lunes, 26 de mayo de 2014

Efectos colaterales.

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Los planes de Eri y Louis se vieron truncados cuando Tommy se negó rotundamente a aparecer por casa a la hora de comer. Tenía cosas que hacer con Scott.
Cosas como, por ejemplo, conjurar acerca de lo que sus padres habían hecho cuando ellos estaban juntos, en la habitación de Tommy, tirados en el suelo jugando a videojuegos de gráficos tan perfectos que no resultaban ni creíbles. Había llegado el momento en el que la tecnología superó a la ficción, y la juventud prefería, curiosamente, los juegos de antaño, de menor calidad y peores gráficos. Era el caso, por ejemplo, del Super Mario Bros.
No habían sido lo suficientemente listos como para darse cuenta de que en casa de Tommy se estaba cociendo algo, algo gordo, muy gordo, de proporciones estratosféricas, apoteósico, como le gustaba decir a Scott.
En lugar de escuchar en la sombra, como ya se había encargado de hacer Eleanor en cuanto sonó aquél teléfono en la cocina, prefirió vivir en su burbuja de ignorancia.
Así que, de la que caminaban en dirección a la casa de los Malik, sus palabras se enmarañaban y cortaban las unas a las otras, como si al discutir y no dejar que el otro terminase la frase fueran a llegar más rápidamente a la conclusión que buscaban.
-¿Sabes? Creo que estás jodido, hermano-comentó Scott, arrastrando tras de sí el skate que se había empeñado en llevar a clase, a pesar de que Sherezade no soportaba que lo hiciera.
-¿Tú crees? ¿En serio? No me digas-ironizó Tommy, dándole una patada a una piedra entrometida en su camino-. Mi hermana sabe algo y no me lo quiere decir. La zorra disfruta con mi sufrimiento.
-Es mujer-respondió Scott, encogiéndose de hombros-. Ahora, en serio. Esta noche he oído a mis padres hablando de lo que los tuyos les han dicho. Y parecen preocupados.
-Seguramente me vaya a un internado a Escocia, o algo así.
-Las escocesas están más buenas que las inglesas.
-No, tío, esas son las galesas. Las escocesas son más fáciles.
Scott se detuvo, enhiesto en la baldosa que ocupaba.
-Macho, si vas a ir a Escocia y es verdad lo que dices, no creo que sea una gorda la que se te viene encima... precisamente.
Tommy puso los ojos en blanco.
-No creo que esté para tías ahora mismo, Scott.
-Eso dijiste el fin de semana pasada. Antes de revolcarte con Amy.
-Fue sólo un polvo.
-En el cual lo pasaste bien.
-No quería “pasármelo bien”, tío, quería dejar de pensar en ella.
-¿La llamaste Megan?-inquirió Scott, alzando una ceja, viendo el toro venir antes incluso de que éste hubiera salido de las entrañas de su madre. Tommy puso los ojos en blanco.
-¿Eres gilipollas? No estaría aquí, vivo, o por lo menos hablando, si la hubiera llamado Amy.
-Entonces no hay problema.
-Sí que hay un problema. Va a pasar algo. Y yo no estoy para gilipolleces. Ni para que me saquen de aquí, ni para que me dejen.
Scott alzó las manos.
-Sabes que sólo intento ayudar.
-Pues no lo haces del todo bien.
Continuaron caminando en silencio, con los pasos acompasados, la mirada zafiro de Tommy en sus pies; la mirada de caramelo de menta de Scott, en las nubes. Creía ser capaz de leer en ellas una respuesta; una de aquellas señales ya olvidadas pero que habían tenido tanta importancia para los antiguos.
Si se habían pospuesto batallas y depuesto reyes por las señales que provenían de las nubes, ¿por qué él no habría de hacer caso a esas esponjosas formas?
-A veces me gustaría que todo esto acabara ya, Scott. Que ella se graduara y yo me quedara aquí un año más. Tal vez pirarme al continente un año. Hacer algo diferente con las mismas personas, o lo mismo con distinta gente.
-Un cambio de aires apoteósico no te vendría mal, no.
-Lo que me vendría bien es un vacío de mente y pecho. No sentir más nada. Cada vez que la veo...
-Ya te he dicho que podemos cambiar la ruta de partidos y peleas. Sólo tienes que pedirlo.
-Seguiría viéndola en los pasillos-la cortó Tommy, con la cabeza cada vez más baja. Llegaría a tocar el suelo con la frente si seguía así-. No creo que esa sea... la solución.
-Es lo mejor que se me ha venido a la cabeza-replicó Scott, alzando los hombros y las manos. Él no era el culpable de aquella situación, así que, ¿por qué le convertían en el mártir? No lo entendía. En realidad, no había nada que entender.
Tommy quería a Megan.
Pero Megan no quería a Tommy.
Y era aquello lo que había desatado todo el drama, con lo que los demás no podían hacer nada. Los efectos colaterales rara vez conseguían arreglar las cosas.
-¿Sabes qué es lo que más me jode de todo, tío?-inquirió Tommy, dándole una patada a una piedra que tuvo la osadía de cruzarse en su camino. Scott escuchó en silencio, asintió con la cabeza, invitándolo a seguir-. Lo que más me jode es no poder hablar con mi padre.
Scott se detuvo, el pequeño monopatín en su mano, colgando de ella, tratando, sin éxito, de clavarse en el suelo.
-¿Por qué?
Tommy ni siquiera se dio la vuelta para responder lo que para él era la mayor obviedad del mundo:
-Él no lo entendería, ¿es que no lo ves? Joder, es Louis Tomlinson-se obligó a recordarle, notando el peso de aquel apellido sobre sus hombros, hundiéndolo varios metros bajo la tierra.
-No lo ha sido siempre.
Tommy sí que se detuvo esta vez para esperar a Scott.
-Vale, nació con otro nombre, pero creo que pillas por dónde van los tiros, ¿no?
Después de que Scott asintiera, reanudaron la marcha. La casa de los Malik estaba a la vuelta de la esquina, y Tommy no estaba de humor de discutir aquello tan pronto, en territorio enemigo, de manera que se quedó callado, escuchando la perorata interna que había estado exteriorizando Scott.
-Tu padre es humano, en realidad, ¿sabes, tío? Quiero decir, es un hombre, también le ha tocado sufrir lo suyo, igual que al mío. Todos estuvieron donde se merecían, todos fueron estrellas, todos aún lo son... unos más que otros-musitó, pensativo, aludiendo claramente al que se escondía entre los rascacielos al otro lado del océano Atlántico, como una especie de Godzilla que se preparaba para su ataque maestro-. Pero antes de eso tuvieron vida. Fueron gente normal. Gente a la que no conocía nadie. Tu padre es legendario en Doncaster por ser quien es todo el tiempo, desde que nació hasta hoy, ¿no es así? No siempre ha sido Louis Tomlinson, el de One Direction-ambos se estremecieron ante el nombre de aquel fantasma que planeaba sobre sus vidas, amenazante, recordándoles que le debían la vida a un hombre que ni siquiera tenía parentesco sanguíneo con ellos-, sino, simplemente, Louis. Igual que mi padre simplemente es Zain cuando está en casa, y no Zayn Malik, el musulmán de la banda-sonrió para sí, dejando claro cuál era su postura acerca de la religión y su presencia en su casa. Tommy ya conocía tanto sus opiniones sobre el mundo paranormal que casi prefería que se guardara aquello para quien realmente le interesaba, pero una vez que Scott empezaba a hablar, no había quien le callara. Sólo podía acudir a su talento natural de desconectar y quedarse con las palabras clave de la conversación. Las molestas se marchaban como mariposas en plena polinización, con las patitas cubiertas del polen con el que se formarían nuevas semillas-. Ya sabes que papá no hace nada raro en casa, es... normal.
-Nosotros no hemos crecido dentro de la normalidad, Scott. Ya había gente que sabía nuestros apellidos completos incluso antes que nosotros.
-Me refiero a que no se dedica a cantar notas altas por casa ni a reventar cristales sólo con la voz.
Tommy se detuvo en la acera.
-Sí que lo hace.
-El caso-replicó Scott, molesto porque alguien osara interrumpir su diálogo interior tan bien cimentado- es que nuestros padres pueden ser famosos, pero son personas, y saben qué es sufrir.
-A mi padre le va de puta madre con su vida. Seguramente se haya olvidado de qué es eso.
-Esas cosas no se olvidan tan fácilmente-discutió Scott, negando con la cabeza y entrando en la casa, empujando la puerta lo justo para que su hermana inmediatamente inferior, Sabrae, se acordara de toda su familia y tuviera que volver a empujarla otra vez.
Comieron como si no hubiera mañana; un poco por la presencia de Tommy y las ganas de Sherezade de causar buena impresión, tratando a su invitado como ella había sido tratada la tarde anterior, y un poco porque era la costumbre de aquella familia, cuya genética había sido especialmente generosa y había consentido que los niños fueran pozos sin fondo que no engordaban ni un gramo.
A eso se le añadía la costumbre, adquirida por su madre, de decir Zayn cuando sus hijos se servían:
-Comed más, comed más, ¿no estáis creciendo? Comed más. Cariño, dales más.
Apuraba a Sherezade desde su asiento, con el plato casi sin tocar, disfrutando del silencioso placer de ver a sus hijos devorando hasta el último guisante del plato.
No había nada mejor ni más hermoso para un padre que ver comer a sus hijos hasta reventar.
-¿Has avisado a tus padres de que te quedas aquí, Tommy?-preguntó Sherezade mientras recogía la mesa. Scott ni siquiera se había movido de su sitio.
-Scott, joder, ayuda a tu madre-le instó Zayn. Cuando Tommy intentó moverse (siempre hacían lo mismo en casas ajenas: portarse como verdaderos santos a los que les faltaban las alas y la aureola para ser ángeles), pero Zayn se lo impidió con una mirada tajante y negativa.
-Les he mandado el recado a través de mi hermana-confesó Tommy, encogiéndose de hombros.
