viernes, 26 de agosto de 2016

Cabrones con suerte.

Paseé el pulgar por la línea que dibujaban sus curvas debajo de la sábana. Sonrió y se inclinó hacia mí.
               -Estamos empatados-dijo por fin, y yo alcé las cejas y la miré.
               -¿Perdona?
               -Te ha gustado. Como a mí.
               -Lo disfrutas más tú-repliqué, echándome a reír, dejando que me pasara una mano por el pecho. Tenía una pierna sobre mi cintura. Se frotó un poco contra mí, y suspiró. Le gustaba esa fricción que hacían nuestros cuerpos; a mí me volvía directamente loco.
               -“Oh, Eleanor, sigue, no pares, sí, sí, ahí”-replicó, haciéndome burla y mordisqueándome a continuación la mandíbula. Aquello no era justo.
               -Eres más cabrona que tu hermano.
               -Me adoras.
               -Sí, pero sigues siendo más cabrona que  tu hermano.
               Pedimos una pizza, mitad hawaiiana, mitad noruega, con salmón por debajo del queso, donde iría normalmente el tomate. Nos comimos nuestras respectivas mitades viendo una peli, nos enrollamos, seguimos viendo la peli, volvimos a enrollarnos, nos fuimos a la cama, nos enrollamos un poco más, y decidimos que era hora de dormir.
               La verdad era que se vivía bastante bien con ella cuando tenía la regla. Seguía dejándome disfrutar de tenerla cerca, acariciarla y toquetearla cuando yo quisiera.
               Bueno, no era exactamente hora de dormir: era hora de amargarme a mí la vida a base de acariciarme y no dejarme devolverle los favores, de quedarse con sus dedos paseando por mi anatomía (nunca más allá de mis caderas, eso no se lo iba a consentir, había sido un día lo suficientemente intenso) y de reírse cuando mis dedos buscaban los suyos y la detenía antes de que iniciara una de sus incursiones.
               Se incorporó un poco y me miró. Estaba preciosa tanto desnuda como con la camiseta blanca por la que le asomaba un hombro que se puso para recibir al repartidor. Le brillaban los ojos, tenía el pelo revuelto, y los labios un poco hinchados de tanto se los había mordisqueado yo. Le brillaban con un acentuado pintalabios de cereza.
               -Scott.
               -Eleanor.
               Esbozó una sonrisa traviesa que la habría metido en problemas en cualquier otra situación.
               -¿Sueles hacértelo?
               -¿Chupármela? No, la verdad es que no llego-dije, encogiéndome de hombros-. No soy tan buen partido como te hice creer en un principio, nena-le acaricié el culo mientras se reía.
               -No, quiero decir… lo otro.
               -A ti no hay quien te pare, ¿eh, El?
               -¿Te lo haces? ¿O no?
               -A veces. Depende de cómo tenga la semana.
               -¿En qué piensas?
               -Depende.
               -¿Cómo te lo haces?
               Joder, ¿y este interrogatorio?
               -Depende-sonreí.
               -Scott-repitió con ese tono que me volvía loco, ¿por qué había tardado tanto en escuchar cómo decía mi nombre?-. Contesta algo.
               -Pienso en polvos que he echado anteriormente. En escenas de sexo de películas. En mamadas que me han hecho particularmente buenas-sonreí con maldad-. La tuya no va a pasar a la historia.
               -Tendré que practicar un poco más-replicó, metiéndose debajo de las sábanas, y yo la agarré, porque estaba agotado y no podría soportar que jugara conmigo de aquella manera una segunda vez.
               -Quieta ahí.
               Volvió a emerger como un delfín celebrando su entrada estelar en el acuario. Hizo de la sábana una cueva, y se rodeó la cabeza con ella, como si fuera una monja.
               -¿En Ashley?
               -Cuando la echaba de menos.
               -¿Ya no?
               -¿Quieres saber en qué pensé la última vez?-inquirí, y ella asintió, le toqué la barbilla-. En ti. Haciéndotelo despacio. Acariciándote como lo he hecho yo. Bajando por tu cuerpo como lo hago yo-los dos sonreímos-. Guiándote tú sola, como te he guiado yo. Me lo haré así cuando nos separemos.

