Decir que aquellas Navidades
fueron las mejores de la historia sería quedarse corto.
Porque volvimos a ser una familia, como cuando yo era
pequeño.
La abuela Maura accedió a ir a Dublín, abandonando sus
plantas. Me dijo que tendría que recompensarla dándole muchos bisnietos.
-Con esa chica con la que tanto estás-me dijo, nada
más entrar en casa-. Es muy guapa.
-¿Kiara?-pregunté, y asintió, tirándole el abrigo a
papá, diciéndole que tuviera modales. Ella no lo había criado para eso-. Es
como una hermana para mí.
-Pues menos hermanarse y más procrear, vena.
-Mamá, ni siquiera tiene 16 años-recriminó papá. La
abuela se giró a mirarlo. Tenía una expresión asesina en la mirada.
-Tiene tus genes. Debería gustarle-sí que me gustaba-.
Confío en que sea listo como su madre, porque si tenemos que fiarnos de ti…
-Gracias por ese apoyo, mamá-bufó papá por lo bajo,
llevándose su abrigo. La abuela se puso de puntillas, mirándolo.
-¿Qué has dicho?
-Que voy a hacer pollo-soltó papá, cerrando una puerta
tras de sí. La abuela empezó a despotricar sobre lo poco glamuroso que era
preparar pollo en Nochebuena o Navidad. “Y más viniendo la madre de tu hijo y tus
casi suegros a cenar, se te tendría que caer la cara de vergüenza, Niall”.
Mamá y los abuelos llegaron media hora antes. Fui a
recibirlos. Repartí besos. Abracé a mamá con muchísimo amor. Me gustaba eso de
no tener que turnarme para ver a mi familia en Nochebuena.
-Me alegro de que estés aquí, mamá-sonreí, y ella me
acarició el pelo. Me besó. Me limpió un poco de suciedad de la mejilla.
-Yo también me alegro de estar, mi amor.
Se había puesto maquillaje. Fue al encuentro de papá,
que estaba hablando con su casi familia política, animado, mientras se asaba
una merluza. Mis padres se abrazaron, papá echó un vistazo a mamá.
A sus ojos ligeramente maquillados.
A los pendientes de platino que él le había regalado
hacía tiempo.
Al colgante que le compramos entre los dos en su
primer Día de la Madre.
A la blusa blanca, con un escote en el que se entrevía
un sujetador negro.
A la falda negra, de cuero y de tubo, que le realzaba
la figura.
Y los zapatos de tacón.
-Estás muy guapa, Vee-sonrió papá. Le acarició la
cintura. Mamá se dejó hacer. Incluso se pegó un poco a él.
Mis abuelos sonrieron.
-Ha sido idea nuestra-empezó mi abuelo.
-Ni se te ocurra, papá-advirtió mamá.
-Iba a traer un jersey y vaqueros, pero su madre le
dijo “Victoria, es Nochebuena, vamos a casa de tu casi marido, haz el favor de
adecentarte un poco”.
Cuando la abuela llamaba a mamá “Victoria” y no “Vee”,
temblaba el suelo. Se cubría el cielo. Los volcanes se calentaban. “Victoria”
era sinónimo de bronca en casa de mi madre.
Nadie la llamaba por su nombre completo. Dudaba que
los compañeros de banda de papá supieran cuál era.
-Pues estás muy decente, Victoria-se burló papá,
mirándola. Mamá puso los ojos en blanco, hizo ademán de separarse de él, pero
no se lo permitió.
-Me alegro que me consideres presentable para la
abuela de mi hijo, Niall James-replicó mamá, sonriendo. Los dos se miraron como
si fueran los únicos solos en la habitación.
Mis abuelas se saludaron con cariño, haciendo caso
omiso de mis padres. Pronto llegó mi otro abuelo, y los cuatro se pusieron a
jugar a las cartas mientras papá y yo terminábamos con la cena.
Mamá y papá no dejaron de tontear mientras lo
ultimábamos todo. Papá le pasó una mano por la cintura un par de veces. Mamá se
rió todas. Dio un sorbo de su copa de vino en algunas ocasiones.
Estaban emborrachándose, pero no de alcohol. De años y
años de tensión sexual, que fluía lentamente, el canal abierto por fin.
Como siempre, mi tío Greg se retrasó. Lo esperamos con
paciencia. Nos entretuvimos con los típicos dulces navideños. Cuando por fin
nos honraron con su presencia, mis dos abuelos paternos le echaron una bronca
increíble. Mi tío se excusó en que su mujer había tenido problemas en la ducha.
Mamá y papá se miraron. Papá estaba bebiendo una
cerveza entonces. Sonrió levemente. Sí, mis padres también habían experimentado
ese tipo de problemas con la ducha en un par de ocasiones.
Me dolía la tripa después de cenar, pero estaba
pletórico. Kiara me mandó varias fotos con lo que había comido. Estaba todo mucho
más currado que lo mío, la verdad. Tenía el emplatado propio de un restaurante
pijo, aquellos a los que siempre amenazaba con llevarla.
A pesar del malestar por hacer una digestión demasiado
pesada, estaba feliz. Ayudé a papá a recoger los platos; mamá intentó echarnos
una mano, pero la detuvimos con un:
-Siéntate ahí, Vee/mamá.
Se quedó sentada en la cocina mientras fregábamos,
vaciando una botella de vino. Los dejé solos. Por fin, papá se giró. Se miraron
largamente, decidiendo si estaban pensando en lo mismo. Si tenían apetitos
similares.
-Chad tiene una guitarra nueva. Está en el estudio,
¿quieres verla?
Mamá sonrió.
-Claro.
Se metieron en el estudio y cerraron la puerta.
Incluso si no supiera de sobra lo que iban a hacer, no
se me habría escapado. Los había visto demasiadas veces después de acostarse.
Sabía identificar las señales, como la sonrisa tonta de papá cuando cerraba la
puerta de la habitación de mamá y se encaminaba a la de la calle, no sin antes
revolverme el pelo y decirme que me portara bien.
O el pelo revuelto de mamá cuando atravesaba el
pasillo, dándome un beso en la mejilla antes de irse, y diciendo que me portara
bien.
Tuvo que ser bestial, porque salieron con los ojos
chispeantes, la piel brillando, mordiéndose los labios, mirándose de reojo, y
arreglándose la vestimenta. No se me escapó el botón desabrochado en la camisa
de papá, ni el botón que faltaba en la blusa de mamá, dejándole un escote aún
más pronunciado. Tampoco me pasaron desapercibidas las arrugas de su falda de
cuero.
Ni que estaba unos 10 centímetros por encima de su
posición anterior, media hora antes.
Mamá no llevaba
medias. No las soportaba.
Era algo que a papá no podía parecerle mejor.
Todos los presentes fingimos no darnos cuenta… y
disimulamos una sonrisa. Queríamos que se casaran urgentemente. Que me dieran
un hermano, pero ya.
Yo preferiría una hermanita. Podríamos llamarla
Saoirse.
Me hacía gracia cómo todos queríamos que mis padres
estuvieran juntos… incluidos mis padres. En realidad, sólo ellos sabían por qué
seguían separados.
No era como si mis abuelas los animaran a juntarse, a
que mamá se pusiera guapa, o que papá “fuera un hombre decente, y le llevara
flores”.
“Es el padre de tu hijo”, decían, “es la madre de tu
hijo”, decían.
Se callaban, nos callábamos, que deberían ser “tu
marido” y “tu mujer”.
La noche avanzó. Papá miraba el reloj con nerviosismo.
No quería que mamá se fuera tan pronto.
-¿Te quedas a dormir, mamá?-espeté, jugando sucio. Yo
era la mejor baza de papá, el as en la manga de mamá. Todos me miraron,
decidiendo si aquella jugada haría que pasaran la noche juntos.
Sí, lo hizo.
-La verdad es que no me apetece dejarte solo
hoy-sonrió, estrechándome entre sus brazos. Toda la estancia se evaporó.
Incluso yo me evaporé. Miró a papá. Papá la miró a ella.
-Ya sabes que ésta es tu casa, Vee.
Mamá sonrió, feliz.
-Sí que lo es.
Papá sonrió, igual de feliz.
Enseguida nos dejaron solos. Me ofrecí a guardar los
platos mientras ellos se quedaban en el salón. Les anuncié que me iba a dormir,
interrumpiendo una buena sesión de besuqueo de adolescentes atrapados en
cuerpos de 40 años. Se separaron y me miraron, asintieron. Me dieron las buenas
noches, me desearon un buen descanso.
El que ellos no tuvieron, porque no dejaron rincón en
aquella casa sin profanar con su sexo salvaje y desenfrenado. Parece ser que
Daidí na Nollag no sólo trae regalos: también trae excitación.
Por suerte, yo no los escuché. Me puse tapones y les
dejé hacer.
Me desperté temprano, con dolor de estómago.
Los dos segundos en que tardé en darme cuenta de qué
día era fueron los mejores de mi vida.
25 de diciembre.
Faltaban 9 horas para que viera a Aiden.
