domingo, 8 de septiembre de 2013

Bombón.

Tay hizo lo que pudo para animarme durante el trayecto a casa, mucho más lento de lo que me hubiera gustado pero, dado que no podíamos ir por los tejados por miedo a que los pajarracos volvieran y nos quitaran los pocos documentos que habían sobrevivido al ángel de ojos azules y labios de algodón de azúcar, y que todo eso había sido culpa de mi estupidez, no me quejé. Íbamos de la mano, sorteando a la gente que corría de un lado a otro, demasiado ocupada en sumirse en la autocompasión para fijarse en nosotros.
No podían llegar tarde al trabajo; era una de las cosas que peor se veía en la sociedad. Desde que el Gobierno había instaurado cámaras de seguridad por las calles, sacrificando así la libertad de sus ciudadanos por su seguridad, nadie llegaba tarde. Los retrasos se castigaban casi al mismo nivel que los homicidios, porque ya no costaba tanto identificar a los asesinos.
Sólo siendo un fantasma, o sabiendo hacerte invisible, conseguías desaparecer y hacer lo que te viniera en gana sin temor a que el Gobierno te cazara.
Cruzamos el puente que hubiera supuesto el punto de inflexión entre el fracaso y el éxito de la misión andando cada vez más rápido. Pronto echaríamos a correr sin tan siquiera pretenderlo. Me acerqué a la barandilla y me apoyé en ella, contemplando el lugar en el que había atravesado la superficie del agua y había estado un par de seguros a salvo del ataque del ángel. No había rastro de mi entrada allí, claro, pero yo seguía prefiriendo haber dejado huella.
Taylor tiró de mi mano.
-Cyn, venga, tenemos que movernos. No podemos dejar que nos pillen en plena calle con lo de tu mochila.
Lo miré un segundo.
-Crees que es culpa mía.
Negó despacio con la cabeza; su piel morena, brillando por una fina capa de sudor, refulgió arrancándole destellos a la luz de media tarde. Varias chicas se giraron al pasar, estudiándolo de arriba a abajo.
Antes me hubiera acercado y le hubiera comido la boca delante de ellas, para que supieran que ya estaba cogido y que su dueña no se iba a dejar vencer tan fácilmente, pero ahora lo último que me apetecía era tener un arrebato de celos posesivos.
-Tenemos que irnos, Cyn, estamos demasiado cerca del lugar donde te encontró.
Refunfuñé por lo bajo algo que ni yo misma conseguí comprender del todo.  Lo más frustrante de aquello era que no se daba cuenta de lo mal que me había sentado cómo el ángel había jugado conmigo.
Había dicho que era guapa, joder.
Jodidamente guapa.
Su voz resonó en mi cabeza y, para mi disgusto, me estremecí de un placer desconocido. Un placer más poderoso por el simple hecho de ser secreto.
Me había utilizado, pero no sólo cuando me besó. Seguramente me hubiera acechado desde que salí de la Central de Pajarracos Express. Para él no había sido más que un juego; yo era el ratón, él el gato. Más rápido, más ágil, mayor.
Mis pulmones llamearon al recordar el esfuerzo al que los expuse cuando llegué al límite de mis fuerzas, creyendo que si me exigía al cien por cien, lograría escapar. Me había dado cuenta tarde, sin embargo, de que no podía competir con el ángel porque me superaba en todo.
Para él había sido un juego lo que para mí había sido una lucha por la supervivencia.
Para él había sido un cruel truco divertido, besar a una runner, lo que en mí había despertado algo que llevaba muerto desde el día en que nací.
Ganas de huir.
Huir con él.
Pero él no querría nada conmigo.
Taylor chasqueó los dedos frente a mí. Di un brinco y lo miré con el ceño fruncido.
-Cyntia.
Asentí con la cabeza, me hundí un segundo en sus ojos negros, me incliné a besar aquellos labios gruesos y apetecibles, y, sin previo aviso, eché a correr.
-¡Te echo una carrera!
Correr era lo único que me relajaba en situaciones como esa. Muchos runners se pasaban las tardes libres tirados en el sofá, viendo la televisión o inflándose a comida basura, que no estaba permitida el resto del tiempo, porque dejaba los dedos pringosos y una sensación de malestar general. Pero yo no.
Yo salía a correr de vez en cuando, visitaba lugares de interés público, y no entraba precisamente por la puerta principal. Prefería mil veces la trampilla de una azotea y un ascensor estropeado a una puerta principal de varios metros de alto y muchos más de ancho y un ascensor abarrotado de gente. Esa era yo.
Atravesamos el río y nos dirigimos a la calle principal. De súbito, sin previo aviso, Puck empezó a gritarnos por el auricular. Me detuve y me hice un ovillo un segundo, atrayendo la atención de la gente unos instantes. Por suerte, no había policías alrededor, de modo que no tuvimos más que enderezarme y hacer que siguiera andando, procurando no entrecerrar los ojos debido a los gritos.
-He hablado con June, id a verla a su base. Fotocopiará los documentos que traéis por si el ángel vuelve.
... y os mata, terminé yo la frase por él, poniendo los ojos en blanco. Taylor suspiró, se encogió de hombros y me volvió a coger de la mano. A pesar de que me sacaba una cabeza, y de que era mucho más musculoso y fuerte que yo, sabía que podía huir de él con facilidad. Me pegaría si tuviera que hacerlo, los dos lo sabíamos, pero sólo cuando la misión lo requería. Yo no era precisamente mala en la lucha, pero no era tonta: le superaba en las huidas, era mucho más rápida que él, más sigilosa, por lo que en campo abierto no tenía nada que hacer conmigo. Era decisión mía ir a ver a la zorra de June o seguir adelante, hacia casa. No me apetecía hablar con nadie, pues sabía que me juzgarían. Cyntia, eres una inútil; has dejado que el ángel entorpezca la misión. ¿Y se supone que tú eres la mejor de tu distrito?
