sábado, 31 de diciembre de 2022

2O22, gracias, ¡adiós!

 
La vena dramática que llevo dentro y que llevo cosechando este año hizo diez años como escritora de romántica me lleva a empezar esta entrada diciendo que la nostalgia del final de año hace que siempre lo valore con una perspectiva agridulce, incluso a pesar de que puede haber sido un gran año. No importa lo bueno que me haya pasado o lo abundante que haya sido; siempre encuentro algo a lo que aferrarme y que no me haga tan acusada mi felicidad, como si no me la mereciera o como si estuviera obligada a comparar la autenticidad de lo que sé de mi vida sincera con los retratos perfectamente perfilados con los retazos cuidadosamente escogidos de los momentos especiales de los demás.
               Lo que sí que puedo decir con respecto a este año, y que creo que he podido cambiar con respeto a anteriores, es que no me enzarzo en esa lucha conmigo misma por decirme que mi existencia no es especial. Hace unas horas, enganchada del móvil y pensando y pensando y pensando en cuándo se manifestarán las consecuencias de lo que pasó ayer por la tarde (y que, Erika del futuro, confío que recuerdes con ese detalle con el que lo recuerdas todo, especialmente con lo que tienes que pelear), habría dicho que esa nostalgia siempre me oscurece los años y que no voy a poder escapar de ella.
               Pero no. La verdad es que no. La verdad es que ahora mismo lo veo todo con una nueva perspectiva, no sé si por el buen humor de haber estado leyendo y no ocupar mi tiempo libre en preocuparme porque no lo estoy empleando como se espera de mí o de mi edad, o porque finalmente he interiorizado que, por mucho que sea mi número preferido, no puedo volver a los 17. O a 2017. Suerte que entro ahora en el año de lo que, con toda probabilidad, es mi nuevo número preferido. Una vez más, damas y caballeros, me veo obligada entonar La Frase: EL IMPACTO DE SCOTT MALIK.
               Si tuviera que definir este 2022 con una palabra, esa palabra sería “pérdida”. Sí, pérdida. Porque este año he perdido mucho más de lo que me esperaba: algunas cosas por sorpresa, y otras porque por fin he soltado lo que me ataba al suelo y me he decidido a echarme a volar o ponerme en mi sitio. He perdido amigas a las que consideraba mis regalos de mayoría de edad porque simplemente ya no estamos en la misma sintonía (llevábamos sin estarlo mucho tiempo, en realidad), y porque he perdido la paciencia y he querido que se me trate como yo trato a las demás. En el fondo sabía lo que estaba haciendo cuando mandé esos mensajes en junio: les estaba dando una elección que sabía qué rumbo iba a tomar. Lo que no me esperaba era que la partida fuera tan silenciosa y sin discusiones; siendo como somos, queriéndonos como nos quisimos, la verdad es que me esperaría una gran pelea como las que precedieron a las otras grandes rupturas de mi vida. Me quedo con escucharos decir que me teníais un cariño especial mientras os acompañaba en el bus lejos de casa porque vuestro novio os había dejado (y porque yo también estaba huyendo de mis propias grietas en el corazón) o con la cantidad de veces que me repetíais que yo era buena y que no tenía que volverme mala para devolver el daño que me hicieron en 2019 si no quería o no me sentía cómoda. Me quedo con los regalos que me trajisteis de países lejanos y que me anunciasteis con audios riéndoos mientras me decíais “no me aguanto el contártelo, pero te compré una cosina”. Todavía la tengo en una estantería encima de mi cama, por cierto, y me la quedaré hasta que me muera; incluso aunque haya perdido su olor a manzana, sigue siendo un peluche de Stitch que cruzó el Atlántico para estar conmigo, y sobre todo, sigue siendo un regalo que una buena amiga me hizo una vez. Os habré perdido, pero la foto de la orla se queda en mi habitación. Soy un animal romántico y al que le gusta recordar otros tiempos, quizá mejores o quizá peores, y que no quiere perder del todo escondiéndolos en un cajón. La verdad que eso no es mi estilo.
               Perdimos la ocasión de pelearnos y perdimos la ocasión también de reconciliarnos; si de esto es de lo que hablan los ensayos sobre la pérdida de amistades porque simplemente la adultez se interpone en nuestros planes, debo decir que no me gusta y que una parte de mí siempre tendrá un poco de inquina por 2022. No sé si porque las llamadas en medio de mi horario laboral para protegeros de malas decisiones no han parecido ser suficiente para que me dierais una segunda oportunidad o fuerais más comprensivas conmigo, o si porque sigo con la vena masoquista tratando de reanimar algo que sé desde hace tiempo que está muerto, y que los picos y valles en el electrocardiograma son el reflejo de mi lucha y no de vida real.
               O bueno, sí. No estoy siendo justa. Sí que luchasteis por mí, pero creo que fue poco y que no tuvisteis en cuenta mis circunstancias. Así que igual que yo os perdí, vosotras también me perdisteis a mí.
               Y también he perdido la ilusión de otras amistades. Darme cuenta de que los mensajes sin respuesta no son casualidad, sino de dejadez, ha hecho que este final de año sea un poco agridulce porque sé qué no va a pasar a las 12 de la noche. Me atrevo a dejarlo por escrito a modo de profecía como no me atreví a dejar constancia de lo que sabía el 31 de diciembre del año pasado: que aquel mensaje que mandé por otro grupo distinto, en un contexto distinto y a personas distintas, iba a ser el último que les enviara. Ah, también las perdí a ellas, sí. Con ellas no tuve discusión, pero tampoco perdí la última palabra: si estás en grupos conmigo y te sales de ellos, tienes que al menos tener la picardía de salirte de todos. No puedes dejarle a una virgo orgullosa como yo la posibilidad de que te eche de alguno, porque lo hará. Qué pena eso también; qué pena que tan poca gente parezca preocuparse por mis silencios. Aunque eso me hace también valorar más a quien nota que llevo tiempo callada y me da toquecitos de atención, mandándome recomendaciones de libros, vídeos de parejas que le recuerdan a Sabrae y Alec o diciéndome simplemente que “hace mucho que no hablamos” después de preguntarme qué tal estoy. Es posible que estéis leyendo esto, así que sabéis quiénes sois. Gracias por hacerme sentir querida este año en el que casi creo que no lo soy.
               Y digo casi porque… también he perdido otras muchas cosas. He perdido el miedo a conducir después de comprarme mi primer coche (¡! ¿en qué momento ha pasado eso? ¡si llevo teniendo 17 años nueve años!) y he descubierto que no sólo no tengo que tenerle miedo, sino que hasta puedo disfrutarlo. Y se me da hasta bien. Le he perdido el miedo a conducir por sitios que no conozco, ya sea Oviedo o Santiago de Compostela; a ir a conciertos de bandas que me gustan bastante, pero cuya discografía entera no me sé, simplemente porque pasan cerca de casa y me viene bien y me apetece.
               Le he perdido el miedo a llegar a un sitio nuevo a trabajar y no hacer bien mi trabajo, porque, joder, lo hago jodidamente bien. No tenía síndrome del impostor en la escritura y no lo tengo tampoco en el trabajo; como me lo termine creyendo de verdad, absolutamente nadie podrá detenerme. Y creo que 2023 será ese año.
               Le he perdido el miedo a contarle a mi madre lo que me pasa, y el miedo a que lo convierta en un ataque contra mí. Nunca había llorado por un examen, pero la última semana de mayo se me juntó todo (ése fue el momento en el que redacté en mi cabeza los mensajes de junio) y terminé estallando de una forma que yo creía que no podía permitirme en mi casa. Siempre he sido la mejor o de los mejores no por miedo a lo que pasaría si llegaba segunda a casa, porque en realidad no pasaba nada, pero jamás se me olvidará que, teniendo un 10, un 9.5 y un 9 en la selectividad, se me preguntara por qué había sacado un 7 en la cuarta asignatura. Encima Lengua y Literatura, tócate el coño. Soy una puta escritora y saco un siete en lengua y literatura en la puta selectividad.
               Le he perdido el miedo a lo que me depara un futuro que a veces me parece solitario, porque no tiene por qué serlo en absoluto. Que escriba esto sola en mi habitación, con música para aislarme del mundo y a la vez estar en sincronía con él, no quiere decir que lo esté, ni mucho menos. En 2022 me han acompañado personas maravillosas que espero que sigan ahí durante 2023, 2024, 25 y lo que siga. Pero también he añadido a gente genial, gente que es posible que nunca lea esto o que nunca sepa lo que puedo hacer con las palabras si me lo propongo. Si creen que soy cojonuda haciendo pliegos, que esperen a ver cómo describo un polvo.
               Y le he perdido el miedo a mi propia soledad. Porque puede que esté cómoda haciendo según qué planes que a alguna gente le escaman, como ir al cine o a dar un paseo, pero evitaba los planes de más enjundia o con más exposición porque… ¿qué? ¿Creía que iban a mirarme, o a reírse de mí? Como si no supiera ya que cada uno va a lo suyo.
               Este año ha sido el primero en el que he ido de fiesta yo sola, y, guau. No perderme una 1D party a pesar de no tener acompañante ha sido de las mejores cosas que me han pasado en éste, nuestro 2022. En medio de una crisis de pinchazos y rabia colectiva porque ser mujer de noche no debería ser un acto de valentía, chillar que si esta habitación estuviera en llamas yo no lo notaría con un montón de gargantas más ha sido una experiencia extrasensorial. Lo más parecido a una despedida de soltera que he disfrutado nunca (y que puede que jamás disfrute, viendo lo repunante que me vuelvo con mis amistades). Gracias a eso se han desencadenado muchas cosas más: puede que ya no haga cameos en vídeos de desconocidas, pero me he atrevido a comprar entradas no para uno, sino para dos conciertos en los que estaré sola, disfrutando de todo. Tardará en olvidárseme la Operación: FindeBola, comprando entradas para The Weeknd con dos ordenadores distintos. Y todo lo he conseguido gracias a esa noche en la que decidí que mis ganas de gritar canciones de One Direction les ganaban a mi pereza y mi vergüenza porque, ¿qué hace una gorda cantando sola en medio de la pista?
               Disfrutar, eso hace.
               Ha sido un año de despedidas, pero también de reencuentros y descubrimientos. De afianzarme en lo que deseo y no morderme la lengua para defenderme, sin importar la edad de quien me escupa veneno, porque el respeto no se exige, sino que se gana. Un año con un concierto de Imagine Dragons a la intemperie en plena ola de calor en Galicia, compartiendo arroz con bogavante y conduciendo durante 4 horas y pico (no seguidas, evidentemente). Un año en el que probablemente sea el último en que vea a mis “regalos de mayoría de edad”. Un año en el que he descubierto una playa al lado de casa, y también en el que he descubierto lo que es ir sola a la playa. Un año más de obsesión con el sushi al que también he arrastrado a mi madre.
               Un año en el que he descubierto el punto más oriental de España. Qué preciosa es Menorca y qué poco la apreciamos. Quizá no le haya perdido del todo el miedo a volar, pero por lo menos en mi segundo despegue ya no me dio un ataque de ansiedad. Un año de mensajes retardados y de conversaciones que tengo pendientes, y que espero retomar pronto. Un año en el que mis seres queridos han tenido que tener paciencia conmigo, y yo tenerla en el trabajo, y en el trabajo… en el trabajo suplicar para que no llegue nunca el 31 de enero. Un año de pocas lecturas, pero muchas, muchas palabras escritas. Éste ha sido, sin duda, el año de Alec, y ahora le toca a Sabrae reclamar lo que es suyo. Me muero de ganas de ver de lo que somos capaces en 2023 entre los tres.
               Un año de nuevos comienzos, de presentaciones, de amigos inesperados y examigos demasiado tempranos, en el que también he perdido un poco de mi inocencia. Ver a alguien con ojos distintos simplemente porque ha elegido disfrazarse ante ti durante meses es algo que creo que no seré capaz de superar, pero creo que eso es parte de la supervivencia humana, ¿no? Y de crecer.
               El examen de las prácticas, empezar de nuevo a trabajar y estar aprovechada por no decir explotada, presentarme a mi primera oposición y llegar hasta el final del proceso selectivo, quedándome sólo a un cinco de estar en bolsa en Valdés, sobrevivir a “¿de verdad no vamos a hablar hasta su cumpleaños?” y que se salieran del grupo y yo apenas inmutarme, coger vacaciones para estudiar, hacer mi primer examen oral y estar pensando según lo hacía “joder, si lo estoy haciendo así con temas que no sé, ¿cómo será cuando me los sepa?”, ponerme en mi sitio y no moverme de ahí, ir a una escape room, un concierto de Imagine Dragons, una 1Dparty, las fiestas de mi pueblo de nuevo, y sola por primera vez desde… ¿2011?; comidas con compañeros de trabajo que ya no son compañeros de trabajo, sino amigos, apply for being indefinida no fija, hope it all works out!, apagar fuegos en mi ayuntamiento, alcaldes que me piden que haga lo que haga falta con tal de quedarme; jugar al Uno mientras digiero un cachopo o al Risk versión Juego de Tronos en un cobertizo al que llamamos Cantora, estrenar un precioso iPad rosa. Haber dejado de pensar en Sabrae como eso que tengo que terminar como lo que hace que mis findes tengan sentido. Apuntarme a planes improvisados y ser yo misma aunque no conozca a quienes tengo enfrente, porque aunque no les guste más, al menos yo estoy más cómoda.
               No es el año de más pelis vistas (91, creo, sobre un total de 1480) ni de libros (unos terribles 11), pero no ha estado mal, teniendo en cuenta que estudio, trabajo y escribo. Nope. Podría citar a Kim Kardashian: not bad for a girl with no talent, pero… es que ¿seguiríamos hablando de mí?
               No esperaba hacer esta entrada tan agradable ni sentirme tan agradecida mientras la planeaba, pero, una vez más, 2022 me sorprende. Y yo que pensaba en enero que iba a ser mi peor año porque se proyectaba ya una pérdida en cascada de lo que hizo especial mi 2020 y mi 2021. Al final, puede que las cosas no sean como las planeas, ni tampoco como las esperas.
               Por eso alzo la vista a las estrellas y les pido un deseo: dejad que mi 2023 sea tan bueno como mi 2022… aunque  no hace falta que me quitéis a más gente. Porfa. Esto sí que va en serio. Quiero vivir al menos una despedida de soltera de verdad.
               A todo esto, sólo puedo decir… 2022, ¡gracias, adiós!



