Decir que aquellas Navidades
fueron las mejores de la historia sería quedarse corto.
Porque volvimos a ser una familia, como cuando yo era
pequeño.
La abuela Maura accedió a ir a Dublín, abandonando sus
plantas. Me dijo que tendría que recompensarla dándole muchos bisnietos.
-Con esa chica con la que tanto estás-me dijo, nada
más entrar en casa-. Es muy guapa.
-¿Kiara?-pregunté, y asintió, tirándole el abrigo a
papá, diciéndole que tuviera modales. Ella no lo había criado para eso-. Es
como una hermana para mí.
-Pues menos hermanarse y más procrear, vena.
-Mamá, ni siquiera tiene 16 años-recriminó papá. La
abuela se giró a mirarlo. Tenía una expresión asesina en la mirada.
-Tiene tus genes. Debería gustarle-sí que me gustaba-.
Confío en que sea listo como su madre, porque si tenemos que fiarnos de ti…
-Gracias por ese apoyo, mamá-bufó papá por lo bajo,
llevándose su abrigo. La abuela se puso de puntillas, mirándolo.
-¿Qué has dicho?
-Que voy a hacer pollo-soltó papá, cerrando una puerta
tras de sí. La abuela empezó a despotricar sobre lo poco glamuroso que era
preparar pollo en Nochebuena o Navidad. “Y más viniendo la madre de tu hijo y tus
casi suegros a cenar, se te tendría que caer la cara de vergüenza, Niall”.
Mamá y los abuelos llegaron media hora antes. Fui a
recibirlos. Repartí besos. Abracé a mamá con muchísimo amor. Me gustaba eso de
no tener que turnarme para ver a mi familia en Nochebuena.
-Me alegro de que estés aquí, mamá-sonreí, y ella me
acarició el pelo. Me besó. Me limpió un poco de suciedad de la mejilla.
-Yo también me alegro de estar, mi amor.
Se había puesto maquillaje. Fue al encuentro de papá,
que estaba hablando con su casi familia política, animado, mientras se asaba
una merluza. Mis padres se abrazaron, papá echó un vistazo a mamá.
A sus ojos ligeramente maquillados.
A los pendientes de platino que él le había regalado
hacía tiempo.
Al colgante que le compramos entre los dos en su
primer Día de la Madre.
A la blusa blanca, con un escote en el que se entrevía
un sujetador negro.
A la falda negra, de cuero y de tubo, que le realzaba
la figura.
Y los zapatos de tacón.
-Estás muy guapa, Vee-sonrió papá. Le acarició la
cintura. Mamá se dejó hacer. Incluso se pegó un poco a él.
Mis abuelos sonrieron.
-Ha sido idea nuestra-empezó mi abuelo.
-Ni se te ocurra, papá-advirtió mamá.
-Iba a traer un jersey y vaqueros, pero su madre le
dijo “Victoria, es Nochebuena, vamos a casa de tu casi marido, haz el favor de
adecentarte un poco”.
Cuando la abuela llamaba a mamá “Victoria” y no “Vee”,
temblaba el suelo. Se cubría el cielo. Los volcanes se calentaban. “Victoria”
era sinónimo de bronca en casa de mi madre.
Nadie la llamaba por su nombre completo. Dudaba que
los compañeros de banda de papá supieran cuál era.
-Pues estás muy decente, Victoria-se burló papá,
mirándola. Mamá puso los ojos en blanco, hizo ademán de separarse de él, pero
no se lo permitió.
-Me alegro que me consideres presentable para la
abuela de mi hijo, Niall James-replicó mamá, sonriendo. Los dos se miraron como
si fueran los únicos solos en la habitación.