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Marge entró en el aula con gesto desenfadado, recuperándose aún de la carrera, y se acercó a su compañero, que la había observado con curiosidad. En los ojos del hombre se notaba una admiración y un cariño que pocas veces se dejaba ver, lo que complació sumamente a la anciana.
Marge entró en el aula con gesto desenfadado, recuperándose aún de la carrera, y se acercó a su compañero, que la había observado con curiosidad. En los ojos del hombre se notaba una admiración y un cariño que pocas veces se dejaba ver, lo que complació sumamente a la anciana.
-Puedes irte,
Louis, ya me encargo yo de ellos.
Louis se levantó
de la silla e hizo un gesto para que su compañera de departamento
tomase asiento. Ella sonrió, se pasó las manos por las mejillas, y
se sentó con el porte digno de la más alta nobleza del país que en
más estima tenía a los que eran de sangre azul. Inglesa tenía
que ser pensó Erika para sí misma, admirando la elegancia que
había pasado a desprender aquella que hacía escasos segundos había
perdido lo poco que tenía.
Comparó
mentalmente con los registros que tenía, y llegó a la conclusión
de que estaba muy alta en su lista de personas elegantes. De hecho,
se merecía la medalla de plata.
La primera,
siempre, iba a tenerla Audrey Hepburn.
-¿Estarás
bien?-replicó él, metiéndose las manos en los bolsillos, en una
actitud juvenil que no casaba demasiado bien con la ropa bien cuidada
que llevaba a trabajar. Marge alzó un dedo en dirección a la
puerta, enguantado en negro, y asintió con la cabeza. Luego, la
inclinó.
-Hasta luego,
Erika, querida. Ya nos veremos más tarde.
-Adiós, Marge.
Suerte, chicos-dijo ella, volviéndose a los estudiantes, que habían
dejado de escribir. Se levantaron murmullos de agradecimiento, unos
por la frase, otros por regalarles buenas vistas al estar allí
presente.
Ya en el pasillo,
Louis la agarró por la cintura y le plantó un sonoro beso,
asegurándose de que nadie pudiera escucharlos.
-Ese es mi vestido
favorito-comentó, observando la indumentaria que traía su mujer.
Ella asintió, sonriente, y alzó un poco la falda para examinar la
tela de aquella pequeña obra de arte que, de seguro, jamás se
valoraría como merecía.
-He pensado que tal
vez necesitaríamos convencer.
-Tú convences
mejor desnuda.
Eri le dio un golpe
en el hombro, y Louis se echó a reír.
Bajaron juntos las
escaleras, cruzaron pasillos, se encontraron con compañeros de Louis
y ex compañeros de Eri, que aún la recordaban de cuando había sido
profesora de Español. En un principio había sido sustituta, pero
cuando el que la impartía empeoró en la enfermedad que lo dejó en
cama durante casi dos años, la hicieron fija. Eso sí, ella había
compartido sueldo con el sustituido, padre de familia que apenas
podía permitirse el enfermar. ¿Para qué lo necesitaba, si ella
misma era rica? Era una tontería quedarse con ese dinero cuando
otros lo necesitaban más.
De ahí que
accediera a las cosas que accedió a lo largo de su vida.
De vuelta en la
secretaría, una de las ayudantes del director apenas alzó la vista
de sus gafas para contemplar a los recién llegados.
-¿Les espera el
director?-preguntó, firmando unos diplomas que llevaban allí más
tiempo que ella. Eri asintió inconscientemente; sin embargo, fue
Louis el que habló.
-Sí, le he pedido
diez minutos al señor Fitz.
-¿Tiene cita?
-¿Es verdadera
mente necesario, Rosalie? Es decir... trabajo aquí, ¿recuerdas?
La mujer por fin
alzó la vista. Parpadeó lentamente.
-Sí, lo recuerdo.
Tomlinson y... Tomlinson-sonrió, divertida por aquella broma que
sólo tenía gracia para ella. Eri le devolvió la sonrisa, sin saber
a ciencia cierta de qué se reía: si de ella o de sí misma-. Fitz
ahora está ocupado, os recibirá en unos minutos.