viernes, 23 de diciembre de 2022

Oasis.

Como ya no nos veremos hasta 2023 (¡presiento que será un gran año, ¿por qué será?! 😉), de parte de Sabrae, Alec, sus familias, la mía y yo misma, quiero desearos una feliz Navidad y un próspero año nuevo.
2023, ¡allá vamos!  
 
¡Toca para ir a la lista de caps!

Fue una de esas veces en las que el mundo se detuvo y pareció tomar aliento. De haber estado en un campo de flores, habría podido ver las alas de los abejorros ralentizarse hasta detenerse. Las luces de los coches que parpadeaban sobre la cara de Scott, dibujando siluetas de colores en la piel de mi hermano mientras éste se había movido por la habitación como un león enjaulado, ahora se mantenían durante un rato antes de desaparecer. Su halo perduraba, y Nueva York guardaba silencio esperando por mi reacción. Scott era el único que no parecía haberse percatado de la forma estruendosa en que me estaba latiendo el corazón, del súbito desplome de la temperatura en la habitación o la incapacidad de mis pulmones de hacer su trabajo y captar oxígeno del aire.
               Debería haberme inundado un profundo alivio por lo que significaban aquellas palabras de mi hermano, que suponían un cambio de paradigma con el que yo no contaba y que me habrían permitido disfrutar de mi viaje desde entonces, pero… sólo podía sentir estupefacción. Era como si Scott se hubiera puesto a hablarme en un idioma que yo no sabía que conocía, y estuviera demostrándome que lo dominaba.
               Scott siguió balbuceando por lo bajo, moviéndose a toda velocidad en un mundo lento, completamente ajeno al choque que se producía en mi interior. Dos océanos estaban colisionando en mi corazón, midiendo sus bravuras para descubrir cuál era el que iba finalmente a dominarme.
               Y entonces, por fin, pude abrir la boca de una estatua que tenía los pies anclados en el suelo como si hubiera surgido de la mismísima tierra, un obelisco arañando el cielo que nadie había escarbado, sino que había crecido de forma natural.
               -¿Cómo lo sabes?
               Yo había necesitado que Tam me convenciera de que lo que me había dicho Alec no era verdad. Jordan me había terminado de convencer de que no podía estar mintiéndome porque jamás me diría eso sin estar completamente seguro, porque sabía el daño que me habría hecho. Y yo había peleado hasta la saciedad por encontrar alguna forma de explicar lo inexplicable.
               Y ahora Scott, sin más, usaba un único nombre para apoyarse en el borde de sus presunciones y salir catapultado hacia la verdad como quien salta en un trampolín.
               Scott se detuvo y me miró, la mano en la frente, exactamente en la misma posición en la que la ponía Alec justo antes de pasársela por el pelo y volverme loca. Me pregunté la cantidad de veces que Scott habría hecho ese mismo gesto y yo no había sabido relacionarlo, pero ahora que lo veía por fin, era capaz de darme cuenta de lo idénticos que eran Alec y él. Sí, si Tommy no fuera Tommy, su mejor amigo sería Alec; simplemente porque Alec era el que lo había definido y le había esculpido a su imagen y semejanza, igual que Scott había hecho con él, dos estrellas orbitándose la una a la otra y definiendo su ruta en base a su interacción.
               -Porque es Alec-dijo sin más, como si eso fuera explicación suficiente. Pero no lo era, joder. No lo era. Alec siempre había sido Alec a lo largo de la conversación, a lo largo de estas semanas, a lo largo de los meses y años que hacía que los dos lo conocíamos. No había hecho una declaración grandiosa como él se pensaba, sino que había señalado lo obvio.
               -¿Y no era Alec hace dos segundos?-pregunté. Scott le detestaba. Había visto un odio en su mirada que no había visto reservado para absolutamente nadie más: ni los chicos que no le caían bien del instituto, ni Jake cuando se había dedicado a coquetear con Eleanor, y eso sí que tenía narices. Supongo que con él se había cortado un poco más porque Scott sabía que la culpa de que Eleanor lo estuviera castigando con su compañero era suya, y no de Jake. Pero Alec… Alec se había ganado por derecho propio que Scott lo detestara, y mi hermano lo había hecho con todas sus ganas, como si llevara esperando a abalanzarse a por él desde que lo conoció.
               Quizá se tratara de eso, después de todo. Quizá Alec jamás podría obtener unanimidad de cariño entre los Malik.
               Yo no estaba dispuesta a renunciar a él.
               -No-dijo Scott sin más, como si fuera evidente. Incluso llegó a encogerse de hombros. Me apeteció morderle un ojo.
               -¿Cómo que no?
               -Es Alec-repitió, y me señaló-. Y se trata de ti.
               -También se trataba de mí cuando pensabas que se había follado a otra tía.
               -No-contestó, negando con la cabeza y presionándose el puente de la nariz-. No-repitió-. Es totalmente distinto.
               -¿En qué es totalmente distinto? Habrían sido cuernos igual, fuera sólo un pico o hubiera llegado hasta el final, Scott. Cómo de lejos llegas no determina si has puesto los cuernos o no, sólo su magnitud.

