domingo, 18 de mayo de 2014

Volcán.

Odiaba la facilidad con la que me despegaba del suelo y arrancaba mi alma de mi cuerpo para moldearla a su antojo, sin importar lo que hubiera decidido antes o lo que fuera a decidir después sobre él. Odiaba todo de él, su esencia, lo que representaba, incluso lo que más me gustaba.
Fue de ese odio de donde saqué las fuerzas para darle una bofetada mientras me besaba y conseguir que se separara de mí para poder pensar con claridad, igual que los volcanes echan mano del magma del interior de la Tierra para clamar “aquí manda mi polla y punto, al que no le guste que se joda y arda”.
Por suerte, nadie nos hacía caso: todos estaban demasiado ocupados corriendo de acá para allá como bisontes emocionados mientras recogían a los nuevos y las cosas que traían. Lo miré a los ojos.
-No vuelvas a...-le amenacé, ensartando un acusador índice en el aire, en dirección a su cuello. Si hubiera sido una espada, o incluso una daga, habría hecho estragos en él. Estaba segura.
Mi amenaza se quedó en polvo, en sombra, en nada, cuando sus dientes asomaron en una sonrisa divertida y condescendiente y se inclinó de nuevo a mis labios. Esta vez lo empujé, sintiendo el sabor de su boca en la mía después de que se hubiera separado de mí.
-Te dije que no quería volver a verte.
-Estoy aquí porque te hice una promesa, y nosotros cumplimos las promesas... no como otros-alzó una ceja. Si se refería al juramento que había hecho de proteger a mi comunidad con mi vida y serle siempre fiel, sería capaz de matarlo. Con mis propias manos. Le arrancaría las alas de cuajo para que no pudiera huir y le destrozaría el pecho con unas uñas que me dejaría crecer especialmente para la ocasión.
-Te doy cinco minutos para salir de aquí cagando leches, o avisaré de que tenemos un infiltrado.
-Lleváis teniéndolo desde que te admitieron aquí dentro-replicó él, sonriendo con sarcasmo. Apreté los puños.
-Que sean tres-sentencié, comprobando mi reloj y alzando la vista hacia él. Alzó las cejas.
-Deduzco, entonces, que ya no necesitas los documentos que me pediste.
-Yo no te he pedido nada, al margen de que te fueras, hace tiempo, en la azotea.
-Han sido las semanas más cortas de mi vida. Me lo he pasado muy bien en tu ausencia-las comisuras de su boca se alzaron con sarcasmo, y la ironía divertida chispeó en sus ojos de tal manera que dos estrellas aparecieron en ellos. Ya no eran el mar, eran el cielo del día con dos cometas clavados en un punto fijo del cielo, negándose a moverse pero también negándose a desaparecer por culpa del sol. Mi corazón se detuvo, y yo me eché a temblar, sin saber si se debía a la rabia o al deseo de hacer con él cosas malas, cosas reprobables, pero que me causarían un inmenso y secreto placer.
-Yo ni siquiera la he notado-repliqué con voz gélida, y escurriéndome entre sus brazos para volver a tener dominio de mi espacio vital. Tenía que alejarme de él, tenía que huir lo más posible para recuperar mi auto control. Las mentiras se acumulaban en mi boca y amenazaban con desbordarse de ella y destrozarlo todo.
Sí que había notado su ausencia, pero de una manera en la que nunca lo hubiera pensado. Me había vuelto mucho más sanguinaria, tenía el gatillo más suelto y podía matar sin preocuparme de los problemas que aquello me trajera después. Me bastaba con ponerle su cara a quien tenía delante para hundirlo en la miseria, hacer que sufriera, disfrutar con su sufrimiento y no arrepentirme nunca de lo que había hecho después de hacerlo. En ese sentido, el pájaro me había ayudado a ser mejor runner, pero se había llevado consigo algo incluso más importante: mi humanidad.
No quería ser una asesina a sueldo a la que no le importase nada; lo que quería era impartir justicia donde no la había. Ser el juez, no el verdugo. Ya había bastantes verdugos en la ciudad.
-En serio, lárgate. Te queda muy poco tiempo y la ventana más cercana está bastante lejos. No podrás salir de aquí.
En lugar de obedecer, como habría hecho cualquier persona inteligente, se acercó a mí y me tomó de la muñeca para detenerme en una huida por la que mi corazón estaba protestando. Ahora, no, me dije a mí misma.
Él es malo.
Todos decían que mi punto débil era que siempre daba una segunda oportunidad a todo el mundo, no importaba lo que me hubieran hecho: podrían haberme robado el mérito de una misión, podrían haber hecho que me cayera de una azotea y me pasara varios días sin poder hacer nada ante el peligro de una lesión, podría hacer la vista gorda ante alguien que le robaba la comida a otro cuando éste no estaba atento... podría incluso tener delante a un policía que me había disparado varias veces, tenerlo debajo de mi pie, con su pistola descargada en una mano y la mía cargada en la otra, y sólo darle una patada, porque en el fondo sabía que había alguien que lo estaba esperando para cenar, alguien que lloraría si veía que no volvía, alguien que se aferraría con fuerza a su ataúd mientras lo ocultaban en la tierra, intentando insuflarle la vida triste y vacía que había dejado con su marcha, luchando por hacerle volver.
