sábado, 15 de diciembre de 2012

Soy Louis, pero llámame Jennifer.

Se detuvo a medio camino y se llevó las manos a los bolsillos.
-¡JODER! ¡El móvil!
Me quedé helada, me giré y lo contemplé con ojos como platos.
-No me digas que se te ha caído.
Asintió lentamente, pero luego se echó a reír y sacó el iPhone del bolsillo trasero de su pantalón. Le di un empujón.
-¡No tiene gracia, Louis! ¡No la tiene!
Me tomó de la cintura y apretó sus labios contra los míos.
-Nos va a llover encima, ya verás.
Sonrió.
-Solo es lluvia, Eri. Relájate.
Suspiré, me recogí el pelo con las manos y lo dejé caer por la espalda.
-¿Se me sigue notando?
Alzó los hombros.
-Yo es que te lo noto mucho después de hacerlo, básicamente porque sé que lo has hecho.
Puse los ojos en blanco.
-Ahora es cuando te pones histérica diciendo que no fue una buena idea y bla bla bla-abrió y cerró la mano, como si de una boca se tratara, alzó una ceja e inclinó la cabeza.
Negué con la cabeza.
-Me ha encantado-repliqué, bajándome las manos. Me dedicó una sonrisa sarcástica-. En serio. Ha sido genial. Y lo sabes. Sabes que me ha parecido genial.
-Es que yo soy genial.
Le di un beso en la mejilla.
-Mueve el culo, Louis CuloSalvaje.
-¿No era sobresaliente?
-Tu culo tiene una serie de adjetivos propios. En serio. Muévete-tiré de él, pero opuso resistencia.
-¿Y si no quiero?
-Louis-supliqué, mirando el cielo. En las montañas del norte ya se veía la cortina de lluvia, corriendo hacia nosotros-. Louis, por favor.
-Solo. Es. Lluvia.
-Odio mojarme-gruñí entre dientes. Se giró a contemplar el agua.
-Tenemos tiempo.
-Louis.
-Vale, ¡vale!
Le encantaba estar por fuera, y no le culpaba. Mi pueblo era el único lugar por el que podía pasearse a sus anchas sin tener que parar cada dos minutos a firmar unos autógrafos, hacerse fotos o ambas cosas a la vez.
-Nena-me llamó. Me giré y entrelacé mis dedos con los suyos. Posó fugazmente sus labios en los míos-, te quiero.
Sonreí.
-Yo también.
-No te sientas mal.
-No lo hago.
-Mentirosa.
Me acarició la cintura y bajó hasta mi trasero.
-¡Cómo aprovechas!
-Calla, ahora que estamos solos tengo que hacerlo, ¿no?-se encogió de hombros mientras me apretaba suavemente.
Sonreí.
-Mi padre te mataría si lo hicieras delante de él.
-Tu padre me mataría con tan siquiera sospecharlo.
-¿Crees que no lo hace? ¿Que piensa que yo aún soy...?
Negó con la cabeza.
-Lo dudo mucho. Básicamente porque tuvo mi edad, y sabe lo que necesitamos los chicos de mi edad.
-No te pares.
Seguimos caminando en susurros, como si alguien nos estuviera escuchando, en dirección al pueblo. No llegamos a tiempo; apenas habíamos empezado a subir la cuesta hacia las casas cuando la lluvia nos alcanzó.
Echamos a correr con las manos aún entrelazadas, pero tuve que pararme varias veces para retomar el aire.
Yo no estaba de corretear por el gimnasio cada dos días. Él, sí.
-Vete. No te mojes tú también-le insté. Se acercó a mí y se quitó la chaqueta. Di un par de pasos atrás-. ¿Qué haces? ¿Eres tonto, o algo? Vas a pillar el catarro del milenio.
Me colocó la chaqueta sobre los hombros, y yo empecé a sacudírmela de encima.
-Prefiero pillar yo un catarro a que lo pilles tú-espetó.
Me aparté el flequillo empapado y me lo quedé mirando.
-Pero...
-Oye, si te quitas la chaqueta, genial. Me quito yo también la camiseta y subimos así a casa, ¿qué te parece?  Llevo la ropa en una mano mientras con la otra te arrastro. Tú misma-se encogió de hombros y comenzó a deshacer el camino que habíamos andado hasta el río. Bufé.
-Eres terco como una mula.
-Tengo de sobra a quién parecerme-alzó el pulgar sobre sí y redujo el ritmo para que lo alcanzara. Me abracé a su cintura y le besé el hombro.
-No tienes por qué...
-Cierra la boca. Soy inglés. Lo llevo en la genética.
Me eché a reír y le animé a cruzar un prado a modo de atajo, al fin y la cabo, ya estábamos empapados, no nos iba a molestar demasiado el mojarnos los pies.
