Bueno, antes que nada, si estás leyendo esto: ¡Enhorabuena! No tienes otra cosa mejor que hacer que inspeccionar mi blog. Acosador de mierda. A lo que iba: si tienes menos de 16 años, o 16 y no estás pervertido, o tienes una mente muy fácil de traumatizar, te recomendaría que no siguieras leyendo. Tengo una mente muy enferma y oscura en cuanto al sexo se refiere, y no me apetece que nadie se cree un trauma por mi culpa. No os voy a pagar una puta indemnización. Hala. Con dios.
Golpeé
la puerta con los nudillos y me asomé para asegurarme de que el
entrenador me dejaba pasar.
Él
levantó la cabeza, aquella cabeza idéntica a la de mi ídolo,
asintió despacio, y siguió contemplando unos papeles en su mesa.
Entré y me quedé en el umbral.
-Cierra
la puerta, Jon, ¿quieres?
-Claro-repliqué
con un hilo de voz. Seguía imponiéndome; no importaba que llevara
más de 3 meses trabajando con él, tonificando los músculos y
entrenando mis brazos, preparándome para un campeonato de boxeo. Me
acerqué a él despacio, con la bolsa de Nike colgada al hombro.
James,
el hermano gemelo de uno de mis ídolos, Liam Payne, era mi
entrenador de boxeo. Había boxeado junto a su hermano famoso cuando
eran pequeños, para defenderse del acoso escolar al que los sometían
constantemente.
Yo
había entrado al equipo de boxeo del instituto por razones
parecidas, pero, sobre todo, porque siempre me había atraído ese
deporte. Parecía el único realmente apto para hombres: nada de huir
de un tío con una pistola y competir por ser el que antes llegara a
la meta, nada de lanzar un palo y rezar por ser el que más lejos lo
tirara. Ni siquiera corretear por una cancha con un balón en las
manos, o correr tras una pelota y chutar con la esperanza de meterla
entre tres palos y una red para así levantar al estadio que te
estaba observando medio embobado. No.
El
boxeo sí que era un deporte útil. Te preparaba para la vida.
Si sabías boxear bien, si aprendías a dar buenos golpes de derecha,
te iría bien en la vida. Así de simple.
Eso,
y que los tíos que entrenaban conmigo estaban muy buenos.
Dudaba
que fuera un secreto mi homosexualidad, pero nadie me había
discriminado por ello. Sin embargo, de repente, tenía la impresión
de que iba a tener una charla con aquel entrenador (también conocido
como el tío más guapo de la Tierra y parte de la galaxia) acerca,
precisamente, de que me gustaran más los tíos que las tías.
Me
vería obligado a romperle la cara si decía que mis gustos no eran
"normales", o que yo era "antinatural", como
muchas personas estúpidas e ignorantes acostumbraban a decirme,
tratando de convencerme de que mi realidad era diferente a la suya,
estaba distorsionada, estaba equivocado, enfermo, y
mierdas de ese estilo.
-Siéntate,
Jon, ¿quieres?-dijo, tendiendo una mano hacia una de las sillas que
estaba frente a él.
-Claro-repetí
cual oveja, y obedecí. Dejé la bolsa de Nike a un lado, me senté
con la espalda arqueada y alcé las cejas.
-Ahora
termino-susurró, colocando unos papeles en una carpeta,
repartiéndolos por doquier, abriendo y cerrando cajones. Me mordí
la lengua para no repetir "claro".
Una
vez terminó, se giró hacia mí. Sus ojos brillaban por la luz del
sol, el lunar, en el lado derecho de su cuello, que se mostraba en el
izquierdo de su gemelo, parecía tener vida propia, y atraerme hacia
él. Tenía el pelo más corto que Liam, al que ya le había crecido
mucho desde octubre.
Tragué
saliva, notando sus ojos, de un color ligeramente caramelizado debido
a la luz del sol, observándome. Sin decir nada, se giró, corrió
las cortinas, y sumió su despacho en una ligera penumbra.
No
me moví cuando atravesó la habitación y cerró la puerta con llave
por dentro.
Podría
matarme allí mismo, pero una parte de mí, una parte muy poderosa,
estaba convencida de que me mataría lentamente, de una manera que
iba a terminar por encantarme.
