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Los planes de Eri y Louis se vieron truncados cuando Tommy se negó rotundamente a aparecer por casa a la hora de comer. Tenía cosas que hacer con Scott.
Los planes de Eri y Louis se vieron truncados cuando Tommy se negó rotundamente a aparecer por casa a la hora de comer. Tenía cosas que hacer con Scott.
Cosas
como, por ejemplo, conjurar acerca de lo que sus padres habían hecho
cuando ellos estaban juntos, en la habitación de Tommy, tirados en
el suelo jugando a videojuegos de gráficos tan perfectos que no
resultaban ni creíbles. Había llegado el momento en el que la
tecnología superó a la ficción, y la juventud prefería,
curiosamente, los juegos de antaño, de menor calidad y peores
gráficos. Era el caso, por ejemplo, del Super
Mario Bros.
No
habían sido lo suficientemente listos como para darse cuenta de que
en casa de Tommy se estaba cociendo algo, algo gordo, muy gordo, de
proporciones estratosféricas, apoteósico,
como le gustaba decir a Scott.
En lugar de
escuchar en la sombra, como ya se había encargado de hacer Eleanor
en cuanto sonó aquél teléfono en la cocina, prefirió vivir en su
burbuja de ignorancia.
Así que, de la que
caminaban en dirección a la casa de los Malik, sus palabras se
enmarañaban y cortaban las unas a las otras, como si al discutir y
no dejar que el otro terminase la frase fueran a llegar más
rápidamente a la conclusión que buscaban.
-¿Sabes? Creo que
estás jodido, hermano-comentó Scott, arrastrando tras de sí el
skate que se había empeñado en llevar a clase, a pesar de que
Sherezade no soportaba que lo hiciera.
-¿Tú crees? ¿En
serio? No me digas-ironizó Tommy, dándole una patada a una piedra
entrometida en su camino-. Mi hermana sabe algo y no me lo quiere
decir. La zorra disfruta con mi sufrimiento.
-Es mujer-respondió
Scott, encogiéndose de hombros-. Ahora, en serio. Esta noche he oído
a mis padres hablando de lo que los tuyos les han dicho. Y parecen
preocupados.
-Seguramente me
vaya a un internado a Escocia, o algo así.
-Las escocesas
están más buenas que las inglesas.
-No, tío, esas son
las galesas. Las escocesas son más fáciles.
Scott se detuvo,
enhiesto en la baldosa que ocupaba.
-Macho, si vas a ir
a Escocia y es verdad lo que dices, no creo que sea una gorda la que
se te viene encima... precisamente.
Tommy puso los ojos
en blanco.
-No creo que esté
para tías ahora mismo, Scott.
-Eso dijiste el fin
de semana pasada. Antes de revolcarte con Amy.
-Fue sólo un
polvo.
-En el cual lo
pasaste bien.
-No quería
“pasármelo bien”, tío, quería dejar de pensar en ella.
-¿La llamaste
Megan?-inquirió Scott, alzando una ceja, viendo el toro venir antes
incluso de que éste hubiera salido de las entrañas de su madre.
Tommy puso los ojos en blanco.
-¿Eres gilipollas?
No estaría aquí, vivo, o por lo menos hablando, si la hubiera
llamado Amy.
-Entonces no hay
problema.
-Sí que hay un
problema. Va a pasar algo. Y yo no estoy para gilipolleces. Ni para
que me saquen de aquí, ni para que me dejen.
Scott alzó las
manos.
-Sabes que sólo
intento ayudar.
-Pues no lo haces
del todo bien.
Continuaron
caminando en silencio, con los pasos acompasados, la mirada zafiro de
Tommy en sus pies; la mirada de caramelo de menta de Scott, en las
nubes. Creía ser capaz de leer en ellas una respuesta; una de
aquellas señales ya olvidadas pero que habían tenido tanta
importancia para los antiguos.
Si se habían
pospuesto batallas y depuesto reyes por las señales que provenían
de las nubes, ¿por qué él no habría de hacer caso a esas
esponjosas formas?
