viernes, 21 de diciembre de 2012

Eri la Usurpadora de Tronos.

Tuve que morderme el labio inferior para conseguir reprimir una sonrisa cuando, al cruzarnos, me colocó rápida pero disimuladamente el botecito del lubricante.
Como un ninja.
Como si aquel tubo contuviera cocaína o algo por el estilo.
Giré la cabeza mientras me metía en casa lo justo para ver su sonrisa de oreja a oreja mientras me contemplaba de arriba a abajo.
Aquella sonrisa me heló la sangre en el corazón, porque significaba que compartíamos algo que nadie más conocía.
Sabía de sobra que le contaba todos y cada uno de nuestros polvos a los chicos (y la verdad es que no me importaba, al fin y al cabo, eran hombres y lo necesitaban), por lo que raras veces teníamos algo que fuera solo y exclusivamente nuestro.
Esa era una de las cosas que más me gustaba del grupo del que ahora había pasado a formar parte: nos lo contábamos todo, no importaba el tamaño del suceso. Necesitábamos contárnoslo todo. En One Direction no existía lugar para los secretos, no había existido cuando solo eran cinco, ahora que éramos cinco y medio (ellos se empeñaban en que yo fuera como una especie de miembro fantasma pleno pero a mí no me daba la gana que me contaran como tal, así que solo les dejaba contar con la mitad de mi persona) no iba a ser diferente.
Metí el bote en una de las bolsas con el aceite y corrí hacia las escaleras. Mamá se me quedo mirando.
-¿Erika? ¿Qué llevas ahí?
Por favor, karma, no me hagas ponerme roja.
Me giré en redondo y saqué una de las botellas.
-Aceite.
-Es para Avilés.
-Ah. Entonces lo dejo aquí.
Y lo dejé en medio del pasillo. Louis entró, miró la bolsa, alzó las cejas y esperó a que yo hiciera algo que le indicara la presencia de nuestro secreto ahí.
Como no me inmuté,  sonrió y negó con la cabeza.
Exacto, Tommo. Están a punto de pillarnos.
Mamá suspiró y se acercó a las bolsas.
No actúes como si fueras sospechosa. Ahí dentro solo hay aceite.
-No, ya las llevo yo-gruñí por lo bajo, recogiéndolas y llevándolas hasta el coche. Louis volvió en el momento justo en el que estaba depositando la bolsa despacio. Suspiré mientras él se estiraba a coger unas de las del fondo.
-¿Me puedes decir cómo lo metemos en casa? ¿Me explicas cómo hacemos para que no se dé cuenta?-le supliqué. Se encogió de hombros.
-Podríamos decírselo. A mí en casa me funciona.
-Porque tú tienes 20 años y eres un tío-repliqué. Me llevé las manos a la cara-. Mierda. Está en el ticket. De puta madre-asentí, apoyando la mano con fuerza en el coche, tragando saliva, mirando al cielo, pasándome la mano por el pelo y quitándomelo de la cara, tamborileando con los dedos en el metal y asintiendo con la cabeza mientras fruncía los labios. Lo miré por el rabillo del ojo-. Mátame. Soy gilipollas.
-No lo verán.
-Tengo que darle el ticket.
Se echó a reír, alejándose de mí.
-Estamos muertos-coincidió. Cerré el maletero con un golpe.
-¡Gracias!
Me guiñó un ojo.
-A mandar, españolita.
Bufé y lo seguí dentro de casa. Mamá se había sentado a la mesa del salón, esperando con impaciencia que le entregara aquel pedazo de papel que estaba tentada a arrojar a la chimenea.
Me metí una mano en el bolsillo del pantalón y se lo tendí con mano temblorosa.
Oí los pasos de Louis subir las escaleras y recé porque hubiera sido lo suficientemente inteligente como para cambiar el lubricante de sitio y estar subiéndolo en ese momento al piso de arriba.
Eché un vistazo al contenido de las bolsas y encontré otro bote, este de color azul.
-Este guaje es retrasado-gruñí en mi lengua. Mamá alzó la vista.
-¿Qué?
-Nada-sacudí la cabeza-. Louis, que es tonto perdido.
-¿No decías que era su principal atractivo?-replicó, sin inmutarse.
-Lo cortés no quita lo valiente-respondí, cogiendo el asa de la bolsa y arrastrándola por la mesa. Gemí cuando todo el peso de su contenido se cargó en mis hombros, bufé y la saqué del salón.
O, al menos, lo intenté.
-Ay, Erika, ¿a dónde coño llevas la bolsa? Son yogures. Mételos en la  nevera.
Sacudió la cabeza y suspiró, como si yo fuera la criatura más estúpida e insoportable del mundo.
Cerré la puerta de la nevera muy despacio y contemplé la bolsa, con el bote dentro, y solté una maldición, poniendo especial cuidado en hacerlo en el idioma de mi novio. Como una gata, me deslicé por la puerta de la cocina, y recorrí el pasillo en silencio, perdiendo todo el sigilo nada más llegar a las escaleras.
