martes, 30 de agosto de 2016

Copos de nieve.

Decir que aquellas Navidades fueron las mejores de la historia sería quedarse corto.
               Porque volvimos a ser una familia, como cuando yo era pequeño.
               La abuela Maura accedió a ir a Dublín, abandonando sus plantas. Me dijo que tendría que recompensarla dándole muchos bisnietos.
               -Con esa chica con la que tanto estás-me dijo, nada más entrar en casa-. Es muy guapa.
               -¿Kiara?-pregunté, y asintió, tirándole el abrigo a papá, diciéndole que tuviera modales. Ella no lo había criado para eso-. Es como una hermana para mí.
               -Pues menos hermanarse y más procrear, vena.
               -Mamá, ni siquiera tiene 16 años-recriminó papá. La abuela se giró a mirarlo. Tenía una expresión asesina en la mirada.
               -Tiene tus genes. Debería gustarle-sí que me gustaba-. Confío en que sea listo como su madre, porque si tenemos que fiarnos de ti…
               -Gracias por ese apoyo, mamá-bufó papá por lo bajo, llevándose su abrigo. La abuela se puso de puntillas, mirándolo.
               -¿Qué has dicho?
               -Que voy a hacer pollo-soltó papá, cerrando una puerta tras de sí. La abuela empezó a despotricar sobre lo poco glamuroso que era preparar pollo en Nochebuena o Navidad. “Y más viniendo la madre de tu hijo y tus casi suegros a cenar, se te tendría que caer la cara de vergüenza, Niall”.
               Mamá y los abuelos llegaron media hora antes. Fui a recibirlos. Repartí besos. Abracé a mamá con muchísimo amor. Me gustaba eso de no tener que turnarme para ver a mi familia en Nochebuena.
               -Me alegro de que estés aquí, mamá-sonreí, y ella me acarició el pelo. Me besó. Me limpió un poco de suciedad de la mejilla.
               -Yo también me alegro de estar, mi amor.
               Se había puesto maquillaje. Fue al encuentro de papá, que estaba hablando con su casi familia política, animado, mientras se asaba una merluza. Mis padres se abrazaron, papá echó un vistazo a mamá.
               A sus ojos ligeramente maquillados.
               A los pendientes de platino que él le había regalado hacía tiempo.
               Al colgante que le compramos entre los dos en su primer Día de la Madre.
               A la blusa blanca, con un escote en el que se entrevía un sujetador negro.
               A la falda negra, de cuero y de tubo, que le realzaba la figura.
               Y los zapatos de tacón.
               -Estás muy guapa, Vee-sonrió papá. Le acarició la cintura. Mamá se dejó hacer. Incluso se pegó un poco a él.
               Mis abuelos sonrieron.
               -Ha sido idea nuestra-empezó mi abuelo.
               -Ni se te ocurra, papá-advirtió mamá.
               -Iba a traer un jersey y vaqueros, pero su madre le dijo “Victoria, es Nochebuena, vamos a casa de tu casi marido, haz el favor de adecentarte un poco”.
               Cuando la abuela llamaba a mamá “Victoria” y no “Vee”, temblaba el suelo. Se cubría el cielo. Los volcanes se calentaban. “Victoria” era sinónimo de bronca en casa de mi madre.
               Nadie la llamaba por su nombre completo. Dudaba que los compañeros de banda de papá supieran cuál era.
               -Pues estás muy decente, Victoria-se burló papá, mirándola. Mamá puso los ojos en blanco, hizo ademán de separarse de él, pero no se lo permitió.
               -Me alegro que me consideres presentable para la abuela de mi hijo, Niall James-replicó mamá, sonriendo. Los dos se miraron como si fueran los únicos solos en la habitación.