Los demás runners se referían a nuestro distrito con sorna, llamándolo el Distrito Coliflor, porque era fácil de preparar, pero imposible de tragar. Los runners de mi distrito éramos seleccionados entre los chicos con más talento del resto de distritos, ya desde pequeños se nos recogía de las familias de runners más habilidosas y se nos entrenaba desde la más tierna infancia.
Sabíamos que éramos los mejores, crecíamos con la gente que nos rodeaba repitiéndolo sin parar, y a todos se nos subía tarde o temprano a la cabeza.
Además, siempre se nos hacía llevar acompañamiento a las misiones más difíciles, para así entrenar mejor a los otros runners, que casi siempre eran maestros de los demás distritos. Por eso se decía que éramos como coliflores: siempre íbamos acompañados, rara vez se nos veía solos. Si íbamos solos, la cagaríamos.
Como ponerle un plato de coliflores a un niño, sin nada más, y esperar a que se lo comieran.
Tay se acercó a mí y me acarició la cintura. Se inclinó hacia mi boca y me besó en los labios lentamente. Yo le eché las manos al cuello, hundí los dedos en su pelo negro azabache y suspiré.
-¿Y eso?
-Te estabas riendo con esa sonrisa cínica tuya.
-Te encanta mi sonrisa cínica.
-Y tú-contestó, dándome otro beso, esta vez más fogoso. Una anciana que pasó por nuestro lado carraspeó.
-Menuda juventud, no tienen respeto por nada.
Puse los ojos en blanco en mi interior, me puse de puntillas para poder besar mejor a mi novio.
Entonces, me asaltó el recuerdo del beso invasor del ángel.
Me dejé caer sobre mis talones y suspiré.
-Tenemos que movernos.
Asintió con la cabeza, alzando ligeramente las cejas, en un tierno gesto que quería decir "qué remedio", y se encaminó hacia un callejón oscuro. Lo seguí e, instintivamente, me pegué a él cuando descubrí que no estábamos solos.
Una pareja de rostros demacrados estaba tirada en el suelo, sobre unos cartones, demasiado cerca los unos de los otros como para saber que no habían estado haciendo nada bueno allí. Una botella de vino barato (vaya, ¿aún el Gobierno deja que la gente se emborrache?) se alzaba desde el suelo al lado del hombre, testigo de todo lo que había pasado allí. Suspiré, pasé a su lado sin hacer ruido, cambiándome la trenza castaño cobrizo de hombro, y me acerqué a unas escaleras de incendios.
-¿Las has elegido por esto?
-¿No has oído a Puck? Hay policías en el siguiente cruce. Tus moratones no tienen buena pinta, amor, así que... deberíamos perderlos de vista mientras podamos.
Me miré los brazos, con un festival de cardenales en cada uno. Era cierto, la gente podría pensar dos cosas, y esa gente se dividía en dos categorías dependiendo de qué se les ocurriera.
Primera categoría, o gente normal: Taylor me daba una paliza día sí, día también, para sentirse más macho.
Segunda categoría, o agentes del orden: era una runner y debía ser arrestada y preparada para mi eliminación o lavado de cerebro con posterior colaboración para el Gobierno.
Como todos los de mi "especie", como a veces nos llamábamos entre nosotros, prefería mil veces que me arrancaran la cabeza con sus propias manos a que me lavaran el cerebro y traicionar nuestra causa.
Me encaramé a la escalera y subí lo más rápido que pude, preguntándome por qué el gilipollas de Puck no me había informado a mí también.
-¿Puck?-gruñí por lo bajo mientras me agarraba a un saliente de la pared y me inclinaba para alcanzar el ventilador de un aire acondicionado. Escuché un suspiro en mi cabeza, suspiro que no fue imaginario.
-¿Qué te pasa ahora, Kat?
-¿Por qué no me has dicho lo de la policía a mí también?
Volvió a suspirar.
Gilipollas pretencioso.
-Con que uno de los dos lo supiera, bastaba.
-Oh, genial. Ahora que he fracasado, no merezco saber cuál será mi ruta, no vaya a ser que el ángel me haya marcado y me esté siguiendo en este preciso momento. Muchas gracias por tu confianza-espeté, y desconecté el auricular, aunque sabía que me iba a arrepentir más tarde, si aparecía un helicóptero pegando tiros y me alcanzaba en la nuca porque yo era demasiado orgullosa para aguantar subnormalidades entrando directamente a mi cerebro.
Taylor subió detrás de mí, miró hacia abajo, y saltó hacia delante cuando una voz escaló hasta la parte más alta del edificio.
-¡Eh! ¿Qué haces ahí?-gritó una voz masculina. Me incliné hacia delante, con el pelo colgando sobre el vacío. Si ahora alguien me empujaba, me abriría la cabeza contra el suelo. Sería un bonito espectáculo para el borracho del vino secreto y la fulana adormecida.
Taylor se giró en redondo y se dispuso a cruzar la azotea en dirección a la pequeña base de June, que no era más que un centro de refrigeración en el que había instalado varios ordenadores con un procesador espectacular, y yo a seguirlo, cuando me di cuenta de que se suponía que la prostitución había terminado cuando el Gobierno llegó al poder.
Miré a Taylor.
-Tay...
-No es nuestro problema, Cyn.
-Pero...
-Que no lo es-replicó, negando con la cabeza. Miré hacia abajo; el hombre se revolvía, la mujer seguía tirada en el suelo, quieta, muy quieta.
Demasiado quieta.
¿Y si había encontrado la manera de burlar la seguridad? ¿Y si no estaba dormida, sino... muerta?
