jueves, 15 de mayo de 2014

Kat.

Era la última prueba.
Y hubiera podido ganarla de no ser porque era la más difícil de todas, como correspondía a lo que nos estábamos jugando.
En las pruebas anteriores, nos habíamos dedicado a salvar obstáculos, luchar los unos contra los otros, y medir nuestras capacidades físicas de todas las maneras que se les ocurrían a los vigilantes y a los demás runners que no estaban por la labor de correr.
Había estado bien clasificada en casi todas, menos en la que a mí más me importaba: la de subida al Cristal.
El premio era demasiado jugoso como para dejarlo en manos de cualquiera, de manera que no reparamos en gastos en lo que a tecnología se refería.
A los que habíamos conseguido colocarnos entre los primeros puestos de las demás pruebas nos habían llevado a una sala aparte y nos habían con un líquito que reaccionaba a unas pistolas de luz que, más tarde, se repartirían entre un grupo de runners especializado en la “caza”.
Era nuestro paintball personal,el que usábamos con luz.
La idea era encontrar nuestro maletín (porque no había que perdérselo, cada uno tenía su propio maletín y si tocaba el de los demás se eliminaba a sí mismo y al dueño de este) sin recibir un solo disparo luminoso de los cazadores, que ya se habían colocado en sus posiciones.
Así sería como nos enfrentaríamos de la manera más creíble posible a los peligros que nos esperaban en la cima del mundo de acero, cemento y cristal.
No se nos permitía asociarnos.
No se nos permitían segundas oportunidades.
Estábamos solos contra el mundo, y a los demás les apetecía bailar.
Los maletines, gracias a Dios, estaban localizados en las zonas cercanas a la Base. Los edificios de las familias servían las veces de escondites perfectos en los que había que entrar sin ser visto (era una acuerdo tácito entre los runners y su factoría; los niños sólo verían aquello que nosotros no podíamos ocultar, y no haríamos alarde de nuestros juegos, en los que algunos llegaban a echarse algunas risas, para que ellos no fueran unos locos temerarios en un futuro no muy lejano).
Llevaba varias horas dando vueltas alrededor de la Base, escuchando los pitidos que le permitían poner a Puck en mi oído cuando me acercaba a mi maletín. No tenía ni idea de dónde estaba, y el capitán del equipo ya había sido seleccionado: un muchacho de cuerpo atlético que había ido como una flecha al lugar en el que habían escondido su trofeo, como si supiera exactamente dónde debía mirar. Él había achacado este éxito a sus grandes “corazonadas”, pero yo también servía para mucho si alguien me susurraba como un fantasma al oído a dónde cojones tenía que mirar.
-Han encontrado otro-me informó una voz metálica muy lejana. Puse los ojos en blanco, en parte porque los pinganillos eran una mierda, y en parte porque cada vez estaba más cerca de quedarme fuera del equipo y no cumplir la promesa que le había hecho a Blueberry. No podría meterla dentro si ni siquiera yo lo había conseguido.
Me acerqué a una pared y la inspeccioné, en busca de recovecos o algo con lo que pudiera escalar. La acaricié con la yema de los dedos y estudié las formas que hacía el cemento en esa zona; pequeñas figuras danzaban en su interior, tan pegadas entre ellas que te costaba distinguirlas, pero lo suficientemente separadas como para saber qué ahí detrás había algo interesante.
El cemento estaba seco, pero, claro, los maletines se colocaban nada más empezar la subasta. Una parte de los vigilantes se iba y los dejaba en sus respectivos lugares, cuidando, eso sí, de que el localizador que los situaba se mantuviera encendido para que los demás, que no habían estado en el momento de la colocación, pudieran orientarnos.
Aquellos localizadores llevaban casi tres días emitiendo una señal silenciosa que sólo los ordenadores de la Base programados para ello podían captar y traducir.
Miré a mi alrededor, buscando algo con lo que romper la pared. Tras encontrar un ladrillo muy oportuno, lo lancé contra el muro gris. No pasó nada. Torcí el gesto.
Una sombra apareció por la par superior del edificio y me cubrió en tinieblas, interponiéndose entre el sol y yo.
-¿Has encontrado algo?
-Esta pared no estaba aquí hace una semana.
-Cada día son más hijos de puta-replicó la sombra, girándose y devolviéndome al calor de la luz que provenía del astro rey. Escuché un golpe sordo y Taylor apareció a mi lado. Me besó en los labios sin prisa, como si supiera que teníamos tiempo de sobra, cuando nadie sabía en qué momento exacto se encontraría el último maletín válido y nos llamarían para volver a casa.
El beso se revolvió en mis entrañas.
