domingo, 11 de mayo de 2014

Elegancia de Audrey.

Si lo prefieres, puedes leer este capítulo en Wattpad haciendo clic aquí.

Marge entró en el aula con gesto desenfadado, recuperándose aún de la carrera, y se acercó a su compañero, que la había observado con curiosidad. En los ojos del hombre se notaba una admiración y un cariño que pocas veces se dejaba ver, lo que complació sumamente a la anciana.
-Puedes irte, Louis, ya me encargo yo de ellos.
Louis se levantó de la silla e hizo un gesto para que su compañera de departamento tomase asiento. Ella sonrió, se pasó las manos por las mejillas, y se sentó con el porte digno de la más alta nobleza del país que en más estima tenía a los que eran de sangre azul. Inglesa tenía que ser pensó Erika para sí misma, admirando la elegancia que había pasado a desprender aquella que hacía escasos segundos había perdido lo poco que tenía.
Comparó mentalmente con los registros que tenía, y llegó a la conclusión de que estaba muy alta en su lista de personas elegantes. De hecho, se merecía la medalla de plata.
La primera, siempre, iba a tenerla Audrey Hepburn.
-¿Estarás bien?-replicó él, metiéndose las manos en los bolsillos, en una actitud juvenil que no casaba demasiado bien con la ropa bien cuidada que llevaba a trabajar. Marge alzó un dedo en dirección a la puerta, enguantado en negro, y asintió con la cabeza. Luego, la inclinó.
-Hasta luego, Erika, querida. Ya nos veremos más tarde.
-Adiós, Marge. Suerte, chicos-dijo ella, volviéndose a los estudiantes, que habían dejado de escribir. Se levantaron murmullos de agradecimiento, unos por la frase, otros por regalarles buenas vistas al estar allí presente.
Ya en el pasillo, Louis la agarró por la cintura y le plantó un sonoro beso, asegurándose de que nadie pudiera escucharlos.
-Ese es mi vestido favorito-comentó, observando la indumentaria que traía su mujer. Ella asintió, sonriente, y alzó un poco la falda para examinar la tela de aquella pequeña obra de arte que, de seguro, jamás se valoraría como merecía.
-He pensado que tal vez necesitaríamos convencer.
-Tú convences mejor desnuda.
Eri le dio un golpe en el hombro, y Louis se echó a reír.
Bajaron juntos las escaleras, cruzaron pasillos, se encontraron con compañeros de Louis y ex compañeros de Eri, que aún la recordaban de cuando había sido profesora de Español. En un principio había sido sustituta, pero cuando el que la impartía empeoró en la enfermedad que lo dejó en cama durante casi dos años, la hicieron fija. Eso sí, ella había compartido sueldo con el sustituido, padre de familia que apenas podía permitirse el enfermar. ¿Para qué lo necesitaba, si ella misma era rica? Era una tontería quedarse con ese dinero cuando otros lo necesitaban más.
De ahí que accediera a las cosas que accedió a lo largo de su vida.
De vuelta en la secretaría, una de las ayudantes del director apenas alzó la vista de sus gafas para contemplar a los recién llegados.
-¿Les espera el director?-preguntó, firmando unos diplomas que llevaban allí más tiempo que ella. Eri asintió inconscientemente; sin embargo, fue Louis el que habló.
-Sí, le he pedido diez minutos al señor Fitz.
-¿Tiene cita?
-¿Es verdadera mente necesario, Rosalie? Es decir... trabajo aquí, ¿recuerdas?
La mujer por fin alzó la vista. Parpadeó lentamente.
-Sí, lo recuerdo. Tomlinson y... Tomlinson-sonrió, divertida por aquella broma que sólo tenía gracia para ella. Eri le devolvió la sonrisa, sin saber a ciencia cierta de qué se reía: si de ella o de sí misma-. Fitz ahora está ocupado, os recibirá en unos minutos.
-Vale.
-Podéis esperar dentro, si queréis-murmuró, observando a una pareja que trataba de escabullirse. Se inclinó sobre su ventanilla y comenzó a gritar mientras el matrimonio desaparecía por una de las puertas que llevaban al pasillo-: ¡Eh! ¡Eh! ¿A dónde vais vosotros? ¿Y vuestra autorización?
Para esas cosas siempre levantaba la cabeza; era una verdadero lince.
