Mamá me llama para que vaya a decorar el postre. Ha hecho
tarta, recubierta con crema pastelera que le da un toque navideño a ese
bizcocho que no llega del todo a decidirse por ser bizcocho. Puedo elegir de
qué quiero que sea la mermelada que le echa por encima.
De
arándano, claro.
Ya la
tiene preparada. Es casera. Cojo un cuchillo de untar y empiezo a pasarlo,
lleno de mermelada, por encima de las capas nevadas, que se parecen a las nubes
de un día cubierto; tiene montículos y depresiones, pequeños agujeritos que no
tardo en rellenar. Tommy se asoma a la puerta de la cocina. Lo he dejado solo,
pobrecito.
Mi
flequillo me hace cosquillas en las cejas cuando las levanto después de que
pregunte:
-¿Puedo
ducharme?
Me lo
he imaginado en la ducha. Me pongo colorada y sigo a lo mío. Noto la mirada de
mamá clavada en mí. Sonríe con malicia. Le gusta estar cerca de mí cuando yo
estoy cerca de alguien que me importa, de un chico que me atrae. Me vuelvo
todavía más tímida.
-No,
Tommy, no puedes-espeta papá, envarándose, y Tommy sonríe, mordiéndose el labio
como ya me he dado cuenta de que tiene por costumbre-. Basta ya de hacer gasto.
-Liam-advierte
mamá, sentándose al lado de su marido.
-¿Qué?-inquiere
papá, mirándola, alzando una mano, la que está libre de tatuajes en su dorso-.
Hay confianza. Es el hijo de Louis-se excusa.
-Exacto,
es el hijo, no Louis.
-Da
igual, Alba-contesta Tommy, y todos lo miran, menos yo, que intento sacudirme
la imagen del agua bajándole por el cuello que mi cerebro ha decidido crear a
golpe de intentar igualar la capa de crema de arándano-. Sabe que podemos pasar
por Japón de camino a Australia para resolver cerca de Guatemala nuestras
diferencias.
Se me
escapa una suave carcajada, y noto los ojos de Tommy volando hacia mí.
-Este
crío es Louis, Alba, a mí no me jodas.
-¿Por
qué no haces algo útil, y vas a buscarle una toalla?
Papá
obedece y lo guía escaleras arriba, preguntándole por un supuesto borrador que
Louis debe de haberle enviado por correo.
-¿Tu
padre te ha enseñado algo?-inquiere.
-Algo,
sí-admite Tommy, siguiéndolo con pasos pesados.
-¿Y
qué opinas?-para papá, mi opinión sobre la música que hace es muy importante.
No estoy segura de si los demás tienen en la misma estima la valoración de sus
hijos. Sé que Chad a veces toca en los discos de Niall. Pero dudo que Zayn le
enseñe nada de lo que escribe a Scott. Seguro que Diana ni siquiera se molesta
en preguntarle a su padre adónde va cuando éste se escapa al estudio.
Y
Louis, bueno… Louis y Tommy se llevan bien en ocasiones, y en otras, no tanto.
Lo que hace con su hijo en cuanto al trabajo es un misterio para mí.
-Bleh-dice
Tommy, sobre nuestras cabezas-. Puede hacerlo mejor.
-Lo
has dicho tú, no yo.
Robert nota la mirada cargada
de intención de mi madre. Quiere enterarse de lo que vamos a hablar.
-Ve a
sacar los adornos del árbol, venga. Mañana los pones con tu hermana-le insta
mamá, y él suspira, bufa, pone los ojos en blanco, y finalmente se marcha. Está
en la edad de cuestionar toda orden que se le dé, incluso las que se muere por
cumplir.
Nos
encanta decorar el árbol de navidad juntos. Cuando me fui a Londres, me
prometió que me esperaría. Ahora, lo adornamos con el tiempo justo para la
llegada de Santa Claus. Cuando éramos más pequeños, lo poníamos con
religiosidad todos los unos de diciembre.
Saca
un zumo de naranja de la nevera, lo vierte en un vaso y se lo lleva a los
labios. Instala en mí su mirada castaña, y no la levanta. Finjo estar muy
concentrada en lo mío, no darme cuenta de lo que hace… pero no me sale bien la
jugada. La miro un par de veces por el rabillo del ojo. Me doy la vuelta para
que no me vea sonreír de puro nerviosismo.
-Así
que…-empieza, y yo me pongo coloradísima, anticipando lo que viene-. Tú y
Tommy-dice por fin.
-¿Qué
pasa con él?-pregunto, yendo a la nevera, sacando el paquete de fresas y
poniéndolas por encima de la capa de arándanos.
-¿Estáis
juntos?-espeta, y yo me vuelvo y la miro y siento cómo el archipiélago de
Hawaii se congela al otro lado del mundo, porque sus volcanes deciden mudarse a
mis mofletes.
-¿Qué?-pregunto,
casi sin aliento. Se me acelera el corazón tanto que dudo que pueda escuchar lo
que sea que tenga que decirme. Mamá sólo sonríe, enternecida porque pueda ser
tan poquita cosa en ocasiones.
-Es
un buen chico; tú estabas muy enamorada de Chris, y…
-No-corto,
no puedo soportar que los meta a los dos en la misma frase, que mencione a
Chris tan a la ligera-. Mamá. No tiene nada que ver con lo de Chris y yo.
Simplemente nos distanciamos y… bueno, se acabó.
-No
pasa nada por dejar a unos por otros, Layla-me dice, acercándose un poco a mí.
-Mamá.
No fue por Tommy. Entre Chris y yo… pasaron cosas.
-Vale.
-Y se
acabó.
-Vale-repite,
asintiendo, dando otro sorbo del zumo, acomodándose la chaqueta. La miro, y
ella me mira a mí, y en mi interior arde algo que no tiene nada que ver con
Tommy, sino con Chris. Díselo, Layla, me
insta una voz dentro de mí.
Estoy
a punto de hacerlo.
Pero
sé que sufrirá.
Así
que no digo nada.
Porque
yo tampoco estoy preparada para repetir lo que hice en casa de los Malik.
-Además-continúo,
sacudiéndome de la cabeza esos pensamientos-. Tommy es…-me encojo de hombros.
-¿Es?-me
anima.
-Tommy-digo
simplemente, y ella se ríe con suavidad-. Demasiado para mí-explico, y se calla
y me mira, y en sus ojos castaños se materializa un bosque triste-. No me lo
merezco. Él no me merece.
He matado a una persona.
-Cariño-responde,
poniéndome una mano en la mía-. Eres la criatura más buena, generosa, bonita y
lista que ha conocido este mundo. Te mereces lo mejor, no menos-me dice, y
clava sus ojos en los míos, y yo noto una presión en mi pecho. No, mamá, no soy
buena. Si fuera buena, no habría matado a nadie.
Si
fuera generosa, no habría arrebatado una vida.
Si
fuera bonita, no tendría las manos manchadas de sangre.
Si
fuera lista, habría salido de aquel infierno en el momento en que comenzó a
desatarse.
No
soy nada de eso, mamá.
-Estaría
bien-me dice-. Tommy y tú, quiero decir. Pero sólo sentía curiosidad. Él parece
un buen chico.
-Es
el mejor.
-Y le
gustas.
-No
le gusto, mamá.
-He
visto cómo te mira. He visto cómo le miras tú a él. No soy tonta-acusa, y yo
asiento, porque no me lo parece. No se habría sacado una carrera de serlo. No
dirigiría una empresa de serlo. No sería la que se encargaba de todo el papeleo
de papá cada vez que éste hacía algo de serlo.
No,
mamá no es tonta, está lejos de ser tonta.
-Es
bonito veros juntos. La cosa se está equilibrando.
-¿A
qué te refieres?
-Tú
siempre lo has mirado de la misma manera. Desde que lo conociste. Como si fuera…
un tesorito. Ya sabes lo que intentabas hacer cuando te llevábamos a verlo,
igual que lo intentabas con Scott. Pero con él eras más… perspicaz. Creí que se
debía a que eras mayor. Seis meses es mucho tiempo a esas edades-se encoge de
hombros-. Y… bueno, eras más lista cuando intentabas llevártelo. Te lo pensabas
mejor. Siempre te fascinó él muchísimo más que Scott.
-Era
una niña.
-Nacemos
sabiendo amar, Layla-responde, y sus ojos chispean, el bosque que hay en ellos
florece en primavera-. Tú llevas queriéndole desde que eras pequeña. Te lleva
gustando desde que lo viste por primera vez. Me preguntaste por sus ojos. Los
mirabas igual que ahora, dios, 17 años después sigues siendo esa niña que se
inclina y lo mira y se gira y me pregunta por sus ojos.
-¿Sus
ojos?-inquiero.
-No
entendías cómo un bebé podía tener los ojos así de azules. Creías que cambiaban
al azul cuando crecías. Siempre te encantaron sus ojos. Hay cosas que no
cambian.
Siento
cosquillitas por dentro. Sí, siempre me han gustado sus ojos. El azul nunca ha
sido sólo un color para mí. Está el azul del cielo, el azul del mar, el azul de
las flores dibujadas en los platos de todos los días, el azul de mis libretas,
y el azul de los ojos de Tommy, que son idénticos a los de Louis, pero a mí me
parecen muchísimo más bonitos que los de su padre. Tienen algo diferente, algo
que no todo el mundo ve, pero yo sí. Y con eso me basta.
Mamá
se acerca un poco más a mí. Me pone una mano en el hombro.
Si
tuviera las uñas medio milímetro más largas, me rozaría el lugar por donde me
apretó Chris para intentar ahogarme.
-Pequeña-me
dice-, está bien que estés de luto. Lo que has tenido con Chris ha durado
mucho, puedes sentirte un poco perdida… pero eres joven. No debes dejar que la
pérdida te sobreponga. Tienes toda la vida por delante. Gente a la que conocer.
Chicos con los que estar-sonríe-. No le debes nada a nadie: sólo a ti, una
cosa, y es vivir.
Sonrió
con tristeza. Me arde la garganta. Vuelvo a tener las manos de Chris alrededor
de mi cuello. Lo oigo en mi cabeza: “¿te gusta esto?”.
-A mi
edad-respondo-, tú ya eras madre. Ya estabas con papá.
-Y no
me arrepiento de haberte tenido, mi amor-me asegura-, pero no puedes negar que
hay muchísimas cosas que me he perdido. No puedes ser una veinteañera y tener
una hija. Tienes que elegir. Yo no me arrepiento de mi decisión. Pero no quiero
que mi hija se prive de todo lo que yo.
Asiento,
la abrazo, termino con la tarta y me vuelvo a sentar en el salón, porque mamá
quiere que Rob colabore un poco, se gane el pan que come cada día, y sea él
quien pone la mesa.
Comemos
en cuanto Tommy baja del baño, hablamos de un montón de cosas, nos reímos y
bebemos, incluso dejamos que Rob tome un poco de cerveza y descubra que le
gusta más de lo que me gustaba a mí a su edad.
-Estamos
creando un monstruo, Alba-se ríe papá cuando mi hermano abre su segunda lata.
Mamá sonríe.
-Es
sin alcohol, soy una buena madre-replica, y chocan sus vasos.
Nos
quedamos hablando hasta bien entrada la noche. Rob se retira enseguida a dormir.
Seguro que quiere estar un poco con su móvil antes de acostarse. No le culpo.
Tommy y yo pasamos de participar en la conversación a ver cómo se quieren mis
padres, cómo recuerdan tiempos en los que ella era más joven que yo y no
entendía cómo iba el trabajo de él, tiempos en los que los tours eran algo
fascinante y mágico, no períodos demasiado largos en los que no nos veíamos.
Compruebo
con qué añoranza habla mamá de Erika y Noemí. Las tres españolas se han ido
distanciando y ahora prácticamente son desconocidas las unas con las otras. Lo
único que las ata son sus maridos, y sólo cuando estos se ponen a trabajar. Es
lo que tiene vivir lejos, haber hecho una vida propia, conseguido otro grupo de
amigas. La vida te separa igual que te junta.
Me
pregunto si Noe y Eri echan igual de menos a mamá que mamá a ellas.
Tommy
me dice que sí, por lo menos, su madre. El idioma es lo que más añoran. Poder
usar expresiones con las que crecieron sin temor a tener que explicarlas.
Papá
y mamá finalmente deciden irse a la cama. Mamá me dice que no esté demasiado
tiempo abajo para que Tommy descanse. Yo me quedo un poco más con él, y
después, termino dejándolo solo. Me meto debajo de las mantas, me mentalizo
para recibir a mis pesadillas.
