Quisiera pedirte perdón, a ti, que estás leyendo esto, y especialmente si te lo he mandado personalmente porque me pediste un día que te avisara de los capítulos, por mi empecinamiento en publicar de light wings cuando me da la puta gana, sin importarme que puedan pasar varios meses entre capítulo y capítulo. En mi defensa diría que he estado muy liada, pero vamos a ser sinceros: siempre he tenido tiempo para tocarme los huevos en Twitter, así que, ¿realmente no podía sacar 5 minutos para ir escribiendo poco a poco y, tal vez, ser más regular? Evidentemente, pero la falta de ganas termina pudiendo con todo. No obstante, no desesperes: ya me he vuelto a enamorar de esta historia, y me he prometido a mí misma que no voy a seguir riéndome en tu cara (siento que eso es, precisamente, lo que estoy haciendo) y publicando cada dos millones de años.
Light Wings volverá a ser, como mínimo, semanal.
Dicho esto, ¡disfruta!
Los
pasos repiqueteaban en el suelo del pasillo escondido tras la puerta como una
tormenta de verano en un lago… tormenta que, cada vez, se acercaba más y más.
Angelica
se giró justo en el momento en que la manilla comenzaba a moverse, y, antes
incluso de que una rendija de luz se colase entre la puerta y la pared, se
abalanzó sobre el panel en el que se controlaban las simulaciones y tecleó a la
velocidad de la luz.
-Viene
alguien-se limitó a informar, y un silencio antinatural gobernó la estancia.
Agradecí internamente no haber estado metida también en el simulador; de lo
contrario, tardarían muchísimo más en salir que siendo solo dos.
Pero,
claro, no les iba a dar tiempo de escapar de ese mundo paralelo lo
suficientemente rápido como para que nadie se enterase de nuestras pequeñas
excursiones: bastante tenían los pájaros con dejarnos entrenar en el mismo
sitio en que lo hacían ellos realmente, como para encima hacerlo también donde
sus mentes entraban en un lugar idéntico al limbo.
Perk
fue el primero en aparecer, resollando por una carrera que no debería haber
llevado a cabo. Al segundo, la puerta terminó de abrirse con un estruendo y uno
de los ángeles que estaban de nuestro lado se materializó en su vano.
-Lo
saben.
-¿Cómo
que lo saben?-espeté sin comprender. Sólo Perk me miró, quien se acercó a mí y
me apretó el brazo al escuchar un golpe sordo: Louis había vuelto también.
-¿Quiénes?
-Todos.
Vienen hacia aquí.
El
recién llegado, Angelica y Louis intercambiaron una mirada. Cuatro alas blancas
y dos marrones; no lo suficiente como para salir de allí sin dejar rastro.
Habían
pasado varias semanas desde nuestra primera incursión en aquel limbo de los
pájaros, y habíamos ido mejorando, hasta el punto de que yo ya podía planear
casi sin pensarlo, decidir las rutas y cambiar de dirección rápidamente. Perk,
que había empezado después que yo (Angelica había entrado en una de las cámaras
en las que guardaban las bolas argentinas como la que yo había capturado en la
ciudad para dársela después de mis avances a pasos agigantados) todavía
encontraba dificultades alzando el vuelo y aterrizando; nada que no se
resolviera en una semana; como mucho, dos.
Pero
ahora no teníamos una semana, y se habían enterado de lo que estábamos
haciendo, lo cual sólo podía significar una cosa: sabían todo, sabían de nuestra revolución y seguramente de los nombres
implicados (cuyo número había aumentado mucho más despacio de lo que Louis, e
incluso Angelica, habían esperado), de nuestros planes, movimientos, fechas e
ideas.
Y
los runners, por primera vez en nuestra existencia, nos habíamos tirado un
farol, ofreciendo guerra cuando nadie estaba dispuesto a mover un dedo por dos
hermanos. Era ley de vida: si alguien tropezaba y te estaban persiguiendo,
debías dejarlo atrás. Un muerto era mejor que uno.
El
problema era, ¿realmente no podían intentar rescatarnos? Perk y yo éramos
buenos, habíamos sido parte de una misión de élite que había fracasado por
poco, ya que sólo dos habíamos sido capturados, así que, ¿de verdad no merecía
la pena intentar ir a salvarnos? Deberían pensar a largo plazo, pensar que
meses eran suficientes para entender mejor a los pájaros, cómo funcionaban y cómo
se comportaban, cuáles eran sus puntos débiles y por qué flancos no había que
atacarles… los espías eran piezas claves en las guerras, y nosotros éramos lo
más parecido a un espía que los nuestros habían tenido jamás.
