sábado, 9 de julio de 2016

La chica holandesa.

Me asombraba la facilidad que tenía Diana para cambiar de humor con tanta rapidez. Ya no quedaba nada de la chica que había abrazado a mi hermana, y le había dado un beso en la mejilla y le había deseado que se lo pasara bien en Canterbury… o con Scott.
               Tampoco quedaba nada de la que me había mirado con intención cuando mis padres me dijeron que tenían que ir de compras, que se llevarían a mis hermanos y que harían lo posible por no tardar en volver.
               Diana sonrió cuando cerraron la puerta exactamente como mamá había esperado, después de decirle a mi padre que estábamos juntos.
               Papá se había cabreado un poco, sólo lo justo, porque tenía ojos en la cara y sabía lo poco que me podía resistir yo a unas piernas bonitas… ya no digamos a unas como de las que presumía Diana.
               -Le dijimos que no lo hiciera-protestó, negando con la cabeza, no siendo capaz de cabrearse de mi debilidad, pero sintiéndose insultado porque todos en aquella casa éramos desobedientes.
               -Ya, bueno, pero en realidad-discutió mamá, encogiéndose de hombros-, según se lo estábamos diciendo, yo ya estaba echando cuentas para ver cuánto tiempo tardaba. ¿En serio creías que no iban a terminar liados, Louis?-inquirió mi madre, girándose y preguntándose por enésima vez por qué mi padre era “el gracioso” del grupo, cuando tenía más pinta de “el tonto”.
               -¿Desde cuándo están?-preguntó papá, ignorando la pregunta, porque en una pelea, mamá siempre ganaba.
               -No lo sé, dímelo tú. También son tus hijos-mamá puso los ojos en blanco.
               -Joder, ¡es que yo no me fijo en esas cosas, Eri!
               -Pues yo soy la miope.
               -Yo también. Por lo menos, para las relaciones interpersonales.
               Mamá se había echado a reír y le había besado en los labios, recordando de nuevo por qué papá era “el gracioso”.
               Didi se acercó a mí y empezó a besarme por el cuello, pero yo estaba demasiado sobrepasado por mi incipiente soledad como para dejarme hacer. Me acarició los hombros y yo la miré a los ojos, triste.
               No podía creerme lo mucho que la echaba de menos, y eso que estaba tocándome. Creí que me volvería loco en cuanto fuéramos al aeropuerto; con suerte, sólo cuando se subiera al avión, y me dejase a mí esperando por el vuelo que había cogido en dirección a Irlanda para estar un poco más con ella… los dos solos.
               Su pelo rubio era un rayo de sol, cargado de esperanza, en un mar revuelto del color del cobre, el color del fuego y la sangre, en el que yo terminaría naufragando. Algún día, Scott no estaría lo suficientemente cerca. Terminaría metiendo la pata y volviendo al pozo…
               … y cayendo demasiado profundo incluso para que mi mejor amigo me consiguiera rescatar.
               -Aprovecha conmigo las horas que nos quedan juntos, T.
               Suspiré, abrí la boca antes de pensar, y fue mi corazón, y no mi cabeza, la que habló.
               -Quédate aquí conmigo.
               Sonrió, sentándose a horcajadas encima de mí y tirando de mi camiseta.
               -Tengo cosas pendientes en Nueva York.
               -Estamos en la era de la deslocalización. Puedes ocuparte de ellas desde aquí. No me dejes.
               -Mañana te vas a Irlanda-respondió, toda elocuencia, frotándose contra mi cuerpo, y la parte de mí que no pudo apartar la mirada de sus piernas cuando íbamos en el taxi de camino a mi casa el día en que la conocí, la parte que fantaseó con separárselas y follarla duro, abrió un ojo ante su contacto.
               Un ojo no bastaba para controlar un ejército.
               Pero sí para ver los ataques y horrorizarse de las bajas.
               Me acarició la mandíbula, se desabotonó la blusa y me miró con aquellas selvas que le otorgaban oxígeno a todo el planeta cada día, con su fotosíntesis.
               -Dame razones para volver, T. Házmelo tan bien como sólo tú sabes. Consigue que me gire en la pasarela en dirección al avión y me plantee, aunque sea sólo un segundo, el hacerte caso.
               -Si obedezco ahora, te estaré diciendo adiós.
               -No sería un adiós, sería un “hasta luego”. Volveré en enero.
               Me incorporé, y se mordió el labio.
               -Prométemelo.
               -Yo no hago promesas.
               -Pues no me toques.