Me puse histérico nada más subir la persiana. Estaba
nevando. ¿Y si lo cancelaba? ¿Y si no lo cancelaba? ¿Adónde iríamos? ¿Qué
haríamos? Vivía en las afueras, ¿y si en el centro había una tormenta
impresionante? ¿Y si cerraban el metro, porque todas las líneas salían en algún
momento a la superficie?
¡Si no había metro, tampoco habría bus!
¡Yo no podía llegar al centro!
¿Qué pasaba si yo no aparecía? ¿Se lo tomaría mal?
¡¿Y si no llegaba él?! ¡Lo esperaría 50 años bajo una
ventisca! ¿¡Qué pasaría si era él el que no podía venir?
¿Y si se echaba atrás?
¿Y si usaba la tormenta como una excusa?
¿Y si se tomaba la tormenta como una señal?
Creo que me está
dando algo.
Salí de mi habitación. Temblaba como una hoja. Me metí
en el baño. Me senté en el suelo, frente a la ducha. Apoyé la frente en el
cristal frío de la mampara. Me concentré en respirar.
Sólo respirar.
Me latía el corazón a toda velocidad. Y me sudaban las
manos. Intenté convencerme de que no había por qué ponerse así. Había salido
con gente un montón de veces. Más con chicos, que con chicas. No era nada nuevo
para mí.
Sí, ya. Como si fuera tan fácil quitarle lo especial
de verlo a Aiden.
Escuché pasos por el pasillo. Me incorporé. Me lavé la
cara. Me eché el pelo hacia atrás. No quería que mis padres se preocuparan.
Llamaron con los nudillos suavemente a la puerta. Me froté la toalla (más bien
intenté arrancarme la piel de la cara con ella), luchando por controlar mis
espasmos… y lo conseguí. De momento.
Abrí la puerta. Era papá, que alzó las cejas al verme.
-Te has levantado temprano.
-Los nervios por abrir los regalos-expliqué. Se echó a
reír, me revolvió el pelo y se metió en el baño. No corrió el pestillo. Ninguno
de los tres lo corría.
Fui hasta la cocina. Volqué la cafetera en un colador.
Contuve un sollozo, ¿por qué tenía que pasarme todo a mí? Volví a ponerla. Me
senté. Me peleé con un par de galletas. Me olvidé de mi café. Las tomé con un
refresco. No fue una buena combinación.
Me quedé mirando por la ventana. El tiempo empeoraba a
pasos agigantados. Era una señal, sin duda.
Papá salió del baño. Se dirigió al salón. Se volvió sobre
sus talones, extrañado de no verme allí. Los regalos estaban intactos.
-Chad-dijo, viéndome mirar con melancolía por la
ventana. Di un brinco. Estaba ocupado, pensando en cómo los elementos no
querían que Aiden y yo estuviéramos juntos. No era justo, ¿por qué el destino
había querido darme una oportunidad, y ahora se reía de mis esperanzas de
aquella manera? Tenía ganas de vomitar-. ¿Estás bien?
-Claro, ¿por qué no iba a estar bien?-contesté,
cogiendo con manos temblorosas la taza con el refresco. Hice una mueca. Era
light. No me gustaba light.
-Porque aún ni te has acercado a los regalos… y estás
comiendo galletas para desayunar-constató. Papá era un genio. No se le aplicaba
eso de “los rubios son tontos”. No era rubio natural-. ¿Estás tomando Pepsi con las galletas?
Noté cómo se me encendían las mejillas.
-Todavía no estoy muy despierto-me excusé. Vacié el
contenido de la taza en la que cabría el equivalente al agua de una piscina
olímpica en el fregadero. Salí disparado al salón. Rasgué con entusiasmo los
papeles de regalo. ¡Joder, una batería eléctrica!
Tal cual estaba, habría preferido una pistola para
pegarme un tiro en la boca, pero aquello me servía.
Mamá me había comprado unos zapatos que había mirado
por internet. Lo había hecho a posta. No quería que se rompiera la cabeza
buscando un regalo que me gustara. Tenía la impresión de que ella consideraba
mis regalos decepcionantes al lado de los de mi padre. A mí me gustaban igual.
Venían de ella, después de todo.
Mamá fue la última en levantarse. Era lo que tenía no
estar acostumbrado a salir a correr cuando sale el sol, ni estar hecho un
manojo de nervios. Me tranquilicé un poco al verla. Se había puesto unos
pantalones de pijama de los que tienen tela gordita. Me sonrió nada más verme,
y me besó. Daba unos besos calentitos como una taza de sopa cuando estás
enfermo.
También le dio un beso en la mejilla a papá.
-Podéis morrearos-les dije, y los dos me miraron-. Sé
que habéis pasado la noche juntos. En la misma cama, vaya.
-¿Tanto se nos nota?-suspiró mamá, cansada.
-Llevas una camiseta de papá.
Los dos inclinaron la cabeza hacia un lado. Al
unísono. Era lo que hacíamos los tres cuando procesábamos algo.
Papá tenía una millonada de camisetas. Algunas las
usaba yo también. Y terminaban en el armario de mamá por inercia: yo me dejaba
ropa en su piso, ella la recogía y se terminaba apropiando de ella.
Pero yo sabía que esa camiseta seguía perteneciéndole
a papá.
No perdían mis regalos.
-Se la compré para su 39º cumpleaños-expliqué. Papá dejó
escapar una risa por las fosas nasales, acercándose su taza a los labios. Mamá
se mordió el labio inferior, intentando no sonreír. Se pasó una mano por el
pelo. Miró a papá. Papá la miró a ella.
Yo me fui de la cocina antes de que la tensión sexual
explotara entre ellos y me viera obligado a presenciar cómo echaban un polvo.
Yo comía en ese lugar.
Me fui poniendo peor y peor a medida que avanzaba la
mañana. Papá no se dio cuenta, pero mamá sí. Vino a verme a mi habitación.
Estaba mandándole mensajes histéricos a Kiara cuando acarició la puerta abierta
con los nudillos, pidiendo permiso. Dejé a Kiara en leído. Ella odiaba eso.
Mamá se sentó a mi lado. Me apartó un par de rizos
negros de la cara. Sonrió. Me dio un beso en la mejilla. Dejó que me apoyara en
su hombro. Se sentó sobre la almohada, con las piernas estiradas, acariciándome
el pelo. Hundía sus dedos en mis rizos. Me tranquilizaba un montón.
-No tienes que preocuparte.
-Mira el tiempo que hace, mamá-me lamenté, señalando
la ventana. Sus ojos atravesaron la tormenta de nieve. Se perdieron en el
intento.
-¿Lo consideras un problema?
-¡Claro que sí! ¿Qué se supone que vamos a hacer con
este temporal? ¿Y si cierran la línea de metro? ¿Y si no hay autobuses?
-Podemos llevarte nosotros.
-¿Y si se queda atascado el coche?
-Puedes ir caminando.
-¿Y si me quedo yo atascado en la nieve?
-Seguro que tu padre puede llamar a un helicóptero, o
algo por el estilo-sonrió.
-¿Y si él no llega?
-Vas tú a su casa. ¿Sabes dónde vive?
-No.
-No importa. Encontraréis la manera de juntaros-sus
ojos vagaban por la ventisca, soñadores. Igual
que tú y papá, pensé, pero no se lo dije. Ya me había ganado mi bronca
anual por intentar meterme entre ellos dos.
-¿Qué haremos después?
-¿Es un problema?
-Pues…
-Si es un problema, y tiene solución, ¿por qué
agobiarse? Y si es un problema que no tiene solución, ¿por qué agobiarse
también?
Me revolví a su lado. Fruncí el ceño. Ella sólo se
rió.
-Mamá, lo estoy pasando mal, te agradecería que no…
-Estás igual que yo cuando tu padre me pidió que me
casara con él.
Gemí.
-No quiero decirle que no a Aiden, mamá.
-No se lo dirás-me tranquilizó. Dejé de temblar. Mi
pulso se normalizó. Si tuve fiebre, se me pasó un poco. Me empezó a entrar
sueño.
¡No podía dormirme! ¡Tenía que ducharme, buscar qué
ponerme, rezar por que se despejara el cielo, mirar el parte meteorológico cada
cinco minutos! ¡Tenía muchísimo que hacer!
-¿Estarás bien si te dejo solo? Quiero ayudar a Niall
con la comida.
-Sí.
Me besó la frente. Me tapó con cariño.
-No soy un bebé, mamá.
-Tú siempre serás mi bebé, C-replicó, besándome la
frente. Le pedí que cerrara la puerta al salir. No me hizo caso. Así son las
madres.
Volví a sucumbir a los nervios. Lo conseguí ocultar
mejor. La abuela no me lo notó cuando vinieron a comer.
No, hasta que no dejé caer la cuchara de la sopa en un
plato lleno a rebosar.
-No quiero más-anuncié, perplejo. Era mi plato
favorito. Crema de nécoras. Me pasaba el año contando los días para que fuera
Navidad y poder comerla. Mis padres siempre me decían que la harían cuando yo
se lo pidiera.
Pero no quería arruinarla.
Era especial.
Y ahora… no me entraba en el estómago. Casi me
repugnaba su olor. Me estaba mareando. La cabeza me daba vueltas.
En 4 horas veía a Aiden.
-Pero, ¡Chad!-riñó la abuela-. Si no has comido nada
aún, no puedes…
-No tengo hambre-expliqué-. Se me ha cerrado el
estómago.
