viernes, 1 de septiembre de 2017

La caída de Scott Malik.

-Dime que tú te acuerdas de lo que pasó-me pegué tanto a Tommy que sentí el calor de su cuerpo contra el mío-. Dime que yo no hice nada. Que estaba… no sé. ¿Mirando?-me pasé una mano por el pelo, anticipando la catástrofe.
               Tommy sacudió la cabeza.
               -Tengo flashes-me informó-. Pero en todos tú estás haciendo cosas, Scott. Además… míranos. Dormimos en bolas. Los cuatro. ¿Qué ibas a hacer tú desnudo en la cama con dos chicas, si no es…?-dejó la frase en el aire, inacabada, temiendo pronunciar su veredicto-. ¿Crucigramas?-dijo por fin tras una pausa, quitándole hierro al asunto. Pero a mí me costaba respirar. Negué con la cabeza.
               -No puede ser. No puede ser, tío. Tiene que ser puta coña. Yo nunca le haría eso a tu hermana-volví a toquetearme el pelo, frustrado. Ojalá me arrancara la cabeza a mí mismo. Sería mejor que lidiar con esta maldita situación.
               Me dolía todo el cuerpo, en parte por el malestar y el dolor de haber traicionado a Eleanor de una forma tan vil, y en parte por las agujetas producidas por aquella traición. Tenía la suerte de no recordar absolutamente nada, así que sólo me torturaría durante el resto de mi vida intentando adivinar qué era lo que había hecho mal, lamentándome de una acción que mi cuerpo había registrado solamente en sus músculos.
               ¿Cómo podía haberle hecho esto a la persona a la que yo más quería en el mundo? Después de todo el daño que me habían hecho, de las noches llorando por Ashley, de las madrugadas despierto pensando en qué había fallado, por qué no había sido suficiente… ahora había sido lo bastante gilipollas como para dejar que un par de drogas y copas de más me convirtieran en ella.
               Eleanor no se merecía aquel sufrimiento. No se merecía quedarse despierta de madrugada, imaginándome haciendo cosas mucho peores de las que yo había hecho (o, al menos, eso esperaba). No se merecía llorar hasta quedarse sin lágrimas, dormir sin descansar por pesadillas que la acecharían en las que yo estaría en su cama, con Zoe, con Diana, con las dos a la vez.
               -No puedes decírselo-me dijo Tommy, negando con la cabeza. Me puso una mano en el hombro que me ardió. Tampoco me lo merecía a él. No me merecía a nadie. Me merecía que me echaran a los lobos y grabaran cómo me descuartizaban sin piedad-. La matarás.
               -Tengo que hacerlo, T. tengo que hacerlo, tiene que saberlo, no puedo fingir que todo está bien. No con ella. No así-negué con la cabeza, sintiendo cómo las lágrimas escalaban a mis ojos. Tommy me susurró un dulce “ven aquí”, me cogió de la nuca y me estrechó contra sus brazos. Me acarició la espalda y me dejó desahogarme, llorar como un niño pequeño, exactamente igual que lo habíamos hecho la vez que descubrimos lo que era la infidelidad.
               Descubrí que me sentía peor ahora de lo que me había sentido jamás. Me pregunté si Ashley se habría sentido mal en algún momento. Se lo pregunté a Tommy, que negó despacio con la cabeza.
               -Ella no te quería, no como tú quieres a mi hermana.
               Se cuidó de decir su nombre porque no quería hacerme más daño; ojalá me hubiera parecido que era porque no me lo merecía.
               Cuando consiguió tranquilizarme, me dolía el pecho de tanto sollozar. Tommy me pasó una mano por el pelo y me dio un beso en la frente.
               -Ven. Vamos a desayunar, y pensamos qué hacemos, ¿te parece bien, S?
               Asentí con la cabeza y me dejé arrastrar hacia la pequeña salita con cocina americana. Estábamos en la suite de un hotel que no logré identificar, y mira que este tipo de hoteles suelen tener sus iniciales por todas partes. ¿El Hilton? ¿El Ritz? ¿Por qué iría la americana pelirroja a un hotel cuando tenía la habitación de Diana libre y disponible, lista para que ella quisiera usarla?
               Una oleada de rabia me invadió al pensar que, tal vez, hubieran planeado esto desde el principio. Quizás no nos habían llevado a casa de Tommy porque sabían que no habríamos hecho nada allí. Alguien nos habría detenido, o nosotros no nos habríamos atrevido, directamente.
               Había un carrito con una bandeja plagada de comida en el centro de la estancia. Tommy levantó las tapas de cada una de las bandejas e inhaló el aroma proveniente de los manjares más apetecibles de la gastronomía de lujo.
               Me rugió el estómago. Me entraron ganas de vomitar.
               Sabías que las cosas estaban jodidas cuando no tenía ganas de comer. Tommy se sentó en uno de los sillones, cogió un plato y un tenedor y me miró.
               -Tienes que comer algo, S.
               -No me apetece.
               -A mí tampoco, pero no podemos pensar con el estómago vacío. Si ya estando bien decimos gilipolleces, imagínate lo que pasará cuando tengamos falta de nutrientes en el torrente sanguíneo.
               Me lo quedé mirando.
               -Hablas como los putos médicos que atienden a Alec.
               -Yo también tengo un paciente al que atender ahora mismo; siéntate y come-ordenó con voz autoritaria, y no tuve más remedio que obedecerle. Puso un bollito de canela en un plato y colocó éste en mi regazo. Lo miré, inapetente. Miré a Tommy con gesto desvalido.
               -No pienso darte de comer como si fueras un bebé-advirtió, dando un bocado de una tostada a la que no le echó nada.
               Comimos en silencio, yo, obligado, él, obligándome. Apenas pude meterme en el estómago un par de sorbos de leche y ese bollo que él acababa de entregarme. Me daban arcadas cada vez que me ponía a masticar. Me pregunté qué pasaría si cogía el tren, atravesaba el túnel del Canal de la Mancha y me perdía por Francia. Quizás pudiera trabajar en un viñedo, o una cosa así. Le escribiría una carta a Eleanor diciéndole que había encontrado mi vocación, deseándole suerte en el programa y pidiendo que no me buscara. Sería mejor así.
               Cuando le presenté mi idea a Tommy, él alzó tanto las cejas que casi tocaron el nacimiento de su pelo.
               -¿Qué cabida tienen tus sentimientos en ese plan tan brillante?
               Me quedé a cuadros. Mierda, no había pensado en que yo nunca me perdonaría abandonar a Eleanor así (igual que no me perdonaría lo que acababa de hacer), ni podría darles la espalda a mis hermanas, a él, a mis padres…
               Cuando suspiré trágicamente, decidiendo que había que apechugar con las consecuencias, Tommy pareció ver que no había otra forma de que sobrelleváramos esto. Tenía que ser un hombre, dar la cara, admitir mis errores y explicarme. Le debía eso a Eleanor.
               Ya que no había podido serle fiel a ella, por lo menos, lo sería a mí mismo.
               -Vale, ¿cómo vas a hacerlo?
               -¿Vienes conmigo?-le pedí. Tommy negó con la cabeza.
               -¿Qué quieres, que vayamos los dos en plan amantes, para que piense que no sólo le has puesto los cuernos, sino que encima ha sido con su hermano?-bufó, y yo suspiré.
               -No sé cómo voy a…
               Me interrumpí. Una figura apareció por la puerta que daba al dormitorio. Su melena caoba caía en cascada por sus hombros. Zoe se estiró. Me quedé mirando la forma de sus caderas, mostradas ligeramente por debajo de las costuras finales de la camisa que había llevado la noche anterior. Mi camisa.
               Tommy y yo nos la quedamos mirando. Ojalá no me la hubiera comido con los ojos. Ojalá pudiera comportarme como un novio decente. Pero había algo en ella que me atraía como la luz a las polillas. La pelirroja tenía un magnetismo al que te era difícil resistirte.
               Quise creer que habían sido las drogas las que habían hecho que yo cediera y perdiera el norte. Jamás admitiría que habían ayudado, sí, pero Zoe habría conseguido tentarme tarde o temprano. La tensión sexual que había entre nosotros dos era incluso palpable.
               Cuánto daño le habríamos hecho a Eleanor de todas formas.
               En ningún momento pensé en Jordan.
               -Buenos días-ronroneó, bajando los brazos, ocultando sus bragas bajo los límites blancos de aquel vestido improvisado y hurtado-. ¿Han subido café?
               -Eh…-miré a Tommy en busca de ayuda, como si a él se le diera mejor tratar con pelirrojas. Tenía car de estar sufriendo una embolia.
               -Sí-escupió por fin-. Hay café.
               -Genial-respondió ella, caminando con innegable sensualidad hacia el carrito, cogiendo una cafetera y vertiendo su contenido en una taza de porcelana con bordes dorados.
               -Zoe-me aclaré la garganta y ella me miró a través de unas pestañas largas. Sus ojos se encuadraban en una raya que sobrevivió a la noche-. ¿Llevas puesta mi camisa?
               Zoe sonrió, la típica sonrisa coqueta de la chica a la que la persona por la que se ha cambiado el peinado le pregunta si se ha hecho algo en el pelo.
               -Ajá.
               -Voy a necesitar que me la devuelvas-me escuché decir. Tommy me miró, horrorizado-. O sea, no ahora. Después. Tengo que irme.
               Zoe alzó una ceja, divertida.
               -Vaya, ¿quieres repetir lo de ayer?-coqueteó, dejando su taza de nuevo sobre el carrito, ya cargada con su bebida. Se echó el pelo hacia atrás y comenzó a desabotonarse la camisa.
               -No hace falta que…
               Se la abrió con rapidez y eficacia y se regodeó en quitársela. Me la tendió, y yo la cogí sin saber muy bien cómo lo había hecho. Sonrió, satisfecha.
               Y luego, para martirio de los dos, se acercó a mí, me miró desde arriba, como una diosa de la desnudez, y se quitó también las bragas. Las dejó encima de mi camisa y me acarició la mandíbula.
               -Para ti. De recuerdo, por si te apetece recrearlo cuando me vaya a casa-me guiñó un ojo, caminó hacia el carrito, cogió otra taza, la llenó y se dirigió a la puerta.
               -¿A ti no te gustaba Jordan?-me escuché decir. Se volvió para mirarme.
               -Me gustáis los ingleses-le lanzó una mirada cargada de intención también a Tommy, que se revolvió-. Diana habla maravillas del suyo, y quería probarlo. La verdad es que estoy muy satisfecha con el experimento-entrelazó sus piernas, bailó sobre el dorso de sus pies, apoyada en el marco de la puerta-. No sé lo que os dan aquí, sospecho que sea el aire; no es normal que sepáis follarnos mejor de lo que los americanos podrían soñar.
               Miré a Tommy. Ahora sí que le estaba dando una embolia. Zoe se sonrió, se mordió el labio y desapareció por la puerta, no sin antes agitar la melena de una forma que me hizo recordar.
               Estaba tras ella, bajándole la cremallera del vestido. Se quitó el sujetador con rapidez, lo tiró a un lado, y dejó que la pusiera a cuatro patas. Le aparté el pelo de la espalda y le acaricié el costado. Le toqueteé el cuello mientras se estremecía; con la otra mano, le bajaba las bragas.
               La manoseé como si fuera mía mientras le quitaba la ropa.
               Hacía meses que yo no tocaba a una chica así.
               El viejo Scott había vuelto.
               A mi lado, Diana se sentaba encima de la erección de Tommy, todavía a medio desnudar, y lanzaba un quejido de satisfacción.
               Me giré y miré a Tommy.
               -T-susurré. Me miró con expresión embobada, y yo puse los ojos en blanco, percatándome de qué sucedía realmente-. No me jodas, tío. Preocúpate un poco porque soy un adúltero. Ya tendrás tiempo de empalmarte luego.
               -Lo siento, S. Ya sabes que las pelirrojas son mi perdición.
               Puse los ojos en blanco y miré la lencería reposando sobre mi camisa. Tiré las bragas sin tocarlas al suelo mientras Zoe despertaba a Diana.
               -Didi, he hecho café.
               Diana respondió algo.
               De repente, Tommy dejó escapar una exclamación. Se pasó una mano por el pelo y negó con la cabeza.
               -Para un puto trío que hago en mi vida, y encima con una modelo y una pelirroja, y voy y no lo recuerdo.
               Me volví hacia él.
               -Tú quieres que te dé un puñetazo, ¿no es así?-espeté.
               -Cada uno tiene su puto drama, Scott, no seas así.
               -Al menos ya no tenemos la duda de si es pelirroja natural.
               Ahora fue él quien me miró.
               -¿Acabas de hacer una broma con el coño de una chica que no es mi hermana?
               -Creo que todavía me dura la borrachera-respondí, frotándome la cara.
               Escuché a las americanas reírse, probablemente comentando algo de lo que habíamos hecho anoche, y me volvió la desesperación. Tommy dio un sorbo de su zumo.
               -T… ¿crees que… tú y yo…?
               Dio un brinco y me miró.
               -¿Estás mal de la cabeza? Preferiría tirarme a Eleanor a acostarme contigo, Scott. Me parece que está menos mal.
               -Son unas depravadas, ¿quién sabe qué nos habrán hecho?
               Tommy negó con la cabeza.
               -Si me estás preguntando si hay alguna posibilidad, por remota que sea, de que ayer folláramos…
               -Sólo quería asegurarme. Por si acaso tú… bueno, no puedo contárselo a Eleanor y que salga el tema (porque saldrá) y yo quedarme con cara de besugo y decir “no sé”. No recuerdas nada, ¿no?
               -Recuerdo retazos, Scott. Estar con Diana. Estar con Zoe. Estar con las dos. No sé qué cojones estabas haciendo tú mientras yo estaba con las dos.