Tommy
habrá pasado conmigo la noche más larga del año y la habrá convertido en la más
corta, pero ahora me toca apechugar.
¿O
no?
Me
siento un poco mal porque él esté durmiendo en el sofá escaleras abajo. Hay
sitio de sobra en mi cama. Mis padres no entrarán mientras esté durmiendo.
Seguro que no les importa que durmamos juntos.
Salgo
de la cama y bajo despacio las escaleras, intentando hacer el menor ruido
posible. La casa está en absoluto silencio, silencio sepulcral, silencio de una
noche de invierno que no es importante.
En el
salón se distingue una luz azulada. Tommy está tirado cuan largo es, mirando el
móvil.
-Eso
es malísimo para la vista-le digo, y él sonríe al verme. Enciendo una lámpara
de pie, entrecerramos los ojos por la luz hasta que nos terminamos acostumbrando
a ella.
-¿Se
te ha olvidado algo?-pregunta, en un tono chulo que me atrae hacia él. Me
siento donde un segundo antes estaban sus pies, encima de la manta.
-No
sé, ¿tu beso de buenas noches, quizás?
-No
tenía pensado dormirme hasta que vinieras a dármelo-sonríe, alzando las cejas.
Me río, me inclino hacia él y deposito un beso en su mejilla. Recibo otro en la
mía.
-¿Y
si no me hubiera acordado?
-Sabía
que te acordarías.
Me
paso las manos por las piernas.
-Tommy,
estaba pensando… ¿Quieres volver a dormir conmigo?
Se le
escapa una risa.
-Estamos
en casa de tus padres, Layla, ¿es que ya no hay nada sagrado para ti?-se burla.
-No
conozco límites, nada puede detenerme.
Sonríe,
y asiente.
-Pero…
¿tienes un momento? Es que estoy hablando con Scott, y de verdad que no puedo
dejar la conversación ahora.
-¿Mal
de amores?-inquiero.
-No.
Nos estamos insultando-explica, y yo frunzo el ceño mientras las comisuras de
mis labios se elevan, vale-. No puedo
irme ahora porque si lo hago, será como si hubiera ganado él. Y él no puede
ganarme en una batalla de insultos-sentencia. Yo asiento y espero. Me mira un
par de veces-. Estoy tardando un montón, espera, le diré que…
-No,
no. No tengo sueño.
Y
bostezo. Porque mi cuerpo es así.
Sonríe
y me invita a tumbarme encima de él, y yo no hago que insista. Lo hago y leo la
conversación con Scott. En ese momento está tecleando su amigo.
-Y si
fueras un puñetero skate no tendrías cuatro ruedas, sino dos, y ya me dirás tú
para qué sirve un skate con dos ruedas, INÚTIL-sentencia Scott.
-Layla
está conmigo-replica Tommy.
-Cómeme
la polla, Thomas-replica Scott-. Si esto es una excusa para dejarme ahora que
te estoy arrastrando por la mierda, no cuela.
-Layla
está literalmente conmigo gilipollas
de los cojones-contesta Tommy. Toco el icono del micrófono con el dedo y
susurro:
-Hola,
S.
Scott
lo reproduce, teclea, borra, vuelve a teclear. Esperamos un poco.
Y por
fin, llega su mensaje.
-ESTOY
TAN HARTÍSIMO DE LA VIDA ME CAGO EN MI PUTA ESTAMPA YO AQUÍ AGUANTANDO A LAS
CANSINAS DE MIS HERMANAS CONFABULÁNDOSE CON MIS PUTAS PRIMAS PARA AMARGARME LA
EXISTENCIA Y VOSOTROS AHÍ DE PARRANDA, ESTA TRAICIÓN TAN SUCIA NO TE LA VOY A
PERDONAR EN LA PUTA VIDA TOMMY TE LO DIGO DE VERDAD, ESTOY CANSADO DE QUE ME
MANGONEES A TU ANTOJO HASTA AQUÍ HA LLEGADO NUESTRA AMISTAD QUE TE VAYA BIEN
TÍO OJALÁ HAGAMOS UNA BATALLA DE GALLOS CUANDO TENGAMOS 20 AÑOS PORQUE DE
VERDAD ME APETECE DESTROZARTE DELANTE DE TODO EL MUNDO, hola Lay, guapa, ¿qué
tal todo?
Me
eché a reír.
-No
sabía que Scott pudiera ponerse así.
-Es
una drama queen el hijo de
puta-contesta, intentando parecer fastidiado, pero Scott adora el suelo por
donde Tommy pisa y Tommy besa el suelo por donde pisa Scott, lleva siendo así
desde que el mundo es mundo y lo seguirá siendo una vez que este planeta que
habitamos se convierta en polvo estelar otra vez-. Lo mejor es cuando está
borracho. Le salen cosas mucho mejores que esto.
Vuelve
a mirar el móvil.
-Puedes
hacerlo mejor, S.
Scott
escribe una respuesta.
-Me
estoy tirando a tu hermana ahora mismo.
-Estás
en Bradford-le contesta Tommy, y Scott pone un emoji con gafas de sol.
-Tengo
un rabo eficiente, ¿quieres probarlo?
-Otro
día-contesta Tommy, intentando no reírse.
Siguen
intercambiando pullas hasta que a mí se me escapa un bostezo.
-Te
dejo, Layla tiene sueño, nos vamos a dormir.
Scott
manda un montón de emojis sonriendo lascivamente.
-¿Sigue
contigo?
-Sí.
-Layla,
no te vayas a la cama con él. No rinde como parece. Ya sé que tiene una cara de
semental importante, pero es todo fachada.
-Gracias
por la aportación, Scott.
-Te
vale más hacerte lesbiana.
-Voy
a bloquearte, Scott.
-En
serio no merece la pena, no te va a dejar satisfecha.
-Buenas
noches, Scott, ya te desbloqueo por la mañana.
-¡Layla,
sobre todo no le digas que es muy
guapo! ¡Se pone nervioso y acaba antes!
-VETE
A LA PUTÍSIMA MIERDA SCOTT-grita Tommy con mayúsculas, y bloquea a Scott
mientras éste escribe. Apaga la pantalla y nos quedamos un rato así, callados.
-Me
pongo nervioso cuando me llaman guapo-admite-, pero no acabo antes. De hecho,
duro más.
Me
echo a reír.
-Gracias
por la aclaración, Tommy.
-Tengo
una reputación que mantener-replica-, y con Scott es imposible.
Me
giro y lo miro.
-Seguro
que es merecida.
Sonríe
un poco.
-Muy merecida-asiente, y yo me inclino un
poco hacia él. Siempre tengo la excusa de que es de noche cuando le beso. Puedo
echarle la culpa a la luna. Él me devuelve el beso, y noto algo en sus manos,
una especie de urgencia por tenerme otra vez entre ellas. Me incorporo un poco
y le dejo hacer. Me recorre el costado, sube por mi espalda, baja por mis
piernas. Me gusta cómo me toca.
Me
vuelve loca.
Hace
que me olvide de mis moratones.
Se
enciende una luz. No nos damos cuenta. Mi hermano baja las escaleras, y nos caza
con las manos en la masa. Tommy y yo lo miramos. Rob nos mira, impasible.
Estoy
a punto de decirle: “esto no es lo que parece”.
Pero
sí que es lo que parece. Tommy y yo nos estábamos besando. Tommy y yo no
podemos estar juntos en la misma casa sin intentar volver a encontrarnos, al
menos, por mi parte.
Tommy
nos mira alternativamente a mi hermano y a mí. No dice nada. Es algo que tengo
que solucionar yo.
-Vete
a la cama, Rob.
-Id vosotros a la cama, Lay. Vais a estar
más cómodos que ahí.
Tommy
sonríe.
-Ya
me gustaría a mí ser la mitad de puto amo que tu hermano cuando tenía su
edad-me dice.
-No
les digas nada a mamá y papá-le insto, y él asiente. Conoce el procedimiento.
Se mete en la cocina, llena un vaso de agua y vuelve a salir.
-Buenas
noches-dice.
-Buenas
noches-contestamos.
Lo
observamos subir las escaleras. No hacemos amago de retomar lo que dejamos
donde lo dejamos ni siquiera cuando cierra la puerta.
Miro
a Tommy.
-Tienes
que saber algo.
Tommy
frunce ligeramente el ceño.
-¿Quieres
contármelo en serio, princesa?
-Sí,
porque no sé si me merezco de verdad que me llames princesa después de todo lo
que he hecho-le digo, y él se sienta recto, con la manta tapándole la parte
superior de las piernas todavía. Tomo aire y lo suelto, intentando pensar cómo
empezar.
-Chris…
está... está muerto-le digo, y él asiente.
-Sí,
bueno, no sé cómo ese hijo de puta ha conseguido llegar hasta ahora, pero es
posible que cuando vuelva a Londres yo vaya a por él y…-empieza, pero yo niego
con la cabeza.
-Lo
está de verdad. Yo… lo maté-susurro, mirándome los dedos, entrelazándolos y
separándolos. Noto sus ojos clavados en mí, llenos de horror. Se mantiene en
silencio, intentando asimilarlo. Continúo hablando en susurros porque no
soporto la manera en que se queda callado, dándome espacio para que me
justifique, intentando desesperadamente no sentirse repugnado por mí-. Yo lo
maté. Está muerto, Tommy-le digo, clavo los ojos en él, y consigue borrar el
horror antes de que yo lo vea-. Le di una patada, y no era mi intención, pero
se golpeó la cabeza cuando… oí un crujido-digo, y él acerca la mano a la mía,
pero yo la aparto-. Dios, Tommy, no te hagas esto-le pido, sintiendo cómo la
primera lágrima va a descubrir el terreno para que las otras sigan su senda-. No
te mereces hacerle esto a una asesina.
-No
le hago nada a una asesina-replica-. Eres una guerrera. Una superviviente.
Erais tú o él. Me alegro de que no le dieras opción a que nadie lo eligiera a
él. Estoy orgulloso de ti, princesa.
Se
acerca hacia mí. Yo lo miro, me quedo mirándolo un rato. Por fin, me besa.
Nuestro beso es salado como el mar que tiene en sus ojos. Me besa las mejillas,
bendice mis lágrimas como también bendijo mis moratones con sus labios hace no
tanto tiempo. Se queda en silencio, con la cabeza apoyada en la mía, nuestras
frentes juntas. Me deja llorar. Sabe que esto es como un manantial y que no
sirve de nada ponerle ningún tipo de tapón. Es necesario que lo suelte.
-¿Quieres
contarme cómo fue?-pregunta, y yo asiento, me aparto un mechón de pelo de la
cara. Vuelve a besarme-. Gracias, princesa. Eres valiente. Estoy orgulloso de
ti-me dice, y me parece horrible que esté orgulloso de que haya matado a
alguien, pero tengo la impresión de que él estaría orgulloso de cualquier
atrocidad que yo hiciera, siempre y cuando decirme que se enorgullecía
contribuyera a hacer que sufriera un poco menos bajo el látigo lacerante de mi
conciencia.
-Fui
a casa-contesté, y él suspiró, como diciendo “¿cómo puedes ser tan estúpida,
Layla?”-. Estaba allí. Iba a por comida. No quería que se estropeara-explico.
-Eres
una santa-protesta, quizá está molesto, quizá me lo imagino.
-Así
que fui a por la comida, estaba allí, y cuando me quise dar cuenta estaba
desnudándome-se pone tenso-, y encima de mí-se pone aún más tenso-, y me… me folló duro-suelto, porque no puedo
adornarlo-. Me violó a conciencia. Disfrutó haciéndome daño-recuerdo cómo
sonrió al escucharme gritar-. Y luego… no sé qué pasó-sí lo sé, pero no quiero
recordarlo, sólo me va a hacer sufrir y sólo va a hacer que él lo pase mal-,
estaba a punto de volver a tomarme, yo estaba tendida, con las manos atadas, y
le di una patada, y se cayó al suelo, y escuché un crujido… yo no quería
hacerle daño, sólo quería que parara, pensé que iba a volverme loca si volvía a
meterse en mí, y… escuché un crujido, me dolía todo el cuerpo, pero conseguí
soltarme. Y me fui.
Me
cuesta respirar. Él está utilizando toda su fuerza de voluntad para no sucumbir
a su rabia y echar mi casa abajo.
-Cuando
estuvo… contigo-traga saliva-. ¿Volvió a pegarte? Aparte de lo que te hizo,
quiero decir…
-Sí.
Me cogió del cuello.
