viernes, 7 de diciembre de 2012

Si leerlas ya te gusta, imagínate lo que será hacerlas.

Sonreí cuando se estiró para acariciarme las piernas desnudas con el pie, con la intención visible de,sin salir de la cama, conseguir que yo volviera a ella.
Gruñó algo por lo bajo que no conseguí entender.
Di un paso hacia él, recordando cuando, al sonar el despertador, había apretado inconscientemente su mano en mi cintura, negándose a dejarme marchar. Y me había dicho, con su voz ronca, de niño adormilado, de niño que necesitaba desesperadamente convertirse en un hombre a base de hacer a un chica mujer:
-Quédate. Aquí. Dentro. Conmigo.
Había sonreído, me había girado y había devorado sus labios, disfrutando de la sensación de su barba arañándome la barbilla. Joder, era tan excitante cuando se le empezaba a notar la barba, rascaba tanto, sabía tan bien... me recordaba la diferencia de edad que nos separaba, esa diferencia de edad que en ocasiones no nos gustaba tanto, pero que en otras (por ejemplo, cuando nos acostábamos) resultaba deliciosa y perfecta.
Había bajado sus  manos hasta mis nalgas y sonrió cuando gemí contra su boca.
-Tengo un examen.
Su mano apretó mi culo; mi pelvis se pegó a la suya. Me sorprendió que pudiera controlarse lo suficiente como para apartarme justo cuando comenzaba a incendiarse.
-Te tenía que coger con 16 años, no podía cogerte con 18; no, tenías que tener 16-protestó, negando con la cabeza. Me acerqué un poco a él, le pasé la pierna sobre su cintura y suspiró cuando yo miré a nuestros cuerpos unidos, notándole duro contra mí.
-Alguien no conoce horarios por aquí, ¿eh?-bromeé. Se rió suavemente.
-¿Quieres ponerlo a prueba o qué?
Sonreí.
-A mis 16 tienes encanto.
-Naciste con encanto, nena-replicó. Sacudí la cabeza, apartando el pelo de mi cara. Me acarició el cuello.
-¿No puedes saltártelo?-hizo pucheros.
-Louis...
Su mirada cambió, era la misma mirada que ponía cuando quería algo, cuando recordaba quién era y en qué podía influenciar eso a los demás. La misma mirada que con Felicité funcionaba, que a Lottie parecía doblegarla hasta cierto punto. La misma mirada que se multiplicaba por cinco cuando todos estaban juntos y querían hacer algo que los de seguridad les tenían totalmente prohibido.
Soy Louis Tomlinson y puedo mandarte a mi ejército de fans para que te despedacen vivo, así que o me das lo que quiero por las buenas ahora o me lo das un poco más tarde, intentando recoger los restos de tu cadáver.
Sospechaba seriamente que Liam y Harry hacían lo mismo con mis amigas, en mayor medida que Louis, pues a mí rara vez me había mirado así.
Solo cuando me ofreció a la mismísima reina de Inglaterra para sus juegos.
Solo cuando casi me dio un infarto al traerme a Taylor Lautner para poder conocerlo yo.
Solo cuando protesté enérgicamente cuando me regaló la pulsera que ahora mismo descansaba en la mesilla de noche.
Solo cuando necesitaba sobreponerse a mí y con ser mi Louis no bastaba. No pasaba nada, mi Louis y Louis Tomlinson eran la misma persona.
Solo que, a veces, recordarme su apellido y su profesión le daban cierta ventaja sobre mí.
Ventaja que ahora mismo no existía.
-Da igual que hagas eso, tengo que ir a clase de todos modos.
Cerró los ojos y sacudió la cabeza, chistó varias veces.
-Menor de edad. Escolarizada. Eso es soportable, pero, ¿responsable? Voy a ir a hablar seriamente con cierto bebé alado para que, la próxima vez, oriente mejor sus flechas.
Fruncí el ceño, divertida.
-¿Próxima vez?
Me acarició la mano.
-No habrá próxima vez.
-Más te vale-me burlé, incorporándome. Contempló cómo su camiseta se estiraba en mi pecho, no acostumbrada al bulto que allí había-, porque te corto los huevos como me dejes.
-¿Y si me hago gay?
-Louis, si te haces gay, necesitarás tus huevos de todas formas.
Me miró como si estuviera loca, luego sonrió, dándose cuenta de la grandísima estupidez que acababa de decir.
-Ah.
Me eché a reír, negué con la cabeza, me incliné hacia él y susurré contra sus labios un tierno eres bobo.
Y salí de la cama.
No me quitó ojo mientras me ponía el albornoz, lo miraba por encima del hombro, le guiñaba el ojo al igual que hacían las estrellas de Hollywood y me iba de la habitación.
Tampoco me quitó el ojo cuando comencé a vestirme, ni me lo quitaba ahora que tenía mis piernas a tiro. Estiró la mano y posó suavemente sus dedos en mis piernas, recorriendo la cara interna del muslo, no subiendo lo suficiente como para necesitarlo dentro, pero sí lo bastante como para volverme loca.