Una vez llegué a mi habitación, le tiré el bote a Louis, que consiguió esquivarlo.
-¡Voy a matarte!-siseé-. ¡Te mataré, lo juro por Dios, algún tía acabaré matándote! ¿Eres retrasado, o algo? ¿Eh? ¡Mira dónde lo has dejado! ¡Eres imbécil!
-Pero si es nata-replicó, estirándose a cogerlo.
Me quedé a cuadros.
-¿¡QUÉ!?-bramé.
Me lanzó el bote, y lo cogí al aire.
Nata montada azucarada, Central Lechera Asturiana.
Alcé la vista muy despacio, contemplándolo a través de mis pestañas.
-Me vacilas-repliqué.
Negó con la cabeza.
-¿ESTÁ ABAJO?-chillé.
El portón de la finca se abrió, y oí los pasos rápidos de mi perro en dirección a la casa.
Estamos oficialmente muertos.
Volvió a negar con la cabeza.
-La subí.
Me señaló la  cama de mi madre, la que ahora en teoría sería de él si no fuera porque dormía en la mía.
-¿Dónde está la otra?-espeté rápidamente, las palabras se unieron en mi boca y salieron todas juntas de ella. Oh, Dios mío, van a matarme, me van a matar, y todavía no lo he hecho sin condón ni una sola vez...
¿PERO TE ESTÁS OYENDO?
Bueno,oírte no. ¿ESTÁS PRESTANDO ATENCIÓN A LO QUE ESTÁS PENSANDO?
-En el coche.
Me pasé una mano por el pelo.
Exactamente igual a como lo hacía él, solo que en mí no tenía una efecto destroza ovarios.
-Vete a por ella. Yo les distraigo.
Asintió con la cabeza.
-Louis-lo llamé. Se giró y me contempló, ahora estábamos a la misma altura, yo al nivel del suelo del primer piso, él un escalón menos.
-¿Qué?
-¿Y los condones?
-¿Es que tengo que hacerlo yo todo?
Bufé.
-Vuelve a hacerme esto un día y te juro por Dios que te meto tal bofetón que haces historia. Te mando a Júpiter a ver la gran mancha roja. ¿Te apetece?
-¿De un bofetón?-repitió, haciendo pucheros. Asentí.
-De un bofetón.
-No me apetece.
-Pues no me hagas más esto-dije, empujándolo y bajando tras él.
Mamá había sacado la calculadora. Debía de pensar que la máquina era tonta y no sabía sumar la cantidad a cobrar, o peor, que su hija había dejado que la estafaran.
Me senté a su lado y entrelacé las manos mientras contemplaba por el rabillo del ojo a mi novio metiendo nuestras cosas en una bolsa y cerrando de nuevo el maletero.
Su suegra alzó la vista en el momento justo en que pasaba por delante de la puerta del salón en dirección a las escaleras.
-¿Qué llevas ahí, Louis?
Se paró.
La miró.
Esperó a que le tradujera.
Procesó la información.
Y, ¡ME CAGO HASTA EN LA PUTA QUE LO PARIÓ!, sacó el bote naranja.
¡ME CAGO EN TU MADRE, LOUIS, ME CAGO EN TU MADRE, QUE LA POBRE TE PARIÓ SUBNORMAL PERDIDO! ¡ME CAGO EN ELLA!
-¿Qué es eso?-preguntó mamá. Y Louis pronunció una palabra.
Palabra que en mi lengua se traduce por:
-Salsa brava.
Sonrió, satisfecho, y siguió su camino.
Me dejé caer en la silla, y respiré hondo. Había estado aguantando la respiración desde que bajé las escaleras, pero no me había dado cuenta.
Me sentí mal por dentro por darle caña a Louis y su inteligencia superior cuando sacó el bote. Había sido genial el recordar que había cogido un botecito, parecido a los de ketchup, y había preguntado:
-¿Qué es?
Y yo le había respondido lo mismo que le respondí a mi madre.
Miré el anillo de Tiffany, que descansaba tranquilamente en mi anular, ajeno a todo aquel drama.
Aquel que te lo dio no se merece que pienses esas cosas de él.
Posé los labios en él, y nadie en la casa pareció darse cuenta.
Louis volvió y dejó caer en el sofá. Me apresuré a ir a acompañarlo, fiel cual corderito, y le di un beso en la mejilla.
-Te he puesto a parir en mi mente.
-No le des importancia, yo te pongo a parir siempre-hizo un gesto con la mano y yo me eché a reír. Me incliné hacia él y él posó sus labios en los míos.
-Ahora me siento mal.
-Tampoco pienso cosas muy malas, ¿eh? Solo que eres tonta, y sucedáneos un poco más fuertes.
Volví a reírme y le acaricié el pelo.
-Hablo por mí.
-Ya lo sé-se burló.
Mamá se giró en redondo y se nos quedó mirando.
De. 
Puta.
Madre.
Ya los ha visto.
-¿Y las lechugas?
Me tendió el papel.
¡Me lo tendió, joder!
No hubo broncas, gritos ni insultos de la índole de zorra. Y superiores a este.
Lo cogí con mano temblorosa.