Me
apartó el pelo, me paso los dedos por éste y le digo por dónde me agarró. Y él
no se lo piensa. Posa sus labios donde yo le digo que siento presión.
-Tengo
más. Muchos más. Algunos son nuevos, otros están resucitando, como si quisieran
traerlo a él de vuelta a base de volver a oscurecerse.
Me
aparta un mechón de pelo de la cara.
-Voy
a curártelos. Todos. A besos. Como hice con los otros-me promete, y yo sonrío a
través de mi cortina de lágrimas.
Se
levanta y me tiende la mano. Yo la miro un momento, intentando pensar. Estoy
tan confundida…
-¿O
prefieres que… se curen solos?
Niego
con la cabeza.
-No
van a curarse solos.-replico.
-Pues
vamos a curarte, princesa.
Cojo
su mano, lo guío hasta mi habitación. Es la más alejada de la de mis padres, y
Rob tiene el sueño profundo. No molestaremos a nadie ni nadie nos molestará.
Tommy
echa un vistazo alrededor. Hace un montón que no está en mi habitación.
-Todo
ha cambiado un montón desde la última vez que estuve aquí-observa.
-Ahora
ya es la habitación de una mujer-sonrío.
-Ya
no hay pósters-replica, como si eso fuera una explicación. Nos miramos a la luz
de la lámpara del techo. Los vecinos podrían vernos a través de las cortinas.
Me da igual.
Me da
igual todo salvo el espacio que nos separa. Quiero que me limpie. Y lo va a
hacer.
Se
acerca a mí.
-Layla-susurra.
-Tommy-replico.
Busca
mis labios, yo se los entrego. Pienso en Diana, no puedo evitar pensar en Diana
mientras sus manos bajan hasta el borde de la camiseta de mi pijama y empiezan
a tirar de ella. Observa mi torso un segundo.
Y
empieza a hacerme lo que me hizo la otra vez.
Yo me
estremezco cada vez que sus labios se posan en los míos, siguen siendo como
mariposas que aterrizan con suavidad en una herida, recordándote que está ahí
pero tranquilizándote con sus patitas. Me recorren corrientes eléctricas que
bajan por mi columna y se esparcen por todo mi cuerpo cuando sube y pasa a mi
nuca.
Se arrodilla
frente a mí. Yo entreabro los labios y dejo escapar un gemido cuando me baja un
poco las bragas y me besa un moratón en la protuberancia de la pelvis.
-Tommy-susurro.
-¿Qué?-replica,
bajándome un poco los pantalones, asegurándose de que mi bragas permanecen en
su sitio.
-Vuelve
a mí.
Se
levanta, me acaricia la cintura, me pega a él y deja que le bese.
Diana
se esfuma de mi cabeza como se difumina la negrura del café cuando le echas
leche fría.
Le
echo las manos al cuello, le acaricio la nuca, y él responde a mi beso
inclinándose más hacia mí. Su pecho choca contra mi pecho. Siento su corazón
martilleando contra mis senos. Me besa tan despacio que creo que me voy a
volver loca, tan despacio como germina una flor por primera vez, y mis piezas rotas
se encajan, y se fusionan, y ya no están tan rotas.
-T-susurro,
con el aliento en su boca, sus labios en la mía. Me gusta lo que me hace. Me
gusta más que la otra vez, porque ahora es bidireccional, no es sólo algo que
yo recibo. También estoy dando.
Me
gusta dar.
-Princesa.
Y se
lo pregunto.
Se lo
pregunto porque necesito saberlo.
Se lo
pregunto porque necesito estar con él.
Se lo
pregunto porque necesito que me haga eso para dejar de ser de Chris.
Y se
lo pregunto porque me apetece entregarme a él.
-¿Tú
me deseas?
Él
baja la mirada como toda respuesta, y temo que no sea así, estar imaginándome
la tímida presión que noto en mis caderas.
-Sí-musita,
y creo que es vergüenza lo que tiñe esa frase de un tono diferente.
No
hace falta que me diga más para saber qué es ese calorcito que siento por
dentro ahora, cuando me toca, qué danza se desarrolla entre mis muslos, lenta
pero decidida, cuando ha empezado a besarme por todo el cuerpo, igual que el
telón se levantó la otra vez, pero yo lo detuve a media elevación.
-Yo a
ti también-convengo, y levanta la mirada, y me mira a los ojos, y veo todo lo
que está sufriendo, porque yo sufro, porque esto hará sufrir a Diana…
Pero
Diana está a miles de kilómetros, a un océano de distancia, a un continente. Va
a estar con otros chicos, se lo ha dicho para que no se sienta mal por esto.
Y
porque es la verdad: Diana va a acostarse con otros chicos mientras espera a
Tommy, y no quiere que Tommy la espere en completa castidad.
-Tommy
no nos pertenece-me dijo sobrevolando el Atlántico-. No nos pertenecerá nunca,
a ninguna de las dos, ni un solo pelo suyo. Da igual lo que nos diga. Sólo nos
pertenece lo que siente por nosotras.
-Y
eso no es poco-le contesté en la cama del hospital.
-No,
no es poco-convino ella, y creo que sonrió. O yo creí notar su sonrisa.
Tommy
vuelve a acercarse a mí, me mira a los ojos, me besa en los labios… y ahora
noto un poco de hambre más allá de su boca. Llevo mis manos hasta su camiseta.
Se la quito y le acaricio la espalda desnuda. Le beso el hombro.
-Tommy-susurro,
pero él me toma de la mandíbula, me obliga a mirarlo.
-Primero,
tú-me dice-. Tú eres la importante ahora.
Vuelve
a arrodillarse, me va besando según me baja los pantalones… y sus besos son
superficiales allá por donde mi piel tiene su tono habitual, y más profundos
donde se muestra de un color diferente. Salgo de mis pantalones. Me siento en
mi cama y él se sienta a horcajadas encima de mí. Llevo sus manos hasta mi
espalda, las dejo en el enganche de mi sujetador, dándole permiso.
Lo
desengancha con insultante facilidad, y yo sonrío al pensar con cuántas chicas
habrá estado.
Me
gustaba el principio de mis relaciones, cómo los chicos se peleaban por
intentar descubrir cómo funcionaban los sujetadores, aquellos grandes desconocidos.
Desliza
los tirantes por mi piel, deposita el sostén en un rincón de la cama. Me mira a
los ojos. Baja la mirada a mis pechos. Le gusta lo que ve. Se endurece un poco
más.
Acerca
una mano con timidez hacia ellos. No sabe si me duelen. No lo hacen. Los
acaricia despacio, los sostiene entre sus manos. Me pasa la mano por los
pezones, que responden a su contacto.
-Bésame,
T-le pido, y se inclina hacia mi boca, y en mi lengua entiende lo que quiero.
Baja por mi mandíbula, mi cuello, mis clavículas, y se detiene en mis pechos.
Los besa con cariño. Les da un mordisquito con suavidad. Disfruta con mi gemido
ahogado. Por dios, me gusta tanto, hace tanto que no me hacen algo así con
tanto cariño…
Es el
turno de sus pantalones. Se los quitamos con ceremonia. Lleva unos bóxers
negros en los que se nota mucho más su erección. Me tumbo en la cama él se
tumba sobre mí. Sigue besándome. Me besa, y me acaricia, y en ningún momento
hace ademán de acercarse a mi sexo. Se muestra tan respetuoso con él que me apetece
echarme a reír.
No me
extraña que Diana tardara tan poco en caer en sus redes. La caballerosidad
inglesa trasciende cualquier frontera.
Me
acaricia despacio, sus manos recorren con infinito amor mi cuerpo. Me siento
como una obra de arte que es cincelada poco a poco por su escultor.
Me
muevo un poco debajo de él, y él clava la vista en una pequeña imperfección
artificial en mi muslo.
-Tienes
una cicatriz-observa.
-Sí.
-¿Te
la hizo él?
-Sí-noto
cómo se tensa-. Fue consensual. No salió como esperábamos, pero… me gustó.
Puede que ahí empezara todo. Puede que él no dejara de jugar esa partida.
Pasa
un dedo con timidez por ella. Yo disfruto de lo cerca que está de mi sexo.
No se
atreve a ir más allá.
-Tommy-susurro,
y él me mira-. ¿Vamos a hacerlo?
-¿Quieres
hacerlo?-es su respuesta. Yo me muerdo el labio y asiento.
-¿Podemos
hacerlo despacio?
-Yo
no tengo prisa, princesa. ¿Y tú?-inquiere-. ¿Tienes que ir a algún sitio?
Me
echo a reír. Su mano se desliza sin pretenderlo por mi anatomía. Pasa al centro
de mi ser un segundo que yo saboreo como pocas cosas, hasta que él la retira.
-Estoy
muy a gusto aquí.
-Yo
también.
Lo
miro a los ojos. Podría decirse que me quiere.
-Trátame
como si fuera Diana, Tommy-le pido.
-A
Diana me la tiro, pero a ti te voy a hacer el amor-responde, y sé que no lo
hace por menospreciar lo que tiene con Diana. Sé que el sexo con ella es
diferente a como lo va a ser conmigo. Recuerdo los puntos, lo absurdo que me
pareció que mi profesor me dijera que puedo mantener relaciones sexuales
perfectamente hace apenas dos días. Y ahora estoy a punto de entregarme a otro
hombre y destruir el monopolio de mi novio, el violador.
Seguimos
besándonos, mis manos continúan reconociendo su espalda mientras las suyas
memorizan mis curvas.
-¿Terminas
de desnudarme, o prefieres que lo haga yo?
-¿Me
das permiso?-sonríe en mi boca, y yo asiento con un beso-. Soy un tío con
suerte.
Empieza
a bajar por mi cuerpo, explorando rincones inhóspitos. Se detiene en mi
ombligo, arqueo la espalda cuando me besa debajo de éste. Tira un poco de mis
bragas. Me besa donde antes estaba el elástico.
Tira
un poco más.
Vuelve
a besarme.
Tengo
las bragas por las rodillas.
Me
mira a los ojos un segundo antes de meterse entre mis muslos. Me besa despacio
allí. Me saborea. Me degusta. Me hace estremecer. Dios, no recuerdo que esto se
sintiera tan bien.
Me
acaricia un poquito, y yo lo deseo tanto…
Vuelve
conmigo.
-¿Tienes
protección?-me pregunta.
-Tomo
la píldora.
-También
la tomó Sherezade, y mira qué desgracia andante puso en este mundo nueve meses
después-espeta, y los dos nos reímos.
-Mira…
en el segundo cajón… al fondo. Sí. Detrás de… eso-susurro, mirando cómo
revuelve en silencio. Saca una caja de condones. Y mira el dorso con
diligencia.
-Caducaron
hace tres meses.
Clava
los ojos en mí.
-No
pasa nada.
-Layla-replica.
-No
pasa nada, en serio. No les ha dado el sol.
-¿Es
Layla la que habla, o la que estudia medicina?
-Layla,
la que estudia medicina-comento, orgullosa, y él suspira, suelta un “me fiaré
de ti” y vuelve conmigo.
Me
guiña un ojo.
-¿Quieres
terminar de desnudarme tú, o prefieres que lo haga yo?
Me
echo a reír.
-¿Me
das permiso?
-Soy
todo tuyo, chica-me dice, y deja que me incorpore y tire de sus bóxers, y antes
de que pueda darme cuenta estamos los dos completamente desnudos, como nunca
nos hemos visto. Nos miramos a los ojos. Y nuestros ojos bajan. Y a los dos nos
gusta lo que vemos.
-Eres
la criatura más preciosa que he visto en mi vida-me dice, y yo me sonrojo un
poco. Me acaricia un moratón. Vuelve a besarme. Y yo estoy feliz.
Sus
manos van a mis piernas, y se detienen allí, suben y bajan, haciendo que quiera
franquearle el paso. Soy yo la que debe abrirle la puerta, no él quien ha de
llamar. Tiene que salir de mí.
Lo va
consiguiendo poco a poco. Mi cuerpo todavía es reticente. Yo le deseo, pero mi
cuerpo todavía respira miedo, bebe miedo, vive miedo.
Se
mete entre mis piernas por fin.
-Sabes
cómo tratar a una chica, ¿eh?
-Hombre,
es que mi chica se merece todas las atenciones del mundo-replica, llevándose el
preservativo a los dientes y mordiendo el envoltorio.
-Mira
todo lo que me has montado por la caducidad del condón, y ahora vas y lo
muerdes-me echo a reír-. ¿Es que no escuchas en las charlas de sexología?
-Somos
Scott y yo quienes las damos en nuestra clase-espeta con chulería, y yo me echo
a reír.
