viernes, 28 de diciembre de 2012

No eres más que su fulana particular.

-No-gruñó, todavía medio dormido, apretándome la cintura y tirando de mí hacia él. Sonreí, me incorporé, le besé la frente y apagué el despertador.
-Ya hemos pasado por esto antes.
-No-repitió.
-¿No?
-No.
-¿Sabes decir algo más?
-No.
-Qué pena.
-No.
Me eché a reír y me destapé. Dejó escapar una exclamación de disgusto.
-Nooooooooo-lloriqueó, agarrándome por el tobillo y metiéndose bajo las mantas para poder devolverme a la cama.
Me lo sacudí de encima.
-Louis...-repliqué. Bufó por debajo de la manta y se encorvó. La levantó un poco para mirarme a la luz de la lámpara.
No tenía 20 años.
Tenía 10 como mucho, y estaba asustado por una pesadilla.
Lo besé en los labios.
-No te vayas-suplicó. Le acaricié el cuello y me estremecí.
-Me tengo que ir. Es el instituto. ¿Vamos a estar todos los días así?
-¿Y si voy contigo?-espetó, sin parecer haberme oído. Le soplé a la cara y él arrugó la nariz.
-Quédate en casa. Haz algo productivo. Como... no sé. Sigue a fans. ¿Eh?
Gruñó algo que no logré entender.
-Voy a desayunar.
-Ya te hago yo el desayuno-se ofreció rápidamente, tirándose el otro lado de la cama, donde tenía las zapatillas. Se las calzó y corrió en dirección a la cocina. Me quedé mirando las sábanas revueltas, las partes de colchón visibles bajo estas. Palpé la cama y apreté sobre las pequeñas tablas que había en el somier. Un pequeño crujido me indicó que no lo había soñado, que nos habíamos detenido, nos habíamos mirado y susurramos a la vez:
-¿Acabamos de...?
No terminamos la frase, nos echamos a reír como locos, para después seguir con lo nuestro.
Me llevé la mano el cuello y me apreté las cervicales. Iba a tener que pedirle que me hiciera un masaje esa tarde, sí o sí. Cerré los ojos, imaginándome sus dedos acariciándome esa zona, sus labios posándose en mi nuca, sus ojos hambrientos cuando terminaría no pudiendo soportarlo y dándome la vuelta...
Me desperecé, me estiré y apagué la luz. Conseguí arrastrarme como pude hasta el baño, y hundí la cara en el lavabo una vez que conseguí llenarlo. El despertar fue descomunal. Jadeé, comprobé que ningún mechón de pelo se había escapado de mi cola de caballo y fui a la cocina.
-Huevos no-gemí, acercándome a la encimera.
-Oh, sí. Huevos sí.
-Pero Lou, no puedo...
-Ya veremos.
-Pero...
-¿Quieres que te deje sin sexo un mes?-me amenazó.
-No eres imbécil-repliqué, alzando una ceja y abrazándole la cintura.
-Tengo gente de sobra a la que tirarme.
Bufé.
-Eres retrasado.
-Tal vez se cure. Como lo tuyo.
-Ya no lo soy.
-Demuéstralo. Cómete el huevo-lo pasó a un plato y me lo tendió.
-No me entra nada a estas horas, y lo sabes-gruñí. Él alzó las cejas y me acercó un poco más el plato. Lo cogí como si mordiera y me dirigí a la mesa.
-¿Vas a desayunar ahora?
Se encogió de hombros.
-¿Por qué no? Me deprime desayunar solo.
Saqué dos zumos de la nevera y los alcé. Me señaló el de la derecha.
-Naranja.
Y guardé el de la derecha.
-He dicho naranja.
-Vale, mierda. Perdón-repliqué, metiendo el de manzana y sacando el correcto. Me sonrió.
-Dios, Eri, estás dormidísima.
Le hice un corte de manga y sonreí. Sorprendentemente, conseguí comerme el huevo, aunque me costó lo suyo. El doble de tiempo que tardaba en comerme la galleta remojada en ColaCao y beber el ColaCao.
Salí corriendo el baño mientras él terminaba su huevo.
-¡No lo recojas!-bramé con pasta de dientes en la boca, convirtiéndome temporalmente en un surtidor de espuma blanca, al escuchar el sonido que hacía al poner los platos en el fregadero.
-¡Cierra la boca!
Negué con la cabeza y corrí a la habitación. Él se dejó caer en mi cama, se tapó hasta los ojos y estudió todos y cada uno de mis movimientos.

Me puse los pendientes bajo su atenta mirada. Sonrió, yo le devolví la sonrisa. Se pasó una mano por detrás de la cabeza y estudió mis movimientos mientras me inclinaba a coger el otro pendiente.
-Todavía no te he dado ni un colgante ni unos pendientes, ¿no?-preguntó. Bufé.