-No había. ¿Qué hago con esto?
-Tíralo.
-Vale.
Me levanté, fui hasta la papelera, hice con él una bola y fingí tirarlo. Arrastré a Louis a la habitación de mi padre y estiré el pequeño papel entre los dos. Se colocó a mi lado, y estiró el brazo para sostenerlo él también.
Estaba temblando.
Yo, quiero decir.
Y el hecho de tener los brazos desnudos, pegados, no hacía nada más que poner las cosas peor.
Tuve que controlarme para no estirar los dedos y tocar los bíceps de Louis. Creo que podría casarme con aquellos bíceps.
¿Qué mierda? Me casaría con los bíceps y con el dueño de aquellos bíceps.
-Eri.
-¿Qué?
-Céntrate.
-Estoy centrada-protesté. Sonrió y me besó el cuello.
-Sabes de quién soy.
Me estremecí.
-¿Estás intentando incitarme a que te viole o algo? Porque, definitivamente, vas por muy buen camino.
Me mordisqueó el lóbulo de la oreja.
-Eres muy bipolar. Pasas de amenazarme e insultarme mentalmente a decirme que vas a violarme. Como si pudieras.
Alcé una ceja.
-¿Me estás llamando niña debilucha?
-Estoy diciendo que no es una violación cuando queremos los dos.
Crucé mis ojos con los suyos.
-Eres bobo-me eché a reír y seguí mirando el papel.
Que si arroz, que si pechuga de pollo, que si yogures de frutas...
-¿Dónde están?-murmuré entre dientes, después de pasar varias veces sobre la pequeña línea de MEJILLONES EN ESCABECHE, OFERTA 2X1.
-Ya lo he leído tres veces. Y no los encuentro.
-Voy a por una libreta y me dictas lo que pone. Tienen que estar. No pueden haber desaparecido así, como si nada.
Corrí a coger una de mis libretas, busqué un boli y me metí en la habitación. Cerré la puerta, me apoyé en ella, le quité la tapa al boli con la boca y la escupí lejos y me senté en el suelo.
-Empieza a leer.
-¿Te digo el precio?
-Louis, mi amor... a ver cómo te lo digo-golpeé varias veces las hojas aún en blanco con la parte de detrás del bolígrafo-. Me importa una putísima mierda el precio-levanté la cabeza-. Necesito saber dónde están las cosas que hemos comprado, esas cosas que mis padres no pueden ver.
Asintió con la cabeza y  estiró la mano.
-Léelo tú. Yo escribo más rápido.
-No hay quien te entienda la letra.
-¿Tú no la entiendes?-espetó. Suspiré, me levanté, recogí la tapa y comencé a leer.
Lo copió otras dos veces.
Y no había nada de lubricante Durex, condones Durex, ni nada.
Después de comprobar que las cuentas estaban bien hechas y que, efectivamente, habíamos pagado aquellas cosas, lo miré. Torcí la boca.
-Esto es raro.
Se encogió de hombros.
-El karma te lo debe.
Asentí, todavía paseando los ojos por las letras casi caóticas de lo pequeñas y abundantes que eran. Me besó el hombro lentamente, dejando sus labios apenas posarse en mi piel.
Tuve que estremecerme.
-Pero es que esto es tan raro...
-Déjalo, nena.
-Pero...
-Mira, no te lo quería decir-se apartó un poco y me soltó, cuando estaba seguro de que le miraba-: soy el hijo ilegítimo de la Minerva McGonagall y Albus Dumbledore.
Fruncí el ceño, pero no pude protestar, ya que me puso el índice en los labios para callarme.
-Tuvieron un romance años después de conseguir el título los dos de magos, y me tuvieron a mí. Me llevaron con Jay Tomlinson y le hicieron prometer que me criaría al más puro estilo muggle, pero, como soy hijo de magos tan poderosos, a veces me era imposible controlar mi magia. Así que Jay me envió un par de veranos a Hogwarts, para que obtuviera los suficientes conocimientos como para  controlar mis poderes. En realidad tengo 33 años, pero me conservo bien, ¿eh? Es todo por mi magia.
Parpadeé un par de veces, y retiró su dedo.
Conté cinco latidos de corazón hasta atreverme a abrir la boca por fin.
Le dediqué una tierna sonrisa.
-¿Quién eres y qué has hecho con mi novio?
Sonrió.
-Él no habla de su edad así como así, y menos si todavía es mayor de lo que dice.
Se echó a reír.
-Eri...-negó con la cabeza.
-Además-le corté, empujándolo sobre la cama y echándome encima de él. Mi pelo cayó en cascada a un lado de mi cara, depositándose suavemente en el colchón, a su lado-, no se le puede hablar de magia a un muggle. Eso merece la pena capital. Debería llamar a los dementores para que te lleven a Azkaban.
Se echó a reír.
-Estás fatal de la cabeza.
-Mira quién fue a hablar. El que se monta una película él solo en medio minuto-puse los ojos en blanco y él hizo una mueca, imitándome. Le saqué la lengua y sacudí la cabeza, azotándole la cara con mis rizos.