Observo
cómo se lo pone. No puedo apartar los ojos de su erección. Me reconforta saber
que hasta eso es diferente estando con él. No podía mirar a Chris cuando lo
hacíamos. En cambio, me parece fascinante los instintos que puedo llegar a
despertar en Tommy.
T
empieza a besarme de nuevo. Primero en los labios, luego baja por mi mandíbula,
mi cuello, y se detiene en mis clavículas. Vuelve a subir mientras yo enredo los
dedos en su pelo de chocolate, lo único en lo que se parece a mí. Separo un
poco más las piernas.
-Siento
tener que ir tan despacio-le digo, porque noto en su respiración cómo lucha por
controlarse, cómo intenta no acelerarse. Todo su cuerpo está en tensión,
esperando que yo le dé vía libre, que se enciendan las luces de todos los
semáforos y se terminen por apagar, permitiendo que la adrenalina se dispare
por su cuerpo.
-No
tenemos prisa-susurra con voz ronca, excitada, y hay algo dentro de mí, en un
rinconcito, que comienza a retorcerse. Decido ignorarlo.
Separo
las piernas un poquito más. Ya tiene sitio. Nos miramos un momento, nos
perdemos en el otro, navego por el mar que hay en sus ojos, un mar que se
muestra en calma pero cuyas corrientes por debajo de la superficie podrían
hundir al mejor de los barcos. Paso los dedos por su espalda; me gusta lo
fuerte que la tiene. Me detengo un momento en sus brazos. Él sigue mirándome,
pero una de sus manos hace dibujos en mis glúteos.
Le
acaricio la nuca, dejo caer ahí la mano. En sus ojos se formula una pregunta, y
yo asiento despacio.
Empieza
a entrar en mí.
Con
muchísima suavidad.
Los
dos contenemos un gemido.
Es
momento de cerrar los ojos, pero lo que antes se ha retorcido en mi interior
ahora está despertando, y no me gusta lo que es: pánico, un terror irracional a
volver a ser un blanco fácil, a convertirme de nuevo un campo de batalla
plagado de cadáveres.
Tommy
termina de entrar. Me embiste suavemente. Y yo debería cerrar los ojos, porque
debería gustarme lo que me hace, pero…
…
necesito abrirlos, convencerme de que no es Chris.
Así
que los abro, aunque tengo la espalda arqueada para recibirlo mejor. Estoy muy
asustada y, a la vez, quiero que continúe.
Me
embiste despacio, deleitándose de cómo nuestros cuerpos responden.
Y yo
me estremezco.
Porque
da igual qué aspecto tenga, da igual de qué color sean su pelo o sus ojos, da
igual cómo me toque. Todo lo que me posea termina siendo Chris.
Tommy
se detiene, me mira a los ojos, y yo me siento fatal, porque quiero que se
detenga, pero veo las ganas que me tiene. Creo que podré soportarlo. Él me lo
va a hacer despacio. No me va a hacer daño. Pude llegara disfrutar en peores
situaciones, incluso cuando no quería hacerlo.
No le
he dicho una palabra. He conseguido no volver a juntar las piernas ni un solo
milímetro. Pero él me lo nota; no sé cómo, pero lo hace.
-¿Quieres
que paremos?-pregunta, en tono triste, herido, y puede que un poco
decepcionado. Niego con la cabeza, porque prefiero pasarlo mal yo a que lo haga
él. Después de todo lo que ha hecho por mí, se merece disfrutar un poco.
Él no
se traga mi farol. Me quedo muy quieta y lo miro. Se aleja un poco de mí. Sigue
dentro, pero ya no tanto.
-Paramos
si quieres-me asegura, y yo no sé si va en serio, qué pasará si yo le digo que
quiero parar. Ya hemos empezado, es muy difícil detener esto. A Chris le
costaba horrores, había veces en que continuábamos, los dos sintiéndonos muy
mal por el otro, después de insistirme en que nos detendríamos si era lo que yo
quería.
No
quiero decirle que no a Tommy y que él no pueda parar.
No
quiero convertirlo en un nuevo Chris.
Si no
me he suicidado después de matar al otro, ha sido por él.
Pero
no puedo soportarlo, no puedo apartar de mi cabeza el pensamiento de que lo que
noto dentro es Chris, por mucho que esté muerto y Tommy esté tan cerca de mí
que casi puedo notar su pulso por todo mi cuerpo, sus venas y arterias
contrayéndose y relajándose con los latidos del corazón, bombeando sangre por
todas partes, especialmente por aquella…
-…
por favor-digo por fin. Es un susurro casi inaudible; desde luego, a mí me
cuesta escucharlo, y llego a convencerme de que me he imaginado mi contestación
en las milésimas de segundo que tarda Tommy en asentir, salir de mí, quitarse
el condón y separarse un poco de mí.
Me
giro hacia él. Me da vergüenza estar así de desnuda y no poder darle lo que él
quiere. Es evidente que a él le cuesta mirarme tal y como estoy sin querer
hacerme suya.
A una
parte de mí también le cuesta verlo así y no desear convertirlo en mío, al
menos, hasta que Diana vuelva y lo reclame para sí.
Estoy
siendo una egoísta. Debería mantenerlo contento mientras la americana no está.
Pero
no puedo, por favor, no puedo volver a pasar por eso, no puedo cerrar los ojos
mientras él está encima de mí y tener la certeza irracional de que es Chris,
volviendo a follarme duro, disfrutando de sus recién adquiridos conocimientos
de lo que puede hacerme para disfrutar, violándome sin ningún cargo de
conciencia.
Se ha
tumbado sobre su espalda y se tapa los ojos con una mano. Está intentando
relajarse. Las sábanas dibujan su silueta como si fuera el skyline de una ciudad durante la puesta del sol.
-No
te enfades-le suplico, le pido, y mis ojos se llenan de lágrimas y se me
quiebra la voz.
Aparta
el brazo de su cara y me mira.
-¿Cómo
me voy a enfadar, princesa?-me responde, y siendo tan tierno, lo único que
consigue es que me sienta todavía peor por haberlo rechazado de esa manera-.
Sólo me entristece que no me dijeras nada.
-Yo…
me apetece, pero… no me siento preparada-me excuso, y me atrevo a pasarle una
mano por el pecho, y me pego a él, y él me pasa mecánicamente otra por mi
cintura.
-No
pasa nada-me asegura, y me besa la frente, y yo quiero satisfacerlo, de verdad
que sí, pero no puedo, no de esa forma.
-No
sabría si podrías…-dejo la frase en el aire, él me mira con una pregunta
ardiendo en aquellos pozos de zafiro-… parar-concluyo.
-Pues
claro-replica-. Soy de los que saben lo que significa “no”.
Le
paso la mano por la cara. La barba que quería asomar en ella ha desaparecido. Sólo es un niño, me digo, como si los 2
años que le saco fueran una eternidad.
Sólo
será un niño, sí, pero he visto a pocos comportarse como hombres hechos y
derechos de la forma en que lo hace él.
-No
te merezco-musito, y él coge mi mano, me besa la palma y acuna la cara contra
ella.
-Es
verdad-me permite-, te mereces a alguien mejor. Eres demasiado buena para mí.
Demasiado buena para nadie.
Sonreímos.
-He
matado…-empiezo a recordarle, pero él niega con la cabeza.
-Y yo
he mentido y me he peleado y he insultado y he hecho sufrir y me he regodeado
cuando lo hacía y he bebido y me he drogado y he fumado y les he mentido a mis
padres y me he metido con mis hermanos incluso cuando no debería-se encoge de
hombros-. No soy nadie modélico. Soy bastante peor persona que tú, princesa.
Pero las estrellas han decidido que exista a la vez que lo haces tú, y voy a
intentar merecerte.
Me
pego un poco más a él. Le beso la mandíbula. Él cierra los ojos, disfrutando
del contacto. Puede que ése sea su punto débil.
-Yo
quería… no me hagas eso, pero… ¿podrías seguir con lo demás? Con los besos, y…
-¿Y?-me
insta, coqueto, y tiempo después Eleanor me contará que su chico le hace lo
mismo. Hasta ese punto son iguales Scott y Tommy. Estar con uno ya te basta
para estar con los dos.
-Con
las caricias-susurro, porque hace muchísimo que Chris no me hace eso, y… no lo
relaciono con él. Dios, hasta su boca en mi sexo es casi un nueva experiencia.
-¿Te
gusta que te acaricie, Layla?-se burla, y su mano va por mi costado, se detiene
en mis pechos, y luego empieza a bajar, dejando un rastro de llamas por donde
pasa. Asiento despacio. Me besa el hombro.
Se
detiene un poco más abajo de mi ombligo. Dibuja círculos en mi piel con mi
pulgar.
-Sigue-le
insto, mirándolo.
-¿Hasta
dónde?
Madre
mía, va a acabar conmigo.
-Estudio
medicina; ¿quieres que te haga un croquis?
Se
echa a reír, baja un poco más, me masajea despacio allí donde me ha hecho una
visita hace unos minutos.
-Si
quieres, yo puedo…-susurro entre jadeos, pero él niega con la cabeza.
-Estoy
bien.
-No
lo estás-protesto, notando cómo vuelve a encenderse al ver el efecto que tiene
en mi cuerpo. No es justo cómo le prendo fuego y luego le dejo arder, consumiéndose
lentamente en lugar de permitirle ser un cohete.
-Me
basta con verte-finaliza, y yo lo dejo estar. Y me retuerzo, y él me mira, y yo
sigo retorciéndome, y él sigue mirándome, y sonríe cuando nota que estoy cerca.
Me besa el hombro un segundo antes de que me rompa. Disfruta de cómo todo mi
cuerpo tiembla al contacto con sus dedos.
Pero
no se detiene.
-Tommy-le
digo.
-Me
has pedido que te trate como a Diana. Hice que Diana se corriera tres veces la
primera vez que estuve con ella.
Me
paso una mano por la frente, madre mía, tres veces.
-Eso
no va a pasar conmigo.
-¿Quieres
apostar?
-Estoy
cansada.
-¿Quieres
que pare?
-De
hacer… oh, dios… esto… uf. Sí.
-¿Seguro?
-Sí-convengo.
-Última
oportunidad, Layla-responde, jugando sucio-. ¿Quieres que pare?
-S…
¿sí?
Me
gusta muchísimo lo que me está haciendo. Además, estoy más sensible ahora.
-Eso
es una pregunta.
-S…
sí-consigo decir, y él se detiene en el acto, alza las manos y sonríe. Yo lo
miro. Alza las cejas. Lo echo de menos.
-¿Por
qué me miras así?-se ríe.
-Quiero
que sigas-admito.
-¿Las
palabras mágicas?-me besa el hombro, me da un mordisquito.
-Joder-respondo.
-Princesa,
eres inglesa. Esa boca. Venga, sé educada, tú puedes, ¿las palabras
mágicas?-prueba otra vez.
-Por
favor.
-¿Por
favor, qué?
-Por
favor, sigue acariciándome, Tommy-respondo, dócil, y él sonríe-. ¿Sabes que
eres un poco como Christian Grey? Pero sin la parte misógina.
-Me
gusta ser un poco Christian Grey.
Me
río, me detengo, suspiro, y le dejo hacer. No le permito hacerme llegar una
tercera vez. Estoy destrozada. Hace tiempo que no tengo un orgasmo tan bueno.
-¿Quieres
vestirte?-me pregunta después de acabar.
-Sólo
las bragas-contesto.
Me
ayuda a ponérmelas con unas manos muy suaves.
-¿Quieres
que me lo ponga yo también?
-Estaría
bien verte con unas bragas.
Nos
reímos.
-No,
los bóxers.
-Como
estés más cómodo.
-¿Te
importa que me los ponga después? No quiero…-empieza, pero se detiene, busca
las palabras-. No sé si podré alejarme mucho de ti.
-Claro
que no.
Vuelve
a besarme, pero cada vez que me roza con su miembro yo doy un brinco. Una cosa
son sus manos, y otra muy distinta es eso. Ésa era el arma principal de Chris.
Tommy termina por ponérselos.
-Gracias-susurro.
Continúa
duro, pero ya no es lo mismo.
-Perdona-me
dice cuando me roza sin querer.
-No
es culpa tuya.
Continuamos
besándonos, yo estoy debajo de él y a ratos estoy encima, y me encanta cómo me
toca y cómo me besa y cómo me impide irme muy lejos.
Me
quedo un momento apoyada sobre su pecho. Nos miramos a los ojos. Me acaricia la
cintura, la espalda. Me asfixio en su mirada, me ahogo en aquellos mares, no
puedo respirar.
