sábado, 1 de diciembre de 2012

Liam BolitaDeBillar

Louis se revolvió en cuanto el despertador comenzó con su marcha fúnebre, protestando por ver interrumpido su sueño.
-Apaga esa mierda, nena-exigió desde el séptimo cielo en el que se encontraba, dándose la vuelta y tirando de la manta con él, dejándome vulnerable ante el frío aire de mi habitación.
Encendí la luz como buenamente pude y, con los ojos medio cerrados, di manotazos hasta que aquella monstruosidad con forma de Hello Kitty decidió sumirse en el silencio.
Sí, tenía un despertador de Hello Kitty. Me lo habían dado a los siete años.
Estaba esperando al 25 de diciembre para que Louis me comprara uno, porque la gatita ya no emitía su música como era debido; no eran acordes suaves de sabía Dios qué canción, sino simplemente una marcha que bien podía ser llevada a cabo por tubas ardiendo, fundiéndose entre sí...
Bufó, disfrutando del silencio, y yo me obligué a no echarme a reír a carcajada limpia.
No me dejó levantarme de la cama, en cuanto sintió que la presión que ejercía sobre el colchón se evaporaba conmigo, se giró rápidamente y me enganchó la cintura.
-¿A dónde coño vas?-gruñó, con su típico humor y vocabulario mañaneros, esto era: ponerse borde cada dos por tres (pero seguía siendo adorable) y soltar tres tacos en una oración de dos palabras.
-Al instituto-repliqué entre risas, dejando que tirara de mí hacia atrás y poniendo morritos mientras me besaba la mejilla.
Me miró.
-¿Tienes algún examen hoy?
No le pido a Eri que venga a Inglaterra no por falta de ganas, sino porque está estudiando, y no quiero ser una distracción para ella. Por eso solo la veréis por aquí los fines de semana. El resto del tiempo soy todo vuestro, recordé que había dicho en una entrevista cuando le preguntaron por mí, en una de las pocas ocasiones en las que accedió después de mucho insistirle los chicos en hablar de su vida privada, de su chica, con el mundo.
Me hacía gracia que fuera tan celoso de su intimidad en esas ocasiones, que contestara con monosílabos a preguntas referentes a su familia... y que atesorara cada momento que compartíamos, que me atesorara a mí, como si fuera los planos de la sede del MI6.
-No-balé cual ovejita, incorporándome y poniéndome de pie. Hizo pucheros.
-¿Y mañana?
-Mañana sí-susurré, pasándome una mano por el pelo y recogiendo mis zapatillas, que había tirado por ahí la noche anterior... sonreí cuando vi mis pantalones colgando precariamente del borde de la cama, amenazando seriamente con precipitarse al vacío en breves instantes.
Se estiró para acariciarme las piernas con manos cálidas, y pensé seriamente en entregarle mi cuerpo, a pesar de que no tenía tiempo.
Debía hacerme la estrecha para que me suplicara que me quedara con él.
Pero le había dicho que tenía exámenes, graso error.
Los Tomlinson me habían dicho que a Louis le había importado una mierda toda su vida los exámenes, pero los míos parecían tener una posición jerárquica desconocida para los otros.
Asintió con la cabeza y la dejó caer en la cama mientras yo lo observaba con los brazos cruzados. Se tapó con la manta, dejando solo un pequeño agujero por el que asomaba un ojo, y me eché a reír. Pero más me reí cuando murmuró:
-Soy un búfalo cavernario.
-¡AY LA MADRE QUE TE PARIÓ!-repliqué, negando con la cabeza y dejándome caer en la cama, muerta de risa. Me tapé el rostro con las manos y saltó hacia mí, tirándome la manta por encima y echándose sobre mi cuerpo pataleante.
Saqué la cabeza para respirar y nos quedamos mirando. No estaba demasiado cómoda, pues había dejado el cuello justo en la parte de madera de los pies de esta. Me sonrió.
-Hola.
-Hola, pantera albina.
Esta vez fue él quien se echó a reír.
-Eres boba.
-Por la mañana no rijo, ya lo sabes.
Me incorporé lo suficiente para besarle en los labios.
-¿De qué es el examen de mañana?-preguntó, curioso, supe de sobra por dónde quería llevarme. 
-De una lengua asquerosa.
-¿Alemán?
Negué con la cabeza.
-¿Noruego?
Me mordí el labio, volviendo a sacudir la cabeza. Estuve a punto de espetarle si de verdad tenía cara de dar Noruego en mi instituto, pero me contuve para que pudiera seguir divagando.
-¿Francés?
Le acaricié la mejilla y sonreí.
-¿Me estoy acercando?
-Sí.
-¿Andorrés?
-En Andorra hablan español y francés, retrasado-sonreí, y él se encogió de hombros.
-No he estado nunca en Andorra, ¿sabes?
Le mordisqueé el cuello mientras él seguía pensando.
-¿Español?
-Cielos, no.
-Me rindo.
Mis manos se habían enfriado, por lo que dio un brinco cuando le acaricié con la yema de los dedos el pecho. Me incorporé todavía un poco más, puse una mano en su mejilla y le susurré al oído:
-Inglés.
Sonrió, se me quedó mirando, me tomó rápidamente de las muñecas y me tiró contra el colchón, colocándose sobre mí.
-El inglés no es asqueroso.
-Los ingleses lo son-repliqué, burlona. Sonrió.
-¿Quieres vomitar?
-Vaya que si quiero-repliqué, sonriendo y dejando que me besara por todo el cuerpo. Llevó sus manos por mi cintura hasta la punta de mis pies mientras me besaba la cadera, justo sobre la gran L que me había pintado él la tarde anterior.
-¿Puedes quedarte en casa?
Fruncí el ceño un segundo, sin apartar la vista de su boca.
-Así practicamos.
-¿El qué?-inquirí, sonriendo, él me devolvió la sonrisa.
-Un poco de todo.
Se inclinó hacia mí y me besó suavemente en los labios. Después de varios minutos besándonos, lo miré a los ojos y le pedí que me dejara salir. Se quitó de encima de mí de mala gana y volvió a esconderse bajo las mantas.
-Voy a avisar al coronel de que me quedo en la base para continuar con el tratamiento del soldado Tomlinson-hice el saludo militar y él me lo devolvió.
-Gracias, enfermera López.
Alcé una ceja, divertida.
-¿Aún te acuerdas de cómo me apellido?
-No, pero me acuerdo de por qué te llamamos ELo, por JLo, y me acuerdo de cómo se apellida ella, y entonces asocio ideas.
-Joder, Lou-repliqué, negando con la cabeza.