Pero,
claro, las normas eran las normas, y no era la policía la que estaba detrás de
nosotros. No puedes intentar salvar a alguien que está en caída libre, incluso
si es ese alguien quien lleva el objeto de la misión.
Perk
y yo intercambiamos una mirada medio horrorizada, medio resignada. Sabíamos que
hasta aquí habíamos llegado: más lejos que nadie, más alto que nunca, y, sin
embargo, no podríamos pasar el testigo de todo lo que habíamos descubierto.
Como que, por ejemplo, los ángeles también eran personas.
Detrás
de nosotros, Angelica y Louis discutían un plan en susurros, como si tuvieran
miedo de que alguien les descubriera o de que sus ideas, al ser escuchadas,
perdieran toda su eficacia.
-No
podemos entregarlos; las bolas ya están sincronizadas con ellos. Llevamos
trabajando mucho tiempo, son nuestra única esperanza.
-Lo
sé, pero tenemos que pensar a largo plazo. ¿Qué haremos si los encierran? Los
necesitamos en la batalla, sí, pero no podemos permitirnos el lujo de que los
tengan encadenados más de dos días.
-Sabes
que no les darán más oportunidades, y que nos arrancarán la cabeza si se
enteran de lo que estamos haciendo. A ti te cortarán las alas, y a mí-Louis se
estremeció.
-No
pueden cortártelas, eres el primero de tu especie.
-Ya
lo sé, pero una vez sale una flor, ya sabes que el suelo es fértil, y puedes
permitirte el lujo de cortarla para plantar un árbol.
-¿Puedo
hablar?-inquirió el otro pájaro, el de las alas de gorrión, levantando la mano
con timidez, como si aquello fuera una clase. Perk me apretó un poco más el
codo, yo me pegué hacia él. Si estaba de esta guisa, estábamos perdidos. Sólo
estaríamos tirando a la basura un tiempo muy preciado en el que se podía
decidir no sólo nuestro futuro, sino el de toda la ciudad.
-Claro,
Jack-invitó Louis, ignorando el ceño fruncido de Angelica.
-Podríamos
decir que los estábamos entrenando para que se infiltrasen para nosotros, y que
no dijimos nada porque estábamos planeando matarlos nosotros mismos si ellos no
colaboraban. O no eran capaces de sernos útiles.
Perk
y yo volvimos a mirarnos a los ojos, intentando leer en las pupilas del otro
sus pensamientos. La sola idea de volver a la Base para traicionar a nuestros
hermanos le resultaba repugnante, podía verlo. En un rincón de mi mente,
también sentía esa repulsión. Sin embargo, la mayor parte de mi ser aplaudió
esa idea. Al fin y al cabo, había sido el “ser una traidora” lo que me había
llevado a vivir en una habitación en uno de los edificios mejor protegidos de
toda la ciudad, sólo con el Cristal por delante de mí, como una lanza que se
levanta al cielo por el que se acerca un dragón.
-Es
una idea…-murmuró Louis, sacudiendo la cabeza, alucinado.
-Es
brillante. ¡Brillante! Podemos conseguirlo, sólo tienes que hablar tú. Te
adoran, Louis-él puso los ojos en blanco, ella suspiró-. Oh, venga, sabes que
es así. Todo lo que tú hagas estará bien hecho; sólo tienes que convencerlos de
que estás de su lado.
-Llevo
convenciéndolos toda mi vida, desde que nací, Angelica. Pero no sé si éste será
el momento, ni la idea, quiero decir… sería como reconocer que soy como ellos, ¿sabes?
-No
es momento de ponerse morales, ¿vale, pájaro?-espetó Perk, levantándose y
tendiéndome una mano que rechacé. Me puse en pie de un brinco, yo sola, y me
eché mano a la trenza, que deshice y volví a hacer para apretar aún más el
pelo, tal y como hacía cada vez que me disponía a salir en una misión en la que
tendría a Puck susurrándome en el oído-. Si esto es lo que nos va a sacar de
aquí, que así sea. Sobrevivir puede estar sobrevalorado, pero si no sobrevives
y te matan, no puedes vivir ni un poco.