-Vas
a preguntármelo-me dice.
-¿El
qué?
-Si
te quiero.
Ahora
sí que me quedo sin aliento.
-¿Lo
haces?
-Layla-replica,
en tono paciente, pasándome la mano por la mejilla y apartándome el pelo de la
cara-, he recorrido medio país para acompañarte a casa, he ido en coche de
madrugada para que no estés sola, me he convencido a mí mismo de que no tenía
que matar a ese cabrón por muchas ganas que tuviera porque sabría que eso te
haría sufrir, he ido a verte a la universidad casi sin pasar por casa, me he
ido de cena contigo y tus amigas porque eso te hacía feliz, voy a cuidar de tus
peces, te he cogido de la mano, me he acurrucado contra ti antes de dormir, te
he besado y acariciado y he disfrutado contigo ahora, y he dejado que te
llamaran “mi chica”, te he llamado “mi chica”, te estoy llamando “princesa”
cuando ni siquiera llamo eso a Eleanor. ¿A ti qué te parece?
Me
siento florecer por dentro, me desperezo como un árbol que ha dejado caer todas
sus hojas en otoño para dormir todo el invierno y que por fin recibe los
primeros rayos cálidos del sol. Soy una ostra que contiene una perla en su
interior, un colibrí que encuentra una flor de la que beber néctar, una abejita
a la que se le permite tomar miel por primera vez.
Es
hermoso sentir la primavera dentro de ti, notar algo precioso en tu interior,
aletear alrededor de algo que te gusta, que te den a probar algo delicioso.
-Que sí-digo
simplemente, y me acerco un poco más a él, que es un sol, literal y
metafóricamente, porque es calentito y bueno y luminoso.
-¿Y
tú a mí?
-Has
recorrido medio país para acompañarme a casa, has ido conmigo en coche de
madrugada para que no esté sola…
-Layla-me
advierte, suspirando.
-Me
has llamado princesa, vas a cuidar de mis peces, has conseguido que soporte que
me toquen cuando pensé que nadie volvería a hacerlo, has iluminado mis días más
oscuros, me has besado todo el cuerpo, has cuidado de los moratones de mi
cuerpo y también de los de mi alma… me has hecho volver a disfrutar del sexo,
has parado cuando yo te lo he pedido… ¿cómo podría no quererte, Tommy? Si
tienes esos ojos, tienes esa forma de mirarme, esa manera de abrazarme, y… y
haces que quiera desnudarme sólo para ver cómo me observas, que no pueda estar
lejos de ti porque necesito que me acaricies, y… que no me importe Diana. Sobre
todo, que no me importe Diana. Me gustaría ser un planeta-le acaricio la cara,
y él me mira con una sonrisa, me sonríe con la mirada-, porque tú eres un sol,
literalmente, y la Tierra tiene suerte de estar siempre al lado de su sol, y yo
quiero que tú seas mi sol, para poder estar siempre cerca de ti y… joder, ¿por
qué se te dan tan bien las palabras a ti, y a mí tan mal?
-Me
estaba gustando lo que me decías-responde-, especialmente la parte de “joder”.
-Eres
tonto.
-Ya-admite,
encogiéndose de hombros-. Pero me quieres, y yo te quiero a ti, así que,
¿importa eso mucho, princesa?
Le
beso en los labios.
-Tengo
que ir al baño-suelto, porque quiero pellizcarme para saber que esto es verdad.
-¿Vas
a dejarme solo ahora, después de esto?
Eres más cruel de lo que pensaba, mujer.
-Vengo
enseguida. No te va a dar tiempo a echarme de menos.
Me
levanto de la cama, me pongo su camiseta y tiro un poco de ella. Me queda
cortita, pero me da igual.
-Layla-me
dice cuando estoy llegando a la puerta-, es mentira.
Se me
cae el alma a los pies.
-¿El
qué?
-Que
vas a volver antes de que te eche de menos. Ya lo estoy haciendo.
-Eres
tonto, Tommy-y sonrío, y salgo de la
habitación antes de que él también sonría, del mismo modo en que lo hago yo, y
acabemos de vuelta en la cama.
Cierro
la puerta despacio, porque mis padres saben que no soy capaz de dormir con ella
abierta y no quiero que se pregunten qué estoy haciendo yo si bajan a la cocina
y Tommy no está.
Tommy
se pasa una mano por el pelo, sonríe, susurra un “guau” y se deja caer en la
cama aproximadamente al mismo tiempo en que yo me meto en el baño, enciendo la
luz y me inclino hacia el espejo.
Miro
mi reflejo atentamente. No parece que haya cambiado nada y, sin embargo, siento
que todo ha cambiado en mi interior.
No
puedo evitar sonreír mientras asimilo la situación.
Tommy
me quiere.
Tommy
me desea.
Me
desea, y me quiere, como yo le deseo y le quiero a él.
Me
desea, pero no podría convertirse en un monstruo nunca.
Me
paso las manos por el cuello, bajo por encima de mi camiseta, llego hasta el
ombligo y me detengo ahí. No me atrevo a ir más allá, no quiero, y no lo
necesito. Suspiro, sintiéndome satisfecha y feliz, y querida, por primera vez
en mucho tiempo. Me gusta esta sensación.
No sé
cómo he sido capaz de vivir sin echarla de menos; es increíble lo que el miedo
hace por las personas. Las cambia hasta volverlas irreconocibles.
Necesito más de él, pienso, así que
vuelvo, ignorando las protestas en el fondo de mi mente, evocando de nuevo
cuando le pregunté si quería que le hiciera algo como “compensación” por
haberle parado los pies, y él negó con la cabeza y me dijo que yo era la
importante.
Me
tumbo a su lado en la cama y sonrío. Me acaricia la mandíbula.
-¿No
se te olvida algo?
-¿El
qué?-coqueteo, aunque sé qué es: la camiseta, su camiseta.
-Estás
muy vestida-lamenta, y yo me envaro y la quito con rapidez pero con movimientos
indudablemente sensuales, porque sus ojos siguen la ondulación que hace mi
cuerpo a modo de despedida de la prenda, y no puede evitar pasar la mano por mi
vientre plano (“como una pista de aterrizaje”, dijo Eleanor en una ocasión),
subir por mi pecho hasta mi clavícula, besándome el hombro.
-Me
gusta lo que veo-me dice.
Me
acerco a su boca, entreabre los labios, esperándome, y capturo sólo uno entre
los míos. Lo muerdo un poquito. Le gusta. Y, justo cuando él cree que voy a pasar
al otro, me dejo caer en el colchón y lo miro, y no puedo contener una risita.
Él me acaricia la mandíbula, con los ojos clavados en los míos. Su contacto
arde, pues ahí es donde me golpeó Chris en una de las últimas ocasiones en que
tuvo fuerzas para hacerlo; y, a la vez, es placentero.
-Me
alegro de que lo mataras tú-dice, como si leyera mis pensamientos-. De lo
contrario, lo haría yo. Nada más volver a Londres-me asegura, porque una cosa
es que le peguen una paliza por todo el tiempo que ha estado torturándome y que
yo les pare los pies y diga que ya ha estado bien, y otra muy diferente es
saltarse a la torera las advertencias de los chicos, las lecciones grabadas a
base de romper huesos de Sabrae, y volver a hacerme daño. Es un nuevo tipo de
sacrilegio, un atrevimiento que no va a perdonar tan fácilmente-. Y
disfrutaría. Le daría una muerte lenta-comenta como quien habla del tiempo, y
su mano baja despacio por mi anatomía, como recalcando el modo en que llevaría
a cabo su venganza-. La que se merece.
-No
sé si termina de disgustarme esta vena sádica tuya.
Sonríe.
-Soy
adorable incluso siendo un sádico.
Nos
quedamos tumbados el uno junto al otro, y mi mente empieza a divagar acerca de
lo curioso que es que siempre terminemos entretenidos, durmiendo pocas horas
cuando estamos juntos y, aun así, yo por lo menos, acabe descansada como si me
hubiera echado una siesta de cien años.
Lo
miro. Está muy serio, se muerde el labio, sus ojos están clavados en el techo.
Me acaricia con distracción la cintura, pero no está conmigo. Sospecho dónde se
encuentra.
En un
ático.
En
una ciudad lejana, con una mujer saludando a los inmigrantes sosteniendo un
libro y una antorcha.
Con
una chica que no soy yo, que jamás seré yo… por mucho que nos parezcamos en lo
que hemos tenido que pasar.
-¿En
qué piensas?-pregunto, y le beso el pecho, y vuelve a mí casi con un brinco.
Parece recordar de repente dónde está, con quién, qué ha hecho.
-En
que no sé en qué convierte esto a Diana-admite, y detrás de su tono casual hay
un sufrimiento que a mí no se me escapa.
-En
tu otra chica-sonrío, y él lo hace con tristeza, no muy convencido-. Oye-me
incorporo un poco, mi pelo acaricia su pecho-. Diana es tu americana. Yo soy tu
inglesa. ¿Por qué darle más vueltas?
Me
mira un momento, indeciso.
-Supongo
que tienes razón-concede, porque quiere librar esa batalla solo. Desde fuera,
parece algo sucio, pero una vez dentro, tienes una nueva perspectiva que te
hace imposible verlo todo como hasta entonces. Puedo compartir a Tommy
perfectamente.
Tener
una mitad es mejor que no tener nada.
El
problema es: ¿quiere él? ¿Podrá soportarlo? ¿Tiene un límite y ninguno de los
tres sabe dónde?
Me
acurruco contra él. Abro un ojo: ha vuelto a clavar la mirada en el techo,
meditando. Me incorporo.
-Duerme
un poco, T-le pido, y le beso la punta de la nariz, y él sonríe, y se desliza
un poco hasta quedar a mi altura, se pone de lado para poder seguir
acariciándome… y cierra los ojos-. Descansa.
-Y
tú-me ordena, y yo me echo a reír, le beso despacito, él me corresponde, y me
acaricia, cierro los ojos, y sueño.
Sueño
con él. Me despierto dos veces esa noche, y las dos el sueño es similar; las
dos, Tommy me acerca hacia él.
En el
primer sueño, nos estamos desnudando el uno al otro. No entiendo el contexto,
simplemente aparecemos ahí… pero hay algo diferente entre nosotros.
-No
tienes que hacer esto-le digo.
-Quiero
hacerlo-me contesta.
-No
lo haces porque te guste-replico, negando con la cabeza, pero él no me hace
caso y sigue, ocupado en su tarea de quitarme la ropa-. Te da pena. Soy un
pajarito al que curas el ala no para que vuelva a volar, sino para no temer
pisarlo.
-No
lo hago por pena-me asegura, besándome por encima de las rodillas.
-Tus
besos saben a compasión.
-Eres
preciosa. Y te deseo-me mira desde abajo, se incorpora, está a mi misma altura
a pesar de que el Tommy de verdad mide menos que yo-. Si fuera compasión, ¿te
haría esto?-pregunta, y termina de desnudarme, me deposita en la cama, me
separa las piernas y me penetra. Me posee despacio. Se apoya en el cabecero de
la cama para llegar más profundo. Yo jadeo de placer, disfrutando, por fin, de nuevo. Me hace el amor.
Por
fin lo que tengo entre las piernas no es un campo de batalla.
Las
palabras de Diana resuenan en mi mente. Puedes
hacer lo que quieras con Tommy.
Son
esas palabras las que me despiertan un segundo antes de acabar. Abro los ojos y
me quedo muy quieta. Miro a Tommy en la penumbra. Está dormido. Se me escapa su
nombre de entre los labios. Él murmura algo en sueños, y me pega un poco más a
él, y yo no puedo evitar sonreír y volver a dormirme de nuevo, acunada por su
respiración, templándome con el calor que desprende su cuerpo… porque los
chicos son estufas vivientes, está comprobado.
La
segunda vez, estamos en mi casa. Mis padres se disculpan porque no tienen una
cama libre para él, seguimos de reforma incluso en mis sueños. De noche, voy a
buscarlo, le pregunto si quiere dormir conmigo, me pregunta si estoy segura,
respondo que sí.
Nos
metemos en la cama. Empezamos a acariciarnos. Y mi ropa echa alas, y vuela. Nos
besamos en la boca. Yo estoy desnuda, y no es justo, así que empezamos a
quitársela a él también.
Le
pongo una mano en el pecho cuando empieza a besarme, se pone encima de mí y me
acaricia con una urgencia que me gusta y… oh, vaya, simplemente me gusta. No
hay nada oscuro ni desagradable detrás.