Cerré los ojos, eché la cabeza hacia atrás y entreabrí la boca. Las corrientes eléctricas eran demasiado fuertes, tan poderosas que me reventaban por dentro; sus manos eran tan suaves, sus dedos sabían exactamente dónde tocarme.
-¿Eri?
-Sh-repliqué. Noté su sonrisa en el ambiente-. Cállate. Pero no pares.
-Vas a llegar tarde.
Abrí los ojos de golpe y miré el reloj.
El instituto.
La clase.
El examen.
En quince minutos.
Y me quedaba todavía vestirme, peinarme y rebuscar algo de abrigo en el armario.
Además, por supuesto, de encaminarme hacia el edificio puñetero (unos cinco minutos dado el paso de las chicas con las que iba).
-Y si te quedas ahí parada, vive Dios que vas a llegar tarde.
-¿Acabas de...?-negué con la cabeza-. Te dije que no dijeras vive Dios.
-Pero me hace gracia.
-A mí recuerda a mi profesor de historia.
Se encogió de hombros, con la cabeza apoyada en su mano, el codo clavado en el colchón.
Dejó escapar una exclamación de disgusto cuando me vio sacar unos vaqueros y pasármelos por las piernas.
-¿Qué?-espeté, divertida, empezó a negar con la cabeza a una velocidad infernal.
-No puedes pretender realmente que vea cómo te desnudas (lo cual está muy bien)-me guiñó un ojo y yo reprimí una carcajada; al fin y al cabo mis padres dormían todavía-, y luego vea cómo te vistes y no haga nada por evitarlo, o no me moleste.
Le saqué la lengua.
-No me mires.
Se puso serio de repente.
-A ver, Eri. Eres fea, pero tampoco eres un cardo que dé asco verte.
Alcé las cejas y él se echó a reír, loco de contento. Le lancé un cojín.
-¡A mí no me hace ni puta gracia!-bramé. Rechazó el cojín y siguió pataleando. Cogí las llaves, una camiseta y me largué, muy envalentonada-. Cuando te levantes haz la cama.
Saltó fuera de la cama y me tomó del brazo.
-Era broma.
-Vale-repliqué, enfadada.
Se inclinó hacia mí, pero yo di un paso atrás. Sonrió, divertido.
-¿No me das un beso?
-No.
-Muy bien-asintió, su sonrisa se ensanchó un poco más, la sombra de su barba hacía que sus labios pasaran de gritar ¡bésanos, ¡bésanos! a que bramaran a voces ¡CÓMENOS, DEVÓRANOS, NIÑA, CÓMENOS!-. Ya vendrás diciendo Louis, quiero sexo. Y yo te lo daré-asintió con la cabeza, yo contuve una sonrisa. O al menos lo intenté. Oh, venga, seguía siendo a Louis a quien tenía delante-. Pero te pondré la cara de otra-añadió en tono de amenaza.
-Guay-sonreí-, así te puedo seguir poniendo la cara de Tay.
-Qué hija de puta-replicó él. Me eché a reír, me puse de puntillas y apreté mis labios contra los suyos.
Bajé a la calle; las chicas ya me estaban esperando. Louis se asomó a la ventana y me chistó. Todas contuvieron en aliento para entendernos.
-Eri.
-¿Qué?-pregunté, mirando hacia arriba, pensando que aquello se parecía mucho a cierta obra de cierto autor compatriota de mi novio.
-Después de esto, ¿seguirás poniéndome la cara de Taylor?
Sonreí.
-Eso siempre, mi amor.
-Eres mala.
-Lo sé.
-Te quiero.
-Y yo. Tira para dentro, a ver si coges frío.
-Si me he muerto cuando vuelvas... es del asco, no porque te eche de menos.
Y cerró la ventana.

Todos los ojos se giraron hacia mí en cuanto puse un pie en el instituto, y, sin embargo, ya no me asustaba como antes solía hacerlo.
Antes me odiaban. Me miraban para encontrar con qué atacarme.
Ahora, me miraban para comprobar mi estado, para saber qué podían decirme para acercarse a mí.
Sonreí a un par de niñas de primero que clavaron sus ojos desorbitados en mí, y las chicas contuvieron el aliento. No les dije nada.
Hacía ya mucho tiempo que había dejado de esforzarme por conseguir introducirme en una conversación, ya que hacía mucho tiempo que yo había pasado a ser el tema de conversación.
Hundí los dedos en los rizos mientras me encaminaba por el pasillo a mi clase, detrás de las chicas que me acompañaban.
Todo el mundo se hizo a un lado para dejarme pasar, a pesar de que había reducido en gran medida mi peso desde el último curso.
-Hola, Eri-me sonrieron algunos que iban a teatro conmigo. Les respondí con un tierno hola, con una sonrisa de oreja a oreja, sin detenerme.
Aquella foto que había visto hacía mucho tiempo en uno de los blogs que solía visitar antes de conocer a los chicos pasó por mi cabeza.
Eleanor, con gafas de sol, sosteniendo en una mano un café del Starbucks, alzando las cejas y clavando la mirada en otra chica que estaba a su lado. En letras blancas, gigantes: SWASSMASTA FROM MANCHESTA.
Supongo que yo podría ser la nueva SWASSMASTA FROM MANCHESTA si a) tuviera el swag que había tenido Eleanor (algo muy improbable) y b) hubiera nacido en Manchester.
