martes, 30 de junio de 2015

Pira.

Quisiera pedirte perdón, a ti, que estás leyendo esto, y especialmente si te lo he mandado personalmente porque me pediste un día que te avisara de los capítulos, por mi empecinamiento en publicar de light wings cuando me da la puta gana, sin importarme que puedan pasar varios meses entre capítulo y capítulo. En mi defensa diría que he estado muy liada, pero vamos a ser sinceros: siempre he tenido tiempo para tocarme los huevos en Twitter, así que, ¿realmente no podía sacar 5 minutos para ir escribiendo poco a poco y, tal vez, ser más regular? Evidentemente, pero la falta de ganas termina pudiendo con todo. No obstante, no desesperes: ya me he vuelto a enamorar de esta historia, y me he prometido a mí misma que no voy a seguir riéndome en tu cara (siento que eso es, precisamente, lo que estoy haciendo) y publicando cada dos millones de años.
Light Wings volverá a ser, como mínimo, semanal.
Dicho esto, ¡disfruta!

             Los pasos repiqueteaban en el suelo del pasillo escondido tras la puerta como una tormenta de verano en un lago… tormenta que, cada vez, se acercaba más y más.
            Angelica se giró justo en el momento en que la manilla comenzaba a moverse, y, antes incluso de que una rendija de luz se colase entre la puerta y la pared, se abalanzó sobre el panel en el que se controlaban las simulaciones y tecleó a la velocidad de la luz.
           -Viene alguien-se limitó a informar, y un silencio antinatural gobernó la estancia. Agradecí internamente no haber estado metida también en el simulador; de lo contrario, tardarían muchísimo más en salir que siendo solo dos.
            Pero, claro, no les iba a dar tiempo de escapar de ese mundo paralelo lo suficientemente rápido como para que nadie se enterase de nuestras pequeñas excursiones: bastante tenían los pájaros con dejarnos entrenar en el mismo sitio en que lo hacían ellos realmente, como para encima hacerlo también donde sus mentes entraban en un lugar idéntico al limbo.
            Perk fue el primero en aparecer, resollando por una carrera que no debería haber llevado a cabo. Al segundo, la puerta terminó de abrirse con un estruendo y uno de los ángeles que estaban de nuestro lado se materializó en su vano.
            -Lo saben.
            -¿Cómo que lo saben?-espeté sin comprender. Sólo Perk me miró, quien se acercó a mí y me apretó el brazo al escuchar un golpe sordo: Louis había vuelto también.
            -¿Quiénes?
            -Todos. Vienen hacia aquí.
            El recién llegado, Angelica y Louis intercambiaron una mirada. Cuatro alas blancas y dos marrones; no lo suficiente como para salir de allí sin dejar rastro.
            Habían pasado varias semanas desde nuestra primera incursión en aquel limbo de los pájaros, y habíamos ido mejorando, hasta el punto de que yo ya podía planear casi sin pensarlo, decidir las rutas y cambiar de dirección rápidamente. Perk, que había empezado después que yo (Angelica había entrado en una de las cámaras en las que guardaban las bolas argentinas como la que yo había capturado en la ciudad para dársela después de mis avances a pasos agigantados) todavía encontraba dificultades alzando el vuelo y aterrizando; nada que no se resolviera en una semana; como mucho, dos.
            Pero ahora no teníamos una semana, y se habían enterado de lo que estábamos haciendo, lo cual sólo podía significar una cosa: sabían todo, sabían de nuestra revolución y seguramente de los nombres implicados (cuyo número había aumentado mucho más despacio de lo que Louis, e incluso Angelica, habían esperado), de nuestros planes, movimientos, fechas e ideas.
            Y los runners, por primera vez en nuestra existencia, nos habíamos tirado un farol, ofreciendo guerra cuando nadie estaba dispuesto a mover un dedo por dos hermanos. Era ley de vida: si alguien tropezaba y te estaban persiguiendo, debías dejarlo atrás. Un muerto era mejor que uno.
            El problema era, ¿realmente no podían intentar rescatarnos? Perk y yo éramos buenos, habíamos sido parte de una misión de élite que había fracasado por poco, ya que sólo dos habíamos sido capturados, así que, ¿de verdad no merecía la pena intentar ir a salvarnos? Deberían pensar a largo plazo, pensar que meses eran suficientes para entender mejor a los pájaros, cómo funcionaban y cómo se comportaban, cuáles eran sus puntos débiles y por qué flancos no había que atacarles… los espías eran piezas claves en las guerras, y nosotros éramos lo más parecido a un espía que los nuestros habían tenido jamás.
