Odiaba la facilidad con
la que me despegaba del suelo y arrancaba mi alma de mi cuerpo para
moldearla a su antojo, sin importar lo que hubiera decidido antes o
lo que fuera a decidir después sobre él. Odiaba todo de él, su
esencia, lo que representaba, incluso lo que más me gustaba.
Fue de ese odio de donde
saqué las fuerzas para darle una bofetada mientras me besaba y
conseguir que se separara de mí para poder pensar con claridad,
igual que los volcanes echan mano del magma del interior de la Tierra
para clamar “aquí manda mi polla y punto, al que no le guste que
se joda y arda”.
Por suerte, nadie nos
hacía caso: todos estaban demasiado ocupados corriendo de acá para
allá como bisontes emocionados mientras recogían a los nuevos y las
cosas que traían. Lo miré a los ojos.
-No vuelvas a...-le
amenacé, ensartando un acusador índice en el aire, en dirección a
su cuello. Si hubiera sido una espada, o incluso una daga, habría
hecho estragos en él. Estaba segura.
Mi amenaza se quedó en
polvo, en sombra, en nada, cuando sus dientes asomaron en una sonrisa
divertida y condescendiente y se inclinó de nuevo a mis labios. Esta
vez lo empujé, sintiendo el sabor de su boca en la mía después de
que se hubiera separado de mí.
-Te dije que no quería
volver a verte.
-Estoy aquí porque te
hice una promesa, y nosotros cumplimos las promesas... no como
otros-alzó una ceja. Si se refería al juramento que había hecho de
proteger a mi comunidad con mi vida y serle siempre fiel, sería
capaz de matarlo. Con mis propias manos. Le arrancaría las alas de
cuajo para que no pudiera huir y le destrozaría el pecho con unas
uñas que me dejaría crecer especialmente para la ocasión.
-Te doy cinco minutos
para salir de aquí cagando leches, o avisaré de que tenemos un
infiltrado.
-Lleváis teniéndolo
desde que te admitieron aquí dentro-replicó él, sonriendo con
sarcasmo. Apreté los puños.
-Que sean
tres-sentencié, comprobando mi reloj y alzando la vista hacia él.
Alzó las cejas.
-Deduzco, entonces, que
ya no necesitas los documentos que me pediste.
-Yo no te he pedido
nada, al margen de que te fueras, hace tiempo, en la azotea.
-Han sido las semanas
más cortas de mi vida. Me lo he pasado muy bien en tu ausencia-las
comisuras de su boca se alzaron con sarcasmo, y la ironía divertida
chispeó en sus ojos de tal manera que dos estrellas aparecieron en
ellos. Ya no eran el mar, eran el cielo del día con dos cometas
clavados en un punto fijo del cielo, negándose a moverse pero
también negándose a desaparecer por culpa del sol. Mi corazón se
detuvo, y yo me eché a temblar, sin saber si se debía a la rabia o
al deseo de hacer con él cosas malas, cosas reprobables, pero que me
causarían un inmenso y secreto placer.
-Yo ni siquiera la he
notado-repliqué con voz gélida, y escurriéndome entre sus brazos
para volver a tener dominio de mi espacio vital. Tenía que alejarme
de él, tenía que huir lo más posible para recuperar mi auto
control. Las mentiras se acumulaban en mi boca y amenazaban con
desbordarse de ella y destrozarlo todo.
Sí que había notado su
ausencia, pero de una manera en la que nunca lo hubiera pensado. Me
había vuelto mucho más sanguinaria, tenía el gatillo más suelto y
podía matar sin preocuparme de los problemas que aquello me trajera
después. Me bastaba con ponerle su cara a quien tenía delante para
hundirlo en la miseria, hacer que sufriera, disfrutar con su
sufrimiento y no arrepentirme nunca de lo que había hecho después
de hacerlo. En ese sentido, el pájaro me había ayudado a ser mejor
runner, pero se había llevado consigo algo incluso más importante:
mi humanidad.
No quería ser una
asesina a sueldo a la que no le importase nada; lo que quería era
impartir justicia donde no la había. Ser el juez, no el verdugo. Ya
había bastantes verdugos en la ciudad.
-En serio, lárgate. Te
queda muy poco tiempo y la ventana más cercana está bastante lejos.
No podrás salir de aquí.