Se echó a reír, cogió el papel y lo llevó a la basura.
Esperé a que regresara para subir a mi habitación, sin saber todavía lo que íbamos a hacer.
Cuando llegamos arriba me giré en redondo y le planté un hambriento beso. Sonrió en mi boca y se rió entre dientes cuando fui bajando hasta su cuello y empecé a subir hacia su mandíbula, buscando el punto donde le destrozaba el autocontrol cuando lo besaba.
Me apretó la muñeca y buscó mi boca.
-Para.
Me detuve en seco y lo miré. Miró en dirección a la cama, haciéndome ver que yo también debía mirar en aquella dirección.
Me giré y observé a la chica de pelo rizado, con gorrito de lana, sonreírnos a los dos.
-Si queréis me esfumo y vuelvo más tarde. No soy de las que interrumpen.
-El-susurramos los dos a la vez. Eleanor miró a Louis y sonrió; en sus ojos apareció una chispa de algo que yo llegué a reconocer.
La misma que pasaba por mis ojos cuando le veía.
-Oíd, el ofrecimiento de antes, va en serio-se encogió de hombros-. Puedo venir más tarde. Total, es que me aburro bastante. Decidí venir a haceros una visita.
-¿Y de paso borrar pruebas de los futuros delitos que vamos a cometer?-sugirió Louis, alzando una ceja. Le dedicó una media sonrisa que me hizo sentir una punzada de envidia.
Eleanor se echó a reír.
-También, al fin y al cabo, soy como vuestro ángel de la guarda, así que me toca cuidar de vosotros. Hoy por ti, mañana por mí-capturó un mechón de pelo entre sus dedos y comenzó a rizarlo-. ¿Qué tal todo?
-¿Y tú, qué?-repliqué-. Hace milenios que no nos puteáis en casa.
El volvió a reírse.
-De momento las cosas están tranquilas, más o menos.
-Me alegra oír eso-se burló Louis. Ella le sacó la lengua y él le guiñó un ojo.
Joder, sí que tenían química.
-¿Queréis dejar de ligar?-espeté, divertida-. El, me lo diste.
-Estoy empezando a arrepentirme-suspiró ella, haciendo pucheros. Louis sonrió.
-Hay Tommo de sobra para las dos.
-Eri es celosa-se justificó la fantasma. Louis me acarició la cintura.
-Sí, es cierto. Lo es.
-Callaos. Los dos. ¿Pasa algo, El?
Eleanor se encogió de hombros.
-Vengo a daros un consejo. Y luego me iré. Como siempre termino haciéndolo-se llevó la mano al codo contrario y se mordió el labio inferior. Arrastré a Louis a la cama y le obligué a sentarse delante de ella. Le acaricié lentamente la mano, preguntándome si el que no pudiera apartar los ojos de su (legítima) antigua novia significaría algo.
-Si es lo que creo que es, no tengo pensado tener críos hasta más allá de los 25. Por lo menos-me miró de reojo y yo fruncí el ceño, y ambas sonreímos.
-Louis-protesté yo. Eleanor se echó a reír.
-No es por eso. Ni siquiera es por vosotros, pero... podría llegar a afectaros-se encogió de hombros y tragó saliva. Louis la imitó.
DEJA DE HACER ESO. DEJA DE PERSEGUIRLA.
Suspiré y miré al suelo. Eleanor tenía los pies del mismo tamaño que los míos, y contrastaban mucho con los de mi (nuestro/su) novio, bastante más grandes. Coloqué mi Converse lentamente sobre sus bailarinas, y esperé. Eleanor se apartó el pelo de la cara, frunció el ceño y retiró el pie.
Nos miramos un segundo, y me heló la sangre lo que vi en aquellos ojos.
Destrucción.
Dolor.
Muerte.
-Eleanor...-murmuré.
Me pregunté por qué él no hacía nada por protegerme, por que yo apartara la mirada, porque no me afectara todo lo que estaba viendo en los ojos de a quien le había quitado el sitio.
Todavía la quiere. Todavía siente algo por ella. Eleanor viene a decirme que ya tiene pensado cómo quitarme lo que a ella le falta y que ya no me necesita, ya no me necesitan, ya pueden tirarme a la basura.
Cerré los ojos con fuerza y me estremecí.
Nadie se dio cuenta.
Louis frunció el ceño mientras Eleanor chocaba en silencio las palmas de sus manos, buscando las palabras. Carraspeé.
-Tenéis... que vigilar a Noemí-asintió lentamente, mirándose las rodillas, y volvió a alzar la vista. Intenté no mirarla a los ojos; me concentré en las pequeñas arrugas que se formaban en su frente cuando alzó las cejas.
Luego, en su melena.
-¿Por qué?-en el tono de Louis se veía que no lo entendía. Normal, ¿cómo iba a entenderlo si no le estaba prestando atención? Seguro que estaba demasiado encandilado con el sonido de su voz como para escuchar sus palabras.
Eleanor sacudió la cabeza.
-No puedo decíroslo. No me dejan. Pero tenéis que creerme. Noemí va a hacer algo, y tenéis que pararla.
