viernes, 28 de diciembre de 2012

No eres más que su fulana particular.

-No-gruñó, todavía medio dormido, apretándome la cintura y tirando de mí hacia él. Sonreí, me incorporé, le besé la frente y apagué el despertador.
-Ya hemos pasado por esto antes.
-No-repitió.
-¿No?
-No.
-¿Sabes decir algo más?
-No.
-Qué pena.
-No.
Me eché a reír y me destapé. Dejó escapar una exclamación de disgusto.
-Nooooooooo-lloriqueó, agarrándome por el tobillo y metiéndose bajo las mantas para poder devolverme a la cama.
Me lo sacudí de encima.
-Louis...-repliqué. Bufó por debajo de la manta y se encorvó. La levantó un poco para mirarme a la luz de la lámpara.
No tenía 20 años.
Tenía 10 como mucho, y estaba asustado por una pesadilla.
Lo besé en los labios.
-No te vayas-suplicó. Le acaricié el cuello y me estremecí.
-Me tengo que ir. Es el instituto. ¿Vamos a estar todos los días así?
-¿Y si voy contigo?-espetó, sin parecer haberme oído. Le soplé a la cara y él arrugó la nariz.
-Quédate en casa. Haz algo productivo. Como... no sé. Sigue a fans. ¿Eh?
Gruñó algo que no logré entender.
-Voy a desayunar.
-Ya te hago yo el desayuno-se ofreció rápidamente, tirándose el otro lado de la cama, donde tenía las zapatillas. Se las calzó y corrió en dirección a la cocina. Me quedé mirando las sábanas revueltas, las partes de colchón visibles bajo estas. Palpé la cama y apreté sobre las pequeñas tablas que había en el somier. Un pequeño crujido me indicó que no lo había soñado, que nos habíamos detenido, nos habíamos mirado y susurramos a la vez:
-¿Acabamos de...?
No terminamos la frase, nos echamos a reír como locos, para después seguir con lo nuestro.
Me llevé la mano el cuello y me apreté las cervicales. Iba a tener que pedirle que me hiciera un masaje esa tarde, sí o sí. Cerré los ojos, imaginándome sus dedos acariciándome esa zona, sus labios posándose en mi nuca, sus ojos hambrientos cuando terminaría no pudiendo soportarlo y dándome la vuelta...
Me desperecé, me estiré y apagué la luz. Conseguí arrastrarme como pude hasta el baño, y hundí la cara en el lavabo una vez que conseguí llenarlo. El despertar fue descomunal. Jadeé, comprobé que ningún mechón de pelo se había escapado de mi cola de caballo y fui a la cocina.
-Huevos no-gemí, acercándome a la encimera.
-Oh, sí. Huevos sí.
-Pero Lou, no puedo...
-Ya veremos.
-Pero...
-¿Quieres que te deje sin sexo un mes?-me amenazó.
-No eres imbécil-repliqué, alzando una ceja y abrazándole la cintura.
-Tengo gente de sobra a la que tirarme.
Bufé.
-Eres retrasado.
-Tal vez se cure. Como lo tuyo.
-Ya no lo soy.
-Demuéstralo. Cómete el huevo-lo pasó a un plato y me lo tendió.
-No me entra nada a estas horas, y lo sabes-gruñí. Él alzó las cejas y me acercó un poco más el plato. Lo cogí como si mordiera y me dirigí a la mesa.
-¿Vas a desayunar ahora?
Se encogió de hombros.
-¿Por qué no? Me deprime desayunar solo.
Saqué dos zumos de la nevera y los alcé. Me señaló el de la derecha.
-Naranja.
Y guardé el de la derecha.
-He dicho naranja.
-Vale, mierda. Perdón-repliqué, metiendo el de manzana y sacando el correcto. Me sonrió.
-Dios, Eri, estás dormidísima.
Le hice un corte de manga y sonreí. Sorprendentemente, conseguí comerme el huevo, aunque me costó lo suyo. El doble de tiempo que tardaba en comerme la galleta remojada en ColaCao y beber el ColaCao.
Salí corriendo el baño mientras él terminaba su huevo.
-¡No lo recojas!-bramé con pasta de dientes en la boca, convirtiéndome temporalmente en un surtidor de espuma blanca, al escuchar el sonido que hacía al poner los platos en el fregadero.
-¡Cierra la boca!
Negué con la cabeza y corrí a la habitación. Él se dejó caer en mi cama, se tapó hasta los ojos y estudió todos y cada uno de mis movimientos.

Me puse los pendientes bajo su atenta mirada. Sonrió, yo le devolví la sonrisa. Se pasó una mano por detrás de la cabeza y estudió mis movimientos mientras me inclinaba a coger el otro pendiente.
-Todavía no te he dado ni un colgante ni unos pendientes, ¿no?-preguntó. Bufé.
-Ni falta que te hace.
Se encogió de hombros.
-Te quedan bien las joyas.
Sonreí, me acerqué a él y me incliné a unir nuestros labios.
-No hace falta que me regales tantas. Ya lo hemos hablado.
-Voy a hacer de ti la nueva Elizabeth Taylor-replicó, tirando de mí y devorando mis labios. Gemí.
-No tengo sus ojos.
-Pero eres más guapa.

Me eché a reír.
-No estás siendo justo.
Se encogió de hombros mientras me pasaba un brazo por la cintura, impidiendo que me fuera.
-Voy a llegar tarde-susurré.
-Eso es lo que quiero-su lengua empujó suavemente la mía, yo sonreí-. Que llegues tarde, te echen la bronca, te expulsen, y así vuelvas a  casa, y no me dejes solo toda la mañana.
-Bobo. Volveré pronto. Se te va a hacer corto, ya verás.
-Lo que tú digas, amor-me palmeó el culo y negó con la cabeza.
-Hasta las dos y cuarto.
-Dos en punto.
-Y cuarto.
-Y cuarto-cedió.
Bajé las escaleras corriendo, con la mochila botando tras de mí. Miré a las chicas, que ya se iban, cansadas de esperarme, y alcé una ceja.
Noemí y Alba se me quedaron mirando cuando entré por la puerta, sin entender qué hacía allí... otra vez. Bufé en su dirección, levanté las cejas un par de veces y dejé caer la mochila en el suelo, al lado de mi sitio.
-¿Por qué no habéis ido a Inglaterra?-espetó Alba de repente-. Nosotras también estamos preocupadas por él. Y los chicos.
Me masajeé las sienes y suspiré.
-Ahora no, ¿vale? Ahora no.
Alba ajustó las pulseras que ahora le cubrían ambas muñecas (¿desde cuándo llevaba miles de pulseras en cada muñeca? Siempre llevaba una sola) y le lanzó una mirada de preocupación a Noemí.
-¿Ha pasado algo?
Parpadeé, esperando que la cotilla de turno se girara y poder descargar mi furia con ella. Retorcí los dedos en el aire al darme cuenta de que el asiento de la chica estaba vacío.
-No.
Solamente que tengo que estar aquí pudiendo estar con él, que mi padre le odia más que nunca, que Louis tiene ganas de darle una paliza a mi padre y que es posible que mi período vital disponible ya no se cuente por décadas sino por días. Pero estoy bien. Jodidamente bien.
Noe se colocó la manga de la camiseta correctamente, asegurándose de que no mostraba nada de piel del hombro, y frunció el ceño.
-¿Seguro?
-Seguro. Podéis ir a verle cuando os dé la gana. Sabe abrir la puerta-abrí la mochila y saqué los libros, impaciente porque aquel puñetero interrogatorio (y la jornada escolar) se terminara de una vez y pudiera volver a casa.
-Se nos hizo raro ir a Londres sin ti-murmuró Alba, volviendo a ajustarse las pulseras. Miré sus muñecas.
-¿Qué te pasa? ¿Te has cortado, o algo? Por Dios, pareces Demi Lovato-gruñí. Bufó.
-¿Tenía que ser esa, precisamente?
-Se cortaba. Lo tapaba. Ya no lo hace. Fin de la historia-me encogí de hombros.
Noemí volvió a colocarse la camiseta. Las miré a las dos, que se intercambiaban sendas miradas de preocupación.
-¿Qué?
-Los chicos estaban preocupados.
-No creo que lo estén tanto, hablo con ellos todos los días. Me llaman preguntando por mí y por Louis cada día. Cosa que no ocurre con ciertas personas más cercanas a mí-alcé una ceja en su dirección.
-Louis tiene que volver a casa-exigió Noemí.
-Louis no puede volver a casa-repliqué yo, sacudiendo la cabeza-. No está preparado aún.
-Tienen giras. Eventos con fans. ¿También va a faltar a eso? Tendrá que fastidiarse. Es el precio que tiene que pagar por la fama, no tener vida social ni vacaciones cuando a él le dé la gana.
-Sigue así, estoy a medio minuto de meterte una bofetada-susurré para mis adentros, de forma que ninguna de las dos me oyó.
Alba me puso una mano en el brazo, y yo detuve mi expedición en busca de petróleo dentro de mi mochila.
-Las cosas están cambiando muy rápidamente. Empiezan a surgir rumores. Rumores malos.
-El día que haya rumores buenos, llámame. Estaré muy interesada en conocerlos.
-Rumores que dicen que eres tú la que obliga a Louis a quedarse aquí y tú la que le hace chantaje, diciéndole que le dejarás si no está contigo-no me hizo caso, y agradecí infinitamente que lo hiciera. La miré, boquiabierta.
-¿Qué?
-Dicen que ha venido aquí porque tú le dijiste que viniera, que tú eres una chula que le hace creer que es contigo exclusivamente con quien se pueden solucionar sus problemas... y que estás consiguiendo separar a los chicos.
Conté seis latidos de corazón antes de que Noe murmurara:
-Lo cual más o menos es cierto. Nunca han estado separados un fin de semana en el que hayamos ido nosotras.
-No nos gusta que tengas privilegios con ellos, Eri, pero es más o menos soportable comparado con esto. Si estás intentando...
-No quiero que se separen-gruñí-. Son mis amigos. No quiero que estén separados, y mucho menos estar yo separada de ellos. Si se separan no lo soportaré. No quiero solo a Louis. Les quiero a todos, a Liam, Zayn, Niall y Harry. Todos son importantes para mí. 
-Nosotras ya no lo somos-me acusó la pequeña. La miré.
-Sí que lo sois. Nos estamos distanciando, y decimos que es por su culpa, pero es mentira. Creo que si seguimos juntas es por todos esos fines de semana que nos tenemos que aguantar por estar con ellos. Y sabéis que lo que os digo es verdad. Si no fuera por la banda, cada una andaría por su lado a estas alturas del curso.
Alba suspiró y comenzó a quitarse las pulseras.
-No queríamos decírtelo.
-Pero nos estás obligando a hacerlo-reiteró Noe, bajando la cremallera de su sudadera de Londres y moviendo su camiseta.
En las muñecas de Alba había marcas muy raras; dos líneas rectas paralelas muy cortas.
En el hombro de Noemí, una pequeña H tatuada.
Las miré a las dos, estupefacta.
-¿Te cortas?-repetí. Alba negó con la cabeza.
-Son mordeduras de conejo. Liam me lo ha regalado. Se llama Arena.
Parpadeé.
-¿Qué?
-Que dejes de ir de diva por la vida, de ir mirándote el ombligo, y te preocupes más de callar bocas. Más cortar rumores-Noemí se tiró la sudadera por encima y subió la cremallera a gran velocidad-, y menos conciertos. No eres ellos. No somos ellos. Tenemos que hacer algo para seguir juntas, porque no somos las hermanas gemelas que son ellos.
-No los vuelvas a separar-me advirtió Alba.
-No dejes que Louis piense que tú puedes sustituirlos. No lo pienses tú, siquiera, porque no es así.
La profesora entró por la puerta a toda velocidad.
-Nadie puede sustituirlos-repliqué, observando el movimiento frenético de la gente que corría a ocupar sus asientos. Alba asintió, Noemí se encogió de hombros-. Ese es el problema. Que nadie puede sustituirlos-añadí en voz baja, de forma que solo me escuché yo.