Noe y Alba fruncieron el ceño al entrar yo por la puerta, se miraron la una a la otra y Noemí soltó una exclamación de disgusto cuando alcé mi dedo índice con chulería. Estaba en mi sitio.
Cogió la mochila y la tiró en la mesa del otro lado del pequeño pasillo, con la de su compañera aún vacía.
-¿Se ha ido?-preguntó Alba en susurros, contemplando a los demás como si fueran agentes especiales de los SWAT.
Negué con la cabeza.
-Yo también me alegro de verte-gruñí, irónica.
Había descubierto que ya no era tan imparcial entre mi país y el de mis amigos.
Prefería mil veces estar sufriendo apendicitis en Inglaterra que corretear por los bellos campos españoles.
Prefería mil veces encontrarme sola en la casa de Londres a estar en la mía con mis amigas.
No hablemos ya del instituto. Ahora ya no era el lugar de paso que había concebido hasta entonces; ya no era aquel lugar necesario para poder conseguir salir de aquella ciudad enana, conseguir mi trabajo, mi sueño, mi vida.
Ahora simplemente era el sitio cuyo único propósito real era hacerme perder el tiempo, apartarme de Harry, Liam, Zayn, Niall y Louis. No me permitía estar con ellos, no me permitía largarme a Inglaterra.
Si no estuviéramos tan lejos del inicio del curso, me metería de buena gana en un instituto inglés, aunque no entendiera una mierda de las clases que se me impartieran. Estudiaría allí, conseguiría entrar a una universidad inglesa, sacaría mi diploma de derecho y me dedicaría a bramar ¡protesto, señoría! en todos los juzgados londinenses mientras controlaba los cástings que había en la capital inglesa, negándome a ir a todos y cada uno que los chicos intentaran manipular para ser yo la principal aspirante a tal papel.
-No lo entiendo, chica-ya estaba Alba con su típico monólogo de ¿qué estás haciendo, hermana? ¿Por qué desperdicias tu vida así?
Vaya, perdón por no querer follarme a Louis sin condón. Siento que mi esófago no soporte las píldoras. Siento no querer quedarme preñada, aunque sea del hombre más perfecto de esta galaxia y probablemente de esta dimensión, con 16 años.
-¿Para qué le mandas venir si luego vienes a clase?
Alcé una ceja.
-¿QUE QUÉ OH?
Cuando me cabreaba, se me marcaba el acento asturiano como nunca, incluso había gente que lo confundía con acento gallego. No hijo, no, no soy gallega, mi bisabuelo lo era, pero el acento no es genético, soy de Avilés de toda la vida.
-Para empezar-ladré, Noemí se levantó y se acercó a nosotras. Toda la clase nos miraba, ya nadie me decía que dejara de gritar, porque ahora yo tenía huevos suficientes para mandarles a la mierda, tú no has cantado delante de 75 mil personas, puto bullie fracasado; seguramente esperaban que me pusiera a bramar mi retahíla de insultos y maldiciones tan extendida en mi familia-, yo no le pedí que viniera. Vino él por voluntad propia. Eso sin contar que ninguna de las dos es quién para decirme por qué cojones vengo al instituto cuando ambas mandasteis a Liam y Harry que vinieran y luego aparecíais por aquí con un cinismo y una mala leche que daban ganas de meterte un bofetón.
-¿Como contigo ahora mismo?-ironizó Noe, con voz melosa.
-Dímelo en la calle si tienes lo que necesitas-gruñí por lo bajo.
Sus ojos se cerraron mínimamente, pero yo lo noté. Noté cómo luchaba por contener la rabia al comprender  que ahora tenía poder suficiente para destrozarla sin mover un dedo. Podría dar la orden de que la despellejaran viva, coger unas palomitas y un refresco y sentarme a disfrutar del espectáculo.
Saqué el estuche y comencé a taladrar la goma de borrar con la uña, conteniendo la emoción del momento.
Ahora era fuerte.
Se acabó el ser pisoteada, se acabó ir suplicando por ahí.
Ya era la reina del instituto, si consiguiera una silla de oro con cojines de terciopelo rojo y una tiara de diamantes, bien podría convertirme en la diosa de aquella ciudad.
-No entiendo por qué ha venido él sin que tú se lo pidieras. Es raro, especialmente porque faltaste a clase el lunes solo para estar con él-Noemí se encogió de hombros, se apoderó de mi estuche y sacó la regla. Comenzó a doblarla, haciendo formas con ella-. Sin olvidar que ciertas personas llevan sin verlos dos semanas.
-Que tu madre sea una amargada que disfrute con la pena de su única hija no es mi culpa-espeté.
-Chicas, vale ya. En serio. No merece la pena-intervino Alba, pero esto ella ni siquiera se lo creía ya. El fin de semana que pasó con ellos le había servido para algo, se había dado cuenta de que su atención y su cariño eran más importantes de lo que parecía... cada vez le costaba más y más meterse en medio de los duelos de divas que manteníamos Noe y yo, porque cada vez entendía mejor por lo que estábamos pasando.