-A veces me
gustaría que todo esto acabara ya, Scott. Que ella se graduara y yo
me quedara aquí un año más. Tal vez pirarme al continente un año.
Hacer algo diferente con las mismas personas, o lo mismo con distinta
gente.
-Un cambio de aires
apoteósico no te vendría mal, no.
-Lo que me vendría
bien es un vacío de mente y pecho. No sentir más nada. Cada vez que
la veo...
-Ya te he dicho que
podemos cambiar la ruta de partidos y peleas. Sólo tienes que
pedirlo.
-Seguiría viéndola
en los pasillos-la cortó Tommy, con la cabeza cada vez más baja.
Llegaría a tocar el suelo con la frente si seguía así-. No creo
que esa sea... la solución.
-Es lo mejor que se
me ha venido a la cabeza-replicó Scott, alzando los hombros y las
manos. Él no era el culpable de aquella situación, así que, ¿por
qué le convertían en el mártir? No lo entendía. En realidad, no
había nada que entender.
Tommy quería a
Megan.
Pero Megan no
quería a Tommy.
Y era aquello lo
que había desatado todo el drama, con lo que los demás no podían
hacer nada. Los efectos colaterales rara vez conseguían arreglar las
cosas.
-¿Sabes qué es lo
que más me jode de todo, tío?-inquirió Tommy, dándole una patada
a una piedra que tuvo la osadía de cruzarse en su camino. Scott
escuchó en silencio, asintió con la cabeza, invitándolo a seguir-.
Lo que más me jode es no poder hablar con mi padre.
Scott se detuvo, el
pequeño monopatín en su mano, colgando de ella, tratando, sin
éxito, de clavarse en el suelo.
-¿Por qué?
Tommy ni siquiera
se dio la vuelta para responder lo que para él era la mayor obviedad
del mundo:
-Él no lo
entendería, ¿es que no lo ves? Joder, es Louis Tomlinson-se obligó
a recordarle, notando el peso de aquel apellido sobre sus hombros,
hundiéndolo varios metros bajo la tierra.
-No lo ha sido
siempre.
Tommy sí que se
detuvo esta vez para esperar a Scott.
-Vale, nació con
otro nombre, pero creo que pillas por dónde van los tiros, ¿no?
Después de que
Scott asintiera, reanudaron la marcha. La casa de los Malik estaba a
la vuelta de la esquina, y Tommy no estaba de humor de discutir
aquello tan pronto, en territorio enemigo, de manera que se quedó
callado, escuchando la perorata interna que había estado
exteriorizando Scott.
-Tu padre es
humano, en realidad, ¿sabes, tío? Quiero decir, es un hombre,
también le ha tocado sufrir lo suyo, igual que al mío. Todos
estuvieron donde se merecían, todos fueron estrellas, todos aún lo
son... unos más que otros-musitó, pensativo, aludiendo claramente
al que se escondía entre los rascacielos al otro lado del océano
Atlántico, como una especie de Godzilla que se preparaba para su
ataque maestro-. Pero antes de eso tuvieron vida. Fueron gente
normal. Gente a la que no conocía nadie. Tu padre es legendario en
Doncaster por ser quien es todo el tiempo, desde que nació hasta
hoy, ¿no es así? No siempre ha sido Louis Tomlinson, el de One
Direction-ambos se estremecieron ante el nombre de aquel fantasma
que planeaba sobre sus vidas, amenazante, recordándoles que le
debían la vida a un hombre que ni siquiera tenía parentesco
sanguíneo con ellos-, sino, simplemente, Louis. Igual que mi padre
simplemente es Zain cuando está en casa, y no Zayn Malik, el
musulmán de la banda-sonrió para sí, dejando claro cuál era su
postura acerca de la religión y su presencia en su casa. Tommy ya
conocía tanto sus opiniones sobre el mundo paranormal que casi
prefería que se guardara aquello para quien realmente le interesaba,
pero una vez que Scott empezaba a hablar, no había quien le callara.
Sólo podía acudir a su talento natural de desconectar y quedarse
con las palabras clave de la conversación. Las molestas se marchaban
como mariposas en plena polinización, con las patitas cubiertas del
polen con el que se formarían nuevas semillas-. Ya sabes que papá
no hace nada raro en casa, es... normal.