Mi madre se apresuró a abrirnos la puerta y nos miró horrorizada.
-¿No os habíais llevado un paraguas?
-No-gruñí por lo bajo, entrando en casa y corriendo a la cocina. Estiré las manos sobre la cocina de carbón y rápidamente Louis hizo lo mismo.
-Id a cambiaros la ropa-nos instó mamá. Le tendí la chaqueta empapada de Louis y se lo quedó mirando-. ¿Has dejado de verdad que subiera así?
-Me amenazó con subir desnudo si no me la ponía-me defendí. Louis nos miró a ambas, miró la chaqueta, miró mi expresión de fastidio y la de curiosidad de mi madre, y comprendió. Esbozó una tierna sonrisa.
-Dile que es lo menos que podía hacer.
-Cualquier día te doy un bocado, como sigas siendo así de dulce. Mira a ver si paras. Te lo digo de verdad-repliqué yo, traduciéndole acto seguido la conversación a mi madre.
Corrimos escaleras arriba y rebuscamos ropa nueva que ponernos. Me quité la camiseta y él hizo lo propio, nos paseamos los dos con el torso descubierto. Se inclinó hacia mí y me besó el cuello mientras me colocaba bien un tirante del sujetador.
-Gracias-repliqué, azorada.
-De nada.
Abrí el armario y cogí dos toallas, cuando cerré la puerta y alcé la vista, mi padre estaba mirándonos a los dos en el marco de la puerta.
Oh, Dios. Va a matarnos. Va a matarlo.
Louis se puso rígido, lo miró con ojos indiferentes. No hubiera podido descubrir su estado anímico mirando su cara ni aunque me lo hubiera planteado.
Papá respiró varias veces, su respiración resonó por toda la habitación. La casa entera se estremeció, al igual que en el cuento de Los tres cerditos.
-¿De dónde venís?
-Del río-musité con un hilo de voz, tendiéndole la toalla a Louis, que la cogió despacio, muy despacio, como si tuviéramos un animal muy peligroso frente a nosotros.
Lo es.
Los ojos de mi padre se encontraron con los de Louis. Louis respiró hondo, preparado para la lucha. Estaba cogiendo aire para defenderse, para que no le faltara en la pelea.
Podría matarlo. Es más joven y más fuerte. Podría dejarte huérfana.
Y, sin embargo, una parte de mí, por mucho que me doliera reconocerlo, disfrutaba con aquella idea.
Papá asintió lentamente.
-Y, ¿os pilló el agua?
-Sí.
Por favor, por favor Señor, por favor, que crea que el rubor de mis mejillas es por correr y no por lo que realmente es. Por favor. Por favor.
Nuestros cuerpos encajando a la perfección en aquel lugar mágico, donde todo había empezado. Sus besos en mi cuello, mis besos en su frente, su boca en mi escote, sus manos bajándome los pantalones lo justo y necesario para entrar en mí, sus manos acariciándome por todas partes, las mías enredándose en mi pelo, nuestras bocas entreabiertas cuando nos encontramos, sus dulces movimientos, como la primera vez que me hizo suya, su mirada de amor infinito cuando terminó, su paciencia esperando que yo acabara también, la forma en que nos miramos cuando aún estábamos conectados y ya nos habíamos satisfecho.
Por favor, por favor, no me quites este rubor todavía, pero haz que crea que no es de eso.
Su boca en mi oreja.
Sus manos apretando mis caderas, destrozando mis terminaciones nerviosas.
Por favor, que no se dé cuenta.
Mis mordiscos en su punto S.
Engáñalo.
Nuestros gemidos y los movimientos acompasados.
Sus ojos cerrándose y todo él llegando al cénit.
Asintió.
-Ponte ropa, anda. Estás cogiendo un color muy feo.
Asentí rápidamente y, nada más desaparecer mi padre, me dejé caer en la cama, al lado de Louis.
Me aparté el pelo de la oreja y suspiré, apoyando la cabeza en su hombro.
-Me acabo de poner caliente de la manera-bufé, abanicándome el rostro con las dos manos.
Me miró con el ceño fruncido.
-¿Cómo?
-Tengo una super memoria, ¿recuerdas?
Alzó las cejas varias veces.
-No hace falta una super memoria para recordar algunas cosas-estiró la toalla y comenzó a frotarse el pecho. Le sonreí cuando me pellizcó la nariz.
Nos pusimos ropa nueva, bajamos al salón y nos sentamos en el sofá. Mamá miraba la televisión distraída, mi padre se dedicaba a sus cosas en el pequeño cobertizo adosado a la casa.
El microondas sonó con su típico chasquido, avisando a todo el mundo de que lo que fuera que estuviese calentando estaba listo.
Mi madre se levantó, fue hasta la cocina y regresó con dos tazas llenas de chocolate. Nos las tendió.