               Mis abuelas se saludaron con cariño, haciendo caso omiso de mis padres. Pronto llegó mi otro abuelo, y los cuatro se pusieron a jugar a las cartas mientras papá y yo terminábamos con la cena.
               Mamá y papá no dejaron de tontear mientras lo ultimábamos todo. Papá le pasó una mano por la cintura un par de veces. Mamá se rió todas. Dio un sorbo de su copa de vino en algunas ocasiones.
               Estaban emborrachándose, pero no de alcohol. De años y años de tensión sexual, que fluía lentamente, el canal abierto por fin.
               Como siempre, mi tío Greg se retrasó. Lo esperamos con paciencia. Nos entretuvimos con los típicos dulces navideños. Cuando por fin nos honraron con su presencia, mis dos abuelos paternos le echaron una bronca increíble. Mi tío se excusó en que su mujer había tenido problemas en la ducha.
               Mamá y papá se miraron. Papá estaba bebiendo una cerveza entonces. Sonrió levemente. Sí, mis padres también habían experimentado ese tipo de problemas con la ducha en un par de ocasiones.
               Me dolía la tripa después de cenar, pero estaba pletórico. Kiara me mandó varias fotos con lo que había comido. Estaba todo mucho más currado que lo mío, la verdad. Tenía el emplatado propio de un restaurante pijo, aquellos a los que siempre amenazaba con llevarla.
               A pesar del malestar por hacer una digestión demasiado pesada, estaba feliz. Ayudé a papá a recoger los platos; mamá intentó echarnos una mano, pero la detuvimos con un:
               -Siéntate ahí, Vee/mamá.
               Se quedó sentada en la cocina mientras fregábamos, vaciando una botella de vino. Los dejé solos. Por fin, papá se giró. Se miraron largamente, decidiendo si estaban pensando en lo mismo. Si tenían apetitos similares.
               -Chad tiene una guitarra nueva. Está en el estudio, ¿quieres verla?
               Mamá sonrió.
               -Claro.
               Se metieron en el estudio y cerraron la puerta.
               Incluso si no supiera de sobra lo que iban a hacer, no se me habría escapado. Los había visto demasiadas veces después de acostarse. Sabía identificar las señales, como la sonrisa tonta de papá cuando cerraba la puerta de la habitación de mamá y se encaminaba a la de la calle, no sin antes revolverme el pelo y decirme que me portara bien.
               O el pelo revuelto de mamá cuando atravesaba el pasillo, dándome un beso en la mejilla antes de irse, y diciendo que me portara bien.
               Tuvo que ser bestial, porque salieron con los ojos chispeantes, la piel brillando, mordiéndose los labios, mirándose de reojo, y arreglándose la vestimenta. No se me escapó el botón desabrochado en la camisa de papá, ni el botón que faltaba en la blusa de mamá, dejándole un escote aún más pronunciado. Tampoco me pasaron desapercibidas las arrugas de su falda de cuero.
               Ni que estaba unos 10 centímetros por encima de su posición anterior, media hora antes.
                Mamá no llevaba medias. No las soportaba.
               Era algo que a papá no podía parecerle mejor.
               Todos los presentes fingimos no darnos cuenta… y disimulamos una sonrisa. Queríamos que se casaran urgentemente. Que me dieran un hermano, pero ya.
               Yo preferiría una hermanita. Podríamos llamarla Saoirse.
               Me hacía gracia cómo todos queríamos que mis padres estuvieran juntos… incluidos mis padres. En realidad, sólo ellos sabían por qué seguían separados.
               No era como si mis abuelas los animaran a juntarse, a que mamá se pusiera guapa, o que papá “fuera un hombre decente, y le llevara flores”.
               “Es el padre de tu hijo”, decían, “es la madre de tu hijo”, decían.
               Se callaban, nos callábamos, que deberían ser “tu marido” y “tu mujer”.
               La noche avanzó. Papá miraba el reloj con nerviosismo. No quería que mamá se fuera tan pronto.
               -¿Te quedas a dormir, mamá?-espeté, jugando sucio. Yo era la mejor baza de papá, el as en la manga de mamá. Todos me miraron, decidiendo si aquella jugada haría que pasaran la noche juntos.
               Sí, lo hizo.
               -La verdad es que no me apetece dejarte solo hoy-sonrió, estrechándome entre sus brazos. Toda la estancia se evaporó. Incluso yo me evaporé. Miró a papá. Papá la miró a ella.
               -Ya sabes que ésta es tu casa, Vee.
               Mamá sonrió, feliz.
               -Sí que lo es.
               Papá sonrió, igual de feliz.
               Enseguida nos dejaron solos. Me ofrecí a guardar los platos mientras ellos se quedaban en el salón. Les anuncié que me iba a dormir, interrumpiendo una buena sesión de besuqueo de adolescentes atrapados en cuerpos de 40 años. Se separaron y me miraron, asintieron. Me dieron las buenas noches, me desearon un buen descanso.
               El que ellos no tuvieron, porque no dejaron rincón en aquella casa sin profanar con su sexo salvaje y desenfrenado. Parece ser que Daidí na Nollag no sólo trae regalos: también trae excitación.
               Por suerte, yo no los escuché. Me puse tapones y les dejé hacer.
               Me desperté temprano, con dolor de estómago.
               Los dos segundos en que tardé en darme cuenta de qué día era fueron los mejores de mi vida.
               25 de diciembre.
               Faltaban 9 horas para que viera a Aiden.
               Me puse histérico nada más subir la persiana. Estaba nevando. ¿Y si lo cancelaba? ¿Y si no lo cancelaba? ¿Adónde iríamos? ¿Qué haríamos? Vivía en las afueras, ¿y si en el centro había una tormenta impresionante? ¿Y si cerraban el metro, porque todas las líneas salían en algún momento a la superficie?
               ¡Si no había metro, tampoco habría bus!
               ¡Yo no podía llegar al centro!
               ¿Qué pasaba si yo no aparecía? ¿Se lo tomaría mal?
               ¡¿Y si no llegaba él?! ¡Lo esperaría 50 años bajo una ventisca! ¿¡Qué pasaría si era él el que no podía venir?
               ¿Y si se echaba atrás?
               ¿Y si usaba la tormenta como una excusa?
               ¿Y si se tomaba la tormenta como una señal?
               Creo que me está dando algo.
               Salí de mi habitación. Temblaba como una hoja. Me metí en el baño. Me senté en el suelo, frente a la ducha. Apoyé la frente en el cristal frío de la mampara. Me concentré en respirar.
               Sólo respirar.
               Me latía el corazón a toda velocidad. Y me sudaban las manos. Intenté convencerme de que no había por qué ponerse así. Había salido con gente un montón de veces. Más con chicos, que con chicas. No era nada nuevo para mí.
               Sí, ya. Como si fuera tan fácil quitarle lo especial de verlo a Aiden.
               Escuché pasos por el pasillo. Me incorporé. Me lavé la cara. Me eché el pelo hacia atrás. No quería que mis padres se preocuparan. Llamaron con los nudillos suavemente a la puerta. Me froté la toalla (más bien intenté arrancarme la piel de la cara con ella), luchando por controlar mis espasmos… y lo conseguí. De momento.
               Abrí la puerta. Era papá, que alzó las cejas al verme.
               -Te has levantado temprano.
               -Los nervios por abrir los regalos-expliqué. Se echó a reír, me revolvió el pelo y se metió en el baño. No corrió el pestillo. Ninguno de los tres lo corría.
               Fui hasta la cocina. Volqué la cafetera en un colador. Contuve un sollozo, ¿por qué tenía que pasarme todo a mí? Volví a ponerla. Me senté. Me peleé con un par de galletas. Me olvidé de mi café. Las tomé con un refresco. No fue una buena combinación.
               Me quedé mirando por la ventana. El tiempo empeoraba a pasos agigantados. Era una señal, sin duda.
               Papá salió del baño. Se dirigió al salón. Se volvió sobre sus talones, extrañado de no verme allí. Los regalos estaban intactos.
               -Chad-dijo, viéndome mirar con melancolía por la ventana. Di un brinco. Estaba ocupado, pensando en cómo los elementos no querían que Aiden y yo estuviéramos juntos. No era justo, ¿por qué el destino había querido darme una oportunidad, y ahora se reía de mis esperanzas de aquella manera? Tenía ganas de vomitar-. ¿Estás bien?
               -Claro, ¿por qué no iba a estar bien?-contesté, cogiendo con manos temblorosas la taza con el refresco. Hice una mueca. Era light. No me gustaba light.
               -Porque aún ni te has acercado a los regalos… y estás comiendo galletas para desayunar-constató. Papá era un genio. No se le aplicaba eso de “los rubios son tontos”. No era rubio natural-. ¿Estás tomando Pepsi con las galletas?
               Noté cómo se me encendían las mejillas.
               -Todavía no estoy muy despierto-me excusé. Vacié el contenido de la taza en la que cabría el equivalente al agua de una piscina olímpica en el fregadero. Salí disparado al salón. Rasgué con entusiasmo los papeles de regalo. ¡Joder, una batería eléctrica!
               Tal cual estaba, habría preferido una pistola para pegarme un tiro en la boca, pero aquello me servía.
               Mamá me había comprado unos zapatos que había mirado por internet. Lo había hecho a posta. No quería que se rompiera la cabeza buscando un regalo que me gustara. Tenía la impresión de que ella consideraba mis regalos decepcionantes al lado de los de mi padre. A mí me gustaban igual. Venían de ella, después de todo.
               Mamá fue la última en levantarse. Era lo que tenía no estar acostumbrado a salir a correr cuando sale el sol, ni estar hecho un manojo de nervios. Me tranquilicé un poco al verla. Se había puesto unos pantalones de pijama de los que tienen tela gordita. Me sonrió nada más verme, y me besó. Daba unos besos calentitos como una taza de sopa cuando estás enfermo.
               También le dio un beso en la mejilla a papá.
               -Podéis morrearos-les dije, y los dos me miraron-. Sé que habéis pasado la noche juntos. En la misma cama, vaya.
               -¿Tanto se nos nota?-suspiró mamá, cansada.
               -Llevas una camiseta de papá.
               Los dos inclinaron la cabeza hacia un lado. Al unísono. Era lo que hacíamos los tres cuando procesábamos algo.