domingo, 18 de diciembre de 2022

Favorito.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Quizá suene mal lo que voy a decir, pero lo cierto es que estaba orgullosa de mí misma: definitivamente tenía un futuro como espía; se me daba de miedo trabajar a dos bandas. Puede que tuviera que ver con mi condición de adoptada y el hecho de que tuviera dos cumpleaños, no lo sabía, pero el caso es que ya había dejado de creer que era casualidad que fuera tan buena escabulléndome igual que Karlie lo era con la diplomacia. ¿Tendríamos las hijas adoptivas una predisposición innata a vivir una doble vida y ser capaces de escurrir el bulto al máximo posible?
               A decir verdad, esconderse en una metrópoli como Nueva York no tiene mucho mérito si eres alguien anónimo, y yo no lo era del todo. Lo que sí era producto de una orfebrería rayana en la magia era el hecho de que hubiera sido capaz de eludir a mi hermano, otro artista del camuflaje, hasta el último momento, cuando ya era tarde para que él se plantara delante de mí y me exigiera cumplir con mis promesas.
               Sobra decir que no había sido capaz de dormir nada en el tiempo que estuve en la habitación con Duna, Astrid y Dan. Mientras los niños se acurrucaban a mi alrededor, abrazándome y acariciándome en sueños sin tan siquiera ser consciente de ello, yo me había quedado tumbada en la oscuridad de la habitación, que reinaba salvo por un resquicio bajo la puerta por el que se colaba un haz de del vestíbulo. No dejaba de darle vueltas a la rabia que había en la mirada de Scott, en lo decidido que parecía a montarme el pollo del siglo a la mínima oportunidad que se le presentara por, después de todo, no haber sido más lista que él y haberme mantenido lejos de Alec cuando todavía no era tarde. No dejaba de ver la manera en que sus ojos llamearon al subir de mi pecho, oculto tras la camiseta de Iron Maiden que le había birlado a Alec, y encontrarse allí con los colgantes que me había regalado, prueba irrefutable, si el hecho de que luciera una camiseta suya no fuera lo suficientemente concluyente, de que lo había perdonado.
               Estaba dolida y estaba triste y también estaba furiosa con mi hermano porque no era capaz de ver más allá. Había llegado demasiado rápido a la conclusión de que Alec no me merecía que ni siquiera se había parado a pensar en si las razones que le había dado para mi dolor eran siquiera verdad. Incluso Jordan había tratado de pensar lo mejor de él, aunque luego terminara equivocándose diciendo que precisamente por lo mucho que me quería Alec no podía estar mintiéndome en algo así. Que fuera precisamente Tamika de entre todos sus amigos la que me había abierto los ojos no dejaba de parecerme cómico, casi aberrante: primero, porque había habido una época en la que yo estaba segura de que se soportaban solamente porque los dos querían a Bey y Bey los quería a ambos, y ellos no querían hacerle elegir entre ellos; segundo, porque a veces sospechaba que Tam y Alec no se caían del todo bien por la alegría con que se enzarzaban en las peleas en las que se enzarzaban; tercero, porque detrás de toda esa fachada de ira y rabia y asco el uno hacia el otro no había más que una complicidad tan sólida que sabían que podían lanzarse a sus yugulares sin que las heridas que se infligieran fueran mortales.
               Y cuarto… porque yo pensaba que Scott era más cercano a Alec de lo que lo era Tam. Alec había sido de los primeros fuera de nuestra familia en enterarse de que Scott y Eleanor estaban juntos: incluso había acudido a él cuando, en aquel primer fin de semana de muchos que pasarían juntos, a Eleanor le había venido la regla y se les habían chafado los planes. Alec era la competencia con las chicas que Scott había necesitado para alcanzar su máximo potencial. Alec había sido el único que no había tomado partido entre Tommy y Scott cuando estos se pelearon por culpa de Eleanor.
               Alec le había salvado la vida a Tommy. Había ido corriendo cuando Eleanor lo llamó histérica porque se lo había encontrado en el suelo de su casa sin saber qué hacer, y Alec había corrido toda la distancia que había entre sus casas y se había asegurado de tratar de reanimarlo hasta que llegara ayuda. Si no fuera por Alec, Tommy estaría muerto, y con él, mi hermano. Scott podría sobrevivirnos a Shasha, Duna y a mí; no sin dolor, y no sin perder algo suyo que jamás se recuperaría, pero yo sabía bien que mi muerte sólo le traería locura, pero conseguiría seguir adelante.
               El día que se muriera Tommy, si es que lo hacía antes que él, mi hermano iría justo detrás. Quizá tardara unos días, puede que incluso semanas, pero Scott no estaba hecho para vivir en un mundo sin Tommy, y Alec era la única persona responsable de que no viviéramos en un mundo sin Tommy. Había salvado a Tommy, había salvado a mi hermano, y también me había salvado a mí de una forma que jamás podría describir.
               Y Scott había sido la persona cuya opinión más le había preocupado a Alec de nuestra relación, no porque creyera en esas mierdas patriarcales sobre que tenía que responder ante los hombres de mi vida de mis sentimientos por él, sino porque sabía que Scott sería terriblemente exigente con las parejas de sus hermanas y obtener su visto bueno sería poco menos que conseguir que ellas parieran hijos suyos. En cuanto habíamos empezado y Alec se había dado cuenta de la magnitud de lo que habíamos desencadenado (y eso que no sabíamos aún lo que se nos venía encima), Alec se había asegurado de decírselo a Scott tanto para que mi hermano no pensara que estábamos haciendo nada a escondidas suyas (como si Scott tuviera algo que decir de mi vida sexual, en fin; pero entendía y respetaba los motivos de Alec), sino porque quería saber qué opinaba de él para mí. Dudaba que al final no llegáramos al mismo lugar en el que estábamos, pero que Scott nos diera su bendición había hecho que Alec se lanzara de cabeza a la piscina conmigo. Era como si mi hermano le hubiera concedido el permiso de enamorarse sin miedo de mí; hasta ahí llegaba el profundo aprecio y respeto que Alec sentía por él.
               Y Scott se lo pagaba así: detestándome por perdonarle algo que ni siquiera había hecho y que perfectamente podía ser un error, que sólo nos incumbía a nosotros, y poniéndoseme chulo cuando yo le evitaba porque no quería tener que lidiar aún con su mal humor. Todavía estaba tratando de decidir qué opinaba de mí misma por haber creído sin más a Alec; no tenía tiempo, ganas ni tampoco energías para aguantar broncas moralistas de mi hermano que, para colmo, no harían más que convertirlo en un hipócrita. Porque, ¿qué tenía él que criticar de Alec, que sólo se había besado con su follamiga de Grecia estando a miles de kilómetros de mí, cuando él le había puesto los cuernos a su novia con dos chavalas, nada menos, mientras estaban en la misma puta ciudad? ¿Quién cojones se creía Scott que era? ¿Nuestro señor y salvador? Debería besar el suelo que pisaba Alec, no mirarlo por encima del hombro. Si estaba tan dispuesto a darle la espalda a su amigo por un error que había cometido y que ni siquiera le afectaba a él, es que era simple y llanamente gilipollas. Y yo también era gilipollas por haber necesitado quince años y una simulación de cuernos para darme cuenta de que mi hermano era subnormal. Manda huevos… y que el apellido Malik fuera a sobrevivir gracias a él…

domingo, 11 de diciembre de 2022

Invencibles.


¡Toca para ir a la lista de caps!

-Mimos-ronroneé, refugiándome en el regazo de mamá, que había echado hacia atrás el asiento de manera que pudiera tener las piernas en alto, como hacía cuando tenía mucho que leer y poco que anotar. El avión se mantenía estable en el aire en ese momento, ya atravesadas las turbulencias que el piloto nos había anunciado apenas habíamos despegado de Heathrow, pero no buscaba el calor maternal por miedo. La verdad era que yo llevaba muy bien todo lo de volar; era Scott el que se ponía nervioso con los despegues y sólo se permitía relajarse cuando el avión por fin se estabilizaba y el morro se ponía a la misma altura que las alas.
               Mamá rió, abriendo los brazos para dejarme hueco y dejando a un lado su iPad rosa. Pude ver que estaba leyendo documentación que se había traído del despacho, en la que había ido haciendo notas aquí y allá, aprovechando cada segundo incluso mientras los demás no hacíamos más que matar el tiempo leyendo, viendo películas o series, o haciendo propia la parte trasera del avión, en la que habían hecho un pequeño dormitorio diseñado no precisamente para dormir, y que a mí no me habría importado catar con Alec.
               Pero mamá no era de las que desaprovechaba una oportunidad para adelantar trabajo o se rendía fácilmente ante un reto laboral. Sin embargo, últimamente se estaba centrando mucho más en el despacho y trayéndose más trabajo a casa; dado el mes en que nos encontrábamos, dudaba que fuera por una subida de los casos. Sólo me quedaba preguntarme si lo hacía para distraerse.
               Claro que yo también podía ser una distracción tan buena, o incluso mejor, que la jurisprudencia del Tribunal Supremo de Inglaterra. Y siempre sería su trabajo preferido y prioritario: por eso me dejó hacer, envolviéndome con sus brazos y sonriendo en cuando mi piel entró en contacto con la suya. Puede que ella no hubiera sido la primera persona en tocarme cuando nací, pero seguía teniendo el poder de hacer que todo mi cuerpo entrara en un reparador estado de latencia cuando me tocaba. Mamá seguía siendo mágica, como tener los pies en la tierra o sentir que las olas perezosas te lamían unos dedos que se enterraban poco a poco en la arena, incluso a diez mil metros de altura.
               -Mi pequeñita-ronroneó mamá, los labios pegados a mi melena recogida en dos trenzas que me estaban haciendo mucho más cómodo el viaje. Ahora que no tenía a Alec conmigo para convencerme de que me dejara el pelo suelto porque le encantaba lo guapa que me hacía y lo fácil que le resultaba tontear conmigo a base de juguetear con él, había vuelto a sacrificar la belleza en pos de la comodidad-. ¿Estás nerviosa por ver a tu hermano?
               De todas las palabras que había podido elegir, mamá había acertado de lleno con la que había terminado por escoger: sí, estaba nerviosa por ver a Scott. Nerviosa en el sentido más amplio de la palabra: tenía tanto ganas de verlo como nervios y cierta ansiedad que ya no tenía tanto que ver con la anticipación. Acurrucada sobre su pecho de una manera que no podía resultarle cómoda pero por la que no se quejó, asentí con la cabeza e inhalé el aroma que desprendía su piel, a orquídeas y crema hidratante y calorcito agradable incluso en los días más sofocantes del verano.
               -Me alegro de que estés contenta-susurró, acariciándome la espalda con la yema de los dedos-. Estuviste unos días un poco apagada cuando él se fue. Sé que no está siendo fácil para ti, mi amor. Después de todo, no es lo mismo no tenerlo en casa porque está en el concurso que no tenerlo en casa porque ni siquiera está en el continente, ¿verdad?
               Asentí de nuevo. La verdad era que no sabía leer bien las emociones que tenía dentro de mí; supongo que para eso también me había vuelto dependiente de Alec, a quien le bastaba con una mirada para saber exactamente qué era lo que estaba pensando y, por descontado, cómo solucionar mis miedos.
               Estaba hecha un barullo, un griterío de vocecitas, cada una abogando por el argumento que le había tocado defender en una plaza de abastos en la que sólo había un cliente: yo. Y la verdad es que no quería escucharlas, porque si cerraba los ojos y me concentraba en mí misa, la tendencia de la multitud era clara:
               Estaba cabreada con Scott. Con Scott. Mi hermano mayor, mi persona favorita en el mundo hasta que había llegado Alec, mi primer confidente y mi guardián más infalible. Mi hermano mayor, que se estaba haciendo un nombre en el mundo de la música, que tenía al mundo a sus pies y, aun así, no se había subido a la parra y se había mostrado decidido a que fuera a visitarlo en el tour para aliviar un poco el dolor que supondría quedarme sin mi novio durante… ¿trescientos cincuenta días? Scott lo había hecho todo bien conmigo, me había cuidado y me había ofrecido una vía de escape a mis preocupaciones e incluso se había ofrecido a quedarse y que los demás hicieran el tour sin él, todo para estar a mi disposición y que yo pudiera acudir a él si lo necesitaba.
               Bueno, todo, todo bien, no. Había una cosa que Scott no había hecho bien a mi parecer, y ahora me encontraba de nuevo encerrada en ese callejón en el que lo único que parecía importar era lo que tenía delante, y no todo el camino que me había llevado hasta allí. ¿Recorrer un laberinto de mil recovecos y tener que retroceder sólo en la última pared era fracasar o triunfar? Con Alec lo había tenido claro: mi reacción tan visceral había sido producto de mi firme creencia de que es el destino, y no el trayecto, lo que importa. Había tenido la suerte de que al final trayecto y destino fueran uno, pero, ¿con mi hermano?
               Scott no le había dado a Alec el beneficio de la duda. Scott había decidido odiarlo desde el momento en que supo lo que creíamos que me había hecho. Scott se había lanzado a protegerme y estaba dispuesto a hacerle daño a Alec sólo por mis palabras. Al final todo había quedado en nada para mí, pero, ¿para Scott? ¿Se sentiría mal cuando se enterara de la verdad? ¿Querría pedirle perdón de alguna manera a Alec por haber sido mal amigo y no haberle defendido? ¿Se daría cuenta de que había metido la pata hasta el fondo dejando que unas lágrimas resacosas mías pesaran más que una vida entera los dos juntos, viéndose crecer y caerse y levantarse y ayudarse y convertirse el uno al otro en lo que estaban destinados a ser?
               ¿Se daría asco a sí mismo por dudar de él como lo había hecho yo, como yo me repugnaba a mí misma por simplemente haber sido capaz de creer, siquiera por un momento, lo peor de él?
               Ahora estábamos mejor que nunca. Tener su teléfono era un consuelo con el que yo no sabía que iba a contar, una bendición por la que no había rezado y que, sin embargo, hacía aún más luminosos mis días. Llamarlo y escuchar su voz y que me respondiera en el momento en lugar de a una semana vista era como sentir la caricia del sol sobre tu cuerpo desnudo en una playa paradisiaca. Él estaba feliz. Había encontrado por fin su propósito en la vida y había encaminado su andar hacia una ruta que le hacía bien, la primera que no era autodestructiva y que tomaba en dieciocho años de existencia.
               Yo debería estar bien. No debería sentir nervios en lo más profundo de mi ser, ni dolor de tripa ni náuseas, cada vez que pensaba en el reencuentro con mi novio dentro de… ¿trescientos cincuenta días?..., ni en qué haría cuando lo viera y si me atrevería a besarlo con una boca traicionera que había confesado unos pecados que no le pertenecían. Ahora que sabía que una parte de mí podía dudar de él, y no pensar que era mentira cuando Alec confesaba haberme hecho daño, sino en cómo podía no conocer esa faceta suya o creerse que me engañaba cuando había sido sincero, estaba dudando sobre si era digna de Alec o no. Pero él era la peor de las drogas, con el mayor de los subidones y también una tasa de adicción muy superior a la de la siguiente en la escala. Cada vez que recibía una carta suya, cada vez que abría un videomensaje, cada vez que miraba nuestras fotos, cada vez que leía las cosas que me había escrito o que yo había escrito hablando sobre él, cada vez que lo recordaba, cada vez que me masturbaba… esos miedos desaparecían. Sólo estábamos él, yo, y esa sensación de plenitud cuando estábamos juntos; la seguridad de que éramos invencibles.
               No sabía por qué, pero tenía la sensación de que Scott iba a cargarse eso en cuanto yo pusiera un pie en Estados Unidos. Y creo que por eso una parte de mí no quería bajarse del avión. Tendría que esforzarme por poner un pie tras otro, atravesar la cabina y luego la pasarela, en lugar de encerrarme en la cama que ahora mismo estaban aprovechando Liam y Alba, taparme con la sábana hasta arriba, y releer y releer su última carta una, y otra, y otra vez.
               Mi preciosísima, queridísima, valentísima Sabrae,