               Joder. Así que no había soñado con que me tiraba a una rubia. Creía que había sido Afrodita. Fue entonces cuando caí en que la diosa del amor y la belleza se parecía sospechosamente a la americana rubia.
               Qué bien. Le había puesto los cuernos a mi novia con dos chicas, y no con una. No se podía ser más ruin.
               -¿Cómo se lo digo?
               -Como te salga. Le pides perdón-sentenció Tommy, mirándome, poniendo la mano, plana, entre nosotros, zanjando así la cuestión-. Le explicas lo que pasó. Le vuelves a pedir perdón. No le digas que estabas drogado, eso la cabreará más.
               -O sea, ¿qué tengo que dejar que piense que…?
               -A ver, Scott, hemos metido la pata y la hemos metido hasta el fondo, sí. Pero la culpa es nuestra, tuya y mía. Si no hubiéramos cedido cuando ellas nos ofrecieron las drogas, no estaríamos aquí. Estaríamos en nuestras casas, con una resaca del quince, probablemente perdiéndonos la noche más importante de nuestras vidas…-se le fue apagando el ánimo-. Madre mía, que he hecho un trío y como estaba drogado no me acuerdo…
               -¡Thomas!-gruñí, exasperado.
               -¡Lo siento, vale! ¡Algunos no tenemos una vida sexual tan interesante y completita como la tuya! ¡Jesús!-sacudió la cabeza.
               -¿Quieres ayudarme, por favor?
               -Vale, pues eso. Le dices que lo sientes, como dos millones de veces. Que harás lo que sea por compensárselo. Igual, con un poco de suerte, sólo te deja en coma. Podrías hacerle compañía a Alec.
               Ignoré la pullita.
               -¿Dónde se lo digo? ¿En su casa?
               -Ni de coña, ¿para estropearle su hogar? No puedes decírselo en nuestra casa. Cada vez que entre, se acordará de eso.
               -¿En la mía?
               Se lo pensó un momento.
               -Si follasteis ahí la primera vez…
               -La primera vez, no. Nuestra primera noche, sí, la pasamos ahí.
               -Pues entonces, no. Territorio neutro-se pasó una mano por el cuello, pensativo-. Llévala a un sitio en el que no hayáis estado nunca para no… corromper los recuerdos-me miró por el rabillo del ojo-. ¿Se te ocurre algún sitio?
               -¿Un parque? ¿O será demasiado… público?
               -Un parque está bien. Os sentáis lo más apartados posible, se lo cuentas, y luego esperas. Ni te muevas. Ni respires.
               -¿Espero a qué?
               -A que te pegue, te grite y te haga lo que quiera. Tú no hagas nada. Por el amor de dios, Scott, tú ni te muevas.
               -Es que no tengo nadas de hacer nada, Tommy, ¿sabes? De lo único que tengo ganas ahora es de morirme.
               -¿Sabes qué? Olvídate de lo que te he dicho sobre las drogas. Repítele que la quieres, y que lo sientes, y que no sabías lo que hacías porque estabas drogado, una y mil veces si hace falta. Ponte de rodillas. Arrástrate. Bésale los pies. A mi hermana es lo que le mola, que le besen los pies; tiene un ego que ni Mariah Carey.
               -Vale. Un parque. Le pido perdón. Le dejo que me pegue. Lo tengo-asentí-. Eh… ¿cómo quedo con ella? ¿La llamo?
               -¡NO!-ladró Tommy-. Te lo va a notar si la llamas. Mándale un mensaje. No la pongas nerviosa-hizo hincapié en esta última parte de sus instrucciones-. Bastante tiene con lo que le vas a contar. No le digas que tenéis que hablar, dile… no sé, que quieres quedar con ella.
               -Ayer nos peleamos. Seguro que lo achaca a eso si le digo que quiero hablar.
               -Scott-me pidió Tommy, y yo asentí. Tenía razón, en el fondo sabía que tenía razón.
               Después de mandarle el mensaje y que ella me respondiera al minuto que “por supuesto que sí”, me sentí como una auténtica mierda. Me volví hacia él, buscando comprensión, ideas, o una pistola con la que pegarme un tiro.
               -Y ahora, ¿qué?
               Tommy me miró fijamente.
               -Ahora, te arreglas para ella. Vamos a hacer que estés nuevo de paquete.
               Quiso que me duchara en la habitación del hotel, pero, como no tenía ropa con la que cambiarme (y ni de puta coña iba a ver a mi novia con la misma camisa que se había puesto la chica con la que le había puesto los cuernos), al final decidimos que me prepararía en casa. Tenía una hora y media escasa para ducharme, afeitarme y borrar cualquier resto que quedara en mi cuerpo del pecado de la noche anterior. Tommy se quedó atrás, me dijo que para cuidar de las americanas. Me molestó que no viniera conmigo.
               La parte más mezquina de mí, la que mandaba ahora, me susurró que, tal vez, en realidad se quedaba no para cuidar de ellas, sino para que ellas cuidaran de él.
               Intenté apartar esos pensamientos de mi mente en el taxi (no tenía tiempo de coger metros ni buses). Si perdía la confianza en Tommy, entonces, ¿qué me quedaría?
               Llegué a casa con cara de estar mal, pero no solté prenda. Ahora que había traspasado el umbral de la puerta, una nueva espada se cernía sobre mí.
               Una espada forjada con los años y años de desprecios hacia mi padre por haber hecho lo mismo que acababa de hacer esa noche. ¿Dónde estaba mi superioridad moral ahora?
               Lo miré mientras pasaba detrás del sofá, gruñí una mueca a modo de saludo y no dije nada más, buscando una excusa, pensando en justificaciones que yo sabía que no iba a encontrar.
               Mi padre y yo éramos, simple y llanamente, un par de cabrones, personas egoístas y caprichosas que no sabíamos renunciar a lo que nos apetecía cuando nos lo ponían delante, aun sabiendo el daño que les haría a las personas que, se suponía, más nos importaban.
               Me metí en la ducha, abrí el grifo del agua caliente y me quedé pensando bajo el chorro, ignorando cómo me ardía en la piel. Me sentaba bien. Encontré un secreto placer en torturarme para no pensar: realmente funcionaba, y podía entender que Tommy se diera duchas de agua hirviendo cuando se encontraba mal.
               El fuego arrasa, sí, pero también purifica, y los terrenos yermos un verano pueden ser los más fértiles al siguiente gracias a las cenizas.
               Me sentía optimista. Cuando salí de la ducha, la piel blanda y enrojecida, me dije que Eleanor y yo no éramos como papá y Perrie. Yo no era un cobarde. Que yo supiera, él no le había contado nunca a ella lo que había hecho. Ella se había enterado por la prensa, por las continuas humillaciones de sus fans. Yo protegería a Eleanor. La cuidaría. No permitiría que nadie se metiera con ella, asumiría la culpa que me correspondía de todo este desastre: la responsabilidad era mía, entera y absolutamente mía.
               Me miré en el espejo, buscando diferencias con mi padre, como si fuera a encontrarlas después de mil exploraciones. Quizás el párpado un poco más alto, la nariz un poco menos aguileña, los labios un poco más gruesos, tuvieran la respuesta a mi pregunta, el secreto del universo que yo buscaba desesperadamente; ¿terminaríamos igual que ellos dos?
               ¿Se habría sentido él con Perrie como yo me sentía con Eleanor? ¿Habrían hablado de críos? Se comprometieron muy pronto, su compromiso duró aún más. Puede que fuera una promesa. Voy a cambiar, Perrie, le habría dicho ese anillo en el dedo, ese anillo que ella habría mirado como convenciéndose de que él la quería, la respetaba, que los rumores eran mentiras y no verdades conocidas a medias.
               Algo me tocó la pierna y yo di un brinco. Miré hacia abajo.
               Los ojos inmensos de mi hermana más pequeña me miraron.
               -¿Juegas conmigo?-repitió. Negué con la cabeza, cogiéndola y alzándola para sentarla en el lavabo. Su disgusto fue evidente, pero ahora no tenía tiempo para ocuparme de sus berrinches. Tenía cosas más graves en las que pensar.
               -No, Dundun. No tengo tiempo.
               -¿Por qué?
               -Tengo que ir a ver a Eleanor.
               -Pero, ¿no vienes de verla?-preguntó, confusa. Se llevó una mano a la mejilla y se la restregó. Vacilé un segundo, consciente de que mis hermanas me habían esperado metidas en mi cama, en balde, con la esperanza de dormir todos juntos una noche más, mi última noche. Casi podía escuchar las excusas de Sabrae, intentando convencer a las demás de que no es que me importaran una mierda, es que me habrían liado, o me apetecía estar con Eleanor porque teníamos que estar juntos en secreto.
               Me dio vergüenza tener que hacerlas pasar por aquello. Me dio vergüenza obligar a Sabrae a justificar mi ausencia cuando ella me necesitaba más que Shasha y Duna juntas.
               -No, mi amor. Vengo de…-negué con la cabeza. ¿Cómo le explicaba a mi hermana pequeña que yo no era la persona perfecta que ella creía? Lo peor de la adolescencia es que pierdes a tus héroes. Y ella era aún muy pequeña para descubrir que yo no era más que un chico-. No importa. El caso es que… tengo que ir a hablar con ella, ¿entiendes?
               -¿Sobre qué?-quiso saber, evidentemente. Me mordisqueé el piercing, y ella lo miró, desanimada. Abatida, parpadeó y levantó la cabeza, esperando mi mentira. Yo no sabía que me mordía el piercing cuando iba a decirles alguna mentira a mis hermanas o a mis padres. Pero Duna, a sus 8 años, sí.
               -He hecho algo horrible, Dun.
               Duna se cruzó de brazos.
               -¿El qué? ¿Has apagado sin guardar la partida del Animal Crossing?
               Esbocé una sonrisa.
               -No. Esto es más gordo.
               -No puede ser-replicó, negando con la cabeza. Se inclinó para darme un beso, se bajó de un salto y señaló el retrete-. ¿Puedo usarlo? Me hago pis.
               -¿Quieres que te ayude?
               -Soy mayor-respondió. Me dolió que no me necesitara. Yo necesitaba que me hiciera sentir como que aún valía para algo. Se bajó los pantalones del pijama mientras yo me echaba crema de afeitar. Me miró mientras me convertía en un falso Papá Noel. Cortó papel higiénico mientras yo empezaba a pasarme la cuchilla. Lo tiró al váter, saltó y se subió los pantalones. Caminó hacia la puerta.
               -Duna-advertí. Ella se llevó una mano a la boca, sorprendida por haber sido pillada in fraganti. Tiró de la cadena y trató de huir-. Duna-dije, de nuevo, cansado. Me aparté para que se lavara las manos. Incluso la aupé un poco y noté cómo se reía mientras le hacía cosquillas, presionando en su pecho con la yema de los dedos.
               -¡Scott!-rió-. ¡Para!-chapoteó en el agua. Me incliné hacia ella.
               -¿Qué pasa?-dije, frotándome contra su cara, dejando una capa de espuma en su apetitosa mejilla. Duna se echó a reír, se limpió con el dorso de su pequeña mano y exclamó:
               -¡Pareces un algodón de azúcar, de los que venden en las ferias!
               Me la quedé mirando mientras se iba, frotándose la parte baja del pijama contra la cara para limpiarse. Ojalá su percepción de mí no cambiara con el tiempo, cuando se enterara de lo que yo había hecho.
               Ojalá siguiera siempre siendo un héroe para ella, como papá lo había sido durante toda mi vida, a pesar de la sombra de su pasado planeando sobre su cabeza… hasta aquel día en que había entrado en la habitación de Ashley, cargado de ilusiones, con flores en la mano, y me había convertido en Perrie.
               Me marché sin decir adónde iba, regresé mucho antes de lo que ellos se esperaban. Papá no necesitó que se lo confirmara. Me metí en la habitación de los graffitis, me senté en el suelo y le observé pintar la pared. La sábana con las caras de Layla y Diana seguía allí colgada, respetada por él. Incluso le había puesto un plástico por encima para no estropearla con los vapores de sus otros dibujos.
               Me dejó quedarme allí, observándole en su rincón más íntimo. Sólo me miró de reojo una vez, señaló uno de los botes de espray, y se encogió de hombros cuando negué con la cabeza. Siguió dibujando.
               -Papá-susurré, con la voz rota, aguantándome las lágrimas. Se giró, y nuestros ojos se encontraron. Los ojos de mi madre en el cuerpo de mi padre, eso era lo que veía todo el mundo cada vez que me miraban.
               Papá sólo veía a mamá. A mamá y todo lo bueno que había salido de él. Lo mejor que había salido de él. Lo mejor, lo único bueno… precisamente lo que ahora le rechazaba, mirándolo desde abajo, sumiso, roto, avergonzado de sí mismo y corrompido para siempre.
               -¿Cómo te soportabas a ti mismo?-pregunté con un hilo de voz, escuchando los gritos de Eleanor en mi cabeza, notando sus lágrimas caer por mis mejillas como si fueran mías, los ojos ardiendo como si quien lloraba fuera yo, el corazón roto como si la traición no la hubiera cometido yo.
               ¿Llevaba toda la vida viviendo con esto… y yo no hacía más que echárselo en cara?
               Sí que debía quererme. Sí que debían quererme todos. Había que querer mucho a alguien para perdonarle que fuera un capullo de estas dimensiones.
               -Ahí está la clave, Scott-respondió mi padre, señalando uno de los premios que guardaba en aquella habitación. Un Grammy más, abollado, no apto para exhibición cuando vinieran visitas, pero del que nunca se desprendería. Era parte de él, sus vivencias, su vida antes de nosotros y después, porque los abollones se los habían hecho sus hijos mientras jugaban-. No lo haces.


