Era la última prueba.
Y hubiera podido ganarla
de no ser porque era la más difícil de todas, como correspondía a
lo que nos estábamos jugando.
En las pruebas
anteriores, nos habíamos dedicado a salvar obstáculos, luchar los
unos contra los otros, y medir nuestras capacidades físicas de todas
las maneras que se les ocurrían a los vigilantes y a los demás
runners que no estaban por la labor de correr.
Había estado bien
clasificada en casi todas, menos en la que a mí más me importaba:
la de subida al Cristal.
El premio era demasiado
jugoso como para dejarlo en manos de cualquiera, de manera que no
reparamos en gastos en lo que a tecnología se refería.
A los que habíamos
conseguido colocarnos entre los primeros puestos de las demás
pruebas nos habían llevado a una sala aparte y nos habían con un
líquito que reaccionaba a unas pistolas de luz que, más tarde, se
repartirían entre un grupo de runners especializado en la “caza”.
Era nuestro paintball
personal,el que usábamos con luz.
La idea era encontrar
nuestro maletín (porque no había que perdérselo, cada uno tenía
su propio maletín y si tocaba el de los demás se eliminaba a sí
mismo y al dueño de este) sin recibir un solo disparo luminoso de
los cazadores, que ya se habían colocado en sus posiciones.
Así sería como nos
enfrentaríamos de la manera más creíble posible a los peligros que
nos esperaban en la cima del mundo de acero, cemento y cristal.
No se nos permitía
asociarnos.
No se nos permitían
segundas oportunidades.
Estábamos solos contra
el mundo, y a los demás les apetecía bailar.
Los maletines, gracias a
Dios, estaban localizados en las zonas cercanas a la Base. Los
edificios de las familias servían las veces de escondites perfectos
en los que había que entrar sin ser visto (era una acuerdo tácito
entre los runners y su factoría; los niños sólo verían aquello
que nosotros no podíamos ocultar, y no haríamos alarde de nuestros
juegos, en los que algunos llegaban a echarse algunas risas, para que
ellos no fueran unos locos temerarios en un futuro no muy lejano).
Llevaba varias horas
dando vueltas alrededor de la Base, escuchando los pitidos que le
permitían poner a Puck en mi oído cuando me acercaba a mi maletín.
No tenía ni idea de dónde estaba, y el capitán del equipo ya había
sido seleccionado: un muchacho de cuerpo atlético que había ido
como una flecha al lugar en el que habían escondido su trofeo, como
si supiera exactamente dónde debía mirar. Él había achacado este
éxito a sus grandes “corazonadas”, pero yo también servía para
mucho si alguien me susurraba como un fantasma al oído a dónde
cojones tenía que mirar.
-Han encontrado otro-me
informó una voz metálica muy lejana. Puse los ojos en blanco, en
parte porque los pinganillos eran una mierda, y en parte porque cada
vez estaba más cerca de quedarme fuera del equipo y no cumplir la
promesa que le había hecho a Blueberry. No podría meterla dentro si
ni siquiera yo lo había conseguido.
Me acerqué a una pared
y la inspeccioné, en busca de recovecos o algo con lo que pudiera
escalar. La acaricié con la yema de los dedos y estudié las formas
que hacía el cemento en esa zona; pequeñas figuras danzaban en su
interior, tan pegadas entre ellas que te costaba distinguirlas, pero
lo suficientemente separadas como para saber qué ahí detrás había
algo interesante.
El cemento estaba seco,
pero, claro, los maletines se colocaban nada más empezar la subasta.
Una parte de los vigilantes se iba y los dejaba en sus respectivos
lugares, cuidando, eso sí, de que el localizador que los situaba se
mantuviera encendido para que los demás, que no habían estado en el
momento de la colocación, pudieran orientarnos.
Aquellos localizadores
llevaban casi tres días emitiendo una señal silenciosa que sólo
los ordenadores de la Base programados para ello podían captar y
traducir.
Miré a mi alrededor,
buscando algo con lo que romper la pared. Tras encontrar un ladrillo
muy oportuno, lo lancé contra el muro gris. No pasó nada. Torcí el
gesto.
Una sombra apareció por
la par superior del edificio y me cubrió en tinieblas,
interponiéndose entre el sol y yo.
-¿Has encontrado algo?
-Esta pared no estaba
aquí hace una semana.
-Cada día son más
hijos de puta-replicó la sombra, girándose y devolviéndome al
calor de la luz que provenía del astro rey. Escuché un golpe sordo
y Taylor apareció a mi lado. Me besó en los labios sin prisa, como
si supiera que teníamos tiempo de sobra, cuando nadie sabía en qué
momento exacto se encontraría el último maletín válido y nos
llamarían para volver a casa.
El beso se revolvió en
mis entrañas.