-Para que no os resfriéis-se limitó a decir, encogiéndose de hombros y volviendo a sentarse a la mesa. Louis musitó un tímido gracias en mi lengua y sopló la taza. Una nubecita de humo se deslizó hacia delante, zalamera.

Estaba leyendo en la cama, pero no podía concentrarme, pues tenía la tele puesta y yo la entendía. Metí un dedo entre las páginas y cerré lentamente el libro. Lo miré.
-¿Te interesa lo que estás viendo?
Me miró y asintió, cauto.
-¿Por?
-No, por si querías que te leyera o algo.
Se encogió de hombros y continuó sosteniendo el mando apoyado en su cabeza. Nunca le pediría que apagara la tele, nunca, porque sabía que si lo hacía la apagaría y se haría un ovillo para no molestarme. Y eso era lo último que me apetecía.
-Si lo pongo en francés, ¿te molesta?
Decidí dejar al margen que no iba a poder poner la televisión en francés y le espeté con el acento más suave que pude:
-Je comprends un peu du français.
-Pues très bien. Tócate los huevos. Mi novia de 16 años sabe más idiomas que yo con 20.
-Je comprends un peu du français mais je ne l'utilise beaucoup.
-Oui, oui, madame.
-C'est mademoiselle. Madame, on l'utilise por les femmes qui sont marrieés.
-Excusez moi.
Me eché a reír ante su gesto de lo he entendido absolutamente todo.
-¿Te has enterado de algo?
-Que a una tal María le pasa algo.
Me reí aún más fuerte, aplaudí su francés y le besé los labios.
-En momentos como este me siento un asco de ser humano y me entran unas ganas terribles de darte mi vida.
-No-repliqué yo, acurrucándome contra él y dejando el libro sobre la mesilla de noche. Sonrió, me pasó un brazo sobre los hombros y me besó la cabeza. Le devolví la sonrisa y me quedé mirando la tele.
Sus dedos bajaron hasta mi cintura y me al apretaron con tanta dulzura que las corrientes eléctricas de mi interior me destrozaron por dentro, tal era la fuerza que llevaban.
Clavé la vista en la televisión mientras él no paraba de observar mi expresión, que se tornó sarcástica al reconocer a Harrison Ford.
-¿Indiana Jones?
Se encogió de hombros.
-Creo que es la tercera. Creo.
-¿Salió Venecia?
-Sí.
-Es la tercera.
-Friki.
-Bobo.
Me estiré para besarlo, él no se hizo de rogar. Estudió mi camiseta con gesto ausente: el pequeño escudo del equipo de fútbol de Doncaster, las líneas negras que bajaban de mi cuello por mis hombros hasta casi el codo, el gran 17 TOMLINSON a la espalda...
-¿Qué hago con la otra?-espetó de repente. Fruncí el ceño y me lo quedé mirando.
-¿Eh?
-Mi camiseta. ¿Qué hago con ella?
Me encogí de hombros.
-No te la vas a poner más.
-Es bastante probable que no lo haga; se la daría a Stan, pero él tiene la suya.
Le besé el pecho.
-No sé... ¿por qué no la subastas? Si no vas a ponértela, estaría bien que la vendieras y dieras el dinero que sacaras con ella a la misma ONG que te organizó el partido, ¿no?
Clavó sus ojos azul cielo en mí.
-Es una sugerencia-me defendí, deslizándome hacia abajo en la cama y quedando tapada con la manta hasta los ojos. Las comisuras de su boca se alzaron.
-Es una gran idea.
-Para variar-repliqué, brincando y colocándome a su altura. Me acarició la mandíbula y se relamió los labios-. No hagas eso. Para. Terminaré violándote como sigas en ese plan.
-¿En qué plan?-se burló él.
-En plan de Oh, Dios, qué buena estás, niña, necesito follarte ya mismo-exageré mucho mi acento y él se echó a reír.
-Estás fatal de la cabeza, nena.
Volví a pegarme a él y le besé el cuello, en el punto justo en que no soportaba que lo hiciera. Cerró los ojos y sonrió.
-Sigue llamándome loca y te dejo sin sexo un mes.
-Ya me has amenazado con eso antes, y sabes cómo terminamos.
-Ya estamos en la cama-le recordé. Sonrió, sus dedos se clavaron en mi cintura. Gemí contra su cuello.
-Ya tenemos todo el camino recorrido, ¿no?-se giró lo gusto para sostener mi rostro entre sus manos; cerró los ojos y unió nuestras bocas. Persiguió mi lengua, me acarició los costados, metió sus dedos bajo mi  (o su) camiseta y recorrió mi espalda con un deseo arrollador...
-No tenemos por qué hacerlo-suspiré contra su pelo cuando comenzó a besarme el cuello.
-No-reconoció él. Pero no paró. No quería parar.
Yo tampoco quería que parara.