Mimi me dijo que no le importaba que quedara con Scott. Incluso sonrió. Me gustó verla sonreír después de tanto tiempo; hacía más de una semana que no hacía otra cosa que muecas similares a una sonrisa, a modo de agradecimiento de las cosas que hacía con ella.
               Estábamos sentadas, mirando la televisión, cuando mi móvil vibró. Lo cogí y, nada más ver su nombre, me dio un vuelco el corazón.
               -¿Podemos quedar?
               Sonriendo como una lela (puede que esa sonrisa fuera contagiosa, y se la pegara a Mimi), desbloqueé el teléfono y tecleé rapidísimo que sí, por supuesto que sí.
               -¿Voy a tu casa?-inquirí, deseosa de verlo después de volverme hacia Mimi y pedirle permiso. Me moría de ganas de estar con él. Me sentía fatal por la pelea horrible que habíamos tenido ayer y, aunque lo hubiéramos arreglado, sentía que las cosas que habíamos dicho no se arreglaban con un par de besos y disculpas. Nos habíamos gritado cosas horribles que no se solucionaban conmigo corriendo por la calle tras él, con él acompañándome a casa de Mimi y asegurándome que estábamos bien.
               Necesitaba sentir que lo estábamos.
               Y le echaba de menos. Le echaba terriblemente de menos. Quería estar con él, en el sentido estricto y en el sentido bíblico de la palabra. Quería volver a ser suya en una cama conocida, sentir su peso sobre mí, sus besos por todo mi cuerpo, sus ojos adorando mi desnudez… echaba de menos lo que éramos cuando nuestros cuerpos se unían en uno solo.
               -¿Y si quedamos y damos una vuelta?-escribió-. No me apetece meterme en casa, si te soy sincero.
               -Vale. ¿Dónde quedamos? ¿Te paso a buscar?
               -No hace falta. Si quieres, voy yo-respondió, y un lacasito sonriente hizo que las alarmas, a punto de sonar, finalmente no saltaran.
               Después de convenir que quedaríamos en la esquina donde nos separábamos Mimi y yo cuando íbamos a ballet (no quería que la viera en el estado en que se encontraba, pues su tristeza era casi contagiosa, y se multiplicaba en cuanto veía a un chico con el que Alec tuviera algún tipo de relación), me revolví en el sofá.
               -Vete a prepararte-me animó-. Estaré bien.
               -¿Seguro?
               Asintió despacio con la cabeza.
               Así que allí estaba, con el pelo empapado, después de enjabonármelo y usar el champú de frutas exóticas de Mimi, quitándome los pocos pelitos que todavía sobrevivían a la pasada del láser con la cuchilla, echándome crema hidratante y ahuecándome el pelo para que los rizos de siempre tuvieran a bien en aparecer. Todavía no sabía qué ponerme, pero descubrí que no habría hecho falta que me preocupara: Mimi había llamado a mi madre y le había dicho que me trajera el vestido azul atado al cuello, con estampado de anclas, y una diadema roja que haría juego con mi pintalabios.
               Mimi me sentó en el borde de su cama y empezó a maquillarme. Le encantaba el maquillaje y, para colmo, se le daba bien: podía pasarse horas y horas mirando vídeos de maquillaje en Youtube y aprendiendo a cada segundo cosas nuevas que luego casi nunca ponía en práctica. Le daba vergüenza maquillarse como lo estaba haciendo ahora conmigo y como lo hacían las chicas de los canales de belleza; a duras penas se ponía un poco de rímel para oscurecerse las pestañas y darle profundidad a su mirada. Lo pasaba mal cuando íbamos a fiestas que requerían que nos arreglásemos más, porque se volvía absolutamente preciosa con su sombra de ojos y sus labios pintados. Era una auténtica belleza, con su pelo, su nariz de formas perfectas, sus pecas nada disimuladas (le encantaban sus pecas), sus ojos con chispas verdes, que te recordaban al musgo y la madera… y todos los chicos la miraban, cómo no iban a hacerlo.
               Y Mimi lo pasaba muy mal.
               Cómo no iba a hacerlo.
               Me retocó los labios, dándoles más amplitud y una carnosidad que hizo que me los mordiera para asegurarme de que no me había puesto Botox; me puso corrector, esparció un poco de colorete por mis mejillas, y me hizo un sombreado en tonos tierra para agrandarme aún más los ojos.
               Retiró la pequeña sábana que había utilizado para no estropearme el vestido (como si se le fuera a caer el maquillaje) y me atusó el pelo. Me colocó la diadema roja en el pelo, sacando dos mechones para enmarcarme la cara, y me hizo un lazo por la cintura. Me miré en el espejo y volví a mordisquearme los labios, me gustaba el tono cereza que habían adquirido.
               Las palabras de Scott cuando nos peleamos en el concurso resonaron en mi mente. Antes, tus besos sabían a cereza.
               Me volví hacia Mimi.
               -¿Crees que es excesivo?-pregunté, pero ella negó con la cabeza, un poco más animada. Quizá era eso lo que tendría que haber hecho desde un principio: ser su muñeca, dejar que ella me mimara a mí en lugar de yo mimarla a ella.
               -Estás preciosa.
               -Me pasaré a verte antes de irme, cariño-me acerqué y presioné mi mejilla contra la suya. Tenía miedo de estropearme su pequeña obra de arte.
               -Te he puesto un pintalabios a prueba de besos. Vas a ver a tu novio, al fin y al cabo-dijo, y sonrió con timidez. Su rostro recuperó un poco el color de siempre cuando sus mejillas se encendieron, pensando en las cosas que haríamos Scott y yo, esas cosas que la tenían fascinada pero que aún no había experimentado en sus propias carnes.
               Me pregunté si no iría demasiado arreglada para luego quitarme la ropa.
               -Pásalo bien-dijo Mimi, levantándose de la cama, envolviéndose de nuevo en su eterna manta y bajando las escaleras por delante de mí. Parecía una reina que descendía desde sus aposentos al salón del trono, con el típico mantón de la realeza, de color carmesí y bordes en estampado de tigre.
               Se volvió hacia mí, con la expresión de la princesa a la que van a casa por conveniencia, no la reina que lleva una corona en la cabeza.
               -Os he dejado comida en la nevera-dije. Le había hecho tortilla. Un poco más desastrosa de la que hacían mi hermano y mi madre, pero serviría. Mimi asintió con la cabeza, una sonrisa bailando peligrosamente cerca del borde del precipicio que eran sus labios.
               -Quizás haga una ensalada-susurró. Y eso me pareció el triunfo más glorioso de toda la semana.
               Prácticamente troté en dirección a nuestro punto de encuentro, una solitaria esquina dominada por una farola y un banco. Vi una figura en la distancia, comprobando la hora en su móvil, nerviosa. No tuve que mirar dos veces para saber que era Scott.
               Él se volvió cuando escuchó mis pasos acercarse. Observé lo guapo que se había puesto para la ocasión, y pensé, con alivio, que él también sabía que las cosas no habían terminado de arreglarse. Pero que se hubiera arreglado era una buena señal. Él también quiere arreglarlas.
               -Hola-canturreé cuando llegué a su lado, poniéndome de puntillas sobre mis zapatos y depositando un beso en sus labios-, ¿llevas mucho tiempo esperando?
               -No te preocupes-fue lo que respondió. Pero yo me preocupé. Comprobé disimuladamente la hora en mi teléfono. Había llegado dos minutos tarde. Torcí la boca, él me besó en la mejilla, como devolviéndome el saludo aunque sin atreverse a hacerlo del todo. Inhalé el aroma de su loción para después del afeitado, y alcé la mano para tocar con los dedos la superficie lisa de sus mejillas. Las tenía tan suaves e hidratadas, olían tan bien… contuve el impulso de mordérmelas.
               -¿Adónde vamos?-pregunté, mirando en derredor. No había mucho que pudiéramos hacer en nuestro barrio en una mañana de horario escolar. Estaba a punto de sugerir dar una vuelta hasta el centro cuando Scott se metió las manos en los bolsillos y anunció:
               -Vamos al parque.
               Echó a andar sin darme la mano. Se me revolvió un poco el estómago, pensando en que quizá todavía estuviera un poco enfadado por lo que había pasado bien. Parecía serio, incluso molesto por algo.
               Empecé a ponerme paranoica, diciéndome a mí misma que su sonrisa había sido forzada…
               Pero se volvió, me miró y extendió la mano para que se la cogiera. Literalmente brinqué hacia él, entrelacé los dedos con los suyos y le seguí, dócil cual corderito.
               Siguió callado, taciturno, metido en sí mismo, pensando en sus cosas. Me dije que era normal, que yo también estaría molesta si hubiera ido a verle y él me hubiera rechazado como yo le rechacé a él ayer.
               No importa, me dije. Se lo compensaré.
               Caminamos por el parque, cogidos de la mano, sin decir nada. Supuse que Scott estaba ordenando sus ideas y decidí no presionarle.
               Pero el silencio entre nosotros era diferente. No era como cuando me acurrucaba entre sus brazos y veíamos una película o nos quedábamos mirando a la nada, cada uno sumido en sus pensamientos y retraído en su interior, compartiendo la intimidad de la cercanía al cuerpo del otro. Aquellos silencios eran ligeros y podían disfrutarse.
               Este pesaba y era incómodo. Me dolía la tripa pensando que algo estaba mal, pero mi cerebro me corregía, me decía que estaba paranoica y repetía una y otra vez que Scott simplemente estaba molesto por lo que había sucedido ayer, que enseguida se le pasaría.
               Creía que lo habíamos arreglado. No pensé que fuera a irnos así de mal, que estar juntos pudiera llegar así de… incómodo.
               Jamás había estado con él y me había sentido de esa manera, como si tuviera que decir algo para romper el silencio e impedirle seguir pensando.
               Nunca. Ni siquiera cuando él no se fijaba en mí.
               Scott exhaló un suspiro trágico y yo lo miré.
               -¿Te encuentras bien?-quise saber. Él me miró-. Estás un poco callado.
               -Es que… tengo un montón de cosas en la cabeza. Lo siento, mi amor-se disculpó, dándome un beso en la mejilla. Otra vez deberían haber saltado las alarmas, y no lo hicieron. Scott no había hecho más que darme besos en la mejilla desde que nos encontramos.
               Dejé que me llevara por el parque en el más absoluto silencio. Pasamos al lado de señoras que presumían de sus nietos, madres que charlaban mientras empujaban sus carricoches por los caminos de asfalto y niños pequeños que jugaban en la hierba. Scott me llevó hasta el rincón más apartado del parque, un pequeño jardín con flores diferentes de las demás, más exóticas y bonitas, con una fuente redonda circuncidada por bancos de piedra, en lugar de madera, como el de fuera de aquellas verjas.
               Escuché el crujir de la grava bajo nuestros pies. Scott miró un banco, pensativo.
               -¿Quieres que… nos sentemos?-preguntó. Asentí con la cabeza, se sentó a mi lado. Me volví hacia él, a mirarlo. Él clavó los ojos en la fuente y empezó a mordisquearse el piercing.
               Miré en derredor. No había nadie.
               Me incliné hacia él.
               -Scott-susurré. Él se volvió para mirarme. Le besé en los labios, le acaricié la cara, aspiré el aroma de su piel recién afeitada y su pelo recién lavado. Me gustaba muchísimo el champú que usaba. Me recordaba a nuestras primeras veces, a aquel fin de semana mágico en que lo había tenido solo para mí, cuando sólo salíamos de la cama para comer o para ducharnos (y, en esa segunda ocasión, no nos separábamos). Abrí la boca y él también, dejándose llevar por un glorioso momento.
               -Scott-repetí, jadeé, suspiré y pedí. Descubrí que estaba humedeciéndome y dilatándome para él. Le quería aquí. Le quería ahora. Pasé las piernas por encima de las suyas, me quedé sentada a su lado, pero también encima de él. Él me cogió de la cintura, de los muslos, asegurándose de que no me cayera.
               -Eleanor-gimió él también. Noté su deseo, cómo me anhelaba. Todo estaba bien, pensé con alivio, no pasaba nada.
               Hasta que, de repente, se apartó un poco. No lo suficiente como para que yo no siguiera besándole, pero sí lo bastante como para que no lo hiciera en la boca.
               Tenía miedo. Yo no lo sabía, pero él tenía miedo. Temía que yo lo notara, que me acercara a él y probara de sus labios los besos de otra.
               Me habría muerto del asco, me habría atragantado en el creer que yo no era suficiente.
               Pero yo no me di cuenta. Me senté sobre él, mimosa. Continué besándole, buscando su boca.
               -El. El, para.
               Me quedé quieta, anonadada. Él nunca me había mandado parar. Sólo aquella vez en que se había peleado con Tommy, y porque yo me estaba poniendo muy pesada. Pero ahora… él quería. Se lo notaba. Estaba dispuesto. Estaba excitado. Se había endurecido y respiraba entrecortadamente. Tenía las pupilas dilatadas.
               Aunque no me mirase a mí, tenía las pupilas dilatadas.
               -¿Por qué?
               Se giró y me miró.
               -Porque yo no me merezco esto.
               Me quedé quieta, sin entender.
               -¿El qué?
               Me miró, tomó aire, lo exhaló sonoramente.
               -Estás preciosa-dijo.
               Fue entonces cuando me di cuenta de que no me lo había dicho desde que había llegado.
               Y fue entonces cuando caí en que algo iba mal.
               Pero una parte de mí no podía creérselo, no podía creerse su silencio, su preocupación, su seriedad. Su rechazo. Tenían que ser imaginaciones mías.
               Algo en mi interior se revolvió. Me di cuenta de que había sido una riña insignificante para mí, para él había supuesto algo más. Cerré los ojos, tomé aire, miré hacia la fuente igual que había hecho él, como si de su manar brotaran también las respuestas.
               Me sentí estúpida. Patética. Me dieron ganas de llorar. Me había puesto guapa para él, y él venía a romper, a decirme que ya no sentía lo mismo por mí, que no podía seguir luchando por nosotros. Lo peor de todo era que, si Scott me decía que estaba cansado, yo me arrastraría. Me arrastraría con tal de conservarlo.
               Pero era tarde. En su silencio, en su tensión, en lo lejos que estaba de mí a pesar de estar literalmente pegado a mí, se veía lo tarde que era, el tiempo que había pasado, la oportunidad perdida, subida a un tren que había partido ya. Idiota, idiota, ¿por qué tenías que rechazarle? Siempre le deseaste, ¿y ahora te pones exquisita?
               Le miré con los ojos llenos de lágrimas, suplicándole en silencio que no me hiciera esto, que me dijera que era una broma. Es lo que te mereces, replicaba la voz que se reía de mis patéticas intentonas de conservarlo a mi lado. Estúpida, imbécil, es lo que te mereces.
               Y entonces, Scott habló.
               -Hay algo que quiero decirte. Es importante-clavó los ojos en las verjas que separaban ese pequeño jardín del resto del parque. Se frotó las manos y se mordisqueó el piercing. Se miró los nudillos, como intentando leer en ellos su siguiente frase. Por fin, me miró. En sus ojos no había otra cosa que arrepentimiento, un dolor tan profundo como la sima del océano. Tragué saliva. No, Scott, por favor, no-. Es muy importante.
               -Scott…
               -Déjame hablar. Por favor-susurró, parpadeando despacio, como quien tiene que lidiar con un niño pequeño particularmente travieso y desobediente. Tragué saliva y casi me atraganto. Casi-. Ayer… salí con tu hermano. Con tu hermano y con Diana, y Zoe-añadió. Ya no me miraba. Scott ya no miraba a nada-. El caso es que nos pusimos a beber. Estaba un poco disgustado por nuestra discusión, pero…-de repente, como si se diera cuenta de que estaba a su lado y me estaba hablando a mí, levantó los ojos y me miró-, eh, no es culpa tuya-me puso una mano en la pierna. Me recordó a cómo tocaban los médicos a Mimi cuando ella preguntaba si había esperanzas de que Alec se despertara, y ellos le mentían, le decían que no sabían, cuando en realidad conocían perfectamente el estado de él: estaba vegetal, respiraba gracias a una máquina. Alec estaba muerto aunque su corazón palpitase-. Jamás será culpa tuya. Es que… tengo muchísimas cosas en la cabeza. Entre lo del programa, Jesy, la movida con Alec, estar ahí para mis hermanas, nosotros… no puedo con todo. Me emborraché-Scott se quedó callado. Yo no entendía a qué venía todo esto. Si no habíamos venido a romper, si él no había querido quedar para hablar de nuestra separación, ¿por qué habíamos tenido que venir al parque? ¿Por qué no me dejaba mimarle, acostarme con él, ir hasta su casa, quitarle la ropa y animarle el día como lo hacía siempre que me desnudaba frente a él?
               Temí tocarle la mejilla. Una parte de mí me dijo que no lo hiciera. Otra, que sí.
               Alcé los dedos. Él se apartó.
               Y me rompió el corazón.
               -Scott…-susurré, al borde del llanto. Vi cómo tragaba saliva, la nuez de su garganta, que tanto me había gustado toquetear y besar, ahora inalcanzable.
               -También tomé drogas. Creo que varios tipos. Y… y…-negó con la cabeza, bufó, se echó hacia delante, clavó los codos en las rodillas y se tapó la cara con las manos.
               Parecía 30 años mayor de lo que en realidad era.
               -No sé cómo he podido hacerte esto.
               -¿Hacerme qué?-dije con un hilo de voz. No sabía a dónde iba a parar. Mi mente no paraba de sugerirme hipótesis, a cada cual más absurda. En ningún momento se me pasó por la cabeza que estuviera confesándose, en lugar de recriminándome algo.
               Por fin, me miró. Después de una eternidad en la que pensé que me daría algo, Scott Malik, mi novio, el chico del que llevaba enamorada desde que tenía uso de razón, se volvió a mirarme. En sus ojos había una tristeza tan inmensa como el agujero que dejarían en mi alma las siguientes palabras:
               -Eleanor, yo… me acosté con Zoe. Y también con Diana. Me acosté con las dos.
               Mi cerebro no pudo procesar aquella frase. Lo miré en silencio.
               Scott se lo tomó como una invitación para seguir hablando.