Esto está mal, pensé
para mis adentros, pensando que estaba rompiendo todas las reglas
dejando que sus labios tocaran los míos en plena competición... y
también sosteniendo el rostro de Louis entre unas manos hipotéticas
e invisibles que no hacían más que acariciar sus facciones y amar
su bello rostro, a pesar del asco que me producía en lo más
profundo de mi ser.
-Tienes que irte. Tal
vez sea el mío.
-O el mío.
-Yo lo he encontrado
primero, y si es el tuyo, cuenta como una ayuda.
-No, si te digo qué voy
a hacer y tú eres más rápida que yo.
Fruncí el ceño.
-No necesito tu ayuda,
puedo arreglármelas yo solita-dije, dándome la vuelta y cruzando
los brazos. Los guantes sin dedos se engancharon con mi codillera,
pero fingí no darme cuenta. Oteé el horizonte, mandándole a Wolf
mensajes telepáticos para que se pirara.
-¿Qué te pasa, Cyn?
-Soy Kat-ladré, dándome
la vuelta y fulminándolo con la mirada-.Y estoy bien. Estoy
trabajando, a diferencia de ti, por conseguir que se me valore lo
suficiente para llegar a ser digna de lo que deseo
-Creía que yo era lo
que deseabas.
-Entre otras
cosas-espeté, pero, ¿era verdad, o sólo lo decía para quedar
bien? Esperaba estar diciendo la verdad-. Pero ahora no es momento de
decidir qué deseo yo o no. Vete.
-¿Eso es que quieres
que me vaya?
-Sí, quiero que te
vayas.
-Entonces, ya es un
deseo, Cyn.
Suspiré, negué con la
cabeza y volví a girarme, solo que esta vez no me quedé quieta,
sino que eché a correr alrededor de la casa, buscando un lugar por
el que entrar.
Me colé por una ventana
y fui abriendo puertas y puertas hasta que encontré la zona que
habían hecho nueva. Se notaba mucho que aquella habitación había
sido retocada recientemente, porque no se habían molestado en
limpiar los escombros que produjeron al tirar abajo la pared ni el
polvo de aborto de cemento que se trataba de preparar.
Arranqué una pata de la
cama que ya nadie utilizaba y me dediqué a abrir aquel puñetero
muro hasta que, por fin, se desmoronó lo suficiente para meter los
dedos y poder arrancar la pared a cachitos que fueron creciendo en
tamaño.
-Por favor, que sea el
mío, por favor, que sea el mío-susurré mientras notaba cómo mis
músculos protestaban por el esfuerzo al que los sometía y cómo el
polvo que estaba levantando se me pegaba a la piel.
Por fin, en la oscuridad
se alzó una caja amarilla con una correa a un lado. Sonreí para mis
adentros, y estiré la mano para agarrar la correa cuando me detuvo
un pitido en mi oído.
Mi maletín no era ese.
Estaba lejos del mío.
Casi eche la casa abajo
cuando me ayudé de la pata de la mesa y vi un lobo pintado a toda
prisa en uno de sus extremos.
De haber tenido una
granada, la habría usado para reventar la pared del edificio, pero
como no tenía nada parecido entre mis manos, tuve que joderme y
buscar la salida.
-Es el tuyo-le dije a
Wolf desde la azotea. Alcé la mirada y estudié la Base. Varios de
los cazadores estaban dando una vuelta alrededor del hongo en que
vivíamos, lo cual era bastante sospechoso.
Wolf frunció el ceño.
-¿Cómo lo sabes?
-Porque tiene un lobo.
-No voy a cogerlo. Lo
has encontrado tú.
-¿Y qué? Es problema
mío. Yo de ti iría a buscarlo. Subir al Cristal no es moco de pavo.
-Ya he ido una vez.
-Ya-bufé, ayudándome
de una tubería para caer al suelo.
-Así tú no tendrás
oportunidad de ir-me agarró del brazo para detenerme, y nuestros
ojos se encontraron, claro contra oscuro, azabache contra verde.
Observé su pelo, tan negro, y el mío, tan rojo. Yo era fuego y
podría quemarlo.
-No quiero tu jodida
caridad. Vete. Abre el maletín. Sube al Cristal. O vete a la mierda
si con eso vas a estar contento, porque es lo que te mereces-con una
sacudida, me zafé de su abrazo, y me dispuse a caminar de vuelta a
la alambrada, alejándome de él. La última vez que había tenido un
presentimiento tan fuerte, había acertado de pleno.
Me imaginé cómo me
observaba con la boca abierta y los ojos como platos, sin poder
creerse mi repentino arranque de ira, y cómo terminaba entrando en
la casa para abrir el maletín y ver el equipo que debía llevar a la
base. Y pensar que a ninguno de los dos nos habían disparado con las
pistolas láser a pesar de que él se lo merecía más que los que se
habían ido, fueran quienes fueran...