-Nosotros no hemos
crecido dentro de la normalidad, Scott. Ya había gente que sabía
nuestros apellidos completos incluso antes que nosotros.
-Me refiero a que
no se dedica a cantar notas altas por casa ni a reventar cristales
sólo con la voz.
Tommy se detuvo en
la acera.
-Sí que lo hace.
-El caso-replicó
Scott, molesto porque alguien osara interrumpir su diálogo interior
tan bien cimentado- es que nuestros padres pueden ser famosos, pero
son personas, y saben qué es sufrir.
-A mi padre le va
de puta madre con su vida. Seguramente se haya olvidado de qué es
eso.
-Esas cosas no se
olvidan tan fácilmente-discutió Scott, negando con la cabeza y
entrando en la casa, empujando la puerta lo justo para que su hermana
inmediatamente inferior, Sabrae, se acordara de toda su familia y
tuviera que volver a empujarla otra vez.
Comieron como si no
hubiera mañana; un poco por la presencia de Tommy y las ganas de
Sherezade de causar buena impresión, tratando a su invitado como
ella había sido tratada la tarde anterior, y un poco porque era la
costumbre de aquella familia, cuya genética había sido
especialmente generosa y había consentido que los niños fueran
pozos sin fondo que no engordaban ni un gramo.
A eso se le añadía
la costumbre, adquirida por su madre, de decir Zayn cuando sus hijos
se servían:
-Comed más, comed
más, ¿no estáis creciendo? Comed más. Cariño, dales más.
Apuraba a Sherezade
desde su asiento, con el plato casi sin tocar, disfrutando del
silencioso placer de ver a sus hijos devorando hasta el último
guisante del plato.
No había nada
mejor ni más hermoso para un padre que ver comer a sus hijos hasta
reventar.
-¿Has avisado a
tus padres de que te quedas aquí, Tommy?-preguntó Sherezade
mientras recogía la mesa. Scott ni siquiera se había movido de su
sitio.
-Scott, joder,
ayuda a tu madre-le instó Zayn. Cuando Tommy intentó moverse
(siempre hacían lo mismo en casas ajenas: portarse como verdaderos
santos a los que les faltaban las alas y la aureola para ser
ángeles), pero Zayn se lo impidió con una mirada tajante y
negativa.
-Les he mandado el
recado a través de mi hermana-confesó Tommy, encogiéndose de
hombros.
-¿Y crees que
Eleanor se lo ha hecho llegar?
Sherezade le
dirigió una mirada envenenada a Zayn, reprochándole que no era
asunto suyo lo que un hermano pensara de otro. Pero, ¿qué iba a
saber ella? Era hija única, no había tenido varias hermanas como
él. Especialmente él, que había tenido sólo hermanas, y conocía
el funcionamiento del cerebro de la mujer.
Estaba de acuerdo
en que podían hacer varias cosas a la vez.
El problema venía
cuando las cosas se prolongaban en el tiempo.
A los hombres se
les olvidaba una sola cosa, de modo que, obviamente, si una mujer
tenía varias cosas rondándole la cabeza, era evidente que alguna se
escapaba de las garras de la mente y se perdía en el pozo negro y
silencioso del olvido.
-No-se cachondeó
Tommy, negando con la cabeza.
-Se parece a Louis.
-Es muy
guapa-coincidió Sherezade, cortando la crítica disfrazada de broma
de Zayn que veía venir, y que llegó como la explosión de una
bomba.
-Y especialmente
impaciente en estas cosas. Se les va la cabeza. A los dos.
-¿Nos lo dices o
no los cuentas?-murmuró Scott, terminando de recoger la mesa.
-Puedes usar el
teléfono fijo si quieres, Tommy.
-Gracias,
Sherezade.
Ella le dedicó una
cálida sonrisa que hizo que perdiera por un momento el libro de
instrucciones mental en el que se explicaba, paso a paso, cómo
respirar. Luego, aturdido, se dejó arrastrar por Scott hasta el
salón, en el que descansaba tranquilamente el aparato, de corte
moderno.