               Papá tenía una millonada de camisetas. Algunas las usaba yo también. Y terminaban en el armario de mamá por inercia: yo me dejaba ropa en su piso, ella la recogía y se terminaba apropiando de ella.
               Pero yo sabía que esa camiseta seguía perteneciéndole a papá.
               No perdían mis regalos.
               -Se la compré para su 39º cumpleaños-expliqué. Papá dejó escapar una risa por las fosas nasales, acercándose su taza a los labios. Mamá se mordió el labio inferior, intentando no sonreír. Se pasó una mano por el pelo. Miró a papá. Papá la miró a ella.
               Yo me fui de la cocina antes de que la tensión sexual explotara entre ellos y me viera obligado a presenciar cómo echaban un polvo. Yo comía en ese lugar.
               Me fui poniendo peor y peor a medida que avanzaba la mañana. Papá no se dio cuenta, pero mamá sí. Vino a verme a mi habitación. Estaba mandándole mensajes histéricos a Kiara cuando acarició la puerta abierta con los nudillos, pidiendo permiso. Dejé a Kiara en leído. Ella odiaba eso.
               Mamá se sentó a mi lado. Me apartó un par de rizos negros de la cara. Sonrió. Me dio un beso en la mejilla. Dejó que me apoyara en su hombro. Se sentó sobre la almohada, con las piernas estiradas, acariciándome el pelo. Hundía sus dedos en mis rizos. Me tranquilizaba un montón.
               -No tienes que preocuparte.
               -Mira el tiempo que hace, mamá-me lamenté, señalando la ventana. Sus ojos atravesaron la tormenta de nieve. Se perdieron en el intento.
               -¿Lo consideras un problema?
               -¡Claro que sí! ¿Qué se supone que vamos a hacer con este temporal? ¿Y si cierran la línea de metro? ¿Y si no hay autobuses?
               -Podemos llevarte nosotros.
               -¿Y si se queda atascado el coche?
               -Puedes ir caminando.
               -¿Y si me quedo yo atascado en la nieve?
               -Seguro que tu padre puede llamar a un helicóptero, o algo por el estilo-sonrió.
               -¿Y si él no llega?
               -Vas tú a su casa. ¿Sabes dónde vive?
               -No.
               -No importa. Encontraréis la manera de juntaros-sus ojos vagaban por la ventisca, soñadores. Igual que tú y papá, pensé, pero no se lo dije. Ya me había ganado mi bronca anual por intentar meterme entre ellos dos.
               -¿Qué haremos después?
               -¿Es un problema?
               -Pues…
               -Si es un problema, y tiene solución, ¿por qué agobiarse? Y si es un problema que no tiene solución, ¿por qué agobiarse también?
               Me revolví a su lado. Fruncí el ceño. Ella sólo se rió.
               -Mamá, lo estoy pasando mal, te agradecería que no…
               -Estás igual que yo cuando tu padre me pidió que me casara con él.
               Gemí.
               -No quiero decirle que no a Aiden, mamá.
               -No se lo dirás-me tranquilizó. Dejé de temblar. Mi pulso se normalizó. Si tuve fiebre, se me pasó un poco. Me empezó a entrar sueño.
               ¡No podía dormirme! ¡Tenía que ducharme, buscar qué ponerme, rezar por que se despejara el cielo, mirar el parte meteorológico cada cinco minutos! ¡Tenía muchísimo que hacer!
               -¿Estarás bien si te dejo solo? Quiero ayudar a Niall con la comida.
               -Sí.
               Me besó la frente. Me tapó con cariño.
               -No soy un bebé, mamá.
               -Tú siempre serás mi bebé, C-replicó, besándome la frente. Le pedí que cerrara la puerta al salir. No me hizo caso. Así son las madres.
               Volví a sucumbir a los nervios. Lo conseguí ocultar mejor. La abuela no me lo notó cuando vinieron a comer.
               No, hasta que no dejé caer la cuchara de la sopa en un plato lleno a rebosar.
               -No quiero más-anuncié, perplejo. Era mi plato favorito. Crema de nécoras. Me pasaba el año contando los días para que fuera Navidad y poder comerla. Mis padres siempre me decían que la harían cuando yo se lo pidiera.
               Pero no quería arruinarla.
               Era especial.
               Y ahora… no me entraba en el estómago. Casi me repugnaba su olor. Me estaba mareando. La cabeza me daba vueltas.
               En 4 horas veía a Aiden.
               -Pero, ¡Chad!-riñó la abuela-. Si no has comido nada aún, no puedes…
               -No tengo hambre-expliqué-. Se me ha cerrado el estómago.
               -¿Te encuentras bien?
               -Sí, claro, es sólo que… he desayunado tarde.
               -Son los nervios, mamá-soltó papá. Traidor. Tú no deberías ser el segundo más querido de One Direction. Deberías ser el menos.
               -¿¡Nervios!?-tronó la abuela-. ¿Por lo de Aiden?-me miró, acusadora. Le habíamos terminado contando por qué no quería ir a Mullingar ese año. Y, aunque lo había aceptado, le había dolido un poquito con qué facilidad la cambiaba por un chico al que sólo veía en el instituto. Le debía la vida a ella-. ¡Si sólo vais a dar una vuelta! ¿Qué será de ti el día que te cases?
               -Igual no se casa, como su padre-se jactó papá.
               -Se va a casar, porque no es imbécil, como su padre-contestó la abuela. Papá puso los ojos en blanco.
               -Además, si no lo hace bien hoy, no habrá día en que se case-me apoyó mi abuelo. O lo intentó. Creo.
               -Gracias, abuelo-solté yo, lanzándole una mirada de soslayo, mientras mi otra abuela soltaba un:
               -¿Te callas, Kevin?
               -Pues vas a comer-soltó mamá, dura-. No voy a arriesgarme a que te dé cualquier cosa con el día que tenemos porque lleves el estómago vacío.
               -Pero… ¡papá!-supliqué, volviéndome hacia él.
               -Ya has oído a tu madre.
               Y no se habló más. Me peleé con la crema de nécoras. Ni probé el pescado. Me dieron un poco de carne. Eché mucho de menos tener un hermano al que echarle un poco de comida a su plato para que pareciera que había comido.
               Fregué los platos. Me peleé con papá para hacerlo. Se quedó para ayudarme a secarlos.
               -Chad…-empezó, y yo me detuve-. Eso azul… es el dibujo del plato. Por mucho que frotes, no se lo vas a quitar.
               Me puse colorado.
               -Vete a prepararte, venga.
               Me metí en la ducha. Me lavé el pelo. Estuve a nada de pasarme la maquinilla de afeitar de papá, a pesar de que tenía las mejillas tan calvas como cuando nací.
               Eso sí, casi vacié una de las cremas hidratantes que mamá se había traído de casa. Pero no se me iban las ojeras. Parecía un puto oso panda, sólo que sin la parte adorable. Cualquiera diría que me iba a un concierto de heavy metal.
               No tenía nada que ponerme. Kiara vino a verme después de que le mandara una tonelada de audios y dos millones de fotos de combinaciones de ropa.
               Traía su maletín de maquillaje.
               -Dios mío, menudas ojeras tienes… más bien te tienen ellas a ti-soltó. ¿Quién necesita amigos hetero de tu mismo sexo y color pudiendo tener a una amiga lesbiana negra que te suelta esas cosas?-. Menos mal que me he traído mi bolsita mágica…
               -No me vas a maquillar, Kiara.
               -Pareces un buitre, mira qué bolsas tienes en los ojos, no te voy a dejar salir así.
               -¡QUE NO ME VAS A MAQUILLAR, KIARA, JODER! ¿PODEMOS CENTRARNOS?
               Alzó las cejas, chasqueó los dedos, en el típico gesto de “biiiiitch, whaaaaaaaaaaaaat?” que les veíamos a las mujeres de su color en las películas.
               -Vaya, vaya, parece que alguien está en sus días-espetó, apartándose las trenzas de la cara. Su indignación con la menstruación era legendaria. La recordé un día tirada en la playa, negándose a quitarse los shorts y diciendo que si quería que nos bañásemos, tendría que ser con ellos. Y yo la puteaba.
               Porque no me daba cuenta de lo que le pasaba.
               -¡Dios mío, Chad, eres tan imbécil cuando te lo propones! ¡Estoy autodestruyéndome por dentro! ¿Lo pillas? ¡Soy un puto surtidor ahora mismo! Lo mejor de todo es que me es totalmente inútil este ciclo mío-atención, la frase estrella, la que debería calificarse como LA FRASE-. ¿Por qué tenemos que tener la regla las lesbianas? ¡En serio, es totalmente absurdo! Yo no le doy a dar uso, ¿por qué tengo que sufrir lo que sufren las hetero, me lo puedes decir tú, Chad?
               -Para compensar-contesté yo, y ella me dio un puñetazo en los huevos. Sin miramientos. Sin vacilar. PUM. Huevos revueltos para cenar. Me doblé sobre mí mismo, soltando todo el aire.
               -¿A que jode? Pues imagínate eso, una semana entera.
               No volví a incordiarla con eso jamás. Incluso le llegué a comprar dulces. Hasta que empezó a excusarse tanto en la regla que le venía 3 veces al mes. Y yo tampoco era tan gilipollas.
               Se sentó en el borde de la cama. Sacudió la cabeza con cada cosa que le sacaba, hasta que rescaté un jersey olvidado. Era de color crema suave.
               Dio un brinco y cogió unos vaqueros.
               -Con las botas de color café…-meditó. Abrió el zapatero. Las sacó. Lo colocó todo en línea-. ¡Ay, Chad!-festejó, mirándome-. ¡Vas a parecer un rollito de canela!
               Me quité la ropa sin ceremonias. Se la tiré encima. Me vestí. O, al menos, lo intenté.
               Porque me dio por tratar de meter la cabeza por las mangas del jersey. Y Kiara tuvo que terminar echándome un cable.
               Me até los cordones y me miré en el espejo. Se levantó, se frotó las pantorrillas y se puso de puntillas por detrás de mí, para ver lo que yo veía. Y para ver si me gustaba lo que estaba viendo.
               -Estás muy guapo-me sonrió. Yo la miré.
               -Eres la mejor, K.
               -Ya lo sé. Mira qué obra maestra he hecho contigo-me cogió de la mano. Me hizo darme una vuelta sobre mí mismo-. Ay, por dios. Me apetece repetir lo de aquella vez, y todo, fíjate.
               -Vale, K, gracias por la aportación.
               -Puede que Aiden le guste mirar.
               -Eres agotadora, Kiara.
               Sonrió, tocándose el piercing de la nariz.
               -Bien, ahora que ya estás vestido para matar… ¿quieres que te acompañe hasta el centro?