lunes, 5 de diciembre de 2022

El sol ya ha dibujado su sombra.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Puede que ya hubiéramos cerrado aquella etapa de nuestras vidas en la que estábamos hipervigilantes el uno del otro, pero creo que jamás seríamos capaces de olvidar esas habilidades que tan útiles nos habían resultado mientras estábamos en Mykonos, así que supe que se acercaba incluso antes de escuchar sus pasos sobre la hierba, y me giré antes siquiera de que dijera nada. Sí, lo sé, parezco un ninja cuando hago estas cosas y es un don bastante impresionante, éste que tengo de detectar mujeres bonitas, pero Pers ya estaba acostumbrada a verme en acción y no se sorprendió lo más mínimo de que la hubiera sentido.
               Venía con pasos oscilantes, propios más de una modelo que ha hecho un pacto con el diablo para alcanzar la altura mínima de las pasarelas y todavía no controla sus largas piernas, que de una aprendiz de veterinaria. Juntó las manos frente a su vientre sin interrumpir su paso errático, y giró las muñecas y las retorció y se mordió el labio.
               -¿Seguro que te parece bien que os acompañe?-preguntó, y pude ver en sus ojos que quería la verdad, aunque deseara profundamente que le confirmara que sí. No pude contener una sonrisa mientras ajustaba uno de los últimos cinturones con las lonas de los remolques de los todoterrenos que íbamos a llevarnos a la expedición.
               -Debe de ser la primera vez que me dices una frase en griego que en realidad estás pensando en inglés-respondí, y Perséfone tomó aire y lo soltó despacio.
               -¿Estáis seguros de esto?-dijo por fin, y yo sonreí.
               -También puedes pedirle su opinión a Saab. Creo recordar que tú también tienes su número-la chinché.
               Perséfone inclinó la cabeza a un lado e hizo amago de poner los ojos en blanco. Después de que se me hubiera pasado la euforia de que Sabrae me hubiera perdonado y cuando por fin lo que verdaderamente había pasado se había aposentado en mi cabeza, no había parado de tomarle el pelo a mi amiga con el remango que había tenido para llamar a Saab por teléfono para explicarle la verdad. Había una parte de mí que todavía no las tenía todas consigo de que no le hubiera devuelto el beso (me había parecido demasiado real y era lo más lógico que podía hacer en aquel momento, incluso a pesar de las promesas hacia mi chica, como para que fuera mentira), pero Sabrae me había pedido que confiara en ella y en su mejor juicio cuando habíamos vuelto a hablar la mañana del viernes.
               Estaba ayudando con los suministros que nos habían llegado para el comedor cuando Mbatha había ido en mi busca diciendo que tenía otra llamada telefónica, y yo había ido con el estómago haciendo contorsionismo igual que si estuviera en el Circo del Sol. Si me llamaban sin que yo hubiera dejado ningún recado era porque tenía que haber pasado algo grave; nunca había visto a nadie ir al despacho de Valeria a coger el teléfono por un asunto agradable salvo, por supuesto, esa única excepción que había supuesto yo hacía unos días. Pero yo ya había zanjado las cosas con Sabrae; estábamos bien, supuestamente, así que debía de haber pasado otra cosa.
               Ni siquiera me permití pensar en que puede que se tratara de Mamushka mientras levantaba el auricular y me lo llevaba a la oreja, la puerta haciendo clic cuando Valeria la cerró a mis espaldas.
               -¿Sí?
               -Mañana me llegará mi carta, espero-amenazó la voz al otro lado de la línea, y yo fruncí el ceño, y como un puto gilipollas respondí:
               -¿Quién es?
               Sí, lo confieso, se lo había dejado a huevo.
               -¿CÓMO QUE QUIÉN ES?-bramó Sabrae-. ¿DEJAS DE PINTARME LA CARA CON TU LEFA DOS SEMANAS, Y YA NO SABES QUIÉN SOY?
               Me quedé completamente quieto durante un instante igual que un gato al que enfocan mientras juguetea con un ratón, y luego me eché a reír.
               -Perdona, bombón. Para que pueda distinguirte de la docena de chicas con las que me carteo, te sugiero que, la próxima vez que me llames, te identifiques antes.
               -Ah, ya, siempre se me olvida que el único momento en el que me haces un mínimo de caso es cuando estoy encima de ti.
               -O debajo.
               -O de lado.
               -O con las piernas alrededor de mí.
               -¿Vamos a repasar el Kamasutra entero en esta llamada de teléfono?-quiso saber.
               -Mm, puede. ¿Tienes papel y lápiz a mano? Para que vayas anotando y tal.
               Sabrae se rió, una risa adorable que a mí me había sonado a gloria, que sabía a miel en los labios y que hacía cosquillas en la parte más superficial del corazón. No sabía cómo había hecho para hacer que pasara del llanto a las lágrimas en cosa de una semana, pero tenía muy claro que no volvería a bajar la guardia.
               -¿Ya me has enviado mi carta?
               -¿En serio me estás llamando para esto?
               -Soy millonaria, ¿recuerdas? Puedo permitirme el coste de las llamadas internacionales. Lo que no me puedo permitir es la angustia de saber si mi novio va a seguir escribiéndome y podré recopilar nuestra historia de amor en una lata con corazones como en las pelis, o si voy a tener que conformarme con hablar con él cuando se digna a cogerme el teléfono.
               -Es que no tengo nada que contarte, de momento-bromeé, chasqueando la lengua y jugueteando con la misma fotografía que había cogido durante nuestra última llamada. Se hizo un silencio estático que me acojonó un poco, la verdad-. ¿Sabrae? ¿Hola? ¿Sigues ahí?
               -Como no me hayas mandado mi carta, te juro que rompemos, Alec. Rompemos inmediatamente.
               -No pillo el funcionamiento de ese órgano que tienes debajo de la mata de pelo. ¿En serio me estás diciendo que me perdonarías unos cuernos pero no que no te tenga actualizada sobre mi vida?
               -¡Soportaría ser una cornuda si al menos eso no afectara a mi faceta de cotilla! ¿Cómo va todo por ahí? ¿Qué tal está Perséfone? ¿Ha vuelto a caer rendida a tus pies y voy a tener que plantarme ahí y arrastrarla por los pelos o milagrosamente ha superado tu hechizo y me va a contar cómo tengo que hacerlo yo? Mi vida era mejor el agosto pasado. Echo de menos cuando que te fueras del país fuera un regalo y no este castigo que está resultando ser-lloriqueó, y yo sonreí.
               -Y luego te acuerdas de lo grande que la tengo y se te pasa.