               -Estaba muy borracho, apenas me acuerdo de nada. Me ofrecieron drogas y yo las acepté, porque estaba jodidísimo; tu hermano también tomó, pero eso no importa, lo que cuenta es que me he despertado esta mañana con ellas en la cama, no me acuerdo de nada, Eleanor, te juro que no era yo, te juro que no sabía lo que hacía, si vieras… si vieras cómo flipé al descubrir dónde estaba y con quién…
               Scott me cogió las manos.
               Y todo, absolutamente todo, cayó sobre mí como un templo que se desmorona sobre la sacerdotisa más fiel, la que no abandonaría a sus dioses por muchos males que le arrojaran encima.
               Me separé de sus manos y me aparté de él como si Scott fuera el mismísimo demonio, salido del infierno a una temperatura ardiente. Me apoyé en el borde del banco y lo miré con ojos como platos, sintiendo un dolor punzante atravesándome el pecho, quemándome las entrañas, helándome el corazón.
               Estúpida, repitió la voz, tú pensando en él toda la noche, y él follándose a otra.
               Follándose a dos.
               Follándose a la americana.
               Scott se inclinó hacia mí, suplicante, y yo me volví a apartar. Por un instante en el que mi cerebro se desconectó, sólo pude mirar su boca. Qué habría hecho con aquella boca.
               Qué insípida era la traición.
               ¿Ella lo había probado? ¿Había sentido cómo rascaba su barba incipiente mientras la besaba? ¿Se habría estremecido como lo hacía yo al sentir el picor de esa barba entre los muslos, mientras su lengua se abría paso a lametones por el paraíso?
               Me estremecí, pensando en que yo misma había tocado esa lengua traidora. Yo la había saboreado, había bebido de ella, y no había notado nada.
               Le miré mientras hablaba. Siguió dándome detalles de una noche que a mí no me interesaba en absoluto. Cada palabra, cada sílaba que pronunciaba era un suplicio para mí.
               Pero no me eché a llorar. No le di esa satisfacción, ni a él, ni a Zoe, ni a Diana. No se la daría. A ellas, no.
               -Por favor, El-me dijo, cogiéndome las manos, ignorando cómo yo no me movía, cómo me quedaba quieta-. Te lo suplico. No era yo. No me acuerdo de nada. No dejes que esto nos defina. Yo te quiero. Te amo. Estoy enamorado de ti, lo sabes, tú lo sientes, sientes lo muchísimo que te quiero. Sabes que jamás te haría esto.
               Sabes que jamás te haría esto.
               Sabes que jamás te haría esto.
               -Pero me lo has hecho-respondí mecánicamente. Recuperé la vista. Scott trató de besarme las manos para apaciguarme, pero se lo impedí.
               -Te lo compensaré. Te lo prometo. Haré todo lo que tú quieras para que me perdones. No era yo. Ni siquiera me gustan. Ni siquiera… no me gusta ninguna otra, sólo me interesas tú, sólo me importas tú. Por favor, El. Ni siquiera me acuerdo de lo que sucedió. No me acuerdo de nada. Te amo. Te adoro. Lo siento en el alma, lo sabes. Por favor, no te vayas tú también.
               Me lo quedé mirando, incapaz de reaccionar. Una ira desconocida burbujeaba en mi interior. No sabría decir qué me cabreó más: si sus patéticas excusas de “estaba borracho, drogado, no sabía lo que hacía”, sus “no lo recuerdo” (¿cómo puedes lamentar algo que no recuerdas?), “ni siquiera lo disfruté” (me da igual que no lo disfrutaras, me lo has hecho y punto)…
               … o el “también”.
               Me volví hacia él, las manos ya liberadas. Scott se mordió el labio, a la espera. Se mordisqueó un poco el piercing. Y toda probabilidad que hubiera de que yo le perdonara, de que se me cruzaran las neuronas, me volviera gilipollas y decidiera hacer la vista gorda, se evaporó en cuanto vi cómo usaba ese truquito barato conmigo.
               Estás acostumbrado a eso, ¿verdad? A darnos por culo y luego morderte el piercing, aprovecharte de que eres guapo y aquí no ha pasado nada.
               -Eleanor-susurró-. Di algo, por favor.
               -No puedo creer que me hayas hecho esto.
               -Ya lo sé, El, yo tam…
               -No. No. ¡No!-ladré, levantándome. Scott se encogió como un perrito al que están a punto de apalear-. ¿Tienes idea de lo que me has hecho, Scott? ¡Yo te quería! ¡Te he sido fiel! ¡Me han entrado como doscientos tíos por día en el concurso, y los rechacé a todos y cada uno, porque sólo te quería a ti! ¡Y ahora vas tú y te tiras a la primera zorra que se te planta por delante! ¡ERES REPUGNANTE!-bramé, fuera de mí-. ¡ME HAS HECHO JUSTO LO QUE ME PROMETISTE QUE YO NO TE HICIERA NUNCA! ¡LO MISMO POR LO QUE TE PASAS LA VIDA CRUCIFICANDO A TU PADRE!
               -No era yo-susurró en tono lastimero.
               -¡Menos mal que Diana te daba tanto asco!-chillé-. ¡¿Por qué no la soportabas, porque no te daba bola, porque se follaba a mi hermano en vez de a ti?! ¡¡Menos mal que Tommy ha accedido a compartirla contigo!!
               -Por favor, mi amor…
               -¡NO!-protesté, alzando un dedo acusador frente a su cara-. NO TENGAS LA CARA DE EMPEZAR CON EL “MI AMOR”. NO ME LLAMES “MI AMOR”. ES MENTIRA. TÚ NO ME QUIERES, SCOTT. SI ME QUISIERAS UN POCO, NO ME HABRÍAS HECHO ESTO.
               -No sabía lo que hacía…
               -ME DA IGUAL QUE ESTUVIERAS BORRACHO, TÍO. ME DA IGUAL QUE TE HUBIERAS METIDO COCA, SPEED, O LO QUE TE SALGA DE LOS COJONES. SI LO HAS HECHO AHORA, ES QUE IBAS A HACERLO TARDE O TEMPRANO. EL ALCOHOL Y LAS DROGAS TE HAN HECHO HACERLO TEMPRANO-jadeé, agotada de tanto gritar. Scott no se atrevía a mirarme a la cara. Sacudí la cabeza-. No puedo volver a fiarme de ti. Dios mío-me pasé las manos por el pelo. Me importaba una mierda echar a perder mis rizos, mi maquillaje. Scott no se lo merecía. Scott no se merecía ni un solo segundo.
               Y pensar que me había pasado la vida suspirando por él, cuando en realidad era mil veces peor de lo que todo el mundo decía. No era el follador del que todo el mundo hablaba, no era el juguete sexual que tanto le molestaba ser.
               Era un puto traidor.
               Era igual que su padre.
               Era peor que su padre.
               Por lo menos Zayn no se consideraba superior a nadie. Por lo menos, tenía la puta vergüenza de decir que él, y no las drogas, o las chicas que le seducían cada noche, le había puesto los cuernos a sus novias.
               -Sabes que mataría por ti, nena.
               -No quiero que mates por mí-quiero que te mates, pensé, venenosa, pero no me salió decirlo. Estaba hablando tan atropelladamente que ni siquiera entendía lo que le gritaba-. Quiero que les digas que no a las demás. No te estoy pidiendo la luna.
               -Pero Diana…
               Aquello sí que me cabreó. Aquello me cabreó muchísimo. Que Diana era una puta y una zorra no era ninguna novedad. La culpa había sido mía, por escoger ignorarlo, por confiar en que respetaría lo mío con Scott.
               Pero ahora no estábamos hablando de Diana y de lo golfa que fuera.
               Estábamos hablando de Scott y de mí.
               -Diana no puede follarse una polla flácida-escupí. Scott tomó aire, me aguantó la mirada, herido, roto, descompuesto.
               Él no tenía derecho a hacerse la víctima. Yo sí. Yo era la víctima.
               -Eres lo mejor que me ha pasado en la vida.
               -Habértelo pensado antes. Joder, Scott, habértelo pensado puto antes. Eres un cínico. Un egoísta. Llevas toda tu vida criticando a Zayn por lo que le hizo a Perrie, y ahora vas y me lo haces tú a mí. ¿Por qué te jode que te digan que eres igual que tu padre?-vi cómo se echaba hacia atrás, anticipando el impacto de mis palabras-. Eres exactamente igual que él, Scott. Eres idéntico a Zayn. No hay manera de distinguiros, de no ser por ese estúpido piercing de mierda-rugí. Noté las lágrimas cayéndome por las mejillas. Scott se levantó, extendió los brazos hacia mí. Le di un empujón-. ¡NO! ¡NO ME TOQUES! ¡JODER, NO ME TOQUES-empecé a pegarle y él se quedó quieto, resignado. Le golpeé en los brazos, en el hombro, en el pecho, le di empujones, y él no se defendió. Quería que me las devolviera. O que intentara pararme, por lo menos. Quería tener una excusa para odiarlo más de lo que ya lo hacía-. ¡No tenías que hacerme esto, sabes! ¡Si Diana te ponía tanto, no tenías que enrollarte conmigo! ¡Eres un cabrón! ¡TE ODIO, SCOTT! ¡TE ODIO!-chillé. Le empujé de nuevo-. ¿Cómo has podido hacerme esto? Me has jodido la vida, me has jodido la putísima vida-ahora estaba llorando tan fuerte que sentía que me ahogaba. No podía gritar, llorar, golpearle y respirar a la vez. Me detuve y le miré. Scott dio un paso atrás.
               Estaba hecha una furia, me sentía como la encarnación del Odio, en su más estricto sentido, con mayúscula.
               -Te darías las gracias por estos meses que hemos pasado juntos y te diría que han sido los mejores de mi maldita vida, pero es que me repugna tanto cómo lo has mandado todo a la mierda sólo por un par de sucias putas americanas-escupí. Scott se puso colorado, bajó la vista-. Espero que valiera la pena. Espero que te mereciera la putísima pena. Ojalá te acuerdes de ello cuando se te pase la resaca. Ojalá te dejaran hacerles todo lo que no te atreves a pedirme a mí. Ojalá te la chuparan entre las dos, y te las follaras a la vez, y… joder, ojalá incluso mi hermano se hubiera metido en medio, que lo estáis deseando, ¿eh? Compartir una tía, y luego, quién sabe. Por eso fuisteis a por ellas. Porque a mí, Tommy jamás me tocaría. Tommy jamás me follaría con tal de hacer un trío contigo-escupí. Scott se puso pálido-. Espero que te lo pasaras bien. Ojalá fuera el polvo de tu puta vida-cogí mi bolso con la mano hecha una garra-, y que te mereciera la pena, porque no voy a dirigirte la palabra nunca más. Para mí estás muerto, Scott. En lo que a mí respecta, te dio una sobredosis y la palmaste sin hacer nada-noté que se me llenaban de nuevo los ojos de lágrimas-. Cómo has podido, Scott. Con lo que detestas a Zayn, con la lástima que te da Perrie… y me has convertido en ella y tú te has convertido en él.
               Scott abrió la boca, quizás para hablar, volver a pedirme perdón, pero yo me giré y eché a correr. Me volví a la entrada del parque, y lo vi allí, de pie, con los brazos caídos al lado del cuerpo, los hombros hundidos, la cabeza gacha. Flexionó las rodillas y se apoyó en ellas.
               -¿No eras más feliz cuando eras Scott Malik?-escupí entre dientes, mientras él se pasaba las manos por la cara y le daba una patada a un banco, cegado en su ira-. Pues ahora eres libre de serlo. Por lo menos ahora, follarás con quien quieras sin que nadie te grite. Por lo menos, ahora, podré follar con quien quiera yo también.
               Y me eché a llorar en cuanto dije aquellas palabras.
               Porque yo no quería follar con ninguno, yo lo quería a él.
               Eché a correr, hecha un manojo de lágrimas. La gente me miraba al pasar, curiosa. Odio Londres. Odio Londres, sus suburbios, sus afueras, su puto centro. Todo el mundo se siente con el derecho a hurgar en tu vida privada, a mirarte sin pudor por la calle. Odio esta puta ciudad, odio este puto país, odio este puto mundo.
               Odio este universo porque Scott y yo hemos coincidido en él.
               Corrí a todo lo que daban mis piernas, con los pulmones ardiendo. Varias veces casi me atropella un coche. Todas las veces lo deseé. Corrí y corrí hasta quedarme sin aliento, y seguí corriendo incluso después. Quizás me explotara el corazón y me cayera redonda al suelo, y así no tendría que soportar cómo se me iba resquebrajando con cada paso que daba.
               Me dolía. Me dolía muchísimo, imaginármelo con ellas, con aquella asquerosa pelirroja, con la asquerosa rubia, desnudándolas, desnudándose, follándoselas, haciendo que ellas gimieran su nombre. Sólo yo debía gemir su nombre, sólo yo debía ser la que se lo follara.
               Entré como una exhalación en casa, ni siquiera cerré la puerta. Papá me miró, confuso, estupefacto.
               -¿Qué…?-empezó, pero yo ya estaba cerrando la puerta de mi habitación.
               Era mentira. Lo de que había rechazado a los demás. O sea, sí, los había rechazado, pero no por él.
               Yo quería a Scott. Le amaba. Creía sinceramente que mis hijos serían los suyos, que llevarían su apellido, que envejeceríamos juntos y disfrutaríamos de una vida plena. Nunca pensé que fuera a besarle aquella fatídica noche de noviembre, cuando todo mi mundo amenazó con irse al traste, pero desde que mis labios tocaron los suyos, yo lo supe.
               O creí saberlo.
               Yo estaba hecha para él. Llevaba siendo suya, en silencio y apartada, desde que nací, desde que me cogió por primera vez en brazos.
               Imagínate lo que es que tu vida, que todo tu sentido, que tu misma esencia y el propósito de vivir se desvanezca en una noche, sólo porque la persona que te da la razón para vivir se emborrache lo suficiente como para no acordarse de que tú existes.
               No había rechazado a aquellos chicos, no había rechazado a nadie en toda mi vida, porque el único al que yo deseaba, aspiraba y amaba era Scott.
               Nadie puede competir con Scott Malik.
               Nadie.
               Y allí estaba yo, sola, con mi estúpido vestido, mi estúpida diadema, en mi estúpida habitación, llorando por haber tenido la genial idea de nacer para alguien que podía olvidarme en una noche. Deseé estar muerta.
               Más que eso, deseé no existir. Deseé que un hada madrina llegara mi habitación, se sentara a mi lado, me tocara la cabeza con una mano brillante y mágica y me concediera un deseo.
               Hazme desaparecer, le pediría.
               Y toda mi existencia se esfumaría. Jamás habría nacido, jamás tendría hermanos ni yo los ocasionaría. Jamás me besarían, jamás sería un amor platónico, jamás tendría yo amores platónicos que luego se convertirían en reales.
               Esto era horrible. Es horrible cuando tu ida es un cuento de hadas, y, de repente, se acaban las perdices que comer.
               Una presencia cálida y amorosa entró en la habitación. Yo lloraba y lloraba, imaginándomelo encima de ellas, debajo de ellas, al lado de ellas, no pensando ni un segundo en mí. Yo había pensado toda la vida en él, ¿por qué se le hacía tan fácil olvidarme? No pedía que se igualara a mi nivel, no quería que estuviera cada puto segundo pensando en mí. Yo tampoco lo hacía.
               Pero… pero no acordarse de mí… en toda un noche…
               Él era mi sueño.
               Y mi sueño se rompió.
               Mamá me acarició la cabeza. Me tomó entre sus brazos y me dejó llorar sobre su regazo.
               -Mi niña-susurró, en tono lastimero, mientras yo lloraba y lloraba y no podía parar. Me apartó el pelo de la cara y me limpió un maquillaje que se suponía a prueba de lágrimas y sudor (era el que Mimi usaba en sus presentaciones de ballet), pero que corría por mi cara como un manantial salía de entre las rocas.
               Por lo menos tendría la misma pinta por fuera que por dentro.
               Mamá me giró con cuidado, me acarició la cara, me limpió las lágrimas. La miré.
               -He roto con Scott, mamá-susurré. Ella asintió, sonriendo con tristeza. Su sonrisa tembló en sus labios.
               -Lo sé, cariño. Lo sospechaba. Sólo él podría ponerte así de triste.
               -Se ha acostado con otra-gemí. Me encogí sobre su pecho, en posición fetal, exactamente como había estado hacía 16 años; pegada a sus entrañas, aovillada, inexistente.
               Ojalá la cercanía a su vientre me volviera a meter en él, ojalá ella me hiciera desaparecer igual que me trajo al mundo.
               -No te preocupes.
               -Ha sido Diana. Diana y Zoe.
               Ella no dijo nada, siguió acariciándome, como si la información no le interesara.
               -Quiero que Diana se vaya-dije, mirándola desde abajo.
               -Cariño-respondió-. No podemos hacer eso. Ella necesita…
               -La odio-sentencié-. La odio, mamá. Es mala. Es mi mala suerte. Ojalá nunca hubiera venido. Todo lo malo que me ha pasado desde noviembre es por su culpa.
               -Estás enfadada-susurró mamá, acariciándome el pelo de una forma que hacía que me tranquilizara. Ya no sollozaba tan fuerte que me costara respirar-. Y es normal. Estás en tu derecho. Te han hecho algo muy feo-concedió-. Pero quiero que sepas que ni tú ni Diana tenéis nada que ver con esto. La culpa sólo es de Scott. ¿Está claro?-tragué saliva-. Eleanor, ¿está claro?
               -Sí, mamá.
               -Eres suficiente. Eres preciosa, mi niña. Eres perfecta. Y si él no ha sabido verlo-se encogió de hombros-. Es su problema. Ya encontrarás a otro. Uno que te valore y te quiera y te respete como él no ha podido. Sé que parece el fin del mundo cuando sucede, pero créeme que te sobrepondrás. Un día te despertarás y te darás cuenta de que ya no te escuece tanto. Y, entonces, podrás vivir tu vida otra vez. Enamorarte. Ser feliz. Querer a otro.
               Gimoteé en su regazo, me abracé a ella.
               -Pero, mamá…
               -¿Qué pasa, mi amor?
               -Nunca voy a querer a nadie como le estoy queriendo a él.
               Me besó la cabeza.
               -Entonces, ¿por qué lloras?-la miré. Ella me sonrió desde arriba, me limpió las lágrimas de las mejillas-. Si crees que él es el único, ¿por qué no vuelves con él?
               -Porque no puedo. Porque me ha hecho daño.
               Se quedó callada, esperando a que lo dijera.
               Entonces, la sentí. Extendiéndose por mi cuerpo. Liberándome y, a la vez, atándome. Abrasando todo a su paso y congelándolo también.
               La ponzoña.
               La maldad.
               Me eché a llorar más fuerte, me pegué de nuevo a ella. No quería perderme, pero sospechaba que ya lo había hecho. Que la anterior Eleanor no iba a volver. Que estaba muerta.
               La ponzoña.
               -Quiero hacerle sufrir, mamá-susurré contra su vientre, pegada a ella-. Quiero que Scott sufra.