-Espera-le
pido, con la respiración acelerada-, espera. Esto está mal, estamos
traicionando a Diana.
-Nos
hemos dado vacaciones-replica-. Ella quería que esto sucediera. Te deseo
muchísimo, princesa-me dice, y me derrito entre sus brazos-. Eres perfecta.
Déjame curarte.
Me
hace el amor despacio, en silencio, encima de mí. Me rompo por dentro, esta vez
sí, e incluso en sueños consigo disfrutar más con él de lo que he disfrutado en
mucho tiempo.
Mi
felicidad dura poco. No estamos usando
protección, pienso, alarmada.
No ha
pasado suficiente tiempo. Podría… No pasa
nada, me interrumpe la voz de la razón en mi cabeza. Tomas la píldora. Y él está contigo. Ya no vas a volver a tener miedo.
Me
echo a temblar, y me despierto. Me siento sucia. Tommy me atrae un poco más
hacia sí, suspira en sueños, lejos de mí, en un mundo en el que yo no puedo
alcanzarle, su equivalente al reino de las tinieblas en que me sumiré en cuanto
se vaya.
-Sólo
es un sueño, princesa-me dice sin abrir los ojos, notando mi tensión a través
de los poros de su piel-. Un mal sueño. No te preocupes. Estás conmigo.
-Sí,
era un sueño-convengo, me pesan los párpados, estoy que me muero, necesito
dormir-. Y estaba contigo.
Sonríe,
bufa, suspira, bosteza y se queda quieto. Y, aunque me pesa todo el cuerpo y me
cuesta horrores, me acerco a su boca y degusto sus labios, los pruebo como si
fueran la comida que mejor se le da a mi padre preparar y que en tanto tiempo
no ha hecho. Le beso con profundidad, y él responde aunque está muy lejos.
Dejo
caer la cabeza al lado de la suya, y le acaricio la mejilla, y cierro los ojos
cuando él acerca los dedos a mi cintura… y me quedo dormida justo en el
instante en que una luna tardía asoma por el horizonte.
Layla susurraba mi nombre en
sueños. Creo que soñaba con lo mismo que yo, por la adoración que había en la
palabra que me definía cuando se le escapaba, ya de madrugada.
Llamaron a la puerta de nuestra habitación bastante
después de que pasara a simplemente respirar y no regalarle mi nombre a la
noche. Los dos dimos un brinco y nos incorporamos; nos miramos el uno al otro a
continuación, nos sonreímos débilmente, y luego Layla se dio cuenta de que
estaba tan desnuda como yo.
Y se tapó con la manta.
Y me pareció tan tierno que tuve que contener el
impulso de besarla.
Se estiró cuan larga era y recogió la camiseta del
suelo.
-¿Layla?-preguntó su padre. Joder, Liam me mata como nos pille así.
-Un
segundo-pidió, incorporándose y poniéndose los pantalones del pijama a toda
velocidad. Me tiró los míos, que me peleé con ellos. Se miró en el espejo,
comprobó que no la hubiera mordido, se toqueteó el pelo para que no delatara lo
que habíamos hecho la noche anterior, y se encaminó a la puerta.
-Buenos días-susurró, y noté cómo se sonrojaba hasta
la punta de los dedos de los pies. Yo me pegué un poco a la pared; con un poco
de suerte, Liam no me vería.
-Buenos días, pequeña, ¿está Tommy con…?-empezó, y me
vio, y yo me pasé una mano por el pelo y sonreí con timidez mientras Layla se
volvía hacia mí, me miraba, buscaba a toda velocidad el preservativo que
habíamos usado por la noche, y respiraba tranquila cuando yo le di una patada a
la pared para hacer que se cayera al hueco entre ésta y la cama. No paró de
apartarse mechones de pelo de la cara-. Ya veo que sí-sonrió su padre,
mirándola, y Layla se puso rojísima, se miró los pies descalzos y susurró algo
parecido a un “tú no lo entiendes”.
No, Liam, tú no lo entiendes, porque ni siquiera yo
entiendo qué cojones me pasa en la cabeza para decirle a Diana que la quiero
después de follármela en un museo, y luego venir y decirle a Layla lo mismo y
casi tirármela en tu techo.
Aunque, si consigues entenderlo, te agradecería que me
lo explicases. Mis problemas mentales son peores de lo que me imaginaba, seguro
que dan para varios años de investigación.
-Buenos días-saludé, mordiéndome los labios,
intentando no sonreír de puro nerviosismo. Liam alzó las cejas, asintió con la
cabeza, miró a su hija y dijo:
-Os dejo solos.
Y cerró la puerta; Layla se giró sobre sus talones, me
miró y se llevó una mano a la boca. Empezó a morderse las uñas a pesar de que
yo la conocía lo suficiente como para saber que lo detestaba y que nunca lo había
hecho.
-¿Crees que… nos oyeron?-preguntó, y yo sacudí la
cabeza-. ¿Crees que… se imaginan algo?
-Llevas puesta mi camiseta-le respondí, y ella se miró
y se pasó una mano por el pelo, echándoselo hacia atrás, despeinándose un
flequillo ya de por sí rebelde, que no quería olvidar tan fácilmente cómo la
hice suspirar, gemir y retorcerse entre mis dedos la noche anterior-. Y los
pantalones… los llevas al revés-observó, y ella se miró las piernas, y
descubrió que, efectivamente: la etiqueta que iba por dentro no sólo estaba por
fuera, sino que asomaba por la parte delantera. Se los bajó y se los puso en
condiciones, regalándome unas vistas de su culo que me hicieron pensar en cosas
para hacerle que conseguirían que Scott me rompiera la cara…
…con toda la razón del mundo.
-Y yo estoy desnudo, por lo menos, de cintura para
arriba, según lo que ha visto Liam.
Se apoyó en la puerta y dejó escapar un tremendo
suspiro.
-Creen que estamos juntos.
-¿Acaso no lo estamos?-espeté, quizá un poco más
herido de lo que me habría gustado sonar, pero, desde luego, no tanto como me
lo sentía. Me dolía que no considerara que fuera así; vale que lo había pasado
muy mal durante mucho tiempo, pero yo podía curarla, yo había empezado a curarla.
Sabía que la haría feliz. Éramos compatibles, incluso
en el poco sexo que habíamos tenido. No había hecho que ninguna respondiera a
mis caricias como lo había hecho Layla: ni Diana, ni Megan. Puede que fuera
porque a Layla hacía mucho que no la tocaban así, pero…
Megan,
susurró algo en mi cabeza. Había empezado a hacer esas cosas con ella. Y Layla
se había mordido el labio y me había besado como ella la primera vez que
conseguí hacerlo bien, que la hice disfrutar.
Tío, me
recriminé, es hora de ir superándolo, te
has acostado con dos chicas, a las dos las quieres, no creo que tengas tiempo
material para comerte la cabeza ahora que tienes que decidir cómo vas a seguir
con esto.
-Sí, claro-me
aseguró, acercándose a mí y sentándose en el borde de la cama-, es sólo que… no
sé, me imaginé que empezaríamos más… despacio. Que tardaríamos en hacer esas
cosas. Lo de anoche. Ya sabes.
Asentí.
-Que tendríamos el ritmo de una pareja normal, ¿mm?
-Sí, algo así.
-Podríamos fingir que no ha sucedido, dejarlo para
más… tarde-fruncí el ceño, pensando en si habría un “más tarde”, si me quedaría
con ella, o con Diana, o con ninguna y así me evitaba muchos más problemas y no
hacía que su relación se resquebrajara, porque Diana parecía preocuparse de
corazón por Layla, puede que incluso más que por mí, y no quería meterme entre
algo así tan pronto.
-¿Te arrepientes?-preguntó Layla, con voz suave,
dulce, una voz a la que yo no iba a poder renunciar tan fácilmente, pero… dios,
Diana me follaba tan bien y era tan… diferente de todo lo que era Layla. Eran
la luna y el sol, dos elementos en un mismo escenario, el cielo, pero que no
tenían nada que ver la una con la otra.
La luna brilla
gracias al sol, es secundaria, así que, ¿cuál es la luna?, inquirió una voz
en mi cabeza, mi conciencia, mi Scott interior.
Miré a Layla.
-No-le acaricié el dorso de la mano. Conocía a Layla
de muchísimo más tiempo que a Diana. Ella tenía que ser, por fuerza, el sol-.
¿Y tú?
-No-contestó con la misma firmeza que yo. Se acercó un
poco más a mí, y yo, un poco más a ella-. Me gustó lo de anoche. Disfruté como
nunca.
-Yo también, princesa.
¡Ahí lo tienes!
A Diana no la llamas “princesa”.
Tuve la certeza
de que me quedaría con Layla.
Y algo me oprimió el corazón: ¿cómo podía quedarme con
Layla echando tanto de menos a Diana como lo hacía yo?
Además, era un poco mentira: no había disfrutado “como
nunca”. Sí, me gustó, sí, disfruté escuchándola susurrar mi nombre y notando
cómo se desbordaba como un mar embravecido por un temporal, pero… me gustaba
más meterme entre las piernas de Diana.
¿Sexo o sentimientos?
Sexo.
No, sentimientos.
No, sexo.
Ambas.
¿Ninguna?
-Tommy-susurró Layla, como pidiendo que la eligiera a
ella en esa batalla. Joder, no podía dividirlas y repartirlas en eso. Sentía
algo por Diana, se lo había dicho antes de que se fuera, y Diana me
correspondía.
Y había tenido sexo con Layla, puede que no hubiéramos
llegado “hasta el final”, pero la había acariciado, la había besado y la había
probado. Mi cuerpo conocía el de Layla, mi corazón conocía el de Diana.
Tomé aire y lo expulsé lentamente.
-¿Estás bien?
Asentí.
-No es verdad-replicó, pellizcándome la mejilla y
dejando que la tristeza invadiera el bosque otoñal, la taza de café, que eran
sus ojos-. ¿Estás pensando en lo que me dijiste anoche? ¿En cierta chica rubia
que los dos conocemos?
-Esto está mal, Layla-susurré.
-Tú me quieres-respondió, y yo asentí-. Y también
quieres a Diana.
-Pero también
quiero a Diana-puntualicé, porque no era una conjunción, sino una disyuntiva.
-Y quieres
también a Diana-replicó-. Eso no es lo que está mal. Lo que está mal es que se
supone que tienes que quedarte con una. Y no sabes con cuál.
-Sois diferentes-respondí-, tanto que no sé… no sé qué
voy a hacer-y Diana me pidió que la eligiera a ella, y yo no podía olvidar cómo
brillaban sus ojos, como si tuviera miedo de verdad de que fuera a abandonarla
después de que me sacara del pozo.
-La solución está delante de ti-respondió, besándome
la palma de la mano y pegándosela a la mejilla, cerrando los ojos y acunando el
rostro contra mi mano. Los abrió despacio y los clavó en mí, y si me estaba
pidiendo lo mismo que Diana, yo no sabría qué hacer-. Tienes dos pulmones, dos
ojos, dos lóbulos en el cerebro, dos mitades en el corazón, dos manos. Eres
simétrico. Puedes tenerlos a las dos.
-No está bien.
-¿Por qué no? Soy tu chica. Soy tu inglesa. Diana
también es tu chica. Es tu americana. Hasta en eso somos diferentes. Puedes
usarlo a tu favor. Yo estoy dispuesta a compartirte. Diana, también. Es
sencillo.
-No debería ser así.
Volvió a besarme la palma de la mano.
-Pero es. Y es bonito. Me siento a gusto contigo, y tú
conmigo, y Diana contigo, y tú con ella. No deberíamos sufrir porque te
obliguen a elegir. Eres una persona, T: nunca vas a pertenecerle a nadie, y
precisamente por eso, puedes ser de quien tú deseas, de cuantas tú quieras.
Me la quedé mirando.
-¿De dónde has salido tú?-susurré, sonrió.
-De las estrellas-respondió, se inclinó un poco hacia
mí, y me besó-. Vamos a desayunar-dijo en tono autoritario, que no admitía
réplica, y la verdad es que me gustó cómo me daba órdenes. Sí, creo que podría
vivir escuchándola hablar así, siendo dura a pesar de que todo lo demás en ella
era dulce como el vuelo de una mariposa.
Se dirigió hacia la puerta.
-Layla-llamé, y ella se volvió-, ¿me devuelves mi
ropa, o quieres que baje así a desayunar?
Sonrió, se quitó la camiseta, me la tiró echa una bola
y se agachó a recoger la suya. Se la puso con una habilidad insultante; vale,
sí, era mayor que yo y probablemente hubiera estado con más chicos que chicas
yo, pero me ofendió un poco lo tierna que era, con qué timidez hacía las cosas,
y luego cómo se vestía.