Las pocas veces en las que Erika había entrado en esa sala se había sentido maravillada del esplendor del que hacía ostentación el colegio. No tenía ninguna historia particular; se había construido el siglo pasado, había sido una universidad durante casi toda su historia hasta que, en el siglo XX, los dueños del edificio decidieron que sería mucho más rentable montar allí una escuela. Pero esa carencia de historia de la que hacían alarde gran parte de los colegios, especialmente los más prestigiosos del país, no tenía nada que envidiar debido precisamente a las obras de arte que se conservaban dentro de ciertas salas, como era el caso de aquella.
Eri se acercó a la ventana mientras Louis se dejaba caer en un sillón. Había tenido clase con los grupos más jóvenes, de los más parlanchines y rebeldes, de modo que estaba lo bastante agotado como para no fijarse en cómo su mujer echaba un vistazo fuera, en dirección a los jardines, maravillándose con aquel pequeño oasis del que los estudiantes no podían disfrutar. Luego, Eri se giró sobre sus tacones y se plantó de nuevo cara a la sala. Contempló los enormes cuadros, las cortinas lamiendo el borde de las ventanas, los candelabros... todo era tan del siglo XIX, o incluso del XVIII, que no hacía más que encandilarla.
Louis levantó la mirada y la estudió con sus ojos color mar, los que, por suerte, había heredado su primogénito y su hija más pequeña.
-¿Sabes que todavía se te nota?
Eri frunció el ceño, fastidiada porque su ensoñación de ser una princesa de cuento de hadas correteando en un castillo que conocía mejor que la palma de su mano, con vestidos kilométricos que dejaban el suelo impoluto a su paso, se evaporó con la voz de Louis.
-¿El qué?
La sonrisa orgullosa de él, escondida tras su mano, le hizo saber de qué iba la cosa.
-¡Louis!-le recriminó ella. Él levantó las manos.
-Ni siquiera he dicho nada, nena. Relájate.
-Siempre te sales con la tuya, ¿eh?-rió ella, sentándose en las rodillas de él y dándole un beso. La adrenalina de la posibilidad de ser pillados no hacía más que aumentar el hambre de aquella bestia que Louis había desatado, y Eri tenía miedo de lo que podía hacer, pues, en ese momento, no conocía sus límites en absoluto.
-Sí.
-Quisiste ser cantante, y lo conseguiste. Quisiste ser futbolista, y también lo conseguiste. Quisiste ser famoso, cambiar las cosas, y lo conseguiste. ¿Me dejo algo?
-Sí. Quise casarme con la mejor mujer que uno pueda tener... y te conseguí.
-Te daría otro hijo más aquí mismo si no estuviéramos tan cerca del peligro.
La sonrisa de Louis se hizo más amplia, lo que envalentonó a la mujer para darle un beso en el cuello antes de levantarse en el momento justo, como inspirada por un ente divino que le tenía especial aprecio. Así, justo cuando ella se encontraba de pie junto a él, se abrió la puerta que daba al despacho del director del colegio. Una de muchas.
El director Fitz, un hombre entrado en años de piel oscura que me recordaba mucho a la de Zayn, hizo un gesto con la cabeza invitándolos a pasar. Su expresión se volvió mucho menos dura cuando sus ojos pasaron de los del hombre a los de la mujer. No esperaba la visita femenina; lo cual parecía agradarle. Seguramente esperara una especie de pelea de gallos con Louis. Estaría más que acostumbrado a enfrentarse a aquel antiguo muchacho bajo que luchaba contra el mundo con una ferocidad desconocida en nadie, excepto en él. Eri sonrió para sus adentros, reconociendo que debía ser extremadamente complicado trabajar con Louis.
Ella se giró un poco para comprobar que él la seguía y, cuando sintió sus pasos detrás de sí, se irguió cuan larga era (y cuan sus tacones la alzaban del suelo) y se metió en el gran despacho.
Recordaba perfectamente la última vez que había estado allí... y por qué había estado. La razón principal (la única, en realidad) había sido Tommy en su cambio de actitud. Y era por eso, precisamente, por lo que el director del instituto se mostraba extrañado de que la pareja se hubiera dejado caer por allí.
-¿Es que Thomas ha hecho algo más?