-Ni falta que te hace.
Se encogió de hombros.
-Te quedan bien las joyas.
Sonreí, me acerqué a él y me incliné a unir nuestros labios.
-No hace falta que me regales tantas. Ya lo hemos hablado.
-Voy a hacer de ti la nueva Elizabeth Taylor-replicó, tirando de mí y devorando mis labios. Gemí.
-No tengo sus ojos.
-Pero eres más guapa.

Me eché a reír.
-No estás siendo justo.
Se encogió de hombros mientras me pasaba un brazo por la cintura, impidiendo que me fuera.
-Voy a llegar tarde-susurré.
-Eso es lo que quiero-su lengua empujó suavemente la mía, yo sonreí-. Que llegues tarde, te echen la bronca, te expulsen, y así vuelvas a  casa, y no me dejes solo toda la mañana.
-Bobo. Volveré pronto. Se te va a hacer corto, ya verás.
-Lo que tú digas, amor-me palmeó el culo y negó con la cabeza.
-Hasta las dos y cuarto.
-Dos en punto.
-Y cuarto.
-Y cuarto-cedió.
Bajé las escaleras corriendo, con la mochila botando tras de mí. Miré a las chicas, que ya se iban, cansadas de esperarme, y alcé una ceja.
Noemí y Alba se me quedaron mirando cuando entré por la puerta, sin entender qué hacía allí... otra vez. Bufé en su dirección, levanté las cejas un par de veces y dejé caer la mochila en el suelo, al lado de mi sitio.
-¿Por qué no habéis ido a Inglaterra?-espetó Alba de repente-. Nosotras también estamos preocupadas por él. Y los chicos.
Me masajeé las sienes y suspiré.
-Ahora no, ¿vale? Ahora no.
Alba ajustó las pulseras que ahora le cubrían ambas muñecas (¿desde cuándo llevaba miles de pulseras en cada muñeca? Siempre llevaba una sola) y le lanzó una mirada de preocupación a Noemí.
-¿Ha pasado algo?
Parpadeé, esperando que la cotilla de turno se girara y poder descargar mi furia con ella. Retorcí los dedos en el aire al darme cuenta de que el asiento de la chica estaba vacío.
-No.
Solamente que tengo que estar aquí pudiendo estar con él, que mi padre le odia más que nunca, que Louis tiene ganas de darle una paliza a mi padre y que es posible que mi período vital disponible ya no se cuente por décadas sino por días. Pero estoy bien. Jodidamente bien.
Noe se colocó la manga de la camiseta correctamente, asegurándose de que no mostraba nada de piel del hombro, y frunció el ceño.
-¿Seguro?
-Seguro. Podéis ir a verle cuando os dé la gana. Sabe abrir la puerta-abrí la mochila y saqué los libros, impaciente porque aquel puñetero interrogatorio (y la jornada escolar) se terminara de una vez y pudiera volver a casa.
-Se nos hizo raro ir a Londres sin ti-murmuró Alba, volviendo a ajustarse las pulseras. Miré sus muñecas.
-¿Qué te pasa? ¿Te has cortado, o algo? Por Dios, pareces Demi Lovato-gruñí. Bufó.
-¿Tenía que ser esa, precisamente?
-Se cortaba. Lo tapaba. Ya no lo hace. Fin de la historia-me encogí de hombros.
Noemí volvió a colocarse la camiseta. Las miré a las dos, que se intercambiaban sendas miradas de preocupación.
-¿Qué?
-Los chicos estaban preocupados.
-No creo que lo estén tanto, hablo con ellos todos los días. Me llaman preguntando por mí y por Louis cada día. Cosa que no ocurre con ciertas personas más cercanas a mí-alcé una ceja en su dirección.
-Louis tiene que volver a casa-exigió Noemí.
-Louis no puede volver a casa-repliqué yo, sacudiendo la cabeza-. No está preparado aún.
-Tienen giras. Eventos con fans. ¿También va a faltar a eso? Tendrá que fastidiarse. Es el precio que tiene que pagar por la fama, no tener vida social ni vacaciones cuando a él le dé la gana.
-Sigue así, estoy a medio minuto de meterte una bofetada-susurré para mis adentros, de forma que ninguna de las dos me oyó.
Alba me puso una mano en el brazo, y yo detuve mi expedición en busca de petróleo dentro de mi mochila.
-Las cosas están cambiando muy rápidamente. Empiezan a surgir rumores. Rumores malos.
-El día que haya rumores buenos, llámame. Estaré muy interesada en conocerlos.
-Rumores que dicen que eres tú la que obliga a Louis a quedarse aquí y tú la que le hace chantaje, diciéndole que le dejarás si no está contigo-no me hizo caso, y agradecí infinitamente que lo hiciera. La miré, boquiabierta.