Dejé caer la mochila en la entrada y lo miré. Levantó la cabeza, su mano detuvo su difícil tarea de rascarle el vientre, y Marge Simpson siguió hablando con una voz que no le correspondía.
-Nena...,¿me haces la comida?-preguntó, inocentemente.
-Me estás vacilando.
Negó con la cabeza, poniendo cara de cachorrito.
Suspiré y asentí con la cabeza.
-Está bien-accedí, todavía rumiando lo que las chicas me habían dicho a primera hora, antes de que la de Lengua empezara con su adorable lección sobre morfología. Me importaba una puta mierda cómo se formaba psicología, señora, a ver si lo entendías. Una cosa es que pudiera resultarme útil para aquella carrera que de momento parecía estar aparcada, esperando la valoración de Simon Cowell, y otra que me pareciera interesante los morfemas dentro de ella. Cerré los ojos.
-Pon la mesa-le grité mientras arrastraba la mochila hacia mi habitación y comenzaba a quitarme la ropa, preparada para robarle una sudadera.
-Vale-vale rápido, de te he hecho muchísimo caso. Vale Louis Tomlinson.
Me hice una cola de caballo, rebusqué en el armario hasta encontrar la sudadera roja con cremallera blanca, me la pasé por los hombros y me dirigí a la cocina.
La mesa estaba puesta, a pesar de que Louis no había movido el culo del sofá. En una bandeja había un plato con lasaña humeante. Y, al lado de la bandeja, una jarra con agua.
Fui al salón, y mi novio sonreía.
-¿Louis?
-¿Sí, amor?
-He decidido que voy a creerme lo de que eres hijo de dos grandes magos.
-Dumbledore es el puto amo-replicó.
Me incliné hacia él, le sonreí y le besé en los labios.
-No tenías por qué.
-He estado tocándome los cojones toda la mañana. Llevo sin levantarme del sofá desde las diez. Literalmente. Solo una vez, para ir al baño-se encogió de hombros y contempló mi colgante de la estrella de cristal, que pendía ante sus ojos. Lo acarició con la yema de los dedos, disfrutando del suave balanceo que esto produjo en mi cadena-. Además, estaría bueno que no te hiciera yo la comida, básicamente porque llevas en el instituto toda la mañana y yo no he dado golpe.
-Podías ponerte a limpiar-susurré.
-No limpio en mi casa, voy a limpiar en la tuya-espetó.
Me eché a reír, negué con la cabeza y tiré de él para levantarlo.
-Y encima, lasaña. Con la historia que tiene-chisté varias veces y le di un codazo-. Sabes cómo seducir a una mujer, ¿eh?
-¿No he hecho un buen trabajo con la mía?-replicó, pasándome los brazos por la cintura y besándome el cuello. Cuando vio que yo estaba por la labor de dejar que la comida se enfriara, me arrastró hasta la mesa y me obligó a sentarme-. Estás cansada-alegó. Sonreí.
-No vamos a tener toda la tarde. Tengo que explicarle historia a un chaval.
Se me quedó mirando.
-¿Y qué vas a explicar de historia? Napoleón fue muy malo. El almirante Nelson le ganó en la batalla de Trafalgar. Os quitamos Gibraltar. Napoleón se murió de pena. Fin del rollo-y yo alcé los hombros.
-Mi profesor tiene un forma muy guay de explicar las cosas.
Asintió lentamente.
-¿Has hablado con los chicos?
-Sí. Llegan mañana sobre las 7.
-Entonces tal vez vaya a aeróbic. No estarás tanto tiempo solo.
Asintió con la cabeza.
-Como quieras, nena.
-E iré a inglés.
-Sí, necesitas practicarlo. Esto de hablar en chino no puede ser bueno para ninguno de los dos-hizo una mueca y asintió, torturando con el tenedor a el trozo de lasaña. Me eché a reír, le di un suave puñetazo en el hombro y lo besé en la mejilla.
De repente, un temor me asaltó.
-¿Has entrado en Twitter?
Negó con la cabeza.
-No, hablé con ellos por Skype. ¿Por?
¿Se lo diría?
No podía decírselo, iba a cabrearse de lo lindo. Conocía a Lou lo suficiente como para saber que no le gustarían nada en absoluto los rumores que, si lo que habían dicho Noe y Alba era cierto, circulaban por ahí.
Pero es que nunca habíamos tenido secretos...
-Eri, ¿qué pasa?
-Si te digo una cosa, ¿te enfadarás?
Sus cejas se unieron un poco, casi tanto, que el gesto podría haber pasado perfectamente por imperceptible.
-¿Me has puesto los cuernos?
-¡¿Qué?! ¡No!
-Entonces cuéntame. No me enfado.
Le hice un rápido resumen de lo que me habían dicho mis amigas, omitiendo las partes en las que me fijé más en los gestos que hacían (el tatuaje de Noemí, aunque terminaría arrepintiéndome de no mencionárselo, ya que podría ser una de las señales a las que Eleanor nos hizo prometer que estaríamos atentos; y los pequeños mordiscos en las muñecas de Alba).
Debería haber cerrado la boca en cuanto empezó a fruncir el ceño, pero no pude parar. Ya era superior a mí. No creía ni siquiera que fuera yo la que estuviera soltando las palabras; las escuchaba como si estuviera fuera de mi cuerpo, como si fuera otra persona. Le acaricié la mano.
-Pues... al final... me he enfadado.
Torcí la boca.
-Creía que merecías saberlo-sacó el teléfono y deslizó el dedo por la pantalla-. No. No. No, no, no no-estiré la mano y le arrebaté el pequeño iPhone justo cuando su dedo se acercaba al icono de Twitter-. No.
-No te mereces esto.
-Da lo mismo. Déjalo estar. Prefiero que me den caña a mí a que te anden preguntando a todas horas por lo de tus padres. Déjalo estar, de veras.
Tragó saliva, contemplé cómo la nuez de su cuello subía y bajaba.
-Dame el móvil.
-No.
-No voy a hacer nada.
-¿Me lo prometes?
-Dámelo.
-Prométemelo.
-Te lo prometo.
Le tendí el pequeño aparato de mala gana. Lo cogió, bloqueó la pantalla y se lo guardó de nuevo en el bolsillo.
-Creo... que tienen razón-susurré, clavando el tenedor en la lasaña. Lo dejé caer en el plato, me metí las manos entre las piernas y alcé los hombros, sin levantar la vita de aquella pequeña masa amarilla y marrón-. Os estoy separando.
-Eso es mentira. Necesitaba venir a verte. Y no nos estás separando.
Alcé la vista y lo miré.
-Pero... Alba y Noemí tienen razón. Nunca había faltado alguno cuando fui a Londres, y ahora tú y yo estamos aquí, y... No sé. Las cosas han cambiado.
-Ahora somos seis.
-Sois cinco. Seréis cinco toda la vida. Puedo vivir con eso, pero no puedo vivir con que seáis cuatro por mi culpa. No dejaré que seáis cuatro-negué con la cabeza, sintiendo cómo las lágrimas luchaban por aflorar, pero ahora debía ser fuerte.
-Eri-me colocó la mano en la mejilla y me la acarició suavemente con el pulgar-. Basta ya. No nos vamos a separar. Todos tenemos derecho a estar un tiempo a solas con nuestra chica, ¿no crees? Liam y Harry ya tuvieron su oportunidad, y ahora me toca a mí. Te quiero. Te necesito. Y quiero y necesito también a los chicos. Sois mi familia. La familia que no se va a romper.
Lo miré a los ojos.
-Estoy cansado de estar cambiando de familia. Cuando cumpla los 21 ya habré vivido en tres. No puedo con esto. Necesito saber que siempre voy a tener a un grupo de personas que estén ahí, no importa qué, porque está claro que ninguno de mis dos padres estará ahí siempre. Uno porque no ha estado nunca-se encogió de hombros-, y el otro porque ahora le obligan a separarse de nosotros...Así que yo necesito a alguien que esté siempre conmigo. Y los seis sois ese alguien.
-¿Seis?
-Pobre Stan, no le vamos a marginar más-sonrió y yo me eché a reír-. De todas formas, tengo que hablar con Noemí y con Alba, a ver de qué van.
-No. Ni de coña. Ni se te ocurra. Además, no van de nada, tienen razón.
Me miró con ojos como platos.
-Pero si te llevaron la contraria.
-Me equivoqué.
Se apartó de mí y puso la silla entre nosotros.
-¿QUIÉN ERES Y DÓNDE HAS METIDO A MI ERI?
-Está encerrada en los baños del instituto.
Se pegó contra la terraza.
-¿Cómo que está...?
-Sí. Bueno... sus brazos. Las piernas en la cafetería, la cabeza en la pecera del vestíbulo, y el cuerpo en su aula.
-¡OH DIOS MÍO!
-Cierra la boca, Jennifer, y ven a sentarte, anda-dije, palmeando la silla a mi lado. Me miró como si no me hubiera visto nunca, y suspiré-. ¿Qué pasa? ¿Tengo que matarte como a ella?
-No no no no-negó con la cabeza y se sentó a mi lado-. Oye, ¿y tú cómo te llamas?
-Adelaida.
-Ah. Pues encantado-me tendió la mano y yo se la estreché, luego nos echamos a reír.
-Sabes que te voy a llamar Adelaida el resto de tu vida, ¿verdad?
-¡No, por favor, no!-supliqué, pero él asintió con la cabeza.
-Oh, vaya que sí, mi pequeña Adelaida.

-Lou, ¿te acuerdas de Pablo? Estaba el día de los Juegos, iba a bailar.
Pablo levantó tímidamente la mano y Louis alzó una ceja en su dirección.
-Hola-saludó.
-¿Qué hay?-replicó el español, con un acento sorprendentemente bueno. Le agarré del brazo para llevármelo a la cocina y los ojos azules de mi novio se clavaron en mis dedos, deseando que los apartara de allí.
-Bueno, pues vamos a estudiar.
-Vale. Pasadlo bien-se deslizó por el sofá y se estiró, dándole a entender a Pablo que estaba en su casa y que tenía pensado hacer lo que le diera la gana. Joder, Louis, que tienes veinte años, madura un... Dios, no puedes. No quieres. No debes.
Pablo dejó caer su mochila en el suelo de la cocina y miró a su alrededor.
-¿Quieres algo?
Negó con la cabeza.
-Bueno... sí-pareció dudar, yo alcé una ceja y puse los brazos en jarras, preparada para lo que me pidiera-. Entender esta mierda.
Sonreí, asentí con la  cabeza y me aparté un mechón de pelo de la cara, que rápidamente regresó a su lugar. Me senté a su lado y ojeé sus apuntes.
-Dios, Palilo, tío...-su letra era horrible, las palabras se amontonaban, se tumbaban, unas sobre otras, haciéndome imposible la lectura.
Se encogió de hombros.
-¿Qué quieres? A mí el de historia me estresa.
Asentí con la cabeza, horrorizada ante lo que tenía delante.
-Esto va a ser más difícil de lo que pensaba-suspiré-. En fin, usaremos mis apuntes, ¿te parece?
-Te los iba a pedir para fotocopiarlos.
-Veo que todavía te funciona alguna que otra neurona-sonreí, y él me devolvió una tímida sonrisa. Cogí mi carpeta, saqué toda la libreta de historia y se la tendí. Comenzó a leerla una primera vez; yo me descubrí pasando las páginas del libro mientras mordisqueaba, aburrida, la cremallera de la sudadera de Louis. Me detuve frente a un gráfico que analizaba el paro en Alemania antes y después de la llegada de Hitler al poder,  maravillada.
De seis millones de parados a ni uno solo en apenas cinco años.
A costa de matar, eso sí.
Podría repetirse, estábamos en la misma situación que Alemania en los años 30. Tragué saliva, aterrorizada ante la posibilidad de una nueva guerra que cerrara las fronteras de mi país y que me impidiera ver a los chicos, y regresé rápidamente al tema de la Revolución Francesa.
-¿Qué no entiendes?
-Todo.
Asentí lentamente.
-¿Revolución americana?
Meneó la cabeza a ambos lados, y yo sonreí.
-¿Llamamos a Louis para que nos la explique?
-¿Por qué?
-Es inglés. Tiene un particular rencor al 4 de julio de 1776. Lo lleva en la sangre.
Está loca, pensó. Lo leí en sus ojos.
-¿4 de julio del 76? ¿Qué pasó?
-Oh, nada, simplemente la nación más poderosa de la actualidad se separó de la nación que la controlaba. Nada importante.
Buscó un folio en blanco y anotó 4 julio 1776 en una letra más cercana al alfabeto árabe que al propio.
-¿Qué es el motín del té de Boston?-empecé, intentando dibujar las fronteras de sus conocimientos. Terminé entusiasmándome mientras le explicaba el proceso de creación de aquel país que yo adoraba, pero en el que nunca había estado. Él escribía en los folios a un ritmo vertiginoso, que me hizo preguntarme si yo escribiría tan rápido en clase.
-¿Podemos parar un poco?-me suplicó después de que le diera la lata con el final de la Revolución Francesa y el inicio del imperio Napoleónico, criticando especialmente lo machista que era Bonaparte.
Asentí con la cabeza y cogí mi libreta.
-Voy a escanearla y te la imprimo, ¿vale? Tú mira un poco lo que te he dicho.
-Gracias.
-No, gracias no. Me pagas la luz, la tinta de la impresora y los folios-alcé las dos cejas-. ¿Está claro?
-Bueno, ha sido genial la pequeña clase, ya volveré otro día-susurró, y yo me eché a reír.
-Te estoy vacilando, Palilo.
-Ah.
-Eres cortísimo, hijo de mi vida.
Estiró los brazos.
-¡Es que si no pones tono sarcástico ni nada!-se excusó. Volví a reírme, negué con la cabeza y me marché al  ordenador. Mientras imprimía, fui a ver a Louis.
-¿Qué haces?-inquirí, asomándome al salón y mirándole. Se encogió de hombros.
-Ver la tele. ¿Qué tal la sesión de estudio?
Alcé el pulgar.
-Podría ser peor.
Asintió con la cabeza y volvió a clavar la vista en la tele. Me incliné hacia él y posé los labios en su mejilla.
-Siento haber cambiado los planes que teníamos.
-Da igual.
-Te quiero.
-Y yo a ti, nena.
Asintió con la cabeza, me apretó la cintura y me observó salir del salón con una expresión que no llegué a interpretar del todo. Deduje que se debía a que todavía le duraba el enfado del mediodía.
Posé la pila de folios delante de Palilo y él gimió.
-Son muchas hojas.
-Sigue estudiando, yo les pongo páginas y te hago un índice; sé cómo van.
Asintió con la cabeza y volvió al inicio del tema.
Tardó diez minutos, contados, en pasar de página. Y no me parecía que hubiera releído nada.
Le llevó otros quince cambiar de página. Yo lo miraba a través de la cortina de mi flequillo, y él de vez en cuando levantaba la cabeza y se me quedaba mirando. En esos momentos aprovechaba para escribir, apartarme el pelo de la cara y mirarlo.
Cuando la decimotercera vez que levanté la vista y lo pillé mirándome, repetí la operación, como en las anteriores, solo que él esta vez no bajó los ojos rápidamente. Le dediqué una sonrisa tímida que él no tardó en devolverme, incómodo.
-¿Te puedo preguntar algo?
Asentí lentamente, dejé el bolígrafo sobre la mesa y entrelacé las manos sobre las rodillas, expectante.
-¿Cuánto... llevas con él?-hizo un gesto con la cabeza en dirección al salón, y yo miré la puerta abierta.
-Desde julio. ¿Por?
-Has... cambiado mucho. No sé. Siento que no eres la misma.
-Supongo que he madurado este verano.
-No es más madura, estás diferente, simplemente. Creo que ni siquiera hablas igual a como lo hacías, no tratas a la gente como solías, y... no sé. Estás diferente.
Oh, genial. Otro más refiriéndose a mi complejo de diva.
-Pareces más segura de ti misma, y eso antes no pasaba. 
Deshice el nudo de mis manos y jugueteé con el boli.
-¿Más segura? ¿En qué sentido?
-Estás más decidida que antes.
-¿Aún más?-me reí suavemente-. No sé. Tal vez sea porque ahora tengo unas prioridades diferentes que requieren de mi atención, y no estoy para perder el tiempo como estaba antes. Ahora no me puedo permitir el lujo de quedarme tumbada a la bartola sin hacer nada, necesito estar haciendo algo.
Asintió lentamente.
-El viernes te vi correr por el instituto con pintas de heavy. ¿Es porque a él le gusta?
-Era porque nadie esperaba que me fuera a poner así. E iba de gótica, no de heavy. Hay una profunda diferencia en ello-asentí con la cabeza.
-Tú nunca irías así.
-Es cierto que soy diferente en algunas cosas. Me preocupo más, supongo que es porque ahora tengo más que perder.
-¿Antes no tenías?
-Sí. Kilos. Pero está solucionado-sonreí, pero no me devolvió la sonrisa.
-¿También fue por él?
Bufé.
-¿A qué viene esto, Palilo? ¿Quién coño eres? ¿Perez Hilton?-puse los ojos en blanco y miré la pila de folios, nerviosa por haberme dejado acorralar de una forma tan obvia.
-¿Quién es ese?
-Es un blogger de Hollywood. Se dedica a...
A crear rumores sobre los famosos y destrozarles la vida, y tiene un interés especial por que la banda se separe.
-No importa.
Entrecerró los ojos.
-En el instituto se dice que estás cambiando por One Direction y que vas a terminar mudándote a Londres.
-No me voy a mudar a Londres. Y no estoy cambiando por ellos.
-Acabas de decir que estás distinta.
Noté una bestia revolverse dentro de mí, preparada para pelear.
Me pasé una mano por el pelo.
-Ya no soy quien era antes, y... tengo responsabilidades. Cosas que hacer. Así que tengo que ser de otra manera que antes no era.
-Todo por ellos.
Y la bestia explotó. Porque podía soportar muchas cosas: podía soportar que se metieran conmigo, que me insultaran, que me humillaran, que me hicieran sentirme con ganas de acabar con mi patética existencia en aquel momento (ya me había pasado antes), que me dejaran sola, que me golpearan hasta casi desear que llegara el final... pero no iba a dejar que se metieran con mis chicos, aquellos que me hacían sentirme especial, útil en la vida, y me habían visto guapa cuando nadie, ni siquiera yo, lo había hecho.
No iba a permitir que culparan a los chicos de haber sacado lo mejor de mí.
-¿De qué les culpas?-espeté, intentando controlar mi voz. Y creo que lo conseguí.
-Hay quien dice que... cambiaste... demasiado rápido.
Mis ojos se convirtieron en una fina línea.
-Sí.
-Sí, ¿qué?
-Sí, tuve anorexia-solté-. Tuve anorexia no por ellos, sino por vosotros. Todos y cada uno de vosotros. Tuve anorexia porque aquellos insultos que a vosotros os parecen tan guays, del tipo vaca, y sucedáneos, a nosotras, a mí, no nos parecen tan inofensivos como vosotros os creéis. Tuve anorexia porque estaba harta de que en lo primero que os fijarais era antes en mi talla de vaqueros que en lo que os fuera a decir, en lo que hiciera o pensara. Os importa una puta mierda si una tía es la más simpática del mundo si no se le notan las costillas. Eso era lo que queríais. Y eso es lo que os di. Ahora soy perfecta, ¿sabes? Sí, he cambiado. Tengo por lo menos cuatro tallas menos que antes. Llevo brackets estéticos, y ropa de marca. ¿Que si he cambiado? ¿Que habláis de que estoy diferente? Oh, joder, vaya si estoy diferente. Estoy mejor que nunca. Todo, absolutamente todo, es gracias a ellos. Me hacen sentir genial, me hicieron sentir como alguien valioso cuando el resto me tratabais como mierda.
Parpadeó un par de veces.
-Eso es lo que crees tú.
Sonreí.
-¿Sí? ¿Y eso?
-No ves que en realidad se están divirtiendo contigo. Y con Alba y con Noe. Se están dedicando a picaros entre vosotras solo para que os separéis y poder despacharos más rápido. 
Me eché a reír.
-¿Despacharnos más rápido? ¿Qué somos, a ver? ¿Carne? ¿Es esto una carnicería?
-Para ellos es un juego, ¿no lo veis? Sé lo que decías antes del amor. Tú creías en ello. Creías en eso mítico de las películas, si te quiere esperará. Esperará. Y me apuesto la cabeza a que no está esperando.
No contesté, y debería haberlo hecho. Debería o haber mentido o haberle soltado que no era de su incumbencia.
-No está esperando-comprendió. Con los labios fruncidos, negué lentamente con la cabeza.
-No tiene por qué. Los dos queríamos, y lo hicimos. No es asunto tuyo.
-Por eso faltaste el otro día a teatro. ¿No te das cuenta? Tú nunca faltabas a teatro, y ahora faltaste. Y faltarás pasado mañana también.
-¿Qué sabrás tú?
-Van a ir al Hormiguero, y vas con ellos.
Cerré los ojos con fuerza.
-Son mi vida.
-Puede que sí. Yo no te digo que no los quieras. Solo te digo que eres un juguete. En serio, Eri, ¿por qué deberían estar contigo pudiendo tener a chicas mejores que tú? Sin ánimo de ofender.
Eso era verdad.
Joder, era verdad, era jodida verdad, verdad pura y dura.
Una verdad tan grande como mi país. ¿Qué coño? Una verdad tan grande como Estados Unidos, como el Océano Pacífico.
-Yo te lo diré: eres más fácil de sustituir. Tú no te vengarás porque estás enamorada de ellos; no solo de Louis, sino de los otros cuatro también. Te romperán y tú no les harás daño. No te vengarás. Dejas que Louis haga lo que le dé la gana, que se crea el señor de tu vida porque te cede un poco de su fama, cuando en realidad no eres más que su fulana particular.
-Él me quiere.
-¿Por eso te regala tantas cosas? Cada día te está regalando algo.
Miré el anillo.
La pulsera.
La joyería.
Oh, joder.
Tragué saliva y me lo quedé mirando. Metí las manos en los bolsillos.
Quería echarlo.
Necesitaba echarlo.
Pero no podía.
-No estés triste. Los hay que te apoyan. Siempre los ha habido.
-Entonces, ¿por qué no lo hicieron cuando estaba sola? ¿Por qué solo me apoyan ellos?
-Eri...-susurró, estirando la mano hacia mí.
No me llames así.
En el instituto todos me llamáis Erika, y sabéis que no me gusta. Sabéis que prefiero Eri.
Aparté la mano para que no me tocara.
-Sigamos con el tema.
-Pero...
-No puedo más. Sigamos con el tema. Tenemos mucho que estudiar.
Lo miré a los ojos. Deseaba poder hundir la mano en sus rizos y decirle que estaba de broma, y que me respondiera que él también, pero los dos sabíamos que hablábamos muy en serio. Era la primera vez que hablábamos en serio después de 3 años de conocernos el uno al otro.
Cuando se fue, corrí al salón a sentarme con Louis. Me acurruqué contra su pecho y él estuvo más cariñoso de lo normal.
-¿De qué hablasteis?-me preguntó, con sus labios contra mi cabeza, acariciándome suavemente el pelo. Me hundí en aquellos ojos azules, con las palabras de Palilo resonando aún por dentro.
No eres más que su fulana particular...
Su fulana particular.
No, él me quiere. Es mentira. Me quiere, me ama. Me lo dice, se lo dije a mi padre. Me quiere.
¿Por eso te regala  tantas cosas?
-De nosotros-susurré, pegándome más contra él.
-Ah. ¿Y qué te decía?
-Tonterías-cerré los ojos y dejé que su corazón me acunara. Por favor, necesito dormirme.
-¿Sois amigos?
-No lo sé. A veces hablábamos por chat. Pero fue hace mucho tiempo.
-¿Lo echas de menos?
-No lo sé.
Asintió lentamente con la cabeza.
-Tiene suerte.
Levanté la cabeza y lo miré. Me sorprendió verlo nítido, me sorprendió no estar llorando.
-¿A qué te refieres?
Se encogió de hombros.
-Él te tiene a todas horas. Yo solo los fines de semana. Él te ve todos los días, y yo solo a través de una pantalla.
Pestañeé un par de veces.
-Pero no me tiene a mí.
-Pero te tiene cerca.
Asentí con la cabeza y mis ojos se posaron en su cuello, subieron por su mandíbula, se detuvieron en aquel lugar donde su mandíbula se unía con el resto del cráneo, el lugar donde le volvía loco cuando le besaba allí...
Estaba celoso. ¡Celoso! ¡Louis celoso!
O lo estaba fingiendo.
-Bésame, Louis-le pedí. Se inclinó hacia mí y posó sus labios en los míos.
Nos separamos y nos miramos a los ojos.
-¿Qué...?
-Dime que me quieres.
-Te quiero-respondió sin dudar. Estudié su boca y volví a besársela.
No podía ser mentira. No lo era. No sonaba como una mentira, aunque sonara increíble.
Y si lo fuera, ¿qué mas daba? Aquella mentira era lo más bonito que me había pasado nunca. Y, desde luego, era mil veces mejor que la verdad.
Me creería su mentira hasta el día en que muriera. Y moriría feliz.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Las zanahorias son una mierda.