-Vale.
-Podéis esperar
dentro, si queréis-murmuró, observando a una pareja que trataba de
escabullirse. Se inclinó sobre su ventanilla y comenzó a gritar
mientras el matrimonio desaparecía por una de las puertas que
llevaban al pasillo-: ¡Eh! ¡Eh! ¿A dónde vais vosotros? ¿Y
vuestra autorización?
Para esas cosas
siempre levantaba la cabeza; era una verdadero lince.
Las pocas veces en
las que Erika había entrado en esa sala se había sentido
maravillada del esplendor del que hacía ostentación el colegio. No
tenía ninguna historia particular; se había construido el siglo
pasado, había sido una universidad durante casi toda su historia
hasta que, en el siglo XX, los dueños del edificio decidieron que
sería mucho más rentable montar allí una escuela. Pero esa
carencia de historia de la que hacían alarde gran parte de los
colegios, especialmente los más prestigiosos del país, no tenía
nada que envidiar debido precisamente a las obras de arte que se
conservaban dentro de ciertas salas, como era el caso de aquella.
Eri se acercó a la
ventana mientras Louis se dejaba caer en un sillón. Había tenido
clase con los grupos más jóvenes, de los más parlanchines y
rebeldes, de modo que estaba lo bastante agotado como para no fijarse
en cómo su mujer echaba un vistazo fuera, en dirección a los
jardines, maravillándose con aquel pequeño oasis del que los
estudiantes no podían disfrutar. Luego, Eri se giró sobre sus
tacones y se plantó de nuevo cara a la sala. Contempló los enormes
cuadros, las cortinas lamiendo el borde de las ventanas, los
candelabros... todo era tan del siglo XIX, o incluso del XVIII, que
no hacía más que encandilarla.
Louis levantó la
mirada y la estudió con sus ojos color mar, los que, por suerte,
había heredado su primogénito y su hija más pequeña.
-¿Sabes que
todavía se te nota?
Eri frunció el
ceño, fastidiada porque su ensoñación de ser una princesa de
cuento de hadas correteando en un castillo que conocía mejor que la
palma de su mano, con vestidos kilométricos que dejaban el suelo
impoluto a su paso, se evaporó con la voz de Louis.
-¿El qué?
La sonrisa
orgullosa de él, escondida tras su mano, le hizo saber de qué iba
la cosa.
-¡Louis!-le
recriminó ella. Él levantó las manos.
-Ni siquiera he
dicho nada, nena. Relájate.
-Siempre te sales
con la tuya, ¿eh?-rió ella, sentándose en las rodillas de él y
dándole un beso. La adrenalina de la posibilidad de ser pillados no
hacía más que aumentar el hambre de aquella bestia que Louis había
desatado, y Eri tenía miedo de lo que podía hacer, pues, en ese
momento, no conocía sus límites en absoluto.
-Sí.
-Quisiste ser
cantante, y lo conseguiste. Quisiste ser futbolista, y también lo
conseguiste. Quisiste ser famoso, cambiar las cosas, y lo
conseguiste. ¿Me dejo algo?
-Sí. Quise casarme
con la mejor mujer que uno pueda tener... y te conseguí.
-Te daría otro
hijo más aquí mismo si no estuviéramos tan cerca del peligro.
La sonrisa de Louis
se hizo más amplia, lo que envalentonó a la mujer para darle un
beso en el cuello antes de levantarse en el momento justo, como
inspirada por un ente divino que le tenía especial aprecio. Así,
justo cuando ella se encontraba de pie junto a él, se abrió la
puerta que daba al despacho del director del colegio. Una de muchas.