Se
acercó por detrás a mí con sigilo, y me puso ambas manos en los
hombros. Me estremecí de puro placer; eran más cálidas de lo que
había pensado en un principio.
-He
estado observándote una temporada, Jon.
-¿En
serio?
Se
sentó al borde de la mesa, con sus rodillas rozando las mías, y
asintió, muy serio.
-Sí.
Eres bueno. Muy bueno.
-Gra...cias-musité,
sin saber muy bien que decir. ¿De qué iba todo aquel rollo de
cerrar la puerta y correr las cortinas?
O,
más bien, ¿realmente estaba tan enfermo creyendo que mi profesor de
gimnasia se dignaría a echarme un polvo allí?
James
sonrió, casi parecía estar leyendo mis pensamientos.
-Al
observarte me he dado cuenta de... algo.
Alcé
las manos.
-Sí,
entrenador. Soy gay. ¿Algún problema con ello? Porque, como me has
dicho varias veces, tengo talento para el boxeo.
James
se echó a reír.
-En
realidad, iba a decirte que me había dado cuenta de que no parabas
de mirarme. Y, bueno...-señaló mis pantalones; aunque estaba seguro
de que había señalado algo más "central", me intenté
convencer de que había señalado mis pantalones-, el uniforme que os
obligan a llevar no disimula demasiado, precisamente.
Me
eché a reír, y asentí con la cabeza.
-No
tengo control sobre ello, así que perdona si te ofende, entrenador.
-Eh,
yo también tengo lo mismo entre las piernas, ¿sabes? Sé lo que
es-comentó, pasándose una mano por sus partes, rascándose. Luché
por convencerme de que era normal, todos los tíos hacíamos eso,
delante de tías o de otros tíos, fuera cual fuera tu orientación
sexual, pero...
...la
parte de mí que se estaba poniendo histérica sentía que aquello
tenía más connotaciones sexuales que una película porno.
-Y
no me molesta, es más... me... excita.
Abrí
la boca para responder, pero, al no tener palabras, terminé
levantándome.
-¿Entrenador?
-¿Jon?-replicó
él, con tono sensual pero a la vez burlón. No pude resistirme más.
Me
abalancé hacia él y lo besé.
Pensé
que me rompería la mandíbula de un gancho de derechas, pero, en
lugar de sentir algo impactando contra mis huesos y astillándolos,
lo único que sentí fue algo invadiendo mi boca. Algo cálido y
húmedo.
Su
lengua.
Jadeé,
tiré de su camiseta y lo pegué contra mí. No me daba asco que me
sacara varios años. Sí, había diferencia de edad, pero no
demasiada. Era nuevo en el instituto, y yo estaba en mi penúltimo
año. Me consoló saber que lo vería otro año más después del
primero, con lo que tendría más confianza con él... eso, por
supuesto, si no repetía "accidentalmente".
-Te...
deseo-gruñí con un hilo de voz, con sus manos en mi culo,
impulsando mis caderas hacia las suyas, y su boca en mi cuello,
mordisqueando lentamente mi piel. Se limitó a exhalar un gruñido de
advertencia, y me desgarró la camiseta por mi espalda.
Mi
erección se clavó en la suya.
Traté
de hacer lo mismo, pero yo no tenía su fuerza, de modo que terminé
rindiéndome y tirando de su camiseta hacia arriba. Pasé las manos
por su pecho torneado, mientras él me bajaba lentamente los
pantalones, deleitándose en volverme loco.
-¿Listo?-inquirió
después de terminar de desnudarnos y magrearnos. Asentí con la
cabeza.
-¿Quién...?
Yo
no era muy activo; en las pocas relaciones que había tenido, siempre
preferí mantenerme en un segundo plano, disfrutando de la
penetración. Raras veces había sido yo el que se colocaba encima.
Me
arrastró hasta el sofá que parecía haber aparecido por arte de
magia y esperó a que me tumbara sobre él.
Se
metió entre mis piernas, me mordió la espalda, me la arañó, y se
preparó para entrar en mí.
Lo
hizo con fuerza,sin lubricante, así que grité, confuso. Una mezcla
de dolor y placer me embargaron a partes iguales, como dos océanos,
cada uno a un lado del muro sobre el que estaba caminando.
Decidí
tirarme al océano del placer.