El silencio posterior a los pasos de Scott por el pasillo se me hizo tan opresivo que me dieron ganas de gritar. Me quedé apoyado en la pared, al lado de la puerta, esperando… no sé, a que se acabara el mundo, por ejemplo, y él no tuviera que tener esa conversación con Eleanor. Me mordisqueé el pulgar, nervioso.
               Scott no podía perder a Eleanor por un puto error así. No había más que ver con qué cara había salido de la cama para saber que la adoraba, que estaba loco por ella y que no podía dar crédito a lo que habíamos hecho anoche. Fuera lo que fuera.
               Pensé en la noche anterior. En lo que habíamos tomado, en lo que habíamos hecho. Intenté deducir de mis recuerdos en qué momento habíamos perdido el control y si, por algún casual, yo me había dado cuenta de lo que hacíamos, si había sabido cómo nuestro mundo se desmoronaría. Y si me había dado igual.
               Tomé aire, me masajeé las sienes. Tenía visiones de la noche anterior, en las que los cuerpos se mezclaban, los alientos se aceleraban y el pulso se disparaba. Recordé a Diana debajo de mí. A Scott, con Zoe, a mi izquierda. A Diana moviéndose, incitándome a entrar en ella. A Zoe pidiéndole permiso a Diana para “probarme”. A la pelirroja besándome y acariciándome, mientras yo me giraba y observaba a Scott meterle la mano hasta la campanilla a la americana, mientras la embestía en un baile tan antiguo como el mundo.
               Estamos jodidos, pensé, porque, si yo me acordaba de eso, Scott, tarde o temprano, lo recordaría también. Y a él se le daba mal ocultar sus emociones.
               Seguro que Eleanor sabría exactamente a qué sucias depravaciones nos habíamos dedicado la noche anterior sólo con echarle un vistazo.
               Escuché a las chicas reírse en la cama.
               Y, sin pensar, movido por una llamada casi de la naturaleza, caminé hacia la puerta.