Me aparté del borde del edificio y corrí detrás de mi novio. Tenía razón; no era asunto nuestro, pero aun así, sentía que demasiadas cosas estaban cambiando. Primero, conseguía entrar sin ninguna dificultad en la Central de Pajarracos Express. Y ahora... ahora la prostitución, y tal vez el asesinato, volvían a las calles.
Me llevé una mano a la boca, me la limpié con el dorso de esta, y salté de un edificio a otro mientras Tay se apoyaba en una esquina. Al pesar más, necesitaba más apoyo, y caía mucho más cerca de lo que caía yo.
En un par de minutos, dimos con el bulto plateado sobre la azotea de los edificios de aquel distrito que no nos pertenecía, y escalamos la pequeña torre, más parecida al caparazón estirado de una tortuga que a lo que realmente tenía que ser.
June ni siquiera se giró cuando nos escuchó caer: nos señaló un escáner que ya tenía preparado y murmuró:
-Ya sabéis qué hacer.
Descargué la mochila al lado del escáner y, mientras extendíamos las hojas cuidadosamente, me permití echar un vistazo a las pantallas azuladas que tenían en vilo a June.
No sabía cómo se llamaba; era muy raro saber el nombre auténtico de los runners que no pertenecían a tu propio distrito, a pesar de que podías llegar a trabajar con ellos más que con tus compañeros. Era una especie de regla ancestral entre nosotros: si no eres de mi distrito, si no vives en mi base, no tengo derecho a a saber qué se esconde detrás de tu nombre.
Eso sin contar con que los controladores, o rastreadores, dependiendo de lo tiquismiquis que fuera el tío con el que te cruzaras, odiaban decirte su nombre real. Los rastreadores eran los encargados de saber en qué lugar estabas en todo momento, qué obstáculos te rodeaban, cómo superarlos, si te perseguía alguien, etc. Se suponía que eran los mejores runners de antaño, retirados tras una vida corriendo por superficies verticales y rompiéndose huesos en caídas desafortunadas.
Pero la realidad era que prácticamente ninguno de nosotros llegaba a los 30 años, de modo que las caídas más fuertes rápidamente se traducían en sentarte delante de una silla y decirle a tal runner que estaba a tantos metros de toparse con tantos policías, así que haría bien cambiando el rumbo de su culo.
Puck lo llevaba bastante bien, a pesar de que no hacía demasiado bien su trabajo. No solía quejarse de aquello, y creíamos que podía correr, de manera que no solíamos decirle nada de sus constantes fallos. Hacían nuestra vida más interesante, y no solía gritarnos, algo que sabíamos por otros runners que la mayoría de los controladores solían hacer.
Sin embargo, June era otro cantar. Corrían rumores de que había sido una de las mejores runners, que había prometido muchísimo cuando corría. Incluso decían que había sobrevivido sin herirse a caídas que matarían incluso al más fuerte de nosotros.
Su racha de suerte no duró siempre.
Un día se cayó, y se fracturó algunas vértebras.
Su médula ósea estaba intacta, pero los médicos, y el resto de runners, le impidieron volver a correr. No necesitábamos a alguien paralítico que se amargara hasta el punto de querer suicidarse; no necesitábamos a otro runner muerto por volver a caerse de aquella manera. Los nervios de June podían fallar, lo harían, sin duda, y su vida, la vida de cualquiera de nosotros, era demasiado preciada para sacrificarla así como así.
June se negó a quedarse sentada, pero correr sin nadie que te apoyara era muy difícil. Apenas duraba unos minutos en las azoteas de los edificios; había habido órdenes estrictas de captura en cuanto se la viera. La captura era más importante que la misión en curso, así que, apenas tocaba el techo, apenas la bajaban. No contaba con rastreador, no tenía quién la guiara.
Así que terminó sentada, convertida en una, y quejándose cada vez que podía de lo miserablemente patética que era su vida.
-Creo que voy a suicidarme, Ham es retrasado-espetó por lo bajo, estirando la mano y cogiendo una botella de cerveza. No me sorprendería nada que diera órdenes borracha. Además de una amargada, era una auténtica capulla. Lo había sido cuando corría, y lo era mil veces más ahora que tenía que ver cómo los demás se lo pasaban bien.
Tay imprimió la primera copia de los documentos que yo había doblado. La colocó cuidadosamente sobre una mesa, apartando restos de pizza rancia, olvidada en la caja en la que había llegado, y procedió con la siguiente.
June se volvió; nos miró con sus ojos color verde claro, se apartó varios pelos rubios con sus manos morenas por el sol que se filtraba a través de las rendijas de las persianas. Levantó la vista.
-¿Esto es todo?
-Faltan cosas-contesté. Sonrió, y miró a Taylor.
-Así que es verdad. La pilló un pájaro.
-Me acorraló-respondí, arrancando el papel de sus manos. Ella las levantó con las palmas vueltas hacia afuera, pero en realidad yo sabía que le encantaba ese jueguecito estúpido-. Y tú estarías mejor vigilando a tus runners, no vaya a ser que les pille el que me cogió a mí y los destroce.
-¿Hizo lo mismo contigo?
-Dios, June, déjalo ya, ¿quieres? Sólo venimos por tu impresora; es más seguro así.
Ella suspiró, dio otro trago de su cerveza y se giró hacia sus monitores.
-Barbie, guapa, tienes a unos policías frente a ti. O cambias el rumbo o te freirán como a un huevecito-gruñó. Su auricular respondió algo entrecortado. Puso los ojos en blanco-. Buena chica-se inclinó hacia un lado para mirarnos a Taylor y a mí. Casi habíamos acabado-. ¿Lo sabe Puck?
-Sabe que tenemos algo, no todo.
Una sonrisa cínica le cruzó la cara.
-Ojalá pudiera ir con vosotros a visitarlo. Me encantará ver su cara cuando vea que la joya de la corona ha fracasado.