-¿Te encuentras bien?
-Sí, claro, es sólo que… he desayunado tarde.
-Son los nervios, mamá-soltó papá. Traidor. Tú no deberías ser el segundo más
querido de One Direction. Deberías ser el menos.
-¿¡Nervios!?-tronó la abuela-. ¿Por lo de Aiden?-me
miró, acusadora. Le habíamos terminado contando por qué no quería ir a
Mullingar ese año. Y, aunque lo había aceptado, le había dolido un poquito con
qué facilidad la cambiaba por un chico al que sólo veía en el instituto. Le
debía la vida a ella-. ¡Si sólo vais a dar una vuelta! ¿Qué será de ti el día
que te cases?
-Igual no se casa, como su padre-se jactó papá.
-Se va a casar, porque no es imbécil, como su
padre-contestó la abuela. Papá puso los ojos en blanco.
-Además, si no lo hace bien hoy, no habrá día en que
se case-me apoyó mi abuelo. O lo intentó. Creo.
-Gracias, abuelo-solté yo, lanzándole una mirada de
soslayo, mientras mi otra abuela soltaba un:
-¿Te callas, Kevin?
-Pues vas a comer-soltó mamá, dura-. No voy a
arriesgarme a que te dé cualquier cosa con el día que tenemos porque lleves el
estómago vacío.
-Pero… ¡papá!-supliqué, volviéndome hacia él.
-Ya has oído a tu madre.
Y no se habló más. Me peleé con la crema de nécoras.
Ni probé el pescado. Me dieron un poco de carne. Eché mucho de menos tener un
hermano al que echarle un poco de comida a su plato para que pareciera que
había comido.
Fregué los platos. Me peleé con papá para hacerlo. Se
quedó para ayudarme a secarlos.
-Chad…-empezó, y yo me detuve-. Eso azul… es el dibujo
del plato. Por mucho que frotes, no se lo vas a quitar.
Me puse colorado.
-Vete a prepararte, venga.
Me metí en la ducha. Me lavé el pelo. Estuve a nada de
pasarme la maquinilla de afeitar de papá, a pesar de que tenía las mejillas tan
calvas como cuando nací.
Eso sí, casi vacié una de las cremas hidratantes que
mamá se había traído de casa. Pero no se me iban las ojeras. Parecía un puto
oso panda, sólo que sin la parte adorable. Cualquiera diría que me iba a un
concierto de heavy metal.
No tenía nada que ponerme. Kiara vino a verme después
de que le mandara una tonelada de audios y dos millones de fotos de
combinaciones de ropa.
Traía su maletín de maquillaje.
-Dios mío, menudas ojeras tienes… más bien te tienen
ellas a ti-soltó. ¿Quién necesita amigos hetero de tu mismo sexo y color
pudiendo tener a una amiga lesbiana negra que te suelta esas cosas?-. Menos mal
que me he traído mi bolsita mágica…
-No me vas a maquillar, Kiara.
-Pareces un buitre, mira qué bolsas tienes en los
ojos, no te voy a dejar salir así.
-¡QUE NO ME VAS A MAQUILLAR, KIARA, JODER! ¿PODEMOS
CENTRARNOS?
Alzó las cejas, chasqueó los dedos, en el típico gesto
de “biiiiitch, whaaaaaaaaaaaaat?” que
les veíamos a las mujeres de su color en las películas.
-Vaya, vaya, parece
que alguien está en sus días-espetó,
apartándose las trenzas de la cara. Su indignación con la menstruación era
legendaria. La recordé un día tirada en la playa, negándose a quitarse los
shorts y diciendo que si quería que nos bañásemos, tendría que ser con ellos. Y
yo la puteaba.
Porque no me daba cuenta de lo que le pasaba.
-¡Dios mío, Chad, eres tan imbécil cuando te lo
propones! ¡Estoy autodestruyéndome por dentro! ¿Lo pillas? ¡Soy un puto
surtidor ahora mismo! Lo mejor de todo es que me es totalmente inútil este
ciclo mío-atención, la frase estrella, la que debería calificarse como LA FRASE-. ¿Por qué tenemos que tener la
regla las lesbianas? ¡En serio, es totalmente absurdo! Yo no le doy a dar uso, ¿por qué tengo que sufrir lo que sufren las
hetero, me lo puedes decir tú, Chad?
-Para compensar-contesté yo, y ella me dio un puñetazo
en los huevos. Sin miramientos. Sin vacilar. PUM. Huevos revueltos para cenar.
Me doblé sobre mí mismo, soltando todo el aire.
-¿A que jode? Pues imagínate eso, una semana entera.
No volví a incordiarla con eso jamás. Incluso le
llegué a comprar dulces. Hasta que empezó a excusarse tanto en la regla que le
venía 3 veces al mes. Y yo tampoco era tan gilipollas.
Se sentó en el borde de la cama. Sacudió la cabeza con
cada cosa que le sacaba, hasta que rescaté un jersey olvidado. Era de color
crema suave.
Dio un brinco y cogió unos vaqueros.
-Con las botas de color café…-meditó. Abrió el
zapatero. Las sacó. Lo colocó todo en línea-. ¡Ay, Chad!-festejó, mirándome-.
¡Vas a parecer un rollito de canela!
Me quité la ropa sin ceremonias. Se la tiré encima. Me
vestí. O, al menos, lo intenté.
Porque me dio por tratar de meter la cabeza por las
mangas del jersey. Y Kiara tuvo que terminar echándome un cable.
Me até los cordones y me miré en el espejo. Se
levantó, se frotó las pantorrillas y se puso de puntillas por detrás de mí,
para ver lo que yo veía. Y para ver si me gustaba lo que estaba viendo.
-Estás muy guapo-me sonrió. Yo la miré.
-Eres la mejor, K.
-Ya lo sé. Mira qué obra maestra he hecho contigo-me
cogió de la mano. Me hizo darme una vuelta sobre mí mismo-. Ay, por dios. Me
apetece repetir lo de aquella vez, y todo, fíjate.
-Vale, K, gracias por la aportación.
-Puede que Aiden le guste mirar.
-Eres agotadora,
Kiara.
Sonrió, tocándose el piercing de la nariz.
-Bien, ahora que ya estás vestido para matar… ¿quieres
que te acompañe hasta el centro?
Era un sol. Le di un beso en la nariz. Ella se echó a
reír.
-K…-empecé, mirándola. Ella sacudió la cabeza.
-Lo sé. Yo también.
Se colgó de mi brazo nada más salir de la casa. El
viento me revolvía el pelo. Sus trenzas sólo danzaban por la espalda. Eran más
bien látigos ociosos que mechones de pelo enredados entre sí. Nos subimos a un
bus que avanzó despacio: lo único rápido en él, eran los limpiaparabrisas. Nos
sentamos en los asientos del fondo, con las piernas estiradas, los pies
apoyados en los asientos que teníamos delante.
Intenté regresar a casa en cuanto nos bajamos del
autobús. En el centro hacía mejor tiempo que en las afueras. Quizá fueran los
rascacielos.
Pero Dublín estaba recubierta con un manto de nieve
más o menos permanente. Se acumulaba en las aceras, haciendo una especie de
barricada en los desagües. La carretera se quedaba más o menos con una fina
capa nívea.
Los copos de nieve caían sin cesar. Eran pocos, pero
valientes. Kiara se subió un poco la bufanda, soltándome. Fue el momento que
aproveché para dar la vuelta, cambiar de rumbo y perderme entre la multitud. Me
dejé arrastrar por ella hasta una pequeña plaza.
Kiara me alcanzó allí.
-¿Qué te pasa, Chad?
-Esto es una señal. Deberíamos volver a casa. Te
invito a una taza de chocolate-le dije, pero ella negó con la cabeza.
-Vas a ver a Aiden. Venga-me volvió a coger del brazo.
Me arrastró un par de calles más allá. Aún era temprano. Decidimos caminar. En
el metro haría más frío.
Además, un montón de gente resbalaba y se caía en las
escaleras de acero, empapadas en esa época del año. El ayuntamiento las
renovaba cada otoño, reforzaba sus dibujos, pero sus esfuerzos eran inútiles.
Se destruía bastante más rápido de lo que se construía.
Las calles con más turistas estaban llenas a rebosar
de puestos con comida caliente. Kiara se acercó a estudiar unas manzanas rojas,
cubiertas de caramelo, que brillaban como si tuvieran una vela en su interior.
Revolvió en su abrigo hasta encontrar la cartera.
Momento que aproveché para escaparme de nuevo… no
conseguí llegar muy lejos. En mis prisas, me resbalé con un montón de nieve que
cubría una capa de hielo, me deslicé sobre un pie hasta una columna, y me salvé
en el último momento de una caída épica agarrándome a una papelera.
Kiara sonrió, acercándose a mí.
-¿Eso también es una señal?
-Cállate-le espeté. Prefería que me dejara tranquilo.
Me dejaría arrastrar hasta el centro. Y si Aiden no venía, pues… me iría a
casa, me encerraría en el baño, y lloraría.