-¿Qué?
-Dicen que ha venido aquí porque tú le dijiste que viniera, que tú eres una chula que le hace creer que es contigo exclusivamente con quien se pueden solucionar sus problemas... y que estás consiguiendo separar a los chicos.
Conté seis latidos de corazón antes de que Noe murmurara:
-Lo cual más o menos es cierto. Nunca han estado separados un fin de semana en el que hayamos ido nosotras.
-No nos gusta que tengas privilegios con ellos, Eri, pero es más o menos soportable comparado con esto. Si estás intentando...
-No quiero que se separen-gruñí-. Son mis amigos. No quiero que estén separados, y mucho menos estar yo separada de ellos. Si se separan no lo soportaré. No quiero solo a Louis. Les quiero a todos, a Liam, Zayn, Niall y Harry. Todos son importantes para mí. 
-Nosotras ya no lo somos-me acusó la pequeña. La miré.
-Sí que lo sois. Nos estamos distanciando, y decimos que es por su culpa, pero es mentira. Creo que si seguimos juntas es por todos esos fines de semana que nos tenemos que aguantar por estar con ellos. Y sabéis que lo que os digo es verdad. Si no fuera por la banda, cada una andaría por su lado a estas alturas del curso.
Alba suspiró y comenzó a quitarse las pulseras.
-No queríamos decírtelo.
-Pero nos estás obligando a hacerlo-reiteró Noe, bajando la cremallera de su sudadera de Londres y moviendo su camiseta.
En las muñecas de Alba había marcas muy raras; dos líneas rectas paralelas muy cortas.
En el hombro de Noemí, una pequeña H tatuada.
Las miré a las dos, estupefacta.
-¿Te cortas?-repetí. Alba negó con la cabeza.
-Son mordeduras de conejo. Liam me lo ha regalado. Se llama Arena.
Parpadeé.
-¿Qué?
-Que dejes de ir de diva por la vida, de ir mirándote el ombligo, y te preocupes más de callar bocas. Más cortar rumores-Noemí se tiró la sudadera por encima y subió la cremallera a gran velocidad-, y menos conciertos. No eres ellos. No somos ellos. Tenemos que hacer algo para seguir juntas, porque no somos las hermanas gemelas que son ellos.
-No los vuelvas a separar-me advirtió Alba.
-No dejes que Louis piense que tú puedes sustituirlos. No lo pienses tú, siquiera, porque no es así.
La profesora entró por la puerta a toda velocidad.
-Nadie puede sustituirlos-repliqué, observando el movimiento frenético de la gente que corría a ocupar sus asientos. Alba asintió, Noemí se encogió de hombros-. Ese es el problema. Que nadie puede sustituirlos-añadí en voz baja, de forma que solo me escuché yo.

Dejé caer la mochila en la entrada y lo miré. Levantó la cabeza, su mano detuvo su difícil tarea de rascarle el vientre, y Marge Simpson siguió hablando con una voz que no le correspondía.
-Nena...,¿me haces la comida?-preguntó, inocentemente.
-Me estás vacilando.
Negó con la cabeza, poniendo cara de cachorrito.
Suspiré y asentí con la cabeza.
-Está bien-accedí, todavía rumiando lo que las chicas me habían dicho a primera hora, antes de que la de Lengua empezara con su adorable lección sobre morfología. Me importaba una puta mierda cómo se formaba psicología, señora, a ver si lo entendías. Una cosa es que pudiera resultarme útil para aquella carrera que de momento parecía estar aparcada, esperando la valoración de Simon Cowell, y otra que me pareciera interesante los morfemas dentro de ella. Cerré los ojos.
-Pon la mesa-le grité mientras arrastraba la mochila hacia mi habitación y comenzaba a quitarme la ropa, preparada para robarle una sudadera.
-Vale-vale rápido, de te he hecho muchísimo caso. Vale Louis Tomlinson.
Me hice una cola de caballo, rebusqué en el armario hasta encontrar la sudadera roja con cremallera blanca, me la pasé por los hombros y me dirigí a la cocina.
La mesa estaba puesta, a pesar de que Louis no había movido el culo del sofá. En una bandeja había un plato con lasaña humeante. Y, al lado de la bandeja, una jarra con agua.
Fui al salón, y mi novio sonreía.
-¿Louis?
-¿Sí, amor?
-He decidido que voy a creerme lo de que eres hijo de dos grandes magos.
-Dumbledore es el puto amo-replicó.
Me incliné hacia él, le sonreí y le besé en los labios.
-No tenías por qué.
-He estado tocándome los cojones toda la mañana. Llevo sin levantarme del sofá desde las diez. Literalmente. Solo una vez, para ir al baño-se encogió de hombros y contempló mi colgante de la estrella de cristal, que pendía ante sus ojos. Lo acarició con la yema de los dedos, disfrutando del suave balanceo que esto produjo en mi cadena-. Además, estaría bueno que no te hiciera yo la comida, básicamente porque llevas en el instituto toda la mañana y yo no he dado golpe.