Hacía tiempo, ese “más” les habría resultado a los Tomlinson algo terriblemente ofensivo. Sería cosa del apellido, pues el caso era que los dos tenían un orgullo que se hería con facilidad, y que casi nadie podía controlar en el caso de querer hacer daño pero no querer herir aquel ego de estrellas. Eri era peor que Louis en este aspecto; Louis se sabía con poder, porque había nacido con ese nombre (bueno, casi), había crecido con él y manejaba a la perfección todo lo que éste implicaba. Eri, no. Eri sabía que la misma facilidad con que se había ganado ese nombre y el respeto que éste conllevaba, podría perderlo. No porque Louis fuera a dejarla (algo posible pero improbable), sino porque sentía que, si se aferraba demasiado al poder de aquel apellido que tanta gente había deseado y sólo una entre millones y millones había conseguido, ese poder desaparecería, y regresaría a la fuente originaria. Sabía que si tenía peso en la sociedad, ya no era por aquellos logros del pasado, aquel disco preparado que en realidad apenas vio la luz, aquella gala en la que fue la estrella más brillante... sino la boda en que pasó de ser una mujer soltera a una mujer casada.
-No estamos aquí por nuestro hijo-respondió Eri, sabiendo que en la garganta de Louis estaba surgiendo una nueva respuesta condescendiente, respuesta que no se podían permitir aquí. El director Fitz miró confundido a su empleado, y luego volvió los ojos a su ex empleada... mucho más bonita.
-¿Y en qué puedo ayudarles?
Eri miró a Louis, que bajó la vista hacia sus pies un momento, y luego contempló a su esposa. Asintió imperceptiblemente con la cabeza. Una bola de fuego ardía en el pecho de la mujer, que luchó por hacer que, bajo ningún concepto, iluminara sus mejillas. Aquello era una partida de póquer, la más importante de las que había librado hasta la fecha.
-Necesitaríamos saber si habría sitio en el instituto para una estudiante más.
Los ojos del señor Fitz bajaron derechos al vientre de la mujer, que negó con la cabeza. Louis se irguió en su silla. Si vuelves a mirarla así, te mataré, ladraba con los ojos. Eri posó una mano en las suyas y le acarició despacio la muñeca.
-No creo que sea para ahora, señora Tomlinson.
Eri se echó a reír, negando con la cabeza y haciendo que sus rizos le arrancaran brillos de dulce chocolate al sol.
-Oh, desde luego, no es para ninguno de mis hijos, eso por supuesto-se encogió de hombros-. Simplemente hemos recibido el encargo de un amigo, y... estaría bien que la chica viniera al mismo instituto que sus... “primos”-hizo el gesto de las comillas con los dedos y se encogió de hombros, haciendo ver que aquello no era decisión suya, aunque en realidad era así. Sin embargo, lo había hablado con Louis, y si apelaba a una potestad diferente de la suya, se veía con más posibilidades de llevarse el gato al agua.
-Diana Styles. Seguramente sepa quién es.
-¿La hija de Harry Styles?-preguntó el hombre, inclinándose en su asiento y limpiándose la frente con un pañuelo. Se estaba poniendo nervioso, lo cual era bueno. Louis miró a Erika en el momento justo en que una de las comisuras de su boca se alzaban imperceptiblemente. Le gustaba sentirse así, abusar de aquel cuerpo tan trabajado y que tanto le había hecho sufrir, para conseguir lo que quería. Al menos así era si se trataba del método más rápido.
-¿Se puede saber el motivo del traslado?
-Es personal-atajó Louis antes de que Eri elucubrara y comenzara a montar una historia cuya trama sería casi imposible de seguir.
-¿Lo suficiente como para que no lo sepa el director del hipotético instituto?-replicó Fitz, ajustándose sus gafas y negando con la cabeza, disgustado. Eri se inclinó hacia delante. A Louis le dieron ganas de estrangularla en cuanto entendió a qué se debía el prominente escote de su mujer. Sin embargo, se quedó callado, tapándose la boca con un dedo y observando los movimientos de depredadora de Eri.
-Digamos que los problemas personales la han traído aquí.
Los ojos de los casados se encontraron otra vez. Louis alzó las cejas.
Ni siquiera sabemos por qué nos la traen a nosotros.
Eri sostuvo aquella mirada inquisitiva.
¿Es que acaso importa?
-¿Qué problemas?
-No debe preocuparse porque la chica sea peligrosa, director Fitz-explicó Eri, moviendo las manos mientras creaba su discurso en su mente. Era como si quisiera crear figuras de barro utilizando el aire: las moldeaba, jugaba con ellas, apretaba y relajaba los dedos mientras estrujaba la materia primera con la que tenía pensado hacerlo todo...-. La chica es vulnerable estos días; lleva siéndolo un tiempo, y sus padres creen que es mejor alejarla una temporada de su ambiente para que cambie de aires.