               Se echó a reír, negó con la cabeza, se arrastró por el sofá y me bajó los pantalones. Yo no protesté, me estaba dejando hacer. Mi versión del taxi la deseaba, y se hacía con el control como un virus que se propaga por el sistema de toda una empresa a través de su red interna.
               Para cuando se la metió en la boca, ya estaba dura. No me dejó terminar; se sentó encima de mí y empezó a mover las caderas, mirándome, mordiéndose el labio. Se limpió la boca y me besó, y yo la besé, y nos fundimos el uno con el otro, y ella se retorció al llegar, feliz de haber conseguido lo que quería, de tenerme a mí atado en corto y su orgasmo entre los dedos.
               No tardé en seguirla.
               Se quedó sentada encima de mí, con la nariz pegada a la mía, las manos apoyadas en las rodillas.
               -¿Sigues queriendo que no te toque?-preguntó, y le acaricié el cuello, le puse un mechón de pelo detrás de la oreja, la miré a los ojos y disfruté de cómo se estremecía cuando nuestras almas tuvieron una buena visión de la ventana de la otra. Sonreí.
               -¿Sinceramente? Ahora mismo, lo que me apetece, es que digas mi nombre.
               -Tommy-me concedió.
               -No, en ese tono, no.
               Y empecé a embestirla yo, y ella se echó a reír, dejó escapar una exclamación cuando sus carcajadas hicieron que entrara más profundo en ella, y me acompañó con un incendio invisible en los ojos.
               Escuchamos acercarse un coche. Abrimos los ojos, valorando los dos las consecuencias de que nos pillaran… y terminamos por decidir que no sería oportuno que ella se fuera de mi casa habiendo aguantado una bronca de mis padres. Se separó de mí, se puso las bragas y se abrochó la blusa en el momento en que mi madre abría la puerta y atravesaba el salón.
               -Me he dejado el bolso-explicó cuando la miramos. Si hubiera sido culpa de papá, estaría despotricando media tarde, pero como el fallo había sido suyo, no se trataba más que de un lapsus.
               Diana y yo nos echamos a reír.
               -Llámame al móvil, mamá-dije, levantándome y tirando de la americana-, voy a estar en la habitación de Diana, ayudándola a hacer las maletas.
               -No la atosigues-ordenó mi augusta creadora, cerrando la puerta sin una despedida, porque sabía que papá se regodeaba en no ser él quien había hecho algo mal.
               Cuando chasqueó la puerta anunciando nuestra recién recuperada soledad, la rubia se me quedó mirando.
               -¿Ahora quieres que me vaya, de repente?
               -Tu habitación tiene mejor acústica-expliqué.
               Y con sus dedos en mi pelo, hizo que me olvidara de todo: de que Scott me había dejado solo, que los chicos estaban recuperándose de la juerga y se negaban a dar una vuelta, que ya se habían despedido de Diana como estaba mandado, emborrachándose y emborrachándose y emborrachándose, comiendo una hamburguesa de por medio y haciendo que Didi se echara a reír al ver los espectáculos que montábamos en el McDonald’s, porque no podíamos dejar que Jordan se acercase a las cajeras ya que intentaba ligar con ellas de forma primitiva y desastrosa, y Alec se empecinaba en ir a tirar las bandejas para demostrarnos que aquella vez en la que las volcó antes de que pudiéramos comer había sido un accidente que no se repetiría nunca.
               A Diana casi le da algo cuando Logan y Scott empezaron a meterse con Alec al decir éste que iba a hacer sitio en la mesa con unos:
               -¡Pero mete lo interesante en el agujero, eh, A!
               -¡Sí, tío, más o menos como cuando estás con una tía, pero hazlo con una bandeja!
               Alec se ponía rojo de rabia y los mandaba a la mierda, les decía que eran unos hijos de puta… y del cabreo que tenía, metía la bandeja en la basura también.
               Con su boca en la mía, consiguió que me olvidara de que mi hermana no estaba, de que me iba a Irlanda mañana, de que se marchaba…
               … y con nuestros cuerpos unidos, me hizo pensar que era la primera y la única chica con la que estaba. Sorprendentemente, parecía hacerla disfrutar como era debido, mejor de lo que lo haría alguien que se estrenaba en eso del sexo. No pensaba en melenas pelirrojas, no pensaba en ojos pardos, Megan no existía, ni siquiera era una simple ilusión.
               Solo estaba Diana.
               Diana y sus ojos verdes, Diana y sus manos en mi nuca, Diana y su boca que me besaba y suspiraba y cuyos labios mordían sus dientes cuando la embestía un poco mejor, Diana y sus piernas alrededor de mis caderas, Diana y su vientre pegado al mío, Diana y sus pechos en mis manos…
               … Diana concediéndome todos mis deseos, y susurrando mi nombre cuando se corrió conmigo, y para mí.
               Le brillaban los ojos, y la piel, y todo el cuerpo, y yo no podía apartar los ojos de ella como tampoco podría dejarla marchar si seguíamos en este plan.
               -Dame una razón para no pedirte que te quedes-le pedí-, porque no soporto pensar que mañana no te voy a ver mientras desayuno.
               -Que lo haría-replicó, y se estremeció cuando una de mis manos, la derecha, la más diestra en todo por ser la que más usaba, le bajó por la columna, como asegurándose de que no tenía alas…
               … porque, si las hubiera descubierto, no me sorprendería.
               -Y Zoe me espera.
               -¿Me llamarás en cuanto despegue el avión y apaguen las luces de los cinturones? ¿Me llamarás cuando salgas al mar, y cuando te digan que estáis empezando a descender?-inquirí, y asintió, sonriendo, tan borracha de mí como yo lo estaba de ella-. Llámame cuando llegues-ordené-, da igual qué hora sea aquí.
               -Por Dios, Tommy, dímelo ya.
               La miré a los ojos.
               La miré a los ojos y me perdí en aquellas selvas y decidí que era un jaguar y no un humano, y que las hojas verdes de su mirada eran mi escondite ideal, y que estaba hecho para esconderme en ella, para meterme en ella, porque ella era mi casa.
               -Te voy a echar muchísimo de menos.
               Se echó a reír.
               -Yo también te voy a extrañar, mi inglés-respondió, y se inclinó y me acarició la nuca, y su pecho estaba contra el mío cuando me besó, y sentí el palpitar de su corazón mientras, en mis oídos, el mío martilleaba como loco, puede que protestando por la oportunidad perdida, o celebrando que ella quisiera volver. Quizás, y sólo quizás, por el esfuerzo que me suponía el derretirme ante ella como un helado que ha pasado poco tiempo en el congelador, o un muñeco de nieve al acercarse la primavera y, por fin, asomar el sol entre las nubes.
               Se separó de mí, se puso las bragas y la camiseta que me había quitado, dando por terminada nuestra despedida, concluyendo así nuestra sesión de sexo.
               Yo era un optimista y a la vez un vago, quizá fue por eso por lo que me arrastré por la cama hasta llegar a la almohada y me quedé tumbado, esperando a que me volviera a hacer caso. Ella me miró un par de veces mientras envolvía la ropa que bajo ningún concepto quería dejar atrás, se inclinó a besarme y me acarició hasta en el vientre, como muy lejos. Nunca más allá.
               Diana mandaba, yo obedecía, así eran las cosas. Así habían empezado y así seguirían.
               -¿Quieres más?-preguntó después de inclinarse para recoger su ordenador y envolverlo en el cable con el que lo cargaba, justo tras regalarme el mejor plano del mejor culo que había visto nunca.
               -Evidentemente.
               -Te resistirías mejor si estuvieras vestido.
               -No puedo-repliqué-, una chica me ha quitado mi camiseta.
               Se echó a reír y, ni corta ni perezosa, se la sacó por la cabeza y me la tendió. No hizo ademán de vestirse, y eso no hizo más que desconcentrarme a mí. Se paseó por la habitación casi como dios la había traído al mundo, como la representarían los dibujos animados, pero cambiando la hojita que le cubría sus partes por unas bragas de la casa de lencería que había impedido que su carrera se estancara y la tuviera sólo para mí.
               Como es natural, me empeoró las cosas. Vale, me fascinaba cómo iba y venía sacudiendo las caderas, se notaba que se le daba bien caminar y que le gustaba su cuerpo y se sentía cómoda en su piel, pero nunca me había fijado en hasta qué punto consideraba a su cuerpo su templo, y su hogar.
               No había visto a nadie pasearse desnuda con tanta elegancia y orgullo. Era como si se bajara de una limusina y se paseara por la alfombra roja en la primera exhibición en el extranjero de la película que le había otorgado todos los premios otorgados por el cine (sí, ese por el que muchos habían sufrido y se habían hecho incontables memes, incluido).
               Y le gustaba verse. Le encantaba. Varias veces se detuvo delante del espejo a atusarse el pelo, apartarse un mechón rebelde y contemplar la curvatura de sus caderas, la longitud de sus piernas, la firmeza de sus pechos.
               -¿Qué?-preguntó en tono dulce cuando me vio mirarla en el espejo.
               -Eres el ser más precioso que he visto en mi vida, Didi.
               Sonrió.
               -Soy millonaria.
               -Quédate aquí conmigo. Que le jodan a Zoe.
               Se volvió, se acercó a mí, y se sentó a horcajadas encima de mí. Empezó a besarme. Creí que me estaba diciendo que sí, que accedía en silencio, que le pediría disculpas a su amiga y que usaría aquella palabra que tan locas había vuelto a las amigas de Eleanor cuando mi mejor amigo dijo “como buen ____ que soy”.
               Me sorprendió lo mucho que me alegró el considerar la remota posibilidad de que usara esa palabra para pensar en mí.
               -Ya es tarde, inglés-replicó, sin embargo.
               Siempre lamentaría haber dejado pasar aquel tren. Me habría quitado de sufrir un invierno duro en Moscú, yo solo, o de un verano demasiado caluroso en el Sáhara.
               Pero yo era oportuno hasta para eso.
               Sonrió al notarme dispuesto (“mi inglés hambriento”, susurró en mis labios, acariciándome un poco por encima de los pantalones y disfrutando de cómo cerré los ojos, dejándome llevar), continuó besándome en los labios hasta que le dije que no podía más.
               -Ven conmigo a Nueva York-sugirió, dejándose acariciar el costado, y los pechos, y el cuello, y los labios, y sonriendo cuando mi pulgar llegó a la comisura de su boca.