-Mejor que preguntarte cuatro veces cómo te apellidas es, ¿no?
-Sí... si no me lo hubieras preguntado trece.
-Había muchas Erika López López en Facebook-gruñó, dándome la espalda-. No es culpa mía.
-Tardaste tres semanas en agregarme.
-¡Porque no te encontraba!
-Zayn me añadió a los diez minutos de conocernos.
-Porque Zayn es bueno encontrando gente- se encogió de hombros y dio un brinco cuando me apoyé en su hombro y le devolví el beso en la mejilla que antes me había dado.
-Estoy de broma.
-Cállate.
-¿No me das un beso?
-Mira a ver si coges frío-replicó, apartándome con el pie.
-¿Me rechazas?-me carcajeé-. ¿Quieres dormir en el sofá?
-¿Vas a estar tú?
-No.
-Entonces no.
Noté su sonrisa antes incluso de que se girara y poder confirmar su existencia.
-Tienes que reconocer que sé quedar bien.
-Eso es verdad-le concedí, saliendo de la habitación antes de que volviera a liarme para quedarme dentro otros diez minutos.
Entré en la de mis padres sin llamar, mamá había encendido la luz de su lámpara de noche mientras yo cruzaba el pasillo.
-¿Puedo quedarme en casa?
E imitó a Louis.
-¿Tienes exámenes?
-Tengo mañana.
-¿De qué?
-De inglés.
Estuve a punto de añadir que tenía un inglés en mi cama, y que me ayudaría a perfeccionar mi lengua (guiño) inglesa (guiño, guiño, sonrisa boba, huida haciendo la croqueta y golpe magistral con paraguas).
Papá abrió los ojos y nos miró a su mujer y a mí.
-¿Qué?
-Va a quedarse.
-¿Tienes exámenes?
-Louis me va a ayudar a repasar inglés. Lo tengo mañana.
No dijo nada más, dejó caer su cabeza sobre la almohada, como siempre, y se durmió.
Mamá se estiró a coger un libro de su mesilla, era evidente que no tenía el mismo horario de sueño que mi padre.
-¿Puedo preguntarte por qué ha venido? Porque es evidente que por la cara que me pusiste ayer cuando te dije que tenías visita y aún no sabías que era él, no fuiste tú quien la invitó.
-No sé si querrá que lo sepáis-me excusé. Mamá frunció el ceño, empujó las gafas sobre el puente de su nariz y ladró:
-Tal vez yo no quiera que te quedes con él y pierdas clase.
Bufé.
-Sus padres. Se van a divorciar.
Abrió mucho los ojos y se me quedó mirando, asintió con la cabeza.
-Es como Iván. Ya sabes. Sus cuatro hermanas son como yo con Iván.
Volvió a asentir.
-Y sabe que no ellas no tendrán la misma suerte que mi hermano o él, porque ellas son mayores. Se acordarán. Él no se acuerda.
-Tu hermano tampoco.
Me encogí de hombros.
-Está más hecho polvo por eso que por lo del divorcio.
Mamá torció los labios, contempló las líneas de su libro y asintió con la cabeza.
-Está bien. Puedes quedarte.
Me estaba yendo cuando me llamó, obligándome a dar un par de brincos y volver la cabeza.
-¿Necesita algo?
Arrugué la nariz y negué con la cabeza.
-Solo a mí. Y no pensar. Creo que eso es todo.
-Está en su casa.
-Ya se lo he dicho yo.
-Dile que perdone a tu padre. No lo traga.
-¿No me digas?-repliqué, sarcástica-. Ninguno de los dos nos habíamos dado cuenta.
-No te pases, Erika.
-Perdón.
-No creo que le caiga mal, es solo que... entiéndenos. No estás casi nunca en casa, y cuando estás piensas en ellos.
-Ya-asentí, quería largarme de allí. Pasé las manos por la parte anterior a las rodillas de las piernas, arriba y abajo, arriba y abajo... y me sonrojé al recordar que no llevaba pantalones, y mi camiseta era la suya-. Sé que es envidia.
Si me tratarais mejor...
-Supongo que sientes las cosas más fuerte a tu edad. Disfruta de él. Parece buen chico.
-Qué capacidad de convicción tengo-sonreí, mi madre me imitó-. Pasa de ser un vivales alcohólico a un buen chico. Me gusta. Debería meterme a política.
-Adiós prestigio social.
-Hola pasta gansa. Sí señora. La política es lo mío. Miento que da gusto-asentí, me tiré de la camiseta y dejé escapar una suave risa.
-Lárgate, anda-replicó mamá, riendo entre dientes y depositando las gafas sobre su mesilla.
Me metí debajo de las mantas y me acurruqué contra él. Me pasó un brazo por la cintura y con la otra mano continuó mirando sus mensajes en el teléfono. Había sido buena idea la de intentar convencerlo de que lo encendiera y hablara con los chicos, ahora debatía felizmente con Liam sobre las maneras de derrocar el monopolio de la cuchara en la sopa.
-¿Cómo se come Liam el McFlurry?
Frunció el ceño, alzó la cabeza y contempló el cabecero de la cama. Por fin, me miró.
-¿De dónde sacas tú esas preguntas? En serio, me preocupas. Entre esta y la del otro día de: Oye, Louis, y las cigüeñas, ¿qué dicen cuando van a tener cigüeñitas? ¿Que les vienen los humanos?, tienes el cupo lleno.
-La del jueves por Skype fue mejor. ¿No te acuerdas de que te caíste de la silla de la risa?
-Ah, joder, tenía que haberla anotado-se pasó una mano por el pelo y negó con la cabeza-. ¿Cómo era?
-No me acuerdo ya.
-Tenemos que anotarlas. En serio. Deberíamos escribir un libro con nuestras tonterías. Sería como 50 sombras de Grey. Lo leería todo el mundo, aunque muchos dijeran que no lo hacen.
-Mamá no me deja leer 50 sombras de Grey-repliqué, haciendo sobresalir el labio inferior. Colocó su índice en él y lo movió rápidamente, haciendo temblar mi boca. Sonreí.
-Porque tu madre no sabe cómo te pervierto por las noches.
-¿Me lo regalas para Navidad?
-Sí, claro, como que vas a abrir ese libro delante de las gemelas. No me jodas, Eri-puso los ojos en blanco y yo le di un azote en el culo.
-¿Seguro?
-¡NO!-bramó.  Me faltó el Jimmy protested en esa frase, pero fue suficiente para recordarme a los vídeo diarios.
Comencé a mordisquearle el lóbulo de la oreja mientras él sonreía. No se apartó ni una sola vez, a pesar de que le estaba haciendo unas cosquillas infernales.