               Era un sol. Le di un beso en la nariz. Ella se echó a reír.
               -K…-empecé, mirándola. Ella sacudió la cabeza.
               -Lo sé. Yo también.
               Se colgó de mi brazo nada más salir de la casa. El viento me revolvía el pelo. Sus trenzas sólo danzaban por la espalda. Eran más bien látigos ociosos que mechones de pelo enredados entre sí. Nos subimos a un bus que avanzó despacio: lo único rápido en él, eran los limpiaparabrisas. Nos sentamos en los asientos del fondo, con las piernas estiradas, los pies apoyados en los asientos que teníamos delante.
               Intenté regresar a casa en cuanto nos bajamos del autobús. En el centro hacía mejor tiempo que en las afueras. Quizá fueran los rascacielos.
               Pero Dublín estaba recubierta con un manto de nieve más o menos permanente. Se acumulaba en las aceras, haciendo una especie de barricada en los desagües. La carretera se quedaba más o menos con una fina capa nívea.
               Los copos de nieve caían sin cesar. Eran pocos, pero valientes. Kiara se subió un poco la bufanda, soltándome. Fue el momento que aproveché para dar la vuelta, cambiar de rumbo y perderme entre la multitud. Me dejé arrastrar por ella hasta una pequeña plaza.
               Kiara me alcanzó allí.
               -¿Qué te pasa, Chad?
               -Esto es una señal. Deberíamos volver a casa. Te invito a una taza de chocolate-le dije, pero ella negó con la cabeza.
               -Vas a ver a Aiden. Venga-me volvió a coger del brazo. Me arrastró un par de calles más allá. Aún era temprano. Decidimos caminar. En el metro haría más frío.
               Además, un montón de gente resbalaba y se caía en las escaleras de acero, empapadas en esa época del año. El ayuntamiento las renovaba cada otoño, reforzaba sus dibujos, pero sus esfuerzos eran inútiles. Se destruía bastante más rápido de lo que se construía.
               Las calles con más turistas estaban llenas a rebosar de puestos con comida caliente. Kiara se acercó a estudiar unas manzanas rojas, cubiertas de caramelo, que brillaban como si tuvieran una vela en su interior. Revolvió en su abrigo hasta encontrar la cartera.
               Momento que aproveché para escaparme de nuevo… no conseguí llegar muy lejos. En mis prisas, me resbalé con un montón de nieve que cubría una capa de hielo, me deslicé sobre un pie hasta una columna, y me salvé en el último momento de una caída épica agarrándome a una papelera.
               Kiara sonrió, acercándose a mí.
               -¿Eso también es una señal?
               -Cállate-le espeté. Prefería que me dejara tranquilo. Me dejaría arrastrar hasta el centro. Y si Aiden no venía, pues… me iría a casa, me encerraría en el baño, y lloraría.
               Eran las cinco y media y estábamos a medio kilómetro del punto en el que me vería con Aiden. Kiara, en su infinita sabiduría, decidió meterme en una cafetería para hacer tiempo. Pedí un chocolate caliente.
               Se lo terminó bebiendo ella.
               Yo estaba temblando como una hoja. Al menos, tenía la excusa del frío.
               Se relamió y se limpió los restos de chocolate con una servilleta. Yo no paraba de mirar el reloj. Para colmo, el que tenía enfrente era digital. 17:37.
               17:39.
               17:40.
               17:41.
               A las 17:46, Kiara me cogió la mano.
               -¿Quieres que vayamos hacia allá?
               Ahora, estaba convencido de que había entendido mal a Aiden. Seguro que habíamos quedado a las 5 y yo, como un estúpido, me había quedado con la copla de que era a las 6. Puede  que fuera a las 5 y media. Tenía más sentido. A esas horas, todavía había un poco de luz.
               No podíamos haber quedado en serio a las 6. Era de noche.
               Dejamos un billete de cinco euros en la mesa, nos levantamos, y salimos de nuevo a la calle. Me ajusté el gorro y avanzamos lentamente en dirección al enorme monumento que se erguía en el corazón de Dublín.
               El monumento de O’Connell, el que había conseguido que Irlanda recuperara su propia religión… y el que había empezado a sacudirnos de encima el yugo británico.
               Cuando nos topamos con el monumento, me detuve en seco. Estábamos cobijados en una esquina de una calle que moría, o nacía, en uno de los puntos más importantes de la ciudad. Normalmente, la plaza estaba abarrotada de coches, y los peatones nos veíamos obligados a conformamos con acercarnos a la estatua y quedarnos a sus pies, si no queríamos que nos atropellaran.
               Kiara frunció el ceño con disgusto, una vez más, viendo la inmensa figura cónica que a alguien le había parecido apropiado plantar tan cerca del monumento. Lo odiaba con todas sus fuerzas. A mí me molestaba su presencia, pero mi odio no era visceral como el de Kiara: sí, veía que era una figura horrible que rompía con toda la arquitectura de su alrededor. Era algo así como una intrusa, el progreso en un espacio gobernado por la historia.
               Si, por lo menos, le hubieran hecho grabados en el metal, puede que encajara un poco más.
               Pero en Dublín, las cosas no funcionaban como debían funcionar.
               -¿Esperas conmigo?-le pregunté, volviéndome hacia ella. Sus ojos se clavaron en mí. Se ajustó de nuevo el gorro.
               La nieve había hecho que cerraran el tráfico por el centro. Todos los coches tenían que desviarse en un momento dado… lo cual nos venía bien a todos los que íbamos caminando. La plaza, llena usualmente de coches, estaba tomada ahora por niños haciendo muñecos de nieve, turistas apoyando los trípodes de sus cámaras sin preocuparse de que estuvieran en un cruce, y cantidad de gente sentada en los bancos, o al pie de la estatua, riéndose y sosteniendo algo caliente entre las manos.
               Me sentiría muy desdichado si Aiden no aparecía, pero no soportaría las miradas cargadas de tristeza de los demás, viendo que me habían dado plantón.
               Además, yo no era alguien corriente. Querrían consolarme.
               Pero no podrían.
               De manera que, si Kiara accedía a quedarse conmigo, siempre podría parecer que nos había apetecido bajar hasta el centro y pasar un poco de frío, sin más.
               -Claro que sí, C-me dijo, cogiéndome la cara con unos guantes muy, muy suaves.
               Me armé de valor, miré el semáforo de la esquina en la que nos encontrábamos. Cambió de rojo a verde. Otra señal. Enredé mi brazo con el de Kiara y di un paso al frente, abandonando la comodidad y el refugio que proporcionaba el toldo de la cafetería cuyo aflujo de gente no tendría nada que envidiar a la de la mejor discoteca de Londres.
               Kiara me apretó los dedos en el brazo, insuflándome ánimos, y avanzó a mi lado, segura de sí misma, aportándome a mí más confianza en mi caminar. Unas turistas alemanas estaban haciéndose fotos sentadas en las escaleras de la estatua. Las rodeamos.
               Eran las 17:51.
               Y Aiden ya estaba allí.
               Se me cayó el alma a los pies, viéndolo allí, solo, contemplando con muchísima concentración la pantalla de su cámara negra como el carbón. Le gustaba hacer fotos. Es más, en Fotografía siempre era el primero de la clase.
               Como sintiendo mis ojos clavados en él, levantó la mirada, abandonando la atención hacia su cámara.
               Me dedicó una cálida sonrisa que bien podría haber derretido toda la nieve de Irlanda, no sólo de Dublín. Se levantó y vino a nuestro encuentro.
               -Hola-susurré con timidez.
               -Hola-respondió él, y había una nota de felicidad en su voz que hizo que me derritiera a sus pies.
               -Holaaaaaaaaa-saludó Kiara, entusiasmada por no tener que ser mi paño de lágrimas. Aiden clavó los ojos en ella. No parecía decepcionado. De hecho, había un tinte socarrón en su mirada, era como si…
               … se esperara que no me atreviera a venir solo.
               -¿También te apuntas, Kiara?
               -No, hijo-respondió K, soltándome-. Yo vengo de niñera. Venga, que os divirtáis-se dio la vuelta e hizo ademán de irse, pero se lo pensó mejor y volvió a girarse-. Por cierto-le confió a Aiden en tono íntimo, inclinando la cabeza en mi dirección-: no le gusta el batido caliente de cacahuete. Da igual lo que te diga. Si coméis algo, que no lleve cacahuete. Los odia.
               -Kiara-intervine yo.
               -Los odia a muerte-insistió.
               -¡¡Kiara!!-ladré. No necesitaba que hiciera de madre conmigo. Podía cuidarme solo. Había llegado yo solo hasta allí.
               Bueno, más o menos. La verdad era que había ayudado bastante.
               -Vale, ya me voy, que lo paséis bien-sonrió, me apretó la mano y se esfumó entre la gente. Cualquiera diría que era de piel oscura, teniendo en cuenta la facilidad con la que se desvaneció y se mimetizó con el ambiente.
               Me sentí un poco mal. Ahora tendría que volver sola a casa.
               Aiden miró en la dirección en que se había marchado mi mejor amiga, y luego por fin, clavó los ojos en mí, aquellos ojos marrones, del color del chocolate fundido cuando se lo echas al helado.
               Me temblaban un poco las piernas.
               Espero que no vayamos muy lejos, pensé. Dudaba de que pudiera dar dos pasos en línea recta con él tan cerca sin caerme.
               -¿No te fiabas de que viniera?-quiso saber, divertido.
               -No sabía si llegarías con la tormenta que hay…-me excusé, y noté cómo me ardían las mejillas. Me estaba poniendo de un color que ni la más madura de las fresas había alcanzado nunca-. Pero… Kiara insistió en acompañarme.
               -Me alegro de que lo hiciera-comentó-. Así, no te rajarías.
               -Yo no iba a…-empecé, pero me callé. Sí, probablemente, de no ser por Kiara, no habría reunido el coraje necesario para terminar yendo a verlo. Y quedaría como un imbécil con él. Él pensaría que no estaba interesado en él… cuando estaba interesadísimo.
               O sea, escribiría la tesis doctoral sobre su cara… si les interesaba en el Trinity College.