               -No me creo que vayas a pensar sólo en mí hasta Nochevieja.
               -Eso, si no me tiro a alguna otra antes-se me escapó una sonrisa mirando al techo, mordiéndome el piercing. Se incorporó y me dio un puñetazo en el hombro.
               -Capullo, ¿pensarás sólo en mí?
               -¿Y tú, nena?
               -Seguramente, si hubiera empezado teniendo otros novios… también habría pensado en ti para llegar.
               -Pues qué suerte tengo.
               Pero la sola idea de que habría pensado en mí incluso estando con otros se me antojó… no sé, surrealista. Me sentí mal por haberla hecho esperar tanto. Había sido un gilipollas de manual, dejando que otras me hicieran daño cuando estaba claro, teniéndola ahora entre mis brazos, con la cabeza apoyada en mi pecho y escuchando los latidos de mi corazón y mi respiración, que ella no habría permitido que me pasara nada malo.
               Yo sería el chico con el que engañaría a sus novios, no el novio al que engañar. No me permitiría quedarme dormido hasta tarde, rendirme al sueño por fin a las 2 de la mañana, después de darle vueltas y más vueltas a las cosas que había hecho para finalmente no terminar siendo suficiente, alguien merecedor de controlar un impulso tan primario como aquel.
               Sin embargo, también era más sabía, y disfrutábamos porque habíamos aprendido con otras personas. De la diversidad nace el avance y la riqueza.
               Me estaba quedando dormido cuando volvió a hablar.
               -Quiero estar contigo cuando se lo digas a Tommy.
               Suspiré.
               -Vamos a tener bronca, y es mejor que estemos solos.
               Puso los ojos en blanco.
               -No puede ser para tanto.
               -¿Quién conoce mejor a tu hermano?-ataqué, y ella entrecerró los ojos, se dejó caer sobre mi pecho y no dijo nada más.
               En unos diez minutos.
               Y luego volvió a la carga.
               Joder, macho.
               -¿S? ¿Te puedo hacer una pregunta?
               Me quedé callado, esperando, en un mudo asentimiento.
               -Si mi hermano te diera un ultimátum, y te dijera que o te quedas conmigo o te quedas con él… si dijera que no puedes estar con los dos… ¿qué nos pasaría?
               Mierda.
               Mierda, mierda, mierda.
               Me acababa de hacer la única pregunta que ni yo mismo me atrevía a formularme. No por nada, sino porque quedaría como un cabrón con ella.
               Me quedaría con Tommy, evidentemente, llevaba 17 años quedándome con Tommy. Nos poníamos nerviosos cuando no estábamos juntos, cuando estábamos acompañados conseguíamos disimularlo, pero…
               … pero cuando nos quedábamos solos bebíamos de nuestra soledad, nos regodeábamos en ella y nos sentíamos tremendamente solos en un mundo inmenso.
               -Tommy no me diría eso-contraataqué.
               -¿Y si lo hiciera?-insistió, porque quería confirmar lo que en el fondo ya sabía.
               -¿Quién cojones es tu hermano para decirme con quién puedo o no puedo salir? Pregunto, vaya.
               Sonrió, feliz de que le hubiera dado una contestación satisfactoria. Y la verdad es que lo mío tampoco era una evasiva; era verdad, ¿quién coño era Tommy para decirme con quién podía o no estar, acostarme, de quién enamorarme?
               Si la situación se volvía demasiado incómoda, la balanza se inclinaría siempre por el lado más antiguo.
               Pero, en cuanto uno de los dos hiciera presión, me perdería. Era una ardillita a la que se le ofrecen dos nueces: tienes que quedarte quieto y espera a que yo me acerque y la coja, pues, si haces un movimiento brusco intentando atraer mi atención, correré a la otra mano, cogeré lo que me ofrece y escalaré el árbol en dirección a un sitio seguro del que disfrutar de medio tesoro.
               Empezó a quedarse dormida.
               -Eleanor-susurré, y abrió un ojo, y me gustó cómo me miró.
               -Mm.
               -Sigo esperando por aquella vida del Candy Crush que te pedí cuando estaba castigado.
               Se echó a reír.
               -Eres gilipollas.
               Volvió a cerrar los ojos, sus dedos hacían figuras en mi pecho.
               -Eleanor.
               -Uf, ¿qué pasa ahora, Scott?
               -Nada, sólo quería que vieras lo que jode que te estés durmiendo y te hablen.
               Se incorporó un poco, le pesaban dos toneladas los párpados.
               -Cómeme el coño.
               Sonreí, me la quité de encima y empecé a bajar por su cuerpo. Se retorció, me suplicó que parara, se echó a reír cuando no lo hice y suspiró cuando la besé por encima de las bragas.
               -¿Puedes hacérmelo así?-inquirió, separando las piernas todo lo posible para darme espacio para meterme entre ellas.
               -¿Quieres que te coma el coño o que te coma las bragas, Eleanor?
               Bostezó.
               -Vamos a dormir.
               Metí los dedos por dentro de sus bragas, alcanzando esa zona tan minúscula y sensible en la que estallaba todo lo que sentía por mí. Se retorció. Jadeó mi nombre. Hice que llegara, que se mordiera aquellos labios que tanto gusto me habían dado.
               Se quedó respirando con dificultad a mi lado.
               -Me encanta cuando dices mi nombre mientras te hago algo, nena.
               -¿Sabe por qué lo hago?
               -Porque sabes que me encanta y que me pone muchísimo… o porque te alegras de que haya dejado de ser un gilipollas que no te veía.
               -No-sacudió la cabeza, besándome, y su pelo me acarició el pecho. Y me gustó, un montón-. Porque todavía no puedo creer que seas tú con el que me acuesto-se pegó a mí, volvimos a besarnos, y nos quedamos callados. Nos dejamos dormir mutuamente. Menos mal.
               Ella se despertó antes que yo, que para algo estaba más cansado por todo lo que había jugado conmigo. Me dejó solo en la cama, se vistió, bajó a comprar el desayuno y volvió a subir con una idea clavada en su mente, infectando sus pensamientos, y pronto, muy pronto, arrasándolo todo a su paso.
               -Scott. Mi amor. Scott. S. Scott-dijo, todavía con la sudadera que me había quitado para bajar a por provisiones. Me sacudió lentamente, obligándome a abrir un ojo.
               A Tommy le costaba horrores despertarme; casi tenía que romperme un brazo para conseguir que yo notara que estaba ahí. En cambio, Eleanor lo hacía parecer una tarea tan sencilla…
               -Buenos días-sonrió, besándome en la mejilla. Le contesté con un bostezo.
               -¡Ay, mi niño precioso, qué sueño tiene!-sonrió, acariciándome el pelo.
               -MmmmmmMMMMMMM-fue mi contestación, volviendo a taparme.
               -¿Qué te parece si hoy hacemos algo distinto?
               -¿Hay que vestirse?
               -Sí.
               -No me interesa.
               -S-canturreó.
               -Te traje aquí para desnudarte, no para vestirte-protesté, dándome la vuelta.
               -Te va a gustar.
               -No estoy-respondí, tapándome la cabeza con la manta y dando un profundo suspiro.
               -¿Por qué te causa tanto perjuicio? Me vuelves loca con esas camisas tuyas.
               -A mí me volvería loco tener que ver cómo te vistes después de lo de ayer.
               -Te prometo que merecerá la pena.
               Me volví.
               -Ahora mismo, lo único que merece la pena es hacerse el muerto para que te quites esa puta sudadera y te vuelvas a meter conmigo en la cama-me pasé la mano por la cara, intentando pensar. Se sentó a horcajadas encima de mí-. Oh, no; chantaje sexual no, Eleanor-protesté, mientras me besaba la mandíbula, y el cuello, el hombro, subía por la oreja, llegaba hasta mi cara.
               -Por favor.
               Me quedé pensando.
               Tenía las piernas desnudas; sólo se había dejado la sudadera para venir a verme. Inconscientemente, le pasé la mano por una de ellas.
               -Amor-insistió, y luego fue a por mi ego, porque le encantaba verme en la miseria-. Qué guapo eres, oh, S… por favor…
               -Quiero hacerlo de pie las próximas tres veces. Una de ellas, sin condón-sentencié por fin-. Que el próximo día que nos veamos lleves falda, y nada debajo. Y hagas lo que te diga. Si te digo que follamos en el parque, follamos en el parque. Si te digo que encierres a tu hermano en el baño y vengas a verme, lo encierras y vienes a verme.
               -Sí a todo, menos a lo de follar  en el parque.
               La miré, tenía una mirada firme en aquellos ojos de gacela. Me encogí de hombros.
               -Tenía que intentarlo. Pásame la camiseta gris, anda.
               -Es la que traigo puesta-protestó, y yo sonreí con maldad.
               -Por eso precisamente, El. La camiseta gris. Ahora.
               Llevaba sujetador debajo, qué pena.
               La mitad del desayuno me lo comí de un plato; la otra mitad, de sus labios. Le daba cruasanes con chocolate y la besaba con rabia, recuperando los tintes de sabor que aún había en su boca, y a ella le encantaba que se lo hiciera de esa forma, como si fuera una fuente y yo me estuviera muriendo de sed, como un águila que despliega las alas, agradecida de encontrar una corriente de aire, minutos antes de que le fallen las fuerzas y se precipite hacia el suelo…
               Me pasaba las manos por la nuca, y yo me perdía, y me perdía, me pegaba a ella, y no podía conseguir suficiente de sus labios. Me dolía la boca de tanto besarla, acariciarla, morderla y probarla, y a ella se le quedaron un poco hinchados, tanto por mi pasión como por la barba que ya me asomaba y me oscurecía la piel.
               Debería tranquilizarme, necesitaba tranquilizarme, pero no podía, porque la necesitaba, y ella a mí. Llevamos un día, pensé, sorprendido del hambre que ya tenía de ella. Había aguantado mucho más tiempo incluso ya estando juntos, pero no estando físicamente juntos.
               Eleanor tampoco era capaz de parar, ni frenarse, y me terminó quitando la camiseta y pasándome las manos por el brazo.
               De ser cualquier otra situación, ya llevaríamos un rato follando encima de la mesa. Lo que nos habíamos hecho el día anterior no sirvió más que para encendernos aún más.
               -¿Cuándo se te quita?-inquirí, y ella jadeó en mi boca.
               -¿Qué?
               -La regla-expliqué-. ¿Cuándo se te quita?
               -El jueves de noche… quizá el viernes… ¿por?
               Sonreí.
               -Hay un sábado de por medio.
               -Gracias a Dios-susurró, gimiendo cuando la pegué contra mí y notó lo duro que estaba por ella-. No iba a aguantar hasta Nochevieja sin ti, Scott.
               Seguramente ni siquiera fuéramos al mismo sitio de fiesta, pero nos daba igual: encontraríamos la manera de juntarnos, despedir el año y recibir al nuevo como dios mandaba: empañando los cristales, gritando el nombre del otro, uniendo nuestros cuerpos.
               -A este paso yo no sé si aguantaré hasta el sábado-repliqué, y se echó a reír.
               Hizo acopio de toda su fuerza de voluntad, porque yo estaba en la mierda y vivía conociendo una sola verdad universal: que la deseaba urgentemente; y por fin me empujó despacio lejos de sí.
               Los dos recobramos el aliento; ella, sentada encima de la mesa, los muslos salpicados del zumo del desayuno, y yo aferrado a la encimera, con los brazos temblando de la fuerza que estaba poniendo en ese abrazo.
               Sabía que, si me separaba de la encimera, volvería a buscarla.
               Y sabía que ella ya no tendría fuerzas para alejarse de mí otra vez.
               -Lo que podríamos estar haciendo ahora mismo, ¿eh, S?
               -Resérvate para el sábado-sonreí, mordiéndome el piercing. Sus ojos volaron hasta mis labios, suspiró, deseando ser aquel arito.
                -No sé si lo que tengo pensado hacer será tan buena idea después de esto.
               -Enrollarme contigo fue una idea pésima por mi parte-repliqué, y sus ojos chispearon, divertidos por mi sinceridad-, y también lo mejor que he hecho en toda mi puta vida. Estaremos bien.
               -Aw, Scott-replicó, chasqueando la lengua y negando con la cabeza-. Cuando te pones en ese plan, es imposible resistirse a ti-su pelo bailaba alrededor de su rostro, enmarcándolo en una cascada danzarina de puro chocolate.
               Y lo mandé todo a la mierda, me solté de la encimera, me acerqué a ella y le pasé las manos por la cintura.
               -Ésa es la idea.
               Por si me quedaba alguna duda de quién era la que mandaba en la relación, volvimos a besarnos, pero con más tranquilidad, hasta que a ella le pareció suficiente, y entonces, sólo entonces, me obligó a vestirme y a acompañarla al supermercado donde había comprado el desayuno.
               Fue derecha a las estanterías con las golosinas, y cogió una caja de palomitas de maíz, de las que se hacen al microondas y siempre se queman o vienen demasiado saladas como para que las disfrutes como en el cine.
               Yo la seguí con docilidad, encogiéndome de hombros cuando me preguntaba si quería algo, callándome los “a ti, aquí, ahora”, mordiéndome el piercing sólo por provocarla y disfrutando de cómo ponía los ojos en blanco y susurraba que conmigo, en ese plan, era imposible lidiar.
               Ya lo sé, nena, por eso estoy en este plan, pensaba cuando se giraba y me regalaba unas buenas vistas de su culo, uf. Las busco guapas, sin duda, pero lo de las curvas no me lo puede discutir nadie.
               Cogió una caja de pinturas de ésas que usábamos siendo críos para colorear en la guardería o el cole unos dibujos inmensos de cuyas líneas siempre nos apañábamos para salirnos.
               -¿Qué vamos a hacer con eso?-pregunté, recordando una sala llena de colores y juguetes, con un montón de críos sentados en el suelo y pintando con concentración los dibujos que los profesores les entregaban.
               Tommy siempre me llenaba la cara de azul.
               Y yo respondía pasándole una mano enrojecida por las mejillas.
               Mamá y Eri suspiraban cuando nos veían llegar con las caras hechas (literalmente) un cuadro, aceptaban las disculpas de los profesores (porque era imposible tenernos vigilados todo el rato, y siempre aprovechábamos algún momento de despiste para hacer de las nuestras), y nos cogían de la mano y nos decían que ya veríamos cuando llegáramos a casa, vaya baño nos esperaba…
               … y Tommy y yo nos abrazábamos y llorábamos y pataleábamos y nos aferrábamos al uno al otro con una fuerza que no era normal en unos niños de nuestra edad, porque no queríamos separarnos, ¡con lo bien que nos lo habíamos pasado pintándonos mutuamente! ¡No era justo que nos pretendieran separar tan pronto!