Se puso encima de mí y yo me deslicé hasta quedar con la cabeza en la almohada. Le quité la camiseta.
Sonrió.
-Así que empezamos, ¿eh?
Me mordí el labio inferior y asentí, contemplando su torso desnudo.
Por favor, es perfecto, no puede ser mío, tengo que haber matado a alguien muy malo para merecérmelo...
¿Sería la pistola con la que Hitler se suicidó?
No. Lo que yo era era la usurpadora de Eleanor.
-Y, a pesar de que ya hemos echado el polvo diario...
-Y menudo polvo-suspiré y él me enseñó los dientes.
-Amén, hermana. A pesar de eso, tú quieres más...-negó con la cabeza-. ¿Qué voy a hacer contigo?
-Lo que te dé la gana-dije sin pensar. Se rió más fuerte y sus dedos pasaron entre mis  pechos.
-Ten cuidado con lo que dices, ¿eh?
Me incorporé, nuestras bocas estaban a milímetros. Sonreí.
-Hazme. Lo. Que. Te. De. La. Gana-casi silabeé. Se abalanzó sobre mí y me tumbó sobre la cama. Le acaricié la espalda, fui bajando hasta llegar a su culo, apretándolo. Gruñó, excitado, y jugueteó con el borde de mi camiseta. Me llevé yo misma las manos a la cintura, dispuesta a quitármela para acortar mi suplicio.
-Eri...-susurró contra mi oído, con la voz ronca de excitación. Me erizó el vello de todo el cuerpo-. No puedo. No te la quites, porque sabes que si lo haces no podremos parar. Y tenemos que parar, o tu padre me mata.
Su aliento me arañaba el lóbulo de la oreja. Arqueé la espalda.
-Cobarde-repliqué yo, besándole el cuello.
-Te conozco lo suficiente como para saber cómo te pondrás si yo me marcho.
Me dejé caer en la cama y lo miré.
-¿Deprimida?
-Al margen de eso, querrías matarlo tú también.
Me acarició la cintura, cerca, muy cerca, del elástico de mis bragas. Cerré los ojos.
Asentí lentamente.
-Vale.
Sentía una sensación extraña crecerme en el estómago, retorcerme las vísceras, luchar por subir hasta mis ojos...
Aparté la cara.
Pero me tomó de la mandíbula y me obligó a mirarlo.
-Eri.
Parpadeé rápidamente y sorbí por la nariz.
-Estoy bien-mentí, incorporándome. Se sentó a mi lado y me miró.
-Claro. Y yo soy Blancanieves. Mucho gusto-alzó una ceja-. En serio, niña. ¿Por qué te pones así?
Me encogí de hombros y aparté la mirada.
Volvió a tomarme de la mandíbula y a obligarme a clavar mis ojos en los suyos.
-No te estoy rechazando.
-Parecido.
-Mentira. Sabes que quiero hacerlo contigo ahora mismo, que quise hace dos horas y que querré dentro de otras dos. Si por mí fuera estaría absolutamente todo el día contigo. Lo sabes. Te quiero. Muchísimo.
Asentí, me limpió las lágrimas.
-No llores-me suplicó-. Sabes de soba que no es por ti, amor. No podemos-pegó su frente a la mía y exhaló mi aroma.
-Sí que...
Me calló la boca de la mejor manera posible.
Con un beso.
-No quiero pensar en lo que pasaría si tus padres subieran y nos pillaran, ¿me entiendes? ¿Qué nos harían? Me echarían de aquí y a ti te dejarían encerrada. No quiero perderte, nena-negó con la cabeza y cerró los ojos con fuerza-. Bastante tengo con tenerte solo los fines de semana, como para que ahora encima ni siquiera vengas a verme. No voy a arriesgarme a eso.
Me acarició la mandíbula.
-Pero...
-Oye-su mirada se endureció-. No quiero lágrimas. ¿Estamos? Sé lo que estás pensando. Sí. Te tengo ganas, muchas, muchísimas ganas. Pero no las suficientes como para arriesgarme a no tenerte cerca nunca más.
Miré nuestras manos, que se habían entrelazado sin yo darme apenas cuenta.
-Ponte la camiseta-susurré, sin apartar la vista de nuestros dedos-. No puedo tranquilizarme si todavía estás así.
-Te entiendo-se encogió de hombros y cerró los ojos-. Es que estoy muy bueno.
Le di un empujón.
-Tommo, eres imbécil.
Se inclinó hacia mi boca.
-Puede ser.
No me besó, sino que me dejó con los ojos cerrados y los labios entreabiertos, esperando encontrarse con los suyos, y se puso mi camiseta. Se echó a reír ante mi expresión de fastidio, y se vio obligado a hacerme cosquillas cuando me eché de morros sobre la cama.
-Me estoy perdiendo la película.