En lugar de obedecer,
como habría hecho cualquier persona inteligente, se acercó a mí y
me tomó de la muñeca para detenerme en una huida por la que mi
corazón estaba protestando. Ahora, no, me dije a mí misma.
Él es malo.
Todos decían que mi
punto débil era que siempre daba una segunda oportunidad a todo el
mundo, no importaba lo que me hubieran hecho: podrían haberme robado
el mérito de una misión, podrían haber hecho que me cayera de una
azotea y me pasara varios días sin poder hacer nada ante el peligro
de una lesión, podría hacer la vista gorda ante alguien que le
robaba la comida a otro cuando éste no estaba atento... podría
incluso tener delante a un policía que me había disparado varias
veces, tenerlo debajo de mi pie, con su pistola descargada en una
mano y la mía cargada en la otra, y sólo darle una patada, porque
en el fondo sabía que había alguien que lo estaba esperando para
cenar, alguien que lloraría si veía que no volvía, alguien que se
aferraría con fuerza a su ataúd mientras lo ocultaban en la tierra,
intentando insuflarle la vida triste y vacía que había dejado con
su marcha, luchando por hacerle volver.
No me gustaba pensar en
el pasado, por muy inmediato que fuera. Me parecía tan justo juzgar
a alguien por lo que había sido y había hecho anteriormente (aunque
fueran unos segundos, pues yo misma sabía hasta qué punto una
persona puede cambiar en dos segundos) como el que hubiera gente
surcando los cielos con sus propias alas mientras otros no podían
siquiera andar.
Sin embargo, con Louis
estaba dispuesta a hacer una excepción. Más bien necesitaba
hacerla.
Tenía que alejarme de
él y destruirlo desde la distancia; lo sabía tan bien como sabía
de qué manera tenía que mover las piernas para caminar.
Así que, ¿por qué me
costaba tanto zafarme de él, o querer hacerlo?
Lo contemplé con la
mejor cara de póquer que logré encajar en mi rostro mientras sus
ojos penetraban en mi alma, la desnudaban, la besaban y le hacían el
amor despacio, como nunca me lo habían hecho antes y como nunca me
lo haría nadie más que él.
-Sabes la verdad-susurró
con voz rota por algo que se parecía mucho al dolor, pero que no
podía serlo. En sus ojos se dibujó algo extraño que, de la misma
manera en que vino, se marchó. Sus dedos soltaron mi muñeca, y yo
seguí notando la presión que habían hecho (y eso que no me había
apretado en absoluto) mucho tiempo después de que lo hicieran.
-Te debía algo. Ahora
estamos en paz-dijo, echando mano de la parte interna de su chaqueta
y sacando un tubo de metal brillante, ligero como una pluma pero duro
como el más puro de los aceros. Me lo tendió. Yo lo cogí con mano
temblorosa. Estaba caliente por lo cerca que había estado a su piel.
Bajé los ojos para
abrir la pequeña cápsula, gemela de la que había sacado de la
Central de Pajarracos Express tanto tiempo atrás, y abrí los ojos
de par en par cuando descubrí su contenido. Reconocí los papeles
que había conseguido rescatar, y los que nunca antes había visto
pero que sabía que pertenecían al mismo lote.
Alcé los ojos para
contemplarlo. Me dedicó una sonrisa triste.
-Ahora cada uno puede
seguir con su camino-dijo, encogiéndose de hombros, fingiendo que no
le importaba, cuando en realidad le dolía tanto o más que a mí. Me
pregunté si se habría atrapado en su propia red, si al final su
juego le había enganchado tanto que la sola idea de que la partida
se acabara le dejaría un profundo vacío en el pecho que le
impediría respirar, como me pasaba a mí.
Contuve el impulso de
dar un paso y acariciarle la mejilla, de agradecerle aquello que tan
falso había sido pero que había despertado cosas tan reales en mí.
Me limité a mirarlo mientras los demás pasaban, sin hacer caso de
nosotros, demasiado ocupados en el éxtasis de la llegada de los
runners de las demás secciones a la nuestra como para fijarse en
aquella burbuja de despedida y tristeza que no debería existir. Pude
constatar que se había afeitado hacía poco, porque la última vez
que lo vi su barba era más larga y se hacía notar más; su piel
estaba más morena, de tono aún más acaramelado, y juraría que
había menguado desde la última vez que lo vi. Un centímetro, dos a
lo sumo, algo imperceptible si no habías estado debajo de él.