-¿Por qué no la paras tú?-susurré con un hilo de voz, de repente consciente de que ella estaba allí, de que mis padres estaban en el piso de abajo, y de que si subían se encontrarían a una inglesa que no conocían de nada sentada en mi cama, con la que yo estaba hablando tranquilamente, sin haberles avisado de su presencia.
-No puedo. No es la mía.
Louis frunció el ceño.
-¿Por qué siempre que apareces terminamos hablando como si estuviéramos hablando de una película de ciencia ficción?
-Que esté aquí es ciencia ficción-repliqué yo, soltándole la mano y clavando los pies en el colchón de la cama que tenía delante. Me abracé las rodillas, y sentí su mano alrededor de mi cintura. Cerré los ojos, esta vez suavemente, deleitándome con aquel pequeño contacto, que no hacía otra cosa más que recordarme que la había tocado así a ella una vez, tiempo atrás.
-Nena...
Lo miré y sonreí, sacudí la cabeza.
Eleanor volvió a mirarse las manos.
-Ella va a hacer algo. Y lo peor de todo es que va a creer que se está ayudando a sí misma; le van a aconsejar que lo haga. Ella aceptará, parece lógico, en realidad, para ella tiene su ciencia-negó con la cabeza-. Pero es una tontería, es la mayor tontería que puede hacer.
-¿Qué es? ¿Secuestrar a Harry? Tampoco será tan malo-supuso mi novio.
Nuestro novio.
¿Su novio?
Eleanor se llevó el pulgar a la boca y comenzó a mordisquearse la uña.
-No. No. Podría destrozar la banda. Yo... Louis, ¿me creerías si te dijera que puedo hacer cosas del estilo ver el futuro?
Sonrió.
-Te vi esfumándote en el salón de mi casa, ¿recuerdas? Sé que no eres normal, pero supongo que eso fue lo que me atrajo de ti-se burló él.
-Yo era normal cuando nos conocimos-replicó ella, burlona también. Tuve que guardarme la respuesta sarcástica de turno, pero, sobre todo, la sonrisa cínica que la acompañaría. Respiré hondo.
-Chicos.
-Perdón-El levantó las manos-. Escuchad: podría poner en peligro a la banda. Es bastante probable. Os fastidiará a la gran mayoría, y eso es precisamente lo último que yo quiero. Necesito que me juréis que la vigilaréis. Lo haréis, ¿verdad? Todo será más fácil si le echáis un ojo. Por favor.
Me encontré con los ojos azules de Louis.
-¿Qué dices?
-Supongo que podríamos controlarla de vez en cuando. ¿Qué crees tú? Eres la que más tiempo está con ella.
-Pero-me giré hacia mi sustituida-, ¿qué es?
-Caroline no me deja decirlo. No puedo decirlo si ella me está manipulando.
-¿Qué coño sois? ¿Jedis? ¿O magas con juramentos inquebrantables? Si quieres decirlo, lo dices, y punto, El-protestó Louis, soltándome la cintura y deslizándose hacia atrás en el colchón. Apoyó la espalda en la pared y se cruzó de brazos.
No me importaría violarlo cuando se puso así, y mucho menos con Eleanor mirando.
La chica inclinó la cabeza hacia un lado y lo miró con ojos entrecerrados.
-Nuestras promesas son más fuertes que las vuestras. Cuando prometemos algo no podemos romperlo. Cuando otra es más fuerte en una cosa o le incumbe más esa cosa, nos doblega a las demás. Caroline controla esto. Su juego. Su chica. Sus reglas.
-¿Puedes hacerle eso a Eri?
El se encogió de hombros.
-Sí.
Louis se apresuró a acercarse a ella.
-¿Puedes hacer que podamos hacerlo sin condón y que no se quede embarazada?
-Voy a fingir que no has dicho lo que has dicho-espeté, clavándole el codo en las costillas. Se echó a reír.
Eleanor cruzó las piernas.
-Prometédmelo.
-¿Por qué tengo que prometerte algo que sabes de sobra que voy a hacer? Cuidaré de la banda. Cuidaré de Harry, y de Noe. Son mis amigos. One Direction es mi sueño, Eleanor. ¿Por qué prometértelo?
-Hacedlo de todos modos.
-Lo prometo. Vigilaré a Noe. Lo más cerca posible-le aseguré. El asintió, luego miró a mi novio.
-¿Louis?
-Te juro que la perseguiré hasta el final de los tiempos si con eso nos salvo.
Eleanor sonrió, se apartó un mechón de pelo de la cara y se lo colocó detrás de la oreja. Tapó su puño cerrado  con la otra mano, apoyadas las dos en la rodilla.
-No has cambiado nada, ¿eh, Lou?
Louis se encogió de hombros.
-¿Debería? Solo sé que haría lo que fuera por la gente que quiero en todas las dimensiones en las que esté. Es parte de mí.
El asintió.
-Supongo que ahora me podría ir.