               Nos quedamos mirándonos el uno al otro, sin saber cómo continuar. Esperaba que a él se le ocurriera algo.
               Pero no se le ocurría nada.
               Señalé su cámara.
               -¿El objetivo es nuevo?-pregunté, y automáticamente quise darme de hostias, porque la primera vez que estábamos juntos; solos, realmente solos, y… me ponía a hablar del objetivo de su cámara.
               -Sí-contestó, agradecido de que hubiera sacado un tema de conversación con el que estuviera cómodo-. Me lo regalaron mis padres hoy.
               -Es grande-observé.
               ¡Pero qué cojones haces, Chad! ¿Acabas de decirle en serio que su objetivo es grande?
               ¡SE VA A PENSAR QUE ESTÁS HABLANDO DE SU…!
               -Es que es para vistas panorámicas. Ve mejor que tus ojos. Mira-dijo, girándose, acercando la cara a la cámara (deseé ser la cámara) y haciendo una foto de la punta del cono. La separó de él, limpió el vaho de la pantalla con la manga del abrigo, y me acercó la cámara. Amplió la foto tanto que me pareció increíble.
               Se veían perfectamente los rostros de los visitantes del cono… incluso la marca de las cámaras de fotos compactas con las que estaban haciendo fotografías de los tejados de Dublín.
               -Vaya-comenté, admirado.
               -Sí-asintió, orgulloso.
               -¿Y qué más hace?-me gustaba prestar atención en Fotografía, pero más a las estructuras del color, las mejores combinaciones, las proporciones en que se conseguía de forma más fácil una buena foto… dudaba mucho de que nos hubieran hablado de objetivos de cámaras.
               -Pues… es muy bueno para hacer fotos de edificios-explicó, y yo asentí-. Su visión es más amplia.
               -¿Quieres… ir a estrenarlo por ahí?-pregunté, y él me miró, aprensivo-. No me importa. Podemos dar una vuelta. Tú puedes hacer fotos. Yo te acompaño y miro. Me gusta verte hacer fotos. O sea… ver hacer fotos en general. No es que no me guste verte a ti. Tú estás genial. Haciendo fotos, digo. Las que haces son muy buenas. Me encantan las que subes a Facebook. Y soy fan de tu Flickr. Me parece bestial. Y…
               Me quedé callado. Iba a empezar a tartamudear de los nervios.
               Aiden me sonrió.
               Y eso me puso todavía peor.
               -No sabía que te gustara la fotografía, Chad.
               -Pues claro que sí. Tus fotos son geniales. Las fotos en general son geniales-me pasé una mano por el pelo, y él se echó a reír.
               -Sí que lo son, pero, oye… puedo dejarlo para otro día. Si te apetece hacer algo diferente, que no sea acompañarme…
               -No pasa nada. No va a nevar así en bastante tiempo. Además… estás guapo haciendo fotos-solté antes de poder detenerme. Sus ojos se abrieron un poco.
               -¿Tú crees?
               -Esto… sí-admití. Me sonrió un poco más.
               -Gracias, Chad. Tú estás guapo poniéndote nervioso.
               Me puse rojísimo… y me hizo una foto a traición.
               -¡Eh!
               -También hace buenos retratos; mira-comentó, acercándome la cámara y dejándome ver mi imagen. Madre mía, estaba como un tomate. Incluso brillaba. Aquello no era normal.
               Nos pusimos en marcha, paseando por el centro, deteniéndonos de vez en cuando a hacer fotos. Incluso me dejó la cámara un par de veces para que las hiciera como a mí me apeteciera.
               Las hice torcidas, a propósito, pero no le importó. De hecho, me dijo que le gustaba mi estilo. Que era “rompedor”.
               No sé lo que quería decir con “rompedor”, pero me imaginé que sería algo bueno.
               No sé cómo, terminamos en el parque de St. Stephen. Después de que cambiara un par de veces los objetivos para hacerles fotos a las flores más valientes, que se habían congelado por la fuerza del invierno, nos sentamos en un barco cubierto de nieve.
               Estábamos muy cerca el uno del otro.
               Mi corazón latía súper rápido.
               Me enseñó las fotos que habíamos hecho, indicándome las que había hecho yo (como si no se notara mi talento para encontrar el momento de menos luz o desenfocar algo con una cámara de mil y pico euros, que no desenfocaba ni las imágenes que fotografiara a través de ventanas empañadas).
               Se detuvo y sonrió mirando una en la que yo estaba contemplando una catedral, con un vaso de cartón de chocolate caliente en las manos. Tenía las mejillas encendidas. Podría decir que era por el café.
               -Me gusta mucho esta foto-dijo-. Sales muy bien.
               -A mí también me gusta.
               Nos quedamos sentados en el banco, observando a la gente que se lo pasaba bien sobre el lago. Por el verano y la primavera, en el lago había multitud de barcas que iban de acá para allá, disfrutando de las pequeñas olas que arrancaba el viento de su superficie.
               En invierno, la cosa cambiaba. Las temperaturas bajaban, la superficie se congelaba y, cuando el hielo era lo suficientemente grueso (los cuidadores del parque se encargaban de medir la profundidad a la que se escondía el agua), se clausuraba definitivamente el puesto de alquiler de barcas,  y se abría el contiguo: el de alquiler de patines sobre hielo.
               Aiden contemplaba a la gente con no muy oculto entusiasmo… y una cierta añoranza.
               -¿Quieres patinar?-pregunté, y él me miró, un poco triste.
               -No sé patinar.
               Alcé las cejas.
               -Sí, sé lo que estás pensando: ¿alguien que vive en Dublín, que pasa aquí todo el año, y que nunca ha patinado en el lago de St. Stephen? ¡Si hasta la gente que viene aquí dos días lo hace, si tiene la suerte de encontrarse el lago así! ¿A qué se dedica?
               Sonreí.
               -¿Qué pasa?
               -No estaba pensando en eso.
               -He decidido omitir los insultos, para que no te sintieras incómodo.
               -En realidad-admití-, estaba pensando en que creía que no había nada que no se te diera bien.
               Sonrió a su vez.
               -Me da miedo, la verdad.
               -¿Quieres que te enseñe?
               -Tengo la coordinación de un flamenco cojo, Chad.
               -Yo soy muy buen patinador, Aiden-respondí, en el mismo tono. Se echó a reír-. Date una oportunidad, venga. La primera clase es gratis.
               -¿Sólo la primera?
               -Los ricos son ricos porque no van por ahí regalando su dinero-expliqué, encogiéndome de hombros. Me lamenté de haber soltado tal estupidez nada más haberla dicho. Quedaba como un prepotente de mierda.
               Pero él se rió de nuevo. Y su risa fue sincera.
               Nos acercamos al puesto, dejamos las cosas en la taquilla (no podíamos arriesgarnos a romper su cámara), cogimos los patines y nos sentamos en los muelles que se usaban para subir a las barcas. En verano eran muelles, en invierno, bancos que usar para cambiarse el calzado.
               Me até bien mis patines antes de asegurarme de que él lo había hecho bien. Cogí el calzado y me deslicé a dejar nuestras botas en la taquilla, con el resto de cosas. El señor que las cuidaba recogió lo que le entregué sin miramientos, casi sin posar los ojos en mí… pero acertó el número de taquilla sin que yo se lo dijera.
               Le gustaba su trabajo, seguro. De lo contrario, no sería bueno en ello.
               Tiré de Aiden, que iba temblando de pies a cabeza, intentando mantener el equilibrio, hasta llegar a la zona en que había barandillas a las que agarrarse. Dejé que se sujetara a ellas. Le expliqué lo que tenía que hacer.
               Nos llevó casi 15 minutos conseguir que se soltara de las barandillas.
               Se cayó nada más hacerlo.
               Cogió miedo, pero yo le dije que era normal. Y que no dejaría que se hiciera daño. Que se lo prometía.
               Un poco más confiado, se incorporó con dificultad y se deslizó suavemente sobre el hielo. Fue despacio al principio. Se miró los pies, maravillado, empezó a separarlos para ver cómo lo hacía…
               … y a mí no me dio tiempo de decirle que no hiciera eso antes de que se volviera a caer.
               Nos echamos a reír. Tiré de él para levantarlo; estábamos demasiado lejos de las barandillas como para que se arrastrara hasta ellas.
               Aiden volvió a caerse un poco después, pero ya lo iba pillando. Poco a poco, empezó a deslizarse lentamente, con más estabilidad.
               Lo peor era cuando se caía.
               Se cayó de culo una vez que intentó girar para seguirme. Fingiéndose molesto con cómo me deslizaba yo a su alrededor, me cogió del tobillo según pasaba, hizo que perdiera el equilibrio y que me cayera encima de él.
               -La venganza se sirve fría-sonrió. Me levanté sin dificultad. Se sentó y esperó a que me acercara. Me tendió la mano, dejó que tirara de él para levantarlo… y lo conduje hasta el centro, donde el hielo era más grueso. Empecé a enseñarle a levantarse él solo. Le costó mas trabajo que aprender a patinar en sí.
               Me senté en el hielo con las piernas separadas. Contemplé cómo se ponía lentamente en pie una y otra vez, y me rodeaba, incansable, como una mosca a un pedazo de fruta.
               Pensé en ponerle la zancadilla para que volviera a caerse. Pero no hizo falta. Lo hizo él solo.
               Se precipitó hacia el suelo, justo a mi lado. Lo miré. Él alzó las cejas.
               -¿Estoy para ir a las Olimpiadas de Invierno?
               Sacudí la cabeza. Me estaba riendo.
               -Creo que tendrás que entrenar un poquito más. Puede que… para las de dentro de 10 años…
               Se echó a reír él también. Le dije que si quería que hiciéramos otra cosa; él me pidió que sí, por favor. No creía que su culo fuera a aguantar mucho más.
               Fuimos a un bar. Pedimos un par de cervezas. El camarero nos miró un momento. Decidió que no era cosa suya que fuéramos menores… y nos trajo lo que le pedimos. Aiden dio un sorbo de su larguísima copa. Se le quedó un poco de bigote de la espuma de la cerveza.
               Se lo limpió con la lengua… y, lo que le quedaba, se lo limpié yo. Me sentía bastante afortunado, la verdad.