-Podías ponerte a limpiar-susurré.
-No limpio en mi casa, voy a limpiar en la tuya-espetó.
Me eché a reír, negué con la cabeza y tiré de él para levantarlo.
-Y encima, lasaña. Con la historia que tiene-chisté varias veces y le di un codazo-. Sabes cómo seducir a una mujer, ¿eh?
-¿No he hecho un buen trabajo con la mía?-replicó, pasándome los brazos por la cintura y besándome el cuello. Cuando vio que yo estaba por la labor de dejar que la comida se enfriara, me arrastró hasta la mesa y me obligó a sentarme-. Estás cansada-alegó. Sonreí.
-No vamos a tener toda la tarde. Tengo que explicarle historia a un chaval.
Se me quedó mirando.
-¿Y qué vas a explicar de historia? Napoleón fue muy malo. El almirante Nelson le ganó en la batalla de Trafalgar. Os quitamos Gibraltar. Napoleón se murió de pena. Fin del rollo-y yo alcé los hombros.
-Mi profesor tiene un forma muy guay de explicar las cosas.
Asintió lentamente.
-¿Has hablado con los chicos?
-Sí. Llegan mañana sobre las 7.
-Entonces tal vez vaya a aeróbic. No estarás tanto tiempo solo.
Asintió con la cabeza.
-Como quieras, nena.
-E iré a inglés.
-Sí, necesitas practicarlo. Esto de hablar en chino no puede ser bueno para ninguno de los dos-hizo una mueca y asintió, torturando con el tenedor a el trozo de lasaña. Me eché a reír, le di un suave puñetazo en el hombro y lo besé en la mejilla.
De repente, un temor me asaltó.
-¿Has entrado en Twitter?
Negó con la cabeza.
-No, hablé con ellos por Skype. ¿Por?
¿Se lo diría?
No podía decírselo, iba a cabrearse de lo lindo. Conocía a Lou lo suficiente como para saber que no le gustarían nada en absoluto los rumores que, si lo que habían dicho Noe y Alba era cierto, circulaban por ahí.
Pero es que nunca habíamos tenido secretos...
-Eri, ¿qué pasa?
-Si te digo una cosa, ¿te enfadarás?
Sus cejas se unieron un poco, casi tanto, que el gesto podría haber pasado perfectamente por imperceptible.
-¿Me has puesto los cuernos?
-¡¿Qué?! ¡No!
-Entonces cuéntame. No me enfado.
Le hice un rápido resumen de lo que me habían dicho mis amigas, omitiendo las partes en las que me fijé más en los gestos que hacían (el tatuaje de Noemí, aunque terminaría arrepintiéndome de no mencionárselo, ya que podría ser una de las señales a las que Eleanor nos hizo prometer que estaríamos atentos; y los pequeños mordiscos en las muñecas de Alba).
Debería haber cerrado la boca en cuanto empezó a fruncir el ceño, pero no pude parar. Ya era superior a mí. No creía ni siquiera que fuera yo la que estuviera soltando las palabras; las escuchaba como si estuviera fuera de mi cuerpo, como si fuera otra persona. Le acaricié la mano.
-Pues... al final... me he enfadado.
Torcí la boca.
-Creía que merecías saberlo-sacó el teléfono y deslizó el dedo por la pantalla-. No. No. No, no, no no-estiré la mano y le arrebaté el pequeño iPhone justo cuando su dedo se acercaba al icono de Twitter-. No.
-No te mereces esto.
-Da lo mismo. Déjalo estar. Prefiero que me den caña a mí a que te anden preguntando a todas horas por lo de tus padres. Déjalo estar, de veras.
Tragó saliva, contemplé cómo la nuez de su cuello subía y bajaba.
-Dame el móvil.
-No.
-No voy a hacer nada.
-¿Me lo prometes?
-Dámelo.
-Prométemelo.
-Te lo prometo.
Le tendí el pequeño aparato de mala gana. Lo cogió, bloqueó la pantalla y se lo guardó de nuevo en el bolsillo.
-Creo... que tienen razón-susurré, clavando el tenedor en la lasaña. Lo dejé caer en el plato, me metí las manos entre las piernas y alcé los hombros, sin levantar la vita de aquella pequeña masa amarilla y marrón-. Os estoy separando.
-Eso es mentira. Necesitaba venir a verte. Y no nos estás separando.
Alcé la vista y lo miré.
-Pero... Alba y Noemí tienen razón. Nunca había faltado alguno cuando fui a Londres, y ahora tú y yo estamos aquí, y... No sé. Las cosas han cambiado.