-Eres una cabrona por hacerme chantaje de esta manera.
-Imagínate la cantidad de cosas que puedo aprender. Cosas malas. Cosas que querré poner en práctica.
Se me quedó mirando.
-Vístete. Vamos a por esos libros ahora.
Sonreí, tiré de él y me senté a horcajadas sobre sí.
Me acarició las piernas desnudas y sonrió.
-Me encanta cuando haces eso.
Me incliné para besarle la boca mientras sus dedos seguían recorriéndome, activando la electricidad de mi interior, electricidad que bastaría para llenar la red de cableado del estado (el estado, no solo la ciudad, sino el estado) de Nueva York.
-¿Sabes lo que me encanta a mí?
-¿Cuanto te acaricio como ahora?
-Aparte de eso.
-¿Cuándo?
Le pasé una mano por el pelo y se echó a reír.
-¿Sabes lo que me pone? No-negué con la cabeza-, no lo sabes. Me destruyes, ¿me escuchas?, des-tru-yes los ovarios cada vez que haces eso. Cada puta vez. Porque pienso, joder, míralo, qué bueno está, Jesucristo Superestar.
Se rió con más ganas.
-Qué loca estás, nena.
-Ya lo sé-lo besé en la frente y me senté a su lado.
-Así que, ¿estoy bueno, eh?
-Que no se te suba a la cabeza.
-Es tarde.
-Dios, Louis, mírate al espejo. Mira a los demás. Incluso Liam BolitaDeBillar está bueno tal como está.
-¿Puedo decírselo?-dijo, sonriendo, mientras me sacudía el teléfono a la altura de los ojos.
-Díselo, díselo-le insté.
Volví a tumbarme a su lado solo para ver la procesión de JAJAJAJAJA que le envió Liam, Liam BolitaDeBillar.
-Ah, por cierto. Mi madre me ha dicho que perdones a mi padre por no aguantarte.
-En el fondo le entiendo-replicó él, haciendo dar vueltas a su teléfono después de despedirse de Liam, que iba a intentar dormir más, y bloquearlo.  Me miró y se encogió de hombros ante mi fruncimiento de ceño-. Quiero decir, ponte en su lugar. Imagínate lo que debe de ser que un extranjero gilipollas venga a quitarte a tu hija. Tu preciosa hija. Tu inocente hija.
-He captado la adoración que sientes hacia mi persona, amor. Adoración no compartida por tu suegro.
-Que tu padre es tonto ya lo sé yo de hace bastante tiempo. De cuando viniste corriendo a Inglaterra, ¿te acuerdas?
Asentí.
-Sí, ahí me di cuenta de que debías de ser demasiado lista para contraponer la gilipollez de tu padre-asintió con la cabeza, meneó la mandíbula y abrió mucho los ojos.
-¿Pasaremos el fin de año aquí?-pregunté. Se me quedó mirando.
-¿Por?
-Acabas de decir que no abriré el libro porno por excelencia delante de tus hermanas, lo que significa que en Navidad los dos estaremos en Doncaster.
Asintió.
-Supongo, ¿no quieres?
Me encogí de hombros.
-Tenemos que administrarnos el tiempo.
-Como es nuestro primer fin de año siendo ocho, seguramente hagamos algo especial.
-¿El 6 de enero es fiesta?
Negó con la cabeza.
-Vale. El 6 de enero venimos a España, y así veo a mi familia, ¿qué te parece?
-Que nos queda tiempo de sobra para hablarlo-se dejó caer en la cama, tomó aire y lo soltó montando un auténtico escándalo.
-¿Qué quieres para tu cumpleaños?
-No me empieces a estresar con que me hago mayor a una velocidad de vértigo, ¿vale, nena?
-Pero algo te tendré que buscar-repliqué, terca como una mula, como solo yo sabía serlo. Pasé la cabeza por su pecho y la apoyé en él; rápidamente me pasó un brazo por los hombros, contento de nuestro contacto.
-No quiero nada.
-Oh, ya lo creo que quieres algo.
-¿Por qué no entiendes que tal vez haya gente como tú con nuestro disco? Tal vez sea verdad que no quiera nada.
-Me sentiría muy mal escuchando Take Me Home antes que las demás fans-me excusé-. ¿Tú no harías lo mismo si te ofrecieran la oportunidad de escuchar un disco de Robbie un mes antes de...?
-Diría, ¡trae pa acá!, y me lo aprendería a los dos minutos. Así soy yo. Igual soy muy raro-me interrumpió rápidamente, besándome la mejilla-. Pero eso de que no quieres escucharla antes que las demás... es muy noble por tu parte.
-Total, la mitad las he leído, y la otra mitad no paráis de cantarlas a voces por casa.
Sonrió.
-Nunca es lo mismo que gritemos la letra o que las leas a que las oigas tal y como son.
-Prefiero esperar. Lo bueno se hace esperar.
Su sonrisa se ensanchó un poco más, asintió con la cabeza y contempló el reloj, cuyo segundero se alejaba irremediablemente de la hora en la que yo debía estar sentándome en mi mesa en el instituto, esperando impaciente la llegada de Alba y Noemí, chillando cuando las viera que faltaban tres días para regresar a Londres, y ellas sonreirían y chillarían que así era, y un profesor (normalmente la que me había dado Francés en segundo) metería la cabeza en clase y nos ordenaría cerrar la boca de una maldita vez.
Le coloqué la mano en la mandíbula y le obligué a mirarme.
-¿De qué te ríes?-inquirí, confundida y curiosa a la vez. Era impaciente, todo el mundo lo sabía, hasta las Directioners más despistadas conocían ese dato, especialmente por las veces en que en las Twitcams llamaba por teléfono y se ponía a bramar que dónde mierda lo metía la gente a los dos timbrazos.
Le había costado muchísimo aguantar el año que tuvo que esperar para volver a The X Factor, le había costado muchísimo estarse más o menos calmado aquellas 23 horas, se había devorado por dentro pensando aquí nos echan cuando el presentador tardaba demasiado en anunciar quién pasaría a la siguiente ronda en el concurso...
Por eso me extrañó tanto que se girara y sonriera cuando le dije que lo bueno se hacía esperar; me había descolocado por completo que no me diera un tortazo y me dijera que no fuese imbécil... bueno, lo del tortazo se omitía, Louis podría pegarles a las demás en caso de necesidad, pero dudaba muchísimo que se atreviera a levantarme la mano a mí.
-De que te estuve esperando 20 años, y vaya si eres buena-replicó, inclinándose hacia mí y besándome suavemente en los labios. Le acaricié la mejilla y sonreí.