Eran las cinco y media y estábamos a medio kilómetro
del punto en el que me vería con Aiden. Kiara, en su infinita sabiduría,
decidió meterme en una cafetería para hacer tiempo. Pedí un chocolate caliente.
Se lo terminó bebiendo ella.
Yo estaba temblando como una hoja. Al menos, tenía la
excusa del frío.
Se relamió y se limpió los restos de chocolate con una
servilleta. Yo no paraba de mirar el reloj. Para colmo, el que tenía enfrente
era digital. 17:37.
17:39.
17:40.
17:41.
A las 17:46, Kiara me cogió la mano.
-¿Quieres que vayamos hacia allá?
Ahora, estaba convencido de que había entendido mal a
Aiden. Seguro que habíamos quedado a las 5 y yo, como un estúpido, me había
quedado con la copla de que era a las 6. Puede
que fuera a las 5 y media. Tenía más sentido. A esas horas, todavía
había un poco de luz.
No podíamos haber quedado en serio a las 6. Era de
noche.
Dejamos un billete de cinco euros en la mesa, nos
levantamos, y salimos de nuevo a la calle. Me ajusté el gorro y avanzamos
lentamente en dirección al enorme monumento que se erguía en el corazón de
Dublín.
El monumento de O’Connell, el que había conseguido que
Irlanda recuperara su propia religión… y el que había empezado a sacudirnos de
encima el yugo británico.
Cuando nos topamos con el monumento, me detuve en
seco. Estábamos cobijados en una esquina de una calle que moría, o nacía, en
uno de los puntos más importantes de la ciudad. Normalmente, la plaza estaba
abarrotada de coches, y los peatones nos veíamos obligados a conformamos con
acercarnos a la estatua y quedarnos a sus pies, si no queríamos que nos
atropellaran.
Kiara frunció el ceño con disgusto, una vez más,
viendo la inmensa figura cónica que a alguien le había parecido apropiado
plantar tan cerca del monumento. Lo odiaba con todas sus fuerzas. A mí me
molestaba su presencia, pero mi odio no era visceral como el de Kiara: sí, veía
que era una figura horrible que rompía con toda la arquitectura de su
alrededor. Era algo así como una intrusa, el progreso en un espacio gobernado
por la historia.
Si, por lo menos, le hubieran hecho grabados en el
metal, puede que encajara un poco más.
Pero en Dublín, las cosas no funcionaban como debían
funcionar.
-¿Esperas conmigo?-le pregunté, volviéndome hacia
ella. Sus ojos se clavaron en mí. Se ajustó de nuevo el gorro.
La nieve había hecho que cerraran el tráfico por el
centro. Todos los coches tenían que desviarse en un momento dado… lo cual nos
venía bien a todos los que íbamos caminando. La plaza, llena usualmente de
coches, estaba tomada ahora por niños haciendo muñecos de nieve, turistas
apoyando los trípodes de sus cámaras sin preocuparse de que estuvieran en un
cruce, y cantidad de gente sentada en los bancos, o al pie de la estatua,
riéndose y sosteniendo algo caliente entre las manos.
Me sentiría muy desdichado si Aiden no aparecía, pero
no soportaría las miradas cargadas de tristeza de los demás, viendo que me
habían dado plantón.
Además, yo no era alguien corriente. Querrían
consolarme.
Pero no podrían.
De manera que, si Kiara accedía a quedarse conmigo,
siempre podría parecer que nos había apetecido bajar hasta el centro y pasar un
poco de frío, sin más.
-Claro que sí, C-me dijo, cogiéndome la cara con unos
guantes muy, muy suaves.
Me armé de valor, miré el semáforo de la esquina en la
que nos encontrábamos. Cambió de rojo a verde. Otra señal. Enredé mi brazo con
el de Kiara y di un paso al frente, abandonando la comodidad y el refugio que
proporcionaba el toldo de la cafetería cuyo aflujo de gente no tendría nada que
envidiar a la de la mejor discoteca de Londres.
Kiara me apretó los dedos en el brazo, insuflándome
ánimos, y avanzó a mi lado, segura de sí misma, aportándome a mí más confianza
en mi caminar. Unas turistas alemanas estaban haciéndose fotos sentadas en las
escaleras de la estatua. Las rodeamos.
Eran las 17:51.
Y Aiden ya estaba allí.
Se me cayó el alma a los pies, viéndolo allí, solo,
contemplando con muchísima concentración la pantalla de su cámara negra como el
carbón. Le gustaba hacer fotos. Es más, en Fotografía siempre era el primero de
la clase.
Como sintiendo mis ojos clavados en él, levantó la
mirada, abandonando la atención hacia su cámara.
Me dedicó una cálida sonrisa que bien podría haber
derretido toda la nieve de Irlanda, no sólo de Dublín. Se levantó y vino a
nuestro encuentro.
-Hola-susurré con timidez.
-Hola-respondió él, y había una nota de felicidad en
su voz que hizo que me derritiera a sus pies.
-Holaaaaaaaaa-saludó Kiara, entusiasmada por no tener
que ser mi paño de lágrimas. Aiden clavó los ojos en ella. No parecía
decepcionado. De hecho, había un tinte socarrón en su mirada, era como si…
… se esperara que no me atreviera a venir solo.
-¿También te apuntas, Kiara?
-No, hijo-respondió K, soltándome-. Yo vengo de
niñera. Venga, que os divirtáis-se dio la vuelta e hizo ademán de irse, pero se
lo pensó mejor y volvió a girarse-. Por cierto-le confió a Aiden en tono
íntimo, inclinando la cabeza en mi dirección-: no le gusta el batido caliente
de cacahuete. Da igual lo que te diga. Si coméis algo, que no lleve cacahuete.
Los odia.
-Kiara-intervine yo.
-Los odia a muerte-insistió.
-¡¡Kiara!!-ladré. No necesitaba que hiciera de madre
conmigo. Podía cuidarme solo. Había llegado yo solo hasta allí.
Bueno, más o menos. La verdad era que había ayudado
bastante.
-Vale, ya me voy, que lo paséis bien-sonrió, me apretó
la mano y se esfumó entre la gente. Cualquiera diría que era de piel oscura,
teniendo en cuenta la facilidad con la que se desvaneció y se mimetizó con el
ambiente.
Me sentí un poco mal. Ahora tendría que volver sola a
casa.
Aiden miró en la dirección en que se había marchado mi
mejor amiga, y luego por fin, clavó los ojos en mí, aquellos ojos marrones, del
color del chocolate fundido cuando se lo echas al helado.
Me temblaban un poco las piernas.
Espero que no
vayamos muy lejos, pensé. Dudaba de que pudiera dar dos pasos en línea
recta con él tan cerca sin caerme.
-¿No te fiabas de que viniera?-quiso saber, divertido.
-No sabía si llegarías con la tormenta que hay…-me
excusé, y noté cómo me ardían las mejillas. Me estaba poniendo de un color que
ni la más madura de las fresas había alcanzado nunca-. Pero… Kiara insistió en
acompañarme.
-Me alegro de que lo hiciera-comentó-. Así, no te
rajarías.
-Yo no iba a…-empecé, pero me callé. Sí,
probablemente, de no ser por Kiara, no habría reunido el coraje necesario para
terminar yendo a verlo. Y quedaría como un imbécil con él. Él pensaría que no
estaba interesado en él… cuando estaba interesadísimo.
O sea, escribiría la tesis doctoral sobre su cara… si
les interesaba en el Trinity College.
Nos quedamos mirándonos el uno al otro, sin saber cómo
continuar. Esperaba que a él se le ocurriera algo.
Pero no se le ocurría nada.
Señalé su cámara.
-¿El objetivo es nuevo?-pregunté, y automáticamente
quise darme de hostias, porque la primera vez que estábamos juntos; solos,
realmente solos, y… me ponía a hablar del objetivo de su cámara.
-Sí-contestó, agradecido de que hubiera sacado un tema
de conversación con el que estuviera cómodo-. Me lo regalaron mis padres hoy.
-Es grande-observé.
¡Pero qué
cojones haces, Chad! ¿Acabas de decirle en serio que su objetivo es grande?
¡SE VA A PENSAR QUE
ESTÁS HABLANDO DE SU…!
-Es que es para
vistas panorámicas. Ve mejor que tus ojos. Mira-dijo, girándose, acercando la
cara a la cámara (deseé ser la cámara) y haciendo una foto de la punta del
cono. La separó de él, limpió el vaho de la pantalla con la manga del abrigo, y
me acercó la cámara. Amplió la foto tanto que me pareció increíble.
Se veían perfectamente los rostros de los visitantes
del cono… incluso la marca de las cámaras de fotos compactas con las que
estaban haciendo fotografías de los tejados de Dublín.
-Vaya-comenté, admirado.
-Sí-asintió, orgulloso.
-¿Y qué más hace?-me gustaba prestar atención en
Fotografía, pero más a las estructuras del color, las mejores combinaciones,
las proporciones en que se conseguía de forma más fácil una buena foto… dudaba
mucho de que nos hubieran hablado de objetivos de cámaras.
-Pues… es muy bueno para hacer fotos de
edificios-explicó, y yo asentí-. Su visión es más amplia.
-¿Quieres… ir a estrenarlo por ahí?-pregunté, y él me
miró, aprensivo-. No me importa. Podemos dar una vuelta. Tú puedes hacer fotos.