Esto está mal, pensé para mis adentros, pensando que estaba rompiendo todas las reglas dejando que sus labios tocaran los míos en plena competición... y también sosteniendo el rostro de Louis entre unas manos hipotéticas e invisibles que no hacían más que acariciar sus facciones y amar su bello rostro, a pesar del asco que me producía en lo más profundo de mi ser.
-Tienes que irte. Tal vez sea el mío.
-O el mío.
-Yo lo he encontrado primero, y si es el tuyo, cuenta como una ayuda.
-No, si te digo qué voy a hacer y tú eres más rápida que yo.
Fruncí el ceño.
-No necesito tu ayuda, puedo arreglármelas yo solita-dije, dándome la vuelta y cruzando los brazos. Los guantes sin dedos se engancharon con mi codillera, pero fingí no darme cuenta. Oteé el horizonte, mandándole a Wolf mensajes telepáticos para que se pirara.
-¿Qué te pasa, Cyn?
-Soy Kat-ladré, dándome la vuelta y fulminándolo con la mirada-.Y estoy bien. Estoy trabajando, a diferencia de ti, por conseguir que se me valore lo suficiente para llegar a ser digna de lo que deseo
-Creía que yo era lo que deseabas.
-Entre otras cosas-espeté, pero, ¿era verdad, o sólo lo decía para quedar bien? Esperaba estar diciendo la verdad-. Pero ahora no es momento de decidir qué deseo yo o no. Vete.
-¿Eso es que quieres que me vaya?
-Sí, quiero que te vayas.
-Entonces, ya es un deseo, Cyn.
Suspiré, negué con la cabeza y volví a girarme, solo que esta vez no me quedé quieta, sino que eché a correr alrededor de la casa, buscando un lugar por el que entrar.
Me colé por una ventana y fui abriendo puertas y puertas hasta que encontré la zona que habían hecho nueva. Se notaba mucho que aquella habitación había sido retocada recientemente, porque no se habían molestado en limpiar los escombros que produjeron al tirar abajo la pared ni el polvo de aborto de cemento que se trataba de preparar.
Arranqué una pata de la cama que ya nadie utilizaba y me dediqué a abrir aquel puñetero muro hasta que, por fin, se desmoronó lo suficiente para meter los dedos y poder arrancar la pared a cachitos que fueron creciendo en tamaño.
-Por favor, que sea el mío, por favor, que sea el mío-susurré mientras notaba cómo mis músculos protestaban por el esfuerzo al que los sometía y cómo el polvo que estaba levantando se me pegaba a la piel.
Por fin, en la oscuridad se alzó una caja amarilla con una correa a un lado. Sonreí para mis adentros, y estiré la mano para agarrar la correa cuando me detuvo un pitido en mi oído.
Mi maletín no era ese. Estaba lejos del mío.
Casi eche la casa abajo cuando me ayudé de la pata de la mesa y vi un lobo pintado a toda prisa en uno de sus extremos.
De haber tenido una granada, la habría usado para reventar la pared del edificio, pero como no tenía nada parecido entre mis manos, tuve que joderme y buscar la salida.
-Es el tuyo-le dije a Wolf desde la azotea. Alcé la mirada y estudié la Base. Varios de los cazadores estaban dando una vuelta alrededor del hongo en que vivíamos, lo cual era bastante sospechoso.
Wolf frunció el ceño.
-¿Cómo lo sabes?
-Porque tiene un lobo.
-No voy a cogerlo. Lo has encontrado tú.
-¿Y qué? Es problema mío. Yo de ti iría a buscarlo. Subir al Cristal no es moco de pavo.
-Ya he ido una vez.
-Ya-bufé, ayudándome de una tubería para caer al suelo.
-Así tú no tendrás oportunidad de ir-me agarró del brazo para detenerme, y nuestros ojos se encontraron, claro contra oscuro, azabache contra verde. Observé su pelo, tan negro, y el mío, tan rojo. Yo era fuego y podría quemarlo.
-No quiero tu jodida caridad. Vete. Abre el maletín. Sube al Cristal. O vete a la mierda si con eso vas a estar contento, porque es lo que te mereces-con una sacudida, me zafé de su abrazo, y me dispuse a caminar de vuelta a la alambrada, alejándome de él. La última vez que había tenido un presentimiento tan fuerte, había acertado de pleno.
Me imaginé cómo me observaba con la boca abierta y los ojos como platos, sin poder creerse mi repentino arranque de ira, y cómo terminaba entrando en la casa para abrir el maletín y ver el equipo que debía llevar a la base. Y pensar que a ninguno de los dos nos habían disparado con las pistolas láser a pesar de que él se lo merecía más que los que se habían ido, fueran quienes fueran...