Puede que Noemí estuviera luchando por aquella fama que no existía, pero yo estaba luchando por algo bien distinto: por fin tenía una familia, tenía gente que me quería tal y como era, me aceptaba con mis defectos, me amaba incondicionalmente. No iba a dejar que nadie me quitara aquello, no iba a dejar que me quitaran a los únicos amigos verdaderos que había tenido en toda mi existencia.
No iba a dejar que nadie ejecutara la maldición que llevaba persiguiéndome desde que había entrado en el instituto, que se empeñaba en dejarme sola y deprimida en un periodo cíclico de dos años, como mucho.
Me  recosté en la silla y me encogí de hombros.
-Perdón... tengo demasiada presión encima. No sabéis cómo está mi padre últimamente con él. Lo trata como si me hubiera violado delante de sus narices-me encogí de hombros, haciendo rebotar la goma. Alba y Noe asintieron.
-Al menos tu madre no le zorrea a tu novio.
-Al menos tu hermano no te hace chantaje emocional con contarle tus momentos de fangirling antes de conocerle-Alba alzó las cejas al mirar a Noemí. Noe sonrió. Yo también.
-Es que no lo entiendo, tías. Louis es un amor, me trata genial, sobre todo delante de mis padres, es tan caballeroso cuando están ellos que a veces me da hasta grima, así que, ¿por qué se tiene que poner así con él? No lo entiendo. Lo peor es que no le da una puñetera oportunidad. Si lo hiciera, se caerían bien. Se parecen bastante.
-¿Y si tu padre se enamora de Louis precisamente por que son muy parecidos?-se burló la mayor de las tres.
La tía que peor me caía de clase se giró a escuchar nuestra conversación.
-Mira para delante o te suelto un bofetón que haces historia, nena. Te mando a ver los anillos de Saturno, fíjate bien.
La volvió a su posición original. Alba y Noe contuvieron las sonrisas.
-Joder, Eri, hoy vienes calentita, ¿eh?
-¿Qué pasa? ¿Luisín se ha negado a hacerte fechorías?
La chavala se volvió a girar.
-¿QUÉ COÑO QUIERES, TÍA? ¿TENGO QUE ENVIARTE POR CORREO URGENTE A SUBNORMALANDIA?
La puñetera profesora estaba tardando demasiado en venir, así que la culpa no sería mía si terminaba esparciendo las vísceras de la chavala por la clase para horror (o deleite) de todos mis compañeros.
-A ti te pasa algo, al margen de que tu padre se porte mal con tu novio-sentenció Noe, sentándose de un brinco sobre mi mesa y dedicándose a garabatear con mi portaminas en ella.
Estuve a punto de decirle que se fuera a pintarrajear la suya, pero me contuve a tiempo.
Saqué un bolígrafo y me dediqué a golpearlo contra mi mesa, intentando canalizar mi mal humor en el ritmo de aquellos golpes. Suspiré.
-Louis... no vino por... voluntad propia, por así decirlo.
Ambas me miraron.
-¿Cómo que no vino por voluntad propia?-Alba frunció el ceño-. Nos acabas de decir que no lo llamaste.
-Y no lo hice-me rasqué el codo, pensativa. No sabía si estaría bien que les contara la historia; habían pasado dos días desde que Louis apareció por mi casa, y si él hubiera querido que ellas supieran algo, seguramente las habría llamado él mismo, o, en todo caso, les habría dicho a Liam y Harry que les ocntaran su situación. Negué con la cabeza-. No es nada. Olvidadlo. El caso es que las razones que le han traído aquí son... no son buenas. Preferiría que siguiera en Londres a que estuviera aquí por ellas. ¿Comprendéis?
-No-negaron con la cabeza, rabiosas.
-No importa-me contemplé las uñas, pintadas de negro. Observé la pequeña L en blanco que Louis había puesto con un palillo en mi anular, el anular donde reposaba el anillo de Tiffany.
Noté un suave tirón en el estómago al comprender de repente qué hacía aquella L allí.
Recordarme que había cosas que no podía controlar, había cosas que escapaban de mi jurisdicción.
Había cosas que tenía que hacer él por sí mismo.
Como explicarles a mis amigas el motivo de su presencia en nuestro país.
La profesora entró a toda velocidad, se detuvo a medio camino de su mesa y bramó:
-¿Por qué no habéis separado ya los pupitres?
Noemí se apresuró a sentarse en el suyo mientras los demás nos dedicábamos a ponerlos en la formación E. E de examen.
Qué graciosa soy, joder.

Salí la primera de clase, probablemente era la única vez en toda mi vida que me las ingeniaba para abalanzarme contra la puerta en cuanto sonó el timbre.
Noemí había descubierto el por qué de la visita de Louis, se lo había contado a Alba, y ahora las dos pretendían encontrarme para interrogarme, apuñalarme y grandísimos sucedáneos.
-¡LAURA!-bramé.
La rizosa se giró, entrecerró los ojos para distinguir mi cara (pues su miopía le impedía ver quién era, algo de lo que yo tenía muchos conocimientos) y sonrió cuando llegué a ella.
-Hola, Eri.
Asentí con la cabeza.
-¿Tienes algo que hacer?
-No, las demás van a estudiar.