No me gustaba pensar en el pasado, por muy inmediato que fuera. Me parecía tan justo juzgar a alguien por lo que había sido y había hecho anteriormente (aunque fueran unos segundos, pues yo misma sabía hasta qué punto una persona puede cambiar en dos segundos) como el que hubiera gente surcando los cielos con sus propias alas mientras otros no podían siquiera andar.
Sin embargo, con Louis estaba dispuesta a hacer una excepción. Más bien necesitaba hacerla.
Tenía que alejarme de él y destruirlo desde la distancia; lo sabía tan bien como sabía de qué manera tenía que mover las piernas para caminar.
Así que, ¿por qué me costaba tanto zafarme de él, o querer hacerlo?
Lo contemplé con la mejor cara de póquer que logré encajar en mi rostro mientras sus ojos penetraban en mi alma, la desnudaban, la besaban y le hacían el amor despacio, como nunca me lo habían hecho antes y como nunca me lo haría nadie más que él.
-Sabes la verdad-susurró con voz rota por algo que se parecía mucho al dolor, pero que no podía serlo. En sus ojos se dibujó algo extraño que, de la misma manera en que vino, se marchó. Sus dedos soltaron mi muñeca, y yo seguí notando la presión que habían hecho (y eso que no me había apretado en absoluto) mucho tiempo después de que lo hicieran.
-Te debía algo. Ahora estamos en paz-dijo, echando mano de la parte interna de su chaqueta y sacando un tubo de metal brillante, ligero como una pluma pero duro como el más puro de los aceros. Me lo tendió. Yo lo cogí con mano temblorosa. Estaba caliente por lo cerca que había estado a su piel.
Bajé los ojos para abrir la pequeña cápsula, gemela de la que había sacado de la Central de Pajarracos Express tanto tiempo atrás, y abrí los ojos de par en par cuando descubrí su contenido. Reconocí los papeles que había conseguido rescatar, y los que nunca antes había visto pero que sabía que pertenecían al mismo lote.
Alcé los ojos para contemplarlo. Me dedicó una sonrisa triste.
-Ahora cada uno puede seguir con su camino-dijo, encogiéndose de hombros, fingiendo que no le importaba, cuando en realidad le dolía tanto o más que a mí. Me pregunté si se habría atrapado en su propia red, si al final su juego le había enganchado tanto que la sola idea de que la partida se acabara le dejaría un profundo vacío en el pecho que le impediría respirar, como me pasaba a mí.
Contuve el impulso de dar un paso y acariciarle la mejilla, de agradecerle aquello que tan falso había sido pero que había despertado cosas tan reales en mí. Me limité a mirarlo mientras los demás pasaban, sin hacer caso de nosotros, demasiado ocupados en el éxtasis de la llegada de los runners de las demás secciones a la nuestra como para fijarse en aquella burbuja de despedida y tristeza que no debería existir. Pude constatar que se había afeitado hacía poco, porque la última vez que lo vi su barba era más larga y se hacía notar más; su piel estaba más morena, de tono aún más acaramelado, y juraría que había menguado desde la última vez que lo vi. Un centímetro, dos a lo sumo, algo imperceptible si no habías estado debajo de él.
Mi estómago se tensó al abrirse paso mi yo más sarcástico y realista por mi mente para carraspear ante un micrófono: Deberías preguntarle cuántas se han dado cuenta de lo que estás constatando tú.
Tragué saliva con dificultad.
-Intentaré no dispararte a la mínima de cambio sólo por esto-murmuré, queriendo correr a su pecho y abrazarlo una última vez. La traición ya estaba consumada, pero él también era un traidor. Tal vez pudieran perdonárnoslo. Tal vez se hiciera, de alguna manera, más sencillo.
-Eso es un consuelo. Nos vemos, Cyntia-dijo, llevándose dos dedos a la frente y haciendo el saludo militar que tantas veces veíamos en las noticias/propaganda del gobierno. Me eché a reír muy a pesar de aquella parte que se había vuelto rencorosa, asentí con la cabeza y lo observé perderse entre la multitud.
Una vez su pelo marrón chocolate desapareció entre los cuerpos de los demás, bajé otra vez la mirada a mis papeles, los enrollé, los metí en el tubo y me dispuse a ir al despacho de Puck.
Sin embargo, no llegué allí: justo cuando estaba metiéndome en el ascensor para ir a buscar a mi vigilante y entrenador, sonó una alarma. Todo el mundo se detuvo a escuchar; el silencio se convirtió en un tsunami que barrió todo lo que encontraba a su paso.
-Han encontrado el último maletín-un murmullo despertó con un rugido en el fondo de la Base, y cuando quise darme cuenta me había unido al griterío general. La voz femenina de una de nuestras principales responsables carraspeó en los altavoces-. Damas y caballeros, la subasta ha finalizado.