Mi estómago se tensó
al abrirse paso mi yo más sarcástico y realista por mi mente para
carraspear ante un micrófono: Deberías preguntarle cuántas se
han dado cuenta de lo que estás constatando tú.
Tragué
saliva con dificultad.
-Intentaré
no dispararte a la mínima de cambio sólo por esto-murmuré,
queriendo correr a su pecho y abrazarlo una última vez. La traición
ya estaba consumada, pero él también era un traidor. Tal vez
pudieran perdonárnoslo. Tal vez se hiciera, de alguna manera, más
sencillo.
-Eso
es un consuelo. Nos vemos, Cyntia-dijo, llevándose dos dedos a la
frente y haciendo el saludo militar que tantas veces veíamos en las
noticias/propaganda del gobierno. Me eché a reír muy a pesar de
aquella parte que se había vuelto rencorosa, asentí con la cabeza y
lo observé perderse entre la multitud.
Una
vez su pelo marrón chocolate desapareció entre los cuerpos de los
demás, bajé otra vez la mirada a mis papeles, los enrollé, los
metí en el tubo y me dispuse a ir al despacho de Puck.
Sin
embargo, no llegué allí: justo cuando estaba metiéndome en el
ascensor para ir a buscar a mi vigilante y entrenador, sonó una
alarma. Todo el mundo se detuvo a escuchar; el silencio se convirtió
en un tsunami que barrió todo lo que encontraba a su paso.
-Han
encontrado el último maletín-un murmullo despertó con un rugido en
el fondo de la Base, y cuando quise darme cuenta me había unido al
griterío general. La voz femenina de una de nuestras principales
responsables carraspeó en los altavoces-. Damas y caballeros, la
subasta ha finalizado.
Escuchamos
el chasquido que produjo la estática al extinguirse y nos alzamos de
nuevo en un griterío que podría haber echado abajo los cimientos de
la ciudad. Me abracé a cuerpos que nunca había visto ni volvería a
ver, olvidándome de lo que había pasado, borracha de felicidad,
oliendo la esperanza que manaba de todos los cuerpos que se
encaminaban hacia nuestra arena para ver el último rostro que había
entrado en la nobleza de nuestra Sección.
Llegar
a la arena fue un auténtico caos, dado que no todo el mundo iba en
la misma dirección: mientras que los que habíamos salido queríamos
entrar, los que estaban dentro querían salir. Era un círculo
vicioso en que cada vez que una persona lograba su objetivo, dos
surgían para hacerte la vida aún más imposible. Tuve que trepar y
moverme literalmente por encima de las cabezas de los demás para
alcanzar el borde de la arena, y me tiré de cabeza, sin conseguir
ponerme en pie. Me importaba muy poco que pudiera hacerme daño, en
ese momento sólo quería bajar al terreno y recibir con los brazos
abiertos al compañero que me acompañaría a la cima del mundo.
Dos
brazos me levantaron, y pude ver perfectamente a Taylor y Blondie
sujetándome por debajo de los hombros. Me incorporé entre el
griterío y el barullo del público y me situé en el primer pedestal
que encontré, que no era el mismo de la última vez. Blondie se
situó a mi lado, Taylor al otro, y nos quedamos mirando las caras
rugientes mientras esperábamos a que el último campeón apareciera
por la puerta de atrás y se colocara en su puesto. Deseé que fuera
una chica.
Cuando
las bocas se volvieron locas y las manos se agitaron con fiereza, me
di cuenta de que era la hora de girarse. Me volví sobre mis talones
mientras Blondie se limitaba a echar un vistazo por encima de su
hombro. Taylor ni siquiera se movió: había bajado la mirada y
estudiaba con increíble concentración el suelo, como si se
encontrara ante algo que requiriera toda su capacidad mental. Lo
achaqué a los nervios mientras estudiaba por el rabillo del ojo su
imagen de observador del suelo, parpadeando despacio como se hace
cuando quieres asimilar algo.
Se
me ocurrió que tal vez tuviera un pinganillo y le estuvieran
contando algo por él.
Se
me cayó el alma a los pies cuando caí en la cuenta de que podían
estar informándole de que habían cazado a un ángel dentro de
nuestra Base, el mismo que me había robado mis documentos tan
preciados.
Fue
entonces cuando me di cuenta de que tenía en la mano la cápsula que
Louis me había dado, y que debía devolverla.