Mis padres y mi hermano se nos quedaron mirando a Louis y a mí cuando volvimos, 20 minutos más tarde (culpa suya, lo diría una y mil veces, él era el que siempre llegaba tarde y yo la loca histérica que casi se echaba a llorar cuando llegaba con un par de segundos de retraso) de lo que habíamos quedado a la parte del centro comercial donde se situaban las cafeterías, con los ojos como platos.
Llegamos a su lado y les devolvimos la mirada incrédula. ¿Cómo...?
¿Cómo podían estar en un centro comercial y no haber comprado nada?
Lo entendería si allí fueran todo tiendas de ropa (Louis y yo estábamos muy igualados en la Gran Cacería de Ropa de Otoño de 2012, celebrada ese mismo día en ese mismo lugar), pero, cuando había también tiendas de informática, librerías, y cosas por el estilo, se me llegaba a hacer incomprensible.
A mi padre le gustaban las cámaras de fotos.
A mi hermano, los móviles.
A mi madre, los libros, algo que yo había heredado en aún mayor medida.
-¿Has comprado todo eso?-espetó, haciendo un gesto hacia las bolsas que llevaba y las que llevaba Louis.
Claro, ahora usaba a mi novio de mula de carga.
-Las bolsas de Louis son de Louis.
-Pero si tiene tantas como tú-espetó mi padre. Escuché el pensamiento sarcástico que se formó en su cabeza.
-Yo traigo una bolsa más, pero él lleva un jersey y unos vaqueros extra que yo no he comprado.
Toda mi familia se quedó mirando al nuevo miembro político de esta, el miembro extranjero. Louis me estudió.
-¿Qué pasa? ¿Qué les has dicho?
-Les parece raro que hayas comprado más que yo.
Alzó las cejas.
-El día que te vean entrar a todo correr a Claire's y suplicarle a tu novio que te deje comprar una libreta donde sale la cara de tu novio y de sus amigos, que me llamen, ¿vale?
Se echó a reír cuando me sonrojé como casi nunca antes lo había hecho, y cuando agaché la cabeza para que los demás no lo notaran y aprovechar para recoger las bolsas, dejó las suyas en el suelo y me acarició la cintura.
Noté las miradas de rabia incontrolada de las fans que nos llevaban observando desde el otro extremo del gran espacio circular en cuyo lado se situaba el cine atravesarme los órganos vitales y fantasear con sus manos hundiéndose en ellos cuando los labios de Louis se unieron a los míos fugazmente.
-Mi pequeña fan-sonrió cuando lo miré. Esa vez, la que se rió fui yo.
Cargué con las bolsas rápidamente, antes de que él intentara ser un caballero y terminar como mi madre pretendía, cargado como una mula, y seguí a mis padres hasta el coche, recordando cuando nos separamos de mi familia.
Nos habían dicho que tenían que mirar unas cosas, a lo que yo había respondido, con ojos chispeantes, que Louis y yo iríamos por libre durante una hora y pico. A ellos les había parecido bien, quedamos a tal hora en tal lugar, y apenas mi padre se dio la vuelta sentí sus dedos enredándose con los míos.
Lo miré, él me miró e hizo una mueca.
-¿Tanto miedo le tienes?
-Le tengo pánico-susurró en mi oído; podría haberlo violado allí mismo, delante de tanta gente; delante de los ancianos sentados en los bancos observando a las chicas jóvenes pasar de un lado para otro, cargadas de bolsas, delante de las madres persiguiendo a sus niños pequeños, y de los padres corriendo tras sus esposas...-Larguémonos, nena. Enséñame este sitio, ¿quieres?-espetó, zalamero, besándome el lóbulo de la oreja.
Su aliento cálido arañando mi cuello me hizo temer el ser realmente capaz de cumplir aquella fantasía que había aparecido a tal velocidad allí mismo.
Alcé una ceja, le dediqué una sonrisa pícara y comencé a tirar de él en dirección a las tiendas que sabía que le gustaban, dispuesta a hacerle de personal shopper por una vez en mi vida.
De lo que yo no me acordaba era de aquella pequeña tienda llena a rebosar de accesorios que yo siempre me veía en la obligación de visitar.
Me detuve un momento y miré el escaparate, después deslicé los ojos hacia mi novio.
No podía pretender realmente que dejara escapar las ofertas del 75% de descuento en aquella tienda, que resultaba carísima pero deliciosamente bien servida.
-¿Te importa si entro?
Se encogió de hombro.
-Vamos, venga-replicó.
No le dejé dar un paso.
Merchadising.
One Direction.
Yo hacía meses correteando en círculos alrededor del pequeño expositor gritándoles a Noe y Alba que no sabía qué puta pulsera coger, si aquel pack de 6 con los nombres de los chicos y ONE DIRECTION en mayúsculas en la pequeña pulsera roja, o la grande, blanca y roja que había terminado comprando Alba.
Además, me había hecho una promesa a mí misma. Nunca, jamás, dejaría pasar la oportunidad de detenerme a admirar aquellas pequeñas cosas que nos podíamos llevar a casa de aquella banda que había sido inalcanzable para mí hasta cierto día en el que entré en cierto bar.
-¿Qué pasa?
-Voy a ver merchadising. Y no de Justin Bieber, precisamente-le informé, mirándole a los ojos, esperando a que se echara a reír.
No lo hizo.
Asintió lentamente.
-Vale.
-¿Me esperas?
-¿Me estás vacilando? Ni de coña. Pienso entrar ahí y ver cómo babeas delante de nuestras cosas.
-Lo estás diciendo de broma, pero te sorprenderás cuando lo haga en serio-le advertí, soltándole la mano y entrando a todo correr en la tienda. Una de las chicas me reconoció, de aquellas escapadas que realizaba con una amiga y en las cuales la parada a Claire's nunca faltaba, sonrió, y me tendió una cesta. La cogí sintiendo la presencia de Louis siguiéndome sin pausa pero sin prisa.
La vendedora observó con ojos como platos cómo Louis me seguía hasta la estantería donde se encontraban las cosas de la banda, y comparó los parecidos de aquel chico de ojos azules y pelo alborotado que inspeccionaba los elementos en venta con fotografías de un grupo de cinco chicos entre el que se contaba uno de ojos azules y pelo alborotado.
Mi novio notó los ojos de la muchacha en sí, alzó la vista y clavó los suyos en los de ella.
-Sí, niña, sí. Está mirando qué llevarse de la banda de su novio. Es todo muy normal.
Me eché a reír... por no llorar, claro. Pero la verdad es que la cara de la chica fue épica, aunque más la de Louis cuando soltó:
-Entonces os hacemos descuento en eso, chicos.
-Te estás acordando de lo de la libreta, ¿eh?-me provocó Lou, caminando a mi lado, sonriente. Asentí.
-¿Se me nota mucho?
Alzó los hombros.
-Llega un momento en que si te miro mucho y miro lo que haces sé más o menos en qué estás pensando.
-Es que fue muy épico, no puedes negarlo.
Sacudió la cabeza.
-Legendario, nena, la palabra es legendario.
Nos detuvimos y esperamos a que mi hermano abriera el coche. Mi madre se metió en el asiento del copiloto, dispuesta a criticar en todo momento la forma de conducción de mi hermano, y mi padre se sentó tras ella.
Haber dejado que su yerno se colocara a su lado sería echar a este a la jaula de los leones, así que me coloqué en medio, comprobé la correcta colocación del anillo en mi dedo y sonreí a Louis cuando entró en el coche.
-¿Cuánto habéis gastado?
Me encogí de hombros.
-Pagó él-suspiré. Aunque tenía pensado, en cuanto consiguiera que Louis me dijera el número de cuenta y la contraseña para hacer transacciones, meter todo el dinero que le debiera en su cuenta privada, pues mis tímidos dos millones se alojaban con los casi doscientos de los chicos, una buena forma de hacer que crecieran a un ritmo bestial al cobrar los intereses de 202, y no solo de 2.
Papá le sonrió.
-Louis, mi cumpleaños es el 24 de noviembre. Y me gustan los Ferraris.
Louis le devolvió la sonrisa.
-A mí los Lamborginis.
-También me valen.
-A la cola, yo llevo esperándolos más.
Papá sacudió la cabeza y se dedicó a mirar por la ventana, solo mirando a su hija y su novio cuando nos pusimos a rapear a gritos Superbass de Nicki Minaj, gestos incluidos.
Todos en el coche nos miramos cuando llegamos al I said, excuse me, you're a hell of a guy, I mean, my my my my, you're like pelican fly y nos abanicamos la cara, divertidos, como ya habíamos visto hacer en Dios sabía dónde.
Louis cogió su teléfono y comenzó a mirar canciones que poner. Coloqué mi cabeza en su hombro, la mano en sus bíceps y estudié la pantalla, que no paraba de moverse.
-Acabas de pasar More than this. No tienes perdón de Dios.
-Sh-replicó, divertido-. Mola más Moments.
-Te mataré, te descuartizaré y le echaré tus restos a mi perro para comer.
-Interesante.
-Y te echaré salsa barbacoa por encima.
-Genial.
-Las zanahorias son una mierda.
Abrió la boca y se me quedó mirando. Puse cara de sí, chaval, lo he dicho.
-Hemos terminado.
-Las zanahorias molan-rectifiqué, poniendo morritos.
-Hemos vuelto-proclamó, sonriendo. Me miró la boca-. ¿Te pasa algo en los labios?
-Eres retrasado.
-¿Tenemos que romper otra vez?-me amenazó, divertido. Negué con la cabeza.
-Qué bello eres, Lou, joder.
-Ya lo sé. Pero mola que me lo digas-se pasó una mano por el pelo y asintió con la cabeza. Me acurruqué más contra él y seguí tratando de leer los títulos de las canciones que desfilaban a la velocidad de la luz ante mis ojos.
Por fin, se detuvo, y frunció el ceño.
-Si les molesta, nos ponemos los auriculares.
Negué con la cabeza al leer el nombre del artista.
-No, les gusta.
-¿Seguro?
-Seguro.
Mi padre se giró en redondo y escuchó con atención una canción que para él sería su canción particular.
Descubrí que todavía recordaba una melodía que había escuchado por última vez por lo menos dieciséis años atrás.
-¿Desde cuándo te gusta Pink Floyd, Eri?-preguntó. Negué con la cabeza.
-Es Louis.
Se inclinó hacia delante, y su hijo político hizo lo propio.
-¿Te gusta Pink Floyd, chaval?
Asintió.
-Citando a una persona muy cercana, "tengo oídos".
Papá se echó a reír y mamá pareció satisfecha de que las broncas estuvieran dando resultado y de que le estuviera dando una oportunidad al inglés al que la loca de su hija había metido en casa.
-¿Conoces sus discos?
-Todos y cada uno.
-¿Cuál es tu favorito?
-The dark side of the moon. ¿El tuyo?
-Creo que The Wall. Y solo lo creo. Estuve en un concierto suyo, ¿sabes? Y fue espectacular.
-A mí me habría gustado ir, pero seguramente no cantaran ninguna del primer disco, y llevan mucho tiempo sin hacer conciertos-Louis negó con la cabeza.
-Te entiendo. Los primeros discos son siempre los mejores.
-No siempre. A veces no-mi novio se encogió de hombros, consiguiendo que mi padre frunciera el ceño.
-¿A qué te refieres? Los primeros son siempre los más libres, son en los que los cantantes dan más cosas. Se esfuerzan más porque puede que no tengan esa oportunidad otra vez, ¿sabes?
Louis hizo un mueca.
-O tal vez se vean obligados a hacer canciones pegadizas para que la gente se quede con ellas, o incluso los mánagers obliguen a los miembros de los grupos a cederles protagonismo a algunos por conseguir más fama.
Papá clavó los ojos en él un segundo antes de que los clavara yo.
-¿Experiencia personal?-espetó, sarcástico. Louis asintió despacio-. Bueno, tal vez tuviera su razón de ser. Tal vez los demás sean mejores que tú. No se puede ganar siempre.
Me entraron ganas de darle una bofetada.
-En realidad no es por mí. Es por Niall, que tiene una voz fantástica, y que no se escuchó casi nada en el primer disco. Y por cómo se sintieron los demás. A Harry, en especial, le jodía mucho que hubiera favoritismos.
Papá alzó las cejas.
-¿No se decía que tenías algo con el Harry ese?
-¡PAPÁ!-ladré, con la evidente intención de no traducirle eso último a Louis.
Pero él se me quedó mirando.
-¿Qué ha dicho?
Negué con la cabeza.
-Eri.
-Larry Stylinson.
Louis estudió a mi padre con la mirada, había tanta furia contenida, tanta rabia, y tantas ganas de romperle la cara (con mucha razón) que, instintivamente, me aparté un poco de él.
-Vas a traducirle lo que le voy a decir al pie de la letra, ¿vale, amor?-me acarició la mano que, sorprendentemente, ni me hizo herida ni me quemó. Asentí, recuperando mi posición inicial-. Dile que me da igual que cuestione mi voz o mi carrera, incluso la de mis amigos, puedo soportarlo por ser él quien es. Pero como esté insinuando lo que creo que está insinuando... lo siento por ti, nena, pero le daré caña como nunca la he dado en mi vida.
-No puedo decirle eso último.
-Díselo.
-Te odia, Louis-sacudí la cabeza y cerré los ojos-. No puedo decirle eso. Entiéndelo. No me dejará estar más contigo.
-Entonces dile que lo lamentará. Mucho tiempo.
Le traduje lo que había dicho tal cual a mi padre, que escuchó con una sonrisa cínica en los labios.
-¿Qué crees que estoy insinuando, a ver, Louis?-pronunció la s final para provocarlo, lo sabía, él también lo sabía. Pero le dio igual.
Podría haberlo llamado Guillermo, o incluso por el nombre con el que nació, y no se habría inmutado.
-Que en realidad estoy utilizando a Eri para cubrir mi homosexualidad.
Mi madre se giró en redondo.
-¿De qué estás hablando, Ángel?-espetó, mirando a su marido. Papá alzó una mano.
-He estado investigando a este chaval, y a los demás. Quiero saber a quién mete la cría en casa.
-Qué guay la confianza que tenéis por mí.
-Cállate, Eri-me aconsejó mi hermano, yo resoplé. Louis contemplaba a mi familia como si, a base de no quitarles el ojo de encima, consiguiera entender algo.
-¿Sabíais que tiene una foto morreándose con el rizoso de la banda en una piscina?-gruñó, mirando de reojo a Louis. Me estremecí y me puse en medio de ellos, intentando que el conflicto no pasara de allí.
-No significa nada-le defendí.
-A mí no me van los tíos y no me voy morreando con ellos por ahí, ¿me entiendes, niña?
Louis acomodó su cabeza en mi hombro, llevó su boca mi oído y empezó a hablar. Asentía lentamente mientras él no paraba de recitar punto por punto todas y cada una de las razones por las que podría arrancarle la cabeza allí mismo a mi padre, todas y cada una de las razones por las que se arrepentía de las cosas que había hecho en el pasado... y todas y cada una de las razones por las que me quería.
Fueron en esas últimas, por placer personal, en las que más me centré durante mi monólogo.
Noté su sonrisa tras de mí cuando miré directamente a mi padre y le espeté:
-Me quiere más que a nada. Lo sé. Es verdad. Está haciendo cosas por mí que no haría por nadie más. Es el único que cuida de mí, el único que me acepta tal como soy, el único que está conmigo siempre, y el único que no me juzga haga lo que haga. Me importa una mierda si en el fondo a quien quiere es a Harry. Me está haciendo sentir la persona más especial de este Universo, y, si hay más, de todos los que puedan existir. Lo necesito conmigo para sobrevivir. Y tú no me lo vas a quitar. Y tampoco me apartarás de su lado. Podrás hacernos cualquier cosa: puedes quitarme el pasaporte, puedes dejarme sin teléfono, puedes encerrarme en una torre y tirar la llave a un volcán... pero él siempre terminará viniendo a por mí. Siempre acabará sacándome de este pozo sin fondo en el que llevo viviendo dieciséis largos años. Siempre acabará haciéndome darme cuenta de que he nacido para estar con él, que lo necesito conmigo para vivir-entrecerré los ojos y tuve que luchar por no devolverle a Louis aquella sonrisa que él ni siquiera se estaba esforzando por ocultar-. Y es bastante egoísta por tu parte intentar que la única persona que me quiere se aleje de mí por el simple hecho de que es inglés.-espeté. Me habría ganado una hostia de estar yo sola, pero papá se había dado cuenta de algo evidente: los brazos de Louis eran más anchos que los suyos.Louis pegaba hostias más fuertes.
Louis era más joven.
Louis aguantaba una pelea más larga y más sangrienta que él, medio cojo de una pierna.
De momento, no me pegaría.
Pero eso no quitaba de que estuviera almacenando las ofensas de esa semana en su cabeza para darme aquella paliza legendaria de la que siempre se me hablaba pero que nunca llegaba.
Aquella que terminaría como no lo habían hecho los demás.
Conmigo bajo tierra.
-Es porque te cae mal. Y no sé por qué te cae mal. Si es un amor de persona. Si le dieras una oportunidad...-empecé, pero terminó cortándome.
-Lo importante es que sea bueno para ti, que yo lo trague es secundario-gruñó por lo bajo.
-¿QUÉ DICES? ¿De qué estás hablando ahora? ¿Que Louis es malo?
-Mira cómo eres ahora. En tu vida nos levantarías la voz si nosotros no te gritáramos antes. Y en tu vida te enfrentarías a nosotros.
-Me hace ser valiente.
-Te hace ser estúpida y no ver el peligro donde lo hay.
-Cuando él está cerca no hay peligro.
-Sí que lo hay. Lo que pasa es que no lo ves. Estás ciega por él. Te dejas engañar por él.
-Prefiero vivir engañada a vivir como viví hasta ahora.
Ahora sí que les estaba provocando por provocarlos  pero si en algo tenían razón, era en que precisamente Louis me había enseñado a dejar que la lengua se paseara por el mundo sola, que dijera lo que tenía que decir, y que ya habría tiempo después a preocuparse por las consecuencias. Siempre sería mejor descargar la furia acumulada en un calentón y pedir perdón después por los errores cometidos a morderse la lengua y dejar que esa furia te fuera consumiendo lentamente por dentro. Como yo llevaba haciendo desde que tenía memoria.
-Te estás dejando influenciar.
-No me estoy dejando hacer nada-bueno, sí, algo sí que me dejo hacer-. Estoy aprendiendo a ser la persona que quiero ser. Esto ni siquiera es por él, ¿verdad? Es porque está terminando con tu saco de boxeo particular. Porque se te está acabando el chollo.
Iba a pegarme, lo sabía, lo vi en sus ojos, todos lo vimos. Louis me pasó una mano por los hombros y tiró de mí hacia atrás.
Si quieres ponerle una mano encima primero tendrás que pasar por encima de mí.
Somos un equipo, estamos juntos en esto.
¿Cómo habíamos llegado hasta ahí?
Miré por la ventana y me toqué la frente, confundida. Estábamos hablando de los discos de Pink Floyd, y, de repente, Louis y mi padre se odiaban más que nunca. ¿Cómo habíamos llegado a ese punto?
-Ya hablaremos en casa.
Y me eché a temblar.
Porque aquello no significaba que hablaríamos cuando regresáramos a la casa del pueblo.
Significaba que la paliza del millón me alcanzaría en cuanto me subiera a un avión para alejarme de Louis y acercarme a mi país.
Mi abuela se alegró de vernos, y pareció bastante interesada en aquel chaval callado cuya forma de hablar era un tanto peculiar, pues su forma de pronunciar las palabras distaba mucho de cómo las pronunciaba ella. Se mostró fascinada cuando le traduje a Louis las preguntas que le hacía, cambiando por completo mi voz; pasando de mi fuerte acento asturiano del norte al suave acento inglés (el inglés siempre sería más musical que el español, para mí, por lo menos).
Me alegré sobremanera cuando comprobé que el odio de mi padre hacia mi novio extranjero no era genético. Mi abuela, antes çde entrar en el coche, me hizo regresar bajo la ventana.
-Ese chico, ¿te trata bien?
-Sí, abuelita-le sonreí. Ella asintió.
-Me lo parecía. Por lo de la silla, y otras cosas. He visto cómo te mira. Yo de ti, lo conservaría cerca.
Louis me había acercado la silla y me había ayudado a sentarme, algo tan natural en él que yo apenas le habría dado importancia... de no ser porque hizo de rabiar a mi padre, que bufó, pestañeó, se llevó la mano a la boca y terminó saliendo de la habitación un par de minutos para poder calmarse.
-Claro, abuelita. Pero a papá no le cae bien.
-Va, qué más dará lo que diga tu padre. Lo que te diga tu abuela es mejor, que tu abuela es más vieja y sabe más que tu padre.
Me eché a reír.
-Abuelita, llevo tus genes.
-Se saltaron una generación, mi amor. Pero no importa. Con que tengas cabeza para pensar por ti sola, estarás bien.
Me acarició la mano y me dedicó una tierna sonrisa.
-Abuelita...
-¿Qué?
-¿Crees que he cambiado?
Tal vez tuvieran razón y no fuera la misma chica que era cuando empecé con Louis.
Eres anoréxica, maldita zorra, o lo fuiste. Por supuesto que has cambiado.
Mi abuela se encogió de hombros.
-Estás hecha toda una mujer, si te refieres a eso. 
-¿Es malo?
-En absoluto.
Mi hermano hizo sonar la bocina del coche, y ella dio un brinco.
-Vete ya. Te están esperando.
Me encaramé a la ventana y le di un beso en la mejilla.
-Siento no poder venir a verte tan a menudo, abuelita.
Ah, claro. Ahora también pasaba de mi abuela.
-Él lo merece. Yo ya estoy vieja, él es joven y guapo. Yo haría lo mismo-se volvió a encoger de hombros y me soltó las manos de la ventana-. Vete, vamos. Te esperan.
-Volveré pronto, abuelita.
-Tráete al resto de la banda el próximo día, ¿quieres? 
Me giré en redondo y la miré.
Me sonrió, con la misma sonrisa con que lo hacía yo de pequeña.
-¿Qué? Veo la tele.
Me eché a reír y, cuando me metí en el coche, Louis empezó a reírse conmigo tras repetirle la conversación con mi abuela.
-Tiene bastante que enseñarle a su hijo.
Asentí y me abracé a su brazo mientras mi hermano regresaba a la autopista. Un Lamborgini nos adelantó a toda velocidad.
-Quiero un Lamborgini-lloriqueó.
-Yo soy más de Audi, pero, si quieres, me lo compras.
-Vas guapa.
-Lo sé. Nací así-asentí con la cabeza, señalándome la camiseta y los vaqueros.
-Me refiero a que no me lo compro para mí, te lo voy a comprar a ti. Por favor, Eri. Por favor.
-¿Por qué?
-Mamá no me deja.
-¿Por?
-Porque me conoce.
-Ah-asentí, divertida-. Sabe lo que tiene en casa.
-Sí.
-Sabe que si te compras un coche de esos le darás caña de la buena.
-No lo dudes. Para algo me compro un Lamborgini, ¿no? Será para usarlo.
-Dios, Louis-negué con la cabeza.
-¡Eh! Comprarse un deportivo y no ponerlo a 200 es sinónimo de infierno.