-Oh. ¿Ves? Me destrozas por dentro. Adiós ovarios-gruñí, y él se echó a reír.
-Qué tonta eres, tía. Es una cosa demencial. Estoy empezando a preocuparme.
Nos reímos juntos, volvimos a besarnos y nos acurrucamos el uno contra el otro. Era demasiado temprano para desayunar (su reloj biológico le indicaba que era una hora menos, osea, las 7 y media, hora a la que nunca se levantaba).
Y seguimos así hasta que me sonaron las tripas, acostumbradas a un desayuno mucho más temprano. Mis padres aún no se habían levantado de la cama, cosa rara en ellos, cuando él y yo salimos de mi habitación.
Revolví en la cocina en busca de unas galletas mientras él se quedaba mirando la despensa, buscando sus eternos cruasanes, cruasanes que en mi casa no existían.
-¿Te frío un huevo?-espeté, echando leche en mi taza y revolviendo en la nevera con la esperanza de encontrar un poco de café para él.
Se encogió de hombros.
-No, déjalo, vamos a hacer demasiado ruido y despertar a tus padres.
Metí mi taza en el microondas y me lo quedé mirando.
-Te lo frío ahora.
-Si no sabes-se burló.
-Te importa una mierda despertar a mis padres, incluso te gustaría despertar a mi padre, reconócelo-ataqué yo. Se encogió de hombros y se echó a  reír.
-Ya oíste a mi madre ayer. Compórtate, Louis, ¡compórtate!-imitó a Jay, poniendo voz de mujer y llevándose las manos a las caderas. Le respondí con una de las mayores carcajadas, de las primeras del día.
Coloqué dos mantelitos en la mesa y le ordené sentarse.
-No tengo desayuno-se quejó.
-Ahora te preparo algo.
-No quiero que me prepares nada. Puedo hacérmelo yo, ¿sabes? Tengo los estudios necesarios-puso los ojos en blanco y negó con la cabeza, luego asintió, muy orgulloso de sí mismo-.Sí. Tengo estudios.
-Repetiste.
-Me lo vas a recordar hasta que me muera, ¿eh?-suspiró. Sonreí y me senté en sus rodillas.
-Sabes que lo digo con cariño... repetidor.
-Empollona.
Le revolví el pelo y él bufó un suave ¡para!, me levanté y recogí mi taza humeante. Una vez le eché el Cola Cao, me la llevé a los labios y contemplé cómo rompía un huevo y lo dejaba caer en la sartén con un arte y un estilo dignos del mejor cocinero español.
Se echó café en una taza, un poco de leche y lo introdujo en el microondas sin perder de vista su huevo.
-Tienes bacon en la nevera-le informé, soplando mi desayuno y haciendo que una nube blanquecina flotara por la cocina hasta desaparecer del todo, fusionada con el aire.
-¿Cómo voy a tener bacon?-espetó. Me encogí de hombros.
-A mí me gusta. Sí, lo sé, te parece rarísimo: yo comiendo algo que engorda tanto y que esté tan bueno como eso, abandonando por una vez mi dieta de conejo de la pradera-giré el anillo hasta colocar la pequeña cerradura en la posición correcta y lo estudié mientras masticaba un trozo de galleta.
-Con esto me arreglo.
-Te doy galletas. Bueno, solo una, que si te doy varias te las comes todas.
-Gracias, nena-replicó, irónico-. Eres taaan hospitalaria.
-Estoy de broma.
-El día que no estés de broma se acaba el mundo.
-El 21 de diciembre me pondré seria.
-¡Moriré con 20 años! ¡Sí, gracias, señor!-clamó al cielo, alzando los brazos y cayendo sobre sus rodillas.
-¡Aleluya señor! ¡Puedo andar!-bramé yo, poniendo acento afroamericano, recordando cuando lo había hecho una compañera en clase.
Louis se levantó, dejó caer su huevo en el plato y lo llevó hasta la mesa, donde yo terminaba de devorar mis galletas. Le acerqué la caja y él me sonrió, terminó abriendo la puerta de la nevera e introduciendo unas lonchas de bacon en la sartén, todavía caliente.
-Calla-me ordenó cuando vio mi sonrisa divertida y sarcástica al volver otra vez a por el plato y devolverlo a la mesa lleno.
-No tienes pan-murmuré, haciendo pucheros; él hizo un gesto para quitarle importancia.
-Nena: soy inglés. Puedo comer sin pan. Sé comer sin pan. No como otras.
Me quedé boquiabierta, mirándolo.
-¡Le dije a Liam que no hacía falta que caminara dos calles para cogerme un bollo por la mañana!-protesté.
-Estaba lloviendo-me recordó, pinchando con aburrimiento el huevo en su tenedor y llevándoselo a la boca-. A cántaros. Volvió empapado.
-¿Quieres que me suicide?
-No. Quiero verte sufrir. Mola.
-Te va el masoquismo, ¿eh?
Me dedicó una sonrisa pícara sobre su taza.
-No lo sabes tú bien, hija de mi vida.
Meneé la cuchara de un lado a otro mientras él daba buena cuenta de su comida, aburrida.
-Louis...
-¿Mm?
-¿Lo has probado alguna vez?
-¿El qué?-inclinó la cabeza hacia un lado y continuó rumiando su último trozo de bacon.
-El sado.
Frunció el ceño.
-¿Tengo cara de haber probado el sado alguna vez?
Me encogí de hombros.
-¿Te digo de qué tienes cara?
-¿Te digo de qué la tienes tú?
Volví a revolverle el pelo mientras llevaba los restos de mi comida al fregadero, ganándome un Me cago en mi madre, que dejes mi pelo tranquilo, hostia de recompensa.
Protestó fervientemente cuando le quité el plato; me obligó a amenazarle con clavarle el tenedor en la mano, a lo que respondió agachando la cabeza exactamente igual que lo hacía mi perro cuando le reñías y asintiendo lentamente. Le besé la mejilla y me llevé las cosas.
-No tienes que hacer eso.
-Tú lo haces en Doncaster.
-Porque soy un caballero-se hinchó cual pavo, muy digno.
-Yo soy buena anfitriona.
-En serio, Eri. No hace falta. Bastante estás haciendo con...
Llegué justo a tiempo de no dejarle empezar, coloqué mi índice en sus labios y negué con la cabeza.
-¿Con qué? ¿Metiéndote en mi cama? ¿Monopolizándote por completo? Por favor, Lou-puse los ojos en blanco y él me mordió el dedo-. Por favor. Sabes que me encanta tenerte en casa y ver cómo te da caña mi padre.