-Voy a hacer una Twitcam-espetó, como quien no quiere la cosa, diez minutos después de casi hacerlo. Asentí.
-Vale.
Alzó las cejas.
-¿No te vas a poner histérica diciendo que tienes que arreglarte algo que ya tienes perfecto?-se cachondeó. Esbocé una media sonrisa.
-Nah.
-Pues muy bien-se levantó y se tiró en la otra cama mientras buscaba su ordenador. Hinché las mejillas y me miró.
-¿Qué?
-Vuelve.
-Voy ahora.
-Vuelve, a casa vuelve, vuelve a tu hogar-canturreé en mi lengua. Se me quedó mirando.
-¿Qué?
-Nada, es la canción de un anuncio.
-Me preocupas, Eri. Te lo digo de verdad.
-Vale, don llámame Jennifer en Estados Unidos.
Puso los ojos en blanco.
-Boba.
Cogió el móvil para avisar del gran evento que una Twitcam suponía antes de empezar a hacerla. Mientras el ordenador se encendía, yo miraba la tele aburrida. De vez en cuando, y solo de vez en cuando, deslizaba los ojos hasta él.
Se incorporó un poco en la cama y se pasó la mano por el pelo mientras la página de la cámara cargaba.
-¿Cómo estoy?-preguntó. Me encogí de hombros.
-Como siempre.
Asintió lentamente con la cabeza.
-Baja un poco el volumen de la tele-me pidió. Alcé un pulgar y me estiré para coger el mando.
Él volvió a pasarse una mano por el pelo y sonrió cuando vio que ya podía ponerse a despotricar a gusto con sus pequeñas Directioners.
-Hola-saludó, arrastrando mucho la última vocal. Varios tweets se apresuraron a decir que las autoras estaban muriéndose o que exigían inmediatamente que Louis se casara con ellas.
A la cola.
-Bueno, a ver, la razón de esta Twitcam, (que ya sabéis que yo no hago Twitcams a lo loco, no como otros)-guiñó un ojo-, es que mi pequeña me ha sugerido que subaste la camiseta del partido de fútbol de la semana pasada para causas benéficas. Y, para una vez que tiene una buena idea, hay que airearla, ¿no?
Los tweets se volvieron locos, gritando en silencio las carcajadas o la desesperación de las chicas suplicando que Louis las siguiera.
-Así que venga, todavía no sé cómo la pondré para vender, seguramente en eBay o en algún sitio de estos, y  luego donaré el dinero a la misma organización.
Alzó los hombros y sonrió.
Entonces, decidió ir por el camino fácil, y comenzó a leer los tweets de la gente.
-Estoy en... casa de Eri. Necesitaba un tiempo de relax y descanso, y decidí venir a incordiarla a ella. En casa también se merecen descansar de mí, a ver si os pensáis que estoy todo el rato tirado en el sofá sin hacer nada.
Me estiré a coger su teléfono para poder utilizar sus aplicaciones y muchas comenzaron a saludarme.
-Vas happenin-repliqué, llevándome los dedos a la frente y sonriendo con infinita dulzura.
-Feliz cumpleaños, Karen...-canturreó, pasando la vista de la tele a la pantalla de vez en cuando, después de repetir unas cuatro mil veces que estábamos viendo la tercera película de Indiana Jones.
-La última-había especificado la primera vez, encogiéndose de hombros. Yo fruncí el ceño y lo miré.
-Es la tercera, Lou, no la última. En la última salen alienígenas.
-Salen alienígenas en todas-había espetado. Y yo resoplé.
-Salen nazis en todas, no bichos de esos. ¿No la viste?
-¿Tengo yo cara de dedicarme a ver Indiana Jones para ver alienígenas? Yo soy más de Men in Black.
Había alzado las cejas, había susurrado un suave vale y había vuelto a lo mío.
En los anuncios, me pegué un poco más a él y saqué la lengua a la cámara.
-Buenas noches-volví a saludar.
-Venga, hacednos preguntas, que nos aburrimos mucho. Los anuncios de España son legendarios-se burló Louis. Le di un codazo.
-Al menos mi tele mola, no como la tuya.
-Si es enana-protestó él, cogiendo el ordenador y girándolo para enfocar la televisión con la pantalla-. ¿Lo veis? Ni con el Hubble puedo verla. Esto es un asco.
Me eché a reír.
-Qué tonto eres, por Dios.
Se encogió de hombros y siguió arrastrando arriba y abajo su cronología en su cuenta de Twitter, pensativo. Todo se reducían a tweets histéricos por su Twitcam, suplicando que Louis les siguiera, retwitteara o felicitara el cumpleaños, y demás cosas.
El móvil vibró.
-Tienes un mensaje.
-Ábrelo.
Obedecí, pensando que era genial que confiara en mí hasta le punto de dejarme mirar sus mensajes incluso antes que él.