-Sabemos que es una putada que venga aquí en pleno semestre, con los exámenes y todas las pruebas que tenemos pendientes, pero... sabes de su importancia, Alfred. Es una chica lista y guapa. Aportaría prestigio al instituto.
-No sé, Louis... no creo que sea lo mejor traerla a estas alturas del curso... Porque va a venir ahora, ¿verdad?
-La semana que viene ya estará aquí, sí-asintió Louis con la cabeza.
-Oh, venga, director Fitz-replicó Eri, zalamera. Descruzó las piernas y las volvió a cruzar, dejando que los dos hombres disfrutaran del proceso.
Yo la mato, pensó Louis, asesinando una sonrisa. Aquella escena le recordaba mucho a aquella película, Instinto Básico, que quería echarse a reír. Eri no se quedaba despierta hasta bien entrada la madrugada sólo para ver las entregas de los premios Oscar en vano.
-Estoy segura de que se podrá hacer algo. No es una alumna brillante, pero tampoco es mala. Habrá un huequecito para ella.
-¿Por qué aquí?
-Porque trabajo aquí-espetó Louis, ofendido.
-Porque no queremos complicarnos la vida mandando a los críos a diferentes institutos. Y para que Diana no se sienta sola. Ya conoce a nuestros hijos, y ellos podrán hacer que se adapte más rápido.
-Los chicos de esta edad son como bombas de relojería.
-No sabría qué decirle, sobre todo teniendo en cuenta que yo a su edad ya no estaba en el instituto donde terminé mis estudios obligatorios-respondió ella, dejándose caer trágicamente en el sillón y alzando los hombros desnudos.
-Y, ¿qué ganaría el instituto teniéndola aquí?
-Prestigio, dado que es una de las modelos más demandadas en su país.
-En todo el mundo, nena-corrigió Louis. Eri abrió los brazos.
-¿Lo ve? Imagínese la demanda de alumnos queriendo entrar en el instituto sólo para codearse con lo mejor de las pasarelas de Nueva York.
-No habría sitio para ellos.
-Se podrían imponer tasas.
-En ese caso...
Eri era el peor empresario con el que podías encontrarte; era certera, mortífera, sabía qué tenía que atacar, de qué cuerdas tirar, para conseguir lo que quería. Por eso Louis la quería. Y por eso la respetaba tanto, porque era capaz de conseguir todo lo que se proponía. Como a él.
-No a los que están ahora, eso se entiende. Pero a los que vengan aquí por capricho... no veo por qué no.
-¿Ustedes pagarían?-inquirió el señor Fitz, pensativo. Eri esbozó una sonrisa lobuna.
-Creo que todavía queda algo de esos dos millones bien pagados, ¿eh, Louis?
-Has conseguido estirarlos mucho.
-Estoy segura que podemos retirar un pellizco de los de uso doméstico para pagar el colegio de nuestros críos. Y eso sin contar con que Louis trabaja aquí.
-Por una miseria-recordó Louis, inclinándose hacia delante.
-¿Pagarían o no?-se revolvió el director.
-Por supuesto, señor director. Porque podemos permitirnos pagarlo. Y porque usted va a meter a Diana aquí.
-Eso no se ha decidido aún.
-Oh, créame, decidió que me haría el favor que yo hubiera venido a pedirle en cuanto me vio en la sala de espera-se cachondeó Eri. El señor Fitz le devolvió una sonrisa derrotada.
Louis se había quedado un poco atrás mientras ella caminaba hacia el coche. Por acuerdo mutuo, dejarían el de Louis en manos de Zayn, que se lo llevaría a casa y lo devolvería un día de aquellos, y regresarían a su hogar en el coche que había traído Eri.
-Eres. Una. Jodida. Maestra. ¿Me recuerdas por qué no me casé contigo antes?-comentó Louis, enmarcando una sonrisa en la barba de varios días que paseaba por el mundo últimamente. La alcanzó y la agarró por la cintura mientras le mordisqueaba el cuello. Habían terminado antes de lo que creían; la sirena aún no había sonado y eran libres de salir cuando quisieran.
-Porque te gustaba joderme en los dos sentidos. Aún te gusta-replicó ella, dejándose besar y devolviéndole los besos.
-Te habría arrancado la cabeza si hubieras seguido coqueteando con él un par de minutos más.
-¿Cómo es eso, Louis? ¿Tienes una bomba atómica en casa y te niegas a usarla para asustar a tus enemigos?
-Con que mi bomba me asuste a mí, tengo bastante; pero gracias.