-Eres el demonio-farfulló con los ojos entrecerrados. Me apoyé en sus rodillas y musité:
-Puede ser.
Me incliné hacia su boca y nos besamos lentamente, él sonrió cuando escuchó el ruido de mis padres al levantarse.
Cuando nos separamos, me acarició suavemente la pierna y me dedicó una tierna sonrisa que me derritió por dentro. Tiré de él y nos metimos en la habitación de nuevo, no sin antes entrar en el baño a lavarnos los dientes y salpicarnos un poco (para él salpicarme un poco significaba hacer que mi pelo chorreara, literalmente), volviendo a tirarnos en la cama.
-¿Cuántas galletas has comido?
-Dos-contesté, asintiendo con la cabeza mientras me arrastraba sobre mi vientre para conseguir meterme debajo de la manta.
Vi cómo fruncía el ceño y asentía con seriedad.
-Suelo comerme una. A veces incluso no puedo con ella-me escudé, besándole el pecho. Él volvió a asentir, distraído, con la vista perdida, sumido en sus pensamientos, en cómo conseguiría convencerme de que debía comer más, que podía volver a ser una vaca y que él me seguiría queriendo, y ese largo etcétera de cosas que podía leer en sus ojos cuando miraba como miraba ahora la pantalla negra, apagada, de la televisión.
-No te enfades.
-No lo hago-se encogió de hombros-. Es que... me parece...-se giró para mirarme, volvió a encogerse de hombros mientras me acariciaba la espalda-... tan poco.
-Bueno, está claro que si me comparas con Nialler Irlandés Horan no como una mierda.
-Estás perdiendo el favor de Niall-se burló. Sonreí.
-¿Tan mal le parece?
Negó con la cabeza.
-Ha llegado a acostumbrarse, pero antes fue un palo para él.
Me incorporé en la cama y me lo quedé mirando, con el pelo todavía por la cara, pues aún no se me había ocurrido que peinarme sería una óptima idea.
-¿Antes?
Asintió, sonrió, acomodó la espalda en el cabecero de la cama y me acarició suavemente la mano que había colocado en su vientre, disfrutando de la dureza de este.
-Cuando dejaste de... ya sabes, comer... le rompiste el corazón a Niall.
-Os lo rompí a todos.
-Más a él.
-Niall ama a la comida. No le culpo por ello. Antes yo también era así. Pero él puede permitírselo, y yo no.
-Niall estaba enamorándose de ti-me espetó de repente, clavando los ojos en mí, estudiando mi reacción.
Me quedé helada, nadando en aquellos ojos grisáceos, ante los míos se volvieron total y absolutamente azules, perdieron la contaminación que había en los de Louis, las pequeñas nubes, y se tornaron brillantes, igual que los de mi irlandés favorito, mi único irlandés.
Recordé cómo le encanta que me sentara a la mesa y que compitiéramos por quién era capaz de comer tanto en tanto tiempo, recordé cómo le hacía gracia cuando yo soltaba el tenedor y bramaba que seguro que estaba tirando la comida fuera de su boca cuando yo no miraba, pues no era normal que alguien como él fuera capaz de meterse entre pecho y espalda tal cantidad de comida, recordé la cantidad de veces que me hice un sándwich y tuve que hacerle otro a él.
Recordé la primera vez que no probé bocado de mi comida, cuando aparté mi primer plato, y recordé cómo me miró.
Decepcionado.
Dolido.
Al principio había pensado que era porque rechazaba un plato, lo cual podía atribuírsele si tenías un mínimo conocimiento de él. Pero ahora todo encajaba.
No le había dolido que hubiera dejado de comer; aquello había sido secundario.
Le había dolido que eligiera alejarme de lo que a él más le gustaba de mí, de lo que amaba en silencio.
Pero yo quería a Louis. Es decir, les quería a todos, se podría decir incluso que estaba enamorada a mi manera de todos y cada uno de ellos, pero Louis siempre iba a tener un hueco especial en mi corazón.
Y, sin embargo, no concebía mi vida sin ninguno.
Y menos Niall.
Niall dejaría un agujero en mí, si algún día llegaba a marcharse, con el que no soportaría vivir.
Me imaginé saliendo con él, besándole a él, durmiendo con él, amándole a él...
Tal vez aún fuera virgen.
Tal vez mi padre lo soportara porque hablaba su idioma.
Tal vez me lo pasaría mucho mejor con alguien que se riera de todas mis bromas a con alguien que las mejoraba.
-Te amo a ti-le susurré a Louis, sacudiendo la cabeza, pues eso no importaba. Nada importaba.
Nadie podría nunca reemplazar a mi pequeño BooBear, nadie podría quitarle su sitio, el sitio que le pertenecía por nacimiento.
Ni siquiera Niall.
-Lo sé, pequeña. Lo sé-me besó la frente, yo me incorporé para que me besara los labios, deseo que cumplió sin tardar.
-¿Por qué no me lo dijisteis nunca?
-Porque no queríamos que te sintieras mal. Bastante tenías con la anorexia como para saber que habías fastidiado a Nialler.
-Me siento mal por él-confesé.
-Te sigue queriendo, tú tranquila. Ya no de ese modo, pero...
-¿Habrías hecho algo?-inquirí-. ¿Habrías intentado hacerle cambiar de parecer? ¿Habrías intentado ponernos uno contra el otro?
Meditó un momento.
-Niall es Niall-caviló. Tragué saliva.
Niall estaba por encima de mí.
-Pero tú eres tú. No sé qué habría hecho de no haber estado ya contigo. Pero tienes que entender que una vez te probé ya supe que no dejaría que nadie, ni siquiera uno de los demás, te apartara de mi lado.
Me apartó un mechón de pelo de la oreja y contempló mi sonrisa, pasó su pulgar por mi mentón, por mis labios, acariciándolos con una dulzura casi desconocida, y solo casi, en él.
-Tengo que darle más besos a Niall de vez en cuando. Le tengo abandonado.
-Nos tienes a todos abandonados-se burló Louis, estirándose para coger el teléfono.
-Tendríais que habérmelo dicho.
-Niall no iba a intentar nada contigo, no lo haría ni aun sabiendo que yo no iba a hacer nada por impedirlo, y lo sabes. Es demasiado bueno.
-¿Qué harías tú si tú fueras Nialler?
Suspiró.
-Sentarme a comer mientras veo La sirenita en español.
Puse los ojos en blanco.
-Va en serio, Lou.