-¿Y crees que Eleanor se lo ha hecho llegar?
Sherezade le dirigió una mirada envenenada a Zayn, reprochándole que no era asunto suyo lo que un hermano pensara de otro. Pero, ¿qué iba a saber ella? Era hija única, no había tenido varias hermanas como él. Especialmente él, que había tenido sólo hermanas, y conocía el funcionamiento del cerebro de la mujer.
Estaba de acuerdo en que podían hacer varias cosas a la vez.
El problema venía cuando las cosas se prolongaban en el tiempo.
A los hombres se les olvidaba una sola cosa, de modo que, obviamente, si una mujer tenía varias cosas rondándole la cabeza, era evidente que alguna se escapaba de las garras de la mente y se perdía en el pozo negro y silencioso del olvido.
-No-se cachondeó Tommy, negando con la cabeza.
-Se parece a Louis.
-Es muy guapa-coincidió Sherezade, cortando la crítica disfrazada de broma de Zayn que veía venir, y que llegó como la explosión de una bomba.
-Y especialmente impaciente en estas cosas. Se les va la cabeza. A los dos.
-¿Nos lo dices o no los cuentas?-murmuró Scott, terminando de recoger la mesa.
-Puedes usar el teléfono fijo si quieres, Tommy.
-Gracias, Sherezade.
Ella le dedicó una cálida sonrisa que hizo que perdiera por un momento el libro de instrucciones mental en el que se explicaba, paso a paso, cómo respirar. Luego, aturdido, se dejó arrastrar por Scott hasta el salón, en el que descansaba tranquilamente el aparato, de corte moderno.
Marcó de memoria, porque había cosas que convenía guardarlas a la vieja usanza, y esperó durante lo que le pareció una eternidad (simplemente dos pitidos) hasta que escuchó el sonido de descolgar el teléfono.
Calculó sus posibilidades.
En el peor de los casos, sería una Eri histérica preguntando dónde estaba y exigiendo que fuera inmediatamente a casa, “chaval, o te juro por dios que ya puedes ir buscándote un escondite, porque cuando te encuentre te vas a acordar de mí”, y que no atendiera a razones.
Luego podía ser una mamá informada de los hechos y que le echara en cara el no avisarla directamente, en lugar de utilizar emisarios.
O también podía ser papá, en cuyo caso estaría salvado. Había fútbol ese día, y seguramente Louis ya estuviera preparando la comida con la que se iba a espatarrar el sofá, a bramar cosas como “OH DIOS MÍO ¿CÓMO HA PODIDO FALLAR ESO? ERIKA ¿LE HAS VISTO CÓMO HA FALLADO ESO?” (era gracioso porque era la única vez en que llamaba a la madre de sus hijos por el nombre completo y el único momento en que ella no se molestaba en corregirle que era Erika, no Érika, con la sílaba fuerte en mitad de la palabra, cortándola como se corta a un sándwich) y “QUÉ MATADO ERES, HIJO DE PUTA, NO SÉ CÓMO TE ESTÁN PAGANDO ESA MILLONADA EN LUGAR DE PAGARLA TÚ POR JUGAR EN EL ARSENAL” sin olvidar eh “PERO SI ESO ES UNA FALTA CLARÍSIMA, ¿ESTAMOS LOCOS O QUÉ? ÁRBITRO ¿ESTÁS CIEGO O SIMPLEMENTE ERES GILIPOLLAS?”.
Si era Louis, sólo tendría que preguntar por mamá y dejar que él hiciera de puente.
-Estoy en casa de los Malik.
-Bien. ¿Cuándo vas a volver?
-Probablemente me quede a dormir.
-No toques los cojones.
-De acuerdo.
-Menos a Zayn. A Zayn, tócaselos de mi parte.
-Está bien.
Un pequeño silencio en el que los dos esperarían a que el otro hablara.
-Y si sales, cógete la rebequita, que hace frío-terminaría Louis, riéndose a carcajada limpia y recibiendo a continuación un par de hostias de la mano de su mujer por reírse de ella y sus expresiones típicas de madre. Tommy se reiría, y colgaría sin despedirse. Odiaba despedirse por teléfono.
No quería que las últimas palabras de una conversación se dijeran a través de un aparato tan frío como aquel.
Sin embargo, el que respondió al teléfono no era ni Louis ni Erika, sino alguien mucho más inesperado e inútil: su hermana, Eleanor.
Tuvo que ahogarse una inquisición que incluiría el querer saber dónde estaban sus padres, ya que, al fin y al cabo, tal vez las cosas fueran mejor así. En el fondo, Tommy sabía que era mejor enfrentarse a su hermana y que fuera ella la encargada de llevar el mensaje a sus padres, que el pedirle que le pasara con su madre, que podría volverse loca al enterarse de que tenía la poca decencia de llamar y encima hacer que su hermana cogiera el teléfono, como si él tuviera algún control sobre a quién le tocaba ejercer de secretario ese día.
-¿Tommy?-preguntó ella a la línea silenciosa. Era lógico que fuera él, ya que era el único que faltaba en casa, y, además, había reconocido el número.
-El, ¿está mamá por ahí?
-Papá y ella se han ido de compras. ¿Qué quieres?
A Tommy le descolocó un poco esa información. ¿Papá y ella? ¿De compras? ¿Un día que había fútbol?
Se estremeció al darse cuenta de la recompensa ofrecida a cambio de semejante ultraje al deporte mundial.
-Sólo llamaba para saber si les habías dicho que estaba en casa de los Malik-murmuró, apoyándose contra la pared y enredando el cable del teléfono, rizado y blanco, entre los dedos. Scott articuló con tus labios “¿es tu hermana?” y él se limitó a asentir con la cabeza, con semblante cargado de aburrimiento y seriedad. Scott rió por lo bajo.
-Claro que se lo he dicho, ¿eres imbécil? Me lo has encargado y yo lo he hecho-espetó Eleanor, furiosa. Se escuchaba en su voz su determinación a colgar y dar por terminada la conversación.
-No sería la primera vez que me dejas tirado.
-Esta vez me interesaba contarles la verdad. Ya sabes. Así tengo el monopolio absoluto de la casa.
-¿Estás sola?
-Sí, se han llevado a los pequeños con ellos-una sonrisa de deliciosa diversión prohibida cruzó los labios de Eleanor, que luchó por no relamerse. No era un gato.
-Procura no quemarla.
-No sé si podré, no con lo que sé que va a pasar.
Tommy suspiró.
-¿Qué va a pasar?
-¡Qué grande y buena es la vida del ignorante!
-No me toques los cojones, Eleanor.
-No sé si contártelo-Eleanor estaba jugando con el cable del teléfono. Tommy lo sabía, podía verla sentada en el taburete de la cocina, sonriendo como una estúpida (como lo que es, pensó su hermano para sí), y contemplando la trama que tenía entre manos, extasiada por las dimensiones de algo que no era tan fabuloso como ella creía.
-Como quieras-dijo el chico, y se alejó el teléfono de la oreja. Escuchó los gritos de su hermana.
-¡Está bien! ¡Te lo diré, si te pones así!-se apresuró a decir la chica. Tommy le hizo una señal a Scott para que se acercara. Así no tendría que repetírselo más tarde, fuera lo que fuera. Sabía cómo se cabreaba Scott cada vez que alguien le contaba algo y omitía detalles que podían ser la clave de un giro drástico en el guión de la vida-. Dentro de poco, seremos uno más en casa.
-¡¿MAMÁ ESTÁ EMBARAZADA?!-bramó Tommy, incrédulo. Si madre ya era mayor, venga. No podía tener más hijos. O sea, ¿no le parecía que ya tenía bastantes con 4? Podría formar una puta banda con ellos, en cuanto Astrid supiera manejarse lo suficiente con algún instrumento.
Zayn se asomó a la puerta de la sala en la que se encontraban para ver qué les pasaba.
-Estamos bien, papá.
-No, estúpido-gruñó Eleanor. Puso los ojos en blanco-. Tendremos una visita... larga.
-Define “larga”.
-Tendremos a una invitada que se quedará a vivir aquí.
-¿Alguna de las tías?
-Es chica, pero prueba mejor con “primas”.
-¿TÍA LOTTIE ESTÁ EMBARAZADA?
-NADIE ESTÁ EMBARAZADO, TOMMY, JODER, PIENSA. ¿QUÉ PRIMAS TENEMOS?
-Oh-replicaron Scott y Tommy a la vez, mirándose a los ojos. Por un segundo, sólo un segundo, pasaron de ser hermanos del alma a primos de nuevo. Los hijos de One Direction eran primos, porque los miembros de One Direction eran hermanos... dijeran lo que dijeran las partidas de nacimiento.
-Diana-dijeron a la vez, comprendiendo por fin, después de descartar a Layla, la única prima libre que quedaba a parte de la neoyorquina, pues las Malik y las Tomlinson no contaban en la ecuación. Eran casos aparte en ese asunto. En otros, tal vez no, pero en ese sí.
-Premio-cacareó Eleanor-. En serio, Tommy. Sólo espero que no me quite mi habitación.
-No creo que papá y mamá nos quiten sitio por traer a una americana-respondió.
-Deberías buscarla en Facebook. La tienes agregada, ¿no es así? Con su cara y con la tuya, yo te dejaría dormir en el cubo de la basura... y eso en mis días generosos.
-Eres gilipollas-contestó él, pero su hermana ya había colgado.
Scott y Tommy se miraron anonadados. ¿Una visita? ¿En serio? ¿Ahora? ¿Ahora, que sus padres no podían con él y se había vuelto rebelde? ¿Ahora, que estaba perdido en la vida y lograba encontrar el rumbo, tenía que ser precisamente ahora que necesitaba todas las atenciones posibles, cuando sus padres decidían meter a una extraña en casa?
La palabra “extraña” tal vez fuera demasiado fuerte para Diana, pero, de todas formas, ¿acaso la conocía lo suficiente como para no considerarla una extraña? Se habían visto en contadas ocasiones; no se trataba de la relación que mantenía con los Malik, que vivían en la misma ciudad, o con los Horan y los Payne, que vivían a cierta distancia, porque a veces se reunían. No. Diana era de otro continente. Ni siquiera pertenecía al continente del que los chicos estaban aislados, ¡por el amor de Dios! Había un mundo de distancia entre Londres y Nueva York, y ahora, de buenas a primeras, ¿Diana iba a salvarla e instalarse allí? Había algo que no cuadraba en el asunto.
-Esta tía me está vacilando-murmuró Tommy. Su bolsillo vibró: tenía un mensaje. De su hermana.
Hazte el loco cuando papá y mamá te lo digan. Se supone que no nos han dicho nada. Ayer estuve escuchando.