-¿Vas a quedarte?-espeté, intentando no sonar demasiado fastidiada por el simple hecho de que se atreviera siquiera a sugerir que tal vez alargara un poco más su estancia. Eleanor se encogió de hombros, clavó sus ojos castaños en Louis y lo observó durante unos minutos. Louis le sostuvo la mirada, sin esconderle absolutamente nada. De sus ojos desapareció todo rastro de emoción, como si se estuviera ofreciendo a que ella le leyera la mente.
Ella lo había encontrado antes. Ella era su verdadera dueña.
Yo era una simple usurpadora.
-¿Qué tal lo llevas?
No necesité preguntar, y mi novio tampoco, para saber a qué se refería.
-Lo llevo-el interpelado se encogió de hombros, El asintió. Louis volvió a acercarse al borde de la cama, inclinó el torso hacia ella y acercaron sus rostros.
Sus rodillas se acariciaban suavemente, a ninguno parecía importarle este hecho, excepto a mí, lógicamente.
-Eleanor.
-Louis-ella esbozó una mínima sonrisa que desapareció tan rápido como llego.
-¿Mis padres también se divorciaron cuando estaba contigo?
Eleanor lo miró fijamente.
-Fue antes. Aunque Elounor (así nos llamaban las fans) lleve ventaja a Louri, tus padres ya se habían conocido cuando nos conocimos. Y después de conocernos empezamos a salir.
-¿Cuánta ventaja?-mi novio me miró de reojo. Se me encogió el estómago.
Un año.
Dos.
¿Dos?
¿Quién era el que llevaba dos con su novia? ¿Louis o Liam?
Joder, había roto una relación de un año, tal vez más.
El nudo que se me formó en el estómago se deshizo cuando la inglesa susurró, con su suave acento:
-Empezamos el 17 de noviembre de 2011.
Louis se la quedó mirando, incrédulo, luego me miró a mí. Clavó sus dos pozos de mar en mí un instante antes de volver a ponerlos en los ojos chocolate de ella. Y regresó a mí.
-¿Por eso te gusta tanto el 17?-se burló. Negué con la cabeza.
-No sabía cuándo habíais empezado.
-Directionator-canturreó Eleanor, Louis sonrió. Le lancé una mirada envenenada a la chica, que esbozó una amplia sonrisa.
La que sonreí fue yo cuando la suya desapareció de su boca.
-¿Por qué se acabó?
Mis labios se pusieron tensos cuando él se me quedó mirando después de darse cuenta de que Eleanor no tenía pensado soltar prenda.
-¿Lo sabes?
La mirada nerviosa de El se había posado en mí. Asentí lentamente.
-Sí.
-¿Y tan secreto es?
-Te haría daño-intervino Eleanor, colocándole la mano en la rodilla, en un acto reflejo.
Una bandeja de cuchillos jamoneros, por favor. Voy a cortarle el brazo.
Y Louis no la apartó.
-Creo que merezco saberlo.
-Es para protegerte.
-Tú has hecho magia, o lo que sea, para cambiar las cosas. ¿Tampoco podías cambiar lo de mis padres?
Eleanor negó con la cabeza.
-No lo vi venir.
-Ahora eres vidente.
-He venido a avisaros de lo que tenéis que hacer para que vuestras vidas estén tal y como están. No sé qué pasará si te decimos por qué.
-Eri-gruñó él.
Negué con la cabeza.
-No me deja ella.
-Pues cuando se largue me lo dices.
-Si se lo vas a decir, te borro la memoria a ti también. No me resulta difícil-me amenazó la chica. Cerré los ojos y le acaricié la mano a Louis. Eleanor retiró su zarpa de su rodilla. ¡Bien!
-Te iba a hacer daño.
-Pero...
-Con que lo sepa uno ya basta. Con que sea yo la que se torture por lo que pudo pasar y no ha pasado es suficiente. Con que sea yo la que esté todo el rato pensando en que le he quitado la vida perfecta a una chica y me la he quedado yo.
Louis hizo una mueca.
-¿Era malo?
Miré a Eleanor, que negó con la cabeza.
-¿Moría alguien?
Volvió a negar con la cabeza.
Me miró, pensando que si no le pasaba nada a nadie, yo no debería estar allí. Yo debería seguir sentada delante de una pantalla, viendo vídeos suyos, y  fantaseando con ser quien era ese momento.
Y sería Eleanor la que se pasearía con él pro las calles de Londres, enfundada en unos leggins negros, con un jersey que la hiciera más preciosa aún, cogida de su mano, y sosteniendo en la mano libre una taza del Starbucks.
Me sorprendió cuando asintió con la cabeza y susurró:
-Está bien. No te preguntaré.
Suspiré y le abracé.
-Gracias, mi amor.
Noté su sonrisa cuando me besó el hombro, acariciándome la espalda lentamente.
Cuando nos separamos, Eleanor ya no estaba allí.
-Joder, yo quiero hacer eso.
Me eché a reír y negué con la cabeza.
-¿Pagar lo que ha pagado ella por desaparecer cuando te dé la gana? A mí me parece que no merece la pena.