El director Fitz,
un hombre entrado en años de piel oscura que me recordaba mucho a la
de Zayn, hizo un gesto con la cabeza invitándolos a pasar. Su
expresión se volvió mucho menos dura cuando sus ojos pasaron de los
del hombre a los de la mujer. No esperaba la visita femenina; lo cual
parecía agradarle. Seguramente esperara una especie de pelea de
gallos con Louis. Estaría más que acostumbrado a enfrentarse a
aquel antiguo muchacho bajo que luchaba contra el mundo con una
ferocidad desconocida en nadie, excepto en él. Eri sonrió para sus
adentros, reconociendo que debía ser extremadamente complicado
trabajar con Louis.
Ella se giró un
poco para comprobar que él la seguía y, cuando sintió sus pasos
detrás de sí, se irguió cuan larga era (y cuan sus tacones la
alzaban del suelo) y se metió en el gran despacho.
Recordaba
perfectamente la última vez que había estado allí... y por qué
había estado. La razón principal (la única, en realidad) había
sido Tommy en su cambio de actitud. Y era por eso, precisamente, por
lo que el director del instituto se mostraba extrañado de que la
pareja se hubiera dejado caer por allí.
-¿Es que Thomas ha
hecho algo más?
Hacía tiempo, ese
“más” les habría resultado a los Tomlinson algo terriblemente
ofensivo. Sería cosa del apellido, pues el caso era que los dos
tenían un orgullo que se hería con facilidad, y que casi nadie
podía controlar en el caso de querer hacer daño pero no querer
herir aquel ego de estrellas. Eri era peor que Louis en este aspecto;
Louis se sabía con poder, porque había nacido con ese nombre
(bueno, casi), había crecido con él y manejaba a la perfección
todo lo que éste implicaba. Eri, no. Eri sabía que la misma
facilidad con que se había ganado ese nombre y el respeto que éste
conllevaba, podría perderlo. No porque Louis fuera a dejarla (algo
posible pero improbable), sino porque sentía que, si se aferraba
demasiado al poder de aquel apellido que tanta gente había deseado y
sólo una entre millones y millones había conseguido, ese poder
desaparecería, y regresaría a la fuente originaria. Sabía que si
tenía peso en la sociedad, ya no era por aquellos logros del pasado,
aquel disco preparado que en realidad apenas vio la luz, aquella gala
en la que fue la estrella más brillante... sino la boda en que pasó
de ser una mujer soltera a una mujer casada.
-No estamos aquí
por nuestro hijo-respondió Eri, sabiendo que en la garganta de Louis
estaba surgiendo una nueva respuesta condescendiente, respuesta que
no se podían permitir aquí. El director Fitz miró confundido a su
empleado, y luego volvió los ojos a su ex empleada... mucho más
bonita.
-¿Y en qué puedo
ayudarles?
Eri miró a Louis,
que bajó la vista hacia sus pies un momento, y luego contempló a su
esposa. Asintió imperceptiblemente con la cabeza. Una bola de fuego
ardía en el pecho de la mujer, que luchó por hacer que, bajo ningún
concepto, iluminara sus mejillas. Aquello era una partida de póquer,
la más importante de las que había librado hasta la fecha.
-Necesitaríamos
saber si habría sitio en el instituto para una estudiante más.
Los ojos del señor
Fitz bajaron derechos al vientre de la mujer, que negó con la
cabeza. Louis se irguió en su silla. Si vuelves a mirarla así,
te mataré, ladraba con los ojos. Eri posó una mano en las suyas
y le acarició despacio la muñeca.
-No creo que sea
para ahora, señora Tomlinson.
Eri se echó a
reír, negando con la cabeza y haciendo que sus rizos le arrancaran
brillos de dulce chocolate al sol.
-Oh, desde luego,
no es para ninguno de mis hijos, eso por supuesto-se encogió de
hombros-. Simplemente hemos recibido el encargo de un amigo, y...
estaría bien que la chica viniera al mismo instituto que sus...
“primos”-hizo el gesto de las comillas con los dedos y se encogió
de hombros, haciendo ver que aquello no era decisión suya, aunque en
realidad era así. Sin embargo, lo había hablado con Louis, y si
apelaba a una potestad diferente de la suya, se veía con más
posibilidades de llevarse el gato al agua.
-Diana Styles.