Cogí la bolsa y miré su indumentaria; el pijama no sería muy adecuado para salir a la fría noche.
-Espera a que me cambie-me pidió, malinterpretando mi mirada y levantándose del sofá.
-No, déjalo-puse una mano en su hombro y lo empujé hacia atrás. Me incliné para darle un beso en la frente.
-Llévate al perro-pidió, tomando mi mano. Asentí.
Cuando volví, mis padres seguían mirando la tele, y Louis se inclinaba sobre su teléfono sin prestarle atención a la pequeña pantalla
-2 minutos y 23 segundos-gruñó, molesto. Tiré de él y no hice caso de sus palabras ni de su tono.
-Vamos a ver la Luna, Lou-supliqué con mi mejor voz de niña buena.
-¿Puedo salir así?
-No, ponte ropa de calle, por favor. Me apetece pasear.
Suspiró, fingiendo fastidio, pero esbozó una sonrisa delatora. Lo arrastré al pasillo, le eché los brazos al cuello y unimos nuestras bocas.
Recordé, inevitablemente, lo que sucedió por la tarde, aquello que casi desató la tormenta. Ahora parecía gustarnos el ir provocando a mi padre, íbamos probando hasta cuánto aguantaba su paciencia.
Notaba sus ojos estudiando mis movimientos mientras me inclinaba a recoger la leña, me enderezaba, la colocaba en la carretilla y volvía a empezar. Un mechón  de pelo rebelde perteneciente al flequillo consiguió escaparse de las horquillas que lo atrapaban y me acarició la frente, haciéndome cosquillas.
-Te quiero-me dijo Louis, una dulce sonrisa en los labios, los ojos brillantes. Le devolví la sonrisa, con las mejillas sonrojadas y el aliento arañando el aire, helado.
-Yo también te quiero, BooBear.
Me acerqué a él, me puse de puntillas y apreté sus labios contra los suyos.
-Te quiero-susurré, saliendo de la ensoñación.
-Y yo a ti, mi pequeña.
Busqué un abrigo y regresé al salón.
-Vamos a dar una vuelta-anuncié.
-Abrígate.
Abrígate. Abrigaos, no. Abrígate.
-Tranquilo, papá, Louis no se va a resfriar. Tiene un jersey.
-Me importa una mierda él-protestó sin mirarme.
-¡Pues a mí él no me importa una mierda!-repliqué. Me importa más que tú, gritaron mis ojos cuando se dignó a cruzar los suyos con lo míos.
Casi pude sentir cómo la rabia bullía en su interior cuando cogí a mi novio de la mano, me puse de puntillas y lo besé.
Iba a acordarme de aquel fin de semana el resto de mi vida.  Con un poco de suerte, ese fin de semana me dejaría en silla de ruedas. Pero no importaba. Louis bien valía mis pasos.
Contuvo el aliento al ver la gigantesca luna amarilla, brillante como el oro. Se giró para mirarme.
-¿Qué ha pasado?
Hice un gesto con la mano para que no se preocupara.
-Mi padre, ya sabes.
Empezamos a caminar y, sin avisar, me abrazó la cintura por detrás y me besó el cuello.
-Gracias por dar la cara por mí.
-¡Eh! ¿Somos, o no somos un equipo?-repliqué, girándome para acariciarle el rostro mientras volvía a besarlo bajo la silenciosa y atenta mirada de la Luna dorada.