Marcó de memoria,
porque había cosas que convenía guardarlas a la vieja usanza, y
esperó durante lo que le pareció una eternidad (simplemente dos
pitidos) hasta que escuchó el sonido de descolgar el teléfono.
Calculó sus
posibilidades.
En el peor de los
casos, sería una Eri histérica preguntando dónde estaba y
exigiendo que fuera inmediatamente a casa, “chaval, o te juro por
dios que ya puedes ir buscándote un escondite, porque cuando te
encuentre te vas a acordar de mí”, y que no atendiera a razones.
Luego podía ser
una mamá informada de los hechos y que le echara en cara el no
avisarla directamente, en lugar de utilizar emisarios.
O también podía
ser papá, en cuyo caso estaría salvado. Había fútbol ese día, y
seguramente Louis ya estuviera preparando la comida con la que se iba
a espatarrar el sofá, a bramar cosas como “OH DIOS MÍO ¿CÓMO HA
PODIDO FALLAR ESO? ERIKA ¿LE HAS VISTO CÓMO HA FALLADO ESO?” (era
gracioso porque era la única vez en que llamaba a la madre de sus
hijos por el nombre completo y el único momento en que ella no se
molestaba en corregirle que era Erika, no Érika, con la sílaba
fuerte en mitad de la palabra, cortándola como se corta a un
sándwich) y “QUÉ MATADO ERES, HIJO DE PUTA, NO SÉ CÓMO TE ESTÁN
PAGANDO ESA MILLONADA EN LUGAR DE PAGARLA TÚ POR JUGAR EN EL
ARSENAL” sin olvidar eh “PERO SI ESO ES UNA FALTA CLARÍSIMA,
¿ESTAMOS LOCOS O QUÉ? ÁRBITRO ¿ESTÁS CIEGO O SIMPLEMENTE ERES
GILIPOLLAS?”.
Si era Louis, sólo
tendría que preguntar por mamá y dejar que él hiciera de puente.
-Estoy en casa de
los Malik.
-Bien. ¿Cuándo
vas a volver?
-Probablemente me
quede a dormir.
-No toques los
cojones.
-De acuerdo.
-Menos a Zayn. A
Zayn, tócaselos de mi parte.
-Está bien.
Un pequeño
silencio en el que los dos esperarían a que el otro hablara.
-Y si sales, cógete
la rebequita, que hace frío-terminaría Louis, riéndose a
carcajada limpia y recibiendo a continuación un par de hostias de la
mano de su mujer por reírse de ella y sus expresiones típicas de
madre. Tommy se reiría, y colgaría sin despedirse. Odiaba
despedirse por teléfono.
No quería que las
últimas palabras de una conversación se dijeran a través de un
aparato tan frío como aquel.
Sin embargo, el que
respondió al teléfono no era ni Louis ni Erika, sino alguien mucho
más inesperado e inútil: su hermana, Eleanor.
Tuvo que ahogarse
una inquisición que incluiría el querer saber dónde estaban sus
padres, ya que, al fin y al cabo, tal vez las cosas fueran mejor así.
En el fondo, Tommy sabía que era mejor enfrentarse a su hermana y
que fuera ella la encargada de llevar el mensaje a sus padres, que el
pedirle que le pasara con su madre, que podría volverse loca al
enterarse de que tenía la poca decencia de llamar y encima hacer que
su hermana cogiera el teléfono, como si él tuviera algún control
sobre a quién le tocaba ejercer de secretario ese día.
-¿Tommy?-preguntó
ella a la línea silenciosa. Era lógico que fuera él, ya que era el
único que faltaba en casa, y, además, había reconocido el número.
-El, ¿está mamá
por ahí?
-Papá y ella se
han ido de compras. ¿Qué quieres?
A Tommy le
descolocó un poco esa información. ¿Papá y ella? ¿De compras?
¿Un día que había fútbol?
Se estremeció al
darse cuenta de la recompensa ofrecida a cambio de semejante ultraje
al deporte mundial.