Seguramente sepa quién es.
-¿La hija de Harry
Styles?-preguntó el hombre, inclinándose en su asiento y
limpiándose la frente con un pañuelo. Se estaba poniendo nervioso,
lo cual era bueno. Louis miró a Erika en el momento justo en que una
de las comisuras de su boca se alzaban imperceptiblemente. Le gustaba
sentirse así, abusar de aquel cuerpo tan trabajado y que tanto le
había hecho sufrir, para conseguir lo que quería. Al menos así era
si se trataba del método más rápido.
-¿Se puede saber
el motivo del traslado?
-Es personal-atajó
Louis antes de que Eri elucubrara y comenzara a montar una historia
cuya trama sería casi imposible de seguir.
-¿Lo suficiente
como para que no lo sepa el director del hipotético
instituto?-replicó Fitz, ajustándose sus gafas y negando con la
cabeza, disgustado. Eri se inclinó hacia delante. A Louis le dieron
ganas de estrangularla en cuanto entendió a qué se debía el
prominente escote de su mujer. Sin embargo, se quedó callado,
tapándose la boca con un dedo y observando los movimientos de
depredadora de Eri.
-Digamos que los
problemas personales la han traído aquí.
Los ojos de los
casados se encontraron otra vez. Louis alzó las cejas.
Ni siquiera
sabemos por qué nos la traen a nosotros.
Eri sostuvo aquella
mirada inquisitiva.
¿Es que acaso
importa?
-¿Qué problemas?
-No debe
preocuparse porque la chica sea peligrosa, director Fitz-explicó
Eri, moviendo las manos mientras creaba su discurso en su mente. Era
como si quisiera crear figuras de barro utilizando el aire: las
moldeaba, jugaba con ellas, apretaba y relajaba los dedos mientras
estrujaba la materia primera con la que tenía pensado hacerlo
todo...-. La chica es vulnerable estos días; lleva siéndolo un
tiempo, y sus padres creen que es mejor alejarla una temporada de su
ambiente para que cambie de aires.
-Sabemos que es una
putada que venga aquí en pleno semestre, con los exámenes y todas
las pruebas que tenemos pendientes, pero... sabes de su importancia,
Alfred. Es una chica lista y guapa. Aportaría prestigio al
instituto.
-No sé, Louis...
no creo que sea lo mejor traerla a estas alturas del curso... Porque
va a venir ahora, ¿verdad?
-La semana que
viene ya estará aquí, sí-asintió Louis con la cabeza.
-Oh, venga,
director Fitz-replicó Eri, zalamera. Descruzó las piernas y las
volvió a cruzar, dejando que los dos hombres disfrutaran del
proceso.
Yo la mato,
pensó Louis, asesinando una sonrisa. Aquella escena le recordaba
mucho a aquella película, Instinto Básico, que quería
echarse a reír. Eri no se quedaba despierta hasta bien entrada la
madrugada sólo para ver las entregas de los premios Oscar en vano.
-Estoy segura de
que se podrá hacer algo. No es una alumna brillante, pero tampoco es
mala. Habrá un huequecito para ella.
-¿Por qué aquí?
-Porque trabajo
aquí-espetó Louis, ofendido.
-Porque no queremos
complicarnos la vida mandando a los críos a diferentes institutos. Y
para que Diana no se sienta sola. Ya conoce a nuestros hijos, y ellos
podrán hacer que se adapte más rápido.
-Los chicos de esta
edad son como bombas de relojería.
-No sabría qué
decirle, sobre todo teniendo en cuenta que yo a su edad ya no estaba
en el instituto donde terminé mis estudios obligatorios-respondió
ella, dejándose caer trágicamente en el sillón y alzando los
hombros desnudos.
-Y, ¿qué ganaría
el instituto teniéndola aquí?
-Prestigio, dado
que es una de las modelos más demandadas en su país.
-En todo el mundo,
nena-corrigió Louis. Eri abrió los brazos.
-¿Lo ve? Imagínese
la demanda de alumnos queriendo entrar en el instituto sólo para
codearse con lo mejor de las pasarelas de Nueva York.