               -Es una sorpresa-sonrió su hermana, muchísimo mayor que aquel Tommy de mis recuerdos, acariciándome la nuca y sonriendo mientras me contemplaba los labios. Yo también sonreí, le pasé las manos por la espalda y bajé un poco más. Se echó a reír-. Quieto, Scott.
               No me detuve.
               Soy anarquista.
               Cuando me parece, claro.
               Volvimos a casa, nos quitamos los abrigos y nos tiramos en el sofá a hincharnos a palomitas. Me encantaba lo mucho que estaba comiendo Eleanor estando conmigo (sí, eso iba con segundas); estando en casa, Eri tenía que pelearse con ella para que se terminara un plato o tomara el postre, porque Eleanor juraba que no tenía hambre y que no podía ya más, pero era mentira. Le asustaba no caber en sus vaqueros.
               Lo bueno de ese fin de semana era que, con que cupiera en sus bragas, bastaba.
               Vimos dos películas, o, más bien, dos películas se desarrollaron ante nuestros cuerpos enredados, porque no podíamos dejar de enrollarnos. Teníamos las hormonas por las nubes en aquel momento.
               Los botes de pintura nos contemplaban, acusadores, desde la mesa donde habíamos dejado el bol vacío y los mandos de la televisión.
               -¿Quieres jugar a algo?-preguntó ella, acariciándome la mejilla y moviéndose encima de mí. Era una cabrona, más que su hermano, le gustaba provocarme, frotarse contra mí y disfrutar de cómo me retorcía yo debajo de ella, cómo me endurecía y le demostraba lo mucho que la necesitaba.
               -Depende, ¿requiere mucha ropa?
               -En realidad, estás demasiado vestido para lo que quiero hacerte-sonrió, y metió las manos por la sudadera que llevaba puesta, y tiró de ella, y me la sacó, y yo seguía sonriendo y me peleaba con la suya, que en realidad era mía, pero que estaba más cómoda en su cuerpo. Recogió la caja y me guió hasta el dormitorio. Me empujó hacia la cama (porque, ya indudablemente, mandaba ella), dejó que me cayera y se me puso encima.
               -Las reglas son simples-me explicó, besándome, pero dudaba de que yo pudiera concentrarme en escucharlas teniéndola en ese plan. Podría decirme que 2+2=cacatúa perfectamente y yo no notaría nada raro en esa sencilla operación-. Coges la pintura-dijo, y escenificó lo que habíamos de hacer-, te untas el dedo, lo llevas por mi cuerpo-dibujó una línea blanca conectando mi nuez y mi ombligo-, y yo tengo que adivinar lo que me estás dibujando.
               -¿Cómo sé que no vas a mirar?-inquirí, pellizcándole la nariz.
               -Me vas a vendar los ojos.
               -Entre la hostia del otro día, y ahora esto, cada vez estoy más convencido de que quieres que hagamos sado, pero no sabes cómo decírmelo-me burlé, y ella se echó a reír con una risa musical.
               -Empiezo yo.
               Me anudó un pañuelo alrededor de los ojos, me quitó los pantalones (joder), me besó entre el ombligo y las partes que me diferenciaban de ella (j o d e r)  y pasó los dedos por mi piel.
               Era lo mejor que me habían hecho en mi puta vida.
               Intenté concentrarme, pero la sensación de tenerla encima de mí, acariciándome con un solo dedo, paseándolo en patrones aparentemente aleatorios se me hizo insoportable. Empecé a decir cosas al azar, hasta que lo adiviné: un corazón, claro.
               Me quitó la venda y ella misma se la pasó por la cabeza. Se había quitado la camiseta.
               Llegó un momento en que a mí no me bastaba, y le quité el sujetador, y ella sonrió y dejó escapar un suspiro cuando le besé los pechos, un gemido cuando se los mordí. Se estremeció debajo de mí.
               -No me dejes marcas, S-ordenó, notando que me estaba encendiendo.
               -Confía un poco en mí, El-protesté.
               -Confía tú, Scott-sonrió. Se puso nerviosa cuando pasé dos dedos por sus senos, dibujándole rayas de colores diferentes-. Que con  cómo te pusiste ayer…-se le estaba acelerando la respiración, su pecho subía y bajaba, y me  gustaba un montón lo que veía. Un montón.
               -No te jode, con lo sensibles que son las partes de un tío, y yo pensando “con lo que le encanta morder, ésta usa los dientes en cualquier momento”.
               -Pues los usé un poco-sonrió, orgullosa.
               -Ya me di cuenta.
               -Y te gustó-añadió, acusadora.
               -De eso también me di cuenta.
               Terminé con mi pequeña obra maestra. Eran líneas que salían de sus pezones y se extendían de forma radial un par de centímetros hacia afuera, como los pétalos de una margarita, o los rayos de un sol. Exactamente lo que era su cuerpo, especialmente en ese rincón; un sol.
               No fue capaz de adivinarlo, y cuando se quitó la venda y se miró, no pudo evitar echarse a  reír.
               -Me gusta.
               -A mí también-contesté, y me incliné para besarla, y empezó a acariciarme la espalda como cuando estábamos a punto de hacerlo. Suspiró en mi oído.
               -Vamos a hacerlo, ¿verdad?-había una especie de cansancio en su voz, como si la agotara no poder estar cerca de mí sin querer probarme.
               -¿Quieres?
               -Sí, pero… no sé si estoy lista para hacerlo así.
               -Tranquila, nena; para eso estoy yo aquí. Tú relájate y disfruta-continué besándola, y solté la típica pollada que soltamos los tíos en estas situaciones-, yo controlo.
               Se echó a reír, y su risa me transportó de nuevo al pasado, a un momento más reciente: el sábado por la tarde, cuando estaba tan preciosa que me empezaron a picar los dedos. Sabía lo que significaba aquella sensación: la había experimentado la noche que pasamos juntos.
               -Quiero volver a dibujarte, mi amor-le dije, y ella se volvió, con los ojos brillantes por la ilusión que le hacía ser mi musa.
               -Sí, porfa-sonrió, besándome.
               -Quítate la camiseta-empecé, y ella obedeció, incorporándose y quitándosela frente a mí, subiéndosela por el extremo. Se acercó a mí para que le besara le pecho, y lo hice.
               -Eres preciosa-le dije.
               -Te adoro-fue su contestación.
               -Túmbate de cara a la pared.
               Obedeció sin rechistar.
               -Échate la sábana pro encima, pero… déjate la espalda al descubierto. Bájala un poco más… así-asentí-. Sacude un poco la cabeza.
               -¿Para qué?
               -Para el pelo, nena.
               Se echó a reír suavemente, la risa que le escuché el lunes cuando pasé de plasmarla en papel y dibujarla en la palidez de la celulosa a convertirla en papel, elevar la plataforma de pintura mil veces en la escala de perfección, porque los poros de su piel hacían buen equipo con la pintura y mis dedos, y sus curvas le daban un realismo a mis dibujos que no tendrían en una superficie plana, injusta e imperfecta, como no lo era ella.
               -Ni que me fueras a mandar al MET-se burló.
               -¿Quieres que te dibuje desnuda, o te quedas con las bragas?-inquirí, ignorándola, reclinándome en el asiento y empezando a esquematizar lo que veía.
               -Tú eres el artista.
               Me estremecí ante esa palabra.
               -Dejémoste las bragas.
               Se dio la vuelta y me miró de reojo, una sonrisa pícara naciendo en aquellos  labios con sabor a cereza.
               -Qué lástima. Tenía la esperanza de que esto llevara a algún sitio.
               -Quédate así-le pedí, porque ya lo tenía, ¡lo tenía!-. Estás genial.
               La pinté con tranquilidad mientras ella esperaba, paciente. Sonreía al escucharme rasgar el papel con el lápiz. Así era como tenías que dibujar a tu amada: con lápiz, para mancharte de carboncillo los dedos al corregir una imperfección que surgía en tu dibujo, obra de un humano, de la que ella carecía, porque ella era la prueba de que los dioses existían, y podían hacer, efectivamente, cosas perfectas.
               Y luego, con un poco de suerte, pasarías las manos manchadas por su cuerpo, dejarías rastros de lo que la inmortalizaba en su piel, tatuarías la inmortalidad del arte en la mortalidad de la inspiración, y por un momento, material, musa y obra son lo mismo.
               -¿Ésta también te la vas a quedar?-inquirió, porque todavía no le había regalado ninguno de los dibujos que le había hecho, y eso que no eran pocos.
               -Hasta que llene un bloc contigo-contesté, distraído-. Entonces, le pondré un lacito, y será tu regalo de cumpleaños.
               -Qué ganas-susurró, y se estremeció, porque por mucho que se comportara como una mujer y yo la considerara mi mujer, seguía siendo una niña, poco más pequeña que yo.
               El dibujo estaba listo. Le di un par de retoques y, cuando consideré que no podría hacer nada porque consiguiera darle más justicia, me levanté y se lo enseñé. Se incorporó, tapándose un poco con la sábana, pudorosa, y lo examinó con ojos que adoraban lo que veían. Lo sostenía con delicadeza, como si temiera que se le rompiera el papel si lo apretaba demasiado.
               -Es precioso-susurró, sonriendo.
               -Como tú.
               -Pinta ahora en mí, mi amor-me pidió, acercándose a mí. Nos olvidamos del dibujo y nos acordamos de nosotros.
               Entendí por qué le gustaba que la llamara así: sonaba increíblemente bien.
               Terminé de desnudarla, y ella hizo lo propio conmigo. Me gustaba cuando era ella la que me quitaba la ropa: aprovechaba para acariciarme, la tenía más cerca, me reclamaba como suyo con cada toque y cada latido de su corazón mientras estábamos en contacto.
               Estaba dentro de ella, haciéndoselo despacio, porque no teníamos prisa, cuando me detuve en pleno empujón, mirándola.
               Ella abrió los ojos y los clavó en mí. Era una gacela extrañada, en el cuerpo de una chica extrañada.
               -¿Qué pasa?
               -Tengo que dibujarte cuando te hago el amor. Brillas con luz propia, El.
               Se tapó con las manos y se echó a reír, poniendo una de éstas entre su boca carcajeante y mis ojos. Se la aparté y le besé la risa.
               Entre los dedos de la otra, se intuían sus atributos femeninos y las huellas de mi presencia en ellos: marcas de besos más profundos, pequeños mordiscos, pezones erectos por lo que le estaba haciendo y le había hecho particularmente allí…
               No había visto una criatura tan hermosa en toda mi vida.
               Tenía que tatuarla en papel para la posteridad.
               El mundo tenía que admirarla aun cuando su nombre se hubiera perdido en los anales de la historia, y sólo fuera una belleza etérea de mediados de un siglo pasado hacía tiempo.
               Se me grabó a fuego la imagen en la retira, y decidí que el día en que me muriera, sería aquello lo último que experimentara de aquel mundo: el recuerdo de lo que era en ese instante, de cómo tuve una diosa entre mis brazos, cómo le di placer a un ser muy superior a mí en todos los sentidos, y cómo había cumplido con mi misión de hacer imposible que nadie la olvidara.
               Terminé con ella muy despacio; ella no gritó mi nombre, sólo lo susurró, contrayéndose y relajándose. Lo hicimos con cariño, igual que recogía a mis hermanas, e incluso a ella, cuando eran niñas pequeñas, y se caían dando sus primeros pasos.
               Eleanor se quedó dormida con nuestros cuerpos aún entrelazados, disfrutando de un rincón del sueño al que sólo accedes después de estar satisfecha sexual y amorosamente.
               Me separé de ella sin esfuerzo, pues tenía cosas que hacer.
               Cosas trascendentales.
               Alá me ha dado manos y ojos para poder dibujarla y una memoria fotográfica para capturar instantes por siempre… hasta que ni siquiera sean recuerdos.
               Mi Eleanor, la Eleanor de mi presente, me acarició el pelo.
               -¿En qué piensas, mi amor?
               Ella en sí era una estatua, la mejor escultura jamás hecha.
               Y ahora, además, era un cuadro de arte abstracto.
               No me gustaba el arte de ese estilo, pero podía hacer una excepción.
               -En que tú les das sentido a todos los talentos que tengo.
               Se mordió el labio, feliz. El sol palideció un poco, las estrellas dejaron de brillar más allá de la influencia de éste. Las estrellas eran ella.
               -No puedes decirme estas cosas y luego pretender que no quiera darte hijos, Scott.
               -Llevamos un mes, nena, ¿no es ir un poco rápido hablar ya de bebés?
               -He hecho más cosas contigo en este mes que en años y años con el resto de chicos, S.
               Sentaba terriblemente bien oírla decir esas cosas. Continuamos besándonos, hasta que nos hartamos, y miramos el reloj.
               -Tu tren sale en una hora y media-observó, y yo suspiré, asentí. Menos mal que se había puesto en modo sensato, porque yo no podría alejarme de ella; había gastado toda mi fuerza de voluntad en intentar no pasar a mayores, cosa muy complicada por el fuego que nos consumía por dentro, y que estallaba por fuera cada vez que nos encontrábamos.
               Nos duchamos juntos, o, más bien, nos besamos mientras corría el agua. Al menos formamos equipo también en eso, y ella me pasaba la esponja por el cuerpo mientras yo hacía lo propio. Terminamos de recoger en silencio, escuchando las cremalleras que ella abría y el susurro de la ropa cuando yo la doblaba y la introducía en la bolsa, bajamos las persianas, desconectamos toda la electricidad, salvo la de la cocina, y cerramos la puerta.
               Se sentó a mi lado en el metro, con las piernas sobre las mías y la espalda apoyada contra una barra. No apartamos la mirada el uno del otro hasta que no anunciaron nuestra estación, y nos levantamos corriendo para poder escurrirnos con facilidad por las puertas del vagón, que ya se estaban cerrando cuando las atravesamos.
               Atravesamos la inmensa plaza subterránea plagada de banderas de la Unión, colgando del techo como murciélagos de las paredes de un castillo medieval en la Alemania profunda, y nos sentamos en un banco a contemplar la vida pasar.
               Faltaban 15 minutos para separarnos definitivamente, y yo me quedaba sin tiempo para encontrar una excusa por la que decir: “¿sabes qué? A la mierda, me voy a tu casa contigo, se lo diré a tu hermano nada más verlo, que sea lo que tenga que ser”.
               Menos mal que no lo hice, porque Tommy iba a necesitarme más que nunca en cuanto volviera de casa de Layla.
               10 minutos.
               Se encendieron los paneles luminosos que indicaban en qué andén me esperaría el tren.
               Eleanor no apartaba los ojos de mí.
               -No quiero que te vayas-se lamentó. Le acaricié las rodillas.
               -Yo tampoco quiero irme, mi amor.