miércoles, 23 de noviembre de 2022

La reina del Olimpo y la del Hades.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Sabía que no tenía ningún derecho a hacerlo y que mi ansiedad debía ser una parte de mis muchos castigos, pero no podía evitarlo. Una cosa era torturarme con cómo había engañado a todo el mundo haciéndoles creer que yo me merecía su amor y que apostaran por mí, y otra muy diferente era torturarme pensando en lo que le había hecho a Sabrae. Había llegado a un nuevo nivel de ruindad que bien me merecía tener que soportar, pero no era lo bastante fuerte como para poder sobrevivir a lo que suponía vivir ahora mismo en mi cabeza.
               Además, me dije mientras marcaba un número que me sabía de memoria, y que decía bastante de mí que todavía no hubiera mostrado a ese teléfono, lo que estaba a punto de hacer todavía podía ser algo que me podía hacer daño. Algo que me estallaría en la cara y me haría darme cuenta de que, efectivamente, todo se había acabado.
               El daño que había hecho era irreparable y yo no tenía modo de regresar a la casilla de salida, por mucho que Sabrae estuviera tratando de encontrármelo.
               El teléfono ni siquiera dio un par de toques antes de que mi voz de la razón en masculino contestara.
               -Me preguntaba cuándo ibas a llamarme-bromeó Jordan, y lo escuché atravesar un pasillo y cerrar una puerta. Por el sonido de sus pasos en el suelo supe que acababa de meterse en la habitación de Shash, la única en la que el parqué del suelo estaba completamente libre.
               -Aparentemente no sólo soy un novio de mierda; también soy un amigo de mierda-dije, jugueteando con el cable del teléfono y evitando mirar las fichas que Valeria tenía encima de la mesa: las del personal del campamento; seguramente estaba terminando de repartir tareas y de asignar a cada uno su labor definitiva. Me pregunté si se cabrearía mucho si yo me iba ahora o si, por el contrario, agradecería que le hubiera ahorrado el trabajo que supondría asignarme unas tareas que luego tendría que cubrir con otra persona.
               Escuché cómo Jordan se rascaba la cabeza a seis mil kilómetros de distancia.
               -Yo ya los he visto peores-respondió, y cerré los ojos. Tenía ganas de vomitar, todo me daba vueltas, y sin embargo sentía una extraña calma, como el juicio queda visto para sentencia y el juez está deliberando en su despacho. Ya no es momento de decir nada más. Las cartas están sobre la mesa.
               Las cartas llevaban sobre la mesa mucho tiempo.
               Porque quiero ser libre, y quiero ser tuya.
               No quiero perderme en la oscuridad de la noche.
               Esta vez estoy lista para correr. Renunciaría a todo lo que tengo por tu amor.
               Me lo había dicho. Me lo había dicho, joder. No había manera de que me lo dejara más claro. Y yo había sido tan cabrón y tan imbécil y tan mierdas que había necesitado escuchárselo decir de su boca de forma directa, como si en algún momento fuera a necesitar echarle la culpa por las decisiones que yo había tomado.
               Como si en el fondo supiera que iba a pasarme esto y yo no quisiera siquiera darme esa posibilidad, por remota que fuera ahora, por imposible que me pareciera entonces.
               Y yo también, me había dicho cuando nos despedimos hacía apenas un par de minutos, el peso del mundo sobre sus pequeños hombros, esos que siempre le dolían aunque ella no lo dijera, los que se le ponían rojos tras cargar con sus libros en la biblioteca, los que cedían tan bien bajo la presión de mis dedos, que siempre generaban una dulce presión en sus hombros.
               Ella se merecía masajes relajantes, no dolores de cabeza. Necesitaba tener a la persona que yo había sido estando con ella, cuando su amor me había curado y su luz había hecho retroceder las sombras que me componían. Pero ahora estaba cayendo la noche, estábamos al borde del bosque, y no sólo teníamos que huir de los lobos: Sabrae también tenía que encontrar la manera de alcanzar su máximo potencial a pesar de mí. Yo era un árbol de copa frondosa y raíces profundas; ella era una estrella fugaz, siempre persiguiendo el horizonte. Yo estaba hecho para admirarla desde la distancia y estirar las ramas para tratar de acariciarla mientras se dirigía a un destino que era más importante que yo, y sin embargo… había conseguido capturarla y enredarla en mis ramas.
               Se estaba apagando en mis manos. Por mi culpa. Tenía que liberarla, y también liberarme a mí mismo: esto ya no era bueno para ninguno de los dos. Mientras ella se apagaba me estaba prendiendo fuego, e incluso con el asco que sentía por mí mismo no era capaz de reprimir mi instinto de supervivencia.
               -Ella me ha dicho que te lo ha contado.
               Jordan se detuvo un segundo, y seguramente miró de reojo hacia el teléfono. Le conocía tan bien que me parecía mentira haber hecho algo que Jordan jamás me imaginaría capaz de hacer.
               -¿Quién?-inquirió con tranquilidad.
               -Ya sabes quién.
               -Creo que aún puedes decir su nombre.
               -No me lo merezco.
               -Aun así quiero que lo digas. Quiero escuchar cómo lo dices, Al. Sólo así sabré si es verdad.
               -Es verdad. Tú mismo le has dicho que yo no le contaría esto si no fuera verdad. Sé el daño que le estoy haciendo a miles y miles de kilómetros. Lo siento en mi pecho como si tuviera algo clavado, y... sólo quiero que pare, Jor-jadeé, y Jordan tomó aire-. Yo sólo quiero que pare. Yo sólo quiero que pare, Jor. Sólo quiero que pare-gemí, sintiendo lágrimas hechas de lava ardiente desbordarme los ojos y descender por mis mejillas-. Y la única manera de que esto pare es retroceder en el tiempo y no haber hecho esto, pero eso no está en mi mano. Pase lo que pase yo voy a sufrir porque Sabrae va a sufrir, y no puedo perdonarme…
               -Fue Perséfone la que te besó a ti y no al revés-soltó Jordan-, ¿no?
               Sorbí por la nariz y me limpié los mocos que ya me goteaban de ella como un puto niño de dos años.
               -¿Qué?
               -Perséfone te besó, ¿a que sí?
               -¿Y eso qué más da?
               -Te he hecho una puta pregunta, Alec. Me encargaste que cuidara de tu novia mientras tú no estabas, cosa que no puedo hacer si me falta información.
               -Ya, bueno, quizá debería haberte encargado que la cuidaras también de mí para ser un pelín más eficiente-gruñí con amargura, clavando la uña en una esquina de la mesa y apretando los dientes.
               -Alec.
               -Jordan-puse los ojos en blanco.
               -Contéstame. ¿Perséfone te besó sí o no?
               -¿Y eso qué coño más da? La cosa es que yo también participé en ese beso. Le hice daño a Sabrae. Da lo mismo quién lo empezara: lo importante es que yo no hice lo que tenía que hacer. No me aparté a tiempo ni me separé de inmediato ni me quedé quieto, Jordan.
               -Joder. Joder, la madre que me parió, Alec-Jordan se echó a reír semi histérico.
               -¿Qué coño tiene tanta gracia?
               -En realidad no has hecho nada, ¿verdad?
               -¿¡Me estás escuchando!? ¿Sabes lo que me está costando esta puta llamada como para que tú me vaciles de esta manera?
               -¿Te estás escuchando tú? No serías capaz de decir el nombre de Sabrae si no hubiera ni una sola parte de ti que creyera que no lo has hecho. Así que ahí estás-se hinchó como un pavo, orgulloso de sus disquisiciones-, escondido en ese rincón. Creía que no te encontraríamos.
               -Jor… mira, te agradezco mucho el voto de confianza y sabes que yo también te lamería los huevos llegada la ocasión, pero no necesito que me redimas. Estoy hablando muy en serio, por desgracia.
               -Sabía que no estabas preparado para el voluntariado. Lo sabía. Y creí que Sabrae se daría cuenta y dejaría a un lado su puto orgullo y te pediría que te quedaras porque estaba claro que tu ansiedad te iba a comer vivo. No pensé que la chiquilla fuera tan cerradita. De mente, claro-sonrió con maldad-. Porque otras partes, le cuesta más mantenerlas cerradas.
               ¿A qué coño estaba jugando Jordan? Nunca le había escuchado hablar así, en ese tono tan despectivo, de ninguna tía. Que justo escogiera a Sabrae para empezar me cabreó.
               Me cabreó mucho.
               -Jordan-gruñí, sin rastro de las lágrimas en mis mejillas, y con las manos temblorosas-. Yo de ti tendría cuidado. Puede que le haya puesto los cuernos, pero todavía es de mi novia de la que estás hablando.
                -Ahí estás-sonrió Jordan con orgullo-. Te he estado buscando. ¿Te besó Perséfone sí o no?
               Sabía lo que estaba haciendo porque yo lo había hecho un millón de veces antes, tanto con él como con otros amigos, con amigos y también con desconocidos; al final, cuando se trataba de alcanzar nuestra verdad, todos nos volvíamos contrincantes, daba igual los lazos que nos unieran.
               ¿Eso quería? Muy bien. Pues lo tendría.
               Dejaría que me pusiera contra las cuerdas y me vapuleara lo que necesitara para convencerse de la verdad. Yo no iba a caer. Esta vez, no.
               -Sí.
               -¿Se lo has dicho así a Sabrae?
               -Sí.
               -¿Y le devolviste el beso?
               -Sí.

domingo, 13 de noviembre de 2022

Mucho más griega.


¡Toca para ir a la lista de caps!