Eri sonrió, apoyándose sobre un pie y balanceándose a uno y otro lado. Se encogió de hombros, con los tirabuzones colgando perpendiculares al suelo, dándole un aspecto de niña bien vestida con ropa cara que sin embargo va perdida por el mundo y se encuentra sola, vacía.
-Sólo quiero lo mejor para Diana.
-Y te preocupaba no saber cuidar bien de ella.
Eri se encogió de hombros. Louis señaló la puerta por la que acaban de salir.
-Tú no te has visto, pero créeme si te digo que parecías una leona defendiendo a su camada. La última vez que te pusiste así, conseguiste que Tommy se saliera de rositas y nadie lo expulsara tres días a casa.
-Deberías saber que me arrepiento de usar estos poderes míos tan a menudo.
-No están mal.
-Ahora me siento sucia.
-Nada que no se arregle con un baño.
-Sucia en espíritu, Louis-contestó ella, contemplándolo con ojos repentinamente oscurecidos.
-Nada que no se arregle con un baño con tu marido. Para recompensarle por lo mal que se lo has hecho pasar.
-Te estaba gustando a ti más que a él.
-Tal vez. Pero nadie desea lo que es mío, ¿vale? Nadie va a quitarme ni una jodida patata frita de mi cena. Y ninguna tía, por muy bien vestida que esté, me va a quitar mi derecho de conducir mi coche. Así que dame las putas llaves-ordenó, extendiendo la mano. Eri se echó a reír y se las lanzó por encima del capó. Se sentó en el lado del copiloto y se mostró especialmente parlanchina en su viaje de vuelta a casa. La euforia de la batalla ganada estaba ocupando cada vez más y más terreno de su ser, y necesitaba exteriorizarla.
Incluso charló un poco con Layla de sus estudios mientras la muchacha la halagaba por lo bien que se habían portado los niños. Astrid y Daniel se habían mostrado recelosos cuando no vieron a nadie familiar esperándoles, pero en cuanto vieron a Layla todo rastro de temor se evaporó de sus rostros... y corrieron a abrazar a aquella prima que no era su prima de sangre pero que ellos tenían por una cariñosa hermana mayor exterior, como muchas veces los pequeños de aquel grupo tan crecido de One Direction se referían los unos a los otros.
Eso era lo que más les gustaba a todos: la familiaridad con la que los recién llegados acogían a los que no vivían en su casa. Los más pequeños comprendían los lazos que habían unido a sus padres mucho mejor que sus propios padres. Y eran capaces de reproducirlos a la perfección.
-¿Cómo está Liam, Layla?
-Hace mucho que no le veo, Louis, pero-se encogió de hombros-. Sigue bien, como siempre. Financiando a esta chica escocesa.
-¿Ya está preparando el disco?-inquirió Louis. Layla negó con la cabeza, mordisqueando un trozo de verdura que había encontrado por allí.
-No; necesitan las canciones, pero no les corre prisa. La chica escribe, y bastante bien, pero hay cosas que tienen que pulirse-murmuró.
-Le llamaré para preguntarle de qué quiere que escriba-comentó Louis.
-¿La escritora por encargo no era yo?-se picó Eri. Todos en la sala se echaron a reír mientras Astrid y Daniel veían los dibujos animados de la televisión. Layla contempló la pantalla con tristeza.
-Cada vez las series para niños van a peor.
-Tú no has crecido con Las Supernenas, así que no sabes lo que es la calidad-murmuró Eri, frotándose los ojos y llevándose por delante su maquillaje. Le dio igual.
-Ni tú veías los Power Rangers, así que, ¿qué vas a saber?-discutió Louis.
-Aunque, dentro de lo que cabe, estos están bastante bien-cortó Layla, encogiéndose de hombros y terminando de meter sus cosas en la bolsa que había llevado. Le gustaba estar con los Tomlinson; le recordaban mucho a su hogar, Wolverhampton, y a sus padres, aquella familia que se había quedado en la ciudad natal de su padre a petición de su madre. Mamá no quería volver a España, no después de haber probado las delicias del té inglés... a pesar de que echara muchísimo de menos el resto de la comida. No había realmente demasiada diferencia entre los climas de las regiones en las que vivían, pero Layla veía todo lo que distaba de ser igual en los dos países: el trato con la gente, la forma de hablar, la forma de ver la vida...
Y le gustaba España más que Inglaterra.
Y Eri le recordaba terriblemente a aquella casa en la que nunca nació, y cuya nacionalidad tenía, curiosamente.
