabado al borde de las lágrimas por sus palabras de apoyo y quiero comérmelo a besos.
    También se me ha congelado la sangre, el alma y el cuerpo al final cuando ha recordado a Chris y todo lo que le hizo. NO TIENES CULPA PEQUEÑA BEBÉ Y HERMOSA. NO TIENES CULPA (literalmente lo he gritado a la pantalla). Es que realmente me encanta lo adorable que son Lommy juntos, simplemente adorables Eri.


    PD: Te pega mucho lo de que no tienes acento, si no que el resto de españoles escuchan mal.

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    1. ASDFGHJKL tenía muchísmas ganas de volver al presente porque AHORA empieza el salseo de verdad y uf, quiero sorprenderos, tengo mucho guardado bajo la manga que no puedo esperar para mostraros.
      ES QUE MADRE MÍA, TOMMY ES TAN CUQUÍSIMO, estamos todo el día hablando de Scott y tengo la impresión de que no lo apreciamos lo suficiente, es un chico tan, pero TAN dulce que me apetece comérmelo enterito (igual que a Layla en un par de partes jejejejejeje).
      Lo peor es que Layla se come mucho la cabeza por algo que hizo y que en mi opinión estuvo acertado, pero claro, mi niña es tan buena y sufre tanto por hacerles daño a los demás, incluso aunque se lo merezcan, que :(
      Estoy muy dividida entre Tiana y Lommy uf.

      PD: lo he dicho varias veces en Twitter jajajajajaj es que me hace gracia que me digan "uy eres asturiana eh, tienes acento" y yo en plan ????? en Asturias hay como 40 acentos diferentes por favor elabora tu teoría

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  2. Ayyyyy me duele mi Lommy hart.

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  3. Reconozco que Tommy y Layla son preciosisimos pero mi corazón no puede ser más Tiana shipper.
    Sorry not sorry

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    1. Me pasa tanto que yo ya no sé en qué liga juego puede que sea lesbiana y Tommy me esté representando quién sabe

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  4. Si es yo quiero shippear Tiana pero Lommy no me deja!!!
    Increíble tía, cada día te superas más!

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    1. Cuando shippeo a unos me siento mal por los otros y viceversa ay qué dura es mi vida.
      Muchísimas gracias amor♥

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  5. Layla es un bizcochito que se merece todo lo bueno y todo el amor de este mundo y si pudiese atravesaría la pantalla y le daría un abrazo enorme y la protegería con todo lo que tengo. Pero Diana también se merece lo mejor de este mundo, porque también lo está pasando fatal y nadie lo sabe y se merece ser feliz. Y si, Tommy tiene un instinto protector enorme y tiene la necesidad de cuidar y amar a Layla, pero con Diana, además de protegerla y quererla, puede ser el mismo que es con Scott, porque Scott y Diana en el fondo son iguales y saben sacar ese lado de Tommy que nadie más puede.
    Y bueno, que con esta ida de olla quiero decir que Layla se merece todo en el mundo pero que Tiana son muy otp, y la cosa no es quien necesita más a Tommy, porque las dos lo hacen, pero a quien Tommy necesita más.
    pd. siento haber divagado tanto pero puf, es demasiado todo.

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    1. Uf, es que las dos son tan diferentes pero acaban necesitando en sus niveles más profundos la luz que sólo les puede proporcionar Tommy, y mi niño va a sufrir un montón porque no sabe qué hacer, quiere cuidar de ellas pero no quiere decepcionar a nadie ni hacer daño y :(
      Dios, has retratado TAN BIEN lo de que Tommy es un poco más con Diana porque no sólo la protege como protege a Layla (aunque con Lay puede ser también él mismo 100%, lo que pasa que se comporta diferente por lo que ha pasado con ella), sino que además puede hacer cualquier cosa sin temer herirla porque Diana está más "curada" que Layla, pro lo menos en lo superficial.
      ME HA ENCANTADO LO DE "la cosa no es quién necesita más a Tommy, pero a quien Tommy necesita más" de verdad hAS RETRATADO A LA PERFECCIÓN LA SOLUCIÓN DEL DILEMA DE VERDAD creo que voy a hacer que Scott diga eso cuando se reencuentren.
      Por favor NO TE DISCULPES Poly, me ha encantado tu comentario, me ha hecho reflexionar un montón; cada vez que se te ocurra algo como esto, dilo, porque de corazón te digo que es genial.❤

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  6. "Tú eres mi principio y mi fin, princesa." PORQUÉ TODAVÍA HAY QUIÉN LADRA DE TIANA CUANDO TOMMY LE DICE ESTAS COSAS A LAYLA ES QUE NO LO ENTIENDO ES QUE ESTOY TAN EXTASIADA CON ESTO QUE NO SÉ NI QUÉ DECIR QUE LE DEN A SCOTT (CON TODO EL DOLOR DE MI CORAZÓN) (MENTIRA PORQUE NUNCA PODRÍA HACERLE ESO) TOMMY SIEMPRE

    pd: una duda que tengo, yo no sé si es que me he liado o que tengo muy mala memoria (que probablemente sea eso), pero Tommy va con Layla para contarle todo a sus padres, ¿no?, ¿entonces por qué dice enero? me he perdido jajaj

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    1. NO LADRAMOS DE TIANA SÓLO NO NOS PODEMOS RESISTIR A LO CUQUÍSIMOS QUE SON PERO YO TENGO UN PROBLEMA PORQUE TENGO EL CORAZÓN DIVIDIDO menos mal que ya sé qué es lo que va a pasar AHJAJAJAJAJAJA*risa malvada*
      Dios mío por fin alguien que prefiere a Tommy antes que a Scott ya creía que me estaba pasando haciendo perfecto a Scott o algo y nadie iba a preferir a Chad o Tommy, tú eres un rayo de esperanza que debe guiarnos en la lucha por la igualdad.

      Si con lo de "por qué dice enero" te refieres a cuando Layla dice "ya llorarás en enero", Layla está pensando en cuando se vaya otra vez a Londres para seguir estudiando. Se lo va a contar en el siguiente capítulo☺

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  7. Jeje Hola caracola, no te he comentado en este, porque te voy a acabar poniendo lo mismo que en el siguiente capítulo, so, cuenta ese comentario x2 y para que haya constancia en el número de comentarios, pues te comento igual, aunque sea una puta chorrada

    Pero qué más da

    Me quieres igual

    Jeje

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  8. Me gustaría poder entrar en la novela y estar siempre ahí para Layla y abrazarla eternamente, no se merece todo lo que ha pasado. Y es tan fuerte, se merece tantísimo ser feliz ❤
    Me he reído muchísimo con el molento en que Tommy le pinta las uñas, es un cutie este hombre.
    Y yo ya no sé si shippeo más a Tommy y Diana o a Tommy y Layla (lo siento, como soy nueva no conozco todos los shipnames ��)

    -Ana

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    Respuestas
    1. Jamás me había sentido tan idenfiticada con un comentario (que no fuera de Bárbara, claro, la tía es genial).
      Por favor, ¿podemos apreciar lo enamoradísimo que está Tommy de Layla? G r a c i a s ❤
      En cuanto a la confusión de ships (Tiana vs Lommy)... bienvenida al club, corazón ❤

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