El sol estaba dándole unos últimos toques al cielo que se parecían demasiado a otros que había vivido hacía un par de semanas como para que no se me rompiera el corazón. No sabía cuánto más aguantaría resquebrajándose más y más con cada amanecer, y ahora, encima, iba a quedarme sola.
               El día que tanto habíamos temido desde que Scott nos anunció que se apuntaba al concurso había llegado al fin: esa noche atravesaría el Atlántico y desembarcaría directamente en Nueva York, adquiriendo un estatus de súper estrella que sólo otra persona de nuestra familia compartía, y que no había amasado tan rápido en su carrera como lo había hecho él.
               Y yo me quedaba sola en el proceso. El viento me azotaba como al borde de un acantilado en el mar, con ráfagas que ayudaban a los aviones a levantar el vuelo más rápido pero que a mí amenazaban con desestabilizarme. Tenía el pelo revuelto y, a pesar de que estaban siendo unos días muy cálidos en el exterior, la sudadera que Scott me había pedido que le cuidara y que llevaba puesta apenas hacía nada por protegerme de los embates del viento.
               Esbocé una sonrisa como buenamente pude a Layla cuando me estrechó entre sus brazos, agachándose más que nadie para envolverme la cintura con los codos y proteger toda mi cuerpo cruzando sus largos brazos en mi espalda. No pude evitar pensar en que ella era tan alta como Alec, y aun así abrazaba completamente distinto a él. Me desmoroné un poco más por dentro.
               -Alegra esa cara. Te prometo que voy a cuidar muy bien de Scott-me susurró al oído, besándome en la mejilla antes de volver a achucharme. Lo bueno que tenía la marcha de mi hermano era que me daba la excusa perfecta para mostrarme triste: ahora que ya no tenía que preocuparme de hacerme la fuerte o la valiente para que Scott no se enterara de lo que había pasado, el peso que me había quitado de encima había resultado ser la compuerta de una presa que yo ni siquiera sabía que tenía dentro. Apenas había sido capaz de pasarme una hora entera sin llorar desde la confesión que les había hecho a mi hermano, Tommy y Jordan hacía un día.
               Lo bueno de que el peor lunes de la historia coincidiera con las peores semanas de mi vida era que nadie levantaba siquiera una ceja cuando yo me derrumbaba.
               -Os veré en unas semanas-susurré con tristeza, cogiéndole la mano y soltándosela. Chad ya me había suplicado que me fuera con ellos antes de encaminarse hacia el avión que los llevaría a América, pero yo me había mostrado estoica y había conseguido articular la trola de que en unos días era el cumpleaños de Taïssa y no podía faltar a tal evento. Suerte que no se acordara de que ya lo habíamos celebrado ese año.
               Ni siquiera sabía por qué me quedaba en casa. Puede que haberle hecho caso a Scott y haber hecho una maleta apresurada fuera la cura a todos mis males, la manera perfecta de escapar de mis preocupaciones. Pero, no sabía por qué, sentía que tenía que quedarme en Inglaterra. Marcharme a Estados Unidos sólo supondría eludir mis problemas una temporada, y estos se habrían hecho más grandes cuando yo regresara de ese idilio que, seamos claros, tampoco iba a ser capaz de disfrutar. Además, sólo supondría una distracción para Scott, que estaría más pendiente de mi bienestar que de disfrutar del despegue de su carrera artística.
               Me fui despidiendo de los miembros de la banda; incluso Taraji, que viajaba con ellos, vino a darme un abrazo y a decirme que estaría esperando impaciente que fuera a sustituirla.
               -Seguro que a ese novio tuyo le encantará verte por todo Internet triunfando en el Madison Square Garden-había bromeado, clavándome un puñal envenenado en el corazón sin tan siquiera saberlo. Por la forma en que Eleanor nos había mirado a ambas al escucharla, supe que Scott no había podido resistirse a contárselo. Supongo que eso hacen las buenas parejas: son sinceros y se cuentan todo, incluso los secretos que juran guardarse a sus hermanas, porque, en el fondo, tampoco están muy de acuerdo con eso de ser discretos.
               -Tú no has hecho nada malo-me había dicho Scott cuando le supliqué que no dijera nada, colgándome de sus brazos y aferrándome a su cuello como si eso fuera lo único que me mantendría con vida-. No tienes nada que ocultar. Sólo te va a hacer más daño.
               -Es que no quiero que nadie lo sepa. Por favor, Scott. Por favor, no les digas nada a papá y a mamá.
               -¿Quieres que lo proteja a él antes que a ti, que eres mi hermana pequeña?
               Sabía que era aberrante y que yo estaba comportándome como una estúpida. Sabía que esas esperanzas que había tenido de que todo fuera mentira no habían sido más que espejismos en medio del desierto, productos de la desesperación por encontrar una vía de escape. Me sentía estúpida por haberme puesto en peligro por alguien que claramente no me merecía, al menos no a ojos de mi hermano.
               Y me sentía estúpida porque, aun así, tenía ganas de excusarlo y perdonarlo y creer que no había pasado nada incluso cuando tenía su confesión. Incluso cuando Scott había aceptado a pies juntillas lo impensable. Después de todo, por sus venas corría la sangre de mamá, la mejor abogada de todo el país: la que conseguía confesiones de delincuentes que nunca antes se habían sublevado ante nadie. Un fuckboy redimido no era nada en comparación con violadores o asesinos. Una confesión bastaba para una pena. Era la única moneda de cambio posible. Y Scott la tenía entre las manos. Se la había dado yo.
               Además, había algo dentro de mí retorciéndose y clavándome su veneno ahora que Scott ya lo sabía: me decía que él lo conocía mejor que yo, que eran amigos desde hacía más tiempo que nosotros dos novios, que le había visto crecer y cagarla y tratar de enmendar sus errores muchas más veces de las que yo podría contar siquiera. Qué ilusa había sido creyendo que conocía mejor a Alec Whitelaw que el mismísimo Scott Malik, quien lo había hecho quien era y se había convertido en quien era gracias a Alec, simplemente porque yo sabía cómo sabía su boca, cómo sabía su sudor, cómo se sentía su cuerpo moviéndose sobre el mío o su miembro dentro de mí. Me odiaba por pensar así, pero tampoco podía evitarlo.
               Por eso tenía que quedarme hasta aposentar mis pensamientos y por eso necesitaba ganar un poco de distancia de Scott: porque me dolía que no le diera siquiera el beneficio de la duda cuando yo estaba tan dispuesta a creer que era mentira incluso habiendo escuchado de primera mano su confesión. Scott no lo había oído directamente; bien podía estar inventándomelo para tratar de excusar una noche de comportamiento imprudente e impropio de mí.
               -Por favor, Scott. Por favor. No diciendo nada también me proteges a mí.

domingo, 6 de noviembre de 2022

Faraón de bronce.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Me giré como un resorte, las rodillas temblando mientras trataba de soportar mis kilos normales y los mil que me habían caído encima nada más escuché su voz. Sentía frío en las manos, que siguieron sujetando la foto de Alec y Jordan como si fueran las de un ladrón amateur que ha conseguido colarse en un museo y había burlado toda la seguridad de la pieza más valiosa para terminar siendo sorprendido por el personal de limpieza.
               Y me ardía la cabeza. Me ardía de un modo en que creo que no podría arderme ni aunque la sumergiera en un cubo de lava recién extraída de un volcán. Todo alrededor de la parte superior de mi cuerpo, más allá de la frontera de mi cuello, estaba ardiendo. Por debajo de mis hombros reinaba la tundra. Era la hija bastarda de los dioses del gélido invierno y un caluroso verano, algo que nunca debería haber existido, porque yo nunca debería haber pasado la noche con Jordan.
                Conseguir ponerme al nivel de Alec para que nadie pudiera decirme nada acostándome con el primer chico que se me pusiera por delante y obligándome a mí misma a fingir que habíamos abierto la relación era una cosa; pero acostarme con su mejor amigo era otra muy distinta. Daba igual que me hubiera emborrachado y que no recordara nada, daba igual que Jordan no hubiera respetado los sentimientos de Alec hacia mí: yo tenía culpa como la que más, porque, para empezar, había sido la que había ideado ese plan absurdo de cogerme la borrachera del siglo, follarme al primero que pasara y tratar de pasar página de esa forma. Puede que Jordan se hubiera dado cuenta de mi plan y hubiera decidido que el encargo que le había hecho Alec de cuidarme y hacerme su ausencia lo más llevadera posible también incluía algún polvo por compasión. Mejor él que otro chico que no me conociera, o peor; mejor él que otro chico que me conociera, o que conociera a Alec, y decidiera devolvérnosla a cualquiera de nosotros dos tratándome como a una mierda, desquitándose conmigo y luego presumiendo del trofeo que habrían sido mis gemidos debajo de él cuando Alec había conseguido los primeros que habían salido de mi garganta.
               Alec también podía verse arrastrado a aquella espiral autodestructiva a la que me había lanzado, pensaría Jordan. Y puede que me hubiera llevado a casa sólo para evitar los daños colaterales.
               Aun así… yo sabía que ahora estaba en manos de Alec. La pelota, enorme y pesada a más no poder en mi tejado, había volado hacia el suyo y se había convertido en apenas un balón de playa. Grande, sí, pero también muy ligero. Sería muy fácil que Alec me diera puerta por eso. De hecho, sería difícil que me perdonara. A mí, y a Jordan. Le habíamos hecho algo mil veces peor que lo que él me había hecho con Perséfone, no sólo por el acto en sí y lo lejos que habíamos llegado, sino porque… bueno, Perséfone no era comparable a Jordan. Para poder compararla, Alec tendría que liarse con Amoke.
               -Creo que podrás pasar sin que te amarren-decidió por fin Jordan, cogiendo una camiseta de uno de los montones del suelo, desenrollándola y empezando a ponérsela. La estaba añadiendo a los pantalones de chándal viejos que ya llevaba puestos, y que tapara ahora sus abdominales no hizo sino ponerme peor. A cualquier chica le habría encantado la vista de su torso desnudo, de un tono aún más oscuro que el mío y que casaba perfectamente con el estereotipo literario de “chocolate”, no sólo por el color, sino también por la forma. Igual que Alec, Jordan tenía los abdominales bien definidos, así que contaba con la tableta por la que muchos chicos se mataban y muchas chicas se volvían locas. Me pregunté si yo me habría vuelto loca tocándoselos como lo hacía con Alec, si me habría dedicado a arañárselos mientras gemía cuando él me embistiera, y se me llenaron los ojos de lágrimas. Tenía piedras en el pecho y en el estómago y muy pocas ganas de seguir viviendo.
               No solía ser imbécil, así que cuando lo era, supongo que lo hacía a lo grande para compensar el tiempo que trataba de portarme bien.
               Jordan se sentó en el reposabrazos del sofá oculto casi por completo por ropa sucia y limpia por igual y entrelazó las manos entre las piernas. Arqueó una ceja y siguió estudiándome con la mirada de un ornitólogo que descubre un pájaro gigantesco y colorido en un mundo monocromático. Yo no debería estar allí. No pertenecía a ese lugar. Todo en mí decía que eso estaba mal.
               Me miré el cuerpo: la camiseta que me quedaba enorme y que sólo podía ser suya, los bóxers asomando un centímetro por su borde, los pies descalzos entre bolsas de comida basura y… más envoltorios de preservativos. Al menos no había condones usados tirados por el suelo; no sabía cómo reaccionaría a las pruebas irrefutables del delito.
               Claro que tampoco tenía mucho consuelo en los envoltorios abiertos.
               Levanté un poco la vista, lo justo para ponerla en la cama. Tenía manchas de maquillaje allí donde yo había rodado por ella, y supuse que estaría hecha un absoluto desastre si me miraba al espejo. Encontré en aquello otra razón para no hacerlo: no iba a ser capaz de vivir conmigo misma mirando mis facciones, aquellas que tantísimas veces había admirado y alabado Alec, y que luego otro había disfrutado después. Y encima el otro era Jordan.
               -Dime, Saab, ¿vas a dejarme disfrutar de algún fin de semana a partir de ahora, o voy a tener que encerrarte para poder salir de fiesta tranquilo?-preguntó de nuevo Jordan, el ceño fruncido y la voz dura. Supongo que él también estaba cabreado conmigo; no lo habíamos hecho por iniciativa suya y se había metido en un lío de mil demonios por tratar de protegerme. Si lo había hecho para que yo aprendiera la lección, sacaría, como mínimo, matrícula de honor: no volvería a acercarme a ningún chico en lo que me quedara de vida, independientemente de la reacción de Alec y si éste, en su infinita misericordia, se las apañaba para no matarnos.
               -Me…-carraspeé. Tenía la boca seca y me ardía la garganta. Intenté no pensar en que la última vez que había estado así había sido el último día que había estado con Alec: me había hecho gritar tanto en el Savoy que mi voz no parecía la mía cuando él se marchó. Jordan se cruzó de brazos e hizo un gesto con la cabeza hacia la mesita de noche, en la que había una botella de agua reflejando de una manera tremendamente dolorosa la luz solar que se colaba por la ventana. Recogí la botella y traté de abrirla, pero me dolían las articulaciones y el tapón estaba muy duro. Jordan bufó por lo bajo, se levantó y vino hasta mí.