Zoe retozaba, desnuda, a mi lado. Estaba recordando algo de la noche anterior. Se mordió el labio y se acarició el vientre, bajando un poco más. Me eché a reír. No podía ser tan descarada de tocarse conmigo tan consciente, con Tommy al otro lado de la pared.
               Me regodeé en pensar en que Tommy podría entrar en cualquier momento, calentarse al verla, entrar y poseernos a ambas otra vez.
               Miré a Zoe, que soltó una risita.
               -¿No has tenido suficiente con esta noche?-pregunté. Ella se echó a reír.
               -Igual que no lo tienes tú con varios meses, zorrita-respondió. Las dos nos reímos. Estábamos en pleno ataque de carcajadas cuando él apareció por la puerta. Estaba desnudo, salvo por sus bóxers. Pero no opondrían demasiada resistencia.
               Igual que no lo habían hecho anoche.
               Las dos estábamos bastante cachondas después de habernos dedicado a inspeccionar a todos los maromos del local al que nos habían llevado Scott y Tommy. Entre aquellos maromos, los incluimos a ellos dos. Después de bailar como locas, frotarnos contra ellos y yo besar a Tommy hasta que casi sació mi sed, la primera raya entró sola, casi por obligación.
               Cosas que no se me habrían ocurrido en la vida y que no parecían factibles se convirtieron de repente en el plan más fácil de la historia.
               Zoe se alojaba en un hotel cerca de aquel local. Era como si el destino hubiera querido que todo lo que pasó, pasara. Ellos nos quitaron la ropa, nos pusieron sobre la cama y nos tomaron sin piedad, envalentonados por las drogas y el alcohol.
               -¿Qué tal la experiencia de follar puesto de coca?-le pregunté a Tommy mientras daba brincos sobre él. Él gimió, me agarró de las caderas y gruñó entre dientes:
               -¿Por qué no me obligaste antes?
               Me eché a reír, me corrí sobre él, y me deslicé, agotada, sobre la cama. Observé cómo Scott embestía a Zoe, que se retorcía, gemía y le pedía que lo hiciera más deprisa. Su piel de canela destacaba contra el fuego de la melena de ella. Me descubrí tocándome mirándolos. Descubrí a Tommy haciéndolo también. Me giré y yo me encargué de los dos, mientras Tommy los miraba, sin poder terminar de enfocar, y sonreía al acabar Scott.
               -¿Qué tal la tensión de la semana?
               -Ni me hables-respondió Scott, agotado. Zoe se sentó sobre él y comenzó a darle besos, pero él la apartó.
               Z y yo nos miramos. Miramos a los chicos, volvimos a mirarnos. Se nos ocurrió una idea grandiosa. Nos levantamos de la cama y tiramos de ellos para juntarlos.
               Pero nada. Que no hubo manera. No pudimos cumplir ningún tipo de fantasía erótica. Aquel vago deseo de tirármelos a los dos a la vez la noche en que los conocí se quedaría en simplemente eso, un deseo.
               Les acariciamos con la esperanza de que eso les descontrolara, pero no conseguimos más que un par de morreos… morreos que, por otro lado, fueron más que suficiente. Aunque no parecían enterarse de lo que estaba sucediendo, Zoe y yo éramos perfectamente conscientes. Nuestras dosis habían sido mayores, sí, pero también estábamos más acostumbradas. Así que, mientras ellos apenas sabían dónde estaban (pero sí qué hacían, y muy bien, por otro lado), nosotras habíamos perdido la poca vergüenza que aún conservábamos.
               -Didi-ronroneó Z, girándose hacia mí. Yo me volví hacia ella.
               -¿Z?
               -Me estoy calentando un montón-confesó. Yo no necesité más. No era la primera vez que me enrollaba con Zoe, ni tampoco sería la última. Me incliné hacia ella, la agarré del cuello y empecé a comerle la boca, disfrutando del sabor de su pintalabios en mi lengua y de las curvas de su cuerpo contra el mío. Zoe me tumbó sobre mi espalda y se metió entre mis piernas. Vaya, parece que quería ser ella quien mandara, esta vez.
               No habría queja por mi parte.
               La empujé para ponerme en pie. Le separé las piernas, y ella a mí. Juntamos las caderas y continuamos besándonos y acariciándonos.
               Sentí los ojos de los chicos sobre nosotras. Se habían incorporado, y nos miraban embobados, supongo que como un explorador a su valle perdido. Sonreí, mirando cómo Tommy se daba placer al observarnos. Scott, contra todo pronóstico, era más tímido. Nos miraba. Prácticamente babeando, sí, pero nos miraba. Le gustaba lo que veía, le encantaba, aquella era la puta fantasía de cualquier tío heterosexual que se preciara, tener a dos chicas enrollándose frente a él. Pero había algo que le impedía hacer nada más, una barrera invisible que le hacía ver que alargar la mano y llegar hasta el punto donde más deseaba sentir contacto era demasiado para él. No recordaba qué era aquella barrera, ni quién.
               Yo tampoco, la verdad.
               -Déjame probar a tu novio, Didi-gimió Zoe, mirando a Tommy. Por toda respuesta, yo me aparté e hice un gesto con la mano en su dirección, indicándole que era todo suyo.
               Zoe gateó hasta él y se sentó sobre sus rodillas, haciendo que Tommy lanzara un profundo suspiro.
               -A ve cómo recibís a las extranjeras en esta isla, inglés.
               Lo montó con fuerza y ambos disfrutaron. Yo me tumbé sobre mi espalda, observándolos. Me dolía no acariciarme. Miré a Scott, que no podía apartar la vista de mi busto, desnudo y libre.
               -Te odio-dijo, acercándose un poco a mí. Sonreí.
               -Y yo a ti-contesté-. Venga, echemos uno de esos polvos que solo puede echar la gente que se odia a muerte.
               Scott tiró de mí, me separó las piernas, y cuando nos empezamos a besar (o, más bien, a morder la boca), ya estaba en mi interior. Gemí y anclé los tobillos en su espalda, las piernas rodeando su cintura para que entrara mejor. Me gustaba besarle, notar el piercing, pensar que lo que estábamos haciendo estaba mal (porque lo estaba) y disfrutar de lo prohibido que era follar con el mejor amigo de mi novio.
               Me gustó cómo me besaba, el polvo que me estaba echando: sucio, animal, como si no terminara de convencerle. Me besaba con asco y con pasión. Me volví a sentir como cuando estaba en Nueva York: firme, poderosa, innegable. Nadie podía toserme, nadie podía decir que no a uno de mis caprichos. Y Scott era, ahora, mi mayor capricho.
               Estaba a punto de llegar cuando Zoe, con la cabeza de Tommy entre las piernas, se inclinó hacia mí, para decirme, en tono confidente, con cierto remordimiento por lo que le estábamos haciendo a una chica a la que yo había considerado mi hermana pequeña:
               -No creo que a Eleanor le guste lo que estás haciendo.
               -Mejor ahora y conmigo-respondí-, que no en unos años, con cualquier puta en una discoteca.
               -Devuélveme a mi hombre, rubita-fue su contestación.
               Volvimos a intercambiarnos los papeles. Tommy me separó las piernas y me devoró como estaba mandado, como sólo él sabía, mientras Scott continuaba montando a Zoe como si el mundo fuera a acabarse, haciendo que ella exhalara “oh, sí, joder” con cada empellón. Casi pude escuchar sus pensamientos mientras él acababa en su interior: es una lástima que esté pillado. Nunca me han follado tan bien.
               Tommy se pegó aún más a mí mientras me corría. Me eché hacia atrás, retorciéndome y gimiendo, y noté una mano que me acariciaba los pechos. Scott, mientras Zoe asumía el papel de Tommy, pero con él.
               Me costaba respirar, me costaba pensar, me costaba… uf.
               Volvimos a tumbarlos al lado, pero ahora parecían más conscientes. Bromearon, hicieron coñas, se tocaron mirándonos y terminaron quedándose dormidos.
                A mí nunca se me borraría la imagen de ellos dos besándose, igual que nunca me olvidaría del tacto del piercing de Scott en mi boca. No me extrañaba que a Eleanor le gustaran tanto aquellos besos.
               Me di cuenta de que el Tommy del presente, el de por la mañana, había dicho algo. Volví a mi cuerpo, alejándome de aquellas deliciosas ensoñaciones, y le observé.
               -Tenemos que hablar-había dicho, y había cometido el error de cruzarse de brazos, dejando a la vista unos músculos que me apeteció masticar. Incluso crudos.
               -Vale-accedió Zoe-, pero, ¿puede ser aquí?-ronroneó, acariciando la cama a nuestro lado. Algo en mi interior se revolvió. Pensé en él, encima de mí, pensé en él, encima de Zoe, pensé en él, con Scott, en la fuerza de los dos.
               -Métete con nosotras-ronroneé.
               -No-dijo él, en tono cortante, y Zoe y yo dimos un brinco. Le miramos, ojipláticas-. Poneos ropa-exigió. Se señaló los pies como hacen los profesores cuando no les haces caso-. Poneos ropa, o me voy-amenazó.
               Ninguna de las dos se movió.
               -Vale-asintió, alzando las manos. Cogió sus pantalones, se los puso, su camisa, y echó a caminar con el torso aún desnudo.
               -No-susurré, escuchando cómo se iba. Abrió la puerta-. ¡No! ¡Tommy, espera!-grité. Se me pasó la borrachera, el colocón y la resaca al escuchar su portazo. Corrí hacia la puerta, apenas consciente de que estaba desnuda. Abrí la puerta y le vi por el pasillo, caminando muy digno en dirección la ascensor.
               Le alcancé mientras me anudaba el cordón del albornoz blanco bordado en oro.
               -No te vayas, Tommy, por favor. Espera… Espera-supliqué, cogiéndole del brazo. Tommy me soltó.
               -Le hemos jodido la vida Scott-escupió-. ¿Y tú querías más? Sabes cuánto quiere a mi hermana. Sabes cuánto le quiere mi hermana a él. ¿Cómo pudiste, Diana?
               -No pensé… no tiene… por favor-sollocé. Intenté alcanzarlo y él volvió a soltarse. Negó con la cabeza.
               -No creí que fueras tan rastrera-escupió-. En mi vida habría pensado que serías capaz de algo así.
               Se terminó de abrochar la camisa y se metió en el ascensor. Llevaba un botón suelto, y un agujero libre. Se la metió por los pantalones y me miró, la rabia ardiendo en sus preciosos ojos azules. Di un paso hacia él, que sacudió la cabeza, y desapareció.
               Las piernas me temblaban. Me caí al suelo. Me agarré la cintura y cerré los ojos con fuerza, intentando respirar. Alguien me levantó.
               Zoe. Con el mismo albornoz que el mío. 
               -Vamos, mi amor. Vamos dentro. Vamos a hablarlo-susurró, tirando de mí, luchando por levantarme. Cedí cual ovejita desvalida y dejé que me metiera en su habitación.
               Me senté en el sofá de la habitación. Ella me dio un zumo, que yo aparté de un manotazo. Estaba histérica. Me costaba respirar.
               -¿No te das cuenta de lo grave que es la situación?-acusé. Zoe suspiró, se sentó en el sofá-. ¡Hemos hecho que Scott engañe a Eleanor!
               -Chica, no te parecía tan mal plan cuando estaba encima de ti.
               Quise estrangularla.
               -¿Te das cuenta de lo que hemos hecho, Zoe? ¡Está mal! ¡Está fatal! ¡Les drogamos, les…!
               -Estaban conscientes cuando follamos-dio un sorbo a su café-. Ya hemos follado drogadas más veces. No pasa nada. Sabían lo que había, y aun así, decidieron hacerlo.
               -Eleanor va a romper con Scott, ¿tienes idea de lo que eso significa?-acusé. Zoe se encogió de hombros.
               -A mí me importa una mierda esa chica. Sí, dices que es maja, pero a mí me parece una niñata. Es mona, ya encontrará a otro. La que me preocupas, eres tú-clavó sus ojos en mí y dio un nuevo sorbo. Le di un manotazo a su café y lo tiré por el suelo. No pasa nada, que me lo carguen en la cuenta, pensé mientras una mancha oscura se extendía por la alfombra.
               -¿De qué coño hablas, Zoella?-ladré. Se alisó el albornoz y parpadeó.
               -Aquí hay dos personas que han puesto los cuernos a su pareja, no sólo una.
               Me la quedé mirando.
               Y entonces, entendí.
               Layla.
               -¿Has montado esto… por Layla?
               Zoe se irguió, ofendida y digna, y espetó:
               -¿Te crees que iba a quedarme de brazos cruzados? En mi vida se me olvidará cómo lloraste cuando Tommy te dijo que se había acostado con esa tía.
               Recordé una conversación en un ático, con el cielo encapotado por nubes cargadas de nieve. Yo, cubriéndome el rostro como podía para que nadie me viera llorar… pero Zoe lo notaría a kilómetros.
               -¿Por qué lloras?-había inquirido, cubriéndome con su abrigo para detener mis silenciosos sollozos.
               -He hablado con Tommy.
               -¿Y ha pasado algo entre vosotros?-lo mejor de Z es quera sensible y sabía qué cuerda rasgar. Daba siempre en el blanco.
               -Le gusta otra, Z-expliqué-. Está enamorado de otra.
               -Pues la destruimos-había dicho en tono evidente, como quien explica una verdad como un templo a alguien que está equivocado. Entendí su razonamiento aunque ya no lo compartiera. Aquella era la típica frase que la Diana anterior a Tommy estaría esperando.
               -No puedo. Es amiga mía. Y ahora está débil. No sería justo-sacudí la cabeza y me bebí mi champán.
               -Me dijiste que él la quería-sentenció-. La quiere, lo he visto. Y ella a él. Eleanor dejará a Scott, pero ése es un mal menor. Layla dejará a Tommy y tú lo tendrás solo para ti.
               Me aparté de ella.
               -¿Y no se te ha ocurrido, listilla, que Tommy nunca me lo perdonará?
               -Que te perdone o no es irrelevante. Mírate-me señaló con la palma vuelta hacia el cielo-. Eres modelo, Diana. Ningún chico se te resistiría. Tommy no va a ser la excepción.
               -Quiero que me perdone. Le quiero. Zoe, joder, le quiero, para un puto chico que me hace sentir bien, que me hace quererlo… me olvido de todo cuando estoy con él. Me olvido de por qué empecé a drogarme-acusé. Zoe suspiró y asintió con la cabeza-. ¿Tienes idea de lo que necesito que alguien…?
               -Lo sé-me cortó-. Yo también he renunciado a cosas hoy, ¿sabes? Porque me importas, Diana. He mandado a la mierda cualquier relación que pudiera tener aquí. Por ti. Porque tú eres más importante que ningún inglés al que hayamos conocido hace meses.
               Busqué mi teléfono entre ropa tirada y abandonada. Marqué el número de Tommy, pero no me lo cogió. Volví a llamarle. Tampoco. Me senté en el sofá. Zoe esperó, toqueteándose el pelo, mirándome.
               -Se está haciendo el duro.
               -Me detesta-repliqué. Zoe se encogió de hombros, mirando el techo.
               -Los tíos son imbéciles. Y fácilmente manipulables. Eso, antes, era una ventaja-me miró de refilón. Me volví hacia ella.
               -Sí. Antes.
               Volví a marcar. Esta vez, me saltó el buzón de voz. Tragué saliva, esperando a que sonara el maldito pitido.
               -Tommy, soy yo. Por favor, coge el teléfono. Siento muchísimo lo que ha pasado esta noche. Yo…-se me anegaron los ojos-. No quiero que me odies. Por favor. Habla conmigo.
               Colgué. Y me eché a llorar. Zoe me acarició la espalda, me consoló.
               -Tienes que ayudarme-le pedí-. Ayúdame a enmendarlo, Z. No puedo vivir sin él-gemí. Ella me acarició el pelo, pensativa.
               -Hace tiempo-susurró, dolida-, la única persona que te importaba era yo.
               Se levantó y me dejó sola, sola para pensar, sola para llorar, sola para echarme en cara ser tan estúpida.
               Había destrozado a Eleanor. Había destrozado a Scott. Había destrozado a Tommy. Y destrozaría a Layla.
               -Tommy-supliqué, entre lágrimas-, por favor. Nunca te separas del teléfono. Llámame. Necesito hablar contigo. Por favor, Tommy-gimoteé. Zoe, mientras tanto, estaba metida en la habitación, compartiendo mi sufrimiento, odiándome por joder lo que había tenido con el único chico que me importaba.
               De repente, tras 7 llamadas sin ninguna contestación, y varios mensajes de voz desesperados, Zoe abrió la puerta de par en par. Estaba vestida con unos vaqueros y un jersey, de esos que llevaba a misa. Era su manera de cumplir penitencia. Me tendió mi ropa, unos vaqueros oscuros y otro jersey de cuello vuelto, similar al suyo.
               -Vístete. Vamos a por tu inglés y a arreglar las cosas con él.
               Casi me echo a llorar de alivio y agradecimiento, pero ya estaba llorando, y Zoe no me habría perdonado derramar ni una lágrima más. Me puse la ropa como un resorte y corrimos hacia la recepción del hotel.
               Entramos en la casa de los Tomlinson como un huracán. Louis nos miró de arriba abajo, no dijo nada. Se acomodó en su sillón y continuó viendo la televisión.
               Me pregunté si Eri me odiaría. No soportaría que ella me odiara. Ahora que no tenía una madre en la que apoyarme, la necesitaba a ella.
               Entré en la cocina y me quedé de piedra. No era ella quien estaba ahí: era su hijo mayor, concentrado en la cocina. Se volvió y me miró.
               -Te he llamado-susurré. Tommy giró sobre sus talones para mirar su teléfono. Asintió con la cabeza y se concentró de nuevo en sus patatas-. Y te he dejado mensajes.
               -Lo sé-respondió, indiferente-. Los he escuchado.
               -¿Cómo has podido pasar de ella?-acusó Zoe detrás de mí. Tommy la miró.
               -¿Me vas a dar lecciones de moral, Zoe?
               -Estoy un pelín más capacitada, dado que yo no me tiro a dos tías a la vez y luego finjo que el hecho de que mi novia haga lo mismo sea un puto escándalo.
               -Qué sabrás tú de mi putísima vida-gruñó entre dientes.
               -Bastante más de lo que te gustaría; Diana y yo nos lo contamos todo. Y también nos vemos llorar cuando vosotros lo provocáis.
               Tommy la miró de reojo, abrió la boca para responder.
               -Basta-pedí-. Por favor, basta. No quiero que os peleéis vosotros también.
               Tommy puso los ojos en blanco, murmuró algo entre dientes y continuó centrado en su plato.
               -¿Qué?
               -Que me dejéis tranquilo. Las dos. No sé en qué puto momento se me ocurrió que sería buena idea salir de fiesta con vosotras. Mirad ahora, cómo está todo. Debería haberlo sabido-escupió, negando con la cabeza-. Debería haberos visto venir.
               Zoe me sacó de la cocina antes de que me pusiera a echar de nuevo.
               -Pero bueno, ¿qué le pasa?-quiso saber Louis, alarmado ante mi estado de ánimo. Zoe puso los ojos en blanco.
               -¿Te enteras de algo de lo que sucede en tu casa? Sólo por curiosidad.
               -Zoe, basta-le ordené, siguiéndola escaleras arriba. Ella bufó y siguió caminando.
               Nos encontramos de frente con Eri en cuanto llegamos a la trampilla de la buhardilla. Zoe ya estaba subiéndola cuando la madre de los Tomlinson abrió la puerta de la habitación de Eleanor y salió despacio de ella. La miré, y me miró, y enseguida aparté la mirada. No me atrevía a sostenérsela, me daba vergüenza.
               Caminó hacia mí y me acarició los hombros.
               -¿Cómo está Eleanor?-pregunté con un hilo de voz.
               -Mal-respondió, pero no en tono acusador, sino resignado, triste.
               -¿Puedo verla? Necesito hablar con ella, decirle que lo siento.
               -No creo que sea una buena idea, Diana. Ahora mismo… sólo quiere estar sola. Entiéndela.
               Asentí con la cabeza. Me imaginé que el que tu novio te la pegara con otra (bueno, con dos) no sería algo precisamente agradable.
               Recordé cómo me había sentido cuando Tommy se acostó con Layla, y algo dentro de mí se revolvió. Todo el mundo me dijo que estaba exagerando, que no tenía derecho a ponerme de mal humor sólo porque mi chico estuviera con otra… pero allí estábamos, con Eleanor destrozada por mi culpa y por la de Zoe, por culpa de Scott, y también un poco de Tommy, y ni siquiera me dejaban ir a verla para decirle que lo sentía, que no era tan rastrera, que mi intención no era hacerle daño.
               Ni siquiera pensé en Megan. Ni un solo momento le dediqué a esa, esa…
               Zorra, pensé. Y supe, con la seguridad de un descubrimiento irrefutable, que esa palabra me la habían dedicado varias veces a mí ese mismo día.
               Me pregunté si yo sería la zorra rubia.
               -De hecho-añadió Eri-, no sé si será buena idea que comáis hoy aquí, chicas.
               Zoe se giró y la miró con ojos como platos. No podía cerrar la boca. Yo asentí con la cabeza. Todo con tal de no tener que soportar cómo Tommy me detestaba y Eleanor se descomponía. Me iría al Ártico con tal de evitarlo.
               -No me lo puedo creer-escupió Zoe. Eri la miró, se encogió levemente de hombros, se acomodó la chaqueta y se encaminó a las escaleras-. No me lo puedo puto creer-susurró Zoe, incrédula. Eri se volvió.
               -Diana-me llamó, esperó a que la mirara. Parecía cansada, terriblemente cansada-. Esto se te está yendo de las manos. Creo que es hora de que intentemos encontrar una solución. Estás descontrolada.
               No dije nada. Vi cómo bajaba las escaleras y decidí que no podía quedarme un minuto más en aquella casa. Cogí la mano de Zoe y la arrastré fuera, a la calle. Llamé a Alfred, quien no dijo nada cuando le pedí que viniera a buscarme, que diera la vuelta cuando ni siquiera había recorrido medio camino de vuelta a casa.
               Lloré todo el camino al hotel, toda la comida y casi toda la tarde, hasta que llegó la fatídica hora en que Zoe se iría al aeropuerto.
               -No te vayas-le pedí-. No me dejes sola. Por favor, Zoe. Eres lo único que me queda.
               -No puedo quedarme. Además, yo molesto aquí. No conseguirás que te perdonen si yo sigo alrededor. Tengo que irme, y llevarme tu culpa conmigo.
               -Zoe, por favor. Si te subes a ese avión, no te hablo más en la vida.
               Me cogió la cara entre las manos.
               -No deberías haber dejado que estropeara tu felicidad. Con lo que te la merecías…-sacudió la cabeza, cerró los ojos. Cargó sus maletas en el ascensor y pulsó el botón de bajada.
               Volví a quedarme callada durante todo el trayecto, pensando en lo mucho que había perdido durante aquella noche. Ya sabía que sería inolvidable, y no habían pasado ni 12 horas desde que todo comenzara a torcerse. Me arrepentiría toda mi vida.
               Para colmo, esa tarde tenía que volver al programa. Con Scott, con Eleanor.
               Con Tommy.
               No sé cómo sobreviviría a que no quisiera dirigirme la palabra durante el próximo mes.
               Zoe colocó sus maletas en el mostrador de facturación, recogió su billete, se guardó el pasaporte en el bolsillo trasero del pantalón. Esperó cuanto pudo para pasar los controles, posponiendo el momento de separarnos una vez más.
               Si mis padres vienen a por mí, no me resistiré a volver a Nueva York, pensé mientras miraba con nerviosismo el reloj.
               Sonó la última llamada del avión de Zoe. Ella me abrazó, me deseó suerte, me dijo que me quería y que confiaba en que todo saldría bien.
               Pasó las barreras, se giró una última vez, y me miró. Se llevó la punta de los dedos a los labios y alzó una mano, a modo de despedida.
               Y entonces, hice algo que detestaba: llorar en público. Empecé a deshacerme en lágrimas y no me importó quién me mirara. No podía más. No podía más. Necesitaba que esto se acabara.
               Me daba igual estar descontrolada, me daba igual que esto fuera a matarme. Necesitaba una dosis, y la necesitaba ya. En cuanto Zoe desapareció, corrí al baño, cerré la puerta, saqué las llaves de una casa que ya no era mía (me había quedado sin casa, me había quedado sin novio, me había quedado sin nada) y volqué sobre ella una montañita de polvos blancos.
               Necesitaba la cocaína, era la única que podía detener aquella vorágine. Porque, con la partida de Zoe, me sentía como me había sentido cuando la empecé a consumir, tras salir de aquel oscuro armario que llevaba intentando olvidar casi 4 años.
               Me sentía sucia, humillada, vapulead y sangrante.
               Patética, insignificante.
               Violada.
               Abandonada.