Yo te acompaño y miro. Me gusta verte hacer fotos. O sea… ver hacer fotos en
general. No es que no me guste verte a ti. Tú estás genial. Haciendo fotos,
digo. Las que haces son muy buenas. Me encantan las que subes a Facebook. Y soy
fan de tu Flickr. Me parece bestial. Y…
Me quedé callado. Iba a empezar a tartamudear de los
nervios.
Aiden me sonrió.
Y eso me puso todavía peor.
-No sabía que te gustara la fotografía, Chad.
-Pues claro que sí. Tus fotos son geniales. Las fotos
en general son geniales-me pasé una mano por el pelo, y él se echó a reír.
-Sí que lo son, pero, oye… puedo dejarlo para otro
día. Si te apetece hacer algo diferente, que no sea acompañarme…
-No pasa nada. No va a nevar así en bastante tiempo.
Además… estás guapo haciendo fotos-solté antes de poder detenerme. Sus ojos se
abrieron un poco.
-¿Tú crees?
-Esto… sí-admití. Me sonrió un poco más.
-Gracias, Chad. Tú estás guapo poniéndote nervioso.
Me puse rojísimo… y me hizo una foto a traición.
-¡Eh!
-También hace buenos retratos; mira-comentó,
acercándome la cámara y dejándome ver mi imagen. Madre mía, estaba como un
tomate. Incluso brillaba. Aquello no era normal.
Nos pusimos en marcha, paseando por el centro,
deteniéndonos de vez en cuando a hacer fotos. Incluso me dejó la cámara un par
de veces para que las hiciera como a mí me apeteciera.
Las hice torcidas, a propósito, pero no le importó. De
hecho, me dijo que le gustaba mi estilo. Que era “rompedor”.
No sé lo que quería decir con “rompedor”, pero me
imaginé que sería algo bueno.
No sé cómo, terminamos en el parque de St. Stephen.
Después de que cambiara un par de veces los objetivos para hacerles fotos a las
flores más valientes, que se habían congelado por la fuerza del invierno, nos
sentamos en un barco cubierto de nieve.
Estábamos muy cerca el uno del otro.
Mi corazón latía súper rápido.
Me enseñó las fotos que habíamos hecho, indicándome
las que había hecho yo (como si no se notara mi talento para encontrar el
momento de menos luz o desenfocar algo con una cámara de mil y pico euros, que
no desenfocaba ni las imágenes que fotografiara a través de ventanas empañadas).
Se detuvo y sonrió mirando una en la que yo estaba
contemplando una catedral, con un vaso de cartón de chocolate caliente en las
manos. Tenía las mejillas encendidas. Podría decir que era por el café.
-Me gusta mucho esta foto-dijo-. Sales muy bien.
-A mí también me gusta.
Nos quedamos sentados en el banco, observando a la
gente que se lo pasaba bien sobre el lago. Por el verano y la primavera, en el
lago había multitud de barcas que iban de acá para allá, disfrutando de las
pequeñas olas que arrancaba el viento de su superficie.
En invierno, la cosa cambiaba. Las temperaturas
bajaban, la superficie se congelaba y, cuando el hielo era lo suficientemente
grueso (los cuidadores del parque se encargaban de medir la profundidad a la
que se escondía el agua), se clausuraba definitivamente el puesto de alquiler
de barcas, y se abría el contiguo: el de
alquiler de patines sobre hielo.
Aiden contemplaba a la gente con no muy oculto
entusiasmo… y una cierta añoranza.
-¿Quieres patinar?-pregunté, y él me miró, un poco
triste.
-No sé patinar.
Alcé las cejas.
-Sí, sé lo que estás pensando: ¿alguien que vive en
Dublín, que pasa aquí todo el año, y que nunca ha patinado en el lago de St.
Stephen? ¡Si hasta la gente que viene aquí dos días lo hace, si tiene la suerte
de encontrarse el lago así! ¿A qué se dedica?
Sonreí.
-¿Qué pasa?
-No estaba pensando en eso.
-He decidido omitir los insultos, para que no te
sintieras incómodo.
-En realidad-admití-, estaba pensando en que creía que
no había nada que no se te diera bien.
Sonrió a su vez.
-Me da miedo, la verdad.
-¿Quieres que te enseñe?
-Tengo la coordinación de un flamenco cojo, Chad.
-Yo soy muy buen patinador, Aiden-respondí, en el
mismo tono. Se echó a reír-. Date una oportunidad, venga. La primera clase es
gratis.
-¿Sólo la primera?
-Los ricos son ricos porque no van por ahí regalando
su dinero-expliqué, encogiéndome de hombros. Me lamenté de haber soltado tal
estupidez nada más haberla dicho. Quedaba como un prepotente de mierda.
Pero él se rió de nuevo. Y su risa fue sincera.
Nos acercamos al puesto, dejamos las cosas en la
taquilla (no podíamos arriesgarnos a romper su cámara), cogimos los patines y
nos sentamos en los muelles que se usaban para subir a las barcas. En verano
eran muelles, en invierno, bancos que usar para cambiarse el calzado.
Me até bien mis patines antes de asegurarme de que él
lo había hecho bien. Cogí el calzado y me deslicé a dejar nuestras botas en la
taquilla, con el resto de cosas. El señor que las cuidaba recogió lo que le
entregué sin miramientos, casi sin posar los ojos en mí… pero acertó el número
de taquilla sin que yo se lo dijera.
Le gustaba su trabajo, seguro. De lo contrario, no
sería bueno en ello.
Tiré de Aiden, que iba temblando de pies a cabeza,
intentando mantener el equilibrio, hasta llegar a la zona en que había
barandillas a las que agarrarse. Dejé que se sujetara a ellas. Le expliqué lo
que tenía que hacer.
Nos llevó casi 15 minutos conseguir que se soltara de
las barandillas.
Se cayó nada más hacerlo.
Cogió miedo, pero yo le dije que era normal. Y que no
dejaría que se hiciera daño. Que se lo prometía.
Un poco más confiado, se incorporó con dificultad y se
deslizó suavemente sobre el hielo. Fue despacio al principio. Se miró los pies,
maravillado, empezó a separarlos para ver cómo lo hacía…
… y a mí no me dio tiempo de decirle que no hiciera
eso antes de que se volviera a caer.
Nos echamos a reír. Tiré de él para levantarlo;
estábamos demasiado lejos de las barandillas como para que se arrastrara hasta
ellas.
Aiden volvió a caerse un poco después, pero ya lo iba
pillando. Poco a poco, empezó a deslizarse lentamente, con más estabilidad.
Lo peor era cuando se caía.
Se cayó de culo una vez que intentó girar para
seguirme. Fingiéndose molesto con cómo me deslizaba yo a su alrededor, me cogió
del tobillo según pasaba, hizo que perdiera el equilibrio y que me cayera
encima de él.
-La venganza se sirve fría-sonrió. Me levanté sin
dificultad. Se sentó y esperó a que me acercara. Me tendió la mano, dejó que
tirara de él para levantarlo… y lo conduje hasta el centro, donde el hielo era
más grueso. Empecé a enseñarle a levantarse él solo. Le costó mas trabajo que
aprender a patinar en sí.
Me senté en el hielo con las piernas separadas.
Contemplé cómo se ponía lentamente en pie una y otra vez, y me rodeaba,
incansable, como una mosca a un pedazo de fruta.
Pensé en ponerle la zancadilla para que volviera a
caerse. Pero no hizo falta. Lo hizo él solo.
Se precipitó hacia el suelo, justo a mi lado. Lo miré.
Él alzó las cejas.
-¿Estoy para ir a las Olimpiadas de Invierno?
Sacudí la cabeza. Me estaba riendo.
-Creo que tendrás que entrenar un poquito más. Puede
que… para las de dentro de 10 años…
Se echó a reír él también. Le dije que si quería que
hiciéramos otra cosa; él me pidió que sí, por favor. No creía que su culo fuera
a aguantar mucho más.
Fuimos a un bar. Pedimos un par de cervezas. El
camarero nos miró un momento. Decidió que no era cosa suya que fuéramos
menores… y nos trajo lo que le pedimos. Aiden dio un sorbo de su larguísima
copa. Se le quedó un poco de bigote de la espuma de la cerveza.
Se lo limpió con la lengua… y, lo que le quedaba, se
lo limpié yo. Me sentía bastante afortunado, la verdad.
Me preguntó un montón de cosas. Para empezar, por mi
infancia. Había sido bastante épica, yendo de acá para allá con la banda. El
tour en el que había estado había sido sólo europeo. No había gran diferencia
en cuanto a lo que se cocía por detrás del escenario, que era lo que había
vivido yo.
Los managers le decían a papá que no me colara, podía
romper algo. Mamá le decía a papá que no me colara; podía caérseme algo encima
y hacerme daño.
Pero papá me colaba igual. Y me vigilaba. Y disfrutaba
de cómo me acercaba a las guitarras, las acariciaba con las dos manos y me
asombraba de los sonidos que hacían.
Un día, una de las hermanas de Louis me subió al
taburete de la batería. Cogí las baquetas y empecé a aporrear a diestro y
siniestro. Papá me grabó, y se lo enseñó a mamá, que no nos había acompañado a
aquella ciudad.