lunes, 31 de octubre de 2022

Promesas de oro y platino.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Era una flor marchita. Un barco encallado en el puerto de una villa costera que se encontraba ahora a treinta kilómetros del mar. El esqueleto de una palmera secándose en medio del desierto tiempo después de que el oasis en que había crecido se evaporara. Un pájaro sin alas, una noche sin luna ni estrellas, ahogada por la contaminación de una ciudad cuyo skyline ni siquiera era bonito, ni memorable. Un museo clausurado al público, los cuadros tapados con un tapiz para protegerlos del polvo. Una banda sin oyentes. Un estadio sin fans. Un escenario sin actores. La concha de una caracola vacía y en la que tampoco se escucha el mar.
               Él me había hecho esto. Me había quitado el agua. Había movido la línea de la costa. Había vaciado mi oasis. Había cortado mis olas. Había encendido cada farola y diseñado cada edificio para que fuera exactamente igual que el anterior. Había echado el cerrojo y había arrojado la llave al río. Se había puesto tapones. No había acudido a mi cita. Había cancelado el ensayo. Me había robado mi cuerpo y también me había robado mi voz.
               Era la única explicación que le encontraba a haber dejado de oírme por encima de los susurros de mi hermana intentando tranquilizarme. Me había deshecho en un grito desgarrador en cuanto había colgado el teléfono, convertida de repente en el centro del universo ahora que ya no tenía la voz de Alec anclándome, aunque fuera solamente a esa ilusión de que lo que teníamos lo iba a resistir todo. Sentía cada cosa que me sucedía como si le pasara a un cuerpo ajeno que yo ya no habitaba: las manos de Shasha eran frías y tenues, su voz estaba amortiguada por los latidos acelerados de mi corazón, y la cama estaba congelada y húmeda de algo que no podían ser mis lágrimas.
               Los muertos no lloran. Y yo estaba muerta por dentro. Alec me había matado, me había clavado un puñal en el corazón y me había abierto en canal, y yo… yo había tratado de excusarlo de todas las maneras posibles, diciendo que no lo hacía a propósito, que seguro que se trataba  de un malentendido, que él no entendía lo que estaba haciendo y no relacionaba lo que manaba de mis heridas y se congregaba a mi alrededor en un charco como mi sangre.
               Decía que sabía el tremendo dolor que me había causado, pero no tenía ni idea. Decía que haría lo imposible para remediarlo, pero no podía. Por primera vez desde que me había enamorado de él, había topado con un muro demasiado alto demasiado alto como para poder escalarlo.
               No podía ser verdad. No podía serlo. Nuestra historia no estaba hecha para terminar así, con una llamada de teléfono y miles de kilómetros de distancia entre nosotros. Yo no iba a poder pasar página ni encontraría las respuestas que necesitara por muchas vueltas que le diera.
               Aun así, enferma como estaba y total y absolutamente adicta a él, incluso en lo más profundo del pozo en el que me había sumido, estaba tratando de encontrarle sentido a lo que me había hecho. Alec sabía que no podía acercarse a Perséfone sin hacerme daño a mí. Alec sabía lo mucho que había sufrido por ella en Mykonos. Alec sabía el terror que había sentido yo al pensar que no era la primera. Alec sabía que necesitaba verlos juntos para comprobar si lo que ellos tenían era más fuerte que lo que teníamos nosotros.
               Seguro que Alec también sabía que había algo uniéndolos a ambos, algo que se movía, era líquido y estaba vivo, como lo nuestro. Me había dicho que lo nuestro era dorado, pero en cuanto había dicho el nombre de la chica con la que se había convertido en hombre, la chica que lo esperaba cada verano y a la que él volvía como si fuera el puerto seguro donde se refugiaba después de una larguísima travesía de once meses, yo… yo me había dado cuenta de que había algo superior al oro: el platino.
               Por eso me había dado su inicial en platino pero el elefante en oro. Porque me había enseñado un mundo al que sólo podía acceder con él, un idioma que sólo podía hablar con él y un cielo nocturno que sólo me guiaría cuando estuviera perdida si también me perdía con él. Yo le pertenecía a Alec. Le pertenecía como no iba a pertenecerle a ningún otro, y…
               … y él llevaba el colgante que le había dado otra mucho antes de que yo le diera los míos. Mi anillo y mis chapas de los viajes no eran más que aditivos a los regalos que Perséfone le había hecho antes. Plata y chapa contra un diente de tiburón, algo que una vez estuvo vivo y fue orgánico y completamente natural. Era natural que él volviera a ella, igual que era natural que mi elefante fuera de oro y no de platino. Sus promesas hacia mí eran doradas. Las de Perséfone, de platino.
               Y yo era gilipollas por… por no haberlo visto antes. Era gilipollas por no haber contemplado siquiera la posibilidad de que, igual que Alec y yo nos encontrábamos en cualquier rincón de una habitación, de un edificio o incluso de Londres, Perséfone y él podrían encontrarse en cualquier parte del mundo. Era gilipollas por no haberle suplicado de rodillas que se quedase y haberme protegido de la horrible verdad: puede que él fuera mi gran amor, pero yo no era el suyo, y a los grandes amores siempre se vuelve. Era gilipollas por haberme jugado lo más valioso que tenía (él) a una sola carta (nuestra conexión) sin pensar siquiera en las consecuencias (perderle a manos de otra).
               Pero lo peor de todo no era eso. Oh, no. No era ni haberme dado cuenta de que yo era la segunda incluso estando en la cima del podio, o de que tenía que luchar contra los elementos y perder en el intento, o que mi hermana pequeña tuviera que consolarme a escondidas del resto de mi familia porque no quería chafarle los últimos días en casa a Scott. No era ni pensar en lo estúpida que había sido gastándole esa estúpida broma y no accediendo después a su estúpido plan de que viniera y alejarlo de ella.
               Lo peor de todo es que estaba arrinconada. Yo quería perdonarlo. Estaba más que dispuesta a renunciar a mi orgullo y amor propio con tal de que él volviera y siguiera haciéndome sentir como si estuviera flotando en una nube, libre y completa y luminosa y… dorada. Dorada de verdad, dorada como en los retratos de los reyes colmados de joyas en las que el amarillo era el color que definía el poder más absoluto. Sabía que no iba a encontrar a otro que me hiciera sentir como él: nerviosa y a la vez tranquila, ansiosa por su contacto incluso cuando lo tenía dentro de mí, calentita en las noches frías y dispuesta a asarme en las tórridas con tal de que él no apartara sus brazos de mi cintura mientras dormía a mi lado, ambos empapados en sudor. No iba a gustarme el olor o el sabor del sudor de otra persona; sólo me gustaría el de Alec. Por no perder eso estaba más que dispuesta a arrastrarme e, incluso, hundirme en el fango. Bucear en él si hacía falta.
               Pero es que no me había dejado opción. Le había concedido una absolución genérica y de un año de duración en la que me convencería a mí misma de que mis pesadillas en las que lo escuchaba gimiendo los nombres de otras, jadeando sobre otras, poseyendo a otras y gruñéndoles que le miraran mientras se corrían eran sólo eso: pesadillas que terminarían olvidándoseme una vez pasara el día. Pero esto… Perséfone… de ella no iba a poder olvidarme igual que los árboles no pueden olvidarse de las estaciones. Qué irónico que fuera ella, precisamente, la que originara la primavera con su regreso, cuando lo que había hecho con mi vida había sido sumirme en un invierno prematuro en el que, para colmo, ya no existía el consuelo de la luz solar ni de una hoguera junto a la que acurrucarse. Alec era mi sol, y se había llevado todo el fuego cuando se había ido con ella. Ni siquiera las partículas subatómicas solares que había en los mecheros estaban a mi alcance ahora. Y yo era una chica que adoraba el verano.
               Me daba vergüenza a mí misma. Vergüenza por todo lo que estaba dispuesta a renunciar con tal de que Alec no me hubiera hecho eso. Vergüenza por no haber sido suficiente para él. Vergüenza por haber creído que era verdad cuando me decía que no había ninguna otra. Y vergüenza también por no plantearme en ningún momento que no hubiera sido sincero ni un segundo conmigo. Creía que él lo creía de veras, y que lo había dicho con toda la buena intención del mundo, pero… ¿quién es tan tonto como para creerse las mentiras piadosas de la persona que más te quiere, y que ni siquiera es consciente de que te está diciendo mentiras piadosas?
               Quién te ha visto y quién te ve, dijo una voz con amargura dentro de mí. Hace un año no soportabas siquiera estar en la misma habitación que él, y ahora, mírate.
               Eso no era del todo cierto. Hace un año Alec estaba en Grecia, muy posiblemente follando con Perséfone mientras yo trataba de poner en orden mis pensamientos y darle sentido al hecho de que fuera incapaz de tolerarlo, pero mis sábanas estuvieran familiarizadas con su nombre de tanto que lo gemía en voz baja mientras exploraba esa parte de mí que había descubierto gracias a él.
               No es que estuviera rota; eso tendría fácil solución, como la técnica del kintsugi que había utilizado con él. No: estaba pulverizada. No iba a recuperarme de esto.
               Prueba de ello era que me estaba aferrando a la idea de que ahí había algo raro, algo que no casaba con cómo era él. Creía que le conocía y, conociéndole como lo hacía, lo que había hecho tenía sentido y a la vez no. Alec ni en un millón de años me haría daño, ni siquiera de forma inconsciente, me repetía una y otra vez mientras Shasha trataba de acunarme y me daba más besos de los que habíamos intercambiado en nuestras vidas. No me cuadraba este comportamiento de Alec. No era propio de él. No parecía Alec. Pero sonaba demasiado seguro y demasiado arrepentido como para que no fuera Alec.
               Ya no sabía si estas estúpidas excusas eran yo entendiendo a la perfección cómo funcionaba Alec o si, por el contrario, era mi lado enamorado tratando de justificarlo de forma desesperada y a cualquier precio.
               Tanto camino recorrido… tanta lucha… tantos esfuerzos… tantas lágrimas derramadas a lo largo de los siglos… tantas explicaciones pacientes e invitaciones a reflexionar de las incongruencias de la sociedad en la que vivíamos por parte de mi madre… para llegar justo a este punto. Alec me decía que me había puesto los cuernos. Yo le pedía tiempo para pensarlo… y me encontraba con que lo había hecho no porque no supiera qué hacer con él, sino porque no sabía cómo hacerlo. Quería perdonarlo. Llevaba desgranando la forma de hacerlo desde que me había llamado. Lo compartiría con quien fuera, Perséfone incluida, con tal de no tener que renunciar a él.
               Mi nombre sonaba demasiado dulce en sus labios como para conformarme con ser anónima a partir de ahora.
               Si de la herida que me había abierto se escapaba algún amor, sacrificaría el que me tenía a mí misma con tal de salvar el suyo. El problema es cómo me trataría el mundo a partir de entonces, y si sería capaz de soportar que mis amigas, mi familia y el resto del mundo me perdieran el respeto y cuestionara cada una de mis decisiones a partir de entonces.