               -Es un viaje muy largo.
               -Demasiado para que lo haga sola.
               -Diana… por favor…
               Cogió una de mis manos y la llevó hasta su pecho.
               -Mira lo que te espera allí-murmuró en tono íntimo, y sonrió, complacida, cuando me quité la camiseta. Me acarició los brazos, se incorporó lo justo para terminar de desnudarme, lanzó lejos las bragas, me puso condón e hizo que entrara en ella con fuerza. Habíamos empezado despacio, pero ya habíamos cogido carrerilla.
               Me puse encima, y consiguió que se me olvidara que se iba en menos de veinticuatro horas. Incluso hizo que se me olvidara quién era, cómo me llamaba, cuántos años tenía, o si era o no un esclavo suyo, que tenía que obedecer sus órdenes al pie de la letra.
               Gruñimos frases inconexas, no nos enteramos de que mis padres habían llegado hasta que oímos una puerta cerrarse, y yo le tapé la boca porque aquel polvo que estábamos echando era de los ruidosos, y no quería que subieran a ver qué hacíamos, no quería que se enterasen de lo que ocurría en esa habitación, porque si alguien me veía siendo suyo, jamás podría dejarla marchar.
               Y tenía que dejarla marchar.
               Noté cómo sonreía al echarse a temblar, rompiéndose por fin, llegando a la cumbre. No tardé en seguirla; me había desconcentrado un poco con los ruidos, pero pronto volví a pertenecerle enteramente.
               Di las gracias de que no se hubiera ido el primer día de vacaciones, que me hubiera dejado solo apenas consiguiendo la libertad. Ahora que me veía sin ella, los días parecían duplicarse en horas. ¿Qué iba a hacer mientras esperaba a que regresara? ¿Cómo íbamos a apañarnos con los cambios de horario? ¿Podríamos vernos por Skype… y hacer lo que a mí me gustaba pensar que ella se hacía pensando en mí, lo mismo que yo me hacía pensando en ella, cuando simplemente no se podía pasar a mayores?
               No sabía que a la que le tenía que agradecer que Diana se fuera el sábado, y no el miércoles, era mi hermana. La había abordado antes incluso de que la americana se pusiera a mirar vuelos, después de preguntarle qué día tenía pensado volver, cuándo la esperaban sus padres… y ella le dijo que lo haría en cuanto terminaran las clases, porque tenía que ponerse al día.
               -¿Tú quieres a mi hermano?-le espetó Eleanor, y Diana se la quedó mirando, en absoluto silencio, aterrorizada de que una parte de ella hubiera querido negarlo… y con más miedo aún de aquella parte que había intentado que asintiera con la cabeza.
               No podía decir que me quería; no le había dicho a nadie, nunca, que le quería.
               -Si le quieres, no te vayas tan pronto-le pidió mi hermana pequeña.
               -Nueva York es mi casa.
               -Nosotros somos tu familia ahora-fue la contestación de Eleanor, y se levantó de la cama y se fue, dejando a Diana con un mar de dudas, con el dedo a punto de pinchar para reservar el primer vuelo…
               Cerró la ventana del navegador, se tumbó en la cama, se preguntó qué estaría haciendo con Scott y los chicos, miró al techo, y se dijo que estaba jodida, muy jodida. Ya no era sólo por cómo follara yo, ni siquiera por cómo la acariciaba o cómo la miraba o cómo la besaba.
               Ahora era también por ella. Por cómo me follaba a mí, por cómo me acariciaba, cómo me miraba, o cómo me besaba.
               -Con un puto inglés-había dicho, pasándose las manos por la cara, echándose a reír de su suerte-, chica, estás a 3 de julio-y se levantó y recogió su ordenador, cambiando la fecha del vuelo al sábado. No quería perderse la semana antes de Navidad en Nueva York, en el que todo el mundo se volvía loco comprando y vendiendo y disfrutando del invierno antes de sumergirse en la locura de las fiestas.
               Pero tampoco quería darse la oportunidad de descubrir si me echaba de menos un miércoles.
               La pena es que lo descubrió antes incluso de marcharse.
               La miré a los ojos brillantes, y ella me miró a mí, y por una vez, pensé en la suerte que tenía de tenerla, no por lo que me hacía olvidar, sino por lo que me hacía sentir. Cosas que pensaba muertas volvían a florecer; sentimientos que creía perdidos reaparecían. Había esperanza, apenas un brote verde en un campo arrasado, pero de menos habían surgido grandes cosas.
               -Tengo que terminar la maleta-susurró.
               -Vale.
               Ninguno de los dos se movió, y ella se echó a reír.
               -¡Tommy!
               -Pero, ¡si no estoy haciendo nada!
               Siguió riéndose.
               -¡No me hechices!
               Ahora me tocó a mí reírme, y salir de ella, y aceptar que se pusiera las bragas, y ver cómo se paseaba por la habitación, en busca de unas cremas que no iba a poder embarcar por venir en envases demasiado grandes… pero le dio igual.
               Recogió una camiseta mía del armario; se la había apropiado al poco de llegar, cuando todavía pensábamos que podíamos acostarnos sin terminar pillándonos el uno por el otro como lo hicimos, se la pegó a los hombros, y terminó por ponérsela. Vino a sentarse a mi lado y se dejó acariciar el pelo como lo haría un Golden Retriever.
               -¿Cómo vas a hacer que me despida de la Madre Patria?-quiso saber, y alcé las cejas.
               -A lo grande, evidentemente.
               -¿Qué vas a hacer?-ahora alzó las cejas, en un gesto curioso, inclinando un poco la cabeza hacia un lado, consiguiendo que su melena rozara sus piernas cruzadas, que las puntas de su pelo pendieran a escasos centímetros de sus muslos.
               -Improvisar-dije, sacando el móvil y abriendo Ecosia (mi madre y Sherezade nos tenían muy bien enseñados a Scott y a mí, y, ¿por qué darle dinero a una multinacional que no lo necesitaba cuando podías donar lo que a ti te venía gratis para que plantaran árboles? En el mundo sobran billetes y faltan hojas que reequilibren la balanza de la vida) y tecleando rápidamente-. Ponte guapa.
               -Creía que lo estaba siempre.
               Me la quedé mirando.
               -Sí, claro, pero… guapa tipo “Portada de Vogue”, no “Salida de compras con mis amigas, también modelos”. Ese tipo de guapa.
               -¿Vogue Septiembre?-sonrió.
               -No te voy a decir que no a que te pasees por ahí en bikini, dios me libre, pero dudo que a Noemí le haga gracia que vayas a Nueva York con una bronquitis.
               -A mi madre no le hace gracia que vaya a Nueva York, punto.
               Nos miramos.
               -Llama a Layla, puede venir con nosotros.
               -¿Seguro?
               -Quién sabe, igual tienes suerte y nos montamos un trío-alzó las cejas, y yo me eché a reír, y me besó y se fue al armario, decidiendo qué se pondría. Hice lo que me pidió, pero Layla no me cogió el teléfono; quizás estuviera en la biblioteca, preparando sus exámenes finales. Había hecho uno por la mañana, y le había salido bien, según me había dicho.
               Le dejé un mensaje en el contestador, y Diana se echó a reír de lo mal que se le daban esas cosas.
               -¿Qué vamos a hacer?
               -Cenar. Y lo de luego… es sorpresa.
               -¿Un restaurante pijo?-preguntó, fingiendo desinterés.
               -No más que tú.
               -Gilipollas-murmuró, pero se rió. Sugirió que nos ducháramos juntos, y yo le respondí que si alguna vez me negaba, hiciera el favor de matarme, porque los alienígenas habrían invadido mi cuerpo. Se echó a reír y me guió por mi casa, la que conocía como la palma de mi mano gracias a 17 años viviendo en su interior, como lo hace la reina con el amante plebeyo que se trae al castillo por primera vez.
               Nos importó una mierda que mis padres estuvieran en casa, nos importó una mierda que pudieran oírnos, nos importó una mierda que mi madre nos hubiera dicho que fuéramos discretos, y nos importó una mierda el que supuestamente mi padre no supiera nada de lo nuestro.
               Lo único que me importaba era su cuerpo desnudo y las ondulaciones del agua bajando por sus curvas, su pelo mojado, de un tono más oscuro, sus manos en mis brazos y mi espalda, y sus ojos, cuyas pestañas se pegaban las unas a las otras debido al agua, entrecerrados y nadando en los míos.
               -No podemos hacer nada-le dije cuando noté que algo en ella cambiaba, que me reclamaba de una manera diferente-. No he traído condones.
               -No pasa nada; tomaré una píldora.
               La acaricié entre las piernas y ella suspiró.
               -Oh, Tommy…
               -Oh, Diana-me burlé yo. La ducha creaba ruidos que conseguían que monopolizara sus suspiros, sus gemidos, la sinfonía que componía con su lengua cada vez que decía mi nombre, el movimiento magistral que alcanzaba en ese tono.
               Me puso una mano en la nuca y me miró como con rabia.
               -Para.
               Sonreí con malicia, la misma sonrisa que en Scott tenía nombre y derechos de explotación en exclusiva.
               No lo hice.
               Seguí con los dedos el curso de su anatomía, haciendo que su respiración se acelerara. Me gustaba eso, me gustaba verla desde esa perspectiva, ver cómo se le ponía la carne de gallina desde lejos, sin tener mi propio cuerpo y mis deseos molestándome. Me apeteció acariciarme, que para algo me habían dado los dioses dos manos, pero no lo hice. Sólo seguí trayéndola a mis dominios con la yema de los dedos, disfrutando de cómo intentaba hablar y no podía.
               De cómo sonreía y se mordía los labios.
               Fui yo el que dominó en la situación, al menos hasta que dio un paso, acercándose a mí, demasiado cerca como para tener efectos sólo en ella, y me comió la boca como pocas veces lo había hecho.
               -Tommy, tú… eres…-susurró entre aliento y aliento, intentando mantener un tono uniforme, sin conseguirlo.
               -¿Soy?-animé. Abrió los ojos y me miró, se apartó el pelo de la cara y volvió a besarme, me lo apartó a mí, siguió con sus dedos el curso de mis brazos, llegó hasta mi mano y volvió a subir.
               -Por favor, no pares…
               Eso sí que lo obedecí.
               -T… eres… la primera razón… de que yo…
               -… ¿tú?-animé, y sus manos fueron a mi sexo, y ahí nos perdimos los dos.
               -… no quiera… por primera vez… lamente… oh-susurró-, ir… a Nueva York.