-Lo mío también. Vale, en realidad no-me concedió. Se fue hundiendo poco a poco en la cama hasta quedar a mi misma altura, nos observó un par de segundos y se dio la vuelta para apoyarse sobre los codos. Comenzó a teclear salvajemente, esperando impaciente la respuesta de alguno de los chicos-. Creo que no intentaría quitarle la novia a ninguno de los chicos. Pero seguramente estaría de mal humor hasta que me llevaran por ahí de fiesta, ¿sabes? No sé... Miami, Ibiza... Una fiesta de esas que nunca olvidas.
-Tú estás de mal humor constantemente.
-No es mi puta culpa que me borren las partidas de Pro Evolution Soccer cada dos por tres, ¿sabes? ¿SABES LO QUE ME COSTÓ CONSEGUIR A CRISTIANO RONALDO?-bramó. Me eché a reír-. Venga, ahora en serio. No me lo tomaría como Niall, porque Niall es muy bueno.
-Es un santo.
-Es un santo irlandés. San Niall-rompió a reír a carcajadas, seguramente imaginándose a Niall con una toga, alzando las manos al cielo, y diciendo ¡Os bendigo a todos, hijos míos!
Terminó estirándose en la medida de lo posible para coger el ordenador, negándose en redondo a sacar el cuerpo de la cama, no fuera a ser que yo le quitara el sitio. Una vez consiguió su portátil, volvió a meterse rápidamente bajo la manta, abrió la tapa y observó la pantalla mientras se encendía. Me acurruqué contra él y le pregunté qué iba a hacer.
Me respondió que ver vídeos, pero no especificó cuáles. Tampoco me dejó incorporarme para leer, sino que me ordenó que estuviera quieta en mi sitio; no tuve más remedio que obedecer.
Mientras intentábamos conectarnos a Internet, el móvil le vibró. Se estiró para alcanzarlo, sonrió, tecleó varias veces, y tamborileó con los dedos en el teclado del ordenador, esperando respuesta.
Soltó una risa sarcástica al recibirla, negó con la cabeza.
-¿Qué?-inquirí, curiosa. No había nada peor que no saber de qué hablaba alguien a quien tenías al lado... y menos cuando ese alguien se reía.
Negó con la cabeza, susurró nada.
-¿Con quién hablas?-vale, si estaba intentando picarme todavía más la curiosidad, estaba consiguiéndolo.
-Con Liam.
Me puso una mano ne el muslo y me mordí el labio, mirando esa fuente de corrientes eléctricas, dulzura y placer a partes iguales.
-¿Estás bien?
Asentí.
-Guay, Liam preguntaba por ti-se explicó. Se apresuró a teclear en la pantalla de su teléfono ferozmente. Yo me incliné hacia él y le mordisqueé el lóbulo de la oreja.
Ahora Niall estaba bien, seguramente ya le hubiera echado el ojo a alguna otra chica, tenía chicas de sobras para elegir, así que, ¿por qué preocuparse de mi irlandés? Las cosas habían pasado hacía meses, la herida se había cerrado, había cicatrizado, la cicatriz había  desaparecido hacía mucho tiempo.
-Lou...
-Mm-gimió, cerrando los ojos, disfrutando de mis labios, especialmente cuando llegué hacia el punto en el que su mandíbula desaparecía en su cuello, bajo su oreja.
-No quería que apartaras la mano.
Sonrió, me miró, estudió mis labios, y terminó buscando mi boca. Suspiramos a la vez cuando nuestras lenguas se persiguieron, como siempre hacíamos.
Noté cómo me sonrojaba cuando buscó el vídeo que nos habían hecho cuando cantamos en el hospital. Sonrió, me besó la cabeza cuando me vimos abriendo la  boca al ponerse él mismo a rapear Starships, me eché a reír con la yo de mi vídeo cuando me lanzó la gorra que había pedido prestada del público; canturreamos a la vez la versión de Toxic del reparto de Glee, y nos besamos cuando ambos nos pusimos rojos al preguntarnos una chica si podíamos cantar Valerie, guiñarnos un ojo y soltar:
-He oído que es especial para cierta parejita.
El Louis del hospital se pasó una mano por el pelo, mientras el Louis que estaba en mi cama acercó su deliciosa boca a mi oído y susurró:
-Pam. Adiós ovarios.
Me eché a reír, le miré por el rabillo del ojo y musité:
-Estás fatal de la cabeza, Tommo.
Sonrió y me mordisqueó el lóbulo de la oreja.
-Defectos de fabricación. Ya sabes.
Asentí con la cabeza y me giré. Contemplamos nuestros rostros, el suyo un poco ensombrecido al estar de espaldas a la luz, pero, aun así, pude nadar en aquel mar azul que tenía en sus ojos. Me mordí el labio inferior, él suspiró, se inclinó hacia mí y posó sus labios lentamente en los míos.
En el vídeo, nos pidieron que cantáramos Don't wake me up.
Acaricié su cuello con la yema de los dedos.
-Si esto es un sueño, no me despiertes.
-No es un sueño-replicó él.
-No me despiertes, entonces-musité.
Seguimos besándonos despacio, como si fuéramos a rompernos, mientras la lluvia llenaba la habitación con su suave sonido.
-Me encanta el sonido de la lluvia-le confié. Se dio la vuelta, miró por la ventana las gotas que se escurrían en una carrera incomprensible por los cristales, las que se precipitaban directamente contra el suelo, azotándolo como pequeñas bombas, asintió con la cabeza y se estremeció cuando le besé el cuello, deseando no salir de mi cama, deseando poder quedarnos horas, días, semanas, meses y años allí dentro, ajenos de todo y de todos, sin que nada nos hiciera daño. Nos protegeríamos con un escudo como el de Bella en Amanecer, nada nos afectaría. Solo saldríamos de aquella nube de calma para coger víveres o ir al baño, tal vez, disfrutar allí también de un remanso de paz.
Se giró para mirarme, sus ojos brillaban.
-Tengo una idea.
-Oh, Dios-repliqué yo. Soltó una risita sarcástica.
-¿Qué?
-No sé si quiero oírla.
-No vas a oírla. Mis ideas se sienten-¿me había alzado las cejas en actitud sugerente? No pude procesar la información, pues volvió a abalanzarse sobre mí. Dejó el portátil en el suelo mientras metía sus manos bajo mi ropa, explorando mi piel cálida con sus manos no tan cálidas.
Me estremecí cuando sentí cómo tiraba de mi camiseta hacia arriba. Se libró de ella y me besó el pecho desnudo.
Uno de mis padres, o probablemente incluso los dos, abrió uno de los cajones de la cocina en busca de una cucharilla.