-Ahora somos seis.
-Sois cinco. Seréis cinco toda la vida. Puedo vivir con eso, pero no puedo vivir con que seáis cuatro por mi culpa. No dejaré que seáis cuatro-negué con la cabeza, sintiendo cómo las lágrimas luchaban por aflorar, pero ahora debía ser fuerte.
-Eri-me colocó la mano en la mejilla y me la acarició suavemente con el pulgar-. Basta ya. No nos vamos a separar. Todos tenemos derecho a estar un tiempo a solas con nuestra chica, ¿no crees? Liam y Harry ya tuvieron su oportunidad, y ahora me toca a mí. Te quiero. Te necesito. Y quiero y necesito también a los chicos. Sois mi familia. La familia que no se va a romper.
Lo miré a los ojos.
-Estoy cansado de estar cambiando de familia. Cuando cumpla los 21 ya habré vivido en tres. No puedo con esto. Necesito saber que siempre voy a tener a un grupo de personas que estén ahí, no importa qué, porque está claro que ninguno de mis dos padres estará ahí siempre. Uno porque no ha estado nunca-se encogió de hombros-, y el otro porque ahora le obligan a separarse de nosotros...Así que yo necesito a alguien que esté siempre conmigo. Y los seis sois ese alguien.
-¿Seis?
-Pobre Stan, no le vamos a marginar más-sonrió y yo me eché a reír-. De todas formas, tengo que hablar con Noemí y con Alba, a ver de qué van.
-No. Ni de coña. Ni se te ocurra. Además, no van de nada, tienen razón.
Me miró con ojos como platos.
-Pero si te llevaron la contraria.
-Me equivoqué.
Se apartó de mí y puso la silla entre nosotros.
-¿QUIÉN ERES Y DÓNDE HAS METIDO A MI ERI?
-Está encerrada en los baños del instituto.
Se pegó contra la terraza.
-¿Cómo que está...?
-Sí. Bueno... sus brazos. Las piernas en la cafetería, la cabeza en la pecera del vestíbulo, y el cuerpo en su aula.
-¡OH DIOS MÍO!
-Cierra la boca, Jennifer, y ven a sentarte, anda-dije, palmeando la silla a mi lado. Me miró como si no me hubiera visto nunca, y suspiré-. ¿Qué pasa? ¿Tengo que matarte como a ella?
-No no no no-negó con la cabeza y se sentó a mi lado-. Oye, ¿y tú cómo te llamas?
-Adelaida.
-Ah. Pues encantado-me tendió la mano y yo se la estreché, luego nos echamos a reír.
-Sabes que te voy a llamar Adelaida el resto de tu vida, ¿verdad?
-¡No, por favor, no!-supliqué, pero él asintió con la cabeza.
-Oh, vaya que sí, mi pequeña Adelaida.

-Lou, ¿te acuerdas de Pablo? Estaba el día de los Juegos, iba a bailar.
Pablo levantó tímidamente la mano y Louis alzó una ceja en su dirección.
-Hola-saludó.
-¿Qué hay?-replicó el español, con un acento sorprendentemente bueno. Le agarré del brazo para llevármelo a la cocina y los ojos azules de mi novio se clavaron en mis dedos, deseando que los apartara de allí.
-Bueno, pues vamos a estudiar.
-Vale. Pasadlo bien-se deslizó por el sofá y se estiró, dándole a entender a Pablo que estaba en su casa y que tenía pensado hacer lo que le diera la gana. Joder, Louis, que tienes veinte años, madura un... Dios, no puedes. No quieres. No debes.
Pablo dejó caer su mochila en el suelo de la cocina y miró a su alrededor.
-¿Quieres algo?
Negó con la cabeza.
-Bueno... sí-pareció dudar, yo alcé una ceja y puse los brazos en jarras, preparada para lo que me pidiera-. Entender esta mierda.
Sonreí, asentí con la  cabeza y me aparté un mechón de pelo de la cara, que rápidamente regresó a su lugar. Me senté a su lado y ojeé sus apuntes.
-Dios, Palilo, tío...-su letra era horrible, las palabras se amontonaban, se tumbaban, unas sobre otras, haciéndome imposible la lectura.
Se encogió de hombros.
-¿Qué quieres? A mí el de historia me estresa.
Asentí con la cabeza, horrorizada ante lo que tenía delante.
-Esto va a ser más difícil de lo que pensaba-suspiré-. En fin, usaremos mis apuntes, ¿te parece?
-Te los iba a pedir para fotocopiarlos.
-Veo que todavía te funciona alguna que otra neurona-sonreí, y él me devolvió una tímida sonrisa. Cogí mi carpeta, saqué toda la libreta de historia y se la tendí. Comenzó a leerla una primera vez; yo me descubrí pasando las páginas del libro mientras mordisqueaba, aburrida, la cremallera de la sudadera de Louis. Me detuve frente a un gráfico que analizaba el paro en Alemania antes y después de la llegada de Hitler al poder,  maravillada.