               Se acercó un poco más a mí, doblando las rodillas. Sus piernas eran una tienda de campaña india en plena conquista del lejano oeste, cubriendo las mías de la lluvia y el tiempo. Me acarició la mandíbula.
               -Vuelve a decir eso.
               -¿Mi amor?-pregunté, alzando las cejas.
               -Sí-sonrió, tímida, y apoyó la cabeza en mi hombro.
               -Mi amor. Mi amor. Mi amor.
               Suspiró, satisfecha por la forma que tenían esas palabras de entrar en sus oídos.
               5 minutos.
               Una voz anunció por megafonía para los ciegos, analfabetos, o imbéciles que no supieran mirar las pantallas luminosas, de qué andén partiría el tren.
               -Escríbemelo-espetó de repente, y yo di un brinco y la miré. Creía sinceramente que se había quedado dormida. Se quedaba dormida con mucha facilidad, especialmente cuando nos tenía a Tommy o a mí cerca. Toda la vida había sido así.
               Revolvió en el bolso hasta sacar un neceser; cogió un lápiz de labios negro y me tendió la muñeca.
               Hice lo que me pedía.
               -En árabe, Scott-suspiró, pensando que tal vez yo no follara tan bien como para compensar lo imbécil que podía llegar a ser en ocasiones-. Así podría escribirlo yo.
               Sonreí con maldad, asentí, le pasé el pulgar húmedo por la muñeca e hice lo que me pedía. Más o menos. Me esmeré bastante en hacer bien las curvas de las letras.
               Me había pedido árabe, y en árabe se lo puse, porque había una pausa en medio de la palabra que ella identificaría con las nuestras.
        سكوتت
               Se pasó el pulgar por debajo de mi esmerado garabato, sonriendo.
               -Es preciosa-susurró, y me miró a los ojos-. Gracias, S.
               Me besó, volvió a acariciarla, y algo dentro de mí se desperezó. Era como si sus dedos estuvieran rozando mi alma a medida que los pasaba por debajo de aquella frase que acababa de dibujarle.
               No sabía leerla, pero su corazón entendía lo que decía.
               -Me la voy a tatuar-soltó, y yo me puse tenso.
               -Eres una exagerada.
               -Iré en cuanto nos separemos-prometió.
               -Ni se te ocurra.
               -¿Por qué?
               -Porque ahí no pone “mi amor”.
               Sus ojos chispearon.
               Se abrieron las puertas para acceder al tren. La gente empezó a hacer cola, pero yo no iba a moverme de allí.
               -Es tu nombre-susurró por fin, viendo en mis ojos qué era lo que ponía realmente allí. Sonreí, mordiéndome el piercing, y asentí-. Ahora que me lo quiero tatuar, S-dijo, volviendo a clavar aquellos ojos de gacela en el último regalo que le había hecho.
               -No lo hagas-le pedí.
               -Pero es precioso-replicó, y le dio un beso a su muñeca, y yo me estremecí, porque mi alma lo hizo, como si la hubiera besado a ella directamente.
               -Te lo escribiré todas las veces que quieras, mi amor, pero no te lo tatúes. No me merezco eso.
               -Eres un sol-se inclinó y me besó en los labios, y me pasó las manos por la nuca, y yo supe que no me dejaría marchar. Pero nos separamos en cuanto la voz de la megafonía anunciaba que las puertas estaban abiertas y que se cerrarían en unos minutos, en cuanto todos los que tuviéramos el billete pasáramos las barreras… claro que eso, precisamente, no lo dejaban claro.
               Nos levantamos, nos cogimos de la mano y nos acercamos hasta las barreras plateadas con luces rubí. Nos quedamos un poco apartados, dejando que la gente se fuera metiendo en el andén y disfrutando al máximo de los últimos minutos de un fin de semana juntos que nos costaría volver a repetir.
               Enredó sus dedos con los míos, mirándonos las manos. Yo no podía apartar la mirada de ella; le quité un par de mechones de pelo de la cara.
               -Scott-susurró, y yo me estremecí, porque mi padre había hecho bien en ponerme ese nombre para que ella pudiera pronunciarlo así-… eres mil veces mejor de lo que esperaba-levantó la mirada y me miró con unos ojos de una gacela cósmica, que había creado el universo y lo atesoraba celosamente en sus pupilas de miel.
               -No te esperabas mucho, entonces-sonreí. Cerró los ojos y sacudió la cabeza, su pelo bailó alrededor de ella, despidiendo una fragancia que yo no quería olvidar.
               -Te equivocas-me corrigió-. Me esperaba el cielo. Me has dado el cristiano, el tuyo, el de los griegos y los egipcios, el budista… a la vez. Pero te agradezco que lo escondieras-me confesó-. No soportaría verte con ninguna otra si supiera cómo eres, o de lo que eres capaz-tomó aire y lo soltó-. Te doy las gracias por este fin de semana que me has dado, por la vida que me has dejado vivir hasta ahora… y por la que espero que nos aguarde. Si tú quieres.
               Estaba que iba a explotar de alegría en cualquier momento.
               -Quiero.
               -Te amo-me dijo en español, porque los te quieros ya se nos quedaban pequeños.
               -Te amo-repliqué en su lengua, la que hacía distinción entre aquel cariño que le tenías a tus padres, tus hermanas, tus amigos y tu chica. Le di las gracias mentalmente a Tommy por haberme obligado a aprender su idioma a la par que yo le obligaba a aprender a leer el mío. Le contesté en el idioma de su madre, y la besé, y todo estaba bien, y yo no me marchaba a ninguna parte, aunque en realidad sí fuera a hacerlo, pero jamás la abandonaría.
               Siempre estaría a su lado.
               Si ella me dejaba, claro.
               Nos besamos largo y tendido, apenas parando un par de segundos para respirar. Se había puesto de puntillas y yo me había inclinado (benditos centímetros que le sacaba, me gustaba ser más alto que ella, era tan mona haciendo eso) para hacer nuestro beso posible. Le sabía la boca a chicle de menta mezclado con cereza, indudablemente cereza, siempre cereza.
               Nos separamos un poco, nos miramos a los ojos, y nuestros espíritus se conectaron con aquella mirada. Sonrió, dio un paso al frente y volvió a besarme.
               -Eleanor-empecé, y sus ojos se empañaron al escuchar su nombre de mis labios, unos labios que la quería con locura.
               -Tienes que irte-dijo-, antes de que yo te pida que te quedes, porque sé que si lo hago, tú te quedarás, y…
               -Puedo ser desobediente cuando me apetece-sonreí, acariciándole la barbilla. Se echó a reír-. El. Tengo que decirte algo antes que marcharme.
               -Te juro por mi madre que, como sea algo del Candy Crush, no te dirijo la palabra en lo que nos quede de década.
               Estábamos jodidos.
               Llevábamos 3 años en los 30.
               -Te diré que te quiero, y te pediré perdón por haber tardado tanto en verlo cada día, hasta que consiga que tus hijos lleven mi apellido-solté, y ella me miró-. Y, después, te daré las gracias… y te diré que te quiero. Cuando los tengamos.
               Sonrió.
               -Llevamos un mes y pico de relación, ¿no es muy pronto para hablar ya de hijos?
               -Llevamos quince años-corregí yo-. Lo de un mes y pico, es de sexo.
               Volví a besarla, y la pillé por sorpresa, y sonrió en medio del beso, y no había nada, nada, que supiera mejor que sus besos mientras sonreía.
               La gente dice “te quiero” todo el tiempo: cuando te dicen de llevar paraguas, cuando te recuerdan la hora para que te apures en coger el bus, cuando te mandan una foto de algo que les ha recordado a ti por teléfono.
               Ella me lo dijo dos veces: de palabra, y estirando el brazo para aprovechar hasta el último instante en que nuestras manos pudieran estar unidas.
               Me miró mientras pasaba el billete y atravesaba las barreras, y me sonrió cuando miré atrás, me tiró un beso cuando yo le guiñé el ojo…
               … y me gritó que la llamara en cuanto llegara a Bradford.
               Tres “te quiero” desde nuestro último beso.
               Empecé a echarla de menos en cuanto se fue.
               Y también a Tommy nada más alejarme de ella.
               Vamos bien, S, vamos bien.
               Me senté con una sonrisa de gilipollas que bien podría detener el tráfico aéreo. La misma sonrisa de gilipollas que tuvo ella desde que nos despedimos hasta que se dejó caer en su cama, el único lugar donde no lo habíamos hecho aún, y se pasó la mano por la cara, y se echó a reír, feliz. Me hubiera encantado oír aquella carcajada.
               Le colgaban las piernas, tenía los pies rozando con la punta el suelo, y una canción reproduciéndose en bucle en su cabeza: Today was a fairytale, de Taylor Swift.
               De haberla escuchado alguna vez, yo también la escucharía como un disco rayado sin necesidad de auriculares.
               Su madre abrió la puerta y se la quedó mirando, sonriendo. Eleanor suspiró, se llevó una mano al cuello y jugueteó con el colgante del avión de papel que le había regalado.
               -Ya estás aquí, cariño-comentó su madre, acercándose a su habitación-. ¿Qué tal todo?
               Eleanor volvió a suspirar.
               -Cuéntame, niña, ¿qué pasa?
               -Madre mía, mamá, ¡Scott es un sueño!-chilló, incorporándose y hablando atropelladamente-. ¡Si supieras todo lo que hemos hablado, y todo lo que me ha contado, y le he contado yo, y lo que hemos hecho, y adónde hemos ido! ¡Oh, dios mío, es tan perfecto, mamá, es mejor de lo que esperaba!-joder, me pondría rojísimo de escucharla, y eso que yo tengo el ego lo que viene siendo por la estratosfera-, y… Dios, mamá, estoy tan enamorada de él, me siento florecer por dentro con sólo mirarme, es como si me hinchara, pero no como cuando como mucho y estoy incómoda, sino como cuando estoy… no sé, después de cantar, o hacer algo bien, y… Ay, mamá-volvió a suspirar, sacudiendo la cabeza-. Soy tan feliz.
               -Me alegro, mi vida-sonrió Eri, sentándose a su lado y acariciándole el pelo.
               -¿Él te gusta?-preguntó, mordiéndose el labio.
               -Claro que sí, cariño.
               -Para mí, me refiero-añadió, ni que su madre, la madre de mi mejor amigo, estuviera detrás de mí, o algo.
               -Más aún, mi niña. Por todo lo que le quieres. Es un buen chico; yo ayudé a criarlo, ¿recuerdas?
               Se fijó en el colgante que yo le había regalado.
               -¿Te lo ha dado él?
               -¿A que es precioso? Te contaría lo que significa, pero eso lo estropearía un poco, dejaría de ser nuestro; es que… no te haces idea de cómo habla, mamá, parece que las palabras le pertenezcan y pueda hacer con ellas lo que quiera, es como… como ver a Zayn escribir los discos-soltó por fin, y Eri alzó las cejas-. Pero a Scott… le sale solo.
               -Tommy es más listo que tu padre; lo normal sería que Scott fuera más listo que Zayn-se burlaría Eri, porque vivía por y para meterse con su marido. Louis hacía un poco lo mismo: le hacía la puñeta a la madre de sus hijos todo lo que podía, porque les encantaba reírse, y  no había nada que les hiciera más gracia que el otro. Se habían casado con su mejor amigo, igual que mi padre había dejado embarazada a su mejor amiga (aunque la amistad viniera después) y mi madre había formado una familia con su mejor amigo-. ¿Qué tienes ahí, por cierto?-preguntó, señalándole la muñeca. Eleanor acarició la palabra con cariño; se difuminaba un poco, pero nada más. Conseguía mantenerse ahí, tatuada en su piel.
               -Es su nombre. Me lo ha pintado él.
               Eri sonrió, nostálgica, recordando tener la misma edad que su hija y sentirse afortunada de haber encontrado al hombre con el que quería pasar el resto de su vida tan pronto, casi sin querer.
               -Tu padre me hacía eso cuando empezamos a salir. Todavía conservo la última vez que me escribió su inicial en la piel-y se llevó una mano inconscientemente a la cadera, donde una pequeña L aguantaba el paso del tiempo estoicamente, desafiándolo todo y doblegándose ante nada.
               Me entretuve tocándole los huevos a Tommy con la guerra de aldeas (el cabrón se conectó para defenderse, pero no me contestaba los mensajes), echando partidas al Candy Crush y recogiendo sus cosechas de calabazas y rábanos de la granja porque soy un buen amigo.
               Tenía un poco de cargo de conciencia por el fin de semana, y me estaba arrepintiendo de haberle dicho que me iba al norte tan pronto, porque ya empezaba a notar esa ansia silenciosa que me entraba cuando estábamos mucho tiempo separados (léase: más de dos días). Nuestros padres pensaban que lo peor era el aburrimiento, pero no.
               Lo peor era cómo nos comíamos la cabeza por si a Tommy o a mí nos había pasado algo, nos necesitábamos, y no estábamos ahí para solucionar lo que fuera.
               “Siempre tenéis los mensajes y las llamadas”, nos decían cuando nos íbamos de vacaciones, uno de quedaba en casa y el otro se iba. Sí, claro, porque en un mensaje sé si me está mintiendo y me dice que está bien cuando no lo está, ¿no?
               Por supuesto, llamándolo puedo darle un abrazo, una bofetada y arrancarle una sonrisa por decirle que es gilipollas, que hay gente en el mundo con problemas reales, como que no les funcione el servidor de Pokémon Go, que siguen adelante, y que él debería hacerlo a pesar de su corazón roto, o la bronca masiva que le ha caído en casa, o… cualquier cosa de ésas que lo mantenían a él despierto por las noches.
               Cualquiera de esas que mantenían a mí tirado en la cama, tapado hasta las cejas, imaginándome un montón de escenarios que me hacían daño y en cuyo sufrimiento yo me regodeaba.
               Estaba a punto de ejecutar un golpe maestro y cargarme su armería cuando su nombre ocupó toda mi pantalla. Descolgué.
               -Estaba teniendo un día cojonudo, me preguntaba cuándo vendría alguien a jodérmelo-sonreí sin saludar, y lo escuché reírse al otro lado de la línea.
               -Quería saber si estabas hundido en la miseria, o tenía que hundirte yo. Me alegro de que no hayas dejado que nadie te putee, S.
               -Lo estoy haciendo ahora. ¿Todo bien, T?
               -Hasta que has dado señales de vida…
               -Qué ganas tengo de morirme de viejo y contemplar cómo sufres desde el cielo hasta que te toque a ti reunirte conmigo, hijo de puta-repliqué-; fijo que te mueres del asco o del aburrimiento.
               -¡Será puta coña! ¡Me pondré las botas en cuanto te pires, chaval! ¡Más mujeres para mí!
               -¿Querías algo?
               -Oír tu sensual voz-me eché a reír-. Vale, ya está. Puedes colgar.
               -Cuelga tú-coqueteé.
               -Vale-contestó, y lo hizo, y yo lo llamé.
               -¿¡ME HAS COLGADO!?-bramé, y un par de chicas al fondo del vagón se giraron y me miraron.
               -Me diste permiso-se excusó él-. Puedes colgarme, si quieres.