-Yo no me fiaría de lo que ha escuchado tu hermana-comentó Scott, subiendo las escaleras en dirección a su habitación, atestada de cajas de videojuegos obsoletos que había separado mil y una veces, en todas las dificultades posibles, y aún más.
-Para estas cosas es lista, créeme-replicó Tommy, asintiendo con la cabeza con gesto de que estaba hablando muy en serio. Probablemente no hubiera dicho nunca un cumplido con tanta seriedad sobre su hermana, pero, ¿qué iba a hacer, si era la verdad? Eleanor podría ser muchas cosas, pero desde luego, no era estúpida. Sabía cazar las cosas al vuelo cuando éstas le interesaban, y no podía más que admirarla por ello. Era rápida calando a la gente, era buena sacando los trapos sucios. Ella, y no otro en la familia, era la heredera de los dos titanes que se habían unido y los habían creado a todos. Por eso se estaba preparando para ser una estrella, una auténtica supernova.
Tal vez más grande que su padre.
Y era esa necesidad de alcanzar el cielo, después de rozarlo con los dedos durante toda su vida, la que había hecho que aprovechara al máximo todo lo que la naturaleza le había dado.
Scott se limitó a encogerse de hombros, apoyándose en sus rodillas para recoger algunas botellas de cerveza vacías. Se envaró y se volvió hacia Tommy, que ya estaba estudiando la nueva pila de videojuegos con la que su amigo se había hecho.
-¿Quieres algo, tío?
Tommy se volvió y le dedicó una sonrisa traviesa, la típica sonrisa que hacía que, por un momento, el Louis de 20 años que triunfaba alrededor del mundo cobrara vida de nuevo en él. Negó con la cabeza.
-Sé dónde está la nevera.
Scott se limitó a echarse a reír, terminó de recoger las cosas y las lanzó dentro de una bolsa de basura negra que llevaba en su habitación Dios sabía cuánto tiempo. Tommy ya se había tirado en el suelo y con uno de los mandos inalámbricos de la consola de su amigo en las manos, preparado para matar a algunos cuantos soldados enemigos. Scott torció la boca.
-¿En qué crees que te afectará todo esto?
Tommy ni siquiera le dio a pausa. Simplemente observó cómo dos hordas enemigas se abalanzaban sobre él (era demasiado bueno como para recibir únicamente a una) y ensangrentaban la pantalla hasta que una voz femenina indicó, con toda la neutralidad del mundo, que había muerto.
Scott dio un paso hacia él. Le tocó el hombro. Tommy se estremeció, las manos de Scott eran enchufes para él en ese momento.
-En todo-respondió con un tono de ultratumba, los ojos cada vez más perdidos en un horizonte invisible y los labios pegados en una mueca de desagrado.
-No sé si quiero jugar a esto ahora-murmuró el Malik, esgrimiendo un dedo del color del caramelo en dirección a la pequeña caja negra. Tommy negó con la cabeza.
-Yo tampoco, hermano. ¿Una partida? ¿Billar, tal vez?
-Eso suena mejor.
De modo que así lo hicieron. Simplemente abandonaron las videoconsolas y bajaron las escaleras, haciendo caso omiso de los cuchicheos de las hermanas pequeñas de Scott, quienes sentían deferencia por el mejor amigo de su hermano. Atravesando los pasillos de aquella casa que se asentaba sobre sí misma en varios pisos, al estilo de las antiguas casas de Inglaterra, y no de las modernas (como en la que vivía Tommy), estiradas cual gato echando una siesta reparadora, y bajando escaleras llegaron al pequeño sótano con las paredes pintadas con spray, obra de Zayn. Era Antiguamente había sido el trastero de la familia, pero por su último cumpleaños Scott se había hecho con el dominio de aquel lugar, y había conseguido lo imposible: un lugar silencioso para él en el que podría hacer el ruido que quisiera, sin preocuparse de molestar a los demás. Había instalado una televisión que casi nunca usaba, un equipo de música que casi nunca etsaba apagado si él estaba en la habitación, un par de cojines raídos en el suelo para sentarse, un colchón a un lado (sí, el colchón era la clave de la importancia de aquel lugar), y varios aparatos de las ferias permanentes de los centros comerciales.
Como una canasta con un marcador de puntos.
O una mesa de air hockey.
O una de billar.
La favorita de los chicos.
Y en la que habían pasado muchas más cosas que partidas de billar.
Sin esperar a que Tommy encontrara el interruptor de la luz, Scott se dirigió a la pared en la que tenía colgados los tacos, perfectamente cuidados. Cuando su amigo encendió la luz, ya tenía dos en la mano, y esperaba impaciente a que Tommy asumiera el papel del Dios creador que había dicho al inicio de todo “que se haga la luz”.
Le lanzó el taco, que Tommy cogió al vuelo. Se pasó una mano por el pelo mientras estudiaba la punta de éste.
-Está bien-gruñó Scott, molesto porque necesitara hacer la comprobación. Eran sus tacos. Y era él. Oh, venga, ¿de verdad iba a descuidarlos? ¿Es que cabía esa posibilidad para alguien?
No vio la cara de frustración de Tommy, pues estaba demasiado ocupado colocando las bolas en su lugar. Pero que no la viera no significaba que esa cara no hubiera existido.
-¿Rompes tú o yo?
-Es tu casa. Es tu honor-replicó Tommy, recuperando por un segundo valiosísimo la compostura y haciendo una reverencia. De sus labios se escurrió un “majestad” lo suficientemente débil como para que ninguno de los dos lo oyera.
Scott así lo hizo, y la partida comenzó con el sonido de una canción aleatoria, que los dos conocían y los dos cantaron en armonía, callándose en le momento preciso en el que el otro quería cantar. Se conocían desde que habían nacido, así que no era extraño que tuvieran esa compenetración. Scott era tan familiar para Tommy como los recovecos más inusuales de su casa. Y sucedía igual a la inversa.
Y el conocerse tan bien tenía consecuencias como, por ejemplo, que Scott pudiera escuchar los pensamientos de Tommy en su propia cabeza, con un margen de error mínimo.
-Estarás bien-le animó, dándole una palmada en la espalda. Se refería a Megan.
-No lo creo.
-Llevas estándolo semanas, así que, ¿qué más dará? Se pasará con el tiempo. Lo sabes. No vas a morirte por esto. Nadie se muere porque una puta le deje.
Tommy se volvió hacia él.
-¿Qué?
-Megan.
-No estaba pensando en Megan, precisamente. Pensaba más bien en Diana.
-Un clavo saca a otro clavo. Me alegro de que pienses en la americana-la luz al final del túnel había hecho acto de presencia, por fin.
-Tío, no es por eso. Es que... no creo que esté lo bastante bien como para aguantar a otra tía en casa. Bastante tengo con Eleanor y sus referencias constantes a Megan. Ya sabes que la adora. Lo único que me faltaba era una nueva fan de mi ex novia recordándome lo perfecta que es ella y lo miserable que soy yo por haberla dejado escapar.
-Megan siempre ha sido como el humo: se extiende por todas partes, pero se escapa entre los dedos-una de las bolas de Tommy se cayó por el agujero, y Scott chasqueó la lengua. Se volvió hacia su amigo-. Falta. De nada.
Tommy alzó las cejas.
-Estoy hablando en serio.
-Yo también. Te toca sacar. Haz el favor de meter una de mis bolas, ¿quieres, matado? Ojo por ojo.
-Hoy por ti, mañana por mí.
Tommy sacó la bola blanca en silencio, que golpeó los bordes de la mesa destruyendo la atmósfera de funeral que se había instaurado entre ellos. En contadas ocasiones el aire había estado tan cargado entre un Malik y un Tomlinson, y más cuando se trataba de esos.
-Deberías darle una oportunidad a Diana.
-Yo creo que no.
-¿No crees que estará buena? Recuerdo que mis padres hablaron un día de que había salido en la Vogue. En la portada, sin ir más lejos. Lo cual suena aterrador.
-He visto cosas más aterradoras que una tía portada de una revista famosa en la vida real, créeme.
-Tommy, joder, la chica no puede ser tan fea. Ya sabes, es... hija de Noemí. Y de Harry.
-Creo que sí que es modelo profesional, o algo así-replicó el de los ojos azules, frotándose la frente. Ni siquiera tenía fuerzas para disparar otra vez una de las bolas y machacar a Scott. Quería echarse a dormir. Y eso que todavía no había oscurecido.
Sólo quería dormir.
Llevaba mucho tiempo con sueño. Con tanto sueño que incluso el colchón raído del sótano de Scott le serviría. Lo acogería como si estuviera hecho de plumas.
-El caso es que da igual, tío. Mis padres no me dejarían acercarme a ella ni aunque quisiera.
-¿Por qué?
-Por si la pervierto, ¿yo qué sé? Se supone que he pervertido a muchas chicas. Y Diana será una princesita neoyorquina. No puedo contaminarla con mi alma oscura.
-Tío, hay que hacer algo. Aunque esa tía sea una princesa, sigue siendo americana... neoyorquina, como tú has dicho. Creo que las americanas son una puta pasada. Se las saben todas. Ya me entiendes. Hay que hacer algo.
-Define “las americanas son una puta pasada”.
-Son muy zorras, hermano. Imagínate lo que podríamos hacer tú y yo conquistando el Nuevo Mundo otra vez. ¿Qué me dices?
Scott le pasó un brazo por los hombros a Tommy, incitador. Sí, podrían hacer grandes cosas si se unían. Grandes tiempos se acercaban, y una tormenta se atisbaba en el horizonte. Lo mejor de volar durante las tormentas era que, si sobrevivías a una, sobrevivías a todas, y te convertías en un héroe.
-Tienes vía libre, hermano-contestó Tommy, sonriendo con tristeza y chocando su taco con el de Scott, igual que habría hecho de tener unas cervezas en las manos. Animaría a Scott en su viaje. Le apoyaría incondicionalmente. Pero no se uniría a él.
Todavía no podría embarcarse en una nueva aventura. No podría volar.