Ahí decidieron que me meterían en una escuela de
artes, teniendo en cuenta cuánto disfrutaba con la música.
Aiden parecía entusiasmado con la idea ésa de que yo
siguiera los pasos de mi padre. Todos lo estábamos, la verdad. Papá y yo, los
primeros.
-¿Alguna vez has tocado con él?
-Casi todas las tardes-confesé, pasando los dedos por
la copa de cerveza. Así, hacía que pequeños regueros de gotitas de condensación
se deslizaran por ella.
-Vaya, ¿y…?
-¿Me ha grabado alguna vez?-adelanté, y Aiden
asintió-. Sí. De hecho, salgo en un par de discos.
-¿De verdad?
-De la banda, en el último disco, el primer single…
¿sabes el bajo que se oye de fondo?-inquirí. Asintió-. Soy yo. Bueno, los
acordes son de papá, pero… el que lo toca, soy yo. Y en su último disco en
solitario, la mayoría de las veces en que hay dos guitarras, una, por lo menos,
la estoy tocando yo.
-Es genial.
Asentí, sonriendo, y di un sorbo. Le pregunté por su
infancia. Nos conocíamos del instituto. Ese período, para mí, estaba a oscuras.
Me contó todo lo que yo quisiera saber.
-No fue tan interesante como la tuya, al
parecer-soltó, burlón.
-Las ventajas de ser un Horan-me encogí de hombros.
Los dos nos reímos. Estaba muchísimo más relajado ahora que lo conocía un poco
mejor. Y no era que no me gustara. Al contrario. Me gustaba incluso más. Pero…
me hacía sentir bien. Me seguía poniendo nervioso, pero sabía que no me iba a
juzgar si hacía alguna gilipollez. Creo que hasta lo encontraba enternecedor.
Salimos del bar con el estómago un poco más lleno, los
corazones un poco más ligeros y un poco más de cariño (al menos, por mi parte,
hacia él). Ya no nevaba. El cielo se había abierto como en una espiral del
centro de un huracán, y las estrellas más valientes desafiaban la lucha que las
farolas querían librar con ellas.
Caminamos muy juntos. No teníamos excusa para ello.
Simplemente, nos apetecía.
Me preguntó por Kiara. Quería saber si alguna vez
había sentido algo por ella.
-Es mi mejor amiga-dije, simplemente. Con él, no me
salía el tono escandalizado que usaba con otros cuando me preguntaban si alguna
vez habíamos hecho “algo”.
No podía mentirle a Aiden. Seguramente, si me
preguntaba si había hecho “algo” de ese calibre con ella, se lo dijera… a pesar
de la promesa velada que le había hecho a mi amiga, y que ella me había hecho a
mí.
-¿Nada más?
-Nada más-asentí.
-Así que… estás soltero.
-Ajá.
Asintió. Una sonrisa trataba de asomar en su boca,
pero no quería dejarla entrever tan pronto.
-Yo también.
-Me alegro. O sea, no me alegro de que no tengas
pareja, ya sabes, si no quieres tenerla, es fantástico, pero si quieres, pues… es un poco putada estar
solo en ocasiones. ¿Mm?
-¿Chad?
-¿Aiden?
-No te pongas nervioso cuando me dices algo. Es
bastante difícil que tú me ofendas.
Me puse coloradísimo.
-Perdón.
-No te disculpes.
-Perdón-repetí, y me puse más rojo aún. Él se rió.
-Eres muy mono poniéndote así.
-Supongo-susurré, mirándome los pies. Tenía las botas
oscurecidas. Cubiertas de agua. Pero tenía los pies calentitos.
Volvimos al punto en que nos habíamos encontrado.
Puede que fuera una señal. Quizá debiéramos separarnos ya.
Pero a mí no me apetecía irme.
-¿A qué hora dijiste que volvías en casa?-quiso saber,
dándole una patada a un montón de nieve.
-No lo dije.
-¿Quieres dar otra vuelta?
¡Oh, sí, por favor!
-Claro. Si tú quieres, vaya.
Así que volvimos a echar a andar. Me gustaba mirarlo
de reojo. Cómo se detenía y entrecerraba los ojos, contemplando algo que le
gustaba. Le habría hecho una foto a tantas cosas, si no estuviera conmigo, y no
quisiera hacerme creer que habíamos salido sólo para que yo le sujetara la tapa
de la lente de la cámara…
Yo me sentía como en un sueño. Como si fuera una
estatua que están modelando poco a poco. El arte no tiene por qué ser siempre
un cuadro en una galería. A veces, es un paseo por tu ciudad favorita cuando
está nevada. La sensación de tener el corazón calentito a pesar de que estáis
rozando los cero grados, sólo por la compañía.
La conversación fue avanzando hacia épocas más
cercanas a nosotros. Empezamos a encaminarnos hacia la estación de autobuses,
de donde salían los urbanos que cogeríamos para volver a casa.
No sé cómo, ni por qué, ni si debería volver a
hacerlo, le pregunté por su novia. Había estado un tiempo con una chica del
instituto. Era bastante “popular”, y una bellísima persona.
Aiden se encogió de hombros. Dijo que llevaban
rompiendo y volviendo varios meses antes de dejarlo definitivamente. Pero
seguían siendo muy amigos. No tanto como Kiara y yo, claro. Dudaba que pudiera
ser tan amigo de alguien como yo lo era de Kiara.
Le pregunté si había pasado algo entre ellos dos.
-Fue algo sobre mí-explicó, encogiéndose de hombros-.
Descubrimos algo. Ella se dio cuenta antes que yo. Yo… todavía estoy intentando
resolver el rompecabezas que me supone.
Fruncí el ceño.
-¿Qué es?
-Antes creía que estaba seguro de quién era, pero
ahora… no lo tengo del todo claro.
Me detuve en seco, mirándolo.
-¿Qué?
-Bueno, Chad-se encogió de hombros-, no estoy seguro
de si…-su voz se fue apagando, dejó la frase en el aire. Era como si temiera
finalizarla.
No, no. Era que temía finalizarla.
Todo el aire escapó de mis pulmones. La sangre huyó de
mi rostro. Claro, era eso. Por eso me
había elegido a mí para pasar la tarde conmigo. Quería… quería tener una
prueba, una especie de examen, para saber si estaba más bien en un bando o en
otro.
Quería saber qué le gustaba. Qué le iba.
-¿No sabes si te gustan los chicos o las chicas?
Me miró, avergonzado. Me sentí un poco mal por hacerle
sentir mal. Pero yo estaba poniéndome fatal. Tenía ganas de llorar. Un nudo se
me rizaba en el estómago, apretándose más y más.
¿Cómo he podido
ser tan estúpido? ¿Cómo he podido pensar que él se fijaría en mí?
-Mira, Aiden…
si yo soy una especie de experimento, o algo…-empecé, y capté toda su atención,
por mi tono quebrado, por mis ojos brillantes de tristeza y rabia. Tristeza,
porque no le gustaba. Rabia, porque había sido tan imbécil de pensar que podría
llegar a hacerlo-. Me gustas un montón, y tal-me apresuré a decir-, pero ya he
pasado por eso, y que te usen de esa manera está feo, si te soy sincero; y me
siento mal, muy mal, cuando pasa, porque al final acaba pasando, el típico “oye,
Chad, me lo pasé genial contigo, pero creo que no eres mi tipo; o sea, los tíos
en general no son mi tipo, gracias por entenderlo”, o “me gustas mucho, C, pero
me gustan las chicas más, y no quiero nada serio, ni intentarlo, espero que lo
entiendas, disculpa que te haya hecho perder el tiempo” y para mí es un placer
ayudar a la gente a identificar lo que son, pero a la vez es una mierda; yo no
soy un experimento, ¿vale? Tengo sentimientos, y no soy una prueba; soy una
persona que lo pasa mal con estas cosas, así que si yo soy una prueba,
preferiría dejarlo aquí… hasta que lo tengas totalmente claro, porque ya estoy
bastante involucrado emocionalmente en otras situaciones, y no quiero que se
eche a perder, porque tengo la sensación de que podríamos llegar a ser grandes
amigos; creo que hemos conectado y eso es muy bonito, y me fastidiaría que no
llegáramos ni a eso, por acabar esta noche en alguna especie de decepción-había
hablado tan rápido que dudaba de que hubiera podido seguirme, pero creo que lo
hizo. Tenía los ojos entrecerrados, sacudía de vez en cuando la cabeza cuando
hablaba-. Claro que tú no podrías ser una decepción, o sea…-me puse rojo de
nuevo. ¿Por qué me ponía rojo si yo no estaba haciendo nada malo?
¿Era porque no podía enfadarme con él?
¿Por qué no podía enfadarme con Aiden? Debería enfadarme
con Aiden. Me había estado usando toda la tarde.
-… la situación en sí sería la decepción, no sé si me
explico-terminé, tomando aire y expulsándolo lentamente. Se me quedó mirando. Estiró
la mano en mi dirección. Me habría apartado de ser cualquier otra persona. Pero
era Aiden. Así que no lo hice.