               -Lo voy a hacer, pero que sepas que es porque a me apetece, no porque…-me había vuelto a colgar. Desgraciado de mierda.
               El tren corrió a toda velocidad en dirección norte, atravesó el país y profundizó en el corazón de Inglaterra. Tuve una suerte increíble; el tren que me llevaría a Bradford había llegado con retraso y por tanto estaba esperando en la estación de Leeds para compensar el poco tiempo que habían tenido para subirse los pasajeros.
               Le envié un mensaje a mi padre diciéndole cuándo llegaría; me contestó que debería darme vergüenza, que en casa estaban todos esperándome para cenar… y que me quería, igual que mamá.
               A medida que el tren de cercanías reducía la velocidad, le envié un mensaje a Eleanor diciendo que ya había llegado. Me contestó con un beso y yo sonreí, sacudí la cabeza, me guardé el móvil en el bolsillo y bajé de un salto del vagón. Ya era de noche.
               Reconocí enseguida a la persona que me estaba esperando, una versión envejecida de mi padre… porque era mi abuelo.
               Todos decían que mi padre era idéntico a mi abuelo, y que yo era idéntico a mi padre, por lo que, por extensión, yo era idéntico a mi abuelo, y eso me resultaba… descorazonador.
               No quería tener esa pinta de viejo. ¡Lo siento, abuelo!
               Aunque, vaya, de jóvenes habían sido condenadamente guapos.
               El abuelo estaba de un humor de perros, se fumó dos cigarros en lo que yo tardé a llegar con él. Decidí que era un buen momento para hacerle la pelota.
               -Salam malecum-alcé las cejas, acercándome a él… que sonrió.
               Juraba y perjuraba que no tenía ninguna predilección por sus nietos, pero cuando los varones se hacen esperar y tú eres el único chico que ya está en la familia, consigues un cariño especial.
               Sabrae y yo éramos el ojito derecho del abuelo, los únicos a los que no podía decir que no. Lo mío me lo explicaba, pero lo de Sabrae… supongo que sería por sus rizos.
               -Malecum sala-replicó el abuelo, y continuó hablándome en árabe-. ¿Y este peloteo repentino?
               -¿Qué peloteo?
               -Tienes acento, Scott: hablas como esos reporteros blancos que mandan a Afganistán a cubrir la guerra.
               -A las mujeres les gusta-repliqué, encogiéndome de hombros. El abuelo se echó a reír, y cambió al inglés.
               -Veo que sigues con esa mierda en la boca-observó, chasqueando la lengua, disgustado.
               -¡Abuelo!-recriminé yo.
               -Ven aquí, chaval, dame un abrazo, ¿o es que eres demasiado mayor ya para las muestras de cariño?-hice lo que me pedía, le regalé un beso y todo-. ¡Bueno! ¡Mariconadas las justas conmigo, ¿eh?! ¡Invítame a cenar antes, o algo!-me dio una palmada en la espalda y me revolvió el pelo. Me dejé hacer-. ¡Qué alto estás! ¿Has crecido?
               -Cuatro centímetros desde el Ramadán-anuncié, orgulloso. Mamá se tiraba de los pelos por cómo mi cuerpo aguantaba años con el mismo tamaño y de repente, ¡boom! ¡Cuatro centímetros en tres meses!
               -Vas a llegar a medir 3 metros como castigo por no hacerlo-soltó mi abuelo, mirándome con intención cuando sacó un cigarro de la cajetilla. Me la pasó.
               -No fumo, abuelo.
               -Y una mierda que no fumas, chaval. Te va en la sangre. Venga, coge uno, y te guardo el secreto si tú me lo guardas a mí. Tu abuela ha vuelto a obligarme a dejarlo.
               -Sin éxito, por lo que veo-repliqué, sacando uno y acercándolo a su mechero. Di una calada, y bueno, me sentía un poco mejor.
               -Soy demasiado viejo para dejarlo ahora, chico. Hazlo, tú que puedes.
               -Con tanto apoyo familiar, seguro que me resulta fácil.
               Miró la bolsa, yo hice ademán de pasársela.
               -¿Te pasa algo en las manos? Eres joven, así que ale, a cargar con ella. Da gracias de que no te obligue a llevarme en brazos.
               -Podría hacerlo-me chuleé.
               -Ya lo veo, seguro que das unas hostias como panes-replicó, y nos echamos a reír-. Te harás respetar, me imagino, ¿no?
               -Evidentemente.
               -Eso está bien-asintió con la cabeza, avanzando en línea recta. La gente nos abría el paso casi sin darse cuenta. Abrió el coche e hizo ademán de abrir la puerta del conductor, pero se detuvo en seco-. ¡Espera! ¿Cuántos años tienes, Scott?
               -17 y medio-anuncié, porque cuando eres menor de edad, cada mes cuenta.
               -¿Tienes carnet?
               -Tengo que cumplir los 18.
               -Pero, ¿sabes conducir?
               -Papá dice que lo hago bien.
               -No, tu padre no para de fardar de que te ha enseñado a conducir de puta madre-contestó, cerrando la puerta-. Venga, llévame a casa-y se metió en el asiento que yo esperaba ocupar.
               Hice lo que pude, no fue mucho, pero… algo fue.
               Lo miré cuando aparqué frente a casa. Había dado varios volantazos porque no me acordaba de por dónde se iba, no estaba acostumbrado a ir a casa desde la estación de tren, y a veces me encaminaba hacia direcciones prohibidas.
               -¿Y bien?-pregunté. Me miró con ojos que se iban a salir de sus órbitas. Puede que hubiera conducido un poco mal a posta, para ver qué me decía.
               -No tienes pensado volver a tus raíces pronto, ¿no?-sacudí la cabeza, me dio otra palmada en el hombro-. Bien, bien. Estamos salvados-susurró para sí, abriendo la puerta y respirando con tranquilidad al pisar, por fin, tierra firme. Sonreí, saqué las llaves, salí del coche, que empezó a deslizarse hacia atrás-. ¡Scott! ¡EL FRENO DE MANO!-bramó mi abuelo, y alguien abrió la ventana para ver qué pasaba. Me metí de nuevo en el coche, tiré de la palanca justo cuando éste llegaba a la acera, y suspiré de alivio, viendo que no me había cargado las flores que mi abuela cuidaba con tanto esmero.
               Se abrió la puerta con un millar de voces coreando mi nombre; una en particular corrió hacia mí.
               -¡¡SCOOOOOOOOOOOOTT!!-festejó Duna, saltando hacia mí, confiando en que la cogería (como efectivamente hice, porque soy un hermano modélico) y cubriéndome a besos.
               El verano pasado me había ido de vacaciones por primera vez al extranjero con los chicos, dejando a mis hermanas atrás. Los de seguridad tuvieron que separarme a Duna de la pierna para que pudiera cruzar por los detectores de metales, pues la chiquilla se las había apañado para encaramarse a mi pierna cual koala aun después de que yo atravesara las barreras de seguridad.
               Mamá recogió a Duna, pidió mil veces disculpas, no se llevó ninguna bronca (porque mamá era guapísima) y se llevó a la chiquilla de allí, que lloraba y pataleaba y chillaba que no quería que me fuera, que, por favor, la llevase con ella.
               Mis padres me dijeron que nada más meterse en el coche, ya calmada, espetó:
               -Faltan 14 días para que vuelva Scott.
               Y así todas mis vacaciones.
               Le di un sonoro beso en la mejilla, se la mordisqueé un poco y ella chilló de emoción.
               -¡Pinchas! ¡Como papá!
               Se me había olvidado que tenía barba… más o menos.
               Me pasó la mano por la cara, fascinada, mientras yo le acariciaba la espalda. Siempre era así cuando nos reencontrábamos: se las apañó para colarse en la zona de recogida de maletas cuando volvimos, arrastrando a Astrid tras de sí, y las niñas se sentaron en el suelo a esperar a que recogiéramos las maletas… y luego se subieron a la cinta transportadora y comenzaron a correr por ella, haciendo que las persiguiéramos por fuera.
               Finalmente, Logan se las agarró para cogerlas a ambas y dejarlas en el suelo.
               Lo mejor de irme de vacaciones era el reencuentro con Duna.
               -Te voy a soltar-le dije, y ella se abrazó a mi cuello y se quedó colgando cuando yo bajé los brazos-. ¡Duna! ¡Vale ya!
               -¡Quiero otro beso!
               Me agaché hasta que sus pies tocaron el suelo. Me soltó, la besé, y se dio por satisfecha. Volvió adentro, a jugar con nuestros primos.
               Repartí besos y abrazos a medida que entraba en casa. Sabrae estaba tirada en el suelo, jugando al Scrabble con el hijo de Safaa. Le di una palmada en el culo y ella se volvió, con el ceño fruncido.
               -¿Agresiones sexuales, Scott? Vas a ir a mamá, se te va a caer el pelo-canturreó, colocando una letra.
               -¿Me has echado de menos, Saab?
               -Sí-admitió.
               -¡Oh, por dios, qué bonito! ¿Quieres que te dé un besito?
               -Echo de menos tu cara fea cuando no estás, porque contigo cerca, parezco más guapa-informó, y bufó-. ¡Joder, Asser, eso es trampa!
               -Doble puntuación por esa D-sonrió mi primo, tendiéndome la mano y estrechándomela.
               Shasha estaba con la abuela, ayudándola a adornar el postre. Le di un beso a la abuela.
               -¿Me das un beso, Shash?-pregunté, negó con la cabeza.
               -No.
               -Tú te lo pierdes.
               -¡Scott!-se echó a reír y se puso de puntillas para darme un beso, porque ella era repelente y yo, según ella, insoportable, pero nos queríamos, en el fondo, lo hacíamos.
               Nos sentamos en una larguísima mesa que atravesaba el salón, para poder albergar a toda la familia. Mamá disfrutaba viendo las puñaladas traperas que volaban en dirección a mi abuela, que las aguantaba estoicamente.
               También se percató de las miradas que me lanzaba Jasmine, a quien todos llamábamos Jazz, la única prima que tenía que me superaba en edad, fruto de una relación anterior del marido de Doniya. Tenía 4 años cuando se conocieron los padres de su hermana; yo, tres, por aquel entonces.
               De las veces que la cacé mirándome, se notaba a la legua que no había olvidado el polvo bestial que echamos el año pasado en el sofá de mis abuelos, tapándonos la boca el uno al otro para no despertar a nadie.
               Follarte a una prima tuya siempre tiene su morbo.
               Y, si esa prima tuya tiene las mejores tetas de Inglaterra, el morbo se multiplica por 10.
               Cuando se lo conté a Tommy, él, lejos de llamarme pervertido por aquel intento de incesto (lo había buscado y aquello no era incesto), sólo chasqueó la lengua y soltó:
               -Cabrón con suerte, mi prima mayor tiene 12 años, no puedo tirármela para ver si eso es verdad.
               -Te presto yo a una de las mías.
               -¿A Jazz?
               -No; ésa es mía.
               -No me interesa. Además, Megan me mataría con sólo escucharme.
               De aquellas, todavía estaba con la pelirroja.
               Terminamos de cenar, yo apenas podía con mi vida. Alguien sacó una baraja de cartas, se repartieron y se empezaron las partidas. Jazz se fue al salón, cansada de que me hiciera el duro, a ver el especial de Navidad del cómico de turno.
               Hacía viento fuera, lo que me hizo pensar que puede que no hubiera muchas nubes y pudiera ver bien las estrellas. Echarlas de menos era lo único malo de ser londinense: las luces de la ciudad desafiaban las tinieblas incluso en la más oscura de las noches, por lo que las estrellas, hijas de la oscuridad, se veían reducidas a simples recuerdos, regalos que aparecían solamente cuando la ciudad se sumía en la negrura como protesta por los efectos que ella misma tenía contra el planeta. Mamá me miró un segundo, restándole atención a sus cartas cuando le acaricié el hombro, y me dio un beso en la mejilla.
               -Voy afuera.
               -Abrígate-me dijo, un “te quiero” camuflado como los que me había dedicado Eleanor.
               Hice lo que me ordenó, me subí la cremallera del abrigo hasta taparme media cara, y me asomé al jardín.
               Efectivamente, no había nubes, y efectivamente: ser londinense en ocasiones como ésa era una puta mierda.
               Yo no quería devorar los libros sobre astronomía que Tommy me regalaba en navidad, aprenderme el mapa celeste de memoria, con tanta pasión que podría dibujarlo en un folio, o encontrar cualquier constelación en cualquier momento.
               Quería salir de mi casa y ver aquel precioso espectáculo.
               Envidié a T por haber estado bajo las estrellas y haber bebido de ellas en Irlanda.
               Y envidié a la espalda de Eleanor no por ser su espalda, sino por la constelación que había tatuada de forma natural y preciosa en ella.
               No tardé en encontrarla, y sonreí, a modo de saludo.
               Ni me había dado cuenta de que no estaba solo hasta que papá dio una calada de su cigarro, haciendo que la pequeña llama se encendiera furiosamente en su interior.
               Me volví, lo miré.
               -Yo estaba aquí primero-dijo, antes de que pudiera pedirle que se fuera o algo. Me pegué a él y los dos miramos las estrellas, sumidos en nuestros pensamientos. Papá clavó los ojos en mí.
               -Te veo bien, hijo-dijo por fin.
               -Me siento bien, padre-repliqué, sonriendo y mirándolo.
               -¿Qué tal con Eleanor?
               Y me puse en modo fanboy, evidentemente, porque tenía una novia que era para lucirla.
               -Dios, papá, ella es… increíble. No te puedes imaginar todo lo que me hace sentir. Lo grande que es.
               -Me hago a la idea-replicó, acariciándose la alianza de boda en la penumbra. No era la de Grecia, sino la que habían conseguido en Inglaterra, cuando se casaron para sus familias. Aún guardaban las griegas, pero éstas habían acusado el paso del tiempo, no como las de platino inglesas.
               -En ocasiones como ésta, me gustaría ser el efecto, y no la causa, y saber cómo supiste que mamá sería la madre de tus hijos-confesé, siendo perfectamente consciente de que era la primera vez que le decía algo así a papá, la primera vez que reconocía que me gustaría que las cosas hubieran sido diferentes… ser yo un fruto de la unión de mis padres, y no su unión, fruto de mí.
               -No tuve mucha elección, pero tampoco importa-contestó tras reflexionar un poco-. La habría elegido a ella siempre, por encima de cualquier otra. Me porté como un crío gilipollas con las demás, pero con ella fui un hombre decente. Y si la hubieras visto como la vi yo, tú también lo habrías sabido. Todos los que la conocíamos lo sabíamos. Yo sólo fui el cabrón con suerte que la dejó embarazada y consiguió enamorarla.
               -Supongo que yo soy el cabrón con suerte que vio crecer a la mía y la hizo enamorarse desde niña, ¿eh?
               -Ser cabrones con suerte nos viene de familia, parece ser-sonrió, revolviéndome el pelo, y entendí lo que mamá había visto en él, lo que veía cada vez que lo miraba, porque yo también lo vi entonces, volví a verlo después de mucho tiempo.