Él
siguió moviéndose dentro de mí, embistiéndome a intervalos
regulares que fueron aumentando al ritmo de mi respiración. Gemí su
nombre con un hilo de voz mientras me llevaba su mano a mi propio
sexo, pero él se negó. Retiró la mano cuando vio a dónde quería
conducirlo, y, tras varios minutos de lucha, se derramó en mí.
-Ahora
tú-ordenó, con voz de mala uva. Se tendió debajo de mí, yo
me metí entre sus piernas, le arañé los glúteos y entré con la
misma fuerza que él, tratando de hacerlo gritar, sin éxito. Me moví
lo más rápido que pude, corriendo a alcanzar el clímax, pero sin
llegar a él totalmente. Por fin, cuando estuvo hecho, me desplomé
debajo de él. Gimió mi nombre.
-Jon...
-James-repliqué
yo, tirándole despacio del pelo. Sonrió.
-¿Quieres
más?
-Por
favor-repliqué, aunque estaba agotado. No me importó mucho, la
verdad. Podía ponerse él encima de nuevo.
Caminó
hacia una de las estanterías que se pegaban a la pared de su
despacho y se agachó, revolviendo en unos cajones.
Suspiré,
contemplando su culo.
-Ahora-sentenció-lo
haremos a mi manera-me mostró unas bridas y una pequeña fusta. Yo
alcé una ceja. ¿Iba en serio?
-¿A
lo 50 sombras de Grey?
-Más
bien 100.
Se
acercó a mí, mientras vibraba de la emoción. Me ató las manos
detrás de la espalda con las bridas, me untó con un lubricante que
había sacado de dios sabía donde, y se dispuso a acariciarme con la
fusta. Me doblé sobre mí mismo, intentando alcanzar el orgasmo lo
suficientemente rápido como para que él no lo detuviera. Sin
embargo, no pude.
Seguía
con su lenta tortura, negándome el orgasmo, haciendo que quisiera
hundir mis dientes en su piel, herirlo de verdad, hacer que chillara
de dolor.
-Joder,
Jon, joder...-empezó como una retahíla de los más horribles
insultos. Yo sonreí; al final, podía torturarlo yo también.
-¿Jon?-inquirió,
de pie frente a mí, al lado del archivador en cuyos cajones había
guardado los expedientes. Parpadeé, confuso, y lo miré.
Las
cortinas estaban descorridas, la luz inundaba la habitación como se
había inundado el Titanic. La puerta seguía abierta, sin ninguna
llave en su pomo que impidiera la entrada de algún indeseado.
Me
toqué disimuladamente el pecho. La camiseta hizo de escudo entre la
yema de los dedos y la piel.
James
estaba completamente vestido, con su gorra de Batman en la mano. Se
la colocó, rasgando el silencio, y me observó un instante.
-¿Estás
bien?
-Me
he distraído-repliqué con un hilo de voz. Carraspeé, tratando de
aclararme la garganta, y por fin me digné a alzar los ojos-. ¿Qué
querías, entrenador?
-¿No
me has oído? Te he propuesto para el campeonato nacional. Tienes
mucho talento, Jon, y creo que podrías llegar a ser grande si te das
a conocer ahora.
Tragué
saliva, estudiándolo con la mirada.
-¿Va
en serio?
James
asintió con la cabeza, se colocó correctamente la visera de la
gorra, y me dedicó una amplia sonrisa; la sonrisa de un cazatalentos
que sabe que ha descubierto a una gran estrella. Sin embargo, en mí
no había sitio para otra cosa que no fuera estupor. ¿Lo había
soñado todo? ¿Tan hiperactiva tenía la imaginación?
-Por
supuesto, tendré que hablar con tus padres para convencerlos,
pero... ya eres mayor, seguro que lo entienden.
Me
levanté de la silla un segundo antes de que él me lo mandara.
-Tráelos
cuando puedas.
-Claro.
Me
dio una palmada en la espalda y me acompañó a la puerta. Estaba
cerrándola cuando me interrumpió:
-¿Jon?
-¿Qué?
-Te
olvidas la bolsa-murmuró con una sonrisa divertida en la cara, que
trataba de disimular para que yo no me sintiera gilipollas. Puse los
ojos en blanco, la recogí, y salí precipitadamente, llevando mi
secreto conmigo.
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