Sus alas todavía estaban rotas, y tardarían bastante en curarse.

jueves, 22 de mayo de 2014

De los que se han ido y, tal vez, volverán.

Ojalá no tuviera la capacidad emocional de un ladrillo, porque sois de los pocos humanos de este mundo por los que merece la pena llorar. Ojalá no estuviera escribiendo esto, pero parece que toca despedirse y seguir con un camino que yo no quería dejar, al menos no tan pronto.
Ayer por la tarde las ideas se me agolpaban en la cabeza a medida que avanzábamos en las fotos y los vídeos, y miraba vuestras caras, cómo os reíais y cómo os piropeabais los unos a los otros. Ese compañerismo que se respiraba en aquella habitación tan grande donde no aprovechábamos el espacio, sino que estábamos apelotonados, casi encima unos de otros, será algo que no olvidaré y que echaré de menos, como ya estoy haciendo, me hizo pensar en muchas cosas, recordar todo lo que hemos pasado juntos, lo que hemos vivido sin darnos cuenta, y lo importantes que habéis sido para mí, que no hacía más que daros por sentado sin dejar por ello de valoraros.
Con vosotros he aprendido mucho, y también de vosotros: he aprendido que, aunque tengas unos roces con alguien, en el fondo todo se soluciona y todo se puede dejar a un lado, que puedes hacer piña con ese alguien para servir a algo más grande y más bonito que tú. Que si uno se cae, los demás le levantan. Que un ensayo no es un ensayo si alguien no está. Que una obra no es una obra si no estamos al principio todos tirados en el suelo, escuchando cómo Lueje nos anima diciendo "¿Cómo nos va a salir la obra? De puta madre" en susurros mientras escuchamos al público más allá del telón. Que en el escenario es como dice la canción: "joder, esta noche soy famoso, esta noche soy un rey, y seré recordado por siglos, dirán 'este tío era un héroe'". Que los aplausos no son nada si no tienes con quién compartirlos, y vosotros sois los únicos con los que me ha gustado compartir algo tan preciado.
Ha sido increíble descubrir qué quiero hacer con la pequeña hipoteca temporal que el universo me ha dado antes de que decida que ya es hora de cobrar la deuda, y ha sido fantástico descubrirlo con vosotros. Arañar mi sueño con los dedos ha sido una aventura que no dudaría en repetir, y muchísimo más corta de lo que me hubiera gustado, pero como a todo en la vida, hay que dejarlo ir. Dejaros ir a vosotros, y esperar que vengan tiempos igual de buenos, mejores si cabe, para todos.
Ojalá algún día se invente la palabra exacta con la que daros las gracias, porque ésta es demasiado diminuta para lo que quiero expresar. Espero que alcancéis la felicidad, aunque sea en pequeños momentos, que al fin y al cabo son los que más cuentan, y que, ya ancianos, a punto de pagar esa hipoteca universal, abráis los ojos, sonriáis y penséis "he hecho lo que debía, he cumplido el destino de todo ser humano al ser feliz".
Hasta entonces... que vuestros corazones estén llenos como nuestras bebidas esta noche, cantemos y bailemos hasta perder la cabeza.
Os llevo en el corazón, a los que dejo y a los que me dejaron antes. A todos, absolutamente.
Y el corazón, a diferencia de lo que se piensa, tiene mejor memoria que el cerebro. El corazón no olvida.

domingo, 18 de mayo de 2014

Volcán.