Layla alzó los hombros a modo de despedida y se dejó acompañar a la puerta. Louis la abrazó, con aquellos abrazos de oso que tanto le encantaban a las mujeres que se acercaban al Tomlinson, y Eri la besó en la mejilla, estrechándola entre sus brazos como si fuera una hija más.
Había aceptado la tarea de cuidar de Layla sin que nadie se la impusiera realmente; le había hecho ese favor a los Payne sin que ellos hubieran abierto la boca para pedirlo.
Una vez Layla se hubo ido, Eri se apoyó contra la puerta y contempló a Louis con semblante preocupado. Él le apartó un mechón de pelo de la cara y le preguntó que de qué se preocupaba, añadiendo un “amor” al final de la frase que hizo que Eri se derritiera en su fuero interno.
-No sé cómo se lo van a tomar los chicos.
-Los chicos estarán bien. A los pequeños les gusta la compañía, y Eleanor y Tommy... bueno, ya sabes que conocen a Diana.
-Me preocupa hasta qué punto lo hagan.
Louis torció el gesto.
-¿Vamos a seguir con eso?
-Sólo piénsalo, Louis-replicó Eri, apartando la mano de su cara y encogiéndose de hombros mientras se abrazaba la cintura y clavaba el codo en su pequeño abrazo. Jugueteó con sus uñas, buscando las palabras, mientras su alma se ahogaba en aquel mar de zafiro que Louis siempre llevaba puesto-. Diana no viene aquí de vacaciones. Es un casti...
-No vas a decirlo.
-Castigo.
Su marido suspiró.
-Tampoco es para tanto.
-Estoy preocupada por lo que pueda pasar.
-Yo estoy preocupado porque los Rovers van a bajar a Segunda División como sigan así, y no me ves lloriqueando por los rincones.
-Yo no lloriqueo-espetó ella desencajando la mandíbula-. Y esto es serio.
-¿Sabes qué es lo que me preocupa a mí, Eri? No que Diana eche a perder a nuestros hijos, sino más bien al contrario: que nuestros hijos echen a perder a Styles.
-Esa es una de las cosas que me quita el sueño por las noches-respondió ella, molesta, y se alejó de él dispuesta a hacer la comida. Cocinar en aquellas ocasiones la relajaba sobremanera.
-Sabes que ya la has preparado, ¿verdad?-la pinchó Louis, siguiéndola a la cocina y esbozando una sonrisa sarcástica cuando vio que, efectivamente, su mujer se disponía a sacar la sartén para preparar algo frito.

-Sabes que tus puñeteros Rovers van a bajar a Segunda, ¿verdad?-respondió ella, luchando contra la sonrisa que fluía de su corazón a su boca a través del esófago. Perdió la batalla; en el fondo, era lo natural. Su fuerza de voluntad eran los 300 espartanos de la batalla de las Termópilas, mientras que la sonrisa era la fuerza apocalíptica de los persas, que se contaban en millones.

1 comentario:

  1. Tal y como te prometí esta mañana, nada más encender el ordenador te iba a dejar un comentario kilométrico.
    Sinceramente, a día de hoy y después de llevar leyéndote un tiempo, me sigo preguntando de donde sacaste ese talento que tienes para escribir porque es único.
    Con cada capitulo te vas superando más y más a ti misma y he de decirte que WOW, ERI, WOW! Esque no hay palabras para expresar lo que tengo en la mente porque sería un continuo ASDFGHJKLQWERTYUIOPZXCVBN que no pararía hasta... hasta que Harry comparta conmigo esa perfecta descendencia que quiere formar (vamos, que no pararía jamás JAJAJAJAJA)
    Me haces envolverme en la historia de tal manera que es como si yo viviera la historia de esas cinco familias unidas por un programa de talentos musical (que tan enganchada me tiene) que ahora viven vidas aparentemente normales y que me dan ganas de abrazarlos a todos y darles mimos hasta más no poder (a ti también, por supuesto. Tu vas la primera en la lista)
    Dicho esto, señorita Tomlinson, aquí una servidora se va yendo a dormir, que los exámenes finales de segundo de bachiller son una muerte lenta y dolorosa que dura 3 semanas (hasta el dia 30 que es la graduación y ese dia es un desfase con taconeo intenso incluido)
    Pues lo dicho, me voy a dormir, que ya es la 1 de la madrugada casi y voy a dormir 4 horas y no apetece mucho, peeeeeero estos exámenes deciden mi futuro...
    Buenas noches, Eri, sigue asi y no cambies nunca, eres perfecta tal y como eres.
    Ilysm

    ResponderEliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