Se giró y se terminó la botella de un trago. La dejó encima de la mesa con un fuerte estrépito. Me dieron ganas de partirle la cara; Tay tuvo que cogerme para que no lo hiciera.
-Yo habría podido hacerlo con los ojos cerrados y las manos atadas a la espalda-se encogió de hombros, y tecleó algo en su ordenador. Una nueva ventana apareció de improviso en su pantalla-. Es una lástima que se obcequen en alejar el talento de las calles. Así nos va a ir mal. Yo podría haberlo hecho-repitió, como si creyera que estaba sorda. Esta vez, la que puso los ojos en blanco fui yo. Seguro que sí, pensé, convencida de algo nuevo. June no era una capulla.
Era una gilipollas integral.


Apenas llegamos a casa, Puck salió de la pequeña habitación en la que controlaba a los que estábamos a su cargo y fue a nuestro encuentro. Los runners nos hicieron hueco por el pasillo, como si de repente Taylor y yo hubiéramos engordado 100 kilos y no pudiéramos pasar a no ser que el resto se hiciera a un lado. Oí murmullos a medida que pasábamos, lo que me hizo sacar pecho, alzar la barbilla, y caminar lo más dignamente posible. Muchos envidiaban mi sigilo, podía plantarme a su lado sin que ellos notaran mi presencia.
Ahora, sin embargo, quería que supieran que había llegado.
No había cumplido la misión completa, pero por lo menos había hecho algo que ellos no podían ni imaginarse.
Me había infiltrado en la Central y había obtenido documentos súper secretos de su interior. Tan secretos que ni siquiera yo sabía muy bien para qué nos servirían, aunque me podía hacer una idea de qué contenían, exactamente.
Puck abrió los brazos.
-Dádmelos-espetó con urgencia, sin rastro de cariño en su voz. Me quité la mochila y se la tiré tras balancearla un par de segundos en mi mano. Puck sonrió, miró a los demás, y les espetó-: ¿Qué estáis mirando? ¡Todo el mundo a trabajar!
Un revuelo general se armó en torno a nosotros.
Justo cuando iba a entrar tras Tay en el despacho de Puck, éste negó con la cabeza, poniendo la mano en el marco de la puerta para que no pudiera pasar. Lo miré con el ceño fruncido.
-Espera aquí, ¿quieres, Kat?
Asentí con la cabeza, sin molestarme en decirle que no usara mi nombre de runner cuando no estaba de servicio. Estaba acostumbrado a ello, y casi prefería que me llamara Kat siempre a que en una transmisión metiera la pata, me llamase Cyntia, y los agentes de la ley del Gobierno dieran conmigo y con la forma de hacerme daño.
Me apoyé en la pared y rebusqué en los bolsillos con la esperanza de encontrar algo con lo que entretenerme, pero no hubo suerte. Apreté los puños, me giré, y di golpecitos contra la pared a modo de divertimento, pero no funcionó demasiado bien. Tay se asomó a la puerta, frunció el ceño, y no dijo nada al ver mi postura.
-Me aburro, ¿vale? Me aburro, y si pudiera entrar.
-Es mejor que te quedes, amor... por si acaso.
-Por si acaso, ¿qué? ¿Por si acaso he robado revistas porno de ángeles femeninas en pelotas y no me he dado cuenta y estallo en una espiral de furia que pueda echar abajo este puñetero edificio? ¿Por eso? No me jodas-repliqué, deslizándome al suelo y apoyando la cabeza contra la pared, mirando el techo lleno de fluorescentes.
Una tía que no había visto en mi vida se abrió paso entre la multitud, se escurrió entre Taylor y el marco de la puerta, y preguntó qué había traído.
El sida.
Zorra.
-Cierra esa maldita puerta y terminad de una vez-insté  a mi novio, que me miró un instante, se mordió el labio, pero terminó obedeciendo.
Diez minutos después, se abrió la puerta. Me destapé la cara y miré a Tay, que hizo un gesto con la cabeza para que entrara. Me incorporé de un salto, y ni siquiera esperé a que la gente que estaba dentro saliera. No me había dado tiempo a examinar lo que había robado, y quería echar un vistazo a lo que era tan importante.
Puck estaba inclinado sobre la mesa, inspeccionando mis robo con el ceño fruncido. Me acerqué a él, me incliné a su lado, procurando no tocarlo, y arrugué la nariz.
-¿Qué...?
Los papeles estaban cubiertos de símbolos que yo no comprendía; jamás los había visto ni había oído hablar de ellos. Sabía que hacía miles de años, las civilizaciones antiguas habían utilizado un tipo de letra distinto dependiendo del país. Las llamaban runas. 
Después, cuando habían evolucionado, habían hecho más universales sus letras, pero cambiaban según el continente. Las nuestras habían sido las que se habían terminado extendiendo por el mundo, y ahora nadie sabía leer las demás. Se habían perdido las traducciones y, aunque había expertos que tenían papeles sueltos y que eran capaces de traducir algunas frases, millones de textos milenarios se habían perdido para siempre, pasándose de obras maestras a simples libros garabateados escrupulosamente.
Me incliné hacia delante, contemplando las elegantes líneas, llenas de puntos sobre sí mismas, pero no había ninguna i reconocible a la que pudieran pertenecer esos puntos. Las palabras desprendían sensualidad; no tenían picos como las nuestras, no estaban separadas, sino que se enlazaban unas con otras en la palabra, uniéndose en una cadena que terminaba a la vez que su propia palabra.
Tay se inclinó por encima de mí. Me acarició la cintura, pero no hice nada por impedir que me tocara, aunque no me apetecía. Sentía que a través de su cuerpo manaba un torrente de compasión que hacía que se me revolvieran las entrañas.