-No habría sitio
para ellos.
-Se podrían
imponer tasas.
-En ese caso...
Eri era el peor
empresario con el que podías encontrarte; era certera, mortífera,
sabía qué tenía que atacar, de qué cuerdas tirar, para conseguir
lo que quería. Por eso Louis la quería. Y por eso la respetaba
tanto, porque era capaz de conseguir todo lo que se proponía. Como a
él.
-No a los que están
ahora, eso se entiende. Pero a los que vengan aquí por capricho...
no veo por qué no.
-¿Ustedes
pagarían?-inquirió el señor Fitz, pensativo. Eri esbozó una
sonrisa lobuna.
-Creo que todavía
queda algo de esos dos millones bien pagados, ¿eh, Louis?
-Has conseguido
estirarlos mucho.
-Estoy segura que
podemos retirar un pellizco de los de uso doméstico para pagar el
colegio de nuestros críos. Y eso sin contar con que Louis trabaja
aquí.
-Por una
miseria-recordó Louis, inclinándose hacia delante.
-¿Pagarían o
no?-se revolvió el director.
-Por supuesto,
señor director. Porque podemos permitirnos pagarlo. Y porque usted
va a meter a Diana aquí.
-Eso no se ha
decidido aún.
-Oh, créame,
decidió que me haría el favor que yo hubiera venido a pedirle en
cuanto me vio en la sala de espera-se cachondeó Eri. El señor Fitz
le devolvió una sonrisa derrotada.
Louis se había
quedado un poco atrás mientras ella caminaba hacia el coche. Por
acuerdo mutuo, dejarían el de Louis en manos de Zayn, que se lo
llevaría a casa y lo devolvería un día de aquellos, y regresarían
a su hogar en el coche que había traído Eri.
-Eres. Una. Jodida.
Maestra. ¿Me recuerdas por qué no me casé contigo antes?-comentó
Louis, enmarcando una sonrisa en la barba de varios días que paseaba
por el mundo últimamente. La alcanzó y la agarró por la cintura
mientras le mordisqueaba el cuello. Habían terminado antes de lo que
creían; la sirena aún no había sonado y eran libres de salir
cuando quisieran.
-Porque te gustaba
joderme en los dos sentidos. Aún te gusta-replicó ella, dejándose
besar y devolviéndole los besos.
-Te habría
arrancado la cabeza si hubieras seguido coqueteando con él un par de
minutos más.
-¿Cómo es eso,
Louis? ¿Tienes una bomba atómica en casa y te niegas a usarla para
asustar a tus enemigos?
-Con que mi bomba
me asuste a mí, tengo bastante; pero gracias.
Eri sonrió,
apoyándose sobre un pie y balanceándose a uno y otro lado. Se
encogió de hombros, con los tirabuzones colgando perpendiculares al
suelo, dándole un aspecto de niña bien vestida con ropa cara que
sin embargo va perdida por el mundo y se encuentra sola, vacía.
-Sólo quiero lo
mejor para Diana.
-Y te preocupaba no
saber cuidar bien de ella.
Eri se encogió de
hombros. Louis señaló la puerta por la que acaban de salir.
-Tú no te has
visto, pero créeme si te digo que parecías una leona defendiendo a
su camada. La última vez que te pusiste así, conseguiste que Tommy
se saliera de rositas y nadie lo expulsara tres días a casa.
-Deberías saber
que me arrepiento de usar estos poderes míos tan a menudo.
-No están mal.
-Ahora me siento
sucia.
-Nada que no se
arregle con un baño.
-Sucia en espíritu,
Louis-contestó ella, contemplándolo con ojos repentinamente
oscurecidos.
-Nada que no se
arregle con un baño con tu marido. Para recompensarle por lo mal que
se lo has hecho pasar.
-Te estaba gustando
a ti más que a él.