Odiaba la facilidad con la que me despegaba del suelo y arrancaba mi alma de mi cuerpo para moldearla a su antojo, sin importar lo que hubiera decidido antes o lo que fuera a decidir después sobre él. Odiaba todo de él, su esencia, lo que representaba, incluso lo que más me gustaba.
Fue de ese odio de donde saqué las fuerzas para darle una bofetada mientras me besaba y conseguir que se separara de mí para poder pensar con claridad, igual que los volcanes echan mano del magma del interior de la Tierra para clamar “aquí manda mi polla y punto, al que no le guste que se joda y arda”.
Por suerte, nadie nos hacía caso: todos estaban demasiado ocupados corriendo de acá para allá como bisontes emocionados mientras recogían a los nuevos y las cosas que traían. Lo miré a los ojos.
-No vuelvas a...-le amenacé, ensartando un acusador índice en el aire, en dirección a su cuello. Si hubiera sido una espada, o incluso una daga, habría hecho estragos en él. Estaba segura.
Mi amenaza se quedó en polvo, en sombra, en nada, cuando sus dientes asomaron en una sonrisa divertida y condescendiente y se inclinó de nuevo a mis labios. Esta vez lo empujé, sintiendo el sabor de su boca en la mía después de que se hubiera separado de mí.
-Te dije que no quería volver a verte.
-Estoy aquí porque te hice una promesa, y nosotros cumplimos las promesas... no como otros-alzó una ceja. Si se refería al juramento que había hecho de proteger a mi comunidad con mi vida y serle siempre fiel, sería capaz de matarlo. Con mis propias manos. Le arrancaría las alas de cuajo para que no pudiera huir y le destrozaría el pecho con unas uñas que me dejaría crecer especialmente para la ocasión.
-Te doy cinco minutos para salir de aquí cagando leches, o avisaré de que tenemos un infiltrado.
-Lleváis teniéndolo desde que te admitieron aquí dentro-replicó él, sonriendo con sarcasmo. Apreté los puños.
-Que sean tres-sentencié, comprobando mi reloj y alzando la vista hacia él. Alzó las cejas.
-Deduzco, entonces, que ya no necesitas los documentos que me pediste.
-Yo no te he pedido nada, al margen de que te fueras, hace tiempo, en la azotea.
-Han sido las semanas más cortas de mi vida. Me lo he pasado muy bien en tu ausencia-las comisuras de su boca se alzaron con sarcasmo, y la ironía divertida chispeó en sus ojos de tal manera que dos estrellas aparecieron en ellos. Ya no eran el mar, eran el cielo del día con dos cometas clavados en un punto fijo del cielo, negándose a moverse pero también negándose a desaparecer por culpa del sol. Mi corazón se detuvo, y yo me eché a temblar, sin saber si se debía a la rabia o al deseo de hacer con él cosas malas, cosas reprobables, pero que me causarían un inmenso y secreto placer.
-Yo ni siquiera la he notado-repliqué con voz gélida, y escurriéndome entre sus brazos para volver a tener dominio de mi espacio vital. Tenía que alejarme de él, tenía que huir lo más posible para recuperar mi auto control. Las mentiras se acumulaban en mi boca y amenazaban con desbordarse de ella y destrozarlo todo.
Sí que había notado su ausencia, pero de una manera en la que nunca lo hubiera pensado. Me había vuelto mucho más sanguinaria, tenía el gatillo más suelto y podía matar sin preocuparme de los problemas que aquello me trajera después. Me bastaba con ponerle su cara a quien tenía delante para hundirlo en la miseria, hacer que sufriera, disfrutar con su sufrimiento y no arrepentirme nunca de lo que había hecho después de hacerlo. En ese sentido, el pájaro me había ayudado a ser mejor runner, pero se había llevado consigo algo incluso más importante: mi humanidad.
No quería ser una asesina a sueldo a la que no le importase nada; lo que quería era impartir justicia donde no la había. Ser el juez, no el verdugo. Ya había bastantes verdugos en la ciudad.
-En serio, lárgate. Te queda muy poco tiempo y la ventana más cercana está bastante lejos. No podrás salir de aquí.
En lugar de obedecer, como habría hecho cualquier persona inteligente, se acercó a mí y me tomó de la muñeca para detenerme en una huida por la que mi corazón estaba protestando. Ahora, no, me dije a mí misma.
Él es malo.
Todos decían que mi punto débil era que siempre daba una segunda oportunidad a todo el mundo, no importaba lo que me hubieran hecho: podrían haberme robado el mérito de una misión, podrían haber hecho que me cayera de una azotea y me pasara varios días sin poder hacer nada ante el peligro de una lesión, podría hacer la vista gorda ante alguien que le robaba la comida a otro cuando éste no estaba atento... podría incluso tener delante a un policía que me había disparado varias veces, tenerlo debajo de mi pie, con su pistola descargada en una mano y la mía cargada en la otra, y sólo darle una patada, porque en el fondo sabía que había alguien que lo estaba esperando para cenar, alguien que lloraría si veía que no volvía, alguien que se aferraría con fuerza a su ataúd mientras lo ocultaban en la tierra, intentando insuflarle la vida triste y vacía que había dejado con su marcha, luchando por hacerle volver.
No me gustaba pensar en el pasado, por muy inmediato que fuera. Me parecía tan justo juzgar a alguien por lo que había sido y había hecho anteriormente (aunque fueran unos segundos, pues yo misma sabía hasta qué punto una persona puede cambiar en dos segundos) como el que hubiera gente surcando los cielos con sus propias alas mientras otros no podían siquiera andar.
Sin embargo, con Louis estaba dispuesta a hacer una excepción. Más bien necesitaba hacerla.
Tenía que alejarme de él y destruirlo desde la distancia; lo sabía tan bien como sabía de qué manera tenía que mover las piernas para caminar.
Así que, ¿por qué me costaba tanto zafarme de él, o querer hacerlo?
Lo contemplé con la mejor cara de póquer que logré encajar en mi rostro mientras sus ojos penetraban en mi alma, la desnudaban, la besaban y le hacían el amor despacio, como nunca me lo habían hecho antes y como nunca me lo haría nadie más que él.
-Sabes la verdad-susurró con voz rota por algo que se parecía mucho al dolor, pero que no podía serlo. En sus ojos se dibujó algo extraño que, de la misma manera en que vino, se marchó. Sus dedos soltaron mi muñeca, y yo seguí notando la presión que habían hecho (y eso que no me había apretado en absoluto) mucho tiempo después de que lo hicieran.
-Te debía algo. Ahora estamos en paz-dijo, echando mano de la parte interna de su chaqueta y sacando un tubo de metal brillante, ligero como una pluma pero duro como el más puro de los aceros. Me lo tendió. Yo lo cogí con mano temblorosa. Estaba caliente por lo cerca que había estado a su piel.
Bajé los ojos para abrir la pequeña cápsula, gemela de la que había sacado de la Central de Pajarracos Express tanto tiempo atrás, y abrí los ojos de par en par cuando descubrí su contenido. Reconocí los papeles que había conseguido rescatar, y los que nunca antes había visto pero que sabía que pertenecían al mismo lote.
Alcé los ojos para contemplarlo. Me dedicó una sonrisa triste.
-Ahora cada uno puede seguir con su camino-dijo, encogiéndose de hombros, fingiendo que no le importaba, cuando en realidad le dolía tanto o más que a mí. Me pregunté si se habría atrapado en su propia red, si al final su juego le había enganchado tanto que la sola idea de que la partida se acabara le dejaría un profundo vacío en el pecho que le impediría respirar, como me pasaba a mí.
Contuve el impulso de dar un paso y acariciarle la mejilla, de agradecerle aquello que tan falso había sido pero que había despertado cosas tan reales en mí. Me limité a mirarlo mientras los demás pasaban, sin hacer caso de nosotros, demasiado ocupados en el éxtasis de la llegada de los runners de las demás secciones a la nuestra como para fijarse en aquella burbuja de despedida y tristeza que no debería existir. Pude constatar que se había afeitado hacía poco, porque la última vez que lo vi su barba era más larga y se hacía notar más; su piel estaba más morena, de tono aún más acaramelado, y juraría que había menguado desde la última vez que lo vi. Un centímetro, dos a lo sumo, algo imperceptible si no habías estado debajo de él.
Mi estómago se tensó al abrirse paso mi yo más sarcástico y realista por mi mente para carraspear ante un micrófono: Deberías preguntarle cuántas se han dado cuenta de lo que estás constatando tú.
Tragué saliva con dificultad.
-Intentaré no dispararte a la mínima de cambio sólo por esto-murmuré, queriendo correr a su pecho y abrazarlo una última vez. La traición ya estaba consumada, pero él también era un traidor. Tal vez pudieran perdonárnoslo. Tal vez se hiciera, de alguna manera, más sencillo.
-Eso es un consuelo. Nos vemos, Cyntia-dijo, llevándose dos dedos a la frente y haciendo el saludo militar que tantas veces veíamos en las noticias/propaganda del gobierno. Me eché a reír muy a pesar de aquella parte que se había vuelto rencorosa, asentí con la cabeza y lo observé perderse entre la multitud.
Una vez su pelo marrón chocolate desapareció entre los cuerpos de los demás, bajé otra vez la mirada a mis papeles, los enrollé, los metí en el tubo y me dispuse a ir al despacho de Puck.
Sin embargo, no llegué allí: justo cuando estaba metiéndome en el ascensor para ir a buscar a mi vigilante y entrenador, sonó una alarma. Todo el mundo se detuvo a escuchar; el silencio se convirtió en un tsunami que barrió todo lo que encontraba a su paso.
-Han encontrado el último maletín-un murmullo despertó con un rugido en el fondo de la Base, y cuando quise darme cuenta me había unido al griterío general. La voz femenina de una de nuestras principales responsables carraspeó en los altavoces-. Damas y caballeros, la subasta ha finalizado.
Escuchamos el chasquido que produjo la estática al extinguirse y nos alzamos de nuevo en un griterío que podría haber echado abajo los cimientos de la ciudad. Me abracé a cuerpos que nunca había visto ni volvería a ver, olvidándome de lo que había pasado, borracha de felicidad, oliendo la esperanza que manaba de todos los cuerpos que se encaminaban hacia nuestra arena para ver el último rostro que había entrado en la nobleza de nuestra Sección.
Llegar a la arena fue un auténtico caos, dado que no todo el mundo iba en la misma dirección: mientras que los que habíamos salido queríamos entrar, los que estaban dentro querían salir. Era un círculo vicioso en que cada vez que una persona lograba su objetivo, dos surgían para hacerte la vida aún más imposible. Tuve que trepar y moverme literalmente por encima de las cabezas de los demás para alcanzar el borde de la arena, y me tiré de cabeza, sin conseguir ponerme en pie. Me importaba muy poco que pudiera hacerme daño, en ese momento sólo quería bajar al terreno y recibir con los brazos abiertos al compañero que me acompañaría a la cima del mundo.
Dos brazos me levantaron, y pude ver perfectamente a Taylor y Blondie sujetándome por debajo de los hombros. Me incorporé entre el griterío y el barullo del público y me situé en el primer pedestal que encontré, que no era el mismo de la última vez. Blondie se situó a mi lado, Taylor al otro, y nos quedamos mirando las caras rugientes mientras esperábamos a que el último campeón apareciera por la puerta de atrás y se colocara en su puesto. Deseé que fuera una chica.
Cuando las bocas se volvieron locas y las manos se agitaron con fiereza, me di cuenta de que era la hora de girarse. Me volví sobre mis talones mientras Blondie se limitaba a echar un vistazo por encima de su hombro. Taylor ni siquiera se movió: había bajado la mirada y estudiaba con increíble concentración el suelo, como si se encontrara ante algo que requiriera toda su capacidad mental. Lo achaqué a los nervios mientras estudiaba por el rabillo del ojo su imagen de observador del suelo, parpadeando despacio como se hace cuando quieres asimilar algo.
Se me ocurrió que tal vez tuviera un pinganillo y le estuvieran contando algo por él.
Se me cayó el alma a los pies cuando caí en la cuenta de que podían estar informándole de que habían cazado a un ángel dentro de nuestra Base, el mismo que me había robado mis documentos tan preciados.
Fue entonces cuando me di cuenta de que tenía en la mano la cápsula que Louis me había dado, y que debía devolverla.
Sin haber visto aún a nuestro último campeón, bajé los ojos para contemplar el pequeño pecado que se retorcía quieto entre mis dedos, con un coro de “no, no, no” pasándoselo en grande en mi mente. Mis nudillos estaban blancos.
Blondie, percatándose de mi preocupación, bajó los ojos y contempló la cápsula.
-¿Qué es?
-Cosas importantes que no deberían estar a la vista de todos-murmuré, lo bastante alto como para que me oyera. Taylor no movió un músculo, lo cual hizo que me pusiera todavía más histérica.
Se acabó, se acabó, oh, joder, se acabó.
Un chico que me resultaba familiar pasó frente a mí. De un brinco pude constatar que era el chico de la mochila, aquel que no había dicho ni media palabra cuando fuimos a buscar a nuestros vigilantes, y fruncí el ceño. No me esperaba que fuera tan bueno; me habían dicho que era... bueno... aprendiz de vigilante. Y no había aprendices de vigilante. Tenías que ser pésimo para que te consideraran más útil detrás de una pantalla que detrás de un edificio.
Se subió con timidez a su pedestal; claramente estaba tan sorprendido como yo.
Blondie le dedicó una cálida sonrisa que hizo que se sonrojara y agachara la cabeza.
-Runners de la Sección Coliflor-anunció una voz orgullosa por unos altavoces que no conseguí localizar. El nombre verdadero de nuestra Sección se había perdido en el tiempo, desplazado por el mote que ahora llevábamos con orgullo. Puse la mejor de mis sonrisas y deseé que todo aquello terminara ya. Tenía que llevarle los documentos a Puck.-, aquí tenéis a vuestros campeones de la subasta. ¡Serán ellos los que salven nuestra comunidad!
El mundo pareció venirse abajo, las estrellas se asustaron del ruido que estalló en aquel instante. Los que estábamos en los pedestales alzamos las manos, las derechas y mi izquierda, porque no quería que se dieran cuenta de lo que tenía entre las mías, saludando y agradeciendo aquel griterío. Rugimos como leones; no era para menos.
Entre el público, distinguí a Blueberry. Salté de mi pedestal y fui a buscarla, le tendí la cápsula y la miré a sus ojos azules como el hielo de un glaciar.
-Busca a Puck, mi vigilante. Dale esto. Que nadie te lo quite. Cuando lo tenga, que venga a buscarme.