-Es Lottie. Nos está viendo.
Rápidamente vibró de nuevo el pequeño teléfono. Un WhatsApp. Mientras Louis saludaba a su hermana, Liam y Zayn nos informaron de que los chicos también estaban contemplándonos.
Las fans se volvieron locas.
¿Qué tal llevas eso, Louis? bramó un tweet preocupado, y rápidamente los demás se hacían coro de él. Louis alzó las manos y las colocó con las palmas hacia abajo, moviéndolas verticalmente.
-Os voy a pedir una cosa, antes que nada, ¿vale? No habléis de esto a lo loco. Mis hermanas también están en Twitter, y no quiero revolver las heridas, ¿de acuerdo? Aun así, gracias por preocuparos. Estoy bien. Lo llevo como puedo, y es guay saber que tengo gente apoyándome, como los chicos, Eri, o vosotros, que sois geniales, todos y cada uno. Con vosotros las cosas son muchísimo más fáciles.
¿Qué es lo mejor del país del otro? ¡SÍGUEME LOUIS!
-De Inglaterra...-capturé un mechón de pelo entre los dedos y me dediqué a rizarlo mientras buscaba qué decir-, creo que el respeto y el amor que tenéis por vuestra nación-miré a Louis, que asintió con la cabeza-. Es decir, defendéis vuestro país a muerte, y eso es admirable. Aquí eso no pasa, y si alguien lo defiende en seguida se le tacha de facha y esas cosas. A mí no me parece bien, y es guay que haya otros lugares en que compartáis mi opinión-me encogí de hombros y miré a Louis.
-De España la comida. Es genial. No paro de comer, os lo juro. Creo que ya he engordado un par de kilos y todo-se incorporó y se miró el abdomen. Negué con la cabeza.
-Nah, no creo, Lou. Sigues igual.
-No sé. Pero estoy comiendo como si no hubiera mañana; parece que me pagan por ello. Mamá, lo siento, pero vas a tener que venir a España a tomar clases.
Me eché a reír y lo aparté un poco del plano.
-Lottie, llama a tu madre, a ver qué le parece lo que está diciendo su hijo.
El móvil vibró, y su dueño gimió.
-Es Jay-espeté entre risas-, dice que ya hablará contigo seriamente.
Louis se metió debajo de las sábanas.
-Buah, va a matarme.
Tuvo muchas ofertas de cobijo en casas ajenas.
Salió lentamente de bajo la manta y se revolvió el pelo; se inclinó hacia delante para leer la siguiente pregunta.
¿Cuánto lleváis, chicos?
Sonreímos y nos miramos.
-Descubridlo vosotros, que sois como la CIA-las retó Louis. Le pasé un brazo por los hombros.
-Todavía se enteran hasta de la hora, y la culpa será solo tuya.
Se echó a reír.
-No creo que lleguen a tanto.
-No las subestimes. No nos subestimes-le recordé, alzando una ceja.
Al ver que nos sentíamos cómodos hablando con ellas, no tardaron en perder la vergüenza en hacernos preguntas descaradamente personales.
O pedirnos que nos besáramos.
Cuando vimos el tweet que con esas dos simples palabras, "kiss her", nos miramos un momento.
Louis se inclinó hacia mis labios, yo me aparté y le besé la mejilla.
-¿Me acabas de hacer la cobra?-espetó, divertido.
-Puede-me encogí de hombros y me mordí el labio inferior, cosa que no pasó desapercibido para nadie. Los ojos azules de Louis bajaron hasta mi boca.
-Lo recordaré-entrecerró los ojos y me tocó la punta de la nariz con el índice. Sonreí, puse morritos y traté de besarle, pero se apartó-. No, ahora ya no quiero.
Más tarde, le llamaría por su nombre, él musitaría una interrogación muda, aburrida, mientras se ponía a seguir a las fans como loco, yo le tiraría de la mandíbula y devoraría su boca.
-Guau-murmuró. Sonreí, miró la pantalla-. Chicas, hacedles esto de vez en cuanto a vuestros novios. Les encantará-prometió, ofreciéndoles el dedo meñique y asintiendo con la cabeza mientras yo me revolcaba en la cama de la risa.
Decidnos cómo empezó Louri, chicos.
Arrugamos la nariz y nos miramos el uno al otro.
-¿Qué...
-...es...
-Louri?-inquirimos a la vez.
OH DIOS OS TERMINÁIS LAS FRASES SOIS TAAAAAAAAAAAAAAAN MONOS.
LOURI MOLA MÁS QUE JELENA.
Al ver ese tweet comencé a comprender.
LOURI SOIS VOSOTROS ladró Lottie entre los chillidos histéricos de las fans. Louis retwitteó a su hermana.
-¿Que cómo empezamos?-repitió él, la tapé la boca y me adelanté.