Cogí el resto de papeles; por seguridad habían hecho otras copias, y eran esas copias las que estábamos manejando. Era mejor manosear y estropear una copia a hacerle eso a un original, que tendría infinidad de detalles que simplemente se escapaban a la vista y, por tanto, a la lente óptica del ordenador.
-¿Dónde se puede descodificar esto?
Puck negó con la cabeza.
-No podemos. Sabes de sobra, Kat, que faltan hojas. Tú misma viste cómo el ángel te las arrebataba y huía con ellas. Seguramente en esas hojas estuviera todo lo que necesitamos para descodificar esto-contestó, dándole una palmada a las hojas, llevándose el puño a la boca y separándose de la mesa, con los ojos entrecerrados, y las venas de la frente marcándosele más que de costumbre. Las aletas de la nariz se abrieron y se cerraron varias veces, reflejo de la ira desatada en él
Me fulminó con la mirada, transmitiéndome así su rabia. Yo no había pedido que me enviara a aquella misión. Se suponía que pertenecía a la élite de nuestro distrito, y por eso me habían elegido a mí, y no a otro. Era preferible que estuviera allí, con la misión a medias, a que hubiera ido otro en mi lugar y el ángel lo hubiera matado. Así habríamos perdido la única oportunidad, además de una vida muy valiosa imposible de reemplazar.
-¿Cómo te lo quitó, Kat?
Le aguanté la mirada, infundiéndome valor a mí misma. No podía confesar que le había besado, y que, peor aún, me había gustado aquel beso. No podía hacerlo con Taylor delante, y no quería que se enterara de esa manera. Se lo diría cuando encontrara la ocasión... eso si se lo decía. No quería aumentar la lista de razones por las que ir a matar ángeles o morir en el intento; ya era demasiado larga.
Por suerte, mentía muy bien. Levanté la mandíbula con orgullo, continué sosteniéndole la mirada, y espeté:
-Me acorraló. Forcejeamos. Me arrancó la mochila, la abrió, y sacó la cápsula.
-¿Por qué no sacó el resto de los documentos, si vio que estaban desparramados con ella?
-Había sacado la pistola segundos antes, y la tenía en el cinturón. Le pegué un tiro-argüí, mostrándole la sangre de mi camiseta, que se había pegado a mi cuerpo cuando me tiré al suelo y me arrastré para ver a dónde había llegado el ángel, no fuera a ser que estuviera colgado de alguna cornisa dispuesto a tirar de mí para matarme.
Taylor y Puck intercambiaron una mirada. Saqué la pistola y se la lancé a Puck, que la cogió con cuidado. Abrió la recámara y comprobó que, efectivamente, faltaban dos balas. La que había utilizado para romper el cristal antes de saltar de un edificio a otro y refugiarme, y la que le había perforado el ala al ángel de ojos azules.
La mujer que había entrado en último lugar se acercó a Puck, estudió el arma, le susurró algo al oído, y esperó a que él asintiera para largarse de allí.
Me crucé de brazos y le di un puntapié a la puerta para que se cerrara. Lo último que necesitaba era que aquella tía la dejara entreabierta y que todo el cuartel se enterara de que había fracasado en la misión.
-¿Qué ha dicho?
Puck me ignoró, dejó la pistola encima de la mesa, y me golpeó la mano cuando me estiré para recogerla.
-Tenemos que hablar sobre este asunto. No os incumbe a ninguno de los dos. Mientras tanto, Kat, hay algunos aprendices que tienen misiones pendientes. Ve con ellos.
-¿¡Es una broma!?-ladré, abriendo la boca e ignorando el brazo de Tay rodeándome, impidiendo que le arrancara la cabeza a Puck-. ¡¡No pienso ir con los aprendices!! ¡Tengo misiones pendientes también! ¡Pensaba ir adelantando trabajo para relajarme el fin de semana! ¡Hace meses que no me toca descanso en un fin de semana! ¿Estás mal de la cabeza?
Puck alzó la mano, volviendo a inclinarse sobre las hojas.
-Irás con los aprendices o te apartaremos de la acción, Kat.
-¡VOY A MATARTE!-repliqué, girándome y arrancándole a mi novio la pistola del cinturón. Quité el seguro y la puse contra la cabeza de Puck. Él se echó a reír, porque era imbécil. Ni siquiera me temblaba el pulso, no me importaba apretar el gatillo. No me iba a joder unas bien merecidas vacaciones.
-Hazlo, Kat. Dispara. Haz que los demás te echen, y vaga sola por este mundo que no te quiere.
-Puck, tío, no te pases.
Puck negó despacio con la cabeza a modo de respuesta al otro chico. Se giró, y me miró a los ojos. Tenía la punta de la pistola en su sien. La bajé lentamente hasta su cuello, colocándola justo sobre la yugular.
-Dispara, Cyntia. Dispara-me animó.
Apreté un poco el gatillo, lo suficiente como para que la bala no saliera, pero sí una gota de sudor se precipitara por su cuello.
-No voy a hacerlo-murmuré a regañadientes-, haré lo que me pidáis, con una condición.
-¿Cuál?
-Yo mato al ángel que ha hecho que me releguéis.
Puck sonrió.
-Sabía que dirías eso. Y, ahora, largaos. Necesito ver qué podemos hacer.
Taylor salió detrás de mí, me siguió por los pasillos y se metió en el ascensor conmigo. Marcó el piso en el que estaba su pequeño apartamento, y cuando vio que yo me bajaba en el de abajo, dado que el mío estaba en un nivel inferior, me tomó de la muñeca.
-¿A dónde vas?
-A mi habitación-respondí, zafándome de su abrazo y mirándolo con el ceño fruncido. La trenza cobriza me dio el aire de una heroína de videojuego, pero nada de aquello podía ser más real.
Mi ira y mi sensación de haber sido traicionada no podían ser más reales.