            Pero, claro, las normas eran las normas, y no era la policía la que estaba detrás de nosotros. No puedes intentar salvar a alguien que está en caída libre, incluso si es ese alguien quien lleva el objeto de la misión.
            Perk y yo intercambiamos una mirada medio horrorizada, medio resignada. Sabíamos que hasta aquí habíamos llegado: más lejos que nadie, más alto que nunca, y, sin embargo, no podríamos pasar el testigo de todo lo que habíamos descubierto. Como que, por ejemplo, los ángeles también eran personas.
            Detrás de nosotros, Angelica y Louis discutían un plan en susurros, como si tuvieran miedo de que alguien les descubriera o de que sus ideas, al ser escuchadas, perdieran toda su eficacia.
            -No podemos entregarlos; las bolas ya están sincronizadas con ellos. Llevamos trabajando mucho tiempo, son nuestra única esperanza.
            -Lo sé, pero tenemos que pensar a largo plazo. ¿Qué haremos si los encierran? Los necesitamos en la batalla, sí, pero no podemos permitirnos el lujo de que los tengan encadenados más de dos días.
            -Sabes que no les darán más oportunidades, y que nos arrancarán la cabeza si se enteran de lo que estamos haciendo. A ti te cortarán las alas, y a mí-Louis se estremeció.
            -No pueden cortártelas, eres el primero de tu especie.
            -Ya lo sé, pero una vez sale una flor, ya sabes que el suelo es fértil, y puedes permitirte el lujo de cortarla para plantar un árbol.
            -¿Puedo hablar?-inquirió el otro pájaro, el de las alas de gorrión, levantando la mano con timidez, como si aquello fuera una clase. Perk me apretó un poco más el codo, yo me pegué hacia él. Si estaba de esta guisa, estábamos perdidos. Sólo estaríamos tirando a la basura un tiempo muy preciado en el que se podía decidir no sólo nuestro futuro, sino el de toda la ciudad.
            -Claro, Jack-invitó Louis, ignorando el ceño fruncido de Angelica.
            -Podríamos decir que los estábamos entrenando para que se infiltrasen para nosotros, y que no dijimos nada porque estábamos planeando matarlos nosotros mismos si ellos no colaboraban. O no eran capaces de sernos útiles.
            Perk y yo volvimos a mirarnos a los ojos, intentando leer en las pupilas del otro sus pensamientos. La sola idea de volver a la Base para traicionar a nuestros hermanos le resultaba repugnante, podía verlo. En un rincón de mi mente, también sentía esa repulsión. Sin embargo, la mayor parte de mi ser aplaudió esa idea. Al fin y al cabo, había sido el “ser una traidora” lo que me había llevado a vivir en una habitación en uno de los edificios mejor protegidos de toda la ciudad, sólo con el Cristal por delante de mí, como una lanza que se levanta al cielo por el que se acerca un dragón.
            -Es una idea…-murmuró Louis, sacudiendo la cabeza, alucinado.
            -Es brillante. ¡Brillante! Podemos conseguirlo, sólo tienes que hablar tú. Te adoran, Louis-él puso los ojos en blanco, ella suspiró-. Oh, venga, sabes que es así. Todo lo que tú hagas estará bien hecho; sólo tienes que convencerlos de que estás de su lado.
            -Llevo convenciéndolos toda mi vida, desde que nací, Angelica. Pero no sé si éste será el momento, ni la idea, quiero decir… sería como reconocer que soy como ellos, ¿sabes?
            -No es momento de ponerse morales, ¿vale, pájaro?-espetó Perk, levantándose y tendiéndome una mano que rechacé. Me puse en pie de un brinco, yo sola, y me eché mano a la trenza, que deshice y volví a hacer para apretar aún más el pelo, tal y como hacía cada vez que me disponía a salir en una misión en la que tendría a Puck susurrándome en el oído-. Si esto es lo que nos va a sacar de aquí, que así sea. Sobrevivir puede estar sobrevalorado, pero si no sobrevives y te matan, no puedes vivir ni un poco.