Volví a mi sitio aplaudiendo al cielo mientras los demás se desperdigaban por ahí. Taylor permaneció en su lugar, contemplando el vacío. No fue hasta más tarde cuando me di cuenta de que sus ojos se habían deslizado por mi cuerpo y no se habían detenido en él, sino que habían parado en la cápsula que sostenía baja, con la esperanza de que nadie reparara en ella, mucho más tiempo del que dictaba la curiosidad.

viernes, 16 de mayo de 2014

Shine bright like a shooting star.


Step aside, so you ain't aligned to the rest.
Don't be aligned to the rest, so you'll be different.
Be different, so you'll stand out.
Stand out, so you'll burn up.
Burn up, so you'll become a star.
Become a star, so you turn into a legend.
Turn into a legend, so you'll live forever cause legends never die.
Live forever cause legends never die, so you'll be inmortal.
Just step aside, cause a ten thousand miles walk begins with one single step.

jueves, 15 de mayo de 2014

Kat.

Era la última prueba.
Y hubiera podido ganarla de no ser porque era la más difícil de todas, como correspondía a lo que nos estábamos jugando.
En las pruebas anteriores, nos habíamos dedicado a salvar obstáculos, luchar los unos contra los otros, y medir nuestras capacidades físicas de todas las maneras que se les ocurrían a los vigilantes y a los demás runners que no estaban por la labor de correr.
Había estado bien clasificada en casi todas, menos en la que a mí más me importaba: la de subida al Cristal.
El premio era demasiado jugoso como para dejarlo en manos de cualquiera, de manera que no reparamos en gastos en lo que a tecnología se refería.
A los que habíamos conseguido colocarnos entre los primeros puestos de las demás pruebas nos habían llevado a una sala aparte y nos habían con un líquito que reaccionaba a unas pistolas de luz que, más tarde, se repartirían entre un grupo de runners especializado en la “caza”.
Era nuestro paintball personal,el que usábamos con luz.
La idea era encontrar nuestro maletín (porque no había que perdérselo, cada uno tenía su propio maletín y si tocaba el de los demás se eliminaba a sí mismo y al dueño de este) sin recibir un solo disparo luminoso de los cazadores, que ya se habían colocado en sus posiciones.
Así sería como nos enfrentaríamos de la manera más creíble posible a los peligros que nos esperaban en la cima del mundo de acero, cemento y cristal.
No se nos permitía asociarnos.
No se nos permitían segundas oportunidades.
Estábamos solos contra el mundo, y a los demás les apetecía bailar.
Los maletines, gracias a Dios, estaban localizados en las zonas cercanas a la Base. Los edificios de las familias servían las veces de escondites perfectos en los que había que entrar sin ser visto (era una acuerdo tácito entre los runners y su factoría; los niños sólo verían aquello que nosotros no podíamos ocultar, y no haríamos alarde de nuestros juegos, en los que algunos llegaban a echarse algunas risas, para que ellos no fueran unos locos temerarios en un futuro no muy lejano).
Llevaba varias horas dando vueltas alrededor de la Base, escuchando los pitidos que le permitían poner a Puck en mi oído cuando me acercaba a mi maletín. No tenía ni idea de dónde estaba, y el capitán del equipo ya había sido seleccionado: un muchacho de cuerpo atlético que había ido como una flecha al lugar en el que habían escondido su trofeo, como si supiera exactamente dónde debía mirar. Él había achacado este éxito a sus grandes “corazonadas”, pero yo también servía para mucho si alguien me susurraba como un fantasma al oído a dónde cojones tenía que mirar.
-Han encontrado otro-me informó una voz metálica muy lejana. Puse los ojos en blanco, en parte porque los pinganillos eran una mierda, y en parte porque cada vez estaba más cerca de quedarme fuera del equipo y no cumplir la promesa que le había hecho a Blueberry. No podría meterla dentro si ni siquiera yo lo había conseguido.
Me acerqué a una pared y la inspeccioné, en busca de recovecos o algo con lo que pudiera escalar. La acaricié con la yema de los dedos y estudié las formas que hacía el cemento en esa zona; pequeñas figuras danzaban en su interior, tan pegadas entre ellas que te costaba distinguirlas, pero lo suficientemente separadas como para saber qué ahí detrás había algo interesante.
El cemento estaba seco, pero, claro, los maletines se colocaban nada más empezar la subasta. Una parte de los vigilantes se iba y los dejaba en sus respectivos lugares, cuidando, eso sí, de que el localizador que los situaba se mantuviera encendido para que los demás, que no habían estado en el momento de la colocación, pudieran orientarnos.
Aquellos localizadores llevaban casi tres días emitiendo una señal silenciosa que sólo los ordenadores de la Base programados para ello podían captar y traducir.
Miré a mi alrededor, buscando algo con lo que romper la pared. Tras encontrar un ladrillo muy oportuno, lo lancé contra el muro gris. No pasó nada. Torcí el gesto.
Una sombra apareció por la par superior del edificio y me cubrió en tinieblas, interponiéndose entre el sol y yo.
-¿Has encontrado algo?
-Esta pared no estaba aquí hace una semana.
-Cada día son más hijos de puta-replicó la sombra, girándose y devolviéndome al calor de la luz que provenía del astro rey. Escuché un golpe sordo y Taylor apareció a mi lado. Me besó en los labios sin prisa, como si supiera que teníamos tiempo de sobra, cuando nadie sabía en qué momento exacto se encontraría el último maletín válido y nos llamarían para volver a casa.
El beso se revolvió en mis entrañas.
Esto está mal, pensé para mis adentros, pensando que estaba rompiendo todas las reglas dejando que sus labios tocaran los míos en plena competición... y también sosteniendo el rostro de Louis entre unas manos hipotéticas e invisibles que no hacían más que acariciar sus facciones y amar su bello rostro, a pesar del asco que me producía en lo más profundo de mi ser.
-Tienes que irte. Tal vez sea el mío.
-O el mío.
-Yo lo he encontrado primero, y si es el tuyo, cuenta como una ayuda.
-No, si te digo qué voy a hacer y tú eres más rápida que yo.
Fruncí el ceño.
-No necesito tu ayuda, puedo arreglármelas yo solita-dije, dándome la vuelta y cruzando los brazos. Los guantes sin dedos se engancharon con mi codillera, pero fingí no darme cuenta. Oteé el horizonte, mandándole a Wolf mensajes telepáticos para que se pirara.
-¿Qué te pasa, Cyn?
-Soy Kat-ladré, dándome la vuelta y fulminándolo con la mirada-.Y estoy bien. Estoy trabajando, a diferencia de ti, por conseguir que se me valore lo suficiente para llegar a ser digna de lo que deseo
-Creía que yo era lo que deseabas.
-Entre otras cosas-espeté, pero, ¿era verdad, o sólo lo decía para quedar bien? Esperaba estar diciendo la verdad-. Pero ahora no es momento de decidir qué deseo yo o no. Vete.
-¿Eso es que quieres que me vaya?
-Sí, quiero que te vayas.
-Entonces, ya es un deseo, Cyn.
Suspiré, negué con la cabeza y volví a girarme, solo que esta vez no me quedé quieta, sino que eché a correr alrededor de la casa, buscando un lugar por el que entrar.
Me colé por una ventana y fui abriendo puertas y puertas hasta que encontré la zona que habían hecho nueva. Se notaba mucho que aquella habitación había sido retocada recientemente, porque no se habían molestado en limpiar los escombros que produjeron al tirar abajo la pared ni el polvo de aborto de cemento que se trataba de preparar.
Arranqué una pata de la cama que ya nadie utilizaba y me dediqué a abrir aquel puñetero muro hasta que, por fin, se desmoronó lo suficiente para meter los dedos y poder arrancar la pared a cachitos que fueron creciendo en tamaño.
-Por favor, que sea el mío, por favor, que sea el mío-susurré mientras notaba cómo mis músculos protestaban por el esfuerzo al que los sometía y cómo el polvo que estaba levantando se me pegaba a la piel.
Por fin, en la oscuridad se alzó una caja amarilla con una correa a un lado. Sonreí para mis adentros, y estiré la mano para agarrar la correa cuando me detuvo un pitido en mi oído.
Mi maletín no era ese. Estaba lejos del mío.
Casi eche la casa abajo cuando me ayudé de la pata de la mesa y vi un lobo pintado a toda prisa en uno de sus extremos.
De haber tenido una granada, la habría usado para reventar la pared del edificio, pero como no tenía nada parecido entre mis manos, tuve que joderme y buscar la salida.
-Es el tuyo-le dije a Wolf desde la azotea. Alcé la mirada y estudié la Base. Varios de los cazadores estaban dando una vuelta alrededor del hongo en que vivíamos, lo cual era bastante sospechoso.
Wolf frunció el ceño.
-¿Cómo lo sabes?
-Porque tiene un lobo.
-No voy a cogerlo. Lo has encontrado tú.
-¿Y qué? Es problema mío. Yo de ti iría a buscarlo. Subir al Cristal no es moco de pavo.
-Ya he ido una vez.
-Ya-bufé, ayudándome de una tubería para caer al suelo.
-Así tú no tendrás oportunidad de ir-me agarró del brazo para detenerme, y nuestros ojos se encontraron, claro contra oscuro, azabache contra verde. Observé su pelo, tan negro, y el mío, tan rojo. Yo era fuego y podría quemarlo.
-No quiero tu jodida caridad. Vete. Abre el maletín. Sube al Cristal. O vete a la mierda si con eso vas a estar contento, porque es lo que te mereces-con una sacudida, me zafé de su abrazo, y me dispuse a caminar de vuelta a la alambrada, alejándome de él. La última vez que había tenido un presentimiento tan fuerte, había acertado de pleno.
Me imaginé cómo me observaba con la boca abierta y los ojos como platos, sin poder creerse mi repentino arranque de ira, y cómo terminaba entrando en la casa para abrir el maletín y ver el equipo que debía llevar a la base. Y pensar que a ninguno de los dos nos habían disparado con las pistolas láser a pesar de que él se lo merecía más que los que se habían ido, fueran quienes fueran...
-Han encontrado otro-susurró la voz en el interior de mi oído, y fue tal mi arranque de rabia, tal la decepción porque creía que me iba a ceder ese paso, que me quité el pinganillo del oído, lo pisé y me deleité con cómo se hacía añicos, y salí disparada a la puerta de la Base.
Saqué la pistola, dispuesta a pegarle un tiro a quien se atreviera a interponerse en mi camino, y avancé por los pasillos del interior. El edificio con forma de coliflor estaba desierto, pues todo el mundo estaba viendo qué hacíamos en unas pantallas que usaban las cámaras de seguridad que había instaladas en puntos estratégicos. No había cobertura de toda la Base, pero algo era algo, y se nos tenía bien localizados siempre y cuando llevásemos el pinganillo.
Sonreí. Ahora era invisible.
Avancé sin percances hasta las escaleras, y me lancé como un bólido a subirlas. No me fiaba una puta mierda del ascensor, pues en cualquier momento alguien podía hacerlo parar y estropear mis planes, mandarme a casa con las manos vacías, y la culpa sería solamente mía.
De una patada, eché abajo la puerta a la azotea, y corrí como alma que lleva el diablo a la cajita amarillenta que había allí plantada, esperando mi llegada con impaciencia. Me detuve en seco a dos pasos, me acuclillé y la estudié a fondo, buscando lo que terminé encontrando.
El dibujo de un gato.
Estaba salvada.
Estaba dentro.
Cogí la caja entre mis manos, abrí el maletín e inspeccioné su interior. Estaba vacío. Fruncí el ceño, bastante decepcionada. Creía que, después de todo, nos darían algún premio por estar entre los primeros. Aunque fuera una triste barra de chocolate. Algo.
Miré en derredor, me acerqué al borde de la azotea, y desde allí me sentí la reina del mundo. Era comparable a volar, lo veía todo: la bahía de la ciudad, el Cristal presidiéndola con orgullo, los centros comerciales que se apiñaban entre ellos, intentando robarse clientes, las manzanas que iban aumentando su altura a medida que se acercaban a la capital de la ciudad, los barrios más sucios por los que no había pasado aún el servicio de limpieza, el hospital allá al fondo, extendiéndose con el orgullo de un salvador, los runners de otras zonas que se encargaban de nuestras misiones, un par de ángeles (!!!!) surcando los cielos, comprobando que todo estaba en orden; niños jugando dos calles más allá, nuestros propios runners, que aún no habían encontrado su maletín.
Me enamoré tanto de aquella vista que me convencí de que necesitaba subir al Cristal y bajar para contarlo. Todos lo necesitábamos. Al menos una vez en la vida.
En silencio, regresé a la arena, utilizando de escudo anti disparos inofensivos el maletín que certificaba que yo era una de las ganadoras.
Cuando entré en la arena, todo el mundo se puso en pie, jaleando mi nombre como nunca habían hecho antes. Me coloqué en uno de los pedestales que había en medio de la arena, y me alegré de encontrarme con Blondie allí, contemplando la multitud que nos aclamaba como a diosas que habían bajado a la tierra para prometer un futuro mejor.
Probablemente lo fuéramos.
Apenas pasó un minuto de mi entrada cuando Taylor hizo la suya, con los brazos en alto y recibiendo la admiración de todos. Se colocó en el pedestal a mi lado. Yo, instintivamente, di un paso para alejarme de él, del cual se percató. Frunció los labios un segundo, su sonrisa se empequeñeció, pero rápidamente recuperó el terreno y se hizo con toda la superficie de su cara.
-Queda un maletín-anunció una voz, acallando a todos los que habían prorrumpido en vítores. La pantalla se dividió en varias partes, cada una persiguiendo a un runner distinto.
El siguiente maletín no se encontró hasta varios días después, lo que llevó al desinterés. Los mejores habíamos pasado la prueba de fuego, así que el que estaba tardando tanto no merecía realmente la celebración de los demás.
El último día era el día en que los runners de otras secciones entraban a nuestra Base para darnos la comida que les sobraba. Era un día especialmente ajetreado, y, teniendo en cuenta que aún no habíamos terminado con nuestra subasta, una amplia avalancha de curiosos que querían vivir su primera subasta cuanto antes se las ingeniaron para traer las cosas que necesitábamos.
Yo había bajado a entrenarme, aprovechando que las mejores zonas estarían libres, cuando me lo encontré.
Me agarró de las manos y me arrastró a una zona oscura, donde no había nadie. Sus ojos azul cielo se clavaron en los míos, y yo me quedé sin aliento.
Lo único que pude pensar con normalidad antes de que me besara fue ¿Dónde están sus alas?

miércoles, 14 de mayo de 2014

Ellos.

A veces les tengo envidia a los demás. De cómo se rompen el corazón entre ellos, y aprenden de la vida, mientras yo sigo atrapada en una jaula de oro y cristal, la más hermosa de todos. De cómo sus vidas se enredan y se desenredan, mientras yo apenas no me atrevo a soñar con que las nuestras se crucen aunque sean cinco minutos. 
A veces me gustaría ser como ellos.
Pero, ¿sabes? En el fondo, merece la pena.
Al menos, hasta que pierda la Luna por contar las estrellas.
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domingo, 11 de mayo de 2014

Elegancia de Audrey.

Si lo prefieres, puedes leer este capítulo en Wattpad haciendo clic aquí.