No hizo falta, de todas formas. La dejó caer a medio
camino, pensándoselo mejor. Ya está. Le gustan
las chicas. He perdido.
-Mira, C…-susurró; clavó los ojos en mí-. ¿Te puedo
llamar C?
-Puedes llamarme como quieras-espeté, sin aliento, antes
de poder pensármelo. Sí, podía llamarme C, me gustaría que me llamara con
cariño.
¡No, claro que no podía llamarme C! ¡Me había
utilizado toda la tarde!
-Eres mi primer chico-comenzó, y yo fruncí el ceño-, y
es cierto que hay algunas cosas que todavía no tengo muy claras. Pero también
es verdad que me he pasado un montón de tiempo meditando todo esto-hizo un
gesto alrededor, girando el índice, abarcando todo nuestro entorno-, y créeme
que he pensado muchísimo en lo de salir hoy, así que…-se quitó el gorro. Se pasó
la mano por el pelo, frustrado. Se mordió el labio. Se miró las manos.
Y luego, me miró a mí. Clavó en mí aquellos ojos de
chocolate, un bosque en pleno otoño. El otoño era mi estación favorita.
-Lo que intento decirte es que para mí no eres un experimento, para nada.
-Bueno, ya…-contesté, detectando el dolor en su voz-.
Es que… a veces me lo sentía, y lo era para mucha otra gente, no era por
hacerte sentir mal, ni nada, es sólo que… a veces no sé si las cosas son de
verdad o me las imagino.
-¿Qué puedo hacer para demostrarte que no te estás
imaginando esto?-preguntó, y yo me quedé sin aliento un segundo. Antes de
responder, atolondrado:
-No es necesario, de verdad, me fío de ti, y ahora…
bueno, vamos adonde sea, si quieres podemos volver a casa o…
-Ya sé qué hacer-dijo mientras yo hablaba, y dio un
paso hacia mí.
Me agarró del cuello del abrigo. Me acercó a él.
Y me besó en los labios.
Y me gustó mucho, muchísimo. Más que con ningún otro o
ninguna otra. Había en su boca algo que me recordaba a quien había sido cuando
era pequeño, a aquella sensación de alegría desnuda cuando papá me grabó aporreando
la batería del que los acompañaba en tour. Algo que resurgió de sus cenizas
tímidamente cuando mamá me acarició el pelo esa misma mañana.
Pero ahora lo hacía en una espiral de fuego, cargada
de júbilo: era un ave fénix, formada exclusivamente por llamas doradas y rubí,
que remontaba el vuelo después de haber perecido, que abandonaba sus cenizas y
se alzaba hacia la luz, alejándose de la oscuridad y llenando el mundo con su
luz.
Nuestro primer beso no fue uno tímido, como los que se
suelen dar las parejas. Había muchísima pasión. Era como si los dos lo
lleváramos deseando toda la tarde. Yo lo había hecho. También me había muerto
de miedo pensando en aquella remota posibilidad. Temía no hacerlo bien. No gustarle.
Que a mí no me gustara.
Me preocupé en vano. Nuestras lenguas se enredaron
como si se conocieran de toda la vida. Nuestras bocas se convirtieron en una
sola. Aiden me acarició la nuca, yo le pasé los dedos por el cuello, por dentro
de la bufanda. Se estremeció en medio del beso.
-¿Qué pasa?-pregunté. La cabeza me daba vueltas. No sabía
quiénes eran mis padres. No sabía dónde vivía. Sólo sabía que estaba existiendo
en ese instante, que estaba en mi cuerpo en el mismo momento en que lo sostenía
Aiden entre sus brazos, que mi boca era mía en el momento en que Aiden la
besaba.
-Tienes las manos frías-sonrió.
Nos miramos a los ojos.
Me derretí un poquito por dentro.
Él, también.
Y me puse de puntillas y volví a besarlo.
Me entristeció que nadie hiciera caso al pequeño
génesis que se desarrollaba ante ellos. Si hicieran caso, podrían ver al
universo creándose a sí mismo entre nosotros dos. Pero, a la vez, me alegré de
poder hacer eso tranquilamente. Sin miradas raras. Sin gestos de odio. Sólo amor,
entre nosotros dos. Indiferencia por parte de los demás, porque los irlandeses
estábamos acostumbrados.
Decían que, el día en que se votó para permitir el matrimonio
homosexual, había aparecido un arcoíris cuando se anunció que se legalizaba tal
unión. Todos lo llamaron “el sí de Dios”.
Y gracias a ese sí, éramos libres. Gracias a ese
pequeño arcoíris, si alguien se giraba, era para contemplarnos con cariño,
pensando que hacíamos una pareja bonita.
Nos separamos, recobrando el aliento. Llegó el bus que
íbamos a coger. Nos subimos sin pensarlo. Podría bajarme de la parada y coger
mi línea más adelante.
Aiden se sentó junto a la ventana. Se acurrucó contra
mí.
-Ya tengo unas pocas dudas menos, C-comentó. Le estaba
acariciando el pelo.
-¿Qué has sacado en claro?
Me miró a los ojos.
-Que me gustas. Y que con eso me basta.
-A mí también me basta-sonreí. Y volvimos a besarnos. Esta
vez, fue con un poco de timidez-. Pero… tienes que identificarte, Aiden. ¿Bi, o
gay? Es para el carnet de desviado-expliqué, y se echó a reír-. ¡No te rías!
Cuanto antes te decidas, mejor. La burocracia es una pesadilla.
Volvió a reírse.
-Me gusta que te sientas tan cómodo con lo que somos
que puedas hacer bromas.
Me estremecí internamente. Me estaba acariciando la
cara interna del brazo, pero no era por eso. Había dicho “somos”, no “eres”. Era
parte de los míos ya. Era mío.
-Cuando lleves 3 años de carnet, ya puedes empezar con
las coñas. Hasta entonces, sólo puedes reírte.
Volvió a reírse.
-Me gusta esta faceta tuya, C-me sonrojé-. Aunque más
me gusta ésta-sonrió, besándome la mejilla. Fue apenas un suave roce, pero
bastó para revolucionarme.
Seguimos acurrucados el uno junto al otro durante todo
el trayecto en bus. Finalmente, llegó la parada en que yo me bajaba.
Me sorprendió bajándose él también.
-Esperaré contigo. Mi casa está cerca. Tardaré poco en
llegar-explicó. Luego, me miró-. ¿O quieres que te acompañe a casa?
-Lo malo de salir con un chico es que no tienes excusa
para hacerte el caballero-expliqué, burlón.
-Pues qué pena, me encanta eso de hacerme el
caballero-suspiró-. Aunque… dudo que necesitemos una chica para hacernos los caballeros,
¿no?
-Supongo que no-consentí-. Pero no hace falta de
verdad. Otro día.
-¿Tienes que limpiar la mansión?
-En realidad, vivo en un castillo. Y no les he dado de
comer a los cocodrilos. Quizá te confundan con la cena. Y no queremos eso.
El panel de la parada anunció que faltaban 5 minutos
para que llegara mi bus. 3 para el de él.
18 para el siguiente suyo.
Lo convencí de que se subiera al próximo.
Cuando quedaba un minuto, nos levantamos.
-Me lo he pasado genial-dije.
-Yo también. Deberíamos repetir la sesión de fotos de
Dublín. Eres bueno, Chad.
-Es la cámara-repliqué, restándole importancia.
-¿Qué haces el viernes que viene?
Sonreí.
-Tener 16 años-contesté. El viernes era 1 de enero. Yo
cumplía los años el 31 de diciembre. Mis padres habían empezado bien el 2019,
con un hijo que los uniera para siempre, aunque ellos no quisieran… pero
querían-. ¿Tú?
-Cumplir 17 años-sonrió, y yo me reí. Lo sabía-.
¿Quieres venir a mi fiesta? No vamos a ser muchos, tranquilo. Puedes traerte a
Kiara, si quieres. Vamos a la bolera, y tal. Tengo contactos-explicó-. Me han
dicho que Kiara es buena jugando a los bolos.
-Yo soy mejor que ella-sonreí-. Iremos, pero, ¿qué te
regalamos?
-Con un beso tuyo me basta.
-Eso puedo hacerlo-dije, acercándome a él, poniéndome
de puntillas (no me acostumbraba a eso de ser el bajo) y besándolo rápidamente
en los labios-. Pero… ¿Kiara?
-Otro beso tuyo-se encogió de hombros. Llegó su
autobús. Le abracé, le dije que le veía la semana siguiente, y contemplé cómo
se marchaba con lágrimas en los ojos.
Era tan inmensamente feliz…
-¡VAYA!-estalló Kiara, saliendo de detrás de un
arbusto. La hija de puta no me mató del susto de milagro-. ¡Ha ido genial, por
lo que veo, ¿no?!
-¿Qué coño hacías ahí, acosadora?
-Vigilar que no la cagaras.
-¿Cómo sabías que nos bajaríamos en esta parada?
-¡Magia negra!-bramó, y se echó a reír ella sola, golpeándose
las rodillas-. ¿¡Lo pillas, Chad!? ¡Magia negra! ¡Negra! ¡Yo soy negra!
-Ajá, sí, graciosísimo, me estoy partiendo,
mírame-gruñí, frunciendo el ceño.