-Creía que...
-Creíste mal-espeté, echando a andar dándole la espalda. Bufó, salió del ascensor y corrió a alcanzarme. Hubiera corrido también para perderlo de vista, pero simplemente no estaba de humor para aguantar más gilipolleces de su parte. Sabía que si echaba a correr él lo interpretaría como que sólo quería jugar, y lo único que pretendía realmente era que me dejara en paz. Me había cabreado de una manera que no debería haber existido nunca. Cerré los ojos, apreté las manos en un puño y proseguí.
-Cyn...
-¿Qué? ¿Qué creías? ¿Que iría a tu habitación y nos acostaríamos como si nada hubiera pasado? Pues te equivocabas. Al  igual que yo me equivoqué cuando creí que me defenderías. ¿Por qué no le dijiste a Puck que lo que quieren hacerme no es justo? ¿Por qué no le dijiste que la culpa no era mía? ¿Por qué no me quitaste la pistola cuando tenías ocasión? Voy a pagar caro el haberme atrevido a apuntarlo con un arma, y lo sabes. No se fiará más de mí.
-Creía que hacía lo correcto.
-Te equivocabas-repliqué, envarándome, mirándolo de arriba a abajo y negando con la cabeza despacio. Era guapo, muy guapo, el más guapo de todo el cuartel, pero simplemente me había cabreado lo suficiente. No quedaba ni rastro de la admiración y el agradecimiento que sentía cada vez que se acercaba a mí, me tocaba, me besaba o me decía que me quería. Cuando Taylor me cabreaba, todo aquello se iba, y era sustituido por una furia ciega imposible de controlar.
-Te equivocaste siempre-murmuré, mirando al suelo, encogiéndome de hombros y girando sobre mis talones, dispuesta a irme. Tay me observó en silencio.
-Estaré arriba si necesitas algo.
-Lo sé.
Abrí la puerta de mi habitación, la cerré por dentro con llave, y suspiré. Atravesé la pequeña sala de estar, con el dormitorio al fondo, me tiré en la cama y grité con todas mis fuerzas, hasta que mis pulmones protestaron por la falta de oxígeno. Me levanté, me limpié las lágrimas que me corrían por la cara, y fui al baño.
Me desnudé lentamente, disfrutando de lo poco que me quedaba de una buena vida, plena y satisfactoria; tendría que reconstruirla en cuanto saliera con chavales de trece o incluso doce años a por comida. No necesitábamos ir de incógnito a comprar comida pero, dado que eran misiones de un riesgo ínfimo, se convencía a los aprendices para que hicieran ellos el trabajo sucio, acompañados siempre de un canguro que era a la vez su entrenador. Había que someterlos a pruebas para que no se sintieran totalmente inútiles, y se prepararan para las misiones que terminarían desempeñando... si no se caían de un edificio y se mataban antes.
Me estaba deshaciendo la trenza cuando algo me pinchó en el dedo. Me quejé exhalando el aire, expulsando un molesto "ah", y metiendo la mano con más cuidado entre mi maraña de rizos aplanados, en busca del alfiler.
No era una alfiler.
Era la punta de una de las plumas del ángel, la que había recogido de la oficina. La miré un segundo. Me sentí tentada de romperla, pero terminé saliendo del baño y guardándola en uno de los cajones de la mesilla de noche. Estaba cabreada, porque juraría que me estaba empezando a gustar aquel puñetero pájaro artificial. Ni siquiera estaba vivo, seguramente no tenía una madre biológica. A la gente como él (si se le podía considerar gente) los fabricaban, literalmente, en unas cubas llenas de un líquido amniótico asqueroso, artificial, con el fin de ahorrarse los experimentos genéticos que ya se habían intentado antes.
Recordaba que, cuando era pequeña, habían tratado de modificar los genes de un bebé no nato para que naciera con cola de sirena, y así conseguir que investigara los fondos oceánicos.
Pero el experimento salió mal, y el bebé nació con escamas, agallas, y unas garras que destrozaron a su madre por dentro cuando se puso de parto. Tenía unos ojos negros, los de un monstruo, y unas membranas entre sus dedos semejantes a los de una rana. Su piel era ligeramente plateada. A nadie se le ocurrió meterlo en un cubo de agua, aunque el resultado había sido mejor: la pequeña abominación inocente había muerto, y con él las ganas de los científicos de meter las narices en nuestro ADN.
Me toqué la espalda, recordando por un momento, y apartando aquellos recuerdos de mi mente con rapidez.
Fui a la bañera, donde me dediqué quince minutos para conseguir tranquilizarme, me vestí con ropa nueva, y me preparé para llevar a una manada de críos insoportables al supermercado.
Los subí al decimoctavo piso, y de allí salté a la fachada del siguiente, deteniéndome siempre para escuchar cómo se numeraban una y otra vez, una y otra vez. No quería unirme a la lista de Runners que han dejado que uno de sus aprendices muera en una misión en la que no había peligro alguno.
Tras una angustiosa media hora que, de ir sola, se hubiera visto reducida a escasos 5 minutos, ordené a uno de los aprendices menos inexpertos abrir la trampilla del supermercado que frecuentábamos. El dueño del local había tenido el detalle de instalar eso para que nadie supiera de dónde procedíamos realmente.
La policía nos dejaba en paz siempre que no hiciéramos evidente nuestra condición, y bajar por las tuberías de un edificio desde su azotea hasta el suelo sería como ir frente a uno de la poli y gritarle
-¡Soy un runner, soy un runner, te chinchas, te chinchas!
Los conté mientras entraban y asentí con la cabeza. Les tendí la lista con las cosas y les dije que, cuando compraran, salieran de nuevo a la azotea y me esperaran allí.  Recordaba tener una misión de recogida en ese punto; me habían dejado un maletín que tenía que trasladar cerca de allí, de modo que aprovecharía y me lo llevaría al punto de recogida, memorizado previamente.