               Me detuve. Y ella también. La miré a los ojos. Ella me miró a mí. Selvas contra océanos.
               El agua corría. Seré hipócrita, uso un buscador específico porque planta árboles, y luego malgasto agua follando en una ducha… o fingiendo que follo.
               -¿Repite eso?-le pedí, y sonrió.
               -Te dije que no pararas.
               -Diana.
               -Eres la primera razón por la que lamento ir a Nueva York.
               La pegué contra la pared. Era un poco más baja que yo. Poco. No lo suficiente como para que aquello no funcionara. Puso los brazos tras de sí, dejó que me acercara hasta estar casi pegados el uno al otro. Le aparté un mechón de pelo rebelde y empapado de la cara, y ella me aguantó la mirada casi con chulería.
               -Y tú eres la razón de que quiera volver a clase.
               Me pasó las manos por el cuello.
               -Estamos enfermos.
               -Nos tenemos cariño-repliqué.
               -No quiero que me lo hagas con cariño-fue su contestación, separó un poco las piernas y entré en ella con rabia, sorprendido de lo que acababa de decirle, sorprendido de lo que me había dicho ella a mí.
               Para cuando salimos, me sentía ligero como una pluma. Ella sonrió con timidez al contemplarme en el espejo, pasándose la toalla por el pelo húmedo mientras yo me la anudaba a la cintura.
               Me dio la impresión de que acababa de pedirle salir en serio. Y que ella había aceptado después de mucho tiempo esperando que lo hiciera. Encendió el secador, le besé el hombro desnudo y salí del baño. Me quedé tumbado en la cama, pensando en el cabreo que pillaría Scott cuando se lo contara.
               No podía dejar de sonreír, parecía imbécil. Scott iba a matarme.
               Scott siempre quería matarme cuando hacía algo gordo, imagínate ahora.
               La escuché abrir la puerta y pasar por mi habitación, subir descalza y cerrar la trampilla de la buhardilla.
               Rebusqué hasta encontrar mi mejor camisa y mi mejor jersey y bajé las escaleras de dos en dos. Papá se me quedó mirando desde la cocina, mamá levantó la vista de su libro y me estudió por encima de sus gafas. Se las quitó y alzó las cejas.
               -Qué elegante-comentó papá, y mamá se mordió el labio.
               -Louis, hemos mejorado la raza con él.
               -Ya quisiera él ser tan guapo como yo-contestó papá.
               -Ya quisierashaberte puesto así a los 17 años.
               -Todo eso es envidia.
               -Tu audición dio asco.
               Papá dejó los cubiertos con los que estaba preparando la cena y se apoyó en la encimera. Miró a mi madre.
               -¿Algo más?
               -Eleanor no es tuya.
               -Al menos fuiste inteligente y no le diste los genes de Niall.
               Mamá se echó a reír.
               -¿Adónde vas así?
               -A dar una vuelta con Diana. Vamos a cenar fuera.
               -Eri-intervino mi padre, saliendo de la cocina, poniéndose una mano en la mejilla-, creo que el crío ha hablado en español y de repente mis conocimientos de tu lengua se han quedado como cuando te conocí. ¿Ha dicho tu hijo que va a cenar fuera?
               -Dímelo tú, Lou.
               -No puedo creerme semejante traición viniendo de mi primogénito. De Dan sí, porque tiene más malicia, pero Tommy, de bueno que es, parece tonto. Bueno, lo parecía, pero cuídate de los buenos, al final son los que te apuñalan con más fuerza.
               -¡Encima que os dejo solos una noche para que podáis hacer cosas de matrimonio!-protesté, riéndome.
               -Si tanto te preocupa mi vida sexual, no haber nacido, y así no tendría que tirarme a tu madre cuando estás durmiendo y exclusivamente en mi cama.
               -¡Louis!-protestó mamá-. ¡No lo hacemos sólo cuando los críos duermen ni en nuestra cama!
               -¡MADRE MÍA, POR QUÉ NO HE NACIDO SORDO, AHORA ME VA A PERSEGUIR ESE PENSAMIENTO TODA LA VIDA, COGERÉ UNA TOALLA Y LA USARÉ PARA SENTARME EN ESE SOFÁ!-bramé, señalando el mueble en el que mi madre se había acurrucado, como si yo mismo no lo hubiera profanado hacía un par de horas.
               -Dan-llamó mamá, estirando la mano en dirección a mi hermano, que también tenía su propio libro en las manos-, ¿de dónde vienen los niños?
               -Mamá…-empecé yo, pero Dan ya estaba abriendo la boca y contestando… en español.
               -Cuando un papá y una mamá se quieren mucho, follan, y la mamá se queda embarazada-respondió.
               -¡Eres tonto! ¡Tienen que casarse antes de follar!-bramó Astrid.
               -¡Tú sí que eres tonta, los padres de Scott no estaban casados cuando follaron!
               -¡NIÑOS!-gritó mamá-, ¡NO USÉIS ESA PALABRA!
               -¿Puedo decir “joder”?
               -Te dije que lo de la cigüeña era una idea mejor, pero tú dale con la mierda científica-recriminó papá.
               -No-contestó mamá, tanto a papá como a mis hermanos.
               -Tommy lo dice mucho.
               -Tommy es mayor.
               -Yo también soy mayor, tengo 10 años, joder.
               -¡Joder, joder, joder!
               Empezaron a reírse como locos, por favor, que no crecieran nunca. Se golpearon con los cojines del sofá. Mamá suspiró, cerró el libro de un golpe y se puso en pie, y los dos se detuvieron antes de ganarse un par de bofetadas en serio.
               Volvió a sentarse y mis hermanos empezaron a reírse entre dientes, y a mí también me dio la risa.
               -Me va a dar una embolia en esta puta casa, joder-gruñó mamá, y los tres empezamos a reírnos a carcajadas, y mamá puso los ojos en blanco, se masajeó las sienes y espetó-. ¡Louis! ¡Recuérdame por qué no me ligué las trompas!
               -Querías uno como yo-contestó papá, sonriendo.
               -Quería uno, no tres-respondió mi madre, suspirando, y los tres nos tiramos encima de ella a darle besos, en agradecimiento por la paciencia que tenía con nosotros.
               -El caso-puntualizó finalmente papá-, es que estoy haciendo el pollo que os gusta tanto, el que a Diana le encanta, y puede que no quiera irse a cenar por ahí.
               -¿Pollo a la Louis?-ladró Diana desde la parte de arriba de las escaleras. Papá asintió, y la americana se volvió hacia mí-. ¿Tommy? ¿Podemos cancelar la cena?
               Vestida como estaba, le habría dicho que sí incluso a un plan que conllevara que me devoraran vivo tres leones, eso después de bañarme en aceite hirviendo, matarme a base de cosquillas en los pies, y arrancarme la piel a tiras.
               Llevaba un top de cuello en triángulo que le dejaba los hombros al descubierto blanco, y unos pantalones largos hasta la cintura, tapando su ombligo, que le caían en campana sobre unos zapatos de tacón…
               Viéndola allí, de pie, tan perfecta como siempre, y a la vez más que nunca, me di cuenta de una cosa. Algo que cambiaría mi vida, y la de Diana, y la de Layla y la de Scott y la de Eleanor y la de todos, para siempre.
               Pero no sabría explicarla con un mínimo de concreción.
               Papá también se la quedó mirando, me miró a mí un segundo como diciendo “qué suerte tienes, cabrón”, y volvió a la cocina sin mediar palabra. Mamá sí que dijo una cosa.
               -¡Estás preciosa, Diana!
               Diana se ruborizó un poco, y entonces que estuvo preciosa.
               Se sentó con mis hermanos, a contemplar cómo leían, mientras yo me iba a la cocina. Papá ahora se centraba en sólo dos piezas de pollo.
               -Os voy a hacer lo vuestro antes, para que os marchéis tranquilos.
               Asentí.
               -¿Dónde tenías pensado llevarla?
               Le dije el nombre del restaurante y me miró.
               -Joder, Tommy, ¿desde cuándo tenías la reserva?
               -Esta tarde.
               -Buf, cómo se deterioran los negocios.
               -Tuve que hablar con el encargado. Decirle quién era.
               -¿Y quién eres, si se puede saber?
               -Tommy Tomlinson… sí, ese Tomlinson. Su hijo-reproduje la conversación, papá sonrió, y más cuando añadí-, sí. Es mi madre.
               Incluso se echó a reír.
               Terminó lo nuestro y me invitó a llevarlo al comedor que daba a Londres con un gesto de la cabeza.
               -¿Quieres poner velas?
               -Papá-protesté, y él alzó las manos.
               Diana se sentó a mi lado, en la esquina de la mesa, con una vista de la ciudad a un lado y una de mí al otro. Me miró más a mí que a Londres.
               -Te estás perdiendo lo mejor de Inglaterra.
               -Te equivocas-susurró, pero giró la cabeza.
               -Va en serio, Didi, Londres de noche es preciosa.
               -Puedo verla en las fotos de cualquier portal. En cambio, a ti…
               Sonreí, terminamos de comer y fuimos a por las maletas. El conductor que la llevaba y traía cada vez que estaba en Inglaterra las recogería. Mi familia no me vería hasta el lunes, cuando regresara de casa de Chad, así que se despidieron de mí con el mismo afecto que lo hicieron de ella.
               A Diana iban a verla dentro de más tiempo, pero también la conocían de menos.
               Y no tenían nada con ella.
               Y yo era su hijo.
               O el hermano mayor.
               Pero a Diana le gustó que nos prestaran la misma atención.
               -Llámanos nada más aterrizar, me da igual lo que te diga el piloto. Queremos saber que has llegado bien-ordenó mamá.
               -Lo haré.
               -Buen viaje, cariño-y le plantó un beso en la mejilla, y la estrechó entre sus brazos, mientras papá hacía lo mismo conmigo y me revolvía el pelo, ganándose una protesta por mi parte porque, ¿quién se creía que era para despeinarme así?
               -No molestes más de la cuenta-me dijo después de desearme que me lo pasara bien.
               -Va a casa de Niall-recordó mamá, besándome con fuerza, como hacía cuando la dejaba atrás, sin ningún tipo de rencor por todo lo que ella había tenido que dejar atrás por mí.
               -Joder, es verdad-asintió papá-. Recuérdale lo de aquella vez que se cayó jugando al golf en la televisión nacional.
               Diana se echó a reír; Harry también hablaba de eso. Seguramente Liam lo mencionara cada semana, teniendo en cuenta la cantidad de cabronadas que le habían hecho al irlandés entre él y mi padre.