-Me acoplo salvajemente, ¿vale?
-Claro, mujer-se encogió de hombros-. ¿Qué tal?
-Bien-volví a encogerme de hombros y comenzamos a caminar en dirección al baño. Otra vez la gente me abrió paso como si ellos fueran el Mar Rojo y yo Moisés.-. No me quejo. ¿Y tú?
-Tampoco me quejo. ¿Qué tal llevas matemáticas?
-Creo que prefiero que hablemos del calentamiento global y del invertimiento de los polos terrestres-asentí con la cabeza y ella se echó a reír-. Ahora en serio. No me sale nada. Putas ecuaciones, tía. Ojalá mataran al paisano que las inventó.
Suspiró.
-No me salió ningún ejercicio.
-Yo ya ni los hago. Total, ¿para qué? Si dan pena.
Sonrió.
-¿Qué movida te traes con tu novio, si puede saberse?
Me quedé congelada, mirando su reflejo en el espejo.
-Si se puede saber-me recordó.
Me di la vuelta, me la quedé mirando.
Ella no diría nada, estaba segura. Hablábamos muchísimo en matemáticas, en economía y latín, las únicas clases que compartíamos. No solía ir hablando de nadie por ahí, así que no tendría necesidad de ir contando mis secretos.
No es que Noemí o Alba lo hicieran. Pero sí que era cierto que en ocasiones las tres teníamos tendencia a hablar entre nosotras de la que estaba ausente.
Miré a las dos chicas de segundo de bachiller que estaban con nosotras en el baño. Se acabaron los cigarros, y nos miraron de arriba a abajo. Me habría estremecido de no ser quien era en aquellos momentos.
Laura cruzó los brazos. Ya sabía que iba a contárselo.
Las chavalas se fueron, llevándose la gran nube de humo con ellas. Abrí las ventanas.
Al igual que abrí la boca y me puse a vomitar palabras como si, en vez de anoréxica, hubiera sido bulímica.
Laura escuchó con atención mi monólogo interior, mis desvaríos acerca de si habría hecho lo correcto ocultándoles información a mis amigas, y demás...
Inclinó la cabeza y frunció el ceño.
-¿Y por qué has podido contármelo a mí pero a ellas no?
Me quedé a cuadros, contemplándola. Sonrió.
-No te estoy echando en cara nada. Es simplemente que me hace gracia. Es simpático, tienes que reconocerlo.
Asentí lentamente.
-Porque... porque tú no estás en medio de todo esto. Últimamente estamos divididas. Es como si nuestro barco se hubiera roto en pedazos y cada una estuviera flotando en una dirección diferente a las demás.
Nos estaban separando.
No, ellos no.
Nosotras nos estábamos separando por ellos.
Laura me puso la mano en el hombro.
-Sabes que si necesitas algo, estoy aquí, ¿no?
-Claro.
-Pero con recompensas, ¿vale? Del estilo... podrías hacerme de celestina, y emparejarme con Niall.
Abrí los ojos como platos.
-¡Estoy de broma!
Pero luego inclinó la cabeza hacia delante, sonrió, alzó una ceja, igual que hacía en clase de matemáticas cuando nos aburríamos.
Mirada sexy de Laura.
-O no.
Me eché a reír y asentí con la cabeza.
Terminé saliendo del baño con el gorro de lana que me había lanzado Louis, diciendo que iba a necesitarlo. Yo no lo había entendido, no hacía frío fuera, pero en cuanto  vi el pasillo repleto de gente, a la espera de que saliera, lo comprendí.
Él sabía la velocidad que tenían las noticias, especialmente las noticias acerca de los chicos, ayudadas por Twitter.
No sería difícil que la gente viniera a preguntarme a mí que pasaba. Al fin y al cabo, Noemí se había enterado de la movida por Internet.
Metí todo mi pelo dentro del gorro, me acerqué al espejo del baño y acepté el lápiz de ojos negro que Laura me tendió. Menos mal que ella llevaba la mochila a cuestas.
Me pinté una gruesa raya alrededor de los ojos, dejé caer un mechón de pelo, y terminé por quitarme la sudadera que tenía encima, quedándome solo con la camiseta de tirantes que tampoco dejaba nada a la imaginación.
No podía hacer nada con los vaqueros, pero no pasaba nada. Ahora tenía pinta de heavy. Podría aprovecharse aquello.
Salí del baño con la cabeza bien alta, al fin y al cabo, yo nunca llevaría aquellas pintas (maquillarme a lo mapache no era mi estilo), así que nadie debería reconocerme.
Pero mierda, si Alba no hubiera estado en el pasillo, me habría largado de una forma sublime, solo digna de James Bond.
-¿Eri?-inquirió.
Todo el mundo se giró a mirarme. Me reconocieron; tampoco había cambiado tanto.
Mierda, mierda, mierda, mierda.
Cogí a Laura de la mano y a Alba de la otra y me lancé a la  carrera lejos del pasillo, buscando un lugar donde esconderme.
Mi profesor de Latín entraba en esos momentos en su departamento, disponiéndose a preparar su clase siguiente
-¡ALFONSO!-grité con todas mis fuerzas. Se giró en redondo y sus ojos se asemejaron a planetas al descubrir a la gótica loca que se abalanzaba contra él.