               Volvió a mirarme después de un rato.
               -Me alegro muchísimo de que estés así, S-dijo por fin.
               -Yo también, papá.
               Nos quedamos allí, mirando las estrellas, disfrutando de la compañía del otro. La Luna se desplazó por el firmamento, vigilante. Tanto papá como yo le sonreímos.
               Los dos les habíamos hecho el amor a la madre de nuestros hijos con ella mirando. Los dos abrazaríamos a la madre de nuestros hijos mientras la contemplábamos, exultante en su hermosura.
               Mamá abrió la puerta, tirando de las mangas de su jersey.
               Los dos nos volvimos hacia ella.
               -Estoy cansada, Z, me voy a la cama.
               Papá asintió.
               -No cojáis frío.
               -No, mamá-contestamos los dos, sonriendo. Ella nos miró un momento, con aquellos ojos verdes que me había entregado con tanta generosidad.
               -Mis niños-suspiró, me dio un beso en la mejilla y a papá en los labios-. Sabes a tabaco, Zayn-protestó, disgustada.
               -Pero vas a volver a besarme porque te vuelvo loca, nena-sonrió papá, y mamá se rió en silencio, susurró un suave “eres tonto” y procedió a hacer justo lo que papá había dicho que haría.
               Aparté la mirada para dejarles un poco de intimidad, pues el beso se volvía profundo por momentos. Se separaron, se miraron, las respiraciones formando nubes de vaho en torno a ellos. Sonrieron, se dieron un último beso, más superficial, los dos me miraron, mamá se incorporó, volvió a darme un beso y se metió en la casa.
               Tenía las mejillas sonrojadas por el calor de su amor por mi padre, igual que papá las tenía encendidas por el calor de su amor por mi madre.
               Papá se quedó mirando las estrellas con expresión soñadora; me pregunté si veía a mamá en ellas igual que yo veía a Eleanor. Estaba pensando en el momento en que volvió a casarse con ella, ya con Sabrae con nosotros, en cómo la esperó en el altar y la vio acercarse a él, deslumbrante, con un vestido blanco que incluso yo recordaba, tan sencillo que sería insultante para cualquier otra chica usarlo el día de su boda, pero no para mamá.
               Mamá lo hizo espectacular, mamá lo llevó como si hubiera nacido para llevarlo, brillaba con luz propia gracias a la piel de caramelo de mi madre. Los tirantes, tan finos que casi parecía que le vestido se adhería a su piel por arte de magia, le rodeaban y acariciaban los hombros como le gustaría hacerlo a papá. La tela, de satén, besaba sus curvas y la hacía parecer recién llegada del Olimpo.
               -Estás preciosa-le había dicho papá en cuanto lo alcanzó. Mamá sonrió; llevaba una orquídea blanca, de centro amarillo, colocada en el pelo.
               -Ya verás lo preciosa que estoy esta noche-le había replicado, porque podía ser cariñosa y cantarnos nanas que harían derretirse a cualquiera, pero en el fondo seguía siendo aquella chica del barco que le había dicho una vez: “puede que te ganes un beso, puede que te ganes una bofetada” cuando papá le preguntó qué sucedería si la besaba.
               -¿Por qué? ¿Qué llevas debajo?-había preguntado papá, y mamá había sonreído, mirándolo.
               -Nada-y lo dijo en un tono que no admitía duda, no era una evasiva, era una afirmación rotunda como una casa.
               Recordaba cómo papá se había mordido ligeramente el labio, llevando la lengua a una de las comisuras de su boca, había echado un vistazo al cuerpo de su pronto recién renovada esposa, y había asentido con la cabeza.
               Era consciente de su suerte siempre, pero a veces la realidad de su vida lo alcanzaba y lo golpeaba con la intensidad de un iceberg.
               -Me voy a la cama-dijo por fin, la Luna comenzaba a ocultarse tras unas colinas-. Es tarde. No esperes mucho para acostarte, ¿vale?
               -Mamá te echará de menos-me burlé.
               -Siempre, chaval-replicó-. Es la clave del éxito. Haz que te añoren, incluso cuando te quieren.
               Se incorporó de las sillas en que nos habíamos sentado a contemplar las escasas nubes atravesar a toda velocidad el cielo, como espectadores en un cine que se avergüenzan de tener que ir al baño en mitad de la película, se estiró y soltó un bufido cuando su espalda crujió.
               -Papá-le reclamé, y él me miró-. ¿Crees que estoy enamorado como tú lo estás de mamá?
               -No-espetó sin vacilar-. Pero no es tu culpa. Sólo hay una mujer que te haga sentir lo que yo siento en todo el mundo. Y tú saliste de ella. Y aun así… seamos francos, Scott: yo soy más guapo que tú. Así que es mía. Y es tu madre. Y, si eso no te parase… en fin, siempre he sentido lástima por el hipotético gilipollas que intentara meterse entre nosotros dos. Le sacaría los ojos de mamá.
               -Tengo los ojos de mamá-le recordé, sonriendo, mordiéndome el piercing, y él se echó a reír.
               -Uf, es verdad; quizá el más guapo de los dos no sea yo, después de todo.
               -Los ojos verdes son los mejores-sonreí, alzando las manos.
               -No eres más guapo por eso; eres más guapo porque tienes los ojos de tu madre. No me entusiasmaba el verde, hasta que lo vi en los ojos de ella-me confió, revolviéndome el pelo. Abrió la puerta antes de que yo pensara algo inteligente que responder, así que tiré de una baza secreta: una pullita inocente.
               -Eso, corre a darme un hermano, venga. Escapa ahora que puedes.
               Sonrió, se volvió hacia mí.
               -Reza porque no la deje con trillizos, crío-contestó, cerrando la puerta detrás de mí. Al poco rato, entré yo. La casa estaba quedándose en silencio: mis primos más pequeños ya se habían acostado, mis tías y sus maridos se acurrucaban viendo la televisión, y poco a poco se fueron levantando hasta que me quedé totalmente solo en el salón.
               Abrí Telegram, empecé a hablar con Tommy, hasta que me dio plantón por Layla. No lo podía culpar, la verdad. Ella lo necesitaba más que yo, o al menos podía hacer algo más útil estando con ella que mandándome a mí mensajitos.
               Estaba a media partida del Candy Crush cuando una sombra apareció por la puerta del salón. Era Jazz, que caminaba con seguridad en dirección a la cocina. Me miró.
               -¿Aún despierto, S?
               -Soy un animal nocturno-contesté. La escuché entrar en la cocina, sacar un vaso, llenarlo de agua, vaciarlo, lavarlo y guardarlo de nuevo. Volvió a pasar por el salón, pero se pensó mejor su ruta, y se sentó en el mismo sofá en el que yo me había tirado cuan largo era. Le dejé espacio.
               Se sentó más cerca de mí.
               Yo la miré.
               -¿Qué vas a hacer, Jazz?-pregunté. La televisión iluminaba su rostro con luces cambiantes, de diversos colores, haciendo que adquiriera diferentes texturas. Ella se encogió de hombros, se bajó un poco el tirante de la camiseta, y contempló con regocijo cómo se me iban los ojos.
               Me empecé a dar asco a mí mismo por no saber controlarme ni en esa nimiedad.
               -Estamos cambiados-observó, acercándose más a mí. La tenía prácticamente encima.
               -¿Eh?
               -El año pasado, yo estaba debajo, y tú estabas encima. Puede que nos venga bien experimentar un poco.
               Se pegó un poco más a mí, y buscó mi boca con la suya. Me besó en la mejilla, y yo me quedé quieto, reflexionando cómo podía quitármela de encima sin que montara un escándalo o algo por el estilo.
               Mientras pensaba, llegó a mis labios.
               Pero yo no respondí.
               Incluso cuando capturó mi labio inferior con sus dientes y tiró un poco de él, y eso que, cuando una chica me hacía eso, yo me ponía como loco. No respondía.
               Pero Jazz sólo sonrió ante mi resistencia.
               -Quieres jugar-dijo, o preguntó, no lo sé muy bien.
               -Quiero que pares.
               -¿Por qué?-quiso saber-. El año pasado te encantó lo que hicimos.
               -El año pasado ya ha pasado-expliqué-. Ahora no quiero. Además, tengo novia-decidí soltar, como último recurso, porque ellas se inventaban novios imaginarios cuando los tíos nos poníamos insistentes, para que las dejáramos tranquilas.
               Era humillante, insultante, y por encima de todo patético, que respetáramos más a un tío que no conocíamos que un sencillo y rotundo “no”.
               -Ojalá sea la que te hizo aquello. No hay nada como vengarse-la noté sonreír mientras me besaba por la mandíbula. Volvió a mis labios, y yo ni siquiera cerré los ojos.
               -Tiene que ser frustrante, ¿eh, Jazz? Estar esperando a que yo llegue, y cuando lo haga, no te haga el caso que tú quieres-ataqué, incorporándome un poco, pero ella sólo se rió. No sé si creía que estábamos jugando, o le daba igual lo que yo quisiera.
               Otra que me considera un puto objeto sexual, qué bien, gruñí para mis adentros.
               -Me lo vas a hacer, créeme. Siempre termináis haciéndolo.
               -Ya no soy un crío. Ahora sé controlarme. Y soy más fuerte que tú-añadí, pero ella ni se inmutó de la amenaza oculta que iba en aquella frase-. Es más complicado obligarme.
               -Vamos, Scott, no lo digas de esa manera. Yo no te obligué la otra vez.
               -Ya lo sé. Pero ahora lo estás intentando.
               -Ya veremos.
               Siguió besándome, y yo me puse a pensar en mis cosas. Cerré los ojos, hice cálculos mentales, pero había estado hacía demasiado poco con Eleanor, y… no, ni de coña. No me iba a excitar.
               Pero, por si acaso, decidí repasar la tabla de multiplicar del 27, porque ni borracho le haría eso a Eleanor… pero tampoco era plan de tentar a la suerte.
               Jazz pasó a mi oreja, me mordisqueó el lóbulo, y abrió los ojos y sonrió cuando yo me revolví debajo de ella, incómodo. Me había hecho cosquillas, y algo en mi interior amenazaba con despertar, pero yo luchaba por detenerlo, porque si de verdad quería a Eleanor, tenía que demostrarlo entonces, y no cuando la tenía desnuda, encima de mí, follándome como no me habían follado en…
               Sigue pensando en esas cosas, Scott, así vamos de puta madre, gruñó mi Tommy interior, mi conciencia.
               -Vaya manera de demostrar lo poco que te quieres, Jazz-intervino una voz en la penumbra, y, en un principio, creí que era Sabrae.
               Cuando Shasha dio un paso al frente y dejó que la iluminara la luz de la televisión, no podía dar crédito a lo que veía: ¿Shasha ayudándome? ¿Estábamos locos? Si nos medio odiábamos.
               Las mujeres de mi familia son las putas amas, pensé, orgulloso, cuando continuó, ya con Jazz quieta, vuelta hacia ella, mirándola con desprecio:
               -Y vaya manera que tienes de buscar que te maten. Su novia te arrancaría la cabeza. Te haría la cera por todo el cuerpo con sus propias manos, tú ya me entiendes. No debe de ser muy agradable.
               Jazz puso los ojos en blanco, me miró un segundo, decidió que no valía la pena, y se marchó escupiendo insultos tanto en inglés como en árabe.
               Shasha sólo me miró, esperando un gracias, pero si Tommy era lo suficientemente orgulloso como para dejar las cosas mal con Layla con tal de no reconocer un error, yo era peor todavía. Para algo era mayor que él.
               -Lo tenía todo controlado-gruñí.
               -Estabas a punto de empalmarte-acusó con toda la tranquilidad del mundo.
               -Es mentira.
               -No, no lo es.
               -Qué cojones sabrás tú, si en tu vida has tenido novio, ni sabes cómo funciona esto-ataqué, y ella sólo alzó las cejas. Estaba acostumbrada a que me pasara con ella. Era un poco triste, la verdad. Pero, si le había dolido alguna vez, ahora ya no permitía que le afectara. Le resbalaba todo lo que yo pudiera decirle.
               Fue hacia la cocina, repitió la operación de Jazz hacía unos minutos, y regresó conmigo. Yo estaba mirando el móvil, temblando tanto de ira como de pánico por lo que había estado a punto de suceder. No podía rebajarme al nivel de Ashley. No podía, no debía, no quería, pero… ¿había estado a punto, como decía Shash, o sí que habría sido incapaz, como me gustaba creer?
               -¿Estás bien?
               -Vete a dormir, Shasha-gruñí.
               Hizo caso omiso de mi tono y mi exigencia; se sentó a mi lado en el sofá, se apoyó en mí y me acarició el pelo. Me miró con cariño.
               Shasha no solía mirarme con cariño.
               Yo la miré también, y vi lo que realmente era: una niña que no se merecía cómo la trataba la mayor parte del tiempo, mi hermana pequeña, no la criatura más insoportable del mundo (que también, pero era, ante todo, mi hermana pequeña).
               -Vamos a dormir, venga-animó, dándome una palmada en la pierna. Asentí, me levanté, la seguí hasta nuestra habitación, con una cama inmensa que compartíamos los cuatro, como cuando éramos pequeños y yo me empecinaba en meterlas a todas en mi cama.
               Duna se despertó, sonrió, susurró mi nombre y se arrastró todo lo que el brazo de Sabrae, que dormía profundamente abrazada al costado de la pequeña, le permitió. Sabrae abrió un ojo, preguntándose qué pasaba.
               -Soy yo.
               -Ñam-concedió Sabrae, soltando a Duna, girándose y abrazando automáticamente a Shasha, que suspiró, se apartó su brazo (porque Sabrae tenía la costumbre de abrazarse a todo aquel que durmiera a su lado, costumbre que era culpa mía y de todas las noches en que la saqué de la cuna desde que la trajimos a casa sólo para disfrutar de unos momentos en que Saab era sólo y exclusivamente mía), volvió a suspirar cuando Sabrae volvió a pasárselo por la cintura, asintió con la cabeza y se acomodó.
               Duna se acurrucó contra mi pecho, suspiró con satisfacción, y se quedó dormida. Me volví a sentir bien en cuanto la pequeña se pegó a mí. El malestar que Jazz había introducido en mi alma desapareció con el contacto de Duna.
               Shasha me miró mientras me inclinaba para apagar la luz. Los dos nos quedamos quietos; ella, boca arriba, yo, tumbado sobre un costado, con Duna hecha un ovillo, pegada a mí.
               -Scott-me llamó Shasha en la oscuridad.
               -Estoy bien, Shash.
               -Estoy muy orgullosa de ti-dijo solamente. Yo sonreí, mirando la maraña de rizos de Sabrae, que tapaban a Shasha. Acaricié la cintura de Duna.
               -Ponte a dormir-le dije, como si no fuera lo más bonito y tranquilizador que podría decirme.
               Porque Shasha no se había puesto orgullosa por gilipolleces en su puta vida. Y, desde luego, no iba diciendo que estaba orgullosa por tonterías. Es más, era la primera vez que me lo decía a mí.
               Y la verdad era que sentaba bien.       