               El coche ya nos estaba esperando, y el conductor sonrió cuando le dijimos el nombre del restaurante al que queríamos que nos llevase, pero no dijo nada. Eran discretos, les pagaban por serlo, aunque sí lo vi sonreír un par de veces, coincidiendo con las ocasiones en que Diana se reía o se acurrucaba contra mí.
               De saber que iba a estar tan cariñosa, habría elegido un restaurante en Pekín, y habría insistido en ir en coche. No paró de reírse, de pegar su nariz a mi cuello y besarme allí, o en los labios, y acariciarme el brazo y suspirar cuando yo le acariciaba la cintura.
               Todo lo bueno se acaba, y el viaje en coche no iba a ser una excepción. Diana pensó en pedirle a Alfred que nos esperara, pero yo insistí en que dejara al hombre irse a su casa. Cogeríamos un taxi, o lo que fuera.
               -Si quieren, los señores me pueden llamar cuando acaben, y procuraré no tardar más de 10 minutos.
               -Gracias, Alfred-respondió la americana, en tono cálido. Conocía a ese hombre desde que era pequeña, era una especie de pilar en el que podía confiar en apoyarse. Era lo único fijo en un país que le era extraño y cambiaba como lo hacían los granos de arena de la costa con cada marea.
               Lo único, claro, hasta que llegué yo.
               Nos abrieron las puertas doradas dos hombres trajeados, y nos recogieron los abrigos otros dos.
               -Señor Tomlinson-saludó la mujer que se encargaba de recibir a los comensales, subida a unos tacones más largos que mi antebrazo, con unos labios pintados de un rojo absolutamente impoluto y una sonrisa cálida-, señorita Styles-reconoció, y Diana sonrió, complacida, sabiendo qué hacer cuando alguien del que no tienes ni idea que existía lo sabe todo sobre ti. No había dicho que iba a estar acompañado, pero la cara de Diana era difícil de olvidar-. Su mesa está lista, si quieren acompañarme…-teníamos que ser distinguidos, puede que fuera por mi acompañante, pero dudé de que la mujer abandonara su puesto con tanta facilidad. Nos guió hasta el segundo piso y abarcó con el brazo abierto una mesa pegada a la cristalera que daba al jardín, un jardín de techo acristalado mucho más arriba en el que decenas de personas disfrutaban de cenas tan íntimas como la nuestra. Pequeños puntos de luz, tal que luciérnagas esparcidas por un campo en una noche de verano, se desperdigaban aquí y allá, iluminando caras y platos de una pinta celestial, y carcajadas y cuchicheos, a partes iguales.
               La camarera que se encargaría de atendernos se acercó a nosotros con un par de cartas, se presentó con un suave acento francés y no tardó en traernos una botella de champán mientras su jefa se alejaba sacudiendo las caderas. Nuestra camarera se colocó bien la cola de caballo al llenarnos las copas; primero a Diana, luego a mí. Nos dijo lo mismo que decían en Bajo la misma estrella, que quien creó el champán había llamado a sus amigos diciendo que se apresuraran a probar aquella bebida, hecha de estrellas.
               Diana inspeccionó la carta con ojo crítico; yo pasé directamente a los postres.
               -Ni siquiera sé qué son la mitad de estas cosas-murmuró, impresionada. Eché un vistazo por donde estaba mirando ella.
               -Lo primero son especias. Se usan para sazonar el filete antes de cocinarlo.
               -Ya, ¿y lo demás?
               -También son especias; esas-dije, señalando un par de nombres separados por comas, conectados entre sí en el espacio de un punto y coma-, se usan durante la cocción. Esas se echan a la salsa-añadí, dirigiendo el dedo hacia otro punto-, y las otras, en el emplatado.
               Parecía fascinada.
               -No sabía que supieras tanto de cocina.
               -Obligo a Scott a ver Masterchef conmigo. Y mamá me enseñó a cocinar cuando tenía 4 años.
               -Vaya.
               -Pues sí-me encogí de hombros. Me relajaba meterme entre los fogones, saber que, pasara lo que pasase, si calentaba aceite y le echaba un huevo en la sartén, y lo bañaba hasta conseguir un tono dorado y zonas crujientes fuera, tendría un huevo frito en condiciones que poder llevarme a la boca.
               La cocina es ciencia, y no hay nada en que se pueda confiar más que la ciencia.
               Se lamentó de haber comido en mi casa, pensándolo mejor. Yo sonreí, todavía había un montón de cosas que podríamos probar.
               La camarera se nos acercó después de un tiempo prudencial en el que el resto de gente ya habría decidido qué tomar.
               -¿Ya saben qué desean?
               -Sólo postres.
               La chica asintió con la cabeza, esperando. Diana se me quedó mirando.
               -Todos los postres.
               La chica sonrió, volvió a asentir.
               -Sabia decisión-me felicitó, recogiendo los menús y llevándoselos consigo.
               -Voy a morirme, Tommy.
               -Ya lo creo que lo harás, pero de lo ricos que están los postres aquí.
               -Había ocho.
               -Somos dos.
               Nuestra camarera regresó con dos bollitos mientras preparaban nuestra cena.
               -Al chef le gustaría saber por cuál quieren empezar.
               -Que nos sorprenda-contestó Diana, y la chica le sonrió, asintió de nuevo y se giró con elegancia. Nos fue trayendo platos que merecían tener una sesión de fotos propia a intervalos regulares, siempre con una cucharilla nueva y, cuando los sabores se diferenciaban mucho los unos de otros, también acompañaba sus paseos con sorbetes de limón.
               Diana se palmeó la tripa, llenísima por todo lo que había comido, pero contenta de haber disfrutado de los platos y de haberse dejado guiar. Le estaba enseñando muchas cosas; iba a hacérsele muy difícil subir al avión.
               Se cabreó conmigo cuando le dije que iba a invitarla, porque para algo ella era la millonaria “por derecho propio”.
               -Mi país, mi ciudad, mis postres, mi factura-respondí.
               -Madre mía, te voy a llevar al restaurante más caro de Nueva York, y verás lo que es bueno-respondió, entrecerrando los ojos.
               -Beberé agua.
               -La botella cuesta 58 dólares.
               Abrí los ojos.
               -La traen de Tíbet-explicó.
               -Ya, ¿y la botella me podría hacer mis deberes de matemáticas? Porque con ese precio…
               Se echó a reír, y cuando salimos a la calle, me cogió la mano y me acarició el brazo. Hacía frío, pero estábamos bien el uno junto al otro. La besé, y la boca le sabía a chocolate, fresa y nata, del último postre.
               Me miró a los ojos, y le brillaban tanto que pensé, por un momento, que sentía lo mismo que yo sentía por ella. Pero, claro, eso era imposible: ella embobaba a todo el mundo, era su mayor talento, y yo era, al fin y al cabo, yo.
               Puede que hubieran metido las estrellas en una botella aquella noche para nosotros, pero en sus ojos había todo un universo por explorar, y sentía que yo era el único que podía acceder a él.
               -¿Ahora qué?
               -¿Has estado alguna vez en un museo de noche?-inquirí, y sacudió la cabeza. Le acaricié los nudillos, la palma de la mano con mis dedos, y los labios con los míos, y sonreí en su boca, y ella también sonrió, sin saber por qué, sólo que le apetecía sonreír porque los besos con sonrisa son los que mejor saben-. Te estoy desvirgando en muchísimas cosas, Didi.
               Cruzamos un par de calles, el Támesis, y enseguida dimos con el museo al que la quería llevar pero, lejos de detenernos en la fachada principal, nos acercamos a la parte trasera, bajamos unas escaleras y llamamos a la puerta. Se abrió una mirilla y unos ojos marrones alzaron sus cejas al reconocerme.
               -¡Tommy! ¿Cómo tú por aquí?
               -Estoy haciéndome el guía turístico.
               -Eso está bien. Pasa, pasa; estás en tu casa-dijo, descorriendo los cerrojos.
               -Doug, ¿podríamos… ir por la puerta principal? Tengo a alguien especial a quien quiero impresionar.
               -Sin problema, chico, nos vemos allí.
               Diana alzó las cejas, y se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.
               -¿Quién es?
               -Es Doug. El vigilante. Siempre que necesito pensar, o lo que sea, y me apetece venir aquí, él me abre la puerta.
               -¿No se meterá en un lío por abrirnos?-preguntó, subiendo las escaleras, siempre con sus dedos en los míos.
               -¡Qué va! Ya sabe qué hacer si pasa algo. Tengo privilegios aquí. Mi madre donó un montón de dinero para conseguir que el edificio no se viniera abajo… al margen de que consiguió traer aquí cuadros que los otros museos pretendían tener escondidos en las cámaras acorazadas. Cuando eres el Prado, no puedes sacrificar tus Meninas por poner alguna obra más desconocida. El espacio es el que es.
               -Aun así…-se encogió de hombros. Tenía corazón, y el alcohol, las estrellas embotelladas y las estrellas reales que nos observaban desde algún punto más allá de la muralla de contaminación lumínica que cubría Londres como una manta lo hacía con un recién nacido, hacía que se olvidara de hacerse la dura y se mostrara como realmente era.
               -Además, Doug considera que yo lo valgo. Es amigo de la familia.
               -No me imagino a tus padres siendo amigos de un vigilante de seguridad. Lo siento si suena clasista.
               -Mi tía estuvo casada con él.
               -¿En serio?
               -Sí, durante una semana. Iban a deportarlo, y estaba ahorrando para traer a su familia aquí. Ahora, cuidan de la casa de mis padres en Doncaster. Doug ve a sus hijos y su mujer todos los fines de semana.
               Abrió muchísimo los ojos.
               -¿Eso es legal?
               -Sherezade es una abogada cojonuda-repliqué-, es un puto pitbull. Si se le mete algo entre ceja y ceja, lo consigue. Scott es igual que ella-medité.
               La inmensa puerta crujió cuando Doug accionó las máquinas que movían las manivelas para que se abriera. Dejó apenas una rendija de un par de metros por la que pasar.
               -Tengo que volver a cerrarla-explicó en la oscuridad, alumbrando con una linterna. Asentí con la cabeza y apretó otro botón, y la puerta se cerró tras nosotros. Las luces de emergencia volvieron a encenderse, detectando la negrura absoluta en que nos habíamos sumido.
               Encendió la luz del vestíbulo y todo se volvió blanco. Parpadeamos durante un par de segundos.