Me quitó el pelo del hombro y comenzó a besármelo lentamente, seductor. Me dejé llevar un segundo.
Solo un segundo.
Hasta que recordé cómo se habían mirado, cómo no había apartado la mano de ella cuando ésta la dejó caer, casualmente, en su pierna. Cómo se miraron a los ojos.
Cómo descubrió su mirada y su mente para dejarlo al amparo del examen de su ex novia.
Me aparté rápidamente y le sugerí ir a casa de mi hermano, ya que estaba vacía, para hacer lo que fuera.
Una chispa se prendió en mí cuando en sus ojos hubo un brillo de apenas una millonésima de segundos dentro de mi estómago.
Me dejé caer en el sofá, y abrí el libro por donde me marcaba el marca páginas. Él encendió la tele pero no le hizo ni caso, volvió con su procesión de besos  como si nada hubiera cambiado. Como si no hubiéramos cambiado de sitio, de casa, de sofá...
Lo miré, torciendo la cabeza.
-Quiero leer, Lou.
-Yo quiero otra cosa-replicó, subiendo hasta el cuello.
La chispa se convirtió en llama.
La mano de Eleanor en su rodilla hizo de esa chispa un volcán.
Y el volcán explotó sin que pudiera hacer nada por remediarlo.
Lo miré un segundo, solo un segundo, cerciorándome de que realmente era él, y no un holograma, al que le iba a chillar.
Abrí la boca y los gritos salieron solos; la lava del volcán de mi interior escapándose a borbotones sin causarme a mí otro sentimiento que la necesidad imperiosa de seguir y seguir dando voces, alimentándose la rabia de mi ser a sí misma.
Cuando terminé de gritarle, me di cuenta de que estábamos los dos de pie, a escasos metros del sofá donde antes nos habíamos localizado, uno frente al otro. Louis me observaba con los ojos impasibles, las manos en los bolsillos, como si estuviera esperando a que una de sus hijas terminara su rabieta porque no se le iba a comprar el juguete que ella quería, y punto. Se mordisqueaba el labio inferior sin parar de estudiarme.
No soy una puta cría, y esto no es una puta rabieta. Tengo mis razones.
Aún jadeante, con la respiración entrecortada, me crucé de brazos, notando el temblor de mis manos, y le devolví la dura mirada.
Terminé descruzando los brazos enseguida, pues, Dios sabía cómo, lo único que este hecho conseguía era ponerme todavía mucho más nerviosa, aumentar el frío que se había instalado en mi interior.
El frío que estaba esperando que Louis sacara las manos de los bolsillos, abriera la boca y me devolviera todos y cada uno de los gritos que yo le había dado, accediendo a construir el apocalipsis de nuestra relación.
Decidió sorprenderme sobremanera, (como siempre hacía, por otra parte), cogiéndome de las muñecas y estampando sus labios contra los míos.
Jadeé, me aparté de él y lo miré a los ojos. Nadé en aquellos pozos azules, curiosos y divertidos.
A mí no me hace ni puta gracia.
Excitados.
-Un beso no va a cambiar lo que siento ahora-gruñí por lo bajo, apartando la vista, bajando la cabeza. Me tomó de la mandíbula.
-Entonces, te besaré hasta que cambies de opinión.
Sacudí la cabeza.
-Tendrías que hacerlo miles de veces.
Al margen de que fueras capaz de sobreponerte a lo subnormal que has sido al ponerte a tontear con tu ex novia fantasma delante de tu actual novia, la usurpadora de tronos.
Me tomó de la cintura y me pegó contra él.
-Genial. Repetir lo que más me gusta mil veces. Perfecto.
Apoyó su frente en la mía, me acarició la nariz con la suya y comenzó a besarme lentamente. Nuestros labios se unían y se separaban como si no hubiera pasado absolutamente nada.
-Nunca tenemos una conversación normal. Madura.
-Es conmigo con quien estás hablando-me recordó, entre unión de bocas.
Negué con la cabeza, los ojos cerrados. Su aliento me abrasó las mejillas, pero yo no estaba de humor para dejar que la fan salvaje que llevaba dentro tomara las riendas de la situación; no en ese momento.
-No vas a conseguir eso. Sé por qué estás haciendo esto.
-¿Por qué?-gimió en mi cuello. Suspiré. No supe decir cuánto tenía ese suspiro de incredulidad y cuánto de cansancio y rendición. Seguía siendo Louis. Seguía siendo él quien mandaba.
Siempre era él quien mandaba.
-Estoy cabreada. No va a haber ese polvo legendario por el que estás luchando.
-¿Quieres apostar?-me retó.
Me eché a reír, eché la cabeza hacia atrás y pasé mis brazos alrededor de su cuello.
-Eres imbécil.
Volvió a salir el sol. Bueno, en realidad sonrió, lo que venía a ser lo mismo.
Miré la puerta cerrada del otro lado de la estancia, la que llevaba a una de las habitaciones que ni mi hermano ni mi cuñada usaban nunca. Los ojos de Louis se posaron en el pomo de la puerta, y, sin saber cómo, entendió lo que yo quería.