Estaba corriendo por el borde de un edificio cuando vi algo que me llamó la atención.
Era él.
El ángel.
Sin pensarlo dos veces, salté a un toldo de un balcón, de ese toldo a otro, así hasta el suelo. Esperé a que el ángel pasara de largo la calle en la que yo me encontraba, giré la esquina, me subí la cremallera y me puse la capucha, y me propuse seguirlo. Tuve mucho cuidado de dejar cierta distancia entre él y yo. Dudaba que tuviera manera de sentir dónde estaba, pero prefería no arriesgarme.
Lo perdí girando una esquina, chasqueé la lengua y me giré sobre mí misma, buscando el lugar por el que había escapado. ¿Se les permitía echar a volar en plena calle, con todo el mundo como testigos? ¿Podían hacerlo simplemente? ¿Habría manera de que les borraran la memoria a los que los habían visto?
¿Estaba segura de que era realmente el ángel? No tenía las alas por ninguna parte, pero...
Alguien tiró de mí por el hombro y me tapó la boca con la mano. Me arrastró hasta la sombra de un edificio, haciendo caso omiso de mis gritos ahogados, y me llevó a un rincón oculto.
Me quitó la capucha y yo me volví, con el corazón a mil.
Me encontré con aquella sonrisa de enmarcada en una barba chocolate muy apetecible.
Me mordí el labio, céntrate, tía, céntrate.
-¿Apenas han pasado unas horas de nuestro encuentro y ya me echabas de menos?-inquirió, capturando un mechón de pelo rebelde y poniéndomelo tras la oreja. Me apeteció abofetearme, estaba embobada contemplando sus ojos-. ¿Eh?
-¿Qué? ¿Estás loco? Sólo estaba cumpliendo una misión.
Ya me debía dos bofetadas; la nueva, por darle detalles de mi trabajo.
Él asintió.
-Claro, una misión que consiste en ligar al tío con que te has besado por la calle.
Abrí la boca.
-¿Disculpa? Me besaste tú a mí.
-Y te encantó-otra vez aquella sonrisa de niño malo pidiendo que le levantaran el castigo. Me aparté el mismo mechón de pelo rebelde de la cara: lo último que quería era que me tocara y volviera a enloquecerme como ya lo había hecho antes.
-¿Qué haces aquí? Estás muy lejos de tu jaula.
-Tengo vida-replicó, encogiéndose de hombros-. ¿Y tú? ¿A diferencia de mí, tan desesperada estás por buscarme?
Puse los ojos en blanco.
-Olvídame-repliqué, dándome la vuelta, dándole la espalda al hecho de que no me apetecía que lo hiciera.
-Más quisieras, bombón.
Miré al cielo, suspiré y me giré.
-Yo te gusto. Tú me gustas. ¿Por qué no hacemos algo para descargar esta tensión?-inquirió, sonriendo y acercándose a mí.
-¿Dónde están tus alas?-repliqué. Se rió entre dientes.
-¿Qué pasa? ¿Te ponen?
-No estoy segura de que seas quien yo creo que eres.
-Ah, ya veo por dónde vas, bombón. Quieres que me desnude para verme las alas... y lo que no son las alas.
-Quiero que dejes de ser así de gilipollas. ¿Cómo hacéis para esconderlas?
Sin desabrocharse la sudadera, ni nada, las desplegó. Eran enormes, cuanto más las veía, más me daba la impresión de que habían crecido.
-Magia-espetó como quien dice el secreto del universo, y puso cara de estar alucinando. Alcé una ceja.
-Claro-repliqué, girándome para irme-. Bueno, pájaro, esta es la última vez que nos veremos, así que... hasta nunca-dije.
-¿Qué hay de mi proposición?
-¿Proposición?-repliqué y, para mi disgusto, usé un tono juguetón. Asintió con la cabeza.
-Yo te gusto, tú me gustas... descarguemos esta tensión que hay entre nosotros, bombón.
Me eché a reír, di varias palmadas y me llevé la mano a la frente.
-Primer punto: no me llames bombón. No eres nadie para llamarme así. Tengo nombre.
-¿Que es?
-Cyntia.
Me tapé la boca con la mano. Mierda, ahora tendría que matarlo por eso. No podía saber mi nombre; a través de mí, descubriría cosas sobre los demás.
-Tampoco es un nombre tan horrible. He escuchado peores, bombón. Créeme, Fulgencio es un nombre mucho peor, y el tío que se llama así no parece avergonzarse de ello.
Dando el caso por perdido, decidí continuar, trazando un plan en mi subconsciente. Di un paso hacia él, le toqué el cuello, y me maravillé por lo suave de su piel.
-Y punto dos: no suelo follar con mi enemigo.
Alzó las cejas en una sonrisa divertida.
-¿En serio?-replicó, recorriendo mi cuerpo con sus manos. Ignoré el temblor de la parte baja de mi estómago que me pedía que no le dejara parar-. Es una pena.
-Aunque, tal vez...
-¿Podrías hacer una excepción?
-Nunca he sabido qué se siente-negué con la cabeza, y dejé que me pegara contra la pared. Pegó mi cuerpo contra el suyo.
-Es como... estar entre los ángeles del antiguo cielo, nena, créeme. Soy bueno. Muy bueno.
Y lo estás, pensé a gritos, pero no lo dije.
Se inclinó hacia mi boca y murmuró:
-Lo de que eras la chica más guapa que había conocido... lo decía en serio.
Y me besó, me dio el mismo beso invasor que antes, excepto porque yo ahora estaba preparada. Abrí la boca y le dejé pasar, presioné mi cuerpo contra el suyo y gemí cuando me levantó y me hizo pasar las piernas por su cintura. Le deseaba, y él a mí.