               Me preguntó un montón de cosas. Para empezar, por mi infancia. Había sido bastante épica, yendo de acá para allá con la banda. El tour en el que había estado había sido sólo europeo. No había gran diferencia en cuanto a lo que se cocía por detrás del escenario, que era lo que había vivido yo.
               Los managers le decían a papá que no me colara, podía romper algo. Mamá le decía a papá que no me colara; podía caérseme algo encima y hacerme daño.
               Pero papá me colaba igual. Y me vigilaba. Y disfrutaba de cómo me acercaba a las guitarras, las acariciaba con las dos manos y me asombraba de los sonidos que hacían.
               Un día, una de las hermanas de Louis me subió al taburete de la batería. Cogí las baquetas y empecé a aporrear a diestro y siniestro. Papá me grabó, y se lo enseñó a mamá, que no nos había acompañado a aquella ciudad.
               Ahí decidieron que me meterían en una escuela de artes, teniendo en cuenta cuánto disfrutaba con la música.
               Aiden parecía entusiasmado con la idea ésa de que yo siguiera los pasos de mi padre. Todos lo estábamos, la verdad. Papá y yo, los primeros.
               -¿Alguna vez has tocado con él?
               -Casi todas las tardes-confesé, pasando los dedos por la copa de cerveza. Así, hacía que pequeños regueros de gotitas de condensación se deslizaran por ella.
               -Vaya, ¿y…?
               -¿Me ha grabado alguna vez?-adelanté, y Aiden asintió-. Sí. De hecho, salgo en un par de discos.
               -¿De verdad?
               -De la banda, en el último disco, el primer single… ¿sabes el bajo que se oye de fondo?-inquirí. Asintió-. Soy yo. Bueno, los acordes son de papá, pero… el que lo toca, soy yo. Y en su último disco en solitario, la mayoría de las veces en que hay dos guitarras, una, por lo menos, la estoy tocando yo.
               -Es genial.
               Asentí, sonriendo, y di un sorbo. Le pregunté por su infancia. Nos conocíamos del instituto. Ese período, para mí, estaba a oscuras. Me contó todo lo que yo quisiera saber.
               -No fue tan interesante como la tuya, al parecer-soltó, burlón.
               -Las ventajas de ser un Horan-me encogí de hombros. Los dos nos reímos. Estaba muchísimo más relajado ahora que lo conocía un poco mejor. Y no era que no me gustara. Al contrario. Me gustaba incluso más. Pero… me hacía sentir bien. Me seguía poniendo nervioso, pero sabía que no me iba a juzgar si hacía alguna gilipollez. Creo que hasta lo encontraba enternecedor.
               Salimos del bar con el estómago un poco más lleno, los corazones un poco más ligeros y un poco más de cariño (al menos, por mi parte, hacia él). Ya no nevaba. El cielo se había abierto como en una espiral del centro de un huracán, y las estrellas más valientes desafiaban la lucha que las farolas querían librar con ellas.
               Caminamos muy juntos. No teníamos excusa para ello. Simplemente, nos apetecía.
               Me preguntó por Kiara. Quería saber si alguna vez había sentido algo por ella.
               -Es mi mejor amiga-dije, simplemente. Con él, no me salía el tono escandalizado que usaba con otros cuando me preguntaban si alguna vez habíamos hecho “algo”.
               No podía mentirle a Aiden. Seguramente, si me preguntaba si había hecho “algo” de ese calibre con ella, se lo dijera… a pesar de la promesa velada que le había hecho a mi amiga, y que ella me había hecho a mí.
               -¿Nada más?
               -Nada más-asentí.
               -Así que… estás soltero.
               -Ajá.
               Asintió. Una sonrisa trataba de asomar en su boca, pero no quería dejarla entrever tan pronto.
               -Yo también.
               -Me alegro. O sea, no me alegro de que no tengas pareja, ya sabes, si no quieres tenerla, es fantástico, pero si quieres, pues… es un poco putada estar solo en ocasiones. ¿Mm?
               -¿Chad?
               -¿Aiden?
               -No te pongas nervioso cuando me dices algo. Es bastante difícil que tú me ofendas.
               Me puse coloradísimo.
               -Perdón.
               -No te disculpes.
               -Perdón-repetí, y me puse más rojo aún. Él se rió.
               -Eres muy mono poniéndote así.
               -Supongo-susurré, mirándome los pies. Tenía las botas oscurecidas. Cubiertas de agua. Pero tenía los pies calentitos.
               Volvimos al punto en que nos habíamos encontrado. Puede que fuera una señal. Quizá debiéramos separarnos ya.
               Pero a mí no me apetecía irme.
               -¿A qué hora dijiste que volvías en casa?-quiso saber, dándole una patada a un montón de nieve.
               -No lo dije.
               -¿Quieres dar otra vuelta?
               ¡Oh, sí, por favor!
               -Claro. Si tú quieres, vaya.
               Así que volvimos a echar a andar. Me gustaba mirarlo de reojo. Cómo se detenía y entrecerraba los ojos, contemplando algo que le gustaba. Le habría hecho una foto a tantas cosas, si no estuviera conmigo, y no quisiera hacerme creer que habíamos salido sólo para que yo le sujetara la tapa de la lente de la cámara…
               Yo me sentía como en un sueño. Como si fuera una estatua que están modelando poco a poco. El arte no tiene por qué ser siempre un cuadro en una galería. A veces, es un paseo por tu ciudad favorita cuando está nevada. La sensación de tener el corazón calentito a pesar de que estáis rozando los cero grados, sólo por la compañía.
               La conversación fue avanzando hacia épocas más cercanas a nosotros. Empezamos a encaminarnos hacia la estación de autobuses, de donde salían los urbanos que cogeríamos para volver a casa.
               No sé cómo, ni por qué, ni si debería volver a hacerlo, le pregunté por su novia. Había estado un tiempo con una chica del instituto. Era bastante “popular”, y una bellísima persona.
               Aiden se encogió de hombros. Dijo que llevaban rompiendo y volviendo varios meses antes de dejarlo definitivamente. Pero seguían siendo muy amigos. No tanto como Kiara y yo, claro. Dudaba que pudiera ser tan amigo de alguien como yo lo era de Kiara.
               Le pregunté si había pasado algo entre ellos dos.
               -Fue algo sobre mí-explicó, encogiéndose de hombros-. Descubrimos algo. Ella se dio cuenta antes que yo. Yo… todavía estoy intentando resolver el rompecabezas que me supone.
               Fruncí el ceño.
               -¿Qué es?
               -Antes creía que estaba seguro de quién era, pero ahora… no lo tengo del todo claro.
               Me detuve en seco, mirándolo.
               -¿Qué?
               -Bueno, Chad-se encogió de hombros-, no estoy seguro de si…-su voz se fue apagando, dejó la frase en el aire. Era como si temiera finalizarla.
               No, no. Era que temía finalizarla.
               Todo el aire escapó de mis pulmones. La sangre huyó de mi rostro. Claro, era eso. Por eso me había elegido a mí para pasar la tarde conmigo. Quería… quería tener una prueba, una especie de examen, para saber si estaba más bien en un bando o en otro.
               Quería saber qué le gustaba. Qué le iba.
               -¿No sabes si te gustan los chicos o las chicas?
               Me miró, avergonzado. Me sentí un poco mal por hacerle sentir mal. Pero yo estaba poniéndome fatal. Tenía ganas de llorar. Un nudo se me rizaba en el estómago, apretándose más y más.
               ¿Cómo he podido ser tan estúpido? ¿Cómo he podido pensar que él se fijaría en mí?
               -Mira, Aiden… si yo soy una especie de experimento, o algo…-empecé, y capté toda su atención, por mi tono quebrado, por mis ojos brillantes de tristeza y rabia. Tristeza, porque no le gustaba. Rabia, porque había sido tan imbécil de pensar que podría llegar a hacerlo-. Me gustas un montón, y tal-me apresuré a decir-, pero ya he pasado por eso, y que te usen de esa manera está feo, si te soy sincero; y me siento mal, muy mal, cuando pasa, porque al final acaba pasando, el típico “oye, Chad, me lo pasé genial contigo, pero creo que no eres mi tipo; o sea, los tíos en general no son mi tipo, gracias por entenderlo”, o “me gustas mucho, C, pero me gustan las chicas más, y no quiero nada serio, ni intentarlo, espero que lo entiendas, disculpa que te haya hecho perder el tiempo” y para mí es un placer ayudar a la gente a identificar lo que son, pero a la vez es una mierda; yo no soy un experimento, ¿vale? Tengo sentimientos, y no soy una prueba; soy una persona que lo pasa mal con estas cosas, así que si yo soy una prueba, preferiría dejarlo aquí… hasta que lo tengas totalmente claro, porque ya estoy bastante involucrado emocionalmente en otras situaciones, y no quiero que se eche a perder, porque tengo la sensación de que podríamos llegar a ser grandes amigos; creo que hemos conectado y eso es muy bonito, y me fastidiaría que no llegáramos ni a eso, por acabar esta noche en alguna especie de decepción-había hablado tan rápido que dudaba de que hubiera podido seguirme, pero creo que lo hizo. Tenía los ojos entrecerrados, sacudía de vez en cuando la cabeza cuando hablaba-. Claro que tú no podrías ser una decepción, o sea…-me puse rojo de nuevo. ¿Por qué me ponía rojo si yo no estaba haciendo nada malo?
               ¿Era porque no podía enfadarme con él?
               ¿Por qué no podía enfadarme con Aiden? Debería enfadarme con Aiden. Me había estado usando toda la tarde.
               -… la situación en sí sería la decepción, no sé si me explico-terminé, tomando aire y expulsándolo lentamente. Se me quedó mirando. Estiró la mano en mi dirección. Me habría apartado de ser cualquier otra persona. Pero era Aiden. Así que no lo hice.
               No hizo falta, de todas formas. La dejó caer a medio camino, pensándoselo mejor. Ya está. Le gustan las chicas. He perdido.
               -Mira, C…-susurró; clavó los ojos en mí-. ¿Te puedo llamar C?
               -Puedes llamarme como quieras-espeté, sin aliento, antes de poder pensármelo. Sí, podía llamarme C, me gustaría que me llamara con cariño.
               ¡No, claro que no podía llamarme C! ¡Me había utilizado toda la tarde!