56 comentarios:

  1. No me hagas creer Por favor que Scott ha podido estar a punto de engañar a Eleanor, porque te quemó la casa.

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    1. Cómo va a engañar Scott a Eleanor por favor habéis leído 20 páginas de amor incondicional, no dejéis que dos párrafos de mierda os desbaraten todo lo demás

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  2. Erika, estoy enfadada. Por que cojones has dado a entender que Scott ha pensado que podria engañar a Eleanoe???? ESO ES PUTO IMPENSABLE.

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    1. Scott no ha pensado que podía engañarla, ha tenido miedo de no ser capaz de controlarse (porque Jazz es guapa e iba a por él), ni resistirse mucho tiempo mientras se le ocurría cómo salir de esa situación.

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  3. PERO QUE PEDAZO CAPITULO POR DIOS!
    Tiene de todo Eri, desde la ternura y sensualidad que solo puede haber entre Scott y Eleanor hasta el momento familiar, pasando por las putadas entre Scommy (ACA LO MEJOR DE LA NOVELA Y EL MEJOR SHIPP DEL MUNDO POR FAVOR QUE SE CASEN Y SE HAGAN PUTADAS HASTA MORIR. SON DIGNOS HIJOS DE ZAYN Y LOUIS JODER). Pero por favor, admiremos ese final donde Sasha deja claro que está orgullosa de Scott porque YA NO ES UN PUTO CAPULLO ASQUEROSO, AHORA POR FIN HA ENCONTRADO A SU CHICA. AL SOL QUE LO ILUMINA CADA DÍA Y LA LUNA QUE LO ACOMPAÑA CADA NOCHE!!!

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    1. MUCHÍSIMAS GRACIAS ARI AW TE COMO LA CARITA.
      Vamos poco a poco encaminándonos hacia la gran pelea y quiero que lo sintáis como lo voy a hacer yo, así que tenéis que ver todo lo que yo ya sé ^^.
      Uf, lo mejor es sin duda Scommy, lo tengo asumido, es imposible que los supere, es que ni juntando a cada uno con su respectiva amada va a ser posible que se quieran tanto como se quieren entre los dos :(
      Y SHASHA POR FAVOR ES UN PERSONAJE TAN INCOMPRENDIDO Y SCOTT FINGE QUE NO LE IMPORTA PORQUE ES MUY DIFERENTE A ÉL PERO LA ADORA CON TODA SU ALMA Y LA QUIERE CON TODO SU CORAZÓN Y SE SIENTE MEJOR POR CONSEGUIR QUE ELLA SE ENORGULLEZCA DE ÉL QUE POR NO HABER HECHO NADA CON JAZZ AYYYYYYYYYYY MI TIERNÍSIMO MAZAPÁN.