-Han encontrado otro-susurró la voz en el interior de mi oído, y fue tal mi arranque de rabia, tal la decepción porque creía que me iba a ceder ese paso, que me quité el pinganillo del oído, lo pisé y me deleité con cómo se hacía añicos, y salí disparada a la puerta de la Base.
Saqué la pistola, dispuesta a pegarle un tiro a quien se atreviera a interponerse en mi camino, y avancé por los pasillos del interior. El edificio con forma de coliflor estaba desierto, pues todo el mundo estaba viendo qué hacíamos en unas pantallas que usaban las cámaras de seguridad que había instaladas en puntos estratégicos. No había cobertura de toda la Base, pero algo era algo, y se nos tenía bien localizados siempre y cuando llevásemos el pinganillo.
Sonreí. Ahora era invisible.
Avancé sin percances hasta las escaleras, y me lancé como un bólido a subirlas. No me fiaba una puta mierda del ascensor, pues en cualquier momento alguien podía hacerlo parar y estropear mis planes, mandarme a casa con las manos vacías, y la culpa sería solamente mía.
De una patada, eché abajo la puerta a la azotea, y corrí como alma que lleva el diablo a la cajita amarillenta que había allí plantada, esperando mi llegada con impaciencia. Me detuve en seco a dos pasos, me acuclillé y la estudié a fondo, buscando lo que terminé encontrando.
El dibujo de un gato.
Estaba salvada.
Estaba dentro.
Cogí la caja entre mis manos, abrí el maletín e inspeccioné su interior. Estaba vacío. Fruncí el ceño, bastante decepcionada. Creía que, después de todo, nos darían algún premio por estar entre los primeros. Aunque fuera una triste barra de chocolate. Algo.
Miré en derredor, me acerqué al borde de la azotea, y desde allí me sentí la reina del mundo. Era comparable a volar, lo veía todo: la bahía de la ciudad, el Cristal presidiéndola con orgullo, los centros comerciales que se apiñaban entre ellos, intentando robarse clientes, las manzanas que iban aumentando su altura a medida que se acercaban a la capital de la ciudad, los barrios más sucios por los que no había pasado aún el servicio de limpieza, el hospital allá al fondo, extendiéndose con el orgullo de un salvador, los runners de otras zonas que se encargaban de nuestras misiones, un par de ángeles (!!!!) surcando los cielos, comprobando que todo estaba en orden; niños jugando dos calles más allá, nuestros propios runners, que aún no habían encontrado su maletín.
Me enamoré tanto de aquella vista que me convencí de que necesitaba subir al Cristal y bajar para contarlo. Todos lo necesitábamos. Al menos una vez en la vida.
En silencio, regresé a la arena, utilizando de escudo anti disparos inofensivos el maletín que certificaba que yo era una de las ganadoras.
Cuando entré en la arena, todo el mundo se puso en pie, jaleando mi nombre como nunca habían hecho antes. Me coloqué en uno de los pedestales que había en medio de la arena, y me alegré de encontrarme con Blondie allí, contemplando la multitud que nos aclamaba como a diosas que habían bajado a la tierra para prometer un futuro mejor.
Probablemente lo fuéramos.
Apenas pasó un minuto de mi entrada cuando Taylor hizo la suya, con los brazos en alto y recibiendo la admiración de todos. Se colocó en el pedestal a mi lado. Yo, instintivamente, di un paso para alejarme de él, del cual se percató. Frunció los labios un segundo, su sonrisa se empequeñeció, pero rápidamente recuperó el terreno y se hizo con toda la superficie de su cara.
-Queda un maletín-anunció una voz, acallando a todos los que habían prorrumpido en vítores. La pantalla se dividió en varias partes, cada una persiguiendo a un runner distinto.
El siguiente maletín no se encontró hasta varios días después, lo que llevó al desinterés. Los mejores habíamos pasado la prueba de fuego, así que el que estaba tardando tanto no merecía realmente la celebración de los demás.
El último día era el día en que los runners de otras secciones entraban a nuestra Base para darnos la comida que les sobraba. Era un día especialmente ajetreado, y, teniendo en cuenta que aún no habíamos terminado con nuestra subasta, una amplia avalancha de curiosos que querían vivir su primera subasta cuanto antes se las ingeniaron para traer las cosas que necesitábamos.
Yo había bajado a entrenarme, aprovechando que las mejores zonas estarían libres, cuando me lo encontré.
Me agarró de las manos y me arrastró a una zona oscura, donde no había nadie. Sus ojos azul cielo se clavaron en los míos, y yo me quedé sin aliento.
Lo único que pude pensar con normalidad antes de que me besara fue ¿Dónde están sus alas?

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