               Sola.



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22 comentarios:

  1. a tomar por culo zoe NO QUIERO SABWR NADA DE ELLA ALA !! te odio erika te odio arregla esto joder te odio. QUE HE LLORADO. te odio

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  2. QUIERO QUE ELEANOR HAGA SUFRIR A SCOTT COMO SI FUERA UNA PUTA MIERDA. ME DA IGUAL QUE SEA MI PERSONAJE FAVORITO, ME LA SUDA.

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  3. Los lagrimones son mas que reales JODER. De verdad, no pensé nunca que diría esto, pero me arrepiento de haber leído este capítulo. Me arrepiento un huevo porque Eleanor no se merece sentirse así. Ni Layla sentirse como lo hará. Se pueden ir todos a la mier da
    Y ZOE ES UNA ZORRA DE MIERDA! En un momento le ha jodido la vida a TODOS y con Chad porque no podía que si no también lo hacia. Ojalá se muera de verdad.
    Me alegro que Tommy haya tenido un mínimo de decencia y ponerse del lado de su hermana después de la muerda que ha hecho...
    Pd: esperaba otro tipo de reacción por parte de Eri, pero supongo que lo primero es calmar a la pequeña bizcocho que es Eleanor.

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    1. A mí me encantó escribir este capítulo es que soy una puta sádica de mierda??????? cómo se nota que uno de mis escritores favoritos es stephen king
      A Zoe sí que no puedo excusarla porque no he pensado en su pasado pero créeme si te digo que ella busca lo mejor para Diana y quiere que Didi sea feliz, otra cosa es su interpretación de la felicidad de ésta
      Yo creo que Tommy está tan en shock por lo que han hecho que lo que quería era alejarse de ahí deprisita y fingir que no había pasado nada
      PD: siento haberte decepcionado :( pero si te soy sincera, no veo a Eri actuando de ninguna otra forma, ten en cuenta que los Styles la eligieron por algo para mandar con ella a su hija

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  4. El peor capítulo de mi vida Eri, la madre del cordero. He llorado delante de mi familia y mientras comia, por poco me muero.
    Eleanor no se merecía esto joder. SCOTT YO ES QUE ME CAGO EN TODA TU PUTA RAZA MUSULMANA. ERES MI PREFERIDO Y HAS HECHO QUE TE ODIE.
    NO PUEDO COMENTAR NADA MAS QUE NO SEA EL SUFRIMIENTO QUE LLEVO ENCIMA Y LA DECEPCIÓN QUE ME HAN DADO SCOTT TOMMY Y DIDI.
    ELEANOR VEN QUE YO TE ABRAZO Y TE DOY AMOR.