De seis millones de parados a ni uno solo en apenas cinco años.
A costa de matar, eso sí.
Podría repetirse, estábamos en la misma situación que Alemania en los años 30. Tragué saliva, aterrorizada ante la posibilidad de una nueva guerra que cerrara las fronteras de mi país y que me impidiera ver a los chicos, y regresé rápidamente al tema de la Revolución Francesa.
-¿Qué no entiendes?
-Todo.
Asentí lentamente.
-¿Revolución americana?
Meneó la cabeza a ambos lados, y yo sonreí.
-¿Llamamos a Louis para que nos la explique?
-¿Por qué?
-Es inglés. Tiene un particular rencor al 4 de julio de 1776. Lo lleva en la sangre.
Está loca, pensó. Lo leí en sus ojos.
-¿4 de julio del 76? ¿Qué pasó?
-Oh, nada, simplemente la nación más poderosa de la actualidad se separó de la nación que la controlaba. Nada importante.
Buscó un folio en blanco y anotó 4 julio 1776 en una letra más cercana al alfabeto árabe que al propio.
-¿Qué es el motín del té de Boston?-empecé, intentando dibujar las fronteras de sus conocimientos. Terminé entusiasmándome mientras le explicaba el proceso de creación de aquel país que yo adoraba, pero en el que nunca había estado. Él escribía en los folios a un ritmo vertiginoso, que me hizo preguntarme si yo escribiría tan rápido en clase.
-¿Podemos parar un poco?-me suplicó después de que le diera la lata con el final de la Revolución Francesa y el inicio del imperio Napoleónico, criticando especialmente lo machista que era Bonaparte.
Asentí con la cabeza y cogí mi libreta.
-Voy a escanearla y te la imprimo, ¿vale? Tú mira un poco lo que te he dicho.
-Gracias.
-No, gracias no. Me pagas la luz, la tinta de la impresora y los folios-alcé las dos cejas-. ¿Está claro?
-Bueno, ha sido genial la pequeña clase, ya volveré otro día-susurró, y yo me eché a reír.
-Te estoy vacilando, Palilo.
-Ah.
-Eres cortísimo, hijo de mi vida.
Estiró los brazos.
-¡Es que si no pones tono sarcástico ni nada!-se excusó. Volví a reírme, negué con la cabeza y me marché al  ordenador. Mientras imprimía, fui a ver a Louis.
-¿Qué haces?-inquirí, asomándome al salón y mirándole. Se encogió de hombros.
-Ver la tele. ¿Qué tal la sesión de estudio?
Alcé el pulgar.
-Podría ser peor.
Asintió con la cabeza y volvió a clavar la vista en la tele. Me incliné hacia él y posé los labios en su mejilla.
-Siento haber cambiado los planes que teníamos.
-Da igual.
-Te quiero.
-Y yo a ti, nena.
Asintió con la cabeza, me apretó la cintura y me observó salir del salón con una expresión que no llegué a interpretar del todo. Deduje que se debía a que todavía le duraba el enfado del mediodía.
Posé la pila de folios delante de Palilo y él gimió.
-Son muchas hojas.
-Sigue estudiando, yo les pongo páginas y te hago un índice; sé cómo van.
Asintió con la cabeza y volvió al inicio del tema.
Tardó diez minutos, contados, en pasar de página. Y no me parecía que hubiera releído nada.
Le llevó otros quince cambiar de página. Yo lo miraba a través de la cortina de mi flequillo, y él de vez en cuando levantaba la cabeza y se me quedaba mirando. En esos momentos aprovechaba para escribir, apartarme el pelo de la cara y mirarlo.
Cuando la decimotercera vez que levanté la vista y lo pillé mirándome, repetí la operación, como en las anteriores, solo que él esta vez no bajó los ojos rápidamente. Le dediqué una sonrisa tímida que él no tardó en devolverme, incómodo.
-¿Te puedo preguntar algo?
Asentí lentamente, dejé el bolígrafo sobre la mesa y entrelacé las manos sobre las rodillas, expectante.
-¿Cuánto... llevas con él?-hizo un gesto con la cabeza en dirección al salón, y yo miré la puerta abierta.
-Desde julio. ¿Por?
-Has... cambiado mucho. No sé. Siento que no eres la misma.
-Supongo que he madurado este verano.
-No es más madura, estás diferente, simplemente. Creo que ni siquiera hablas igual a como lo hacías, no tratas a la gente como solías, y... no sé. Estás diferente.
Oh, genial. Otro más refiriéndose a mi complejo de diva.
-Pareces más segura de ti misma, y eso antes no pasaba. 