-Sólo llamaba para
saber si les habías dicho que estaba en casa de los Malik-murmuró,
apoyándose contra la pared y enredando el cable del teléfono,
rizado y blanco, entre los dedos. Scott articuló con tus labios “¿es
tu hermana?” y él se limitó a asentir con la cabeza, con
semblante cargado de aburrimiento y seriedad. Scott rió por lo bajo.
-Claro que se lo he
dicho, ¿eres imbécil? Me lo has encargado y yo lo he hecho-espetó
Eleanor, furiosa. Se escuchaba en su voz su determinación a colgar y
dar por terminada la conversación.
-No sería la
primera vez que me dejas tirado.
-Esta vez me
interesaba contarles la verdad. Ya sabes. Así tengo el monopolio
absoluto de la casa.
-¿Estás sola?
-Sí, se han
llevado a los pequeños con ellos-una sonrisa de deliciosa diversión
prohibida cruzó los labios de Eleanor, que luchó por no relamerse.
No era un gato.
-Procura no
quemarla.
-No sé si podré,
no con lo que sé que va a pasar.
Tommy suspiró.
-¿Qué va a pasar?
-¡Qué grande y
buena es la vida del ignorante!
-No me toques los
cojones, Eleanor.
-No sé si
contártelo-Eleanor estaba jugando con el cable del teléfono. Tommy
lo sabía, podía verla sentada en el taburete de la cocina,
sonriendo como una estúpida (como lo que es, pensó su
hermano para sí), y contemplando la trama que tenía entre manos,
extasiada por las dimensiones de algo que no era tan fabuloso como
ella creía.
-Como quieras-dijo
el chico, y se alejó el teléfono de la oreja. Escuchó los gritos
de su hermana.
-¡Está bien! ¡Te
lo diré, si te pones así!-se apresuró a decir la chica. Tommy le
hizo una señal a Scott para que se acercara. Así no tendría que
repetírselo más tarde, fuera lo que fuera. Sabía cómo se cabreaba
Scott cada vez que alguien le contaba algo y omitía detalles que
podían ser la clave de un giro drástico en el guión de la vida-.
Dentro de poco, seremos uno más en casa.
-¡¿MAMÁ ESTÁ
EMBARAZADA?!-bramó Tommy, incrédulo. Si madre ya era mayor, venga.
No podía tener más hijos. O sea, ¿no le parecía que ya tenía
bastantes con 4? Podría formar una puta banda con ellos, en cuanto
Astrid supiera manejarse lo suficiente con algún instrumento.
Zayn se asomó a la
puerta de la sala en la que se encontraban para ver qué les pasaba.
-Estamos bien,
papá.
-No, estúpido-gruñó
Eleanor. Puso los ojos en blanco-. Tendremos una visita... larga.
-Define “larga”.
-Tendremos a una
invitada que se quedará a vivir aquí.
-¿Alguna de las
tías?
-Es chica, pero
prueba mejor con “primas”.
-¿TÍA LOTTIE ESTÁ
EMBARAZADA?
-NADIE ESTÁ
EMBARAZADO, TOMMY, JODER, PIENSA. ¿QUÉ PRIMAS TENEMOS?
-Oh-replicaron
Scott y Tommy a la vez, mirándose a los ojos. Por un segundo, sólo
un segundo, pasaron de ser hermanos del alma a primos de nuevo. Los
hijos de One Direction eran primos, porque los miembros de One
Direction eran hermanos... dijeran lo que dijeran las partidas de
nacimiento.
-Diana-dijeron a la
vez, comprendiendo por fin, después de descartar a Layla, la única
prima libre que quedaba a parte de la neoyorquina, pues las Malik y
las Tomlinson no contaban en la ecuación. Eran casos aparte en ese
asunto. En otros, tal vez no, pero en ese sí.
-Premio-cacareó
Eleanor-. En serio, Tommy. Sólo espero que no me quite mi
habitación.
-No creo que papá
y mamá nos quiten sitio por traer a una americana-respondió.