Estaba tenso.
Tenso, no. Lo siguiente.
Lo notaba en la forma en que me apretaba la mano cada vez que nos cruzábamos con alguna adolescente y esta lo miraba; en cada ocasión que alguien posaba los ojos en él, sus pasos se ralentizaban una décima de segundo y su corazón se aceleraba, recordando dónde estaba él y dónde estaba Paul.
-Relájate, Lou, no te conoce nadie-le aseguré, acariciándole el brazo. Por suerte, hacía suficiente frío como para que llevara un jersey, y así el pequeño monigote de su brazo saltando sobre tu patinete no se vería.
Sería la forma que tendrían las fans de comprobar si él era realmente él.
La pelirroja girándose en redondo y preguntando ¿Louis? sobre el murmullo de la gente mientras los dos pasábamos de largo regresó a mi cabeza. Lou se sintió fatal por no girarse, pero lo último que necesitábamos en ese momento era una avalancha humana que nos separara, que hiciera que él se perdiera y que no supiera cómo regresar a casa.
Me miró como si estuviera loca, se inclinó hacia mí y susurró:
-Hola, soy Louis Tomlinson, de One Direction. Tal vez me recuerdes por mi paso por The X Factor, mi actuación en los premios de la Mtv o, cómo no, por los Juegos Olímpicos. ¿Me estás vacilando?
Sonreí.
-Al menos me lo dices a mí sola.
Murmuró algo entre dientes que yo no entendí. Le hice repetirlo.
-Te lo digo a ti porque sé que hay gente que me conoce por la voz.
-Puedo reconoceros por las uñas de los pies-espeté sin venir a cuento, asintiendo con la cabeza. En su rostro apareció una media sonrisa, estudió a mi hermano y mi madre, que caminaban unos pasos por delante, y replicó:
-No sé si preocuparme o sentirme alabado.
-Haz lo que quieras-me encogí de hombros, deteniéndome en seco para no chocar con Iván, que se había detenido a mirar el escaparate de una joyería.
-¿Qué le vas a comprar?-le estaba preguntando mi madre en ese momento. Sentí los dedos de Louis acariciarme la palma de la mano, zalameros, y su sonrisa divertida cuando clavé la vista en los anillos de compromiso.
-Tranquila, vaquera, ¿no crees que vas demasiado rápido?-espetó con acento texano.
Sacudí la cabeza.
-Eres imbécil.
-El de la risa tonta no soy yo.
-Vete a la mierda-repliqué, recordando nuestro paseo por el centro comercial hacía media hora, el mismo que habíamos hecho ayer.
Cuando mi madre se acercó a mirar las cremas hidratantes, sentí unos golpecitos en la espalda. Louis, Louis queriendo una bofetada bien dada, se dedicaba a observar los estantes de donde habíamos cogido nuestros productos... perversos, por así llamarlos, el día anterior.
-¿Cogemos más?
Me entró la risa nerviosa, y mi madre pensó que era retrasada.
Mi hermano se dio cuenta de lo que estábamos hablando mi novio y yo, ya que tenía una clara ventaja sobre mamá: entendía inglés.
Y estaba un poco más allá mirando las cremas de afeitar, por lo que pudo ver cómo Louis me toqueteaba la espalda y me señalaba con la cabeza, sin pudor alguno, las cajas de condones.
-Eri-me llamó Louis, sacudiéndome el hombro. Mamá me miraba.
-¿Qué?
-Que si os quedáis aquí, o si entráis con nosotros a elegirle el regalo a Merche-Merche, mi cuñada, no había recibido nada por el aniversario de su boda con mi hermano, y ahora Iván trataba de compensarle ese hecho. Miré a Louis.
-¿Quieres entrar?
-Lo que tú quieras.
-Estoy empezando a cansarme de ser siempre yo la que tome las decisiones.
-Si te encanta-replicó-. Además, eres mujer.
-¿Y eso qué tiene que ver?
-Que lo lleváis en la sangre. Vosotras tenéis ganas de mandar, nosotros ganas de sexo. Ley de vida.
-Yo tengo las dos cosas-susurré, más para mí que para él. Se echó a reír, y varias personas se giraron para mirarlo. Se tapó la boca rápidamente, igual que hacía Harry cuando le salía risa de conejo salvaje.
-Claaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaro-repliqué yo cuando vi su cara, echándome a reír yo también. Seguí a mi madre dentro de la tienda y me alejé un poco de ella, que se preparaba para discutir los precios de las pulseras, como si estuviera en un mercado donde se pudiera regatear.
Lou se colocó detrás de mí y me acarició lentamente la cintura, observando las pulseras a las que yo no les quitaba ojo.
-¿Te gustan?
Asentí y alcé el dedo índice.
-No se te ocurra. Te veo venir. Ni lo intentes.
-¿Qué?-se burló, sonriendo. Negué con la cabeza.
-Eres muy peligroso cuando te metes en una joyería, y más si voy yo contigo.
-Acierto siempre-replicó, agarrándome la muñeca y acariciando los pequeños eslabones, el pequeño corazón que colgaba de uno. Sonreí.
-No tienes por qué estar haciéndome regalos siempre.
-¿Y si me apetece?
-Hay gente que lo necesita más que yo.
Se encogió de hombros.
-Quiero tenerte contenta.
-Ya me tienes contenta sin necesidad de joyas-repliqué. Torció el gesto y acarició suavemente el cristal del expositor, como si de un cachorrito se tratara.
-Es que... me gusta poder regalarte cosas-me miró a los ojos-. A Hanna no le regalé casi nada porque no tenía dinero, y ahora que eso no es un problema... pues...-sacudió la cabeza y volvió a alzar los hombros una tercera vez-. Tampoco es para tanto.
Apoyé la cadera en el pequeño expositor y le acaricié el brazo con el índice.
-Está bien. Pero déjalo para las ocasiones especiales, ¿vale? Te entiendo. Pero tienes que pensar que si te pasas la vida regalándome cosas, yo tendré que regalarte cosas a ti para compensarlo-le coloqué el índice en los labios para que no protestara y me dejara continuar-. Sé que soy lista. Soy muy lista-asentí con la cabeza y retiré el dedo, pues sonreía, concentrado en lo que yo le decía-. Pero no tengo cabeza suficiente para estar pensando qué regalarte. Yo lo tengo difícil, tú eres un cabrón y lo tienes fácil-hice un gesto con la cabeza hacia las pulseras y le dediqué una tierna sonrisa. Me la devolvió.
-Tú me lo das todo solo con respirar-replicó, echándose a reír cuando lo miré con la boca abierta.
-¿Desde cuándo ves tú mi preciosa saga?
-Desde que Lottie me obligó a ir al cine con ella y a estarme callado  y quietecito durante la película para que no le contara una de mis salidas prohibidas a mis padres.
Parpadeé.
-¿Y no quieres ir a ver Amanecer conmigo? ¡Si es la última película!
-No me gusta.
-¡A que te dejo sin sexo un mes!
-Dos-asintió con la cabeza y levantó le pulgar.
-Cuatro, si hace falta-hinché los carrillos y él me los explotó, sonriendo-. No me hace ni puta gracia.
-No te preocupes que me río yo por los dos.
Puse los ojos en blanco.
-Entonces, ¿no quieres nada?
Alcé una ceja en su dirección.
-Saca el móvil. Pon Safari. Busca Diamante Hope.. Quiero eso.
Obedeció mientras la joyera sacaba una bandeja con pendientes de rubíes de la trastienda y se los mostraba a mi madre y mi hermano.
Contuvo el aliento.
-Jo-der.
-¿Me lo das para Navidades?-inquirí, abrazándole la cintura y besándole el brazo.
-Me cago en la puta, Eri, ¿esto cuánto cuesta? ¿Pero cuánto dinero te crees que tengo?
-Creo que anda sobre los cuarenta millones.
Me miró como si me viera por primera vez.
-¿Cuarenta?
-Por ahí.
-Te los va a comprar quien yo te diga.
-Los compartimos Hanna y yo.
-Vete a la mierda-replicó, negando con la cabeza. Me eché a reír, le rodeé el cuello con los brazos y me puse de puntillas para besarlo.
-¿Quieres mimos? Yo te los doy. Pero a cambio de ese anillo.
-Eres una interesada.
-Ay, Eri, es que si no te regalo joyas me siento mal con el mundo-le imité, exagerando mucho mi acento. Me acarició la cintura y colocó sus pulgares en mis caderas. Noté su diversión cuando en mis ojos vio que sabía lo que podría llegar a hacer (lo que podría hacer que yo hiciera) en esa postura.
-¿Te divierto?
-Te elegí a ti por ser el más divertido de los chicos.
-No has visto a Niall borracho.
-Sí que lo he hecho.
Frunció el ceño.
-¿Sí?
-En el cumpleaños de Liam.
-¡Ah! Ya sé-asintió con la cabeza, los ojos cerrados-. Cuando aún no habías conocido a hombre alguno.
-Y ahora soy toda una experta.
Me masajeó suavemente el hueso y me mordí el labio inferior.
-Hice un buen trabajo contigo.
-Todo lo que haces lo haces bien.
-Por mucho que me hagas la pelota no te voy a comprar el diamante ése. Básicamente, porque está en un museo. Y nuestros bisnietos morirían pagando el haberlo sacado del museo, eso para empezar.
-¿Me estás proponiendo tener una familia?-quise saber, zalamera.
-Oh, venga, Eri-negó con la cabeza-. Sabes qué es lo que quiero ahora mismo.
-Un Grammy.
-Lo segundo-me concedió.
-A mí-asentí con la cabeza.
-Em... lo decimocuarto.
-Eres imbécil-repliqué, dándole un puñetazo en el hombro y recibiendo una risa sarcástica como respuesta.

Me acurruqué otro poquito más contra él y cerré los ojos. Me besó la cabeza y continuó acariciándome la espalda. Sonreí, notando los latidos de su corazón en mi oído, y volví a abrir los ojos para clavar la vista en la tele. Tiré del jersey que le había robado para que me cubriera las rodillas y me coloqué como era debido el pantalón del pijama. Bufé, satisfecha, y sonrió.
-Seguramente tu padre piensa que ahora mismo te estoy haciendo algún rito satánico mientras te tengo atada a la cama junto con otras cuatro o cinco tías.
Apoyé la cabeza en sus piernas y miré hacia arriba, estudiando la curva de su mandíbula y su cuello.
-Me estarás haciendo cosas que no aparecen ni en 50 sombras de Grey.
Se echó a reír y negó con la cabeza.
-Tenemos que leer esos libros, los está leyendo Harry y dice que son una pasada.
-Engañé a mi madre para que los comprara, pero me los ha escondido.
-¿Y qué hacemos que no los estamos buscando?-replicó. Me encogí de hombros.
-Sé dónde están.
-¿En serio?-me acarició lentamente la clavícula, las descargas eléctricas eran insoportables. Asentí, cerrando los ojos.
-Pero si no me dejan leerlos... no los leeré.
-Oh, tenemos una niña buena aquí.
-Mamá dijo que no podía leer esos libros. Pero si pillo otros...-le guiñé un ojo.
-Se los pediré a Harold cuando los acabe para ti, nena.
Asentí.
La verdad era que mis padres se merecían que ahora mismo estuviera tirada en el sofá devorando aquellos libros, leyéndoselos en voz alta a Louis o, por qué no, poniendo en práctica todo lo que allí había escrito con él.
Apenas me había podido creer que papá accediera a dejarme ir con Louis, los dos solos, a Avilés. Nunca más volvería a subestimar las capacidades de convicción de mi madre que, visto lo visto, no parecían tener límites.
Aunque a papá no le había hecho especial gracia que me fuera con él, lo que más pareció molestarle era que Louis condujera el coche de su mujer. Mi padre no tenía carnet y por lo tanto no tenía coche, pero le había herido el ego que su insoportable (mente bueno) yerno llevara a su hija lejos de casa, en su coche.
Recordé cuando nos dejamos caer en el sofá, después de subir las persianas y comprobar que todo estaba en orden, nos miramos y nos empezamos a besar.
Nunca pensé que fuera a acostarme con nadie en los sofás de mi casa, pero, efectivamente, así fue.
Los ojos de aquel Louis del pasado se posaron en mí.
-Puede llegar ahora.
-Tenemos la casa para nosotros solos.
Y no hizo falta más.
Louis pareció estar leyéndome la mente, porque, acariciándome el vientre y con los ojos todavía clavados en la tele, confesó:
-Quiero hacerlo en la cama de tus padres.
Bajó su preciosa mirada hasta posarla en mí. Asentí.
-Es normal, es más grande.
-¿Cuánto llevaban tus padres viviendo aquí cuando tú naciste?
-Desde el 92. Se casaron el 11 de julio de 1992.
-Joder, qué control-inclinó la cabeza hacia un lado y la sacudió-. Hostia.
-El mismo día que Taylor cumplía 5 meses.
Bufó.
-Ya me parecía a mí.
Me giré y le besé los abdominales.
-¿Por qué lo preguntabas?
-Porque estoy segurísimo de que te hicieron en esa cama.
Sopesé cuidadosamente las posibilidades que había de que tuviera razón. Que no eran pocas.
En absoluto.
-Ah. Qué... no sé.
-Me haría ilusión hacer el amor con alguien en el mismo sitio donde me hicieron a mí, ¿sabes?-se encogió de hombros. Asentí.
-Cosas de niños cuyos padres...
Me callé de repente, sabedora de que había metido la pata hasta el fondo.
-Divorciados. La palabra que estás buscando es divorciados.
-No volveré a pronunciarla hasta que tú no estés preparado.
-Nací preparado para eso-se encogió de hombros, llevando su índice por mi mandíbula.
-¿Mañana?
-Mañana, ¿qué?
-Mañana lo hacemos en la cama de mis padres.
-Si no te da yuyu.
-No me da yuyu. Me... pone-arrugué la nariz-. Inexplicablemente me pone.
Su sonrisa iluminó su rostro.
-¿Ves cómo te he enseñado bien?
Asentí con la cabeza, le acaricié la mandíbula y comencé a besarlo.
El reloj dio las diez y cuarto; le acaricié la rodilla y me levanté.
-Voy a la cama.
-¿Tan temprano?
-Mañana tengo instituto.
-Creía que te acostabas tan temprano por tus padres
Negué con la cabeza y posé mis labios en los suyos.
-¿Vienes?
-Pero... echan una película que me gusta-lloriqueó. Asentí.
-Vale. Te esperaré en la cama. Desnuda-le provoqué, ni de coña iba a quitarme la ropa para acurrucarme sobre mí misma bajo las mantas.
No supe si entendió que era mentira, o que ni siquiera me escuchó.
-Vale-baló.
Tras veinte minutos dando vueltas en la cama, me destapé, me atusé el pelo, caminé descalza hacia el salón y me apoyé en el marco de la puerta.
-Lou...
-Mm.
No se giró, siguió con la vista fija en la tele.
-Ven a la cama, necesito dormir, y sola no puedo.
-Pero queda mucha peli...
-Lou-repliqué con voz seductora, llevando la otra mano al marco y restregándome arriba y abajo cual stripper cuando se dignó a girarse para mirarme. Tragó saliva y me observó: las piernas desnudas, las bragas asomando ligeramente bajo la camiseta de tirantes, uno de los cuales había pasado ya el hombro... sonreí cuando noté que su mirada se perdía en mis pechos, casi al descubierto.
Lo que hay que hacer para que vayan a la cama y puedas dormir, pensé para mis adentros, estremeciéndome con la premonición de lo que iba a pasar, lo que estaba a punto de pasar, lo que ya estaba pasando.
-Ven conmigo-gemí.
Sonrió y se incorporó un poco.
-No quieres dormir.
-Necesito probarte-repliqué. Terminó de levantarse y fue hasta mí. Colocó su mano en la pared, por encima de mi hombro, y respiró mis exhalaciones. Tiré de él y volví a frotarme arriba y abajo, excitándome por el roce de su piel, y por el bulto que crecía en sus pantalones a medida que yo me movía, que mis tirantes se deslizaban hacia abajo, mostrándome como era...-.Y que tú me pruebes a mí.
Gimió en mi boca cuando le acaricié el bulto, me miró a los ojos, me levantó las piernas y me empujó contra la pared. Empezamos a besarnos. Sus manos fueron a mis bragas, las bajaron, y le bajamos los pantalones. Acaricié el centro de su ser  mientras no paraba de besarme.
-Póntelo-supliqué-, póntelo, necesito que me folles ahora-susurré, y grité cuando su mano llegó a mi piel más sensible.
-¿Qué quieres que haga?-me provocó, jugando conmigo.
-Fo... fóllame-tartamudeé, ganándome una sonrisa a modo de premio.
-Todos los días, de todas las formas-canturreó. Me llevó hasta la mesa del salón y me ordenó que esperara; volvió a acariciarme y se marchó.
Me folló contra la pared. Me folló sobre la mesa. Me folló en el sofá. Me folló en el suelo. Me folló en mi cama. Me folló en cada rincón de mi casa, dejando solo uno, pues teníamos que aprovechar el tiempo que nos quedaba solos hasta que los chicos llegaran.
El martes de noche.
Sonreí.
Seguramente estaría para el arrastre el lunes por la tarde si seguíamos con aquel ritmo.