-¿Cyn?
Asentí
despacio con la cabeza.
-Es
un buen plan. Es mejor que el que teníamos.
-No
teníamos nada.
-Exacto.
Si nos va a sacar de aquí, hagámoslo.
De
manera que nos condujeron de vuelta a nuestras habitaciones, creyendo que nos
vendrían a buscar allí.
Estábamos
equivocados: unos hombres trajeados, algunos con alas, otros sin ellas, nos
interceptaron antes incluso de que llegásemos al pasillo central en el que se
cogían los ascensores. Se colocaron en formación delante de nosotros, para
diversión de los ángeles que estaban allí, y de los que se entrenaban en la
Cúpula, lo suficientemente cerca del cristal como para fijarse en que algo
había cambiado en los pasillos que la rodeaban.
-¿Qué
es esto?-espetó Louis, pasando entre Perk y yo y colocándose al lado de Jack.
-La
directora quiere verte-se limitó a decir el del centro, que parecía llevar la
voz cantante. Su piel negra se fundía en la espalda con unas alas del mismo
negro nocturno, alas que, curiosamente, acababan en cuernos, como si los huesos
que las sostenían fueran demasiado grandes para la carne y la piel.
Louis
echó un vistazo por encima del hombro, con una expresión fría y dura en la
mirada. Estaba claro que no se llevaba bien con ese tío. Incluso la postura de
Angelica había cambiado, pasando de preocupación a desafío, con la espalda
estirada y la mano apoyada casualmente en el cinturón, donde solía llevar las
pistolas, y en el que, tal vez, escondiera algún cuchillo.
-Llevadlos
a las habitaciones, luego iré yo.
Y
Jack hizo ademán de echar a andar, pero otro de los guardias se interpuso en su
camino, agarrándole el hombro.
-Os
quiere a todos.
Angelica
miró a Louis un segundo, un segundo en el que le disparó mil bombas atómicas de
preocupación. Y Louis las exhaló todas con un inmenso suspiro nasal.
-De
acuerdo. Vamos-hizo un gesto con la cabeza y echó a andar.
-Ponedles
las esposas-exigió el hombre que parecía llevar la voz cantante, a lo cual mi
ángel jefe se detuvo.
-No
creo que sea necesario, dado que están rodeados de enemigos, son sólo dos, y
son runners.
-Precisamente
porque son runners quiero que les pongan las esposas
-Pónselas
si quieres, ya verás lo poco que tarda la chica en estrangularte con ellas-alzó
las manos, haciéndose a un lado. Por primera vez, tuve al buitre frente a mí,
cara a cara. Alcé la cabeza como había hecho la primera vez que pasé por aquel
pasillo, y le clavé una mirada envenenada, llena de odio, de esas que matarían
si por mis venas corriera magia. Me encontré con sus ojos negros, rodeados de
un blanco tan limpio que casi dolía verlo, que me estudiaron de arriba abajo,
valorando si era más peligrosa ahora, con una correa larga, o después, si me
ataban en corto y me daba por morder.
Me
prometí a mí misma que le marcaría los dientes si intentaba acercarse a mí.
Mirando
de soslayo a Louis, alzó dos dedos y él asintió con la cabeza. Echaron a andar
uno al lado del otro, sin intercambiar palabra hasta llegar a un inmenso
ascensor, en el que yo no recordaba haber entrado, con paredes de cristal.
-Esta
vez los has cabreado, Louis.
-Es
una lástima que sea su hijo favorito y que no vayan a hacerme nada-se sonrió,
como si estuvieran solos y no hubiera gente con armas dispuestos a freírnos a
tiros rodeándolo.
-Incluso
a los hijos favoritos se les castiga.
-¿Qué
sabrás tú de favoritismo, Blackfire? En tu vida te ha querido nadie.
Perk
y yo nos miramos. ¿Blackfire? No habíamos oído ese nombre en nuestra vida, lo
cual nos hizo sospechar que lo había elegido él, al más puro estilo runner. Y
la verdad era que el color le pegaba, aunque las alas ya estaban descoloridas
por el tiempo pasado surcando el cielo.
Desde
luego, no me gustaría cruzarme con este tío en ninguna misión.
Perk
estudiaba las pistolas que llevaba colocadas en el cinturón como si estuviera
pensando de verdad en intentar quitárselas.
-Al
menos yo tengo madre.