Marge entró en el aula con gesto desenfadado, recuperándose aún de la carrera, y se acercó a su compañero, que la había observado con curiosidad. En los ojos del hombre se notaba una admiración y un cariño que pocas veces se dejaba ver, lo que complació sumamente a la anciana.
-Puedes irte, Louis, ya me encargo yo de ellos.
Louis se levantó de la silla e hizo un gesto para que su compañera de departamento tomase asiento. Ella sonrió, se pasó las manos por las mejillas, y se sentó con el porte digno de la más alta nobleza del país que en más estima tenía a los que eran de sangre azul. Inglesa tenía que ser pensó Erika para sí misma, admirando la elegancia que había pasado a desprender aquella que hacía escasos segundos había perdido lo poco que tenía.
Comparó mentalmente con los registros que tenía, y llegó a la conclusión de que estaba muy alta en su lista de personas elegantes. De hecho, se merecía la medalla de plata.
La primera, siempre, iba a tenerla Audrey Hepburn.
-¿Estarás bien?-replicó él, metiéndose las manos en los bolsillos, en una actitud juvenil que no casaba demasiado bien con la ropa bien cuidada que llevaba a trabajar. Marge alzó un dedo en dirección a la puerta, enguantado en negro, y asintió con la cabeza. Luego, la inclinó.
-Hasta luego, Erika, querida. Ya nos veremos más tarde.
-Adiós, Marge. Suerte, chicos-dijo ella, volviéndose a los estudiantes, que habían dejado de escribir. Se levantaron murmullos de agradecimiento, unos por la frase, otros por regalarles buenas vistas al estar allí presente.
Ya en el pasillo, Louis la agarró por la cintura y le plantó un sonoro beso, asegurándose de que nadie pudiera escucharlos.
-Ese es mi vestido favorito-comentó, observando la indumentaria que traía su mujer. Ella asintió, sonriente, y alzó un poco la falda para examinar la tela de aquella pequeña obra de arte que, de seguro, jamás se valoraría como merecía.
-He pensado que tal vez necesitaríamos convencer.
-Tú convences mejor desnuda.
Eri le dio un golpe en el hombro, y Louis se echó a reír.
Bajaron juntos las escaleras, cruzaron pasillos, se encontraron con compañeros de Louis y ex compañeros de Eri, que aún la recordaban de cuando había sido profesora de Español. En un principio había sido sustituta, pero cuando el que la impartía empeoró en la enfermedad que lo dejó en cama durante casi dos años, la hicieron fija. Eso sí, ella había compartido sueldo con el sustituido, padre de familia que apenas podía permitirse el enfermar. ¿Para qué lo necesitaba, si ella misma era rica? Era una tontería quedarse con ese dinero cuando otros lo necesitaban más.
De ahí que accediera a las cosas que accedió a lo largo de su vida.
De vuelta en la secretaría, una de las ayudantes del director apenas alzó la vista de sus gafas para contemplar a los recién llegados.
-¿Les espera el director?-preguntó, firmando unos diplomas que llevaban allí más tiempo que ella. Eri asintió inconscientemente; sin embargo, fue Louis el que habló.
-Sí, le he pedido diez minutos al señor Fitz.
-¿Tiene cita?
-¿Es verdadera mente necesario, Rosalie? Es decir... trabajo aquí, ¿recuerdas?
La mujer por fin alzó la vista. Parpadeó lentamente.
-Sí, lo recuerdo. Tomlinson y... Tomlinson-sonrió, divertida por aquella broma que sólo tenía gracia para ella. Eri le devolvió la sonrisa, sin saber a ciencia cierta de qué se reía: si de ella o de sí misma-. Fitz ahora está ocupado, os recibirá en unos minutos.
-Vale.
-Podéis esperar dentro, si queréis-murmuró, observando a una pareja que trataba de escabullirse. Se inclinó sobre su ventanilla y comenzó a gritar mientras el matrimonio desaparecía por una de las puertas que llevaban al pasillo-: ¡Eh! ¡Eh! ¿A dónde vais vosotros? ¿Y vuestra autorización?
Para esas cosas siempre levantaba la cabeza; era una verdadero lince.
Las pocas veces en las que Erika había entrado en esa sala se había sentido maravillada del esplendor del que hacía ostentación el colegio. No tenía ninguna historia particular; se había construido el siglo pasado, había sido una universidad durante casi toda su historia hasta que, en el siglo XX, los dueños del edificio decidieron que sería mucho más rentable montar allí una escuela. Pero esa carencia de historia de la que hacían alarde gran parte de los colegios, especialmente los más prestigiosos del país, no tenía nada que envidiar debido precisamente a las obras de arte que se conservaban dentro de ciertas salas, como era el caso de aquella.
Eri se acercó a la ventana mientras Louis se dejaba caer en un sillón. Había tenido clase con los grupos más jóvenes, de los más parlanchines y rebeldes, de modo que estaba lo bastante agotado como para no fijarse en cómo su mujer echaba un vistazo fuera, en dirección a los jardines, maravillándose con aquel pequeño oasis del que los estudiantes no podían disfrutar. Luego, Eri se giró sobre sus tacones y se plantó de nuevo cara a la sala. Contempló los enormes cuadros, las cortinas lamiendo el borde de las ventanas, los candelabros... todo era tan del siglo XIX, o incluso del XVIII, que no hacía más que encandilarla.
Louis levantó la mirada y la estudió con sus ojos color mar, los que, por suerte, había heredado su primogénito y su hija más pequeña.
-¿Sabes que todavía se te nota?
Eri frunció el ceño, fastidiada porque su ensoñación de ser una princesa de cuento de hadas correteando en un castillo que conocía mejor que la palma de su mano, con vestidos kilométricos que dejaban el suelo impoluto a su paso, se evaporó con la voz de Louis.
-¿El qué?
La sonrisa orgullosa de él, escondida tras su mano, le hizo saber de qué iba la cosa.
-¡Louis!-le recriminó ella. Él levantó las manos.
-Ni siquiera he dicho nada, nena. Relájate.
-Siempre te sales con la tuya, ¿eh?-rió ella, sentándose en las rodillas de él y dándole un beso. La adrenalina de la posibilidad de ser pillados no hacía más que aumentar el hambre de aquella bestia que Louis había desatado, y Eri tenía miedo de lo que podía hacer, pues, en ese momento, no conocía sus límites en absoluto.
-Sí.
-Quisiste ser cantante, y lo conseguiste. Quisiste ser futbolista, y también lo conseguiste. Quisiste ser famoso, cambiar las cosas, y lo conseguiste. ¿Me dejo algo?
-Sí. Quise casarme con la mejor mujer que uno pueda tener... y te conseguí.
-Te daría otro hijo más aquí mismo si no estuviéramos tan cerca del peligro.
La sonrisa de Louis se hizo más amplia, lo que envalentonó a la mujer para darle un beso en el cuello antes de levantarse en el momento justo, como inspirada por un ente divino que le tenía especial aprecio. Así, justo cuando ella se encontraba de pie junto a él, se abrió la puerta que daba al despacho del director del colegio. Una de muchas.
El director Fitz, un hombre entrado en años de piel oscura que me recordaba mucho a la de Zayn, hizo un gesto con la cabeza invitándolos a pasar. Su expresión se volvió mucho menos dura cuando sus ojos pasaron de los del hombre a los de la mujer. No esperaba la visita femenina; lo cual parecía agradarle. Seguramente esperara una especie de pelea de gallos con Louis. Estaría más que acostumbrado a enfrentarse a aquel antiguo muchacho bajo que luchaba contra el mundo con una ferocidad desconocida en nadie, excepto en él. Eri sonrió para sus adentros, reconociendo que debía ser extremadamente complicado trabajar con Louis.
Ella se giró un poco para comprobar que él la seguía y, cuando sintió sus pasos detrás de sí, se irguió cuan larga era (y cuan sus tacones la alzaban del suelo) y se metió en el gran despacho.
Recordaba perfectamente la última vez que había estado allí... y por qué había estado. La razón principal (la única, en realidad) había sido Tommy en su cambio de actitud. Y era por eso, precisamente, por lo que el director del instituto se mostraba extrañado de que la pareja se hubiera dejado caer por allí.
-¿Es que Thomas ha hecho algo más?
Hacía tiempo, ese “más” les habría resultado a los Tomlinson algo terriblemente ofensivo. Sería cosa del apellido, pues el caso era que los dos tenían un orgullo que se hería con facilidad, y que casi nadie podía controlar en el caso de querer hacer daño pero no querer herir aquel ego de estrellas. Eri era peor que Louis en este aspecto; Louis se sabía con poder, porque había nacido con ese nombre (bueno, casi), había crecido con él y manejaba a la perfección todo lo que éste implicaba. Eri, no. Eri sabía que la misma facilidad con que se había ganado ese nombre y el respeto que éste conllevaba, podría perderlo. No porque Louis fuera a dejarla (algo posible pero improbable), sino porque sentía que, si se aferraba demasiado al poder de aquel apellido que tanta gente había deseado y sólo una entre millones y millones había conseguido, ese poder desaparecería, y regresaría a la fuente originaria. Sabía que si tenía peso en la sociedad, ya no era por aquellos logros del pasado, aquel disco preparado que en realidad apenas vio la luz, aquella gala en la que fue la estrella más brillante... sino la boda en que pasó de ser una mujer soltera a una mujer casada.
-No estamos aquí por nuestro hijo-respondió Eri, sabiendo que en la garganta de Louis estaba surgiendo una nueva respuesta condescendiente, respuesta que no se podían permitir aquí. El director Fitz miró confundido a su empleado, y luego volvió los ojos a su ex empleada... mucho más bonita.
-¿Y en qué puedo ayudarles?
Eri miró a Louis, que bajó la vista hacia sus pies un momento, y luego contempló a su esposa. Asintió imperceptiblemente con la cabeza. Una bola de fuego ardía en el pecho de la mujer, que luchó por hacer que, bajo ningún concepto, iluminara sus mejillas. Aquello era una partida de póquer, la más importante de las que había librado hasta la fecha.
-Necesitaríamos saber si habría sitio en el instituto para una estudiante más.
Los ojos del señor Fitz bajaron derechos al vientre de la mujer, que negó con la cabeza. Louis se irguió en su silla. Si vuelves a mirarla así, te mataré, ladraba con los ojos. Eri posó una mano en las suyas y le acarició despacio la muñeca.
-No creo que sea para ahora, señora Tomlinson.
Eri se echó a reír, negando con la cabeza y haciendo que sus rizos le arrancaran brillos de dulce chocolate al sol.
-Oh, desde luego, no es para ninguno de mis hijos, eso por supuesto-se encogió de hombros-. Simplemente hemos recibido el encargo de un amigo, y... estaría bien que la chica viniera al mismo instituto que sus... “primos”-hizo el gesto de las comillas con los dedos y se encogió de hombros, haciendo ver que aquello no era decisión suya, aunque en realidad era así. Sin embargo, lo había hablado con Louis, y si apelaba a una potestad diferente de la suya, se veía con más posibilidades de llevarse el gato al agua.
-Diana Styles. Seguramente sepa quién es.
-¿La hija de Harry Styles?-preguntó el hombre, inclinándose en su asiento y limpiándose la frente con un pañuelo. Se estaba poniendo nervioso, lo cual era bueno. Louis miró a Erika en el momento justo en que una de las comisuras de su boca se alzaban imperceptiblemente. Le gustaba sentirse así, abusar de aquel cuerpo tan trabajado y que tanto le había hecho sufrir, para conseguir lo que quería. Al menos así era si se trataba del método más rápido.
-¿Se puede saber el motivo del traslado?
-Es personal-atajó Louis antes de que Eri elucubrara y comenzara a montar una historia cuya trama sería casi imposible de seguir.
-¿Lo suficiente como para que no lo sepa el director del hipotético instituto?-replicó Fitz, ajustándose sus gafas y negando con la cabeza, disgustado. Eri se inclinó hacia delante. A Louis le dieron ganas de estrangularla en cuanto entendió a qué se debía el prominente escote de su mujer. Sin embargo, se quedó callado, tapándose la boca con un dedo y observando los movimientos de depredadora de Eri.