lunes, 24 de diciembre de 2012

Louis William Tomlinson; 21 años.

Recuerdo la primera vez que lo vi, y como para no hacerlo. Me gustaría decir que fue hace mucho tiempo, que estuve con él desde el principio, apoyándole a él y a los demás desde que empezaron, pero no fue así.
Vídeo Diario número 3. Camiseta de rayas azules, pantalones rojos. Al principio estaba mirándolos a todos, un poco confusa porque aún no conocía sus nombres... pero cuando escuché su And check my flow! supe que algo grande me iba a pasar  con ese chico que luego se pondría a hacer tonterías para que todos nos riéramos.
Ese chico hoy cumple 21 años.
Tal vez no sea su mejor fan, es verdad que llegué tarde y bastante mal, y me tomé mi tiempo para empezar a considerarlo mi ídolo. Pero él me ha dado muchas cosas, me ha enseñado muchas cosas.
Me ha enseñado que no está mal hacer tonterías para que los demás se rían. Me ha enseñado que la risa es la mejor manera de enfrentarse a las cosas. Me ha enseñado a ser tal y como soy, y a quien no le guste, no tiene por qué mirar. Me ha enseñado que hay que vivir la vida, hay que luchar por los sueños. Me ha enseñado que una segunda oportunidad puede llegar a ser mejor incluso que la primera. Me ha enseñado que no importa la edad si te sigues sintiendo un niño.
Y me ha mostrado una de las cosas que más me gustan: me encanta escribir. Si no fuera por él, muchas de estas cosas que estoy pasando ahora no serían posibles; si no fuera por él, mi blog seguiría por ahí estancado; si no fuera por él, no habría conocido a un montón de personas geniales sin las cuales ahora no puedo vivir. Si no fuera por él, no habría descubierto nunca que no estoy hecha para tener un papel de observadora, sino que necesito participar de lo que hay a mi alrededor.
Taylor inició mi ambición cuando yo solo tenía siete años.
Louis inició mi creatividad y mis ganas de hacer cosas cuando tenía dieciséis.
No diré que los quiero a los dos por igual; los dos son diferentes y los dos son buenos ejemplos para una vida genial, digna de vivir.
Pero Louis... es Louis. Siempre estará mi amor por él, ese amor que se inició como el de otros cuatro chicos, pero que creció y llegó más lejos que el de los otros. Siempre estará lo que me ha enseñado. Siempre tendré la historia que ahora estoy escribiendo. Si no fuera por él, por los chicos, porque una vez me encandiló siendo él mismo, muchas cosas no serían posibles. Seguiría amargada cada fin de semana, intentando encontrar una película con la que entretenerme, en lugar de vivir estresada porque necesito escribir, necesito terminar esta historia que me está haciendo crecer de un manera que yo nunca antes había pensado, siquiera, que pudiera existir.
Taylor es el Oscar, Louis son los libros.
Y bien se sabe que los libros son siempre mejores que las películas.
Feliz cumpleaños, Tommo. Gracias por darme una familia en la que confiar ciegamente y a la que querer sin condiciones. Gracias por hacerme creer en mis sueños. Gracias por enseñarme que hay que vivir rápido, divertirse, y ser un poco travieso.
Gracias por terminar lo que Taylor empezó hace más de nueve años.
Gracias por enseñarme a ser yo.
 Por favor, crece todo lo que quieras. Pero que nunca muera el niño que llevas dentro.

Del fondo de las escaleras, a la cima del mundo.


domingo, 23 de diciembre de 2012

Kung Fu Panda.

El ayer es historia, el mañana es un misterio; sin embargo, el hoy es un regalo, por eso se le llama presente.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Eri la Usurpadora de Tronos.