               -Eres mi primer chico-comenzó, y yo fruncí el ceño-, y es cierto que hay algunas cosas que todavía no tengo muy claras. Pero también es verdad que me he pasado un montón de tiempo meditando todo esto-hizo un gesto alrededor, girando el índice, abarcando todo nuestro entorno-, y créeme que he pensado muchísimo en lo de salir hoy, así que…-se quitó el gorro. Se pasó la mano por el pelo, frustrado. Se mordió el labio. Se miró las manos.
               Y luego, me miró a mí. Clavó en mí aquellos ojos de chocolate, un bosque en pleno otoño. El otoño era mi estación favorita.
               -Lo que intento decirte es que para mí no eres un experimento, para nada.
               -Bueno, ya…-contesté, detectando el dolor en su voz-. Es que… a veces me lo sentía, y lo era para mucha otra gente, no era por hacerte sentir mal, ni nada, es sólo que… a veces no sé si las cosas son de verdad o me las imagino.
               -¿Qué puedo hacer para demostrarte que no te estás imaginando esto?-preguntó, y yo me quedé sin aliento un segundo. Antes de responder, atolondrado:
               -No es necesario, de verdad, me fío de ti, y ahora… bueno, vamos adonde sea, si quieres podemos volver a casa o…
               -Ya sé qué hacer-dijo mientras yo hablaba, y dio un paso hacia mí.
               Me agarró del cuello del abrigo. Me acercó a él.
               Y me besó en los labios.
               Y me gustó mucho, muchísimo. Más que con ningún otro o ninguna otra. Había en su boca algo que me recordaba a quien había sido cuando era pequeño, a aquella sensación de alegría desnuda cuando papá me grabó aporreando la batería del que los acompañaba en tour. Algo que resurgió de sus cenizas tímidamente cuando mamá me acarició el pelo esa misma mañana.
               Pero ahora lo hacía en una espiral de fuego, cargada de júbilo: era un ave fénix, formada exclusivamente por llamas doradas y rubí, que remontaba el vuelo después de haber perecido, que abandonaba sus cenizas y se alzaba hacia la luz, alejándose de la oscuridad y llenando el mundo con su luz.
               Nuestro primer beso no fue uno tímido, como los que se suelen dar las parejas. Había muchísima pasión. Era como si los dos lo lleváramos deseando toda la tarde. Yo lo había hecho. También me había muerto de miedo pensando en aquella remota posibilidad. Temía no hacerlo bien. No gustarle. Que a mí no me gustara.
               Me preocupé en vano. Nuestras lenguas se enredaron como si se conocieran de toda la vida. Nuestras bocas se convirtieron en una sola. Aiden me acarició la nuca, yo le pasé los dedos por el cuello, por dentro de la bufanda. Se estremeció en medio del beso.
               -¿Qué pasa?-pregunté. La cabeza me daba vueltas. No sabía quiénes eran mis padres. No sabía dónde vivía. Sólo sabía que estaba existiendo en ese instante, que estaba en mi cuerpo en el mismo momento en que lo sostenía Aiden entre sus brazos, que mi boca era mía en el momento en que Aiden la besaba.
               -Tienes las manos frías-sonrió.
               Nos miramos a los ojos.
               Me derretí un poquito por dentro.
               Él, también.
               Y me puse de puntillas y volví a besarlo.
               Me entristeció que nadie hiciera caso al pequeño génesis que se desarrollaba ante ellos. Si hicieran caso, podrían ver al universo creándose a sí mismo entre nosotros dos. Pero, a la vez, me alegré de poder hacer eso tranquilamente. Sin miradas raras. Sin gestos de odio. Sólo amor, entre nosotros dos. Indiferencia por parte de los demás, porque los irlandeses estábamos acostumbrados.
               Decían que, el día en que se votó para permitir el matrimonio homosexual, había aparecido un arcoíris cuando se anunció que se legalizaba tal unión. Todos lo llamaron “el sí de Dios”.
               Y gracias a ese sí, éramos libres. Gracias a ese pequeño arcoíris, si alguien se giraba, era para contemplarnos con cariño, pensando que hacíamos una pareja bonita.
               Nos separamos, recobrando el aliento. Llegó el bus que íbamos a coger. Nos subimos sin pensarlo. Podría bajarme de la parada y coger mi línea más adelante.
               Aiden se sentó junto a la ventana. Se acurrucó contra mí.
               -Ya tengo unas pocas dudas menos, C-comentó. Le estaba acariciando el pelo.
               -¿Qué has sacado en claro?
               Me miró a los ojos.
               -Que me gustas. Y que con eso me basta.
               -A mí también me basta-sonreí. Y volvimos a besarnos. Esta vez, fue con un poco de timidez-. Pero… tienes que identificarte, Aiden. ¿Bi, o gay? Es para el carnet de desviado-expliqué, y se echó a reír-. ¡No te rías! Cuanto antes te decidas, mejor. La burocracia es una pesadilla.
               Volvió a reírse.
               -Me gusta que te sientas tan cómodo con lo que somos que puedas hacer bromas.
               Me estremecí internamente. Me estaba acariciando la cara interna del brazo, pero no era por eso. Había dicho “somos”, no “eres”. Era parte de los míos ya. Era mío.
               -Cuando lleves 3 años de carnet, ya puedes empezar con las coñas. Hasta entonces, sólo puedes reírte.
               Volvió a reírse.
               -Me gusta esta faceta tuya, C-me sonrojé-. Aunque más me gusta ésta-sonrió, besándome la mejilla. Fue apenas un suave roce, pero bastó para revolucionarme.
               Seguimos acurrucados el uno junto al otro durante todo el trayecto en bus. Finalmente, llegó la parada en que yo me bajaba.
               Me sorprendió bajándose él también.
               -Esperaré contigo. Mi casa está cerca. Tardaré poco en llegar-explicó. Luego, me miró-. ¿O quieres que te acompañe a casa?
               -Lo malo de salir con un chico es que no tienes excusa para hacerte el caballero-expliqué, burlón.
               -Pues qué pena, me encanta eso de hacerme el caballero-suspiró-. Aunque… dudo que necesitemos una chica para hacernos los caballeros, ¿no?
               -Supongo que no-consentí-. Pero no hace falta de verdad. Otro día.
               -¿Tienes que limpiar la mansión?
               -En realidad, vivo en un castillo. Y no les he dado de comer a los cocodrilos. Quizá te confundan con la cena. Y no queremos eso.
               El panel de la parada anunció que faltaban 5 minutos para que llegara mi bus. 3 para el de él.
               18 para el siguiente suyo.
               Lo convencí de que se subiera al próximo.
               Cuando quedaba un minuto, nos levantamos.
               -Me lo he pasado genial-dije.
               -Yo también. Deberíamos repetir la sesión de fotos de Dublín. Eres bueno, Chad.
               -Es la cámara-repliqué, restándole importancia.
               -¿Qué haces el viernes que viene?
               Sonreí.
               -Tener 16 años-contesté. El viernes era 1 de enero. Yo cumplía los años el 31 de diciembre. Mis padres habían empezado bien el 2019, con un hijo que los uniera para siempre, aunque ellos no quisieran… pero querían-. ¿Tú?
               -Cumplir 17 años-sonrió, y yo me reí. Lo sabía-. ¿Quieres venir a mi fiesta? No vamos a ser muchos, tranquilo. Puedes traerte a Kiara, si quieres. Vamos a la bolera, y tal. Tengo contactos-explicó-. Me han dicho que Kiara es buena jugando a los bolos.
               -Yo soy mejor que ella-sonreí-. Iremos, pero, ¿qué te regalamos?
               -Con un beso tuyo me basta.
               -Eso puedo hacerlo-dije, acercándome a él, poniéndome de puntillas (no me acostumbraba a eso de ser el bajo) y besándolo rápidamente en los labios-. Pero… ¿Kiara?
               -Otro beso tuyo-se encogió de hombros. Llegó su autobús. Le abracé, le dije que le veía la semana siguiente, y contemplé cómo se marchaba con lágrimas en los ojos.
               Era tan inmensamente feliz…
               -¡VAYA!-estalló Kiara, saliendo de detrás de un arbusto. La hija de puta no me mató del susto de milagro-. ¡Ha ido genial, por lo que veo, ¿no?!
               -¿Qué coño hacías ahí, acosadora?
               -Vigilar que no la cagaras.
               -¿Cómo sabías que nos bajaríamos en esta parada?
               -¡Magia negra!-bramó, y se echó a reír ella sola, golpeándose las rodillas-. ¿¡Lo pillas, Chad!? ¡Magia negra! ¡Negra! ¡Yo soy negra!
               -Ajá, sí, graciosísimo, me estoy partiendo, mírame-gruñí, frunciendo el ceño.
               -En fin, mi pálido y ojeroso Romeo, ¿cómo te ha ido?
               -Uf, Kiara… genial, de veras, es el mejor… ¿quieres quedarte a cenar y te lo cuento?-invité. No pasaba nada. Había sitio en mi mesa para ella, igual que lo había en la suya para mí.
               Además, quería contárselo todo pronto, no se me fuera a olvidar el más mínimo detalle de una de las tardes más especiales de mi vida… si no la que más.
               Kiara se colgó de mi brazo. Una sonrisa blanca como la nieve que nos rodeaba cruzó sus labios.
               -Tenía la esperanza de que dijeras eso. Me apetece cremita de nécoras.
               -Pues no nos queda-la pinché.
               -Pues a ver si me muero-susurró, girando la cabeza en dirección al bus. Me miró de reojo mientras subíamos-. ¿Chad?
               -¿K?
               -Ya sé que no os podéis dejar embarazados el uno al otro, pero… usad condón. No queremos otro Freddie Mercury, ¿cierto?
               Se me encendieron las mejillas. Muchísimo. Me ardían un montón. Mi cerebro empezó a trabajar de forma frenética. Me imaginé a Aiden conmigo, en mi cama, o en la suya, quitándonos la ropa, y…
               -¡Mira qué rojo te has puesto!
               Miré a Kiara. Acababa de cortarme el rollo.
               -¿Por qué no te vas un poco a la mierda, niña?-bufé. Ella se echó a reír.
               -Cómeme el rabo, Chad-dijo, besándome la mejilla.
               -Cómeme tú el coño, Kiara.
               No hizo nada semejante, ni yo le hice tal: sólo escuchó. Cada mínimo detalle que le relaté desde que se marchó. Con una sonrisa de oreja a oreja. Cuando terminé, ya en mi casa, con el pijama más gordito puesto, y ella con el suyo, sólo dio una palmada y espetó:
               -Quiero que os caséis.
               Pensé algo diferente a lo que le dije.
               -Qué exagerada-fue lo que le dije.
               Yo también, Kiara, fue lo que pensé.