-Han encontrado
otro-susurró la voz en el interior de mi oído, y fue tal mi
arranque de rabia, tal la decepción porque creía que me iba a ceder
ese paso, que me quité el pinganillo del oído, lo pisé y me
deleité con cómo se hacía añicos, y salí disparada a la puerta
de la Base.
Saqué la pistola,
dispuesta a pegarle un tiro a quien se atreviera a interponerse en mi
camino, y avancé por los pasillos del interior. El edificio con
forma de coliflor estaba desierto, pues todo el mundo estaba viendo
qué hacíamos en unas pantallas que usaban las cámaras de seguridad
que había instaladas en puntos estratégicos. No había cobertura de
toda la Base, pero algo era algo, y se nos tenía bien localizados
siempre y cuando llevásemos el pinganillo.
Sonreí. Ahora era
invisible.
Avancé sin percances
hasta las escaleras, y me lancé como un bólido a subirlas. No me
fiaba una puta mierda del ascensor, pues en cualquier momento alguien
podía hacerlo parar y estropear mis planes, mandarme a casa con las
manos vacías, y la culpa sería solamente mía.
De una patada, eché
abajo la puerta a la azotea, y corrí como alma que lleva el diablo a
la cajita amarillenta que había allí plantada, esperando mi llegada
con impaciencia. Me detuve en seco a dos pasos, me acuclillé y la
estudié a fondo, buscando lo que terminé encontrando.
El dibujo de un gato.
Estaba salvada.
Estaba dentro.
Cogí la caja entre mis
manos, abrí el maletín e inspeccioné su interior. Estaba vacío.
Fruncí el ceño, bastante decepcionada. Creía que, después de
todo, nos darían algún premio por estar entre los primeros. Aunque
fuera una triste barra de chocolate. Algo.
Miré en derredor, me
acerqué al borde de la azotea, y desde allí me sentí la reina del
mundo. Era comparable a volar, lo veía todo: la bahía de la ciudad,
el Cristal presidiéndola con orgullo, los centros comerciales que se
apiñaban entre ellos, intentando robarse clientes, las manzanas que
iban aumentando su altura a medida que se acercaban a la capital de
la ciudad, los barrios más sucios por los que no había pasado aún
el servicio de limpieza, el hospital allá al fondo, extendiéndose
con el orgullo de un salvador, los runners de otras zonas que se
encargaban de nuestras misiones, un par de ángeles (!!!!) surcando
los cielos, comprobando que todo estaba en orden; niños jugando dos
calles más allá, nuestros propios runners, que aún no habían
encontrado su maletín.
Me enamoré tanto de
aquella vista que me convencí de que necesitaba subir al Cristal y
bajar para contarlo. Todos lo necesitábamos. Al menos una vez en la
vida.
En silencio, regresé a
la arena, utilizando de escudo anti disparos inofensivos el maletín
que certificaba que yo era una de las ganadoras.
Cuando entré en la
arena, todo el mundo se puso en pie, jaleando mi nombre como nunca
habían hecho antes. Me coloqué en uno de los pedestales que había
en medio de la arena, y me alegré de encontrarme con Blondie allí,
contemplando la multitud que nos aclamaba como a diosas que habían
bajado a la tierra para prometer un futuro mejor.
Probablemente lo
fuéramos.
Apenas pasó un minuto
de mi entrada cuando Taylor hizo la suya, con los brazos en alto y
recibiendo la admiración de todos. Se colocó en el pedestal a mi
lado. Yo, instintivamente, di un paso para alejarme de él, del cual
se percató. Frunció los labios un segundo, su sonrisa se
empequeñeció, pero rápidamente recuperó el terreno y se hizo con
toda la superficie de su cara.
-Queda un
maletín-anunció una voz, acallando a todos los que habían
prorrumpido en vítores. La pantalla se dividió en varias partes,
cada una persiguiendo a un runner distinto.
El siguiente maletín no
se encontró hasta varios días después, lo que llevó al
desinterés. Los mejores habíamos pasado la prueba de fuego, así
que el que estaba tardando tanto no merecía realmente la celebración
de los demás.
El último día era el
día en que los runners de otras secciones entraban a nuestra Base
para darnos la comida que les sobraba. Era un día especialmente
ajetreado, y, teniendo en cuenta que aún no habíamos terminado con
nuestra subasta, una amplia avalancha de curiosos que querían vivir
su primera subasta cuanto antes se las ingeniaron para traer las
cosas que necesitábamos.
Yo había bajado a
entrenarme, aprovechando que las mejores zonas estarían libres,
cuando me lo encontré.
Me agarró de las manos
y me arrastró a una zona oscura, donde no había nadie. Sus ojos
azul cielo se clavaron en los míos, y yo me quedé sin aliento.
Lo único que pude
pensar con normalidad antes de que me besara fue ¿Dónde están
sus alas?
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