Deshice el nudo de mis manos y jugueteé con el boli.
-¿Más segura? ¿En qué sentido?
-Estás más decidida que antes.
-¿Aún más?-me reí suavemente-. No sé. Tal vez sea porque ahora tengo unas prioridades diferentes que requieren de mi atención, y no estoy para perder el tiempo como estaba antes. Ahora no me puedo permitir el lujo de quedarme tumbada a la bartola sin hacer nada, necesito estar haciendo algo.
Asintió lentamente.
-El viernes te vi correr por el instituto con pintas de heavy. ¿Es porque a él le gusta?
-Era porque nadie esperaba que me fuera a poner así. E iba de gótica, no de heavy. Hay una profunda diferencia en ello-asentí con la cabeza.
-Tú nunca irías así.
-Es cierto que soy diferente en algunas cosas. Me preocupo más, supongo que es porque ahora tengo más que perder.
-¿Antes no tenías?
-Sí. Kilos. Pero está solucionado-sonreí, pero no me devolvió la sonrisa.
-¿También fue por él?
Bufé.
-¿A qué viene esto, Palilo? ¿Quién coño eres? ¿Perez Hilton?-puse los ojos en blanco y miré la pila de folios, nerviosa por haberme dejado acorralar de una forma tan obvia.
-¿Quién es ese?
-Es un blogger de Hollywood. Se dedica a...
A crear rumores sobre los famosos y destrozarles la vida, y tiene un interés especial por que la banda se separe.
-No importa.
Entrecerró los ojos.
-En el instituto se dice que estás cambiando por One Direction y que vas a terminar mudándote a Londres.
-No me voy a mudar a Londres. Y no estoy cambiando por ellos.
-Acabas de decir que estás distinta.
Noté una bestia revolverse dentro de mí, preparada para pelear.
Me pasé una mano por el pelo.
-Ya no soy quien era antes, y... tengo responsabilidades. Cosas que hacer. Así que tengo que ser de otra manera que antes no era.
-Todo por ellos.
Y la bestia explotó. Porque podía soportar muchas cosas: podía soportar que se metieran conmigo, que me insultaran, que me humillaran, que me hicieran sentirme con ganas de acabar con mi patética existencia en aquel momento (ya me había pasado antes), que me dejaran sola, que me golpearan hasta casi desear que llegara el final... pero no iba a dejar que se metieran con mis chicos, aquellos que me hacían sentirme especial, útil en la vida, y me habían visto guapa cuando nadie, ni siquiera yo, lo había hecho.
No iba a permitir que culparan a los chicos de haber sacado lo mejor de mí.
-¿De qué les culpas?-espeté, intentando controlar mi voz. Y creo que lo conseguí.
-Hay quien dice que... cambiaste... demasiado rápido.
Mis ojos se convirtieron en una fina línea.
-Sí.
-Sí, ¿qué?
-Sí, tuve anorexia-solté-. Tuve anorexia no por ellos, sino por vosotros. Todos y cada uno de vosotros. Tuve anorexia porque aquellos insultos que a vosotros os parecen tan guays, del tipo vaca, y sucedáneos, a nosotras, a mí, no nos parecen tan inofensivos como vosotros os creéis. Tuve anorexia porque estaba harta de que en lo primero que os fijarais era antes en mi talla de vaqueros que en lo que os fuera a decir, en lo que hiciera o pensara. Os importa una puta mierda si una tía es la más simpática del mundo si no se le notan las costillas. Eso era lo que queríais. Y eso es lo que os di. Ahora soy perfecta, ¿sabes? Sí, he cambiado. Tengo por lo menos cuatro tallas menos que antes. Llevo brackets estéticos, y ropa de marca. ¿Que si he cambiado? ¿Que habláis de que estoy diferente? Oh, joder, vaya si estoy diferente. Estoy mejor que nunca. Todo, absolutamente todo, es gracias a ellos. Me hacen sentir genial, me hicieron sentir como alguien valioso cuando el resto me tratabais como mierda.
Parpadeó un par de veces.
-Eso es lo que crees tú.
Sonreí.
-¿Sí? ¿Y eso?
-No ves que en realidad se están divirtiendo contigo. Y con Alba y con Noe. Se están dedicando a picaros entre vosotras solo para que os separéis y poder despacharos más rápido. 
Me eché a reír.
-¿Despacharnos más rápido? ¿Qué somos, a ver? ¿Carne? ¿Es esto una carnicería?
-Para ellos es un juego, ¿no lo veis? Sé lo que decías antes del amor. Tú creías en ello. Creías en eso mítico de las películas, si te quiere esperará. Esperará. Y me apuesto la cabeza a que no está esperando.
No contesté, y debería haberlo hecho. Debería o haber mentido o haberle soltado que no era de su incumbencia.