Sin
haber visto aún a nuestro último campeón, bajé los ojos para
contemplar el pequeño pecado que se retorcía quieto entre mis
dedos, con un coro de “no, no, no” pasándoselo en grande en mi
mente. Mis nudillos estaban blancos.
Blondie,
percatándose de mi preocupación, bajó los ojos y contempló la
cápsula.
-¿Qué
es?
-Cosas
importantes que no deberían estar a la vista de todos-murmuré, lo
bastante alto como para que me oyera. Taylor no movió un músculo,
lo cual hizo que me pusiera todavía más histérica.
Se
acabó, se acabó, oh, joder, se acabó.
Un
chico que me resultaba familiar pasó frente a mí. De un brinco pude
constatar que era el chico de la mochila, aquel que no había dicho
ni media palabra cuando fuimos a buscar a nuestros vigilantes, y
fruncí el ceño. No me esperaba que fuera tan bueno; me habían
dicho que era... bueno... aprendiz de vigilante. Y no había
aprendices de vigilante. Tenías que ser pésimo para que te
consideraran más útil detrás de una pantalla que detrás de un
edificio.
Se
subió con timidez a su pedestal; claramente estaba tan sorprendido
como yo.
Blondie
le dedicó una cálida sonrisa que hizo que se sonrojara y agachara
la cabeza.
-Runners
de la Sección Coliflor-anunció una voz orgullosa por unos altavoces
que no conseguí localizar. El nombre verdadero de nuestra Sección
se había perdido en el tiempo, desplazado por el mote que ahora
llevábamos con orgullo. Puse la mejor de mis sonrisas y deseé que
todo aquello terminara ya. Tenía que llevarle los documentos a
Puck.-, aquí tenéis a vuestros campeones de la subasta. ¡Serán
ellos los que salven nuestra comunidad!
El
mundo pareció venirse abajo, las estrellas se asustaron del ruido
que estalló en aquel instante. Los que estábamos en los pedestales
alzamos las manos, las derechas y mi izquierda, porque no quería que
se dieran cuenta de lo que tenía entre las mías, saludando y
agradeciendo aquel griterío. Rugimos como leones; no era para menos.
Entre
el público, distinguí a Blueberry. Salté de mi pedestal y fui a
buscarla, le tendí la cápsula y la miré a sus ojos azules como el
hielo de un glaciar.
-Busca
a Puck, mi vigilante. Dale esto. Que nadie te lo quite. Cuando lo
tenga, que venga a buscarme.
Volví
a mi sitio aplaudiendo al cielo mientras los demás se desperdigaban
por ahí. Taylor permaneció en su lugar, contemplando el vacío. No
fue hasta más tarde cuando me di cuenta de que sus ojos se habían
deslizado por mi cuerpo y no se habían detenido en él, sino que
habían parado en la cápsula que sostenía baja, con la esperanza de
que nadie reparara en ella, mucho más tiempo del que dictaba la
curiosidad.
Pistacho amoril.
ResponderEliminarTE QUIERO ANÓNIMO
EliminarPistacho ftw.
ResponderEliminarAW
Eliminar
ResponderEliminarMe acabo de meter en el link y nunca antes había leído nada tuyo
Quiero felicitarte, me encanta,
Cada cuanto subes capitulo??
Aw muchas gracias querido/a, me alegro de que te guste :3
EliminarPues normalmente subo de Light Wings (esta novela) cada semana, aunque hay días en los que me da por procrastinar y termino no subiendo en una semana entera.
Y luego, de mi otra novela, Chasing the stars, subo cada 15 días: el 11 y 26 de cada mes.
ERIIIIII
ResponderEliminarAquí Mari, interrumpiendo sus horas de estudio intenso de la historia del arte dese el Siglo XVII hasta nuestros días para venir a comentarte el pedazo capítulo que te has marcado, PISTACHO mío.
Esque puto Louis, yo lo cogía, lo estampaba contra la pared y le hacia de todo! AY MADRE!
Y después de llevar todo el día intentándolo desde el móvil, ahora que acabo de coger el ordenador y sigo a tiempo de comentarte hoy, PISTACHO, pues me dije "ale, Mari, vete a comentarle a Eri" y aquí me tienes muerta del sueño así que me voy a ir a la cama
Buenas noches
ILYSM PISTACHO
Ay Mari, primero hay que estudiar y luego ya lo mío JAJAJAJAJAJAno, sabes que no JAJAJAJAJAJAJAJA
EliminarBuenas "noches" <3