domingo, 28 de julio de 2013

Phoenix.

Había vuelto a nacer. A la vida. A la luz.
Con sólo escuchar su voz.
Todo el tiempo pasado sin él se evaporó, se volvió polvo, y dejó de existir, de importar.
El cuchillo se deslizó entre mis dedos que, horrorizados, no podían concebir la idea de pegarlo a su cuello. Consideraban que en nuestra historia ya había habido suficiente sangre, demasiada, y gracias a Dios, toda había sido mía. Ni los cinco litros que llevaba dentro y que me hacían seguir respirando valían nada comparados con una única gota rubí de la que corría por sus venas.
El cuchillo tintineó al caer al suelo. Sabía que era él sin necesidad de rodearlo, pero aun así lo hice, porque una parte de mí se negaba a creer que estuviera realmente de vuelta, que pudiéramos volver a estar cara a cara otra vez. Las corrientes eléctricas no parecían bastarle a mi cerebro, pero a mi corazón sí: latía desbocado, agradecido por volver a hacerlo con sentido, por algo, por alguien.
Tenía los ojos cerrados, y jadeaba, a la espera de que le diera muerte. La nuez de su garganta subió cuando tragó saliva, esperando aquello que daba asco con tan sólo pensarlo. Sentí la necesidad de volver a hundirme en aquellos océanos que eran sus ojos una vez más, necesitara que echara un vistazo a mi alma. Un libro no era arte hasta que alguien lo leía. Una pintura no era nada hasta que alguien posaba la vista en ella. Una comida no existía hasta que alguien la probaba.
Yo no volvería a existir hasta que Louis posara sus preciosos y perfectos ojos en mí.
-Louis-susurré. Abrió los ojos y después la boca cuando me miró. Sonreí, sintiendo cómo mil soles se iluminaban en mi interior. Estaba segura de que mi piel podría iluminar la habitación si me lo proponía-. Soy yo.
Claro, Erikina. No te conoce. Se acostó contigo meses pero ya no te conoce. Aplausos.
-Estás...
-Estoy aquí-le cogí la mano, la estreché entre las mías y me la llevé a la mejilla. Estaba caliente. Y era suave. Mucho más de lo que la recordaba.
-Dios, ha sido... rápido-murmuró, cerrando los ojos y echándose a temblar. Le solté la mano.
¿Qué?
¡No!
La sola idea de que él pudiera desaparecer de la faz de la Tierra me daba más asco que a Bella el hecho de que a Edward pudiera pasarle lo mismo en Luna Nueva. La sensación era idéntica, pero la mía era mil veces más fuerte, mil veces más devastadora.
-Louis, esto es real. Estoy aquí, soy yo, Lou-qué bien sonaba su nombre, yo lo pronunciaba mil veces mejor que las demás, porque yo lo sentía de verdad, sabía qué magia se escondía detrás de él-. Esto es real. Estamos aquí. Soy Eri, Lou. Estoy aquí.
Me miró con ojos como platos. Y luego, sin previo aviso, me abrazó con todas sus fuerzas. Le rodeé la cintura con los brazos, me mordí el labio, odiándome a mí misma, y cerré los ojos, disfrutando de la calidez que desprendía su cuerpo, empapándome de aquel aroma que tanto había echado de menos. Había sido muy duro tenerlo tan cerca y a la vez tan lejos.
Sentí que empezaba a marearme, el suelo empezó a dar vueltas a mi lado. Al principio creí que se debía a la emoción de haber vuelto, pero luego sentí angustia en mi interior. Una angustia que conocía muy bien; se repetía cada noche, cuando me dormía sola, cuando sentía la sangre empapando las sábanas otra vez, cuando el oxígeno abandonaba mi cuerpo y me ahogaba.
Eleanor me había rescatado para castigarme por lo que había hecho, y cada noche me recompensaba por mi estupidez con una advertencia clara: jamás olvidaría lo que había intentado hacer. Cada noche me desangraría hasta matarme, cada noche me asfixiaría como en el baño de mi casa... pero luego no habría pruebas de ello. Las sábanas lucían impecables cuando me despertaba, mis cicatrices seguían curándose, mis pulmones funcionaban a la perfección. Me había vuelto loca porque había osado desobedecerla. Ella me había traído para que me quedara con Louis; yo lo abandoné, así que no merecía perdón. Merecía una tortura lenta y dolorosa hasta que volviera con él... o hasta que terminara acabando lo que empecé en febrero cuando viera que las cosas rotas no podían arreglarse, que por mucho pegamento que utilizaras, las grietas en los jarrones que unos minutos fueron añicos seguirían allí para siempre.
-Louis... no... puedo... respirar-susurré.