domingo, 23 de octubre de 2022

Los efectos secundarios de Sabrae.

Ayer se cumplieron cinco años de ese último capítulo de Chasing the Stars que tanto me temía tener que subir un día, pero por motivos completamente vergonzosos (se me olvidó por completo) no escribí nada que remotamente se mereciera esa historia. Así que este es mi pequeño homenaje, a falta de hacerle uno, si hay suerte, esta semana: gracias a todas las que perseguisteis las estrellas conmigo y que aún seguís aquí, y gracias a Scott por prestarme a su hermana para que pueda estar hoy aquí, subiendo esto, y haciendo de los aniversarios de su cumpleaños días tan especiales. Es increíble que alguien tan grande pueda convertirse en el rey de una historia y luego, ser un secundario tan bueno como él.
Gracias a todos, de verdad. Nos vemos en cinco años, a la sombra de dos árboles entrelazados en la que juegan dos niños con los ojos de la persona que más quería el nombre del que portan…
inshallah.
 
¡Toca para ir a la lista de caps!

Mi amadísimo Alec, mi precioso sol,
               No sé en qué momento me he convertido en ti para esperar tan poco de lo que haces, pero el caso es que sí, me has pillado completamente por sorpresa mandándome la carta. También me pillaste por sorpresa con el primer videomensaje del amanecer, por el que, por cierto, debo darte las gracias: hace más amena mi cuenta atrás para que volvamos a vernos. Evidentemente no es lo mismo que tenerte cerca, sentir el calor que mana de tu cuerpo y poder emborracharme del aroma de tu piel nada más despertarme, pero si amanecer a tu lado es el cielo, tus videomensajes con los que compartimos el amanecer incluso a seis mil ciento cincuenta y seis con cuarenta y dos kilómetros de distancia son lo más parecido a éste que tengo, y me aferro a ellos y los agradezco como la lluvia durante una sequía, o tus besos con sabor a salitre un día de playa. Mi vida durante estos trescientos cincuenta y seis días que ahora nos separan estaría incompleta igual que lo está mi verano ahora que tú no estás conmigo, pero incluso desde lejos eres capaz de hacer que sienta tu amor cada día. Así que muchísimas gracias. No me esperaba menos de este novio tan genial que tengo, que es capaz incluso de volver de entre los muertos por mí.
               Te alegrará saber que sí que he devorado esta carta, pero no en tu, mi, nuestra habitación. Me congratulo en anunciarte que la vi de pura casualidad mientras me paseaba por tu casa; tu familia ya no está, y me han encargado que la cuide en tu ausencia (tranquilo, le haré llegar a Mimi esta carta para que pueda responderte como te mereces), así que había decidido dedicarme un día a mí misma y a echarte de menos tomando el sol, dándome un bañito en el piso de abajo, y estrenar el vibrador que me has dejado de regalo mientras pienso en ti, en tus ojos, en tu boca, en tus dientes, en tu pecho y tu espalda, y en lo bien y suave que se siente tu pelo cuando te paso las manos por él mientras me follas como sólo tú sabes. Llevo sin tener un orgasmo desde que te marchaste, y estaba más que dispuesta a retomar viejos hábitos en los que te pienso con rabia y te anhelo con desesperación y me rompo en mil pedazos gimiendo tu nombre en voz baja; ahora la diferencia es que ya no me siento confusa cuando me corro, sino simplemente bien. Me siento orgullosa, de hecho, cuando me corro pensando en ti, y echaba de menos sentirme orgullosa… pero tu carta me ha dado más placer del que me esperaba para hoy. No me dio tiempo siquiera a subir a nuestra habitación; me tiré en el sofá a devorarla, y luego la recité de memoria en la bañera, y luego… bueno, luego no ha pasado nada más. Estoy tan eufórica que me apetece gritar, sin más. Lo cual no quiere decir, ni mucho menos, que no vaya a empapar las sábanas de tu cama esta noche. 😉 Entraré en todo lujo de detalles si me lo pides con la suficiente insistencia en la siguiente carta.
               Por cierto, hablando de camas… eres de lo que no hay. He mirado las coordenadas, no porque no me fiara de ti, sino porque quería comprobar la teoría que se formó en mi cabeza nada más leerlas de que habías cogido las de mi habitación, pero es que no sólo son las de mi habitación. Son las de MI CAMA. Si no te conociera y supiera lo inteligente e increíble que eres, pensarías que te las has llevado anotadas sólo para impresionarme. Como si no me impresionaras sólo con respirar. Pero, como sé que con mis coordenadas no son suficiente, ya te mando mi dirección en el remitente de esta carta, junto con los sellos que me pediste. Estoy deseando saber de ti y de ese compañero tuyo. ¿Cómo podemos hacer para que me lo enseñes? ¿Te parece si te mando una tarjeta de memoria para la cámara en la próxima carta, y tú me la devuelves con fotos del sitio? Debe de ser precioso, todo en medio de la jungla y junto al lago. Espero que pronto llegue esa sargento de la que hablas a tratar de ponerte firme; será divertido que me cuentes cómo se desespera intentándolo. Eso sí, creo que te vendrá bien saber cuanto antes cuáles serán las tareas de las que te ocuparás. Sé lo mucho que te gusta sentirte útil, y estoy segura de que todos estarán ya encantados con la ayuda que les ofreces, pero siempre es mejor tener tu propia tarea asignada para perfeccionarla y destacar.
               Me alegro de que hayas tenido buen vuelo y me alegro de haber podido verte aunque fuera una última vez antes de que embarcaras en el segundo. Y me alegro de que haya militares en el campamento, también. Me quedo más tranquila sabiendo que hay alguien dispuesto a proteger a todos los malhechores de Etiopía de tu furia justiciera. (Es broma. Porfa, hazte amigo de ellos. Si están ahí es por algo, y quiero que sea una prioridad protegerte.)
               Yo estoy bien. Todo lo bien que puedo estar en este abismo de soledad al que nos hemos condenado entre los dos, quiero decir. ¡Es broma! Te echo mucho, mucho, mucho de menos, pero mis amigas te han obedecido y han hecho de no dejarme respirar tranquila su misión personal. Soy afortunada de teneros a todos, lo sé muy bien.
               Aunque también es cierto que estoy un poco triste. Esta semana que empieza es la última en la que Scott estará en casa en un tiempo. Como ya sabes, se va de tour a Estados Unidos en unos días, y aunque tengo la opción de irme con él de viaje para aprovechar, creo que le vendrá bien que le dejemos tranquilo y que extienda un poco las alas él solo, por mucho que me duela. Sé que le irá genial, pero también le echaremos un montón de menos. Mi vida se está volviendo demasiado silenciosa, ahora que mis dos hombres preferidos del mundo se han ido lejos de mí. Ay, cruel destino. (Imagíname poniéndome una mano en la frente de forma *muy* dramática.)
               Por cierto, acabo de acordarme de que el otro día vi que los lubricantes que compramos en febrero tienen fecha de caducidad. ¿Te enfadarías mucho, mucho, si gastara el mío sin ti? ¿Y te enfadarías menos si me grabara alguna vez que otra de las que lo utilizo? 😉 😉
               Como podrás apreciar, estoy llevando muy bien esto de la distancia. Hoy sólo me he colgado de la lámpara del techo unas treinta veces. Eso son seis menos que ayer. #SíSePuede.
               Por favor, cuéntame todo lo que te pase y pídeme TODO lo que necesites. Sellos, sobres, papel, lo que sea. No quiero que escatimes en detalles por falta de medios. Yo seré tu sugar mama. Para variar (broma, no te pongas todo ceñudo). Ahora seguro que te acabas de reír, ¿verdad?
               Disfruta mucho, mucho de tu voluntariado, sol. Sé tan genial como tú eres y todo el mundo te adorará en cinco segundos. Échate mucho protector solar, recuerda beber mucha, mucha agua, y descansa tanto como puedas. Me sé yo de uno capaz de irse de fiesta después de hacer doble turno, así que no quiero ni pensar en lo que ese individuo sin identificar haría con tal de salvar a alguna cría de elefante malherida. Recuerda que los humanos les parecemos cuquis, así que no te hagas el súper héroe metiéndote en una pelea entre familias rivales, no vayas a empezar una guerra civil elefantil porque todos quieran quedarse contigo. Me pelearé con quien sea por traerte de vuelta a casa. Recuerda que eres MÍO.