    - Patricia llorando

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    1. Espero poder resolverlo bien y que me perdonéis las lágrimas, aunque me haga ilusión que os conmueva tanto mi novela ayyyyy
      "me cago en toda tu raza musulmana" ME DESCOJONO
      Yo creo que lo peor ha sido eso, la decepción que nos hemos llevado con todos, especialmente con Scott... creo que lo teníamos demasiado idealizado, a Tommy ya le habíamos visto cagarla pero Scott nunca ha metido la gamba en la novela, puede que por eso nos afecte tanto

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  5. Llorando, así estoy.
    Odio a Zoe con todas mis fuerzas.

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  6. En la parte de Eleanor estaba llorando como si hubiese sido mi propio novio el que me había hecho eso. A pesar de eso, GRACIAS por esta historia, me das la vida Erika.

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    1. AY MARTA NO mE DIGAS ESO QUE ME PONGO
      COLORÁ
      ( ˘͈ ᵕ ˘͈♡)

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  7. Vengo aqui para decirte lo siguiente:

    ELEANOR TIENE QUE CANTAR LOOK WHAT YOU MAKE ME DO COMO PARTE DE LA VENGANZA CONTRA SCOTT.

    FIN DEL COMUNICADO.

    Firmado: Patricia

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    1. Lo mejor es que va a hacer algo parecido, va a ir a por él a saco

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  8. BUENO EMPECEMOS CON EL TÍTULO por ahí ya se me ha empezado a romper el corazón
    Y lo de –“¿Cómo te soportabas a ti mismo? –Ahí está la clave, Scott. No lo haces” tío madre mía que dolor
    Mi pobre Eleanor cómo has hecho que sufra así tía en serio pobre, espero que se la juegue bien jugada a Scott y que pueda hacerle mucho daño. Quiero abrazarla mucho y muy fuerte.
    Y mira de Zoe ya ni hablamos que menuda hija de la gran puta, y encima poniéndose chula con los demás. Anda y que se muera ya.
    Diana siempre me ha caído mal y con esto pues más que la odio todavía. Ha habido veces es que he dicho “ay mira que buena” pero de verdad que poco la soporto.

    Erika, espero que en el siguiente capítulo nos traigas algo bueno porque con este creo que ya hemos sufrido y llorado bastante para lo que queda de novela.

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    1. EL SALSEO YA ANTICIPADO PARA QUE LUEGO DIGÁIS QUE OS SORPRENDO, si es que se me ve venir
      Zayn se odia a sí mismo un montón por lo que le hizo a Perrie y cree que Scott también le odia madre mía :(
      Uf al principio iba a hacer que Eleanor estuviera como alma en pena pero mientras caminaba le iba dando al coco y descubrí que Eleanor no se quedaría de brazos cruzados, por muy buena que sea intentaría revolverse y eso es un hecho
      Zoe es egoísta pero quiere proteger a Diana y hasta cierto punto la entiendo, Didi se fue de NY siendo una reina a la que no le afecta nada, y si os fijáis ahora, lleva como 4 capítulos seguidos en los que llora en algún momento
      Tengo muchas ganas de que os enteréis de lo que llevó a Diana a mudarse a Inglaterra porque siento curiosidad por ver si justificáis su comportamiento con su pasado, yo estoy contaminada y le tengo tantísimo cariño que no puedo ser imparcial
      Ha habido una cosa buena, espero que la hayas disfrutado ☺

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  9. Scott rayado por lo que ha hecho Y TOMMY PENSANDO EN QUE NO SE ACUERDA DEL TRIO QUE HA HECHO CASI LE PEGO
    ELEANOR ES MI REINA TIO MENOS MAL QUE NO SE HA ECHADO A SI MISMA LAS CULPAS PORQUE SINO IBA A ODIAR A SCOTT UN POQUITO MÁS
    TIO Y SCOTT COMO HA PODIDO HACERLO ES QUE AUN NO ME LO CREO QUE ERA MI FAVORITO JOER NO ME DA MAS QUE DISGUTOS
    Yo creo que ya he conseguido encontrar más de mil formas de matar a Zoe en solo una noche QUE QUERÍA QUITARSE A LAYLA DEL MEDIO PERO QUE HACES CHICA QUIEN ERES TU PARA DECIDIR POR DIANA???????????????
    Y TOMMY SUPER DISGUSTADO POR TODOS Y DIANA QUE SOLO PIENSA EN FOLLARSELO CON SU AMIGA QUÉ COÑO LES HAN DADO DE COMER EN EL PROGRAMA QUE SE HAN VUELTO TODOS GILIPOLLAS
    Deseandito estoy de que Alec despierte pa que Sabrae recupere todas sus facultades y se entere de lo que ha hecho Scott

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    1. Tommy es tonto en fin sin novedad
      PODEMOS APRECIAR LO MONA QUE ERA PENSANDO EN IR Y ARREGLAR LAS COSAS Y ACOSTARSE CON ÉL Y BOOM
      MAZAZO
      "qué coño les han dado de comer en el programa que se han vuelto todos gilipollas" AY QUE ME DA OTRA VEZ JAJAJAJAJAJAJAJA
      Sabrae le va a arrancar la piel a tiras a Scott ya veréis

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  10. ELEANOR NUESTRA POBRE ELEANOR NO SE MERECE ESTO POBRE TESORITO QUE HAGA SUFRIR A SCOTT SIN PIEDAD QUE SE LO MERECE
    Y ME CAGO EN ZOE OYE POR LO MENOS DIANA TIENE LA PUTA DECENCIA DE SENTIRSE COMO LA MIERDA Y ENCIMA LA TIA PLANEANDO QUE ASÍ LAYLA DEJARÁ A TOMMY Y ÉL ESTARÁ SÓLO CON DIANA ES QUE POBRE LAYLA MADRE MIA LO QUE LE FALTABA YA COMO SI NO HUBIESE TENIDO SUFICIENTE LA POBRE
    Y JORDAN OTRA PERSONA MAS QUE VA A SUFRIR CON TODO ESTO POBRE CHICO QUE ES MAS PURO QUE EL AGUA BENDITA
    MADRE MÍA POR FAVOR DAN SE EL LISTO DE LOS CHICOS TOMLINSON PORQUE MADRE MÍA QUÉ PANORAMA MENOS MAL QUE LAS MALIK SON LAS PUTAS AMAS Y NO DESHONRAN EL APELLIDO COMO SCOTT Y ZAYN ES QUE CON LOS GENES DE ERI Y SHER YO NO SÉ COMO COÑO HAN SALIDO TAN TONTOS ESTOS CHAVALES PODRÍAN PARECERSE MÁS A ELLAS

    "El fuego arrasa, sí, pero también purifica, y los terrenos yermos un verano pueden ser los más fértiles al siguiente gracias a las cenizas." ❤

    - Ana

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    1. VA A HABER AQUÍ UN SALSEO QUE NI EN LOS RESTAURANTES MEXICANOS CHICA
      Es normal que Zoe no se preocupe pienso yo, a fin de cuentas ella se sube a su avión y se pira y no se acuerda más de ellos, a quien se la ha liado es a Diana que la ha dejado sola con toda esta movida
      BUF CUANDO ALEC SE ENTERE VA A PONER A CALDO A JORDAN POR IR DETRÁS DE ZOE ESQUE JAJAJAJAJAJAJAA MADRE MÍA LA QUE LE VA A CAER ASÍ DE GRATIS
      Vivan los genes femeninos de verdad SORORIDAD MÁXIMA
      Has vuelto a ponerme una frase ayayayayayyyyyyyyy te como la cara ♥

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  11. ANOCHE ESTABA CENANDO CON MIS AMIGOS Y ESTABA DESEANDO VOLVER A CASA PARA LEER EL CAPÍTULO Y MIRA CASI MEJOR NO HABERLO LEÍDO PORQUE VAYA SUFRIMIENTO ERIKA!!!!!!!
    PFFFF MADRE MÍA, NO LLORABA TANTO DESDE QUE SCOMMY ESTABAN PELEADOS... Mi pobre Eleanor no se merece esto... me ha dado tantísima pena verla tan emocionada por quedar con él y luego rayarse pensando que había hecho algo malo cuando era todo lo contrario... "En ningún momento se me pasó por la cabeza que estuviera confesándose en vez de recriminándome algo" pobrecita tía de verdad, he sufrido tanto leyendo esa parte, es que sentía que me habían puesto los cuernos a mí o sea... pfffff me ha partido el corazón la escena con Eri, verla tan rota... Me ha encantado que Eri le dijera que era preciosa y que era suficiente, y que la culpa la tenía Scott ni siquiera Diana o Zoe. Me ha parecido que ha sabido decir las palabras exactas para reconfortarla o al menos intentarlo, es lo que me hubiera gustado que me dijeran a mí de estar en su lugar.
    Y Scott... bueno, me "da pena" porque en el fondo sé que está arrepentido pero tío, ya eres mayorcito para ser responsable y saber qué puedes y no puedes hacer, al principio lo he pasado hasta mal con él pero según han ido apareciendo flashbacks me he ido cabreando. Y con quien estoy enfadadísima (a parte de con Diana y Zoe, dios odio a Zoe) es con Tommy porque hola? no te han violado sabes? el trío os lo habéis montado todos y en ningún momento te obligaron a hacer nada, que llegaran a pensar que lo habían montado todo... (que luego en realidad, sí) pero tú no puedes poner los cuernos y luego echarle la culpa a la tía con la que los has puesto, porque todo el capítulo preocupado por Scott y Eleanor pero él también ha engañado a Layla (madre mía Layla cuando se entere pobrecita mía)
    Y bueno lo de Diana también me parece súper mal porque al fin y al cabo Zoe no les conoce, no tiene ningún lazo ni aprecio por ellos, pero Diana se supone que quiere a El e incluso llega a decir que la considera una hermana y en pleno trío la mencionan y a ella se la suda... pfff mira que yo quiero a Didi y que al final me ha dado mucha pena (QUÉ COÑO LE PASÓ A DIANA?) pero en este capítulo me ha dado mucha rabia.
    ZOE ES LA VERDADERA ZORRA PELIRROJA DE LA HISTORIA Y ESO QUE ME ESPERABA UN FUTURO BONITO CON JORDAN (que pobre Jordan también cuando se entere) NO ME PUEDO CREER QUE MONTARA TODO PARA HACER DAÑO A LAYLA. A LAYLA! QUE ES LA PERSONA MÁS INOCENTE Y MÁS PURA DE TODA ESTA HISTORIA NO ME LO PUEDO CREER ESTOY MUY ENFADADA Y MUY INDIGNADA
    VERÁS CUANDO ALEC SE DESPIERTE Y SE CAGUE EN LA MADRE DE SCOTT Y TOMMY POR RETRASADOS (en parte se va a descojonar de Tommy por montarse un trío y no acordarse) NO PUEDO ESPERAR (indirecta para despiertes a Alec ya)
    "Y allí estaba yo, sola, con mi estúpido vestido, mi estúpida diadema, en mi estúpida habitación, llorando por haber tenido la genial idea de nacer para alguien que podía olvidarme en una noche. Deseé estar muerta." 💔

    -María 💜

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    1. AYYYYYYYYYY eso me recuerda a cuando Lilith me dijo que había preferido no salir la noche de San Juan del año pasado porque era el día que Scott se declaraba a Eleanor y UF los feels, sois de monas ;(
      A mí me pareció también súper patética la parte en la que está feliz preparándose para ver a Scott sabiendo lo que le esperaba pero no podía evitar ponerla porque creo que es de donde viene gran parte del enfado y la sensación de traición de él...
      Eri por favor la mejor madre de la novela ya era hora de que defendiera a mi putísimo personaje, que parece que está ahí de florero y NO.
      A mí también me da pena a Scott pero en el grupo me están influyendo porque le odiana muerte y jopé, él estaba drogado, no sabía lo que hacía (no del todo,al menos) y creo que se están pasando un poco con él, vale que lo hizo mal pero no sé...
      En fin Scommy tienen una actitud bastante reprobable pero yo también los entiendo, ten en cuenta que esto es todo en el mismo día mientras que nosotras hemos tenido tiempo para pensar y tranquilizarlos y no hemos estado allí y ellos sí, así que aunque se comporten como capullos yo hasta cierto punto lso entiendo
      Lo de Diana fue un poco jarto la verdad y bastante extra pero no sé, es que es una persona muy diferente dependiendo de con quién esté, creéme si te digo que ella se arrepiente muchísimo del o que ha sucedido y en ningún momento le haría daño a conciencia a Eleanor, por mucho que le ponga Scott o su padre o quien sea.
      Zoe es un personaje muy interesante porque aparece siempre en lso momentos clave LOL el salseo viene con ella pero no creo que sea mala persona, como he dicho arriba sólo le preocupa Diana y los demás no le interesan, lo cual hasta cierto punto es normal... una pena que va a Layla como una enemiga cuando Lay va a estar ahí para Diana todo lo que ella lanecesite
      ALEC ENTERÁNDOSE VA A SER LA HOSTIA ES QUE TENGOLA IMAGEN DESU PUTA CARA EN LA CABEZA MIENRAS SE LO CUENTAN Y JAJAJAJAJAJA NO PUEDONO PUEDO

      sdfghjklñ estaba deseando que alguien se fijara en esa parte de verdad premio para ti cuquísima ♥♥♥

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