            -¿Cyn?
            Asentí despacio con la cabeza.
            -Es un buen plan. Es mejor que el que teníamos.
            -No teníamos nada.
            -Exacto. Si nos va a sacar de aquí, hagámoslo.
            De manera que nos condujeron de vuelta a nuestras habitaciones, creyendo que nos vendrían a buscar allí.
            Estábamos equivocados: unos hombres trajeados, algunos con alas, otros sin ellas, nos interceptaron antes incluso de que llegásemos al pasillo central en el que se cogían los ascensores. Se colocaron en formación delante de nosotros, para diversión de los ángeles que estaban allí, y de los que se entrenaban en la Cúpula, lo suficientemente cerca del cristal como para fijarse en que algo había cambiado en los pasillos que la rodeaban.
            -¿Qué es esto?-espetó Louis, pasando entre Perk y yo y colocándose al lado de Jack.
            -La directora quiere verte-se limitó a decir el del centro, que parecía llevar la voz cantante. Su piel negra se fundía en la espalda con unas alas del mismo negro nocturno, alas que, curiosamente, acababan en cuernos, como si los huesos que las sostenían fueran demasiado grandes para la carne y la piel.
            Louis echó un vistazo por encima del hombro, con una expresión fría y dura en la mirada. Estaba claro que no se llevaba bien con ese tío. Incluso la postura de Angelica había cambiado, pasando de preocupación a desafío, con la espalda estirada y la mano apoyada casualmente en el cinturón, donde solía llevar las pistolas, y en el que, tal vez, escondiera algún cuchillo.
            -Llevadlos a las habitaciones, luego iré yo.
            Y Jack hizo ademán de echar a andar, pero otro de los guardias se interpuso en su camino, agarrándole el hombro.
            -Os quiere a todos.
            Angelica miró a Louis un segundo, un segundo en el que le disparó mil bombas atómicas de preocupación. Y Louis las exhaló todas con un inmenso suspiro nasal.
            -De acuerdo. Vamos-hizo un gesto con la cabeza y echó a andar.
            -Ponedles las esposas-exigió el hombre que parecía llevar la voz cantante, a lo cual mi ángel jefe se detuvo.
            -No creo que sea necesario, dado que están rodeados de enemigos, son sólo dos, y son runners.
            -Precisamente porque son runners quiero que les pongan las esposas
            -Pónselas si quieres, ya verás lo poco que tarda la chica en estrangularte con ellas-alzó las manos, haciéndose a un lado. Por primera vez, tuve al buitre frente a mí, cara a cara. Alcé la cabeza como había hecho la primera vez que pasé por aquel pasillo, y le clavé una mirada envenenada, llena de odio, de esas que matarían si por mis venas corriera magia. Me encontré con sus ojos negros, rodeados de un blanco tan limpio que casi dolía verlo, que me estudiaron de arriba abajo, valorando si era más peligrosa ahora, con una correa larga, o después, si me ataban en corto y me daba por morder.
            Me prometí a mí misma que le marcaría los dientes si intentaba acercarse a mí.
            Mirando de soslayo a Louis, alzó dos dedos y él asintió con la cabeza. Echaron a andar uno al lado del otro, sin intercambiar palabra hasta llegar a un inmenso ascensor, en el que yo no recordaba haber entrado, con paredes de cristal.
            -Esta vez los has cabreado, Louis.
            -Es una lástima que sea su hijo favorito y que no vayan a hacerme nada-se sonrió, como si estuvieran solos y no hubiera gente con armas dispuestos a freírnos a tiros rodeándolo.
            -Incluso a los hijos favoritos se les castiga.
            -¿Qué sabrás tú de favoritismo, Blackfire? En tu vida te ha querido nadie.
            Perk y yo nos miramos. ¿Blackfire? No habíamos oído ese nombre en nuestra vida, lo cual nos hizo sospechar que lo había elegido él, al más puro estilo runner. Y la verdad era que el color le pegaba, aunque las alas ya estaban descoloridas por el tiempo pasado surcando el cielo.
            Desde luego, no me gustaría cruzarme con este tío en ninguna misión.
            Perk estudiaba las pistolas que llevaba colocadas en el cinturón como si estuviera pensando de verdad en intentar quitárselas.