Tuve que morderme el labio inferior para conseguir reprimir una sonrisa cuando, al cruzarnos, me colocó rápida pero disimuladamente el botecito del lubricante.
Como un ninja.
Como si aquel tubo contuviera cocaína o algo por el estilo.
Giré la cabeza mientras me metía en casa lo justo para ver su sonrisa de oreja a oreja mientras me contemplaba de arriba a abajo.
Aquella sonrisa me heló la sangre en el corazón, porque significaba que compartíamos algo que nadie más conocía.
Sabía de sobra que le contaba todos y cada uno de nuestros polvos a los chicos (y la verdad es que no me importaba, al fin y al cabo, eran hombres y lo necesitaban), por lo que raras veces teníamos algo que fuera solo y exclusivamente nuestro.
Esa era una de las cosas que más me gustaba del grupo del que ahora había pasado a formar parte: nos lo contábamos todo, no importaba el tamaño del suceso. Necesitábamos contárnoslo todo. En One Direction no existía lugar para los secretos, no había existido cuando solo eran cinco, ahora que éramos cinco y medio (ellos se empeñaban en que yo fuera como una especie de miembro fantasma pleno pero a mí no me daba la gana que me contaran como tal, así que solo les dejaba contar con la mitad de mi persona) no iba a ser diferente.
Metí el bote en una de las bolsas con el aceite y corrí hacia las escaleras. Mamá se me quedo mirando.
-¿Erika? ¿Qué llevas ahí?
Por favor, karma, no me hagas ponerme roja.
Me giré en redondo y saqué una de las botellas.
-Aceite.
-Es para Avilés.
-Ah. Entonces lo dejo aquí.
Y lo dejé en medio del pasillo. Louis entró, miró la bolsa, alzó las cejas y esperó a que yo hiciera algo que le indicara la presencia de nuestro secreto ahí.
Como no me inmuté,  sonrió y negó con la cabeza.
Exacto, Tommo. Están a punto de pillarnos.
Mamá suspiró y se acercó a las bolsas.
No actúes como si fueras sospechosa. Ahí dentro solo hay aceite.
-No, ya las llevo yo-gruñí por lo bajo, recogiéndolas y llevándolas hasta el coche. Louis volvió en el momento justo en el que estaba depositando la bolsa despacio. Suspiré mientras él se estiraba a coger unas de las del fondo.
-¿Me puedes decir cómo lo metemos en casa? ¿Me explicas cómo hacemos para que no se dé cuenta?-le supliqué. Se encogió de hombros.
-Podríamos decírselo. A mí en casa me funciona.
-Porque tú tienes 20 años y eres un tío-repliqué. Me llevé las manos a la cara-. Mierda. Está en el ticket. De puta madre-asentí, apoyando la mano con fuerza en el coche, tragando saliva, mirando al cielo, pasándome la mano por el pelo y quitándomelo de la cara, tamborileando con los dedos en el metal y asintiendo con la cabeza mientras fruncía los labios. Lo miré por el rabillo del ojo-. Mátame. Soy gilipollas.
-No lo verán.
-Tengo que darle el ticket.
Se echó a reír, alejándose de mí.
-Estamos muertos-coincidió. Cerré el maletero con un golpe.
-¡Gracias!
Me guiñó un ojo.
-A mandar, españolita.
Bufé y lo seguí dentro de casa. Mamá se había sentado a la mesa del salón, esperando con impaciencia que le entregara aquel pedazo de papel que estaba tentada a arrojar a la chimenea.
Me metí una mano en el bolsillo del pantalón y se lo tendí con mano temblorosa.
Oí los pasos de Louis subir las escaleras y recé porque hubiera sido lo suficientemente inteligente como para cambiar el lubricante de sitio y estar subiéndolo en ese momento al piso de arriba.
Eché un vistazo al contenido de las bolsas y encontré otro bote, este de color azul.
-Este guaje es retrasado-gruñí en mi lengua. Mamá alzó la vista.
-¿Qué?
-Nada-sacudí la cabeza-. Louis, que es tonto perdido.
-¿No decías que era su principal atractivo?-replicó, sin inmutarse.
-Lo cortés no quita lo valiente-respondí, cogiendo el asa de la bolsa y arrastrándola por la mesa. Gemí cuando todo el peso de su contenido se cargó en mis hombros, bufé y la saqué del salón.
O, al menos, lo intenté.
-Ay, Erika, ¿a dónde coño llevas la bolsa? Son yogures. Mételos en la  nevera.
Sacudió la cabeza y suspiró, como si yo fuera la criatura más estúpida e insoportable del mundo.
Cerré la puerta de la nevera muy despacio y contemplé la bolsa, con el bote dentro, y solté una maldición, poniendo especial cuidado en hacerlo en el idioma de mi novio. Como una gata, me deslicé por la puerta de la cocina, y recorrí el pasillo en silencio, perdiendo todo el sigilo nada más llegar a las escaleras.
Una vez llegué a mi habitación, le tiré el bote a Louis, que consiguió esquivarlo.
-¡Voy a matarte!-siseé-. ¡Te mataré, lo juro por Dios, algún tía acabaré matándote! ¿Eres retrasado, o algo? ¿Eh? ¡Mira dónde lo has dejado! ¡Eres imbécil!
-Pero si es nata-replicó, estirándose a cogerlo.
Me quedé a cuadros.
-¿¡QUÉ!?-bramé.
Me lanzó el bote, y lo cogí al aire.
Nata montada azucarada, Central Lechera Asturiana.
Alcé la vista muy despacio, contemplándolo a través de mis pestañas.
-Me vacilas-repliqué.
Negó con la cabeza.
-¿ESTÁ ABAJO?-chillé.
El portón de la finca se abrió, y oí los pasos rápidos de mi perro en dirección a la casa.
Estamos oficialmente muertos.
Volvió a negar con la cabeza.
-La subí.
Me señaló la  cama de mi madre, la que ahora en teoría sería de él si no fuera porque dormía en la mía.
-¿Dónde está la otra?-espeté rápidamente, las palabras se unieron en mi boca y salieron todas juntas de ella. Oh, Dios mío, van a matarme, me van a matar, y todavía no lo he hecho sin condón ni una sola vez...
¿PERO TE ESTÁS OYENDO?
Bueno,oírte no. ¿ESTÁS PRESTANDO ATENCIÓN A LO QUE ESTÁS PENSANDO?
-En el coche.
Me pasé una mano por el pelo.
Exactamente igual a como lo hacía él, solo que en mí no tenía una efecto destroza ovarios.
-Vete a por ella. Yo les distraigo.
Asintió con la cabeza.
-Louis-lo llamé. Se giró y me contempló, ahora estábamos a la misma altura, yo al nivel del suelo del primer piso, él un escalón menos.
-¿Qué?
-¿Y los condones?
-¿Es que tengo que hacerlo yo todo?
Bufé.
-Vuelve a hacerme esto un día y te juro por Dios que te meto tal bofetón que haces historia. Te mando a Júpiter a ver la gran mancha roja. ¿Te apetece?
-¿De un bofetón?-repitió, haciendo pucheros. Asentí.
-De un bofetón.
-No me apetece.
-Pues no me hagas más esto-dije, empujándolo y bajando tras él.
Mamá había sacado la calculadora. Debía de pensar que la máquina era tonta y no sabía sumar la cantidad a cobrar, o peor, que su hija había dejado que la estafaran.
Me senté a su lado y entrelacé las manos mientras contemplaba por el rabillo del ojo a mi novio metiendo nuestras cosas en una bolsa y cerrando de nuevo el maletero.
Su suegra alzó la vista en el momento justo en que pasaba por delante de la puerta del salón en dirección a las escaleras.
-¿Qué llevas ahí, Louis?
Se paró.
La miró.
Esperó a que le tradujera.
Procesó la información.
Y, ¡ME CAGO HASTA EN LA PUTA QUE LO PARIÓ!, sacó el bote naranja.
¡ME CAGO EN TU MADRE, LOUIS, ME CAGO EN TU MADRE, QUE LA POBRE TE PARIÓ SUBNORMAL PERDIDO! ¡ME CAGO EN ELLA!
-¿Qué es eso?-preguntó mamá. Y Louis pronunció una palabra.
Palabra que en mi lengua se traduce por:
-Salsa brava.
Sonrió, satisfecho, y siguió su camino.
Me dejé caer en la silla, y respiré hondo. Había estado aguantando la respiración desde que bajé las escaleras, pero no me había dado cuenta.
Me sentí mal por dentro por darle caña a Louis y su inteligencia superior cuando sacó el bote. Había sido genial el recordar que había cogido un botecito, parecido a los de ketchup, y había preguntado:
-¿Qué es?
Y yo le había respondido lo mismo que le respondí a mi madre.
Miré el anillo de Tiffany, que descansaba tranquilamente en mi anular, ajeno a todo aquel drama.
Aquel que te lo dio no se merece que pienses esas cosas de él.
Posé los labios en él, y nadie en la casa pareció darse cuenta.
Louis volvió y dejó caer en el sofá. Me apresuré a ir a acompañarlo, fiel cual corderito, y le di un beso en la mejilla.
-Te he puesto a parir en mi mente.
-No le des importancia, yo te pongo a parir siempre-hizo un gesto con la mano y yo me eché a reír. Me incliné hacia él y él posó sus labios en los míos.
-Ahora me siento mal.
-Tampoco pienso cosas muy malas, ¿eh? Solo que eres tonta, y sucedáneos un poco más fuertes.
Volví a reírme y le acaricié el pelo.
-Hablo por mí.
-Ya lo sé-se burló.
Mamá se giró en redondo y se nos quedó mirando.
De. 
Puta.
Madre.
Ya los ha visto.
-¿Y las lechugas?
Me tendió el papel.
¡Me lo tendió, joder!
No hubo broncas, gritos ni insultos de la índole de zorra. Y superiores a este.
Lo cogí con mano temblorosa.
-No había. ¿Qué hago con esto?
-Tíralo.
-Vale.
Me levanté, fui hasta la papelera, hice con él una bola y fingí tirarlo. Arrastré a Louis a la habitación de mi padre y estiré el pequeño papel entre los dos. Se colocó a mi lado, y estiró el brazo para sostenerlo él también.
Estaba temblando.
Yo, quiero decir.
Y el hecho de tener los brazos desnudos, pegados, no hacía nada más que poner las cosas peor.
Tuve que controlarme para no estirar los dedos y tocar los bíceps de Louis. Creo que podría casarme con aquellos bíceps.
¿Qué mierda? Me casaría con los bíceps y con el dueño de aquellos bíceps.
-Eri.
-¿Qué?
-Céntrate.
-Estoy centrada-protesté. Sonrió y me besó el cuello.
-Sabes de quién soy.
Me estremecí.
-¿Estás intentando incitarme a que te viole o algo? Porque, definitivamente, vas por muy buen camino.
Me mordisqueó el lóbulo de la oreja.
-Eres muy bipolar. Pasas de amenazarme e insultarme mentalmente a decirme que vas a violarme. Como si pudieras.
Alcé una ceja.
-¿Me estás llamando niña debilucha?
-Estoy diciendo que no es una violación cuando queremos los dos.
Crucé mis ojos con los suyos.
-Eres bobo-me eché a reír y seguí mirando el papel.
Que si arroz, que si pechuga de pollo, que si yogures de frutas...
-¿Dónde están?-murmuré entre dientes, después de pasar varias veces sobre la pequeña línea de MEJILLONES EN ESCABECHE, OFERTA 2X1.
-Ya lo he leído tres veces. Y no los encuentro.
-Voy a por una libreta y me dictas lo que pone. Tienen que estar. No pueden haber desaparecido así, como si nada.
Corrí a coger una de mis libretas, busqué un boli y me metí en la habitación. Cerré la puerta, me apoyé en ella, le quité la tapa al boli con la boca y la escupí lejos y me senté en el suelo.
-Empieza a leer.
-¿Te digo el precio?
-Louis, mi amor... a ver cómo te lo digo-golpeé varias veces las hojas aún en blanco con la parte de detrás del bolígrafo-. Me importa una putísima mierda el precio-levanté la cabeza-. Necesito saber dónde están las cosas que hemos comprado, esas cosas que mis padres no pueden ver.
Asintió con la cabeza y  estiró la mano.
-Léelo tú. Yo escribo más rápido.
-No hay quien te entienda la letra.
-¿Tú no la entiendes?-espetó. Suspiré, me levanté, recogí la tapa y comencé a leer.
Lo copió otras dos veces.
Y no había nada de lubricante Durex, condones Durex, ni nada.
Después de comprobar que las cuentas estaban bien hechas y que, efectivamente, habíamos pagado aquellas cosas, lo miré. Torcí la boca.
-Esto es raro.
Se encogió de hombros.
-El karma te lo debe.
Asentí, todavía paseando los ojos por las letras casi caóticas de lo pequeñas y abundantes que eran. Me besó el hombro lentamente, dejando sus labios apenas posarse en mi piel.
Tuve que estremecerme.
-Pero es que esto es tan raro...
-Déjalo, nena.
-Pero...
-Mira, no te lo quería decir-se apartó un poco y me soltó, cuando estaba seguro de que le miraba-: soy el hijo ilegítimo de la Minerva McGonagall y Albus Dumbledore.
Fruncí el ceño, pero no pude protestar, ya que me puso el índice en los labios para callarme.
-Tuvieron un romance años después de conseguir el título los dos de magos, y me tuvieron a mí. Me llevaron con Jay Tomlinson y le hicieron prometer que me criaría al más puro estilo muggle, pero, como soy hijo de magos tan poderosos, a veces me era imposible controlar mi magia. Así que Jay me envió un par de veranos a Hogwarts, para que obtuviera los suficientes conocimientos como para  controlar mis poderes. En realidad tengo 33 años, pero me conservo bien, ¿eh? Es todo por mi magia.
Parpadeé un par de veces, y retiró su dedo.
Conté cinco latidos de corazón hasta atreverme a abrir la boca por fin.
Le dediqué una tierna sonrisa.
-¿Quién eres y qué has hecho con mi novio?
Sonrió.
-Él no habla de su edad así como así, y menos si todavía es mayor de lo que dice.
Se echó a reír.
-Eri...-negó con la cabeza.
-Además-le corté, empujándolo sobre la cama y echándome encima de él. Mi pelo cayó en cascada a un lado de mi cara, depositándose suavemente en el colchón, a su lado-, no se le puede hablar de magia a un muggle. Eso merece la pena capital. Debería llamar a los dementores para que te lleven a Azkaban.
Se echó a reír.
-Estás fatal de la cabeza.
-Mira quién fue a hablar. El que se monta una película él solo en medio minuto-puse los ojos en blanco y él hizo una mueca, imitándome. Le saqué la lengua y sacudí la cabeza, azotándole la cara con mis rizos.
Se echó a reír, cogió el papel y lo llevó a la basura.
Esperé a que regresara para subir a mi habitación, sin saber todavía lo que íbamos a hacer.
Cuando llegamos arriba me giré en redondo y le planté un hambriento beso. Sonrió en mi boca y se rió entre dientes cuando fui bajando hasta su cuello y empecé a subir hacia su mandíbula, buscando el punto donde le destrozaba el autocontrol cuando lo besaba.
Me apretó la muñeca y buscó mi boca.
-Para.
Me detuve en seco y lo miré. Miró en dirección a la cama, haciéndome ver que yo también debía mirar en aquella dirección.
Me giré y observé a la chica de pelo rizado, con gorrito de lana, sonreírnos a los dos.
-Si queréis me esfumo y vuelvo más tarde. No soy de las que interrumpen.
-El-susurramos los dos a la vez. Eleanor miró a Louis y sonrió; en sus ojos apareció una chispa de algo que yo llegué a reconocer.
La misma que pasaba por mis ojos cuando le veía.
-Oíd, el ofrecimiento de antes, va en serio-se encogió de hombros-. Puedo venir más tarde. Total, es que me aburro bastante. Decidí venir a haceros una visita.
-¿Y de paso borrar pruebas de los futuros delitos que vamos a cometer?-sugirió Louis, alzando una ceja. Le dedicó una media sonrisa que me hizo sentir una punzada de envidia.
Eleanor se echó a reír.
-También, al fin y al cabo, soy como vuestro ángel de la guarda, así que me toca cuidar de vosotros. Hoy por ti, mañana por mí-capturó un mechón de pelo entre sus dedos y comenzó a rizarlo-. ¿Qué tal todo?
-¿Y tú, qué?-repliqué-. Hace milenios que no nos puteáis en casa.
El volvió a reírse.
-De momento las cosas están tranquilas, más o menos.
-Me alegra oír eso-se burló Louis. Ella le sacó la lengua y él le guiñó un ojo.
Joder, sí que tenían química.
-¿Queréis dejar de ligar?-espeté, divertida-. El, me lo diste.
-Estoy empezando a arrepentirme-suspiró ella, haciendo pucheros. Louis sonrió.
-Hay Tommo de sobra para las dos.
-Eri es celosa-se justificó la fantasma. Louis me acarició la cintura.
-Sí, es cierto. Lo es.
-Callaos. Los dos. ¿Pasa algo, El?
Eleanor se encogió de hombros.
-Vengo a daros un consejo. Y luego me iré. Como siempre termino haciéndolo-se llevó la mano al codo contrario y se mordió el labio inferior. Arrastré a Louis a la cama y le obligué a sentarse delante de ella. Le acaricié lentamente la mano, preguntándome si el que no pudiera apartar los ojos de su (legítima) antigua novia significaría algo.
-Si es lo que creo que es, no tengo pensado tener críos hasta más allá de los 25. Por lo menos-me miró de reojo y yo fruncí el ceño, y ambas sonreímos.
-Louis-protesté yo. Eleanor se echó a reír.
-No es por eso. Ni siquiera es por vosotros, pero... podría llegar a afectaros-se encogió de hombros y tragó saliva. Louis la imitó.
DEJA DE HACER ESO. DEJA DE PERSEGUIRLA.
Suspiré y miré al suelo. Eleanor tenía los pies del mismo tamaño que los míos, y contrastaban mucho con los de mi (nuestro/su) novio, bastante más grandes. Coloqué mi Converse lentamente sobre sus bailarinas, y esperé. Eleanor se apartó el pelo de la cara, frunció el ceño y retiró el pie.
Nos miramos un segundo, y me heló la sangre lo que vi en aquellos ojos.
Destrucción.
Dolor.
Muerte.
-Eleanor...-murmuré.
Me pregunté por qué él no hacía nada por protegerme, por que yo apartara la mirada, porque no me afectara todo lo que estaba viendo en los ojos de a quien le había quitado el sitio.
Todavía la quiere. Todavía siente algo por ella. Eleanor viene a decirme que ya tiene pensado cómo quitarme lo que a ella le falta y que ya no me necesita, ya no me necesitan, ya pueden tirarme a la basura.
Cerré los ojos con fuerza y me estremecí.
Nadie se dio cuenta.
Louis frunció el ceño mientras Eleanor chocaba en silencio las palmas de sus manos, buscando las palabras. Carraspeé.
-Tenéis... que vigilar a Noemí-asintió lentamente, mirándose las rodillas, y volvió a alzar la vista. Intenté no mirarla a los ojos; me concentré en las pequeñas arrugas que se formaban en su frente cuando alzó las cejas.
Luego, en su melena.
-¿Por qué?-en el tono de Louis se veía que no lo entendía. Normal, ¿cómo iba a entenderlo si no le estaba prestando atención? Seguro que estaba demasiado encandilado con el sonido de su voz como para escuchar sus palabras.
Eleanor sacudió la cabeza.
-No puedo decíroslo. No me dejan. Pero tenéis que creerme. Noemí va a hacer algo, y tenéis que pararla.
-¿Por qué no la paras tú?-susurré con un hilo de voz, de repente consciente de que ella estaba allí, de que mis padres estaban en el piso de abajo, y de que si subían se encontrarían a una inglesa que no conocían de nada sentada en mi cama, con la que yo estaba hablando tranquilamente, sin haberles avisado de su presencia.