-Louis se puso de rodillas y me suplicó entre lágrimas que fuera su novia-asentí con la cabeza, escondiendo los labios. Louis alzó las cejas.
-¿Perdona? ¿Eso desde cuánto? ¿Estaba yo presente?
-Venga, Tommo, reconócelo.
-¿Cómo estoy contigo siendo tú tan mentirosa?
-Te tengo engañado-me encogí de hombros.
¿Cuáles son los defectos del otro?
Ahí Louis vio su oportunidad de venganza, comenzó a enumerar punto por punto todos y cada uno de mis defectos, los que yo sabía que existían y los que aún desconocía. Estuvo poniéndome a caldo más de media hora, y, cuando se dio por satisfecho, se encogió de hombros y me miró.
Me incliné hacia delante.
-Louis a veces es un poco criticón. Ya está. Siguiente pregunta.
Se echó a reír.
-No puedo creer que me vayas a hacer quedar así de mal.
-Pues deberías ir creyéndotelo, ya sabes cómo soy-respondí, sacudiendo la cabeza y azotándole con mi pelo en toda la cara.
Canción favorita del nuevo álbum.
-Kiss You-soltó Louis rápidamente, luego hizo un gesto con la cabeza hacia mí-, ella no sabe porque no lo ha escuchado aún. Pero Alba y Noe sí. Eri es tonta-se encogió de hombros.
-Vete a la mierda-espeté entre risas.
Empezaron a desmadrarse tras la media noche, cuando mis padres se preparaban para ir a la cama. Preguntas que pedían mi talla de sujetador y cosas así.
Preguntas del estilo ¿cómo de larga la tiene Louis, Eri?
A lo que Louis respondió:
-No le dan los brazos para abarcarla.
-Claro que no, campeón-repliqué, palmeándole la espalda.
Harry nos envió un mensaje diciéndonos que éramos épicos.
-En serio, es tan grande que ni aunque estire los brazos así-estiró los brazos en cruz- podréis saber cómo de grande es.
-Entonces, ¿dónde la metes que no la vas arrastrando?-contesté, sarcástica.
-Me da varias vueltas a la cintura.
-Ah-repliqué-. Claro. La almacenas en el culo, ¿eh?
-Sí, me siento sobre ella y todo. Por eso tengo el culo tan sexy.
Oh Dios mío Louis en serio necesito un hijo tuyo en plan de ASDFGHJKLÑ. DESNÚDATE YA.
¿En qué lugares os gusta que os besen?
-A él le gusta al final de la mandíbula, bajo la oreja.
-A ella, en un sitio cuyo nombre no estoy autorizado a pronunciar.
Le di un codazo en las costillas.
-¡Eres imbécil!
¿Cuántas veces lo habéis hecho?
-Ninguna, es una estrecha.
¿Postura preferida?
-Oíd, en serio, voy a ir apagando el ordenador porque estoy empezando a asustarme-amenazó él. Yo bostecé y me dejé caer en la cama, me despedí sin esperar a que él confirmara si se iba o no. Se me quedó mirando-. ¿Lo apago?
-A mí no me molesta, si quieres seguir sigue.
Las chicas me desearon buenas noches.
Él aguantó otra hora más, riéndose y hablando en voz baja para dejarme dormir. Cuando apagó el ordenador y salió de la cama para colocarlo, suspiré y me di la vuelta. Me acurruqué contra él y le besé el pecho.
-Hola-susurró, zalamero. En casa reinaba el silencio.
-Hola-repliqué yo, besándole los labios.
Todavía me hormigueaba el estómago de cuando me dijo que me quería, sin ninguna provocación previa, delante de 103.000 espectadores.
-Duerme un poco, anda, que tienes que estar agotado.
Se encogió de hombros.
-Hoy se volvieron locas; es que no están acostumbradas a que haga Twitcams por sorpresa.
Sonreí.
-No me refiero a eso. Me refiero a que tu novia te ha dado mucha caña hoy.
Me apartó el pelo de la cara y supe que intentaba mirarme, escondida en la penumbra.
-¿Sigues triste?
-En absoluto.
Seguimos besándonos hasta que nos dormimos.
Me dio la impresión de que nos dormimos los dos a la vez.

Me desperté y palpé la cama a mi lado; estaba vacía. Levanté la cabeza y observé como pude la habitación a mi alrededor.

Louis llegó del baño y se apoyó en el marco de la puerta, cruzándose de brazos.
Iba sin camiseta.
Gemí.
Cuando me había dormido, aún la llevaba puesta.
-¿Lo hemos hecho?-susurré. Negó con la cabeza, sonriente.
Mejor, porque lo único que me faltaba era no recordar la sesión de sexo, después del intento de depresión que había tenido el día anterior.
El fuego de mi interior se revivió como si todavía estuviera en ese momento en que se quitó la camiseta.