-Digamos que los problemas personales la han traído aquí.
Los ojos de los casados se encontraron otra vez. Louis alzó las cejas.
Ni siquiera sabemos por qué nos la traen a nosotros.
Eri sostuvo aquella mirada inquisitiva.
¿Es que acaso importa?
-¿Qué problemas?
-No debe preocuparse porque la chica sea peligrosa, director Fitz-explicó Eri, moviendo las manos mientras creaba su discurso en su mente. Era como si quisiera crear figuras de barro utilizando el aire: las moldeaba, jugaba con ellas, apretaba y relajaba los dedos mientras estrujaba la materia primera con la que tenía pensado hacerlo todo...-. La chica es vulnerable estos días; lleva siéndolo un tiempo, y sus padres creen que es mejor alejarla una temporada de su ambiente para que cambie de aires.
-Sabemos que es una putada que venga aquí en pleno semestre, con los exámenes y todas las pruebas que tenemos pendientes, pero... sabes de su importancia, Alfred. Es una chica lista y guapa. Aportaría prestigio al instituto.
-No sé, Louis... no creo que sea lo mejor traerla a estas alturas del curso... Porque va a venir ahora, ¿verdad?
-La semana que viene ya estará aquí, sí-asintió Louis con la cabeza.
-Oh, venga, director Fitz-replicó Eri, zalamera. Descruzó las piernas y las volvió a cruzar, dejando que los dos hombres disfrutaran del proceso.
Yo la mato, pensó Louis, asesinando una sonrisa. Aquella escena le recordaba mucho a aquella película, Instinto Básico, que quería echarse a reír. Eri no se quedaba despierta hasta bien entrada la madrugada sólo para ver las entregas de los premios Oscar en vano.
-Estoy segura de que se podrá hacer algo. No es una alumna brillante, pero tampoco es mala. Habrá un huequecito para ella.
-¿Por qué aquí?
-Porque trabajo aquí-espetó Louis, ofendido.
-Porque no queremos complicarnos la vida mandando a los críos a diferentes institutos. Y para que Diana no se sienta sola. Ya conoce a nuestros hijos, y ellos podrán hacer que se adapte más rápido.
-Los chicos de esta edad son como bombas de relojería.
-No sabría qué decirle, sobre todo teniendo en cuenta que yo a su edad ya no estaba en el instituto donde terminé mis estudios obligatorios-respondió ella, dejándose caer trágicamente en el sillón y alzando los hombros desnudos.
-Y, ¿qué ganaría el instituto teniéndola aquí?
-Prestigio, dado que es una de las modelos más demandadas en su país.
-En todo el mundo, nena-corrigió Louis. Eri abrió los brazos.
-¿Lo ve? Imagínese la demanda de alumnos queriendo entrar en el instituto sólo para codearse con lo mejor de las pasarelas de Nueva York.
-No habría sitio para ellos.
-Se podrían imponer tasas.
-En ese caso...
Eri era el peor empresario con el que podías encontrarte; era certera, mortífera, sabía qué tenía que atacar, de qué cuerdas tirar, para conseguir lo que quería. Por eso Louis la quería. Y por eso la respetaba tanto, porque era capaz de conseguir todo lo que se proponía. Como a él.
-No a los que están ahora, eso se entiende. Pero a los que vengan aquí por capricho... no veo por qué no.
-¿Ustedes pagarían?-inquirió el señor Fitz, pensativo. Eri esbozó una sonrisa lobuna.
-Creo que todavía queda algo de esos dos millones bien pagados, ¿eh, Louis?
-Has conseguido estirarlos mucho.
-Estoy segura que podemos retirar un pellizco de los de uso doméstico para pagar el colegio de nuestros críos. Y eso sin contar con que Louis trabaja aquí.
-Por una miseria-recordó Louis, inclinándose hacia delante.
-¿Pagarían o no?-se revolvió el director.
-Por supuesto, señor director. Porque podemos permitirnos pagarlo. Y porque usted va a meter a Diana aquí.
-Eso no se ha decidido aún.
-Oh, créame, decidió que me haría el favor que yo hubiera venido a pedirle en cuanto me vio en la sala de espera-se cachondeó Eri. El señor Fitz le devolvió una sonrisa derrotada.
Louis se había quedado un poco atrás mientras ella caminaba hacia el coche. Por acuerdo mutuo, dejarían el de Louis en manos de Zayn, que se lo llevaría a casa y lo devolvería un día de aquellos, y regresarían a su hogar en el coche que había traído Eri.
-Eres. Una. Jodida. Maestra. ¿Me recuerdas por qué no me casé contigo antes?-comentó Louis, enmarcando una sonrisa en la barba de varios días que paseaba por el mundo últimamente. La alcanzó y la agarró por la cintura mientras le mordisqueaba el cuello. Habían terminado antes de lo que creían; la sirena aún no había sonado y eran libres de salir cuando quisieran.
-Porque te gustaba joderme en los dos sentidos. Aún te gusta-replicó ella, dejándose besar y devolviéndole los besos.
-Te habría arrancado la cabeza si hubieras seguido coqueteando con él un par de minutos más.
-¿Cómo es eso, Louis? ¿Tienes una bomba atómica en casa y te niegas a usarla para asustar a tus enemigos?
-Con que mi bomba me asuste a mí, tengo bastante; pero gracias.
Eri sonrió, apoyándose sobre un pie y balanceándose a uno y otro lado. Se encogió de hombros, con los tirabuzones colgando perpendiculares al suelo, dándole un aspecto de niña bien vestida con ropa cara que sin embargo va perdida por el mundo y se encuentra sola, vacía.
-Sólo quiero lo mejor para Diana.
-Y te preocupaba no saber cuidar bien de ella.
Eri se encogió de hombros. Louis señaló la puerta por la que acaban de salir.
-Tú no te has visto, pero créeme si te digo que parecías una leona defendiendo a su camada. La última vez que te pusiste así, conseguiste que Tommy se saliera de rositas y nadie lo expulsara tres días a casa.
-Deberías saber que me arrepiento de usar estos poderes míos tan a menudo.
-No están mal.
-Ahora me siento sucia.
-Nada que no se arregle con un baño.
-Sucia en espíritu, Louis-contestó ella, contemplándolo con ojos repentinamente oscurecidos.
-Nada que no se arregle con un baño con tu marido. Para recompensarle por lo mal que se lo has hecho pasar.
-Te estaba gustando a ti más que a él.
-Tal vez. Pero nadie desea lo que es mío, ¿vale? Nadie va a quitarme ni una jodida patata frita de mi cena. Y ninguna tía, por muy bien vestida que esté, me va a quitar mi derecho de conducir mi coche. Así que dame las putas llaves-ordenó, extendiendo la mano. Eri se echó a reír y se las lanzó por encima del capó. Se sentó en el lado del copiloto y se mostró especialmente parlanchina en su viaje de vuelta a casa. La euforia de la batalla ganada estaba ocupando cada vez más y más terreno de su ser, y necesitaba exteriorizarla.
Incluso charló un poco con Layla de sus estudios mientras la muchacha la halagaba por lo bien que se habían portado los niños. Astrid y Daniel se habían mostrado recelosos cuando no vieron a nadie familiar esperándoles, pero en cuanto vieron a Layla todo rastro de temor se evaporó de sus rostros... y corrieron a abrazar a aquella prima que no era su prima de sangre pero que ellos tenían por una cariñosa hermana mayor exterior, como muchas veces los pequeños de aquel grupo tan crecido de One Direction se referían los unos a los otros.
Eso era lo que más les gustaba a todos: la familiaridad con la que los recién llegados acogían a los que no vivían en su casa. Los más pequeños comprendían los lazos que habían unido a sus padres mucho mejor que sus propios padres. Y eran capaces de reproducirlos a la perfección.
-¿Cómo está Liam, Layla?
-Hace mucho que no le veo, Louis, pero-se encogió de hombros-. Sigue bien, como siempre. Financiando a esta chica escocesa.
-¿Ya está preparando el disco?-inquirió Louis. Layla negó con la cabeza, mordisqueando un trozo de verdura que había encontrado por allí.
-No; necesitan las canciones, pero no les corre prisa. La chica escribe, y bastante bien, pero hay cosas que tienen que pulirse-murmuró.
-Le llamaré para preguntarle de qué quiere que escriba-comentó Louis.
-¿La escritora por encargo no era yo?-se picó Eri. Todos en la sala se echaron a reír mientras Astrid y Daniel veían los dibujos animados de la televisión. Layla contempló la pantalla con tristeza.
-Cada vez las series para niños van a peor.
-Tú no has crecido con Las Supernenas, así que no sabes lo que es la calidad-murmuró Eri, frotándose los ojos y llevándose por delante su maquillaje. Le dio igual.
-Ni tú veías los Power Rangers, así que, ¿qué vas a saber?-discutió Louis.
-Aunque, dentro de lo que cabe, estos están bastante bien-cortó Layla, encogiéndose de hombros y terminando de meter sus cosas en la bolsa que había llevado. Le gustaba estar con los Tomlinson; le recordaban mucho a su hogar, Wolverhampton, y a sus padres, aquella familia que se había quedado en la ciudad natal de su padre a petición de su madre. Mamá no quería volver a España, no después de haber probado las delicias del té inglés... a pesar de que echara muchísimo de menos el resto de la comida. No había realmente demasiada diferencia entre los climas de las regiones en las que vivían, pero Layla veía todo lo que distaba de ser igual en los dos países: el trato con la gente, la forma de hablar, la forma de ver la vida...
Y le gustaba España más que Inglaterra.
Y Eri le recordaba terriblemente a aquella casa en la que nunca nació, y cuya nacionalidad tenía, curiosamente.
Layla alzó los hombros a modo de despedida y se dejó acompañar a la puerta. Louis la abrazó, con aquellos abrazos de oso que tanto le encantaban a las mujeres que se acercaban al Tomlinson, y Eri la besó en la mejilla, estrechándola entre sus brazos como si fuera una hija más.
Había aceptado la tarea de cuidar de Layla sin que nadie se la impusiera realmente; le había hecho ese favor a los Payne sin que ellos hubieran abierto la boca para pedirlo.
Una vez Layla se hubo ido, Eri se apoyó contra la puerta y contempló a Louis con semblante preocupado. Él le apartó un mechón de pelo de la cara y le preguntó que de qué se preocupaba, añadiendo un “amor” al final de la frase que hizo que Eri se derritiera en su fuero interno.
-No sé cómo se lo van a tomar los chicos.
-Los chicos estarán bien. A los pequeños les gusta la compañía, y Eleanor y Tommy... bueno, ya sabes que conocen a Diana.
-Me preocupa hasta qué punto lo hagan.
Louis torció el gesto.
-¿Vamos a seguir con eso?
-Sólo piénsalo, Louis-replicó Eri, apartando la mano de su cara y encogiéndose de hombros mientras se abrazaba la cintura y clavaba el codo en su pequeño abrazo. Jugueteó con sus uñas, buscando las palabras, mientras su alma se ahogaba en aquel mar de zafiro que Louis siempre llevaba puesto-. Diana no viene aquí de vacaciones. Es un casti...
-No vas a decirlo.
-Castigo.
Su marido suspiró.
-Tampoco es para tanto.
-Estoy preocupada por lo que pueda pasar.
-Yo estoy preocupado porque los Rovers van a bajar a Segunda División como sigan así, y no me ves lloriqueando por los rincones.
-Yo no lloriqueo-espetó ella desencajando la mandíbula-. Y esto es serio.
-¿Sabes qué es lo que me preocupa a mí, Eri? No que Diana eche a perder a nuestros hijos, sino más bien al contrario: que nuestros hijos echen a perder a Styles.
-Esa es una de las cosas que me quita el sueño por las noches-respondió ella, molesta, y se alejó de él dispuesta a hacer la comida. Cocinar en aquellas ocasiones la relajaba sobremanera.
-Sabes que ya la has preparado, ¿verdad?-la pinchó Louis, siguiéndola a la cocina y esbozando una sonrisa sarcástica cuando vio que, efectivamente, su mujer se disponía a sacar la sartén para preparar algo frito.

-Sabes que tus puñeteros Rovers van a bajar a Segunda, ¿verdad?-respondió ella, luchando contra la sonrisa que fluía de su corazón a su boca a través del esófago. Perdió la batalla; en el fondo, era lo natural. Su fuerza de voluntad eran los 300 espartanos de la batalla de las Termópilas, mientras que la sonrisa era la fuerza apocalíptica de los persas, que se contaban en millones.