Una cosa era acostarnos mientras veían la tele, con un pasillo y puertas cerradas de por medio, y otra hacerlo mientras desayunaban, sin otra distracción que la lluvia.
-Louis...
Alzó la cabeza y me miró. Sonrió, y dejó de importarme todo.
Que entren. Que nos encuentren. Que nos echen.
Tenía un deje de cazador en su mirada que apenas había visto antes, un deje de cazador mezclado con algo travieso que no logré identificar.
Subió lentamente hasta tener su cara frente a la mía, sus ojos abrasando mi alma, sus labios quemando los míos con su aliento. Cerré los ojos y esperé a que me besara; en lugar de hacerlo donde yo lo esperaba, llevó su boca hasta mi oído.
Me acarició despacio un seno mientras susurraba:
-Vamos a rememorar algo.
Abrí los ojos y lo miré.
-¿El qué?
Se dedicó a besarme el cuello, a mordisquearlo, a volverme loca. Creí que no me había oído, pues tardó casi cinco minutos en llegar hasta mi clavícula, y no fue hasta entonces cuando replicó:
-Ya lo verás.
Se libró de mis pantalones mientras yo no dejaba de estremecerme por su contacto. Acarició lentamente mis piernas, bajó hasta mis muslos y me besó el ombligo cuando comenzó a tirar del elástico de mis bragas.
Oh, por favor, ¿tienes que torturarme tanto?, pensé para mis adentros, mordiéndome el labio inferior para reprimir un gemido.
Arqueé la espalda y sonrió, sabedor de que me tenía exactamente donde él tenía. Exhibió sus blancos dientes, victorioso, y me soltó:
-Tendrás que armarte de paciencia esta semana, Eri. Vas a necesitarla.
Supe lo que se proponía en cuando su boca comenzó a bajar de mi ombligo, incluso antes de tenerlo en el centro de mí, jugando conmigo.
Enredé mis manos en su pelo mientras por mi cabeza solo pasaba una frase.
Louis es mío.
Vaya si lo era.

Tiré de la camiseta de rayas, la camiseta de rayas más mítica de toda la historia de las camisetas de rayas, alcé la cabeza y lo miré. Se las había arreglado para encontrarla como si la llevara siempre a buen recaudo, siempre a mano, sabedor de que adoraba esta camiseta por su valor sentimental: era la camiseta por excelencia de Louis, era la camiseta típica de los conciertos... y era la camiseta que llevaba puesta la primera vez, la única primera vez, que lo vi.
Me acomodé un poco más contra su pecho, suspiré, me besó la cabeza y cerró un poco más su brazo sobre mis hombros, pegándome a él. Habíamos estado hablando con Lottie un rato por Skype, pero ella se había excusado diciendo que su hora de estudio libre en la universidad se estaba acabando. Sus otras hermanas tenían clase, así que no había ninguna posibilidad de que él pudiera hablar con ellas.
Sabía que necesitaba verlas, decirles que estaba bien, ver si ellas estaban bien... como un león con su manada, Louis cuidaba de sus hermanas como si de sus propias hijas se trataran.
Estiró el brazo que me rodeaba para coger el cable USB que había en mi mesilla, echa un desastre elevado al cuadrado debido a su mera presencia. Lo conectó con su móvil y lo enchufó en el portátil.
-¿Vas a subir las fotos?-pregunté, divertida. Las Directioners me comerían viva cuando vieran aquellas fotos, pasaría de ser la novia de nuestro querido BooBear a la zorra que está coaccionando a BooBear.
-Puede. Pero hoy no. Que entonces se arma buena. Se supone que estoy convaleciente en casa-hizo el típico gesto de las comillas y yo asentí con la cabeza-. Se cabrearán.
No las Directioners, no los de arriba, sino alguien muy superior. Muchísimo más superior.
Los mánagers.
Se suponía que tendría que estar preparándose para la pequeña gira Europea que los chicos tenían planeada, y no en mi casa, en mi cama, conmigo. No.
Pero, sin embargo, así era. Y subir fotos que demostraban lo contrario de una forma tan evidente sería como tirarles un petardo dentro de casa. La mayor de las provocaciones.
-¿Me las mandas por correo?-inquirí. Sonrió.
-Iba a colgarlas en Facebook y a ponerlas privadas, pero si quieres...
-Facebook está bien-espeté, controlando mis ganas de ponerme a chillar de alegría. A él me importaban un carajo los mánagers, estaba claro. Yo era la loca histérica por las reglas, él, el conejito (¿lo pillas, El? Por que le gustan las zanahorias) libre que se las saltaba todas y cada una, sin dejar una sin quebrantar.
Harry estaba conectado al chat de la red social, y nos empezó a bombardear a mensajes en cuanto nos conectamos.
-¡ROMEO! ¡JULIETA! ¡CUÁN LARGA HA SIDO LA ESPERA, DICHOSOS LOS OJOS!
-¡Bienaventurada mi vista, mi amado Harold! ¡Bien hallado seas! ¡Qué gran gozo poder saber de tu presencia!-escribí yo, mientras Louis sonreía.
-Vos y vuestro delicioso vocabulario, milady. Dios os acoja en su gloria en años más bien lejanos.
-Dios te oiga y la rueda de la Fortuna gire siempe para tu disfrute y alegría, querido.
-Venga, Edad Media aparte. ¿Qué tal, gente?
-No nos quejamos, no de momento. Ya verás cuando ella lleve un par de días conmigo en plan depresivo, estará deseando que me vengáis a buscar.
-Molan las fotos.
-Gracias.
-Se nota un huevo que son en la cama, por eso molan.
-Cállate, no se ve nada.
-¿Cuál va a ser la foto de perfil?
Louis y yo nos miramos, y los dos señalamos la misma. Colocamos los dedos en la pantalla, señalando la foto en la que nos estábamos besando con los ojos cerrados, y nos echamos a reír.
Las demás tenían algo divertido; los dos haciendo muecas raras, uno besando al otro en la mejilla mientras le otro o sonreía o ponía una cara divertida... pero nada comparado con la del beso.
La primera foto que yo tenía besándome con alguien, según podía recordar.
Me pareció muy extraño no haberme hecho ninguna con él, haber tardado más de tres meses para la primera.
-La del beso.
-Les doy a me gusta como un ninja. ¡Fuosh!
-Estás fatal, Hazza.
-Lo sé.
-¿Qué tal todo por casa?
-Bien. Ya nos hemos levantado. Estoy esperando a que sean las 10 para hablar con la jefa, ya sabes.
Sonreí.
-¿Cómo? ¿Harry Styles, pendiente de una dama?