Se hizo a un lado para poder encerrarme con llave en su despacho y llamar a los del departamento de alienígenas de la NASA.
Jadeé, me apoyé contra su mesa y contemplé los ejercicios de la semana.
-Salve, Alfonsus-saludé. Sonrió.
-Salvete, puellae. ¿Erika? ¿De qué vas disfrazada?
-Quería preguntarte si te parecía un buen disfraz para Halloween. Quiero ir de Bellatrix Lestrange.
-Te falta el pelo más largo-Alfonso se rió entre dientes, Laura tuvo que controlarse para no ponerse a hacer fangirling con nuestro profesor. Alfonso era un dios.
Era como Louis, pero más viejo.
Me quité el gorro de lana y sacudí la cabeza.
-¿Por qué no viniste ayer al examen?
-Porque mi novio es imbécil y no me dejaba marcharme de casa. Se me tiraba a las piernas. Literalmente.
Alfonso alzó las cejas.
-Debería suspenderte la evaluación por faltar a un examen.
-¿No puedo hacerlo otro día? Pónmelo más difícil, si quieres. El de historia ya lo hizo una vez que tenía 40 de fiebre-me encogí de hombros. Pareció pensárselo.
-El lunes te lo hago. No le digas las preguntas, ¿vale, Laura?
Laura asintió.
-Vale, vale.
-Ahora... si me disculpáis, chicas...-dijo, señalando la puerta.
-Ay, Alfonso-supliqué yo. Frunció el ceño, esperando para ver con qué le salía yo ahora-, es que... ¿pusiste la tele el fin de semana pasado?
-Si estás preguntándome por tu actuación en Londres, sí. Te vi.
-El caso es que ahora la gente me acosa. ¿Podemos quedarnos hasta el final del recreo?
Se llevó la mano a la mandíbula. Alba se adelantó.
-¿Y si me enseñas un poco de latín mientras tanto? No lo pude coger por mi carrera.
-Supongo que podría teneros aquí en el caso de que alguna quisiera preguntar algo sobre su examen.
Laura se adelantó, como iluminada.
-¿Tienes la nota del mío?
-Lo has hecho muy bien, Laura. Muy bien-alzó el pulgar y comenzó a revolver en sus papeles.
Mientras Alfonso repasaba con Laura su examen y yo me dedicaba a estudiar el mapa del Antiguo Imperio Romano, sonó el timbre.
Se acabó mi libertad.
Se acabó aquel momento de relax fingiendo estar completamente interesada en el mapa de Italia mientras buscaba maneras de eludir las preguntas de mis amigas.
Alba levantó la cabeza.
-¿Cómo se pide a alguien que abra la puerta, profe? A veces Eri grita cosas raras.
-Oh, yo lo sé-me adelanté. Alfonso nos miró alternativamente a Alba y a mí-. Alfonsus, ianuam aperit, quaeso.
-Tienes que usar el vocativo, Erika.
-El vocativo da asco.
-¿Quieres que te ponga un cero?
-El vocativo mola-repliqué yo, asintiendo con la cabeza-. Vocativo presidente.
Alfonso se echó a reír.
-¿De dónde?
-De España. O de Estados Unidos, si Obama pierde las elecciones.
-No creo que las pierda-replicó Alfonso.
-Más les vale a los americanos, si no, iré yo a darles una patada en el culo a todos.
Abrió la puerta.
-Venga, a clase, chicas.
-Gracias, Alfonso-nos despedimos las tres. Escuché a Laura decir por lo bajo.
-Ay, si es que es un cacho de pan.
Sí que lo era.
Alfonso presidente.

-¿Que te vestiste de gótica?-replicó Louis, riéndose como si no hubiera mañana. Se tapó la cara con las manos y flexionó las rodillas, las levantó y se comenzó a balancear adelante y atrás.
-No. Me maquillé a lo gótica. Mira qué ojos.
-A mí me gustan.
-Parezco un mapache.
-Estás sexy.
-Gracias-repliqué. Me acarició la cintura.
Cuando llegué a casa había procurado agachar la cabeza. Llevaba el gorro de Louis anudado en una mano, como si de una muñequera se tratara. Me metí a todo correr en mi habitación y me senté sobre su culo. Él había estado comiendo frutos de mar (aquellos bombones de chocolate con forma de estrella de mar, caballito de mar y diversas conchas) y viendo series con el ordenador.
-No. Te. Rías. O te mato-le había susurrado al oído.
Cuando se giró, se me quedó mirando un instante.
Y se echó a reír.
-¿De dónde coño vienes? ¿De un concierto de un concierto de AC/DC?
-Vete a la mierda-le había replicado yo. Se incorporó (sentí cómo sus abdominales se tensaron al hacerlo, excitándome de un modo inimaginable) y me comió la boca con una furia desconocida.
-Parece que tienes 20 años. Como yo-había susurrado contra mi oído. Su barba raspaba, sus labios y su lengua sabían a chocolate.
Y había empezado a darle sentido a todas las partes de mi cuerpo, me había encendido con sus besos. Nunca pensé que fuera a ponerse así porque me pintara los ojos de aquella manera.