-No está esperando-comprendió. Con los labios fruncidos, negué lentamente con la cabeza.
-No tiene por qué. Los dos queríamos, y lo hicimos. No es asunto tuyo.
-Por eso faltaste el otro día a teatro. ¿No te das cuenta? Tú nunca faltabas a teatro, y ahora faltaste. Y faltarás pasado mañana también.
-¿Qué sabrás tú?
-Van a ir al Hormiguero, y vas con ellos.
Cerré los ojos con fuerza.
-Son mi vida.
-Puede que sí. Yo no te digo que no los quieras. Solo te digo que eres un juguete. En serio, Eri, ¿por qué deberían estar contigo pudiendo tener a chicas mejores que tú? Sin ánimo de ofender.
Eso era verdad.
Joder, era verdad, era jodida verdad, verdad pura y dura.
Una verdad tan grande como mi país. ¿Qué coño? Una verdad tan grande como Estados Unidos, como el Océano Pacífico.
-Yo te lo diré: eres más fácil de sustituir. Tú no te vengarás porque estás enamorada de ellos; no solo de Louis, sino de los otros cuatro también. Te romperán y tú no les harás daño. No te vengarás. Dejas que Louis haga lo que le dé la gana, que se crea el señor de tu vida porque te cede un poco de su fama, cuando en realidad no eres más que su fulana particular.
-Él me quiere.
-¿Por eso te regala tantas cosas? Cada día te está regalando algo.
Miré el anillo.
La pulsera.
La joyería.
Oh, joder.
Tragué saliva y me lo quedé mirando. Metí las manos en los bolsillos.
Quería echarlo.
Necesitaba echarlo.
Pero no podía.
-No estés triste. Los hay que te apoyan. Siempre los ha habido.
-Entonces, ¿por qué no lo hicieron cuando estaba sola? ¿Por qué solo me apoyan ellos?
-Eri...-susurró, estirando la mano hacia mí.
No me llames así.
En el instituto todos me llamáis Erika, y sabéis que no me gusta. Sabéis que prefiero Eri.
Aparté la mano para que no me tocara.
-Sigamos con el tema.
-Pero...
-No puedo más. Sigamos con el tema. Tenemos mucho que estudiar.
Lo miré a los ojos. Deseaba poder hundir la mano en sus rizos y decirle que estaba de broma, y que me respondiera que él también, pero los dos sabíamos que hablábamos muy en serio. Era la primera vez que hablábamos en serio después de 3 años de conocernos el uno al otro.
Cuando se fue, corrí al salón a sentarme con Louis. Me acurruqué contra su pecho y él estuvo más cariñoso de lo normal.
-¿De qué hablasteis?-me preguntó, con sus labios contra mi cabeza, acariciándome suavemente el pelo. Me hundí en aquellos ojos azules, con las palabras de Palilo resonando aún por dentro.
No eres más que su fulana particular...
Su fulana particular.
No, él me quiere. Es mentira. Me quiere, me ama. Me lo dice, se lo dije a mi padre. Me quiere.
¿Por eso te regala  tantas cosas?
-De nosotros-susurré, pegándome más contra él.
-Ah. ¿Y qué te decía?
-Tonterías-cerré los ojos y dejé que su corazón me acunara. Por favor, necesito dormirme.
-¿Sois amigos?
-No lo sé. A veces hablábamos por chat. Pero fue hace mucho tiempo.
-¿Lo echas de menos?
-No lo sé.
Asintió lentamente con la cabeza.
-Tiene suerte.
Levanté la cabeza y lo miré. Me sorprendió verlo nítido, me sorprendió no estar llorando.
-¿A qué te refieres?
Se encogió de hombros.
-Él te tiene a todas horas. Yo solo los fines de semana. Él te ve todos los días, y yo solo a través de una pantalla.
Pestañeé un par de veces.
-Pero no me tiene a mí.
-Pero te tiene cerca.
Asentí con la cabeza y mis ojos se posaron en su cuello, subieron por su mandíbula, se detuvieron en aquel lugar donde su mandíbula se unía con el resto del cráneo, el lugar donde le volvía loco cuando le besaba allí...
Estaba celoso. ¡Celoso! ¡Louis celoso!
O lo estaba fingiendo.
-Bésame, Louis-le pedí. Se inclinó hacia mí y posó sus labios en los míos.
Nos separamos y nos miramos a los ojos.
-¿Qué...?
-Dime que me quieres.
-Te quiero-respondió sin dudar. Estudié su boca y volví a besársela.
No podía ser mentira. No lo era. No sonaba como una mentira, aunque sonara increíble.
Y si lo fuera, ¿qué mas daba? Aquella mentira era lo más bonito que me había pasado nunca. Y, desde luego, era mil veces mejor que la verdad.
Me creería su mentira hasta el día en que muriera. Y moriría feliz.

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