Se sacó el pelo de la camiseta, se metió los
colgantes, con la cruz de la victoria que yo le había regalado reinando sobre
los demás, y me miró.
Estaba a mitad de las escaleras cuando me agarró del
cuello de la camiseta para que no me vieran desde la cocina, y me hizo
detenerme.
-¿Qué…?-empecé, pero me puso la mano en la boca y
siseó. Se señaló una oreja con el índice y volvió a sisear, esta vez con el
índice acusador pegado a los labios. Miré hacia abajo y escuché.
-… ya era hora de que la chiquilla se diera cuenta de
que lo que le pasaba era que le gustaba Tommy.
Miré a Layla, que se mordió el labio, y se recolocó el
flequillo, intentando disimular la calidez de sus mejillas.
-¿“Ya era hora”? Liam, te lo dije yo, tú pensabas que
quería que lo adoptáramos.
-Intentó secuestrarlo, igual que a Scott, tenía su
lógica en su momento.
Se abrió una puerta.
-La verdad es que hacen buena pareja-comentó Alba-,
pero yo creía…
-¿Qué, mi amor?
-No sé, que entre él y Diana había algo. Por cómo
hablaba de ella, ¿sabes? No la terminaba de tratar como a una amiga.
-Vive en su casa.
-Lo sé, y a esas edades es todo tan… no sé, se hace
una montaña de un grano de arena y los sentimientos se confunden, pero… da
igual, seguramente me lo haya imaginado.
Una cucharilla arrancaba tintineos de una taza de
café, que se despegó de su plato.
-Espera, ¿a eso se debe que haya cambiado de peinado?
Porque ha cambiado de hombre.
-¿Qué cojones, Liam?-espetó Alba, y me la imaginé
frunciendo el ceño-. Yo me he cambiado el pelo un montón de veces, y sigo
aguantándote estoicamente-me la imaginé poniendo gesto digno.
-Porque soy adorable-replicó su marido, y Layla puso
los ojos en blanco. Alba sólo refunfuñó algo, creo que fue en español, y se
echó a reír. Liam debía de haber estirado la mano para hacerle cosquillas-.
Estate quieto, vamos a despertar a Rob.
-Que se despierte, así aprenden los dos algo-y sonido
de besos.
-Le queda bien.
-¿Qué?
-A Layla. El pelo así-dijo su madre. Yo miré a Lay,
que se estaba pasando una mano por los bucles castaños. Sonrió, complacida, y
se revolvió el flequillo. Asentí con la cabeza.
-Tiene razón, te queda bien.
El tema de conversación dejamos de ser nosotros, por
lo que nos pareció un buen momento para honrar a los padres de Layla con
nuestra presencia. Los dos clavaron los ojos en su hija apenas entramos por la
cocina. Liam me observó con atención mientras me sentaba dócilmente después de
que Layla me lo ordenara (en ese tono de “aquí mando yo” que había descubierto
hacía nada, y que tanto me estaba entusiasmando) y esperaba por mi desayuno.
Alba apuró su café después de mirar la hora y subió a
cambiarse de ropa para ir a por no sé qué a su empresa, pero no se le escaparon
las miradas cargadas de intención que intercambiaron sus dos hijos en cuanto
Rob decidió honrarnos a todos con su presencia.
Liam dijo que la acompañaría; vernos juntos parecía
haber reavivado las ganas de conversar sobre la vida amorosa de Layla con su
mujer.
En cuanto oyó la puerta cerrarse, Robert soltó:
-¿El polvo bien?
Yo me eché a reír.
-¡ROBERT!-tronó Layla, molesta por la reducción a
objeto sexual que sospechaba en las palabras de su hermano.
-Sólo preguntaba-alzó las manos-, si necesitas
condones…
-Tienes 13 años, Robert, siéntate dos años-gruñó su
hermana, frunciendo el ceño.
-Por eso; no vengas a pedírmelos a mí. Mi canal de
Youtube me ocupa todo el tiempo del mundo, no puedo relacionarme y conseguir
una carrera como gamer. Hay que
elegir, no se puede tener todo en esta vida.
-¿Tienes un canal en Youtube?-inquirí.
-Con 22 suscriptores-sonrió Layla, dando un sorbo de
su café.
-24-corrigió Robert, herido en su orgullo. Layla se echó
a reír.
-Usted perdone, alteza-Layla puso los ojos en blanco y
se esforzó por no sonreír. Fracasó estrepitosamente.
Los hermanos pequeños son una debilidad, la naturaleza
hace que vengas con unos genes de protección incorporados pero inactivos que despiertan
en el momento en que pasas de ser hijo único a hermano mayor.
La miré, y ella vio que la entendía mejor de lo que
podría hacerlo otro, y yo vi que ella me entendía mejor de lo que podría
hacerlo otra… como Diana.
Para ya, tío,
me reproché, y asentí con la cabeza.
Los Payne se empeñaron en invitarme a comer cerca de
la estación, dado que mi tren salía a eso de las 2 y media y tendría que correr
para cogerlo de quedarme en su casa. Rob y Layla se pelearon por el restaurante
al que ir, hasta que Alba los mandó callar y me miró, inquiriendo con la mirada
cuál era mi preferencia.
Me decanté por lo que sugería Rob, no por hacer de
rabiar a Lay (que también), sino porque me apetecía más comer una hamburguesa
que una pizza, por muy rica que ésta estuviera.
Layla se hizo la ofendida mientras esperábamos a la
cola, pero se le pasó enseguida en cuanto yo pedí un sobre de una salsa de
queso que sólo te ofrecían con mi pedido. Se la tendí cuando abrió el pan de la
hamburguesa y me miró, una pregunta creciendo en sus ojos castaños.
-¿No es tu favorita?-solté a modo de explicación, y
ella sonrió.
-No puedo creer que te acuerdes de eso-confesó,
cogiendo el sobre, rozando la punta de mis dedos con la punta de los suyos, y
los dos sonreímos, recordando cuando éramos más pequeños y pasábamos los
veranos en España, y nuestros padres nos daban dinero para que nos comiéramos
una hamburguesa en un restaurante igual que el que había ahora en la estación,
y Layla se entristecía porque no le daban la salsa de queso, así que Scott y yo
pedíamos lo mismo y le dábamos nuestros sobres.
-Pues lo hago-me encogí de hombros, como si no
hubieran pasado al menos 7 años desde la última vez que hicimos eso. No
habíamos dejado de ir a España, pero el restaurante cerró, y desde entonces
Layla y yo no habíamos vuelto a entrar juntos.
Layla sonrió con timidez, susurró un suave “gracias” y
bajó la mirada para iniciar la operación de alto riesgo que era echarle salsa a
una hamburguesa. Yo no podía apartar la vista de su expresión concentrada.
Sus padres no podían apartar la vista de nosotros dos,
lo cual le vino muy bien a Rob para robarle un nugget a Liam y varias patatas a
Alba.
Estábamos tomando un yogur helado con diferentes
siropes cuando Liam preguntó por Chris.
-Vimos a su madre en el centro, pero estaba sola,
¿sabes cuándo va a venir, Lay?-comentó con casualidad. Alba clavó los ojos en
mí, pero yo me hice el indiferente. Le acaricié la pierna con el pie a Layla,
infundiéndole ánimos.
-Ni idea-Layla ni siquiera se volvió a mirar a su
padre.
-No terminasteis tan bien como nos has dicho, ¿no es
así?-preguntó Alba, y su hija la miró un momento, se pasó la lengua por los
labios, recogiendo un poco de yogur extraviado, negó con la cabeza, clavó la
vista en su tarrina de cartón blanco y azul, y se encogió de hombros-. ¿Qué
pasó?
Layla, que había pasado a revolver el yogur, clavar la
cuchara y sacarla para mezclar las dos sustancias, el yogur blanco con el
sirope de color ligeramente violáceo, de arándanos, se detuvo un momento. Sopesó
las posibilidades.
Estaba a punto de irme. Todavía había tiempo para
cumplir mi misión: servirle de apoyo moral.
-Nada importante-dijo, encogiéndose de hombros.
Procuró no mirarme para no perder la convicción de que no estaba mintiendo,
pero en el fondo sabía que lo hacía. Me cabreó un montón que añadiera ese
“importante” a la frase, porque sí que había sido importante.
Estaba destrozada.
Se asustaba con el contacto inesperado.
Brincaba en cuanto notaba rozándola una muestra de
excitación sexual de la persona que estaba a su lado.
Si hubiera dicho “nada”, podría ser una evasiva, una
mentira piadosa, una postergación de lo inevitable, pero como dijo “nada
importante” había mentido y ninguneado todo su sufrimiento, volviendo a
esconderlo en el fondo de su alma, donde casi nadie podría alcanzarlo, sólo una
persona.
Una persona que estaba a punto de dejarla sola.
Yo.
Rob comentó algo y sus padres centraron la atención en
él. Layla notó mis ojos fijos en ella, y sus mejillas se encendieron, pero se
ocultó detrás de su flequillo recto. Anunciaron la llegada de mi tren. En breve
podría subirme a él.
Alba me dio dos besos, me estrechó entre sus brazos,
me volvió a dar dos besos y me dijo que podía volver cuando quisiera. Yo
sonreí asentí con la cabeza.
Rob también me abrazó, aunque se guardó los besos,
porque los 13 años son una edad complicada cuando eres un tío.
Liam ya había pasado por aquello, pero los dos
preferimos dejar lo de los besos para las mujeres, no fuera a ser que dejásemos
de ser unos Machos® hechos y derechos. Me revolvió el pelo y yo protesté un
poco.
Se alejaron para dejarnos intimidad a Layla y a mí.
Nos quedamos allí plantados, mirándonos el uno al otro, tan cerca de las
barreras y de nuestra despedida que me pesaba el corazón.
-No les has dicho nada-susurré, y quizá soné un poco
borde, desde luego bastante más de lo que pretendía, porque se puso tensa
inmediatamente después de escucharme.
-No he tenido ocasión-replicó, pasándose una mano por
el pelo, mirándose los pies, y tragando saliva, porque notaba que me había
decepcionado y lo estaba pasando mal por ello.
-¿Quieres que lo haga yo?-me ofrecí, podría coger otro
tren, podría ir en bus, cualquier cosa; había un montón de conexiones con
Londres, no pasaría nada si llegaba a casa por la noche, o incluso a la mañana
siguiente, para el cumpleaños de mi padre.
Puede que lo hiciera en un tono demasiado suave y
paternalista, porque le molestó claramente la sugerencia.
-Tengo que hacerlo yo, Tommy-protestó, y frunció
ligeramente el ceño cuando yo alcé las cejas-. Sé hacer cosas por mí misma. Soy
mayorcita. Me ato los cordones, y todo.
-Bien por ti-espeté, lacerante, y ella dedujo de mi
tono que me sentía herido por cómo me “rechazó” la noche anterior, pero en
realidad, estaba cabreado conmigo mismo por no ser suficiente para ella, por no
ser un hombre y haber llegado tan lejos, y luego pretender arreglarlo
tratándola como a una niña de dos años en lugar de hacerlo como a una chica que
me sacaba dos años.
Estaba cabreado, estaba dolido, estaba decepcionado, y
me molestaba admitir que un poco de eso se debía a ella, porque debería ser mi
responsabilidad, exclusivamente.
Asentí con la cabeza a modo de despedida, me di la
vuelta y eché a andar. Estaba dispuesto a dejar las cosas así, mal, muy mal,
fatal, en la mierda, jodiendo dos días geniales huyendo como un cobarde en el
último instante, porque soy un orgulloso de mierda…
… pero, por suerte, ella no lo era.
-Tommy, no te vayas así-me pidió, siguiéndome-. Tommy,
espera… Tommy…
Era un miserable, un canalla, un desgraciado, por
hacer que me suplicara así, pero me martilleaba el corazón en los tímpanos y me
convencí a mí mismo de que no podía oírla.
Ojalá no la hubiera oído, no por ser terco, sino
porque lo que me dijo me dolió más que cualquier otra cosa, incluso que me
dijera que le echaba de menos y que quería volver con él.
-Iba a suicidarme.
Me detuve en seco y me giré sobre mis talones. Y la
miré. Y estaba llorando, y desearía que Scott estuviera conmigo y la viera y
accediera a molerme a palos y reducirme a cenizas, porque era lo que me
merecía. Era un hijo de puta por hacerla sufrir así. Un hijo de puta por
hacerla suplicar que no me marchara de aquella manera.