Comenzó a arrastrarme hacia aquella cama a pesar de que sabía que como se pusiera pesado era muy capaz de darle una bofetada.
¿Tú, pegando a Louis? Disculpa mientras me descojono.
Nos sentamos en la cama y dejó que me desahogara como una persona normal. Sin gritos. Sin gestos exagerados. Solo nuestras manos entrelazadas, mis ojos en nuestros dedos, en la pulsera, el anillo que me había regalado. Los suyos en los míos, comprensivos, inquisitivos, abrasadores. Deliciosamente comprensivos.
No podía haber estado nunca celoso de nadie. Era perfecto. Nadie podría quitarle nunca lo que le pertenecía por derecho propio: un juguete, el mando de la tele, un pastel... una chica. Era imposible que alguna vez en toda su vida hubiera tenido miedo de que alguien consiguiera arrebatarle lo que él más deseaba, quería, o tenía.
Pero era un detalle que se esforzara por comprender. Era genial que me escuchara con toda su atención, su azul más puro clavado en mí, absorbiendo todas y cada una de las palabras que salían de mi boca, como si fueran la palabra de un dios, el más poderoso, el mejor de todos. El suyo. Me encantaba que estuviera prestándome atención, escuchando mi perorata y las dudas interiores de una chica que no se merecía nada de la vida que tenía. No se merecía su fama, no se merecía sus amigos, no se merecía aquel novio perfecto que ahora le acariciaba suavemente el dorso de las manos con sus pulgares, volviéndola loca de amor... y tampoco se merecía el derecho de rechazar a su novio en cuanto a sexo se refería.
Parpadeé, aliviada, alcé la vista y crucé nuestras miradas. Las comisuras de su boca se alzaron en una media sonrisa perfecta. Una gran parte de mí deseó tirarse a sus pies y comenzar a adorarlo en ese preciso instante.
-Yo también sé qué es ponerme celoso, Eri-las yemas de sus dedos me acariciaron el cuello, destrozando el poco control que me quedaba. Si en ese momento me pedía largarnos a un prostíbulo y hacer una orgía con todas las fulanas que allí hubiera, yo correría a coger mi abrigo para no perder un segundo más. Lo necesitaba. Siempre lo hacía.
Dentro, fuera, donde hiciera falta. El caso era que tenía que estar conmigo.
-Y, la verdad-continuó, impasible ante los delirios de su novia-, es que no mola. Pero cuando tú te pones celosa... estás más guapa. No sé. Pareces boba. Te sienta bien parecer boba.
Me coloqué un mechón de pelo detrás de la oreja y me tumbé en la cama. Apoyé los pies en la pared y estudié mi anillo.
-A mí no me gusta. Sobre todo porque tengo mis razones. Las hay muchísimo mejores que yo.
-Son gilipolleces-espetó, acariciándome la mejilla. Sonreí, mirando al techo-. Me da igual cómo sean las demás. Yo te quiero a ti. Es contigo con la que quiero estar. Me da lo mismo si las demás son mucho más guapas o más listas, o que tú creas que lo sean. No hay ninguna como tú, y punto.
Me mordí el labio inferior.
-No son solo las demás, ni que sean mejores que yo. Es que yo soy española y tú eres inglés. Es que tenemos que esperar para vernos los fines de semana. Es que uno de los dos tiene que cruzar un mar que nos separa cuando necesitamos estar con el otro. No es solo mi competencia, sino todo lo demás. Hay más cosas que importan.
-Nada más que esto importa-replicó, pasándome las yemas de sus dedos por mis costados y sonriendo. Lo miré sin apartar los pies de la pared; las piernas en alto, casi verticales-. Simplemente me hace gracia que tengas miedo  de cada chica que se me acerca cuando sabes de sobra quién es la dueña de mi corazón.
Sus últimas palabras borraron la protesta que había nacido en mi garganta.
Tragué saliva, me humedecí los labios, y me llevé las manos a los hombros. Deslicé los tirantes de mi camiseta por ellos, me los sacudí de encima y dejé al descubierto mis pechos. Se sentó a mi lado en la cama, los recorrió con los dedos y me besó la boca. Capturó mi labio inferior con sus dientes y suspiré, deseándolo en mi interior.
Sus manos, como oyendo las súplicas de mi cuerpo, fueron hasta mi entrepierna, y me la acariciaron posesivamente, sabiéndose él dueño absoluto de mi ser.
-Me encanta cuando haces eso-dijo, contemplando mi semidesnudez postrada ante él-. Cuando me dejas mirarte. Besarte. Acariciarte-reiterando eso, la mano traviesa regresó a mi vientre-, tocarte-volvió a mi sexo y lo acarició con una suavidad tan extrema que enloquecí.
Arqueé la espalda y le di como ofrenda mis senos. Entreabrí la boca cuando, excitado, aumentó la profundidad de sus caricias.
-Sí... sí... ahí-jadeé, como si necesitara que le indicara. Se inclinó y me besó en la boca, en el cuello, en los pechos, mientras con su mano clamaba al mundo que yo era suya.
Total y absolutamente suya.

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