               -Doug, ésta es Diana-dije, y ella se acercó y le estrechó la mano, observando su bigote frondoso, negro como el carbón (Scott y yo solíamos vacilarlo diciendo que era un poco como Stalin), pero sonriéndole.
               -La hija de Harry-añadió él, en tono de pregunta, pero no lo era.
               -Sí, me dicen que me apellido Styles por él.
               -Diana, Doug. Es amigo de mis padres.
               -Más bien sus padres me salvaron la vida, pero sí. Os dejo a vuestro aire; tomad una linterna por si no os apañáis a encontrar el interruptor. Me toca estar en el ala este-y se marchó, dejándonos atrás sin más explicaciones. No quería interrumpir lo que fuera que sucedía entre nosotros, y la verdad es que yo se lo agradecí.
               Subimos al piso de arriba y fuimos bajando; Diana observaba sobrecogida los cuadros que, desde la nueva perspectiva en que sólo ellos se encontraban iluminados, lucían muy diferentes de como realmente eran.
               Me soltó la mano para acercarse a un retrato de una chica pelirroja, cuya melena ígnea cubría más de las tres cuartas partes del lienzo, y estudió sus facciones. Tenía varios lunares a lo largo del cuerpo pálido como la luna, por lo que se sabía que era de alta cuna; se cubría vagamente los pechos con una mano mientras mantenía la otra en la entrepierna, y miraba directamente a quien la observaba, con las mejillas ligeramente sonrosadas. Un millar de lirios blancos, de interior ligeramente amarillento, eran su escenario.
               Le brillaban los ojos negros, y sonreía como sólo podía hacer una chica cuando acababan de acostarse con ella.
               -Te mira como si acabara de quedarse embarazada de la persona que más le importa-susurró la americana-, y aún no lo supiera, pero… en su cuerpo algo ya estaría cambiando.
               Me la quedé mirando. Era mi cuadro favorito de todo el museo, recordaba haber visto uno muy parecido en el viaje de estudios del instituto, y quizás me gustara por eso: se parecía al cuadro que se parecía a Megan.
               De repente, estaba de nuevo en Austria, en aquellos museos de paredes inmensas y techos altísimos, museos que se creían catedrales, y tenía sus manos entre las mías, y me acariciaba la cara interna del brazo como lo había hecho Diana esa misma noche.
               Alguien comentó que debíamos irnos antes de que Alec se encaprichara del cuadro y decidiera follárselo, a lo que mi amigo respondió mandando a la mierda al gilipollas en cuestión, y Scott y Logan se rieron; Max y Jordan simplemente estudiaban el cuadro con muchísima atención, memorizando los detalles. La guía empezó a explicar la historia de aquella chica, una noble holandesa que había tenido una aventura con el pintor en cuestión, y que se creía que nunca había sabido de la existencia de ese cuadro por haberse hecho con pinceladas apresuradas, como si no hubiera posado para él, como si el pintor la hubiera extraído de su imaginación.
               Yo tenía otra teoría, y Megan también.
               -Seguro que era la hija de un mercader rico y posaba para él porque sabía que no podían estar juntos-susurró mi chica, mi primer amor, la chica por la que estaba loco y lo estaría toda mi puta existencia, porque yo era gilipollas, y la gracia de ser algo, es serlo al 100%.
               -Fijo que era su amante, y se tenía que marchar con su marido lejos del pintor, así que le dejó pintarla así, y el cuadro tardó meses en completarse porque sólo le brillaban los ojos así después de que se acostaran con ella, y el pintor la retrataba desnudo y cada poco ella lo reclamaba.
               Megan sonrió, me miró con sus ojos pardos.
               -Por cosas como éstas te quiero, Tommy.
               Y me besó en los labios, delante de la chica sonriente coronada por flores blancas.
               -Dime que me parezco a ella.
               -Tú eres más guapa que ella.
               Pero sí que se parecían.
               Ahora, me gustaba este cuadro porque Megan y la pelirroja de Londres no tenían nada que ver… pero la una me recordaba inevitablemente a la otra, y la tristeza que me atenazaba el corazón cada vez que miraba la imagen inmensa con marco dorado era parte de ese encanto.
               -Se parece a Megan-observó Diana, recuperándome de las arenas movedizas que eran mis recuerdos. La miré.
               -No, no se parecen en nada.
               -¿Me hablas de ella?
               -¿De la chica, o de Megan?
               -De Megan.
               -¿Y joder una noche genial contigo? No, gracias.
               Creo que era precisamente eso lo que quería que le dijera. Puede que me hubiera puesto a prueba y yo, sin saberlo, había superado las expectativas con creces, porque me sonrió como si le hubiera dado todos los números de mi cuenta bancaria, la clave de acceso y las preguntas de seguridad con las respuestas anotadas claramente en una libreta cuyo destinatario no podía ser otro que ella.
               Dejamos atrás a la pelirroja y continuamos nuestro tour; ahora, ella iba por delante un par de pasos, y yo la seguía echando vistazos de vez en cuando a los cuadros, cuando me parecía demasiado descarado seguir mirándola. Me gustaba cómo se contoneaba, me gustaba cómo se apartaba el pelo de la cara para ver mejor, me gustaba cómo se mordía el labio y sacudía casi imperceptiblemente la cabeza cuando uno no le entraba por los ojos, me gustaba cómo se acercaba a leer las placas con los nombres de las obras y los artistas.
               Lo que no sabía era que me encantaría verla cuando a ella le encantase un cuadro. Se acercó con curiosidad a uno minúsculo de la pared, me miró, invitándome a acercarme, y cuando estuve a una distancia equiparable a la suya, empezó a hablar sobre cómo las pinceladas, rápidas e imprecisas, contrastaban con el detalle del cuadro.
               Pinceladas grandes para detalles pequeños.
               Siguió hablando, pero yo no me pude concentrar en lo que  decía: estaba demasiado embobado mirando cómo se movían sus labios, cómo le brillaban los ojos y cómo sacudía la mano señalándome detalles que yo intentaba vislumbrar entre la bruma de mi mente.
               La niebla era ella. Diana eran los cantos de sirena que te arrastran a las rocas y te hacen naufragar y, ¡pobre de ti, mortal, que navegas feliz, que izas las velas, que te pones a remar para llegar antes a tu fatídico destino!
               Cómo le brillan los ojos.
               Qué verdes los tiene.
               Es preciosa, tío.
               Es preciosa, y apasionada, y además te lo hace genial y…
               Joder, Tommy, te estás perdiendo.
               -¿Tommy? ¿Me estás escuchando?
               Se me secó la boca al verla alzar las cejas con curiosidad. Dejó de parecer mucho mayor de lo que era, más madura. Era una chica, una niña, sólo había conocido 16 otoños.
               16 veces había visto las hojas de los árboles poniéndose marrones y precipitándose al vacío.
               16 veces había visto empezar a llover de nuevo, el sol ocultándose y asesinándose su sequía.
               16 veces había tenido que guardar los pantalones cortos y el bikini y sacado del armario las botas de agua y las primeras chaquetas.
               Sólo 16 veces.
               ¿Por qué me miraba así y me sentía como si fuera la reencarnación de la chica del cuadro, y yo fuera el pintor, y nos conociéramos desde el origen de los tiempos?
               -No-admití.
               -¿En qué piensas?-quiso saber
               -En lo muchísimo que me gusta tu acento, lo verdes que son tus ojos, lo mucho que te brilla el pelo y las pocas ganas que tengo de que sean las siete y media…
               Me miró sin aliento, confusa, y un poco asustada. No, no, no nos hagas esto, Tommy, yo me tengo que ir, tú tienes que quedarte, no puedes… no debes… no…
               -… y ese escote.
               Me agradeció en silencio que hubiera tomado esa ruta, una salida, porque no sabía qué decir. Era la primera vez en su vida que la pillaban con la guardia baja. Se había desnudado delante de mí sin darse cuenta de una forma en que no lo había hecho con nadie: me había mostrado su amor por el arte, lo mucho que le gustaba bucear en el óleo de un cuadro.
               -A mí también me gusta-y sonrió, un poco con malicia, un poco con ternura. Me acerqué a ella y le acaricié la cintura.
               -¿Te lo has puesto por mí?
               -Yo me visto para mí misma…-se sacudió el pelo-, pero ahora tengo a alguien a quien sorprender.
               Fui yo el que tomó la iniciativa. Empecé a besarla y, sin darme cuenta, la guié a un banco. Me senté en él y ella se puso encima. Empezamos a ladearnos, nos echamos a reír cuando nos deslizamos más de lo que teníamos planeado, y me miró a los ojos cuando se bajó un poco el top, disfrutando de mi sed de ella.
               No llevaba sostén. Y estaba excitada. Le besé el canalillo, un pecho, luego, el otro, y subí por su cuello mientras ella suspiraba. Sentí cómo miraba en dirección a las cámaras de seguridad.
               -No te preocupes por Doug. No mira. Es discreto.
               No lo sabía seguro, y de hecho, sí que miró, pero nunca lo comentó, ni usó lo que había visto. Nos contempló con interés, nada más.
               Su pelo dorado se desparramó por el banco. Me puso las manos en la nuca y me obligó  a mirarla a los ojos. Tenía las marcas de mi boca por todo el torso. No la había mordido, pero siempre se nota cuando besas a alguien, incluso si no llevas pintalabios. La piel lo celebra.
               -¿A cuántas te has traído aquí?
               Era la primera vez que me mencionaba una cantidad, o me pedía un número. No había vuelta atrás.
               Pensé en seguir con mi modo chulo, contestarle “a las que me quiero tirar”, pero iba a hacerle el amor. Era lo que quería ella, y era lo que quería yo.
               Me la quedé mirando, debajo de mí, siendo una diosa que renuncia a su inmortalidad a cambio del amor incompleto de uno de sus súbditos. No es suficiente ni digno de ella, pero a ella le bastaba.
               -A las que me importan de verdad-susurré, y me pasó un dedo por la boca, igual que había hecho yo cuando me dijo que yo era el cielo. Quiso recoger mis palabras, capturar la frase y levantarle su condena de fugacidad, hacerla eterna en sus dedos, fundirla con su piel.
               -¿Megan?
               No quería pensar en ella, no iba a pensar en ella, no podía pensar en ella.