-Al
menos yo nací siendo lo que soy, y no
tuve que matar a nadie por mis alas-se sonrió Louis como yo nunca pensé que lo
haría mencionando su nacimiento y cómo había muerto su madre.
-¿Alguna
vez has probado el olor de la carne llena de alquitrán al quemarse? Sabe a
infierno, exactamente a donde tú vas a ir.
-Qué
lástima que yo sea el primer ángel verdadero, ¿verdad? Incluso en el infierno sería
el más importante. Tal vez sea Lucifer, ¿eh? Tal vez mandase allí abajo
también.
Blackfire
apretó los puños, pero no dijo nada más.
Notaba
la tensión creciendo de la mano de Angelica y Jack; la lucha se acercaba como
se había acercado el suelo a mí cuando ella me tiró del Cristal. La lucha o
algo peor: nuestra condena.
Inconscientemente,
cuando las puertas del ascensor se abrieron, Perk y yo nos pegamos el uno al
otro y comenzamos a hacer aquello que nos habían grabado a fuego en el
subconsciente: memorizarlo todo, buscar rutas de escape, buscar cualquier punto
débil que aprovechar para escapar.
Nuestras
vidas habían dependido tanto de esos exámenes, y ahora éstos eran tan inútiles…
Nos
condujeron por un pasillo iluminado exclusivamente por fluorescentes, hasta
unas puertas enormes que se abrieron nada más acercarnos. Era increíble lo que
la tecnología (y el dinero) podían hacer.
Con
un movimiento de cabeza, Blackfire nos indicó que entrásemos, y se colocó
silenciosa pero notablemente en el fondo de la sala, defendiendo la puerta,
haciéndonos saber que no había manera de escapar de allí.
Nos
habían conducido a una gran sala, muy parecida a aquella en la que me había
proclamado una de las campeonas de las runners y había ganado la misión al
Cristal, sólo que aquella tenía un techo descubierto, tapado por un cristal de
seguro decímetros de grosor. Seis barras de acero curvadas lo sustentaban, y
sendas barras la cruzaban dándole al dibujo un aspecto de telaraña.
Sorprendentemente,
la telaraña no proyectaba sombra.
Noté,
más que vi, cómo Perk alzaba la vista y fruncía el ceño, constatando lo mismo
que yo. Ni un rastro de penumbra, ni uno solo. Era como si el propio acero
también fuese luminoso y, sin embargo, allí estaba.
La
sala, circular, estaba compuesta por gradas que iban subiendo más y más; aunque
era bastante más pequeña que la de la base, no podías no encogerte ante la
mirada de la enorme silla que se alzaba con orgullo justo en frente de la
puerta. La silla, más parecida a un trono, estaba hecha de piedra gris, y tenía
un respaldo tan alto que acariciaba el techo con las esquinas.
Y,
sentada en ella, con las piernas cruzadas, se encontraba una mujer joven, de
pelo rojo brillante por la altura de la barbilla, ojos perfectamente pintados
para resaltar el azul casi blanco que contenían, y labios pintados con
exactitud, con un bolígrafo que los presionaba despacio.
-Sentadlos
por ahí-ordenó en voz baja, y dos de los guardias acudieron a nosotros para
agarrarnos del brazo y colocarnos frente a una mesa, muy similar a la utilizada
en los antiguos sacrificios, en el que había dos sillas de madera, que
contrastaban en gran medida con la composición pétrea de la habitación.
-Louis-ronroneó
la mujer, sonriendo. Y Louis, el hijo de puta de Louis, le devolvió la sonrisa.
-Bryce.
La
muchacha sonrió, aleteó con las pestañas y se inclinó hacia delante,
descruzando las piernas, como queriendo reducir la distancia que la separaba de
él. Hubo carraspeos en la sala; fue entonces cuando me di cuenta de que no estábamos
solos, sino que, más abajo, en la tribuna, hombres y mujeres llenaban las
mesas. Parecía que toda la dirección de la Central de Pajarracos Exprés había
querido acudir a esa exhibición de las mascotas más sosas y a la vez escasas
del edificio. Perk me cogió la mano y me la apretó, como si fuera una damisela
en apuros y él mi caballero de la brillante armadura, preparado para rescatarme
de las fauces del dragón.
Le
devolví el apretón, consciente de que yo no era la única “damisela en apuros”
del lugar. Lo éramos los dos.
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