Me apetecía mucho hacerlo en medio de la calle y que me detuvieran por ello.
Me pasó las manos por el culo y yo susurré una palabra.
Ángel.
-¿Cómo te llamas?
Noté su sonrisa cuando recorrió mi cuello con los dientes, mordisqueándome la piel.
-Es secreto.
-¿Te llamas Fulgencio?
-Ya quisiera un nombre así estar en un tío tan guay-replicó.
-Norberto. Osbaldo. Seguro que te llamas así, tienes cara de Osbaldo.
Se separó de mí.
-¿No crees haberme visto antes?
-¿No eras tú el de la oficina?-repliqué. Me daba mucho igual estar poniéndole los cuernos a mi perfecto novio en ese momento. Besar a un ángel era realmente celestial.
-Te diré mi inicial, bombón. Para la próxima vez que nos veamos, ya sabrás por qué te sueno.
Su barba raspó mi cara cuando volvió a besarme.
-No habrá próxima vez-murmuré, sacando la pistola de la cinturilla del pantalón, ignorando que me estaba derritiendo por dentro, y pegándosela a la yugular, igual que había hecho con Puck hacía alrededor de una hora.
Sonrió con sorna.
-No vas a matarme, y los dos lo sabemos.
-¿Quieres apostar?
-No vas a matarme porque has sentido lo mismo que yo durante-posó sus labios suavemente en los míos, me obligué a seguir con el arma en su cuello- esto.
-Eres artificial. No tienes corazón. No puedes sentir.
-¿Quieres apostar?-se burló.
-No tiene gracia.
-Para mí sí. Tú la tienes. En los dos sentidos-replicó, recorriéndome con la mirada de arriba a abajo. Se relamió y yo me estremecí.
-Por tu culpa me bajarán de categoría.
-Es una pena-contestó, encogiéndose de hombros. Sus alas vibraron-. Lo siento.
-No lo sientes.
Sonrió.
-Es verdad, no lo hago. Así podremos pasar más tiempo juntos.
Se separó de mí despacio, soltándome la mano libre por fin. Me temblaba el pulso; por primera vez en mi vida, me temblaba el pulso.
-Sal de mi vida para siempre y tal vez te perdone la tuya.
Alzó las manos.
-Tú eres la loca de la pistola, bombón.
-Deja de llamarme así, ¿quieres?
Se echó a reír.
-Vale, nena.
Se dobló sobre sus rodillas, bajó las alas hasta el suelo y, cuando me quise dar cuenta, había despegado. Escruté el cielo con el ceño fruncido, pero había desaparecido, bañado por la luz del sol. Me guardé la pistola en el bolsillo y una sonrisa bobalicona cruzó mi cara.
El beso había sido genial, realmente genial.
Negué con la cabeza y procedí a escalar hacia los tejados. Ya me encargaría del maletín más tarde; tenía que volver con mis aprendices.
Según estaba encaramada a una cornisa, una mano amiga apareció en mi campo de visión. La acepté, aunque no conocía a nadie con aquellos tatuajes.
Abrí la boca, incrédula, cuando me encontré al ángel frente a mí. El viento hacía que sus alas bailaran de una forma muy cómica.
-¿Qué pasa ahora?
-He olvidado darte algo.
-Ya nos hemos besado bastante, gracias-dije, pasando a su lado y alejándome de él.
-Ele.
Me detuve y me giré.
-¿Qué?
-Mi inicial. L. Suerte buscando, bombón-se despidió, llevándose la mano a la frente, como los soldados, y saltando al vacío con las alas plegadas. Las desplegó y salió disparado, zigzagueando entre los edificios. Miré su reflejo en los cristales.
-Voy a terminar pegándote un tiro, y los dos lo sabemos-murmuré, sonriendo. Me pasé una mano por el pelo, y algo volvió a pincharme.
Me había dejado una pluma clavada en la oreja.

6 comentarios:

  1. CUUUMPLEAAAÑOS FELIZ, CUUUMPLEAÑOS FEELIZ, QUETENGASUNBUENDÍAYMEHAENCANTADOELCAPÍTULOOO, Y QUE CUMPLAS MUCHOS MÁAAAS (léase cantando la canción "Cumpleaños feliz", aunque me lo he inventado, pero bien ;D) pues eso, a lo que iba, que un capítulo muy asdfghjklñ, que lo sepas JAJAJAJA, me ha encantado, y eso, no se que más decirte (como siempre xDD)
    P.D.: disfruta del día.
    Un besooo 😚
    Firmado:
    Vir.(@mullingar_smile)
    (me hacía ilusión, ¿vale? xdd)

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    1. AY VIR TE COMÍA A BESINOS
      Firmado:
      Eri. (@EriLautTommo)
      JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAAJ ME ENCANTA PLAGIARTE LOS COMENTARIOS, EN SERIO

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  2. ERI CONFIESA DE UNA PUTA VEZ QUE A TI TE PAGAN POR ESCRIBIR ESTO Y FRUSTRARME SEXUALMENTE EN LO QUE A LOUIS SE REFIERE POR QUÉ ME HACES ESTO,MUÉRETE DESGRACIADA.

    Att: La preciosa de Andr@chesirelover <333

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    1. ME PONGO CASHONDONA PERDÍA ESCRIBIENDO LOS CAPÍTULOS, CREO QUE SE NOTA JAJAJAJAJAJAJAJAJA

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  3. Ya te dije ayer que me pasaría a dejarte un comentario.
    Simplemente es genial. No tengo más que decir.

    Sueb pronto <3

    @SaraiLoveSlayer

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    1. Ahora sí que no tendréis capítulo hasta que no acabe con Its 1D bitches, pero no te preocupes, queda ya poco... o eso espero

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