-No puedo. No es la mía.
Louis frunció el ceño.
-¿Por qué siempre que apareces terminamos hablando como si estuviéramos hablando de una película de ciencia ficción?
-Que esté aquí es ciencia ficción-repliqué yo, soltándole la mano y clavando los pies en el colchón de la cama que tenía delante. Me abracé las rodillas, y sentí su mano alrededor de mi cintura. Cerré los ojos, esta vez suavemente, deleitándome con aquel pequeño contacto, que no hacía otra cosa más que recordarme que la había tocado así a ella una vez, tiempo atrás.
-Nena...
Lo miré y sonreí, sacudí la cabeza.
Eleanor volvió a mirarse las manos.
-Ella va a hacer algo. Y lo peor de todo es que va a creer que se está ayudando a sí misma; le van a aconsejar que lo haga. Ella aceptará, parece lógico, en realidad, para ella tiene su ciencia-negó con la cabeza-. Pero es una tontería, es la mayor tontería que puede hacer.
-¿Qué es? ¿Secuestrar a Harry? Tampoco será tan malo-supuso mi novio.
Nuestro novio.
¿Su novio?
Eleanor se llevó el pulgar a la boca y comenzó a mordisquearse la uña.
-No. No. Podría destrozar la banda. Yo... Louis, ¿me creerías si te dijera que puedo hacer cosas del estilo ver el futuro?
Sonrió.
-Te vi esfumándote en el salón de mi casa, ¿recuerdas? Sé que no eres normal, pero supongo que eso fue lo que me atrajo de ti-se burló él.
-Yo era normal cuando nos conocimos-replicó ella, burlona también. Tuve que guardarme la respuesta sarcástica de turno, pero, sobre todo, la sonrisa cínica que la acompañaría. Respiré hondo.
-Chicos.
-Perdón-El levantó las manos-. Escuchad: podría poner en peligro a la banda. Es bastante probable. Os fastidiará a la gran mayoría, y eso es precisamente lo último que yo quiero. Necesito que me juréis que la vigilaréis. Lo haréis, ¿verdad? Todo será más fácil si le echáis un ojo. Por favor.
Me encontré con los ojos azules de Louis.
-¿Qué dices?
-Supongo que podríamos controlarla de vez en cuando. ¿Qué crees tú? Eres la que más tiempo está con ella.
-Pero-me giré hacia mi sustituida-, ¿qué es?
-Caroline no me deja decirlo. No puedo decirlo si ella me está manipulando.
-¿Qué coño sois? ¿Jedis? ¿O magas con juramentos inquebrantables? Si quieres decirlo, lo dices, y punto, El-protestó Louis, soltándome la cintura y deslizándose hacia atrás en el colchón. Apoyó la espalda en la pared y se cruzó de brazos.
No me importaría violarlo cuando se puso así, y mucho menos con Eleanor mirando.
La chica inclinó la cabeza hacia un lado y lo miró con ojos entrecerrados.
-Nuestras promesas son más fuertes que las vuestras. Cuando prometemos algo no podemos romperlo. Cuando otra es más fuerte en una cosa o le incumbe más esa cosa, nos doblega a las demás. Caroline controla esto. Su juego. Su chica. Sus reglas.
-¿Puedes hacerle eso a Eri?
El se encogió de hombros.
-Sí.
Louis se apresuró a acercarse a ella.
-¿Puedes hacer que podamos hacerlo sin condón y que no se quede embarazada?
-Voy a fingir que no has dicho lo que has dicho-espeté, clavándole el codo en las costillas. Se echó a reír.
Eleanor cruzó las piernas.
-Prometédmelo.
-¿Por qué tengo que prometerte algo que sabes de sobra que voy a hacer? Cuidaré de la banda. Cuidaré de Harry, y de Noe. Son mis amigos. One Direction es mi sueño, Eleanor. ¿Por qué prometértelo?
-Hacedlo de todos modos.
-Lo prometo. Vigilaré a Noe. Lo más cerca posible-le aseguré. El asintió, luego miró a mi novio.
-¿Louis?
-Te juro que la perseguiré hasta el final de los tiempos si con eso nos salvo.
Eleanor sonrió, se apartó un mechón de pelo de la cara y se lo colocó detrás de la oreja. Tapó su puño cerrado  con la otra mano, apoyadas las dos en la rodilla.
-No has cambiado nada, ¿eh, Lou?
Louis se encogió de hombros.
-¿Debería? Solo sé que haría lo que fuera por la gente que quiero en todas las dimensiones en las que esté. Es parte de mí.
El asintió.
-Supongo que ahora me podría ir.
-¿Vas a quedarte?-espeté, intentando no sonar demasiado fastidiada por el simple hecho de que se atreviera siquiera a sugerir que tal vez alargara un poco más su estancia. Eleanor se encogió de hombros, clavó sus ojos castaños en Louis y lo observó durante unos minutos. Louis le sostuvo la mirada, sin esconderle absolutamente nada. De sus ojos desapareció todo rastro de emoción, como si se estuviera ofreciendo a que ella le leyera la mente.
Ella lo había encontrado antes. Ella era su verdadera dueña.
Yo era una simple usurpadora.
-¿Qué tal lo llevas?
No necesité preguntar, y mi novio tampoco, para saber a qué se refería.
-Lo llevo-el interpelado se encogió de hombros, El asintió. Louis volvió a acercarse al borde de la cama, inclinó el torso hacia ella y acercaron sus rostros.
Sus rodillas se acariciaban suavemente, a ninguno parecía importarle este hecho, excepto a mí, lógicamente.
-Eleanor.
-Louis-ella esbozó una mínima sonrisa que desapareció tan rápido como llego.
-¿Mis padres también se divorciaron cuando estaba contigo?
Eleanor lo miró fijamente.
-Fue antes. Aunque Elounor (así nos llamaban las fans) lleve ventaja a Louri, tus padres ya se habían conocido cuando nos conocimos. Y después de conocernos empezamos a salir.
-¿Cuánta ventaja?-mi novio me miró de reojo. Se me encogió el estómago.
Un año.
Dos.
¿Dos?
¿Quién era el que llevaba dos con su novia? ¿Louis o Liam?
Joder, había roto una relación de un año, tal vez más.
El nudo que se me formó en el estómago se deshizo cuando la inglesa susurró, con su suave acento:
-Empezamos el 17 de noviembre de 2011.
Louis se la quedó mirando, incrédulo, luego me miró a mí. Clavó sus dos pozos de mar en mí un instante antes de volver a ponerlos en los ojos chocolate de ella. Y regresó a mí.
-¿Por eso te gusta tanto el 17?-se burló. Negué con la cabeza.
-No sabía cuándo habíais empezado.
-Directionator-canturreó Eleanor, Louis sonrió. Le lancé una mirada envenenada a la chica, que esbozó una amplia sonrisa.
La que sonreí fue yo cuando la suya desapareció de su boca.
-¿Por qué se acabó?
Mis labios se pusieron tensos cuando él se me quedó mirando después de darse cuenta de que Eleanor no tenía pensado soltar prenda.
-¿Lo sabes?
La mirada nerviosa de El se había posado en mí. Asentí lentamente.
-Sí.
-¿Y tan secreto es?
-Te haría daño-intervino Eleanor, colocándole la mano en la rodilla, en un acto reflejo.
Una bandeja de cuchillos jamoneros, por favor. Voy a cortarle el brazo.
Y Louis no la apartó.
-Creo que merezco saberlo.
-Es para protegerte.
-Tú has hecho magia, o lo que sea, para cambiar las cosas. ¿Tampoco podías cambiar lo de mis padres?
Eleanor negó con la cabeza.
-No lo vi venir.
-Ahora eres vidente.
-He venido a avisaros de lo que tenéis que hacer para que vuestras vidas estén tal y como están. No sé qué pasará si te decimos por qué.
-Eri-gruñó él.
Negué con la cabeza.
-No me deja ella.
-Pues cuando se largue me lo dices.
-Si se lo vas a decir, te borro la memoria a ti también. No me resulta difícil-me amenazó la chica. Cerré los ojos y le acaricié la mano a Louis. Eleanor retiró su zarpa de su rodilla. ¡Bien!
-Te iba a hacer daño.
-Pero...
-Con que lo sepa uno ya basta. Con que sea yo la que se torture por lo que pudo pasar y no ha pasado es suficiente. Con que sea yo la que esté todo el rato pensando en que le he quitado la vida perfecta a una chica y me la he quedado yo.
Louis hizo una mueca.
-¿Era malo?
Miré a Eleanor, que negó con la cabeza.
-¿Moría alguien?
Volvió a negar con la cabeza.
Me miró, pensando que si no le pasaba nada a nadie, yo no debería estar allí. Yo debería seguir sentada delante de una pantalla, viendo vídeos suyos, y  fantaseando con ser quien era ese momento.
Y sería Eleanor la que se pasearía con él pro las calles de Londres, enfundada en unos leggins negros, con un jersey que la hiciera más preciosa aún, cogida de su mano, y sosteniendo en la mano libre una taza del Starbucks.
Me sorprendió cuando asintió con la cabeza y susurró:
-Está bien. No te preguntaré.
Suspiré y le abracé.
-Gracias, mi amor.
Noté su sonrisa cuando me besó el hombro, acariciándome la espalda lentamente.
Cuando nos separamos, Eleanor ya no estaba allí.
-Joder, yo quiero hacer eso.
Me eché a reír y negué con la cabeza.
-¿Pagar lo que ha pagado ella por desaparecer cuando te dé la gana? A mí me parece que no merece la pena.
Me quitó el pelo del hombro y comenzó a besármelo lentamente, seductor. Me dejé llevar un segundo.
Solo un segundo.
Hasta que recordé cómo se habían mirado, cómo no había apartado la mano de ella cuando ésta la dejó caer, casualmente, en su pierna. Cómo se miraron a los ojos.
Cómo descubrió su mirada y su mente para dejarlo al amparo del examen de su ex novia.
Me aparté rápidamente y le sugerí ir a casa de mi hermano, ya que estaba vacía, para hacer lo que fuera.
Una chispa se prendió en mí cuando en sus ojos hubo un brillo de apenas una millonésima de segundos dentro de mi estómago.
Me dejé caer en el sofá, y abrí el libro por donde me marcaba el marca páginas. Él encendió la tele pero no le hizo ni caso, volvió con su procesión de besos  como si nada hubiera cambiado. Como si no hubiéramos cambiado de sitio, de casa, de sofá...
Lo miré, torciendo la cabeza.
-Quiero leer, Lou.
-Yo quiero otra cosa-replicó, subiendo hasta el cuello.
La chispa se convirtió en llama.
La mano de Eleanor en su rodilla hizo de esa chispa un volcán.
Y el volcán explotó sin que pudiera hacer nada por remediarlo.
Lo miré un segundo, solo un segundo, cerciorándome de que realmente era él, y no un holograma, al que le iba a chillar.
Abrí la boca y los gritos salieron solos; la lava del volcán de mi interior escapándose a borbotones sin causarme a mí otro sentimiento que la necesidad imperiosa de seguir y seguir dando voces, alimentándose la rabia de mi ser a sí misma.
Cuando terminé de gritarle, me di cuenta de que estábamos los dos de pie, a escasos metros del sofá donde antes nos habíamos localizado, uno frente al otro. Louis me observaba con los ojos impasibles, las manos en los bolsillos, como si estuviera esperando a que una de sus hijas terminara su rabieta porque no se le iba a comprar el juguete que ella quería, y punto. Se mordisqueaba el labio inferior sin parar de estudiarme.
No soy una puta cría, y esto no es una puta rabieta. Tengo mis razones.
Aún jadeante, con la respiración entrecortada, me crucé de brazos, notando el temblor de mis manos, y le devolví la dura mirada.
Terminé descruzando los brazos enseguida, pues, Dios sabía cómo, lo único que este hecho conseguía era ponerme todavía mucho más nerviosa, aumentar el frío que se había instalado en mi interior.
El frío que estaba esperando que Louis sacara las manos de los bolsillos, abriera la boca y me devolviera todos y cada uno de los gritos que yo le había dado, accediendo a construir el apocalipsis de nuestra relación.
Decidió sorprenderme sobremanera, (como siempre hacía, por otra parte), cogiéndome de las muñecas y estampando sus labios contra los míos.
Jadeé, me aparté de él y lo miré a los ojos. Nadé en aquellos pozos azules, curiosos y divertidos.
A mí no me hace ni puta gracia.
Excitados.
-Un beso no va a cambiar lo que siento ahora-gruñí por lo bajo, apartando la vista, bajando la cabeza. Me tomó de la mandíbula.
-Entonces, te besaré hasta que cambies de opinión.
Sacudí la cabeza.
-Tendrías que hacerlo miles de veces.
Al margen de que fueras capaz de sobreponerte a lo subnormal que has sido al ponerte a tontear con tu ex novia fantasma delante de tu actual novia, la usurpadora de tronos.
Me tomó de la cintura y me pegó contra él.
-Genial. Repetir lo que más me gusta mil veces. Perfecto.
Apoyó su frente en la mía, me acarició la nariz con la suya y comenzó a besarme lentamente. Nuestros labios se unían y se separaban como si no hubiera pasado absolutamente nada.
-Nunca tenemos una conversación normal. Madura.
-Es conmigo con quien estás hablando-me recordó, entre unión de bocas.
Negué con la cabeza, los ojos cerrados. Su aliento me abrasó las mejillas, pero yo no estaba de humor para dejar que la fan salvaje que llevaba dentro tomara las riendas de la situación; no en ese momento.
-No vas a conseguir eso. Sé por qué estás haciendo esto.
-¿Por qué?-gimió en mi cuello. Suspiré. No supe decir cuánto tenía ese suspiro de incredulidad y cuánto de cansancio y rendición. Seguía siendo Louis. Seguía siendo él quien mandaba.
Siempre era él quien mandaba.
-Estoy cabreada. No va a haber ese polvo legendario por el que estás luchando.
-¿Quieres apostar?-me retó.
Me eché a reír, eché la cabeza hacia atrás y pasé mis brazos alrededor de su cuello.
-Eres imbécil.
Volvió a salir el sol. Bueno, en realidad sonrió, lo que venía a ser lo mismo.
Miré la puerta cerrada del otro lado de la estancia, la que llevaba a una de las habitaciones que ni mi hermano ni mi cuñada usaban nunca. Los ojos de Louis se posaron en el pomo de la puerta, y, sin saber cómo, entendió lo que yo quería.
Comenzó a arrastrarme hacia aquella cama a pesar de que sabía que como se pusiera pesado era muy capaz de darle una bofetada.
¿Tú, pegando a Louis? Disculpa mientras me descojono.
Nos sentamos en la cama y dejó que me desahogara como una persona normal. Sin gritos. Sin gestos exagerados. Solo nuestras manos entrelazadas, mis ojos en nuestros dedos, en la pulsera, el anillo que me había regalado. Los suyos en los míos, comprensivos, inquisitivos, abrasadores. Deliciosamente comprensivos.
No podía haber estado nunca celoso de nadie. Era perfecto. Nadie podría quitarle nunca lo que le pertenecía por derecho propio: un juguete, el mando de la tele, un pastel... una chica. Era imposible que alguna vez en toda su vida hubiera tenido miedo de que alguien consiguiera arrebatarle lo que él más deseaba, quería, o tenía.
Pero era un detalle que se esforzara por comprender. Era genial que me escuchara con toda su atención, su azul más puro clavado en mí, absorbiendo todas y cada una de las palabras que salían de mi boca, como si fueran la palabra de un dios, el más poderoso, el mejor de todos. El suyo. Me encantaba que estuviera prestándome atención, escuchando mi perorata y las dudas interiores de una chica que no se merecía nada de la vida que tenía. No se merecía su fama, no se merecía sus amigos, no se merecía aquel novio perfecto que ahora le acariciaba suavemente el dorso de las manos con sus pulgares, volviéndola loca de amor... y tampoco se merecía el derecho de rechazar a su novio en cuanto a sexo se refería.
Parpadeé, aliviada, alcé la vista y crucé nuestras miradas. Las comisuras de su boca se alzaron en una media sonrisa perfecta. Una gran parte de mí deseó tirarse a sus pies y comenzar a adorarlo en ese preciso instante.
-Yo también sé qué es ponerme celoso, Eri-las yemas de sus dedos me acariciaron el cuello, destrozando el poco control que me quedaba. Si en ese momento me pedía largarnos a un prostíbulo y hacer una orgía con todas las fulanas que allí hubiera, yo correría a coger mi abrigo para no perder un segundo más. Lo necesitaba. Siempre lo hacía.
Dentro, fuera, donde hiciera falta. El caso era que tenía que estar conmigo.
-Y, la verdad-continuó, impasible ante los delirios de su novia-, es que no mola. Pero cuando tú te pones celosa... estás más guapa. No sé. Pareces boba. Te sienta bien parecer boba.
Me coloqué un mechón de pelo detrás de la oreja y me tumbé en la cama. Apoyé los pies en la pared y estudié mi anillo.
-A mí no me gusta. Sobre todo porque tengo mis razones. Las hay muchísimo mejores que yo.
-Son gilipolleces-espetó, acariciándome la mejilla. Sonreí, mirando al techo-. Me da igual cómo sean las demás. Yo te quiero a ti. Es contigo con la que quiero estar. Me da lo mismo si las demás son mucho más guapas o más listas, o que tú creas que lo sean. No hay ninguna como tú, y punto.
Me mordí el labio inferior.
-No son solo las demás, ni que sean mejores que yo. Es que yo soy española y tú eres inglés. Es que tenemos que esperar para vernos los fines de semana. Es que uno de los dos tiene que cruzar un mar que nos separa cuando necesitamos estar con el otro. No es solo mi competencia, sino todo lo demás. Hay más cosas que importan.
-Nada más que esto importa-replicó, pasándome las yemas de sus dedos por mis costados y sonriendo. Lo miré sin apartar los pies de la pared; las piernas en alto, casi verticales-. Simplemente me hace gracia que tengas miedo  de cada chica que se me acerca cuando sabes de sobra quién es la dueña de mi corazón.
Sus últimas palabras borraron la protesta que había nacido en mi garganta.
Tragué saliva, me humedecí los labios, y me llevé las manos a los hombros. Deslicé los tirantes de mi camiseta por ellos, me los sacudí de encima y dejé al descubierto mis pechos. Se sentó a mi lado en la cama, los recorrió con los dedos y me besó la boca. Capturó mi labio inferior con sus dientes y suspiré, deseándolo en mi interior.
Sus manos, como oyendo las súplicas de mi cuerpo, fueron hasta mi entrepierna, y me la acariciaron posesivamente, sabiéndose él dueño absoluto de mi ser.
-Me encanta cuando haces eso-dijo, contemplando mi semidesnudez postrada ante él-. Cuando me dejas mirarte. Besarte. Acariciarte-reiterando eso, la mano traviesa regresó a mi vientre-, tocarte-volvió a mi sexo y lo acarició con una suavidad tan extrema que enloquecí.
Arqueé la espalda y le di como ofrenda mis senos. Entreabrí la boca cuando, excitado, aumentó la profundidad de sus caricias.
-Sí... sí... ahí-jadeé, como si necesitara que le indicara. Se inclinó y me besó en la boca, en el cuello, en los pechos, mientras con su mano clamaba al mundo que yo era suya.
Total y absolutamente suya.