26 comentarios:

  1. Chad es tan bueno y tan tierno y tan puro que hay que protegerlo a toda costa y no dejar que le pase nada malo, mi bebé

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    1. Está hecho de azúcar, especias y muchas cosas bonitas ♥

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  2. MADRE DE DIOS. CHAD ES LO MAS PRECIOSO DE ESTA NOVELA. ME LO QUIERO COMER ENTERO.

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    1. Es tan tímido y hermoso y a la vez adora tanto la vida ayyyyyyyyy es que me lo como.

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  3. No se como lo haces pero cada capítulo es lo más bonito del mundo pero si aparece Chad es sinónimo de que me de un subidón de azúcar por lo dulce y tierno que es esta cosita hermosa llamada Chad. Quiero meterlo en una cajita de cristal para que no le hagan daño NUNCA.

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    1. Chad=diabetes todos estamos de acuerdo en eso, es un animal tan tierno, le quiero morder un mofletín

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  4. VALE ME HAN DADO MIL ESPASMOS CON CHAD. ES LA CRIATURA MAS CUCA DE ESTA GALAXIA.

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    1. Sí sí síiiiiiiiii es que totalmente!!!!!!!!!!!!!!!!

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  5. Hablemos de que yo estaba igual la primera vez que tuve una cita xd

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    1. No te jode, sabiendo con el monunento con el que quedabas como para no estarlo

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    2. Por dios qué cuqui Guillermo madre mía Chad es tú, tú eres Chad, sois uno

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    3. AHÍ AHÍ CAROLA DRAG HIM VAMOS CHICA

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  6. Hola, muero de amor. De verdad, creo que me acabo de enamorar del concepto de Chaiden, son monísimos y solo quiero abrazarlos a los dos y comerles la cara.
    Por cierto, casi me muero con lo del carnet de desviados, llevo riéndome dos vidas.

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    1. Tenía que meter algo gracioso en el capítulo porque si no me reventaba el ojo derecho, así que ahí fue lo del carnet y Kiara espiando en los arbustos (por favor, analicemos el concepto de Kiara espiando muchas gracias) ♥

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  7. CHAIDEN IS REAL.
    CHAIDEN IS PURE.
    CHAIDEN IS LIFE.

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  8. ME HA ENCANTADO EK CAPITULO SOS. SHIPPEO TANTO A NIALL Y A VEE, QUIERO QUE ESTEN JUNTOS YA Y SE DEJEN DE IDIOTECES. Y SHIPPEO TAMBIEN DEMASIADO CHAIDEN, CHAD NO PUEDE SER MAS MONO.

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    1. Al principio iba a hacer que Chad acabara el capítulo anterior, en el que narraba Scott, pero me alegro de que me hubiera ocupado tanto porque así he podido profundizar un poco en el día 1 de Chaiden ♥ Chad es tan hermosísimo, se merece una novela para él solo

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  9. MIRA YA TENGO UNA NUEVA OTP: CHAIDEN

    PUEDES POR FAVOR, ERIKA, DEJAR DE DARME OTPS?!?!?!? BASTANTE TRABAJO TENGO YA CON SCELEANOR, ZEREZADE, TIANA/LOMMY, INCLUSO SCOMMY Y CHIARA (?) COMO PARA SHIPPEAR OTRO SHIP MÁS ME CAGO EN LA PUTA, ERI, ME CAGO EN LA PUTA

    BUENO BUENO BUENO QUE AUN NO HEMOS HABLADO DE VIALL (?) NEE (?) COMO COÑO SEA EL SHIPNAME DE VEE Y NIALL SOS SOS SOOOS QUE SE CASEN DE UNA PUTA VEZ, POR FAVOR.

    ERIKA DIOS PARA YA

    Por cierto, me he dado cuenta de que todas las mujeres de esta novela son el puto amismo personificado, amo a Maura JAJAJAJAJAJAJAJA

    BUENO PUES ME VOY YA

    TE AMO

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    1. Esta novela debería llamarse "Fabricando otps" no puedo parar, no pienso parar.

      CÓMO PUEDES SHIPPEAR CHIARA POR FAVOR KIARA ES L E S B I A N A NO LE VAN LAS POLLAS OLVÍDATE DE ESE SHIP, ANTES FOLLAN SCOTT Y TOMMY QUE KIARA Y CHAD (vale no, pero ya me entiendes jejejejejeje).

      Ahora que lo pienso no tengo ni idea de cuál sería el nombre de Niall y Vee porque el nombre de ella es tan corto, ay, mi coraçao sufre. PERO SÍ. NECESITAN CASARSE. URGENTEMENTE.

      NO PUEDO PARAR NO PIENSO PARAR.

      Maura es una diosa, me la imagino así por algo que dijo Niall de "-¿algo que te dijera tu madre y que recuerdes mucho? +cállate, me estás avergonzando" JAJAJAJAJAJAJAJA.

      No te vaias, no me dehes, quédate conmigo ♪♫♥

      YO TAMBIÉN A TI.

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  10. Lo siento por Layla, pero CHAD le ha robado en título de la criatura mas hermosa de esta novela. Necesito que nada malo le pase

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  11. CHAD.
    CHAD.
    CHAD.
    Pero pero pero si es que es re lindo. Se me saltan las lágrimas de lo cucoso que es. Ya sé que es hijo de Vee y Niall pero lo quiero para mí. Y como Aiden le rompa el corason voy y le doy.
    Mientras describías Dublín me daba una nostalgia... hace poco que he estado allí y ha sido bien lindo recordarla.
    Por favor por favor que Vee y Niall vuelvan. A ver, se quieren y son papis y si falta cura yo me hago un curso por internet y oficio la boda.

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    1. Es una criatura tan, pero TAN hermosa, me duele el corazón sólo de pensarlo. Lo gracioso es que él sea así teniendo el padre que tiene.
      Yo nunca he estado en Dublín, he tenido que mirar cosas en Google maps y en páginas de turismo para hablar de los sitios por los que pasan, espero haber estado acertada en mis descripciones JAJAJAJAJAJAJA.
      Empieza el curso, pues.

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  12. CASI CHILLO DE LA EMOCIÓN AL VER QUE NARRABA CHAD, LE TENGO MUCHÍSIMO CARIÑO DESDE LA PRIMERA VEZ QUE APARECIÓ ❤
    Y Aiden me ha caído genial, hacen una pareja hermosa. Kiara me ha representado totalmente con ese "Quiero que os caseis". Me encanta la amistad de Kiara y Chad, eso sí que es friendship goals (y Scommy también obviamente, esa brotp al poder).

    - Ana

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    1. AYYYY DE VERDAD ME ALEGRO TANTÍSIMO DE QUE OS GUSTE CÓMO NARRA CHAD, es súper especial para mí pero también es complicado narrar con él porque es con el que menos conectada me siento, por eso sale tan poco, mi pobre niño :(
      Pero por lo menos tiene a Kiara y Aiden para aprovecharlo y quererlo, así que no me siento tan mal por dejarlo por ahí libre. Es, con diferencia, el que más feliz es de la novela ❤

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