Aunque sí que era verdad que aparentaba 20 años. Tal vez fuera eso lo que le había excitado a él. Que había saltado los casi cinco años que nos separaban y me había convertido en su igual, con todo lo que aquello (experiencia sexual incluida) implicaba.
Cuando se tranquilizó, después de varios intentos de quitarme la ropa y de tener que pararle los pies recordándole que no había comido, le conté mi mañana.
-Gracias por mentir por mí-me besó la cintura, y sentí cómo todo mi ser explotaba. Cerré los ojos y me estremecí.
-¿He hecho bien?
-Me apetecería habérselo contado yo.
-Recompénsame.
-¿Cómo? No quieres sexo.
-Haz eso.
-¿El qué?
-Lo que acabas de hacer.
Volvió a besarme la cintura, y yo gemí. Me tapé la boca con las dos manos y miré en dirección a la puerta. Sonrió.
-Creo que hemos encontrado tu punto S.
-¿Mi qué?
-Tu punto S. De smash. Es como yo aquí-se tocó fugazmente bajo la oreja, en el límite del hueso de la mandíbula, aquel lugar en el que se descontrolaba si yo le besaba.
Me mordisqueó la cintura, y juro por Dios que pensé que bien podría correrme si continuaba así mucho tiempo.
-Louis, para, en serio, para, por favor. Para-pero no quería que parara, él lo sabía, en mi tono había demasiada excitación, demasiada súplica, demasiada necesidad y demasiado deseo de que entendiera que necesitaba seguir explotando.
Me dejé caer en la cama y él se incorporó, se me quedó mirando. Pestañeé lentamente.
-No puedo... no podemos... no ahora.
Sonrió.
-No íbamos a hacer nada. Quiero ver cuánto aguantas.
-Ahora no. Están preparando la mesa. Tenemos que ir.
Gruñó.
-No quiero comer otra cosa que no seas tú-replicó. Sonreí.
-Qué erótico te ha salido eso.
-¿Verdad que sí? Harry me ha estado leyendo 50 sombras de Grey.
Alzó las cejas.
-¿Has aprendido algo?
-No lo sabes tú bien-me guiñó un ojo.
-Pues podíamos probarlo. ¿Y si lo pones en práctica conmigo?
-Tengo que conseguir un cuchillo esterilizado-replicó como quien no quiere la cosa.
-Qué libro más depravado.
-Tenemos que leerlo. En serio. Harry me ha leído unas cosas que... -se estremeció-. Ya me entiendes. Si leyéndolas ya te gusta, imagínate cómo será hacerlas. Hacértelas a ti.
Se inclinó hacia mí y comenzó a besarme el cuello, me mordisqueó el lóbulo de la oreja, viajó hasta mi boca y enredó nuestras lenguas.
-Hoy estás descontrolado-sonreí. Se encogió de hombros.
-Estar en la cama de una mujer tanto tiempo descontrola a cualquiera.
Me eché a reír.
-Vamos a comer, anda.
Comimos a la velocidad de la luz, porque íbamos a irnos a mi pueblo en cuanto termináramos. Recogimos nuestras cosas y, después de intercambiar un par de gritos con Louis, conseguí la custodia de mi mochila del instituto.
Noble pareció molesto por tener que compartir la parte trasera del coche con una persona extra, pero en seguida pareció perdonar a Louis. Me senté entre los dos, y cada dos por tres el perro pasaba sobre mis piernas y se estiraba para lamer las manos de Louis, pidiendo su recompensa.
Mis padres respiraron tranquilos cuando llegamos al pueblo y Louis y yo dejamos de cantar como dos raperos cada canción que salía en la radio. Las que yo no conocía, las conocía él , y viceversa.
-Pregúntales si cojo algo-me pidió Louis, señalando el maletero.
Puse los ojos en blanco.
-Vale, vale, quieres hacerte el machito, don MisBícepsSonMásGrandesQueMiCerebro.
Me sacó la lengua.
-Estás tú guapa para hablar de mis bíceps.
-Sí, la verdad es que sí-asentí con la cabeza y le traduje a mis padres el ofrecimiento de mi novio. Ellos asintieron y nos indicaron lo que podíamos llevar dentro de casa.
Una vez terminamos de meter cosas, se apoyó en el reposa brazos del sofá.
-Gracias por dejarme venir aquí también.
Nuestra conversación el jueves anterior resonó de nuevo en mi cabeza.
Me había sentado en el borde de la cama, sobre una pierna, mientras la otra colgaba desde el colchón hasta el suelo.
-No he comprado todavía el billete para Inglaterra-le susurré, acariciándole  el dorso de la mano. Levantó la vista de la pantalla de su teléfono y se me quedó mirando.
-No sé si puedo ir... todavía.
Asentí con la cabeza, me incliné hacia él y me coloqué un mechón de pelo detrás de la oreja.
-Hacemos lo que tú quieras.
-¿Podemos quedarnos este fin de semana?
-Por supuesto, mi niño.
Sonrió. Le encantaba cuando le llamaba mi niño, era algo casi superior a él.