-Irónico, ¿verdad? El amor, que atonta a uno.
-Estás perdiendo facultades, macho.
-No lo dudéis ni un segundo.
-Vamos a ir marchándonos, ¿vale?
-Vale, yo estoy por ahí, en todas partes y en ninguna. Os vigilo. A ver qué hacéis.
-Eres subnormal-espetó Louis-. Me estoy riendo, te lo digo porque no puedes verlo.
-Yo sonrió.
-Me alegra ver que puedo hacerte sonreír.
-Siempre.
-Hasta luego, Hazza.
-Adiós, Louisiana.
-Eres un hijo de puta.
-Me amas.
-No te lo creas mucho.
-JAJAJA. Adiós, Eri.
Un pequeño lacasito sonriendo y un corazón.
-Luego hablamos, Rizos. ♥
Nos desconectamos y nos estiramos.
Eran las 10:59, y aún no habíamos salido de la cama, cuando mi teléfono se puso a rugir como un condenado.
Me estiré para recogerlo, confundida, pues a mí casi nunca me llamaban, y menos cuando estaba acompañada por uno de los chicos, y miré la pantalla, que rezaba Noemí con una seriedad digna de una película de espías.
-¿Sí?
-¿Por qué no has venido a clase, puta? He tenido que mentirle a la jefa de estudios por tu puñetera culpa, zorra de los cojones-ladró Noe, con las carcajadas de Alba de fondo.
-Tengo a Louis en casa-me expliqué en español, él suspiró y se dejó caer contra la almohada, pues había visto que quien llamaba era mi amiga y no entendía por qué tenía que hablar de él en español.
-¿QUÉ?-gritó Alba por detrás. Noté la sonrisa maliciosa de Noe en su voz.
-¿Te hemos jodido el polvo?
-No, ya me jodisteis bastantes en su día.
-¿Estáis en la cama?-me acribilló la pequeña.
-¿Está desnudo?
-¿Estás desnuda tú?
-¿Os estáis acurrucando el uno contra el otro?
-Voy a colgaros, porque esto se está pareciendo terriblemente a una línea erótica.
Protestaron a gritos que no se me ocurriera.
-Luego hablamos, ¿eh? Luego hablamos, no me estreséis más.
Gruñeron una respuesta y saludaron a Louis a voces, él les devolvió el saludo, y colgué.
Nos arrastramos fuera de la cama, y fuimos a la cocina, donde me dediqué a hacer deberes que tenía pendientes.
Mientras me afanaba con mis deberes de álgebra, él estiró la mano en dirección a la agenda.
-¿Puedo?
-Claro-le concedí, sin apenas prestarle atención, tan concentrada estaba en colocar los paréntesis necesarios en mi calculadora para comprobar si 2 era la solución correcta a la ecuación.
No lo era.
Gruñí por lo bajo mientras él pasaba las páginas, estudiando las tonterías que había anotado en mi pequeña confidente.
Ya la primera página prometía.
Eri Lautner Tomlinson, cuya casa se encuentra entre Los Ángeles, California, y Doncaster, Inglaterra, es la dueña de esta agenda. Su teléfono es 69697076969, asiste al instituto Carreño Miranda de Avilés, situado sobre las nubes del parque, tiene alergia a la tontería, y en caso de accidente desea que se llame a una ambulancia, de domicilio el hospital, teléfono 112 extensión del hospital.
Había negado con la cabeza y se había mordido el labio, divertido.
-Sé que son gilipolleces, pero es que me aburro en clase.
-¿Por qué te pones primero el apellido de Taylor y luego el mío? Deberías haberlo escrito al revés-se limitó a protestar él.
No le preocupaba que su novia fuese imbécil. Le preocupaba que su novia no supiera ordenar correctamente sus apellidos.
Deslizó la agenda hasta hacerla chocar con mi codo y tamborileó con los dedos en el apartado donde anotaba los exámenes y las notas.
-¿Qué-mierda-es-esto?-gruñó. Su índice apuñalaba un 8 raspado que había sacado en un test de economía.
-Me salió de puta pena ese examen-me limité a decir.
Me dio varias bofetadas, al menos en su mente.
-¿Que QUÉ? ¿Un puto ocho, y te sale de puta pena? Oh, sí, Eri. Eres tonta perdida. Ya no te quiero de lo tonta que eres. Un ocho, ¡DIOS MÍO! ¡ERES UNA REPETIDORA!
Alcé una ceja.
-¿Qué pasa?
-¿Cómo tienes estas notas, hija de mi vida?-espetó, señalando el festival de nueves salpicados de algún que otro diez.
Me encogí de hombros.
-Empollona-me provocó, quería una respuesta, y la quería en ese preciso instante.
Alcé una ceja.
-Retiraos, mi señor, os buscaré un caballo-comencé a recitar. Se me quedó mirando, concentrado-. Esclavo, he puesto mi vida en el campo, y soportaré el riesgo de la muerte. Creo que serán 6 Richmond en batalla, pero a cinco en este día yo he dado muerte. ¡Un caballo!-sonrió y musitó con los labios, a la vez que yo-, ¡un caballo! ¡Mi reino por un caballo!
Asintió con la cabeza.
-Pero, ¿cuántas veces has visto eso?
-Dame cualquier texto, dame cinco minutos, y te lo recitaré de memoria.
Así lo hizo, buscó con el móvil un fragmento de una obra de Shakespeare, cronometró cinco minutos y, al transcurrir estos, me arrebató el móvil.
Leí la imagen de mi memoria, sin olvidar una sola coma, para gran asombro de él.
Le dediqué una sonrisa victoriosa.
-¿Lo habías leído alguna vez?
Negué con la cabeza.
-Ahora te respondo. Querías saber cuántas veces vi Ricardo III, ¿verdad?
Asintió.
-La primera vez que lo vi, Kevin Spacey hacía el papel del rey. Fue en el teatro de mi ciudad, en una de las pocas actuaciones que hubo aquí, la única villa con el privilegio de tener esa obra representada.
Me miró con los ojos entrecerrados.
-La primera vez habló con nosotros después de terminar, y esas cosas. Fue la primera vez que escuché esas palabras.
Me eché el pelo hacia atrás, disfrutando de toda su atención.
-También fue la última. La primera vez que escuché a alguien recitar a Shakespeare, Kevin Spacey, también fue la última. Fue la única.
-¿Hace cuanto?
-Hace más de un año.
Asintió con la cabeza, pensativo.
-Quiero tu memoria.
Me eché a reír.
-¿Para qué? Yo tengo memoria. Pero tú tienes swag.
Y nos echamos a reír.

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