            -Al menos yo tengo madre.
            -Al menos yo nací siendo lo que soy, y no tuve que matar a nadie por mis alas-se sonrió Louis como yo nunca pensé que lo haría mencionando su nacimiento y cómo había muerto su madre.
            -¿Alguna vez has probado el olor de la carne llena de alquitrán al quemarse? Sabe a infierno, exactamente a donde tú vas a ir.
            -Qué lástima que yo sea el primer ángel verdadero, ¿verdad? Incluso en el infierno sería el más importante. Tal vez sea Lucifer, ¿eh? Tal vez mandase allí abajo también.
            Blackfire apretó los puños, pero no dijo nada más.
            Notaba la tensión creciendo de la mano de Angelica y Jack; la lucha se acercaba como se había acercado el suelo a mí cuando ella me tiró del Cristal. La lucha o algo peor: nuestra condena.
            Inconscientemente, cuando las puertas del ascensor se abrieron, Perk y yo nos pegamos el uno al otro y comenzamos a hacer aquello que nos habían grabado a fuego en el subconsciente: memorizarlo todo, buscar rutas de escape, buscar cualquier punto débil que aprovechar para escapar.
            Nuestras vidas habían dependido tanto de esos exámenes, y ahora éstos eran tan inútiles…
            Nos condujeron por un pasillo iluminado exclusivamente por fluorescentes, hasta unas puertas enormes que se abrieron nada más acercarnos. Era increíble lo que la tecnología (y el dinero) podían hacer.
            Con un movimiento de cabeza, Blackfire nos indicó que entrásemos, y se colocó silenciosa pero notablemente en el fondo de la sala, defendiendo la puerta, haciéndonos saber que no había manera de escapar de allí.
            Nos habían conducido a una gran sala, muy parecida a aquella en la que me había proclamado una de las campeonas de las runners y había ganado la misión al Cristal, sólo que aquella tenía un techo descubierto, tapado por un cristal de seguro decímetros de grosor. Seis barras de acero curvadas lo sustentaban, y sendas barras la cruzaban dándole al dibujo un aspecto de telaraña.
            Sorprendentemente, la telaraña no proyectaba sombra.
            Noté, más que vi, cómo Perk alzaba la vista y fruncía el ceño, constatando lo mismo que yo. Ni un rastro de penumbra, ni uno solo. Era como si el propio acero también fuese luminoso y, sin embargo, allí estaba.
            La sala, circular, estaba compuesta por gradas que iban subiendo más y más; aunque era bastante más pequeña que la de la base, no podías no encogerte ante la mirada de la enorme silla que se alzaba con orgullo justo en frente de la puerta. La silla, más parecida a un trono, estaba hecha de piedra gris, y tenía un respaldo tan alto que acariciaba el techo con las esquinas.
            Y, sentada en ella, con las piernas cruzadas, se encontraba una mujer joven, de pelo rojo brillante por la altura de la barbilla, ojos perfectamente pintados para resaltar el azul casi blanco que contenían, y labios pintados con exactitud, con un bolígrafo que los presionaba despacio.
            -Sentadlos por ahí-ordenó en voz baja, y dos de los guardias acudieron a nosotros para agarrarnos del brazo y colocarnos frente a una mesa, muy similar a la utilizada en los antiguos sacrificios, en el que había dos sillas de madera, que contrastaban en gran medida con la composición pétrea de la habitación.
            -Louis-ronroneó la mujer, sonriendo. Y Louis, el hijo de puta de Louis, le devolvió la sonrisa.
            -Bryce.
            La muchacha sonrió, aleteó con las pestañas y se inclinó hacia delante, descruzando las piernas, como queriendo reducir la distancia que la separaba de él. Hubo carraspeos en la sala; fue entonces cuando me di cuenta de que no estábamos solos, sino que, más abajo, en la tribuna, hombres y mujeres llenaban las mesas. Parecía que toda la dirección de la Central de Pajarracos Exprés había querido acudir a esa exhibición de las mascotas más sosas y a la vez escasas del edificio. Perk me cogió la mano y me la apretó, como si fuera una damisela en apuros y él mi caballero de la brillante armadura, preparado para rescatarme de las fauces del dragón.
            Le devolví el apretón, consciente de que yo no era la única “damisela en apuros” del lugar. Lo éramos los dos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