-Tal vez. Pero
nadie desea lo que es mío, ¿vale? Nadie va a quitarme ni una jodida
patata frita de mi cena. Y ninguna tía, por muy bien vestida que
esté, me va a quitar mi derecho de conducir mi coche. Así que dame
las putas llaves-ordenó, extendiendo la mano. Eri se echó a reír y
se las lanzó por encima del capó. Se sentó en el lado del copiloto
y se mostró especialmente parlanchina en su viaje de vuelta a casa.
La euforia de la batalla ganada estaba ocupando cada vez más y más
terreno de su ser, y necesitaba exteriorizarla.
Incluso charló un
poco con Layla de sus estudios mientras la muchacha la halagaba por
lo bien que se habían portado los niños. Astrid y Daniel se habían
mostrado recelosos cuando no vieron a nadie familiar esperándoles,
pero en cuanto vieron a Layla todo rastro de temor se evaporó de sus
rostros... y corrieron a abrazar a aquella prima que no era su prima
de sangre pero que ellos tenían por una cariñosa hermana mayor
exterior, como muchas veces los pequeños de aquel grupo tan crecido
de One Direction se referían los unos a los otros.
Eso era lo que más
les gustaba a todos: la familiaridad con la que los recién llegados
acogían a los que no vivían en su casa. Los más pequeños
comprendían los lazos que habían unido a sus padres mucho mejor que
sus propios padres. Y eran capaces de reproducirlos a la perfección.
-¿Cómo está
Liam, Layla?
-Hace mucho que no
le veo, Louis, pero-se encogió de hombros-. Sigue bien, como
siempre. Financiando a esta chica escocesa.
-¿Ya está
preparando el disco?-inquirió Louis. Layla negó con la cabeza,
mordisqueando un trozo de verdura que había encontrado por allí.
-No; necesitan las
canciones, pero no les corre prisa. La chica escribe, y bastante
bien, pero hay cosas que tienen que pulirse-murmuró.
-Le llamaré para
preguntarle de qué quiere que escriba-comentó Louis.
-¿La escritora por
encargo no era yo?-se picó Eri. Todos en la sala se echaron a reír
mientras Astrid y Daniel veían los dibujos animados de la
televisión. Layla contempló la pantalla con tristeza.
-Cada vez las
series para niños van a peor.
-Tú no has crecido
con Las Supernenas, así que no sabes lo que es la
calidad-murmuró Eri, frotándose los ojos y llevándose por delante
su maquillaje. Le dio igual.
-Ni tú veías los
Power Rangers, así que, ¿qué vas a saber?-discutió Louis.
-Aunque, dentro de
lo que cabe, estos están bastante bien-cortó Layla, encogiéndose
de hombros y terminando de meter sus cosas en la bolsa que había
llevado. Le gustaba estar con los Tomlinson; le recordaban mucho a su
hogar, Wolverhampton, y a sus padres, aquella familia que se había
quedado en la ciudad natal de su padre a petición de su madre. Mamá
no quería volver a España, no después de haber probado las
delicias del té inglés... a pesar de que echara muchísimo de menos
el resto de la comida. No había realmente demasiada diferencia entre
los climas de las regiones en las que vivían, pero Layla veía todo
lo que distaba de ser igual en los dos países: el trato con la
gente, la forma de hablar, la forma de ver la vida...
Y le gustaba España
más que Inglaterra.
Y Eri le recordaba
terriblemente a aquella casa en la que nunca nació, y cuya
nacionalidad tenía, curiosamente.
Layla alzó los
hombros a modo de despedida y se dejó acompañar a la puerta. Louis
la abrazó, con aquellos abrazos de oso que tanto le encantaban a las
mujeres que se acercaban al Tomlinson, y Eri la besó en la mejilla,
estrechándola entre sus brazos como si fuera una hija más.
Había aceptado la
tarea de cuidar de Layla sin que nadie se la impusiera realmente; le
había hecho ese favor a los Payne sin que ellos hubieran abierto la
boca para pedirlo.