Había cogido mi teléfono y le había enviado a Noemí que cancelara mi reserva del billete que había hecho el lunes anterior, de la que volvía a casa. Noemí me mandó un lacasito alzando los pulgares.
Listo.
-Te quiero-dije yo a modo de respuesta, mientras la conversación rebotaba dentro de mi cabeza hasta desvanecerse.
Estuvimos media hora mirando para la tele, muertos de asco. Mamá comenzó a correr de un lado para otro, totalmente ajetreada. Louis la contemplaba de vez en cuando y preguntaba si no necesitaría ayuda, a lo que mi madre negaba con la cabeza de forma frenética.
-Tú tranquilo, Louis. No te preocupes.
Pero se estaba poniendo nervioso, muy nervioso. No estaba acostumbrado a que una madre (aunque fuera su madre política) estuviera por ahí con gran número de tareas por hacer y él sentado sin hacer nada.
Sugerí ir a dar un paseo, algo que pareció gustarle.
-Vamos al río. ¿Qué te parece?-le dije, poniéndome de puntillas para besarle los labios. Sonrió.
-Genial.
Agradecí a los cielos no haberme llevado al perro cuando llegamos allí. Me senté en las piedras, y él terminó imitándome. Se quejó por la dureza de estas, yo me eché a reír.
Nuestras manos se entrelazaron y contemplamos aquel agua que nos había visto empezar.
-El río no debe de reconocerte-susurró en mi oído, divertido. Me eché a reír.
-¿Tanto he cambiado?
Me apartó el pelo del hombro, asintió y comenzó a besarme el cuello lentamente, muy lentamente.
Cerré los ojos y me mordí el labio inferior.
-¿Y si completamos el círculo?-musitó con un hilo de voz. Lo miré.
-¿Mm?
-Aquí nos besamos por primera vez. Ya sabes-sostuvo mis manos entre las suyas-. Tal vez si... lo hiciéramos todo aquí... durásemos para siempre.
Me hundí en aquellos pozos de mar, y aquellos pozos de mar se hundieron en mis tazas de chocolate.
Lo único que encontré allí fue amor sincero, amor con ganas de ser eterno. Asentí con la cabeza.
-¿Funcionará?
-Al final, siempre lamentaremos las cosas que nunca hicimos.
Me acarició la mandíbula.
-Quiero estar contigo para siempre, Eri. ¿Me entiendes? Me estás demostrando que eres lo mejor que he tenido en toda mi vida.
Me acurruqué contra él.
-No podremos estar toda la vida juntos porque tú eres muchísimo más de lo que yo me merezco.
-Tienes razón. Tu retraso solo te permite estar  con gente de tu misma inteligencia.
Sonreí.
-Por favor. Quiero hacerlo aquí. Este sitio es...
-Especial-terminé yo la frase por él, levantando la vista. Asentí-. Ya lo sé. Lo sé.
Cerré los ojos.
-Tengo miedo de que nos hagamos daño. Nunca lo hemos hecho en un sitio como este.
Se encogió de hombros y pasó su brazos alrededor de mi cuerpo.
-Nos las arreglaremos. Siempre lo hacemos.
-No quiero que te hagas daño.
-Ni yo que te lo hagas tú.
Nos miramos un rato a los ojos, midiéndonos. A mí también me apetecía muchísimo hacerlo, en ese sitio sobre todo, al fin y al cabo, allí había empezado mi felicidad. Recordé la conversación mientras los otros se mantenían alrededor de la hoguera, cómo lentamente nos habíamos ido inclinando el uno a los labios del otro, la sensación que me embargó cuando por fin me besó...
Cerrar el círculo merecía la pena el posible dolor. Bien la merecía.
Pero...
-¿Y si viene alguien?
Se encogió de hombros.
-Lo único malo que pueden hacerme es apartarme de ti. Y yo de ellos no lo haría.
-¿Por qué?-sonreí.
-Mira qué brazos tengo. Doy unas hostias que puedes alucinar.
Me eché a reír y le besé los labios.
-Vale.
-¿Estás segura?
Apoyé mi frente en la suya.
-Sí. Creo que sí.
-Si no estás segura no lo hacemos, pequeña. No te quiero presionar, nena, ya lo sabes.
Asentí con la cabeza.
-Es... una buena idea. Sorprendentemente, viendo de quién es, es una buena idea. Así cerraríamos el círculo.
Jugueteó con mi anillo, sopesando mis palabras.
-¿Sabes? Estoy nerviosa.
-¿Por qué?
Me encogí de hombros y miré alrededor.
-Aquí di mi primer beso... me siento... como si fuera a perder la virginidad otra vez.
Sonrió y me rodeó la cintura.
-Con el mismo chico.
Asentí.
-No sé qué me haces, pero pareces convincente con tus engaños.
-Es que tengo una buena manera de manipular a la gente.
Me eché a reír, le acaricié el pelo, enredé mis dedos en su nuca y comenzamos a besarnos.
Con las gotas de agua observándonos y a la vista de todo aquel que quisiera (pues por una parte no había árboles y sería fácil que alguien llegara hasta nosotros y nos pillara), me entregué a él.
Nada estaba mejor que entregarme a él en el mismo sitio donde había empezado a hacerme suya.

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