-Deberías buscarla
en Facebook. La tienes agregada, ¿no es así? Con su cara y con la
tuya, yo te dejaría dormir en el cubo de la basura... y eso en mis
días generosos.
-Eres
gilipollas-contestó él, pero su hermana ya había colgado.
Scott y Tommy se
miraron anonadados. ¿Una visita? ¿En serio? ¿Ahora? ¿Ahora, que
sus padres no podían con él y se había vuelto rebelde? ¿Ahora,
que estaba perdido en la vida y lograba encontrar el rumbo, tenía
que ser precisamente ahora que necesitaba todas las atenciones
posibles, cuando sus padres decidían meter a una extraña en casa?
La palabra
“extraña” tal vez fuera demasiado fuerte para Diana, pero, de
todas formas, ¿acaso la conocía lo suficiente como para no
considerarla una extraña? Se habían visto en contadas ocasiones; no
se trataba de la relación que mantenía con los Malik, que vivían
en la misma ciudad, o con los Horan y los Payne, que vivían a cierta
distancia, porque a veces se reunían. No. Diana era de otro
continente. Ni siquiera pertenecía al continente del que los chicos
estaban aislados, ¡por el amor de Dios! Había un mundo de distancia
entre Londres y Nueva York, y ahora, de buenas a primeras, ¿Diana
iba a salvarla e instalarse allí? Había algo que no cuadraba en el
asunto.
-Esta tía me está
vacilando-murmuró Tommy. Su bolsillo vibró: tenía un mensaje. De
su hermana.
Hazte el loco
cuando papá y mamá te lo digan. Se supone que no nos han dicho
nada. Ayer estuve escuchando.
-Yo no me fiaría
de lo que ha escuchado tu hermana-comentó Scott, subiendo las
escaleras en dirección a su habitación, atestada de cajas de
videojuegos obsoletos que había separado mil y una veces, en todas
las dificultades posibles, y aún más.
-Para estas cosas
es lista, créeme-replicó Tommy, asintiendo con la cabeza con gesto
de que estaba hablando muy en serio. Probablemente no hubiera dicho
nunca un cumplido con tanta seriedad sobre su hermana, pero, ¿qué
iba a hacer, si era la verdad? Eleanor podría ser muchas cosas, pero
desde luego, no era estúpida. Sabía cazar las cosas al vuelo cuando
éstas le interesaban, y no podía más que admirarla por ello. Era
rápida calando a la gente, era buena sacando los trapos sucios.
Ella, y no otro en la familia, era la heredera de los dos titanes que
se habían unido y los habían creado a todos. Por eso se estaba
preparando para ser una estrella, una auténtica supernova.
Tal vez más grande
que su padre.
Y era esa necesidad
de alcanzar el cielo, después de rozarlo con los dedos durante toda
su vida, la que había hecho que aprovechara al máximo todo lo que
la naturaleza le había dado.
Scott se limitó a
encogerse de hombros, apoyándose en sus rodillas para recoger
algunas botellas de cerveza vacías. Se envaró y se volvió hacia
Tommy, que ya estaba estudiando la nueva pila de videojuegos con la
que su amigo se había hecho.
-¿Quieres algo,
tío?
Tommy se volvió y
le dedicó una sonrisa traviesa, la típica sonrisa que hacía que,
por un momento, el Louis de 20 años que triunfaba alrededor del
mundo cobrara vida de nuevo en él. Negó con la cabeza.
-Sé dónde está
la nevera.
Scott se limitó a
echarse a reír, terminó de recoger las cosas y las lanzó dentro de
una bolsa de basura negra que llevaba en su habitación Dios sabía
cuánto tiempo. Tommy ya se había tirado en el suelo y con uno de
los mandos inalámbricos de la consola de su amigo en las manos,
preparado para matar a algunos cuantos soldados enemigos. Scott
torció la boca.
-¿En qué crees
que te afectará todo esto?
Tommy ni siquiera
le dio a pausa. Simplemente observó cómo dos hordas enemigas se
abalanzaban sobre él (era demasiado bueno como para recibir
únicamente a una) y ensangrentaban la pantalla hasta que una voz
femenina indicó, con toda la neutralidad del mundo, que había
muerto.