-Tenía mucho calor, no hacías más que abrazarte a mí. Y, antes de apartarte, preferí quitarme ropa.
Asentí con la cabeza e hice un gesto con la mano para que volviera a meterse dentro; él, obediente como nadie, me hizo caso.
Desgraciadamente, nos tocó salir de aquel oasis de tranquilidad demasiado pronto. Bajamos a desayunar cogidos de la mano, para las delicias de mi padre (en realidad, no).
Estábamos recogiendo la mesa cuando mamá se acercó a nosotros, miró a Louis y le preguntó:
-¿Sabes conducir?
Louis asintió con la cabeza, entonces, mi madre me miró a mí.
-¿Os importaría ir vosotros a comprar comida? Tengo muchas cosas que hacer aquí...
Alcé el pulgar al aire.
-Vale.
A mi padre no le debió de hacer mucha gracia que cogiéramos el coche y nos fuéramos lejos de su alcance, sabedor de que podríamos pasear nuestras hormonas adolescentes (probablemente seguiría considerando a Louis adolescente hasta que tuviera ochenta años) por ahí a nuestras anchas, sin tener en cuenta que yo estaba en una época un tanto difícil de mi vida.
La época más fértil de mi existencia.
Claro, a nosotros nos importaba una mierda que yo pudiera quedarme preñada.
Queríamos follar, follar y follar, como locos, en todas partes, a todas horas, de todas las formas posibles.
La cara de Louis cuando le conté mis pensamientos (lo que yo pensaba que estaría pensando mi padre) fue épica.
Absoluta y condenadamente épica.
-Dios, Eri, estás enferma, en serio.
Sacudí la cabeza de forma frenética, mi pelo voló por el coche.
-No, hijo. No. No estoy enferma. Pillo las cosas al vuelo, ¿sabes?
Sonrió.
-Tampoco estamos follando  todas horas.
Le devolví una copia cínica de su sonrisa.
-Porque no te dejo.
-Tú lo has dicho-me concedió él, nos echamos a reír y seguimos con nuestras bromas, tarareando las canciones de la radio y yo leyéndole los mensajes del grupo que compartía con los chicos mientras él meditaba las respuestas.
Se puso bastante nervioso cuando entramos en el centro comercial, pensando en las consecuencias que tendría el chulearse por ahí, solo, sin ninguna protección del estilo de sus guardaespaldas.
Me alegré de que fuera calmándose poco a poco al ver que nadie lo reconocía.
-Que no hiera tu orgullo de super estrella, Tommo-le advertí mientras contemplaba una pareja de viejos estudiando las latas de guisantes, eligiendo la idónea para su estofado-. Aquí la gente escucha más a Isabel Pantoja.
Se echó a reír.
-Tienes que decírmelo de broma. ¿No saben quién soy?
Negué con la cabeza.
-No-lancé una lata de bonito en aceite de oliva dentro del carro y troté a encontrar el siguiente elemento de la lista.
Friega platos.
-¿No les suena mi cara?
-Eso puede, pero dudo que se acerquen a ti, especialmente escuchándonos hablar en inglés.
Me siguió con el carrito mientras iba de aquí para allá, cogiendo las cosas que mi madre me había anotado.
Champú.
Rehicimos el camino, sin él quejarse ni una sola vez, y llegamos a la pequeña sección de droguería.
Cuando me di la vuelta, con el champú en la mano, lista para colocarlo en el carro, me fijé en lo que él estaba mirando.
-¿Tenemos condones?-preguntó, como quien no quiere la cosa.
-SHH-siseé. Él sonrió.
-¿Qué? Si no nos entienden.
Miré en derredor y asentí lentamente con la cabeza; en eso llevaba razón.
-Es cierto, no te acostumbres.
Dejó caer un par de cajas en el carro.
Las miré, pensativa.
-Eri-me llamó. Alcé la cabeza.
-¿Qué, amor?
Sonrió mientras sacudía otra cosa que tenía en las manos.
Un tubo recubierto de plástico, por si nos daba por usarlo allí.
-¿Qué. es. eso?-balbuceé, señalándolo; en realidad sabía de sobra qué era, y no quería que me confirmara mis sospechas.
-Lubricante de estos. ¿Lo probamos?
Primero me puse pálida, lo que le hizo dejarlo caer en el carrito con una gran sonrisa.
Y, cuando cogió otro para estudiar mi reacción, me puso roja como un tomate. Nada tendría que envidiar a los semáforos ni a las luces de alarma de los submarinos, las que te indican que te vas a hundir mucho más cuando ya estás a mil metros bajo el mar.
Cuando fuimos a la caja me acarició la cintura y susurró contra mi oído:
-Creo que no estabas tan desencaminada con lo de tu padre.
Sonreí.
-Sexo, sexo y más sexo-murmuramos los dos a la vez.
Y nos besamos.

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