      PD: Scott no fue nunca un puto capullo asqueroso, eso que conste (aquí la mamá leona protegiendo a su camada)

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  4. "Se me grabó a fuego la imagen en la retina, y decidí que el día en que me muriera, sería aquello lo último que experimentara de aquel mundo: el recuerdo de lo que era en ese instante, de cómo tuve una diosa entre mis brazos, cómo le di placer a un ser muy superior a mí en todos los sentidos, y cómo había cumplido con mi misión de hacer imposible que nadie la olvidara."
    SI ESCUCHAIS A ALGUIEN GRITSR SOY YO VALE. DIOS MIO, ES QUE ES PRECIOSO ME DAN ESPASMOS

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    1. Todavía soy incapaz de asimilar que esos párrafos salen de mi mente enferma de verdad

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  5. ANALICEMOS COMO ELEANOR HABLA DE SCOTT CON ERI Y LUEGO COMO SCOTT HABLA DE ELEANOR CON ZAYN.
    ME VOY A TIRAR DE UN TREN EN MARCHA DE LOS PRECIOSOS QUE SON MADRE MIA

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    1. Se copian el uno al otro uf :( se quieren tantísimo

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  6. A ver a ver, que lo estáis entendiendo mal. Scott se ha resistido porque quería ver que le era fiel a El en el sentido de que no le ponían otras y cuando Shasha ha aparecido se ha comido la cabeza pensando en que a lo mejor podría no haber parado, PERO NO HUBIESE HECHO IGUAL DE NO HABER APARECIDO SHAHSHA, POR ESO ELLA LUEGO LE DICE QUE ESTÁ ORGULLOSA.
    ¿¿¿No Eri??? Dime que tengo razón porque si no me pego tres tiros

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    1. DIOS DAKOTA LO HAS EXPLICADO DE UNA FORMA TAN SENCILLA, CLARA Y DIRECTA!!!!!!!! Yo no habría podido decirlo así, tienes TODA la razón del mundo. Puede haber nervios por lo que estuvo a punto de suceder, pero ni viviendo 100 vidas Scott sería tan cabrón como para hacerle eso a Eleanor, sabiendo sobre todo lo que duele que te engañen con otra persona.

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  7. AYYYY NO ESPERABA CAPÍTULO SCELEANOR. ME DUELE EL PECHITO. TE QUIERO TANTO.

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    1. ( ̯͡◕ ▽ ̯͡◕ ) ¡Sorpresa! ( ̯͡◕ ▽ ̯͡◕ )

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  8. "Sonrió.
    -Llevamos un mes y pico de relación, ¿no es muy pronto para hablar ya de hijos?
    -Llevamos quince años-corregí yo-. Lo de un mes y pico, es de sexo.
    Volví a besarla, y la pillé por sorpresa, y sonrió en medio del beso, y no había nada, nada, que supiera mejor que sus besos mientras sonreía."

    HE GRITADO EN TURCO, ÁRABE CHINO Y RUSO, ME VA A DAR UN INFARTO CÓMO PUEDEN QUERERSE TANTO DIOS MÍO!? Después de eso ya pueden venir todas las Jazz que vengan, que como quiere a El no va a querer a nadie.

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    1. PODEMOS APRECIAR POR FAVOR QUE LO QUE MÁS LE GUSTA EN EL MUNDO A SCOTT ES BESAR A SU CHICA MIENTRAS ELLA SONRÍE ay dios mío por qué lo he tenido que crear, me voy a morir SOLA.

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  9. "No había visto una criatura tan hermosa en toda mi vida.Tenía que tatuarla en papel para la posteridad." MADRE DE DIOS. ESTA TAN ENAMORADO QUE ME EXPLOTAN TRES ARTERIAS A LA VEZ. NO ENTIENDO COMO PODÉIS PENSAR QUE PODRÍA ENGAÑARLA POR FAVOR. SI ESTÁ MÁS PERDIDO POR ELLA QUE ADÁN EN EL DÍA DE LA MADRE

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    1. "más perdido que Adán el día de la madre" JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAA ME REVIENTA UN OJO DE LA RISA.

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  10. "Me quedaría con Tommy, evidentemente, llevaba 17 años quedándome con Tommy." SOY SUPER SCELEANOR TRASH, PERO NO HE PODIDO NO CHILLAR LEYENDO ESTO. SCOMMY ES VIDA JODERM

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    1. Scommy es vida
      Scommy es luz
      Scommy es calor
      Scommy es bien
      Oremos a Scommy
      Oh sagrado Scommy
      luz de nuestras vidas
      alimento de nuestras bocas
      caliéntanos con tu fuego
      guíanos por los caminos de la vida
      arrópanos en las noches
      y vela por nuestros sueños
      amén

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  11. "Y luego, con un poco de suerte, pasarías las manos manchadas por su cuerpo, dejarías rastros de lo que la inmortalizaba en su piel, tatuarías la inmortalidad del arte en la mortalidad de la inspiración, y por un momento, material, musa y obra son lo mismo." ME ESTÁN DANDO MIL ESPASMOS. ES BÉCQUER RESUCITADO. LA AMDRE QUE ME PARIÓ

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    1. ES EL MEJOR PÁRRAFO DE LA PUTA NOVELA POR FAVOR ESE OXÍMORON O COMO COÑO SE LLAME DE LO DE INMORTALIDAD DEL ARTE Y MORTALIDAD DE INSPIRACIÓN, CHILLO EN ESLOVENO.

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  12. Se nota un montón que sceleanor son tu pareja fav. Cuando escribes sobre ellos puedes apreciar la magia que fluye en los capítulos y eso no pasa con ninguna otra pareja de la novela

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    1. Me inspiro muchísimo con ellos porque estoy pensando la mayoría del tiempo en ellos dos; no tengo a Tommy con Diana o Layla o Chad con Aiden tan presente como tengo a Eleanor y Scott.
      Y, si te soy sincera, no me parecería justo usar alguna de las frases que me imagino para Eleanor con Layla o Diana, o las que me inspira Scott con Tommy o Chad... sería un poco fraudulento

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  13. "Podría decirme que 2+2=cacatúa perfectamente y yo no notaría nada raro en esa sencilla operación" ES TAN SUBNORMAL
    CREO QUE LE QUIERO

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  14. PODMEOS IMAGIANRNOS POR FAVOR A DOS MINI TOMMY Y SCOTT LLENOS DE PINTURA.
    ME EXPLOTA EL CORAZÓN

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    1. Gracias por volver a poner esa imagen en mi conciencia de verdad lo aprecio un montón

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  15. DIOS MIO. LO DE EL NOMBRE DE SCOTT ESCEITO ME RECUERDA A CUANDO EN IT'S 1D BITCHES LOUIS LE ESCRIBÍA A ERI LA L EN LA CADERA Y LUEGO POR EL CUMPLEAÑOS DE LOUIS, ELLA SE LA TATUABA. HAZ QUE ELEANOR HAGA LO MISMO. SERÍA UN PARALEL DE LA HOSTIA.

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    1. ASÍ ME GUSTA MY HOMMIES SIGUIÉNDOME A LO LARGO DE LAS PENURIAS QUE SE PASARON EN ESTE BLOG EN 2012 TE VOY A COMER LA CARA quería hacer un homenaje a la primera con esa parte ☺



      En realidad, siempre me ha parecido cuqui eso de escribir tu nombre en alguien a quien quieres si él también quiere, porque después sería como seguir un poco juntos aunque estuvieseis separados.

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  16. "Y me puse en modo fanboy, evidentemente, porque tenía una novia que era para lucirla." DIOS DE MI VIDA. ESTA PILLADISIMO. TAN PERO TAN PILLADO. PUFFF.
    SI MI FUTURO Y PROBLABLEMENTE NO POSIBLE NOVIO NO HABLAN ASÍ DE MI, NO DEJO.

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    1. Imagínate, ya pasada la pelea, a Scott llevándose a Eleanor por ahí y luego enseñándole las fotos a Tommy en plan "MIRA QUÉ GUAPA ESTÁ EN ESTA PLAYA Y POR AQUÍ ÍBAMOS SUBIENDO POR EL SENDERO Y SE CAYÓ Y SE ECHÓ A REÍR Y AWWWWWW MI NIÑA PRECIOSA".


      Necesito sentarme.

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  17. Mi corazón es más SCELEANOR y explota. Jurado.

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  18. "Llevamos quince años-corregí yo-. Lo de un mes y pico, es de sexo." ESTO NO RESUME TODO VAMOS

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  19. "Su novia te arrancaría la cabeza. Te haría la cera por todo el cuerpo con sus propias manos, tú ya me entiendes. No debe de ser muy agradable." Esperemosnqie si novia no se entere xd

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    1. BUAH buena es Eleanor, lo suyo es suyo y no lo toca ni Dios

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  20. "En que tú les das sentido a todos los talentos que tengo." ME HA EXPLOTADO LA AORTA WNO

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    1. A t o d o s sus talentos
      (╭☞ ͡ ͡° ͜ ʖ ͡ ͡°)╭☞

      (incluidos los amatorios)

      (no estoy bien)

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  21. PODEMOS HABLAR DE QUE LE HA DICHO QUE LLEVAN SALIENDO 15 AÑOA. O SEA HASTA LUEGO JODERM

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    1. Scott es una criatura tan preciosa necesitamos protegerlo :(

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  22. "Te equivocas-me corrigió-. Me esperaba el cielo. Me has dado el cristiano, el tuyo, el de los griegos y los egipcios, el budista… a la vez. Pero te agradezco que lo escondieras-me confesó-. No soportaría verte con ninguna otra si supiera cómo eres, o de lo que eres capaz-tomó aire y lo soltó-. Te doy las gracias por este fin de semana que me has dado, por la vida que me has dejado vivir hasta ahora… y por la que espero que nos aguarde. Si tú quieres." HABLEMOS DE LO CUQUISIMA QUE ES ELEANOR AY. ME DUELE LA PATATA.

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    1. Le quiere tantísimo por favor es hermosa en todos los aspectos

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  23. "Te amo-me dijo en español, porque los te quieros ya se nos quedaban pequeños." ESTO SE LO LEÍ UNA VEZ A UNA CHICA EN UN COMENTARIO QUE TE ESCRIBIERON Y CASI CHILLE AHORA QUE LO HE LEÍDO AQUÍ HE CHILLADO TANTO QUE ME HAN ESCUCHADO EN NORUEGA

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    1. LO PUSE EN HONOR A ELLA, ESPERO QUE RECUERDE EL COMENTARIO QUE ME DEJÓ
      Fue en Inshallah, por cierto ☺

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  24. SE VA A TATUAR SI NOMBRE. DIOS MIO. LO ESTOY VIENDO VENIR.

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    1. Vamo a calmarno
      Eleanor va a hacerse algo en honor a Scott, pero no va a ser tatuarse

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  25. "Sonreí, saqué las llaves, salí del coche, que empezó a deslizarse hacia atrás-. ¡Scott! ¡EL FRENO DE MANO!-bramó mi abuelo" ME ESTOY DESCOJONANDO COSA MALA. AIUDA

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    1. Como para que lo dejen ir al espacio, éste se las apaña para estamparnos la Estación Espacial Internacional en la Sagrada Familia, ya verás

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  26. Me va a explotar un pie cuando lea la pelea... En serio Scommy son lo puto mejor y me duele todo sólo de imaginarmelos inspirándose o pegándose

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    1. Yo me voy a serrar un pie cuando la escriba porque cuanto más me imagino más movida hay y uf, va a haber una tensión que si no me revienta un párpado, me revientan los dos

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  27. La pregunta más difícil de tu puta existencia:
    SCELEANOR o SCOMMY?

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    1. Scommy sin duda, lo siento Eleanor, bros before hoes

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  28. Sceleanor me da la vida, me tienen enamoradísima estos dos. Y los Malik son los putos amos, larga vida a la familia Malik y al Rey de reyes, Scott.
    Y sí, te comento en año nuevo porque me acordé de que no había terminado este capítulo y no podía dejar que pasara ni un minuto más de este nuevo año sin leerlo. Así que ya que estoy, feliz año nuevo y que el 2017 te depare experiencias buenas y bellas.

    - Ana

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    1. AYYYYYYYYYYYYY porfa eres más mona ❤ además, eres el primer comentario del año, no todo el mundo tiene ese honor ^^.
      Feliz año nuevo y que sigas disfrutando de mi novela ❤

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