Escuchamos el chasquido que produjo la estática al extinguirse y nos alzamos de nuevo en un griterío que podría haber echado abajo los cimientos de la ciudad. Me abracé a cuerpos que nunca había visto ni volvería a ver, olvidándome de lo que había pasado, borracha de felicidad, oliendo la esperanza que manaba de todos los cuerpos que se encaminaban hacia nuestra arena para ver el último rostro que había entrado en la nobleza de nuestra Sección.
Llegar a la arena fue un auténtico caos, dado que no todo el mundo iba en la misma dirección: mientras que los que habíamos salido queríamos entrar, los que estaban dentro querían salir. Era un círculo vicioso en que cada vez que una persona lograba su objetivo, dos surgían para hacerte la vida aún más imposible. Tuve que trepar y moverme literalmente por encima de las cabezas de los demás para alcanzar el borde de la arena, y me tiré de cabeza, sin conseguir ponerme en pie. Me importaba muy poco que pudiera hacerme daño, en ese momento sólo quería bajar al terreno y recibir con los brazos abiertos al compañero que me acompañaría a la cima del mundo.
Dos brazos me levantaron, y pude ver perfectamente a Taylor y Blondie sujetándome por debajo de los hombros. Me incorporé entre el griterío y el barullo del público y me situé en el primer pedestal que encontré, que no era el mismo de la última vez. Blondie se situó a mi lado, Taylor al otro, y nos quedamos mirando las caras rugientes mientras esperábamos a que el último campeón apareciera por la puerta de atrás y se colocara en su puesto. Deseé que fuera una chica.
Cuando las bocas se volvieron locas y las manos se agitaron con fiereza, me di cuenta de que era la hora de girarse. Me volví sobre mis talones mientras Blondie se limitaba a echar un vistazo por encima de su hombro. Taylor ni siquiera se movió: había bajado la mirada y estudiaba con increíble concentración el suelo, como si se encontrara ante algo que requiriera toda su capacidad mental. Lo achaqué a los nervios mientras estudiaba por el rabillo del ojo su imagen de observador del suelo, parpadeando despacio como se hace cuando quieres asimilar algo.
Se me ocurrió que tal vez tuviera un pinganillo y le estuvieran contando algo por él.
Se me cayó el alma a los pies cuando caí en la cuenta de que podían estar informándole de que habían cazado a un ángel dentro de nuestra Base, el mismo que me había robado mis documentos tan preciados.
Fue entonces cuando me di cuenta de que tenía en la mano la cápsula que Louis me había dado, y que debía devolverla.
Sin haber visto aún a nuestro último campeón, bajé los ojos para contemplar el pequeño pecado que se retorcía quieto entre mis dedos, con un coro de “no, no, no” pasándoselo en grande en mi mente. Mis nudillos estaban blancos.
Blondie, percatándose de mi preocupación, bajó los ojos y contempló la cápsula.
-¿Qué es?
-Cosas importantes que no deberían estar a la vista de todos-murmuré, lo bastante alto como para que me oyera. Taylor no movió un músculo, lo cual hizo que me pusiera todavía más histérica.
Se acabó, se acabó, oh, joder, se acabó.
Un chico que me resultaba familiar pasó frente a mí. De un brinco pude constatar que era el chico de la mochila, aquel que no había dicho ni media palabra cuando fuimos a buscar a nuestros vigilantes, y fruncí el ceño. No me esperaba que fuera tan bueno; me habían dicho que era... bueno... aprendiz de vigilante. Y no había aprendices de vigilante. Tenías que ser pésimo para que te consideraran más útil detrás de una pantalla que detrás de un edificio.
Se subió con timidez a su pedestal; claramente estaba tan sorprendido como yo.
Blondie le dedicó una cálida sonrisa que hizo que se sonrojara y agachara la cabeza.
-Runners de la Sección Coliflor-anunció una voz orgullosa por unos altavoces que no conseguí localizar. El nombre verdadero de nuestra Sección se había perdido en el tiempo, desplazado por el mote que ahora llevábamos con orgullo. Puse la mejor de mis sonrisas y deseé que todo aquello terminara ya. Tenía que llevarle los documentos a Puck.-, aquí tenéis a vuestros campeones de la subasta. ¡Serán ellos los que salven nuestra comunidad!
El mundo pareció venirse abajo, las estrellas se asustaron del ruido que estalló en aquel instante. Los que estábamos en los pedestales alzamos las manos, las derechas y mi izquierda, porque no quería que se dieran cuenta de lo que tenía entre las mías, saludando y agradeciendo aquel griterío. Rugimos como leones; no era para menos.
Entre el público, distinguí a Blueberry. Salté de mi pedestal y fui a buscarla, le tendí la cápsula y la miré a sus ojos azules como el hielo de un glaciar.
-Busca a Puck, mi vigilante. Dale esto. Que nadie te lo quite. Cuando lo tenga, que venga a buscarme.