Scott dio un paso
hacia él. Le tocó el hombro. Tommy se estremeció, las manos de
Scott eran enchufes para él en ese momento.
-En todo-respondió
con un tono de ultratumba, los ojos cada vez más perdidos en un
horizonte invisible y los labios pegados en una mueca de desagrado.
-No sé si quiero
jugar a esto ahora-murmuró el Malik, esgrimiendo un dedo del color
del caramelo en dirección a la pequeña caja negra. Tommy negó con
la cabeza.
-Yo tampoco,
hermano. ¿Una partida? ¿Billar, tal vez?
-Eso suena mejor.
De modo que así lo
hicieron. Simplemente abandonaron las videoconsolas y bajaron las
escaleras, haciendo caso omiso de los cuchicheos de las hermanas
pequeñas de Scott, quienes sentían deferencia por el mejor amigo de
su hermano. Atravesando los pasillos de aquella casa que se asentaba
sobre sí misma en varios pisos, al estilo de las antiguas casas de
Inglaterra, y no de las modernas (como en la que vivía Tommy),
estiradas cual gato echando una siesta reparadora, y bajando
escaleras llegaron al pequeño sótano con las paredes pintadas con
spray, obra de Zayn. Era Antiguamente había sido el trastero
de la familia, pero por su último cumpleaños Scott se había hecho
con el dominio de aquel lugar, y había conseguido lo imposible: un
lugar silencioso para él en el que podría hacer el ruido que
quisiera, sin preocuparse de molestar a los demás. Había instalado
una televisión que casi nunca usaba, un equipo de música que casi
nunca etsaba apagado si él estaba en la habitación, un par de
cojines raídos en el suelo para sentarse, un colchón a un lado (sí,
el colchón era la clave de la importancia de aquel lugar), y varios
aparatos de las ferias permanentes de los centros comerciales.
Como una canasta
con un marcador de puntos.
O una mesa de air
hockey.
O una de billar.
La favorita de los
chicos.
Y en la que habían
pasado muchas más cosas que partidas de billar.
Sin esperar a que
Tommy encontrara el interruptor de la luz, Scott se dirigió a la
pared en la que tenía colgados los tacos, perfectamente cuidados.
Cuando su amigo encendió la luz, ya tenía dos en la mano, y
esperaba impaciente a que Tommy asumiera el papel del Dios creador
que había dicho al inicio de todo “que se haga la luz”.
Le lanzó el taco,
que Tommy cogió al vuelo. Se pasó una mano por el pelo mientras
estudiaba la punta de éste.
-Está bien-gruñó
Scott, molesto porque necesitara hacer la comprobación. Eran sus
tacos. Y era él. Oh, venga, ¿de verdad iba a descuidarlos? ¿Es que
cabía esa posibilidad para alguien?
No vio la cara de
frustración de Tommy, pues estaba demasiado ocupado colocando las
bolas en su lugar. Pero que no la viera no significaba que esa cara
no hubiera existido.
-¿Rompes tú o yo?
-Es tu casa. Es tu
honor-replicó Tommy, recuperando por un segundo valiosísimo la
compostura y haciendo una reverencia. De sus labios se escurrió un
“majestad” lo suficientemente débil como para que ninguno de los
dos lo oyera.
Scott así lo hizo,
y la partida comenzó con el sonido de una canción aleatoria, que
los dos conocían y los dos cantaron en armonía, callándose en le
momento preciso en el que el otro quería cantar. Se conocían desde
que habían nacido, así que no era extraño que tuvieran esa
compenetración. Scott era tan familiar para Tommy como los recovecos
más inusuales de su casa. Y sucedía igual a la inversa.
Y el conocerse tan
bien tenía consecuencias como, por ejemplo, que Scott pudiera
escuchar los pensamientos de Tommy en su propia cabeza, con un margen
de error mínimo.
-Estarás bien-le
animó, dándole una palmada en la espalda. Se refería a Megan.
-No lo creo.
-Llevas estándolo
semanas, así que, ¿qué más dará? Se pasará con el tiempo. Lo
sabes. No vas a morirte por esto. Nadie se muere porque una puta le
deje.