Una vez Layla se
hubo ido, Eri se apoyó contra la puerta y contempló a Louis con
semblante preocupado. Él le apartó un mechón de pelo de la cara y
le preguntó que de qué se preocupaba, añadiendo un “amor” al
final de la frase que hizo que Eri se derritiera en su fuero interno.
-No sé cómo se lo
van a tomar los chicos.
-Los chicos estarán
bien. A los pequeños les gusta la compañía, y Eleanor y Tommy...
bueno, ya sabes que conocen a Diana.
-Me preocupa hasta
qué punto lo hagan.
Louis torció el
gesto.
-¿Vamos a seguir
con eso?
-Sólo piénsalo,
Louis-replicó Eri, apartando la mano de su cara y encogiéndose de
hombros mientras se abrazaba la cintura y clavaba el codo en su
pequeño abrazo. Jugueteó con sus uñas, buscando las palabras,
mientras su alma se ahogaba en aquel mar de zafiro que Louis siempre
llevaba puesto-. Diana no viene aquí de vacaciones. Es un casti...
-No vas a decirlo.
-Castigo.
Su marido suspiró.
-Tampoco es para
tanto.
-Estoy preocupada
por lo que pueda pasar.
-Yo estoy
preocupado porque los Rovers van a bajar a Segunda División como
sigan así, y no me ves lloriqueando por los rincones.
-Yo no
lloriqueo-espetó ella desencajando la mandíbula-. Y esto es serio.
-¿Sabes qué es lo
que me preocupa a mí, Eri? No que Diana eche a perder a nuestros
hijos, sino más bien al contrario: que nuestros hijos echen a perder
a Styles.
-Esa es una de las
cosas que me quita el sueño por las noches-respondió ella, molesta,
y se alejó de él dispuesta a hacer la comida. Cocinar en aquellas
ocasiones la relajaba sobremanera.
-Sabes que ya la
has preparado, ¿verdad?-la pinchó Louis, siguiéndola a la cocina y
esbozando una sonrisa sarcástica cuando vio que, efectivamente, su
mujer se disponía a sacar la sartén para preparar algo frito.
-Sabes que tus
puñeteros Rovers van a bajar a Segunda, ¿verdad?-respondió ella,
luchando contra la sonrisa que fluía de su corazón a su boca a
través del esófago. Perdió la batalla; en el fondo, era lo
natural. Su fuerza de voluntad eran los 300 espartanos de la batalla
de las Termópilas, mientras que la sonrisa era la fuerza
apocalíptica de los persas, que se contaban en millones.
Tal y como te prometí esta mañana, nada más encender el ordenador te iba a dejar un comentario kilométrico.
ResponderEliminarSinceramente, a día de hoy y después de llevar leyéndote un tiempo, me sigo preguntando de donde sacaste ese talento que tienes para escribir porque es único.
Con cada capitulo te vas superando más y más a ti misma y he de decirte que WOW, ERI, WOW! Esque no hay palabras para expresar lo que tengo en la mente porque sería un continuo ASDFGHJKLQWERTYUIOPZXCVBN que no pararía hasta... hasta que Harry comparta conmigo esa perfecta descendencia que quiere formar (vamos, que no pararía jamás JAJAJAJAJA)
Me haces envolverme en la historia de tal manera que es como si yo viviera la historia de esas cinco familias unidas por un programa de talentos musical (que tan enganchada me tiene) que ahora viven vidas aparentemente normales y que me dan ganas de abrazarlos a todos y darles mimos hasta más no poder (a ti también, por supuesto. Tu vas la primera en la lista)
Dicho esto, señorita Tomlinson, aquí una servidora se va yendo a dormir, que los exámenes finales de segundo de bachiller son una muerte lenta y dolorosa que dura 3 semanas (hasta el dia 30 que es la graduación y ese dia es un desfase con taconeo intenso incluido)
Pues lo dicho, me voy a dormir, que ya es la 1 de la madrugada casi y voy a dormir 4 horas y no apetece mucho, peeeeeero estos exámenes deciden mi futuro...
Buenas noches, Eri, sigue asi y no cambies nunca, eres perfecta tal y como eres.
Ilysm