               Éramos tres en el mundo: Diana, el banco, y yo.
               -Tú.
               Diana era la estrella, el banco era el planeta, yo era la luna. No la desnudé, ni ella hizo amago de desnudarme a mí. Sólo me quitó el jersey para poder abrirme un poco la camisa y acariciarme el pecho, los abdominales, los brazos, las caderas, la espalda. Sobre todo, se detuvo en mis brazos mientras yo la embestía despacio. Cerraba los ojos, y a cambio abría la boca, y yo le daba las gracias a Megan mentalmente por haberme dicho un día que tenía que seguir jugando a baloncesto, que me estaba dejando unos bíceps que no podía soportar…
               … Diana tampoco podía.
               Las tías sienten por nuestros brazos lo mismo que nosotros por sus piernas.
               Lo hicimos sin protección, terminamos a la vez, igual que terminaban Scott y mi hermana de vez en cuando, y nos maravillamos de aquella sincronización. Se incorporó un poco para besarme, yo le acaricié la nariz con la mía.
               La miré a mis ojos.
               Le dije todo lo que no me atrevía a hacer con la boca, con la mirada.
               Ella me miró a mí.
               Creo que hizo lo mismo.
               Fue la última vez ese año que tuve sexo con ella, y no podríamos haber despedido a diciembre de un modo mejor.
               Nos separamos como lo habíamos hecho pocas veces: sin ganas, con nostalgia, deseando ser los de hacía unos minutos.
               La diferencia estuvo en que me abrochó la camisa y yo la ayudé a subirse los pantalones y ajustarse el top. Y nos miramos el uno al otro como si lleváramos toda la vida haciendo eso; nadie te ayuda a vestirte después de follar, pero sí te ayudan a desnudarte antes, porque la gracia de la vida es estar solo cuando ya estás jodido.
               Seguimos con la visita cogidos de las manos; atravesamos el cuarto de calderas y abandonamos el museo sin despedirnos de Doug. Diana llamó a Alfred y, antes de que pasaran 10 minutos, ya estábamos en el coche, alejándonos de las escaleras en que nos habíamos sentado y acariciado: yo, en las piernas; ella, en los brazos.
               Arrastramos las maletas hacia la terminal; pasamos los controles de seguridad, nos convertimos en el puñado de los primeros que ven la zona totalmente oscura y desierta y que disfrutan de cómo se encienden las luces y se va llenando todo de gente. Se encendieron los paneles luminosos con los vuelos. El suyo estaba en la segunda pantalla, era el decimotercero.
               Para que luego digan que el número 13 da mala suerte.
               El mío, ni siquiera aparecía.
               Hablamos de gilipolleces, me contó cosas de su infancia y yo de la mía, y volvimos a hablar de gilipolleces; de música, películas, libros, cualquier cosa menos la distancia que estaba a punto de aparecer entre nosotros. No llevaba ni dos meses en mi vida y ya no podía concebirla sin ella.
               Empezaron las llamadas, los aviones despegaban y los vuelos escalaban en el panel. Se acurrucó a mi lado y esperó a que el suyo le indicara su puerta de embarque.
               -Me gustaría haberme despedido de Layla-murmuró, cruzándose de brazos.
               -Yo lo haré por ti.
               -No cambiaría un solo segundo de lo que hemos pasado esta noche, T.
               -Yo menos.
               Vimos un grupo de chicas que se detenía y nos miraba. Sacaron unos móviles y trataron de hacernos unas fotos, disimulando a duras penas. Sabían quién era Diana e intuían quién era yo.
               Era tarde para la exclusiva, sin embargo. Nos habíamos hecho lo más parecido a “oficiales”, fuéramos lo que fuéramos, subiendo una foto de los dos juntos en el aeropuerto; yo sonriendo, y ella hundiendo dos dedos en mis hoyuelos, mirando a la cámara con unos ojos que no necesitaban filtros para ser los más bonitos que verías jamás. La frase, muy sencilla: “Él llama biscuits a las galletas, pero se lo perdono por su acento”.
               Me había hecho reír con aquella gilipollez, la verdad sea dicha.
               -¿Te gusta como hablo?-me había burlado al leerla y ser el “me gusta” número 753. Y eso que la foto tenía apenas un par de segundos cuando pulsé dos veces sobre ella.
               -Nos crían para que nos vuelva locas vuestro acento, T, no sé de qué te extrañas-y había sonreído.
               -¿Quedará muy descarado si ahora nos morreamos?-la pinché, y ella me miró.
               -No te cansas nunca, ¿eh?
               -Me gustan las rubias.
               Sacudió la cabeza, las chicas se marcharon, dejándonos solos. Les daba apuro ver que las habíamos cazado con las manos en la masa.
               Su vuelo llegó a ser el tercero que no tenía puerta de embarque aún. A pantalla parpadeó y supo el número que nos iba a separar.
               Se incorporó. El avión esperaría por ella. Era Diana Styles, joder, si ella decía que el mundo se parase, el mundo se paraba.
               -¿Me vas a echar de menos, inglés?
               -Mm-susurré-, sólo a tus piernas.
               -¿Y lo que hay entre ellas?
               -Uf. ¿Seguro que tienes que irte?-dije, metiéndome las manos en los bolsillos y mordiéndome el labio, alzando las cejas. Se echó a reír y me besó.
               -Te di la oportunidad de venir conmigo, y lo rechazaste de mala manera. Ahora te toca apechugar.
               -Son las vacaciones de Navidad, Didi. Veo a mi familia. A toda mi familia.
               Lo cual tenía mérito, teniendo en cuenta que era medio español.
               -Tú te lo pierdes.
               Intentó marcharse, pero yo no iba a renunciar a ella tan fácilmente.
               -¿Y tú? ¿Me echarás de menos?
               Diana se puso un mechón de pelo detrás de la oreja.
               -A ti, no lo creo-se encogió de hombros, puso los brazos en jarras-. A tus brazos, y tu manera de follar… sí. Ya lo hago, de hecho.
               Me eché a reír, la besé, y le di una palmada en el culo.
               -Buen viaje, americana.
               Scott estaría contentísimo, el hijo de puta.
               -Nos vemos después de Navidad, inglés-replicó, guiñándome el ojo y echando a andar.
               -¡Espera! Respecto a nuestra exclusividad...-empecé, pero me cortó.
               -Estamos de vacaciones. Tírate a quien quieras. Sonríe un poco, la vida es bella.
               -Entrena con otros-le dije, porque tengo problemas mentales y me apasionaba la idea de imaginármela en la cama con otros y llamándolos por mi nombre sin querer, haciéndoles de rabiar, consiguiendo que me tuvieran envidia aun sin conocerme porque Diana se acariciaba pensando en mí y no en ellos, porque su cabeza estaba en Inglaterra cuando su cuerpo estaba en Estados Unidos-, y cuando vuelvas, me enseñas tus progresos.
               Puso los ojos en blanco, me sacó una lengua que sabía que podía hacer milagros, se dio la vuelta y caminó en línea recta en dirección a la salida.
               Me sentí muy triste de repente, se me hundieron las entrañas y se me formó un nudo en la garganta.
               Algo en mi interior empezó a gritar.
               Mi conciencia.
               La que tenía voz de Scott.
               ¡Díselo ahora! ¡Es tu oportunidad! ¡No dejes que se vaya así! ¡DÍSELO AHORA!
               Decidí hacer una excepción y hacerle caso a mi Scott interior… y eso que él pasaba olímpicamente de su versión de mí en su cabeza.
               -¡Americana!-grité.
               Diana se giró como en una película, a pesar de que bien podrían haber requerido la atención de otra. Le bailó el pelo y le brilló la piel. Abrí los brazos, pidiendo perdón, diciendo que no era culpa mía, porque era inevitable, no era más que una roca en el espacio que se ve atrapada en el campo gravitacional de un planeta colosal. Sólo podía dejarme arrastrar y causar el mayor impacto posible, porque intentar evitarlo no tendría ningún éxito.
               Lo solté como si fuese un géiser borboteando, y, desde luego, me sentí como uno.
               -Te quiero.
               Diana sonrió como no la había visto sonreír nunca, como nadie la había visto sonreír, echó a correr hacia mí, saltó, me rodeó la cintura con las piernas y me besó en la boca, desde arriba, con su pelo rodeándome, cayéndome por los hombros como si fuera mío. Me dijo sin palabras lo que yo quería escuchar.
               En su beso, noté que era correspondido, y, joder, qué bien sentaba.
               Joder, por fin alguien a quien puedo querer, además de a Megan. Quizás llegara a quererla más. Tal vez.
               Ojalá.
               Me miró a los ojos después de un beso que a los dos nos supo a gloria, en el que yo entendí lo que ella había dejado de intentar negarse.
               -Yo a ti también, inglés.
               -Vuelve en enero-le pedí, le ordené, le exigí, le supliqué.
               -Ahora dejo algo atrás. Lo haré-me prometió. La dejé en el suelo, me besó en los labios, me miró a los ojos-. Cuida de Layla. A toda costa. Haz lo que tengas que hacer con ella-tomó mi rostro entre sus manos-. Hazle todo lo que te pida como me lo harías a mí.
               La miré confuso, intentando entender, pero también feliz de haber elegido mejor en esta ocasión. Por fin una que se merecía que la quisieran, que no era una cabrona redomada. Al revés: iba de zorra, pero no conocía la maldad.
               -Explora lo que sientes por ella-me pidió-, correspóndela, porque es buena, y…
               -Diana, ¿me has oído? ¿O estabas lejos?
               -También la quieres a ella, pero no lo sabes, y ella te necesita, pero… joder, Tommy. Yo también. Y es mezquino lo que te voy a pedir, pero… si tienes que elegir entre las dos… elígeme a mí.
               Sonó por megafonía la voz de una mujer instando a los pasajeros del vuelo de Diana a que se presentaran en la puerta de embarque.
               -Vuelve a decírmelo-me pidió.
               -Dímelo tú primero a mí.
               -Te quiero-dijimos a la vez, y sonreímos, y nos besamos, y me costó horrores dejar que se fuera. No había sido tan buena idea soltarlo, después de todo. Me había quitado un peso de encima para ponerme una losa sobre la espalda.
               No podría describir lo que sentí viéndola marcharse. Hablar de estar con ella y estar con ella son cosas totalmente diferentes. Es como las nubes: vistas desde abajo, son bonitas; tienen la forma que tú les des, pero cuando las ves desde un avión, te das cuenta de lo hermosas que son.