Tommy se volvió
hacia él.
-¿Qué?
-Megan.
-No estaba pensando
en Megan, precisamente. Pensaba más bien en Diana.
-Un clavo saca a
otro clavo. Me alegro de que pienses en la americana-la luz al final
del túnel había hecho acto de presencia, por fin.
-Tío, no es por
eso. Es que... no creo que esté lo bastante bien como para aguantar
a otra tía en casa. Bastante tengo con Eleanor y sus referencias
constantes a Megan. Ya sabes que la adora. Lo único que me faltaba
era una nueva fan de mi ex novia recordándome lo perfecta que es
ella y lo miserable que soy yo por haberla dejado escapar.
-Megan siempre ha
sido como el humo: se extiende por todas partes, pero se escapa entre
los dedos-una de las bolas de Tommy se cayó por el agujero, y Scott
chasqueó la lengua. Se volvió hacia su amigo-. Falta. De nada.
Tommy alzó las
cejas.
-Estoy hablando en
serio.
-Yo también. Te
toca sacar. Haz el favor de meter una de mis bolas, ¿quieres,
matado? Ojo por ojo.
-Hoy por ti, mañana
por mí.
Tommy sacó la bola
blanca en silencio, que golpeó los bordes de la mesa destruyendo la
atmósfera de funeral que se había instaurado entre ellos. En
contadas ocasiones el aire había estado tan cargado entre un Malik y
un Tomlinson, y más cuando se trataba de esos.
-Deberías darle
una oportunidad a Diana.
-Yo creo que no.
-¿No crees que
estará buena? Recuerdo que mis padres hablaron un día de que había
salido en la Vogue. En la portada, sin ir más lejos. Lo cual suena
aterrador.
-He visto cosas más
aterradoras que una tía portada de una revista famosa en la vida
real, créeme.
-Tommy, joder, la
chica no puede ser tan fea. Ya sabes, es... hija de Noemí. Y de
Harry.
-Creo que sí que
es modelo profesional, o algo así-replicó el de los ojos azules,
frotándose la frente. Ni siquiera tenía fuerzas para disparar otra
vez una de las bolas y machacar a Scott. Quería echarse a dormir. Y
eso que todavía no había oscurecido.
Sólo quería
dormir.
Llevaba mucho
tiempo con sueño. Con tanto sueño que incluso el colchón raído
del sótano de Scott le serviría. Lo acogería como si estuviera
hecho de plumas.
-El caso es que da
igual, tío. Mis padres no me dejarían acercarme a ella ni aunque
quisiera.
-¿Por qué?
-Por si la
pervierto, ¿yo qué sé? Se supone que he pervertido a muchas
chicas. Y Diana será una princesita neoyorquina. No puedo
contaminarla con mi alma oscura.
-Tío, hay que
hacer algo. Aunque esa tía sea una princesa, sigue siendo
americana... neoyorquina, como tú has dicho. Creo que las americanas
son una puta pasada. Se las saben todas. Ya me entiendes. Hay que
hacer algo.
-Define “las
americanas son una puta pasada”.
-Son muy zorras,
hermano. Imagínate lo que podríamos hacer tú y yo conquistando el
Nuevo Mundo otra vez. ¿Qué me dices?
Scott le pasó un
brazo por los hombros a Tommy, incitador. Sí, podrían hacer grandes
cosas si se unían. Grandes tiempos se acercaban, y una tormenta se
atisbaba en el horizonte. Lo mejor de volar durante las tormentas era
que, si sobrevivías a una, sobrevivías a todas, y te convertías en
un héroe.
-Tienes vía libre,
hermano-contestó Tommy, sonriendo con tristeza y chocando su taco
con el de Scott, igual que habría hecho de tener unas cervezas en
las manos. Animaría a Scott en su viaje. Le apoyaría
incondicionalmente. Pero no se uniría a él.
Todavía no podría
embarcarse en una nueva aventura. No podría volar.
Sus alas todavía
estaban rotas, y tardarían bastante en curarse.