Volví a mi sitio aplaudiendo al cielo mientras los demás se desperdigaban por ahí. Taylor permaneció en su lugar, contemplando el vacío. No fue hasta más tarde cuando me di cuenta de que sus ojos se habían deslizado por mi cuerpo y no se habían detenido en él, sino que habían parado en la cápsula que sostenía baja, con la esperanza de que nadie reparara en ella, mucho más tiempo del que dictaba la curiosidad.

8 comentarios:


  1. Me acabo de meter en el link y nunca antes había leído nada tuyo
    Quiero felicitarte, me encanta,
    Cada cuanto subes capitulo??

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    1. Aw muchas gracias querido/a, me alegro de que te guste :3
      Pues normalmente subo de Light Wings (esta novela) cada semana, aunque hay días en los que me da por procrastinar y termino no subiendo en una semana entera.
      Y luego, de mi otra novela, Chasing the stars, subo cada 15 días: el 11 y 26 de cada mes.

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  2. ERIIIIII
    Aquí Mari, interrumpiendo sus horas de estudio intenso de la historia del arte dese el Siglo XVII hasta nuestros días para venir a comentarte el pedazo capítulo que te has marcado, PISTACHO mío.
    Esque puto Louis, yo lo cogía, lo estampaba contra la pared y le hacia de todo! AY MADRE!
    Y después de llevar todo el día intentándolo desde el móvil, ahora que acabo de coger el ordenador y sigo a tiempo de comentarte hoy, PISTACHO, pues me dije "ale, Mari, vete a comentarle a Eri" y aquí me tienes muerta del sueño así que me voy a ir a la cama
    Buenas noches
    ILYSM PISTACHO

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    1. Ay Mari, primero hay que estudiar y luego ya lo mío JAJAJAJAJAJAno, sabes que no JAJAJAJAJAJAJAJA
      Buenas "noches" <3

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