Un hijo de puta por hacerle decir en voz alta que
había pensado en acabar con su vida, porque esas cosas no se van soltando por
ahí.
La miré, aterrorizado, imaginándome que estaba soñando
con eso y que en realidad la tenía delante, su cuerpo sin vida, sus ojos sin
brillar, sus labios sin aliento, sus mejillas sin rubor.
Fría, terriblemente fría.
-Iba a suicidarme-repitió entre sollozos, y la gente
pasaba a nuestro lado sin vernos, sin hacernos caso, éramos dos fantasmas en
una estación llena de vivos. Todo el mundo tenía demasiada conciencia de su
alrededor como para reparar en nosotros, una pareja que discutía antes de que
él se fuera, y ella trataba por todos los medios de hacer que se quedara-.
Estaba en la ventana-dijo, y se pasó una mano por la mejilla para detener las
lágrimas-, a punto de saltar-y yo empecé a acercarme a ella, volví a ser un
hombre como Dios manda-. Entonces me llamaste-sonrió, triste, y yo me alegré
muchísimo de la tecnología y de saber usarla-. Escuché tu voz y… ya no quería
irme. No así. No sin verte.
Salvé la distancia que nos separaba a toda velocidad,
y la abracé, asustado como nunca, y ella correspondió a mi abrazo llorando, y a
mí me picaban los ojos, pero tenía que ser fuerte por los dos.
¿Por qué la
gente que me importa quiere abandonarme antes de tiempo? pensé, y ante mis
ojos cerrados se manifestó un Scott apagado, lacónico, con un bote de pastillas
en la mano, y yo volvía a gritarle, pero él no me hacía caso, seguía con la
mirada fija en el techo, y sólo por sus parpadeos sabía que seguía conmigo, y
yo le gritaba y le insultaba y le decía que por qué me hacía esto, hasta que él
de repente clavaba los ojos en mí y me soltaba con toda la tranquilidad del
mundo:
-Piensa bien qué es lo último que vas a decirme,
porque ya me he tragado un puñado y siento cómo me van haciendo efecto.
Esta vez la película no se detuvo allí, porque yo no
me despertaba con la respiración acelerada y me incorporaba y comprobaba que
Scott seguía durmiendo a mi lado.
Ahora había una secuela, y la secuela era Layla,
evaporándoseme entre los dedos, escapándose como el humo, deshaciéndose a mis
pies y dejándome allí, abrazando al aire. La apreté con fuerza.
-Ahora sí que no te voy a dejar sola-aseguré,
sosteniendo su rostro entre mis manos. Le limpié las lágrimas.
Y me dio igual todo lo demás.
Me puse de puntillas y la besé, y noté cómo abría
muchísimo los ojos, daba un paso atrás, sorprendida de que hiciera eso en
público, a la vista de sus padres, pero luego los cerró y recuperó la posición
y me dejó seguir besándola, y correspondió a mi beso, y todo estaba bien, al
menos de momento. Nuestras bocas se unieron y probaron la sal de las cataratas
de sus ojos, una sal que se escondía en el fondo de los míos, en aquel color
que tanto le gustaba.
-Tommy-susurró, jadeando. Había sido un beso intenso,
un beso en el que los dos nos habíamos aferrado a la vida que aún conservaba
con uñas y dientes-, mis padres.
-Me dan igual tus padres-respondí, y que dijeran lo
que quisieran sobre mí y Diana, porque amaba a su hija con todo mi corazón
igual que amaba a Diana, y no podía cambiar eso, no tenía nada que decir ni
hacer, salvo una cosa: darme cuenta de a cuál quería más, dejar de jugar con
una y permitirle echar a volar lejos de mi alcance.
Pero ahora no era el momento de pensar en ellas dos.
Ahora tenía que dedicarme a Layla en exclusiva.
Seguí besándola, y todo estaba bien, y estaba viva, y
estaba conmigo, igual que Scott, quien siempre respiraba después de que yo
soñara que dejaba de hacerlo y quien volvía a sonreír después de que yo creyera
que terminaría por olvidársele...
Y eso, en el fondo, era suficiente.
Sonrió cuando nos separábamos, le sabía la boca a
arándanos y yogur. Se me contagió su sonrisa como un bostezo que ni siquiera te
molestas en combatir. Me puse de puntillas y le besé la frente. Se rió
suavemente, notando lo que me costaba hacer eso.
-Con las demás seguro que es más fácil-comentó, y no
había rencor, ni tristeza, ni dolor en su voz. Sólo amor, un amor tan infinito
que me impregnó hasta la última célula.
-Con las demás no es así de especial.
Me acarició la mano.
-No tienes que elegir, acuérdate. Puedes tener a las
demás, y tenerme a mí también.
¿Cuándo hemos pasado de hablar de “las demás” en
general a estar convirtiendo a Diana en una metáfora?
-¿Por qué me dices eso ahora?
Y la tristeza que no se manifestó en su voz lo hizo
entonces.
-Porque no me conviene que elijas-confesó-. No va a
ser a mí. Nadie elige nunca a los juguetes rotos.
ESTOY CHILLANDO TANTÍSIMO
ResponderEliminarLLEVO CON GANAS DE ESCRIBIR ESTE CAPÍTULO COMO DESDE HACE DOS AÑOS
Eliminar"Nadie elige nunca a los juguetes rotos." Nunca habías escrito una frase que describiese a los tres. Tanto Layla, como Diana y como Tommy son tres juguetes rotos. El problema es que dos de ellos no saben que uno lo es.
ResponderEliminarMe he puesto súper triste porque tienes TANTA razón :( con Layla es con la que más se nota pero también Diana y Tommy están mal por dentro y :(
EliminarSE ME HA ROTO EL PUTO CORAZÓN CON ESTE CAPÍTULO!
ResponderEliminarNi siquiera soy capaz de decir que parte me ha destrozado más: cuando la nube de azúcar de LAYLA le cuenta toda la verdad a Tommy, cuando consiguen hacer el amor (después de que Tommy dijera que a Diana solo se la tiraba y a ella le haría el amor), las dudas de Tommy con el sol y la luna o cuando LAYLA cuenta lo del suicidio.
Puedo decir oficialmente que he llorado y no sólo unas lágrimas, si no el puto pacifico entero!!
DIOS ARI POBRECITO TU CORAZÓN mis disculpas por lo que le ha sucedido :(
EliminarEste capítulo es triste y precioso a la vez, creo que precisamente es precioso por lo triste que es pero no sé, tenía muchas ganas de escribirlo porque me parece preciosa la capacidad que tiene Tommy para conseguir que Layla se abra con él (metafóricamente, no me refiero a las piernas) y le muestre sus vulnerabilidades y sus inseguridades. Y él, por favor, es tan bueno que no la juzga ni por un solo segundo, se alegra incluso de lo que ha hecho ella porque sabe que así estará a salvo y <3 me encanta esta pareja por favor, pueden llegar tan lejos juntos...
"Porque no me conviene que elijas-confesó-. No va a ser a mí. Nadie elige nunca a los juguetes rotos." me ha dolido mucho esto vale porque es que pienso lo mismo y sufro.
ResponderEliminarEl capítulo ha sido precioso pero también muy triste pero gracias (otra vez) por hacer que sienta tanto.
"Sólo nos pertenece lo que siente por nosotras" ESTO ES TAN MDI HE GRITADO CUANDO LO HE LEÍDO
Me alegro muchísimo de que me viniera la inspiración con esa frase porque la puse a prisa y corriendo en Evernote antes de bajar a comer cuando ya creía tener prácticamente cerrado el capítulo, define tan bien cómo se siente Layla en ese instante... cree que no vale nada por todo lo que le han hecho y ay :(
EliminarGracias a ti por sentir lo que escribo María aw, es que te como.
PD: YA HE LLEGADO A LA PARTE EN LA QUE VICTORIA Y JACK SE ACUESTAN GRACIAS POR TANTO PERDÓN POR TAN POCO
ESTOY SUFRIENDO VALE ME DUELE TODO.
ResponderEliminarSOY SUPER TIANA SHIPPER PERO ES QUE ESTE CAPÍTULO ES PRECIOSO
TE ENTIENDO TANTO YO ES QUE NO SÉ A QUIÉN COJONES SHIPPEO ESTOY EN LA MIERDA
EliminarPues yo creo ciegamente que no que le pasa a Layla es que está aterrorizada de que nunca pueda olvidarse de lo que ese hijo de puta le hizo y cree que Tommy puede salvarla y curarla, pero no que más necesita Layla es curarse a ella misma y volver a quererse de nuevo.
ResponderEliminarQuiero enmarcar este comentario porque entiendes mi historia mejor que yo Candelaria, en serio, no me había dado cuenta de que eso era así hasta que tú lo dijiste.
EliminarLayla no tiene miedo de que Tommy la rechace; lo que teme es no dejar de rechazarse a sí misma nunca.
Odio el hecho de que nadie sepa el hecho de que Diana este posiblemente más rota aun que Layla....
ResponderEliminarTotalmente, lo que pasa es que Diana vive dentro de su caparazón y ni ella misma quiere reconocer la falta que le hace curarse :(
EliminarAmo a Tommy con todas mis fuerzas
ResponderEliminarEste comentario lo he escrito yo
EliminarO Layla
O Diana
jamás lo sabremos realmente
Tommy se siente tan mal simplemente porque a pesar de que tanto Diana como Layla le digan que puede querer a las dos igual, en el fondo el sabe que quiere a una más .
ResponderEliminarO porque en el fondo de su corazón sabe que va a tardar mucho tiempo en elegir (porque es una decisión bastante trascendental) y mientras tanto no quiere estar sin ellas ni que ellas estén sin él y que, si están los tres juntos, la gente se los va a comer vivos.
EliminarHaga lo que haga Tommy, alguien lo va a pasar mal, y eso a él lo mata por dentro
Layla es un bizcochito Dios.....
ResponderEliminarRellenito de avellana ❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤
Eliminar"Sólo nos pertenece lo que siente por nosotras" ESTO ME HA RECORDADO TANTO A MEMORIAS DE IDHUN. AYYYYÝ
ResponderEliminarLo leí en un tweet de mi tl y lo puse hace tiempo pERO LUEGO, BOOM, empecé a releer Memorias de Idhún y apareció ahí y uf ♥
EliminarVale, veo que todo Dios menciona a MDI y me ha dado por pensar que como repitas la historia y Tommy no se decida ni por una ni por otra me tiro de un quinto.
ResponderEliminarNo sé si eso es que no te gusta o que sí te gusta.
EliminarEn todo caso, no puedo repetir la historia: Diana no es un dragón, Layla no es un shek, ni Tommy es un unicornio.
No sufras <3
ERIKA XDIOS YA NO SÉ CON QUIEN QUIERO QUE ACABE T, PORQUE VOTÉ POR TIANA PERO OSEA QUÉ, Y ADEMÁS ES MUY FRUSTRANTE TODO PORQUE SÉ QUE T NO LO TIENE CLARO, ES MÁS, CREO QUE NI SI QUIERA TÚ LO TIENES CLARO, JISUS LLEVAME PRONTO
ResponderEliminarES UN COMENTARIO CORTO, VALE, LO SÉ, PERO QUIERO QUE NOTES MI FRUSTRACIÓN CON TODAS LAS MAYÚSCULAS
BYE
TE AMO
TIANA SON TAN CUQUIS PERO LOMMY TAMBIÉN AY ESTOY SUFRIENDO.
EliminarEn realidad, yo sí que lo tengo claro; tuve un momento de duda cuando lié a Scott con Eleanor por lo que te dije de que al final él acababa con Diana y Tommy con Layla, pero ya lo he solventado y sé por dónde quiero llevar la historia ☺
NO PASA NADA, NO IMPORTA QUE SEA CORTO, LO QUE IMPORTA ES QUE SIEMPRE COMENTAS y les has hecho cuenta de Twitter a Tommy y Scott porque estás mal de la puta cabeza pero no pasa nada.
HASTA LA PRÓXIMA ENTRADA
YO TAMBIÉN
Pero qué capítulo tan bonito y qué ratos de lágrimas he pasado ❤
ResponderEliminarY ese "Nadie elige nunca a los juguetes rotos." Están los tres tan rotos. Lo peor es que ni se imaginan lo rotísima que está Diana. Sufro por mis pobres bebés ��
- Ana
Yo creo que, con diferencia, Diana es la que peor está de todos, pero como no lo deja ver, nadie se imagina lo mal que está. Ay, mis niñitos, cómo los quiero y les hago sufrir :(
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