               No puedes describirlas. No puedes darles forma. Son más bonitas, porque son ellas las que eligen qué ser.

29 comentarios:

  1. TIANA MANDA Y EL RESTO OBEDECE ME CAGO EN DIOS

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    1. ~*Si TiAnA tE vaSiLah;,, tü Te Kaia & lO a$iMiLah*~

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  2. TIANA ME DA OXÍGENO. NO SÉ COMO LO VEÍA

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  3. "No quería pensar en ella, no iba a pensar en ella, no podía pensar en ella.Éramos tres en el mundo: Diana, el banco, y yo." ESTÁ MÁS COLADO POR ELLA Y ME REVIENTA UN OJO XD

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    1. MI POBRE NIÑO PRECIOSO QUE POR FIN VA LEVANTANDO CABEZA AY DIOS MÍO

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  4. SE HAN DICHO QUE SE QUIEREN. TRAED EL CHAMPÁN HERMANAS

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    1. Que no pare la fiesta dont stop the partyyyyyyyyyyyyyyy

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  5. "-Eres la primera razón por la que lamento ir a Nueva York." Esta es la chica que dijo que Nueva York era su verdadero amor.

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    1. Ahora, Tommy es Nueva York



      qué bonito me ha quedado eso madre mía tengo que conseguir meterlo en algún capítulo

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  6. ELEANOR A PRESENTA A TVE X FACTOR Y TOMMY A MASTERCHEF. SI ES QUE SON UNA FAMILIA DE TALENTOS OCULTOS LMAO

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    1. VOY A MANDAR A ELEANOR A OPERACIÓN TRIUNFO PARA QUE RISTO LA VACILE Y SCOTT QUIERA CARGÁRSELO ESTÁ MUY DECIDIDO además, así compartirá cadena con su hermano, que seducirá a Samantha Ü

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  7. "Diana se giró como en una película, a pesar de que bien podrían haber requerido la atención de otra. Le bailó el pelo y le brilló la piel. Abrí los brazos, pidiendo perdón, diciendo que no era culpa mía, porque era inevitable, no era más que una roca en el espacio que se ve atrapada en el campo gravitacional de un planeta colosal. Sólo podía dejarme arrastrar y causar el mayor impacto posible, porque intentar evitarlo no tendría ningún éxito.
    Lo solté como si fuese un géiser borboteando, y, desde luego, me sentí como uno.
    -Te quiero."

    Literalmente haces magia con las palabras, este es quizás uno de los capítulos que más me han gustado y con los que más he sentido, eres Impresionante, de verdad.

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    1. AY MADRE MÍA TESORO ERES DELICIOSA, ven que te bese, me ha hecho muchísima ilusión tu comentario (me encanta cuando me parafraseáis) por la parte que has elegido y lo que me has dicho. Gonzalo Moure dice que las palabras son magia, y Dumbledore las considera la mejor y más inagotable fuente de magia, así que muchísimas gracias por hacerme pensar en ellos, de verdad. ♥

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  8. AY SEÑOR, ERIKA, NECESITO TAMBIÉN A UN TOMMY EN MI VIDA, NECESITAMOS PATENTAR YA LA MIERDA ESA PARA MULTIPLICAR A LOS CRÍOS ESTOS

    AY POR FAVOR, LA ÚLTIMA PARTE, TE JURO QUE MI CEREBRO HA VISUALIZADO TODO OSEA TO-DO, TOMMY CON LOS BRAZOS ABIERTOS EN PLAN "YA LO SIENTO, NO PUEDO HACER NADA", GRITÁNDOLE TE QUIERO A DIANA, ELLA CORRIENDO A ABRAZARLE SONRIENDO DIOS, ERES LA PUTA AMA Y TE AMO.

    Y

    POR

    FIN

    POR FIN SE HAN DICHO QUE SE QUIEREN, HAGAMOS UNA FIESTA.


    CUANDO HAN FOLLADO EN EL MUSEO Y EL SEGURATA LES VEÍA POR LAS CÁMARAS HA SIDO TODO MUY VOYEURISTA ME MEO, PERO OYE A TOPE

    NO SÉ QUÉ MÁS DECIRTE PORQUE ESTE CAPÍTULO ES DEMASIADO BONICO PA MI SALUD Y EL CALOR NO ME HACE PENSAR Y DIOS

    OTRA COSA narrarás algo de la estancia de Diana en NY ¿verdad? ME MUERO POR SABER SU SECRETO SOS

    BUENO, PUES ESO, QUE TE QUIERE MUCHO VIR

    ��������❤

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    1. Pd: (Dios ves como soy olvidadiza?) Lo de eres la puta ama, va por ti y tu forma de escribir tan plástica, es impresionante como llegas a crear con palabras imágenes y por eso te amo

      Pd2: no sé si me he explicado bien, pero bueno, eso ❤❤

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    2. Algo podremos hacer, hace unos años fue un señor al Hormiguero diciendo que en una década conseguiría crear dinosaurios combinando genes de animales vivos como hacían en Jurassic Park, RECEMOS.

      DIOS MÍO NO SABES CÓMO ME ALEGRO DE QUE LO HAYAS VISTO TODO TAL CUAL QUERÍA YO ES QUE ASDFGHJKLÑ me gusta insistir en los detalles porque yo lo veo todo bastante claro, tengo una inteligencia muy visual y recuerdo las cosas y me las imagino como si fueran películas, por eso es importante para mí explicar algunos momentos hasta el milímetro, me ayudan a concentrarme.

      NO SÉ QUÉ ES VOYEURISTA POR FAVOR QUIÉREME IGUAL SOY UNA INCULTA.
      Me ha encantado especialmente la parte del museo porque se ve que Diana #no #es #tonta ni tan necia como ella quiere parecer y uf el hecho de que Tommy no la escuche porque es bonita me enfada pero eS QUE SE PONE TAN GUAPA HABLANDO DE COSAS QUE LE GUSTAN QUIÉN PUEDE CULPAR A ESTE CHAVAL YO DESDE LUEGO NO.

      Evidentemente que voy a narrar de Diana en NY, pero su secreto va a tardar en salir.
      TE QUIERE MUCHO, ERI.❤
      pd: eres linda
      pd2: siempre usas post datas
      pd3: vamo a calmarno con tanta post data
      pd4: te has explicado genial, no te me preocupes ❤

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  9. MADRE MÍA SE HAN DICHO QUE SE QUIEREN. ME DUELE EL CORAZONCITO.

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    1. Ha sido un instante tan hermoso, tenía muchísimas ganas de escribirlo ❤

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  10. PERO QUE PRECIOSIDAD DE CAPÍTULO JODER.

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  11. "Viéndola allí, de pie, tan perfecta como siempre, y a la vez más que nunca, me di cuenta de una cosa. Algo que cambiaría mi vida, y la de Diana, y la de Layla y la de Scott y la de Eleanor y la de todos, para siempre." VALE. ME HE PUESTO NERVIOSA CON ESTO. ME CAGO EN LA PUTA

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    1. Esta frase es de las primeras que escribí de toda la novela, todavía no tenía la idea general, pero no sé por qué se me vino a la mente y fue una de las razones por las que decidí empezarlo (eso y otra cosa que diré al final, hay gente que ya la sabe pero es mi wtf!!!!!). Evidentemente, la nota original en el archivador no tiene los nombres de todos (porque ni siquiera sabía de la existencia de la mitad cuando lo escribí), pero he conseguido ponerla, y me ha hecho mucha ilusión Ü

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  12. DIOS MIO LE HA DICHO QUE LE QUIERE. TIANA MANDA HIJAS DE PUTA.

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  13. SE HAN DICHO QUE SE QUIEREN. ME EXPLOTA UN OJO.

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    1. ENCIMA, ELLA NO LO RECONOCE Y NO SE DEJA PENSAR QUE QUIERE A TOMMY HASTA QUE LE OYE DECIRLE QUE ES CORRESPONDIDA
      MI NIÑA TIENE MIEDO DE QUE LE ROMPAN EL CORAZÓN, QUE BUDA LA BENDIGA ( ̯͡◕ ▽ ̯͡◕ )

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  14. POR QUE SABER QUE LA QUIERE LE VA A CAMBIAR LA VIDA A TODOS?? NO ENTIENDO NADA

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    1. La respuesta la sabremos después de la publicidad
      (╭☞ ͡ ͡° ͜ ʖ ͡ ͡°)╭☞

      (entiéndeme tesoro, tengo que mantener el misterio)

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