-En fin, mi pálido y ojeroso Romeo, ¿cómo te ha ido?
-Uf, Kiara… genial, de veras, es el mejor… ¿quieres
quedarte a cenar y te lo cuento?-invité. No pasaba nada. Había sitio en mi mesa
para ella, igual que lo había en la suya para mí.
Además, quería contárselo todo pronto, no se me fuera a
olvidar el más mínimo detalle de una de las tardes más especiales de mi vida…
si no la que más.
Kiara se colgó de mi brazo. Una sonrisa blanca como la
nieve que nos rodeaba cruzó sus labios.
-Tenía la esperanza de que dijeras eso. Me apetece
cremita de nécoras.
-Pues no nos queda-la pinché.
-Pues a ver si me muero-susurró, girando la cabeza en
dirección al bus. Me miró de reojo mientras subíamos-. ¿Chad?
-¿K?
-Ya sé que no os podéis dejar embarazados el uno al
otro, pero… usad condón. No queremos otro Freddie Mercury, ¿cierto?
Se me encendieron las mejillas. Muchísimo. Me ardían
un montón. Mi cerebro empezó a trabajar de forma frenética. Me imaginé a Aiden conmigo,
en mi cama, o en la suya, quitándonos la ropa, y…
-¡Mira qué rojo te has puesto!
Miré a Kiara. Acababa de cortarme el rollo.
-¿Por qué no te vas un poco a la mierda, niña?-bufé. Ella
se echó a reír.
-Cómeme el rabo, Chad-dijo, besándome la mejilla.
-Cómeme tú el coño, Kiara.
No hizo nada semejante, ni yo le hice tal: sólo
escuchó. Cada mínimo detalle que le relaté desde que se marchó. Con una sonrisa
de oreja a oreja. Cuando terminé, ya en mi casa, con el pijama más gordito
puesto, y ella con el suyo, sólo dio una palmada y espetó:
-Quiero que os caséis.
Pensé algo diferente a lo que le dije.
-Qué exagerada-fue lo que le dije.
Yo también,
Kiara, fue lo que pensé.
Chad es tan bueno y tan tierno y tan puro que hay que protegerlo a toda costa y no dejar que le pase nada malo, mi bebé
ResponderEliminarEstá hecho de azúcar, especias y muchas cosas bonitas ♥
EliminarMADRE DE DIOS. CHAD ES LO MAS PRECIOSO DE ESTA NOVELA. ME LO QUIERO COMER ENTERO.
ResponderEliminarEs tan tímido y hermoso y a la vez adora tanto la vida ayyyyyyyyy es que me lo como.
EliminarNo se como lo haces pero cada capítulo es lo más bonito del mundo pero si aparece Chad es sinónimo de que me de un subidón de azúcar por lo dulce y tierno que es esta cosita hermosa llamada Chad. Quiero meterlo en una cajita de cristal para que no le hagan daño NUNCA.
ResponderEliminarChad=diabetes todos estamos de acuerdo en eso, es un animal tan tierno, le quiero morder un mofletín
EliminarVALE ME HAN DADO MIL ESPASMOS CON CHAD. ES LA CRIATURA MAS CUCA DE ESTA GALAXIA.
ResponderEliminarSí sí síiiiiiiiii es que totalmente!!!!!!!!!!!!!!!!
EliminarHablemos de que yo estaba igual la primera vez que tuve una cita xd
ResponderEliminarNo te jode, sabiendo con el monunento con el que quedabas como para no estarlo
EliminarPor dios qué cuqui Guillermo madre mía Chad es tú, tú eres Chad, sois uno
EliminarAHÍ AHÍ CAROLA DRAG HIM VAMOS CHICA
EliminarHola, muero de amor. De verdad, creo que me acabo de enamorar del concepto de Chaiden, son monísimos y solo quiero abrazarlos a los dos y comerles la cara.
ResponderEliminarPor cierto, casi me muero con lo del carnet de desviados, llevo riéndome dos vidas.
Tenía que meter algo gracioso en el capítulo porque si no me reventaba el ojo derecho, así que ahí fue lo del carnet y Kiara espiando en los arbustos (por favor, analicemos el concepto de Kiara espiando muchas gracias) ♥
EliminarCHAIDEN IS REAL.
ResponderEliminarCHAIDEN IS PURE.
CHAIDEN IS LIFE.
CHAIDEN RISE
EliminarME HA ENCANTADO EK CAPITULO SOS. SHIPPEO TANTO A NIALL Y A VEE, QUIERO QUE ESTEN JUNTOS YA Y SE DEJEN DE IDIOTECES. Y SHIPPEO TAMBIEN DEMASIADO CHAIDEN, CHAD NO PUEDE SER MAS MONO.
ResponderEliminarAl principio iba a hacer que Chad acabara el capítulo anterior, en el que narraba Scott, pero me alegro de que me hubiera ocupado tanto porque así he podido profundizar un poco en el día 1 de Chaiden ♥ Chad es tan hermosísimo, se merece una novela para él solo
EliminarMIRA YA TENGO UNA NUEVA OTP: CHAIDEN
ResponderEliminarPUEDES POR FAVOR, ERIKA, DEJAR DE DARME OTPS?!?!?!? BASTANTE TRABAJO TENGO YA CON SCELEANOR, ZEREZADE, TIANA/LOMMY, INCLUSO SCOMMY Y CHIARA (?) COMO PARA SHIPPEAR OTRO SHIP MÁS ME CAGO EN LA PUTA, ERI, ME CAGO EN LA PUTA
BUENO BUENO BUENO QUE AUN NO HEMOS HABLADO DE VIALL (?) NEE (?) COMO COÑO SEA EL SHIPNAME DE VEE Y NIALL SOS SOS SOOOS QUE SE CASEN DE UNA PUTA VEZ, POR FAVOR.
ERIKA DIOS PARA YA
Por cierto, me he dado cuenta de que todas las mujeres de esta novela son el puto amismo personificado, amo a Maura JAJAJAJAJAJAJAJA
BUENO PUES ME VOY YA
TE AMO
Esta novela debería llamarse "Fabricando otps" no puedo parar, no pienso parar.
EliminarCÓMO PUEDES SHIPPEAR CHIARA POR FAVOR KIARA ES L E S B I A N A NO LE VAN LAS POLLAS OLVÍDATE DE ESE SHIP, ANTES FOLLAN SCOTT Y TOMMY QUE KIARA Y CHAD (vale no, pero ya me entiendes jejejejejeje).
Ahora que lo pienso no tengo ni idea de cuál sería el nombre de Niall y Vee porque el nombre de ella es tan corto, ay, mi coraçao sufre. PERO SÍ. NECESITAN CASARSE. URGENTEMENTE.
NO PUEDO PARAR NO PIENSO PARAR.
Maura es una diosa, me la imagino así por algo que dijo Niall de "-¿algo que te dijera tu madre y que recuerdes mucho? +cállate, me estás avergonzando" JAJAJAJAJAJAJAJA.
No te vaias, no me dehes, quédate conmigo ♪♫♥
YO TAMBIÉN A TI.
Lo siento por Layla, pero CHAD le ha robado en título de la criatura mas hermosa de esta novela. Necesito que nada malo le pase
ResponderEliminarEstán empataditos, dejémoslo así ☺
EliminarCHAD.
ResponderEliminarCHAD.
CHAD.
Pero pero pero si es que es re lindo. Se me saltan las lágrimas de lo cucoso que es. Ya sé que es hijo de Vee y Niall pero lo quiero para mí. Y como Aiden le rompa el corason voy y le doy.
Mientras describías Dublín me daba una nostalgia... hace poco que he estado allí y ha sido bien lindo recordarla.
Por favor por favor que Vee y Niall vuelvan. A ver, se quieren y son papis y si falta cura yo me hago un curso por internet y oficio la boda.
Es una criatura tan, pero TAN hermosa, me duele el corazón sólo de pensarlo. Lo gracioso es que él sea así teniendo el padre que tiene.
EliminarYo nunca he estado en Dublín, he tenido que mirar cosas en Google maps y en páginas de turismo para hablar de los sitios por los que pasan, espero haber estado acertada en mis descripciones JAJAJAJAJAJAJA.
Empieza el curso, pues.
CASI CHILLO DE LA EMOCIÓN AL VER QUE NARRABA CHAD, LE TENGO MUCHÍSIMO CARIÑO DESDE LA PRIMERA VEZ QUE APARECIÓ ❤
ResponderEliminarY Aiden me ha caído genial, hacen una pareja hermosa. Kiara me ha representado totalmente con ese "Quiero que os caseis". Me encanta la amistad de Kiara y Chad, eso sí que es friendship goals (y Scommy también obviamente, esa brotp al poder).
- Ana
AYYYY DE VERDAD ME ALEGRO TANTÍSIMO DE QUE OS GUSTE CÓMO NARRA CHAD, es súper especial para mí pero también es complicado narrar con él porque es con el que menos conectada me siento, por eso sale tan poco, mi pobre niño :(
EliminarPero por lo menos tiene a Kiara y Aiden para aprovecharlo y quererlo, así que no me siento tan mal por dejarlo por ahí libre. Es, con diferencia, el que más feliz es de la novela ❤