Él aflojó su presa un poco, pero una cantidad ínfima. Parecía estar empeñado en romperme los huesos.
Se separó de mí para mirarme, me cogió de la mano y me hizo darme la vuelta. Estaba hecha un asco, yo lo sabía, él lo estaba viendo, pero no parecía importar.
Tiró de mí para volver a pegarme contra su cuerpo. Me pasó la mano por la cabeza, moviéndome el poco pelo que había sobrevivido a mi ataque de cambio radical de look. Pasó dos dedos por la parte que me había afeitado a lo Cher Lloyd, y luego fue por mi cuello hasta el otro lado, donde las puntas rosas me acariciaban despacio la barbilla. Casi siempre me hacían cosquillas. Casi siempre tenía cosquillas cuando me tocaban el cuello, pero hoy no. Hoy las corrientes eléctricas habían vuelto con más fuerza que nunca, parecían preguntar ¿Me has echado de menos?.
Cerré los ojos, dejándome llevar por aquello. Me estaba volviendo loca... en el buen sentido.
-¿Qué te has hecho en el pelo?
Pregunta mejor qué me he hecho en las muñecas, en el cuerpo, por qué no puedo comer, por qué me costaba respirar hasta hace cinco minutos...
-Sólo abrázame-repliqué.
Obedeció, y me eché a llorar en su hombro mientras me estrechaba con fuerza entre sus brazos, negándose a dejarme marchar. Como si tuviera pensado hacerlo de nuevo.
-Han sido unos meses muy largos. Eternos-susurró en mi oreja, besándome el cuello. Cerré los ojos, más y más lágrimas se precipitaron a su camiseta. Intenté controlarme, pero era incapaz. Ahora que lo tenía al lado, era imposible que pudiera controlar la tormenta que se desataba en mi interior. Era fácil fingir que todo estaba en orden cuando estaba sola y vacía, pero no con él al lado, no con él llenándome de amor otra vez-. Pero los hemos superado. Juntos.
Se inclinó y me besó despacio, como hacía eones. Sabía igual que siempre, mejor de lo que recordaba.
A cielo.
A gloria.
A Louis.
Nos separamos después de lo que fue una eternidad y a la vez apenas medio segundo, y nos miramos a los ojos. No necesitamos decirnos lo que sentíamos, lo sabíamos; aún no habíamos perdido la capacidad de leer la mente del otro con la mayor naturalidad posible.
Le cogí la mano, entrelacé nuestros dedos y, sin atreverme a levantar la vista, murmuré, estudiando sus dedos, los tatuajes nuevos:
-¿Vamos a la cama? Hace mucho que no lo hago.
-Yo hacía mucho que no respiraba-respondió, con aquella naturalidad que te dejaba sin aliento. Lo miré a los ojos. Me pasó la mano por el cuello, volvió a besarme (qué bien lo hacía), tiró de nuestras manos unidas y me obligó a seguirlo por las escaleras. La ropa fue desapareciendo por el camino, de forma que cuando llegamos a una de las habitaciones, estábamos totalmente desnudos. Me tumbé en la cama y lo esperé. Se echó muy despacio encima de mí, temiendo romperme, y me besó el cuello.
-No sabes lo que te he echado de menos-musité con un hilo de voz, cerrando los ojos y entreabriendo la boca. Me capturó un labio entre los suyos.
-En realidad, sí lo sé. Yo también he estado sin ti, ¿recuerdas?
Sonreí.
-No es lo mismo.
Se detuvo y me miró a los ojos. Tuve que recordarle a mi corazón que debía seguir latiendo, y a mí misma que debía seguir respirando.
-Ahora sabemos que nos amamos igual el uno al otro.
Asentí con la cabeza, le acaricié el cuello y me incorporé lo justo para poder volver a besarlo. No quería separarme de él, sabía que no iba a separarme de él, y mucho menos después de todo lo que había pasado.
Noté cómo sonreía en mi boca cuando entró en mí. Yo también sonreí.
Porque, definitivamente, volvía a estar viva.


Nos despertó el sonido de un móvil, que ninguno de los dos recordaba haber dejado encima de la mesilla de noche. Louis levantó la cabeza, se dio la vuelta, evitando romper el contacto entre nosotros, y miró la pantalla. Bufó, volvió a girarse y yo encajé la cabeza en el hueco que había entre su cuello y el hombro.
-¿Quién era?
No iba a abrir los ojos. No me apetecía abrir los ojos y descubrir que en realidad había terminado acostándome con otro y rompiendo la promesa silenciosa de que siempre le sería fiel a él.
-Los chicos.
Una nueva oleada de sentimientos encontrados se desató en mi interior. Los chicos. También los había echado mucho de menos. Me revolví, le pasé el brazo por la cintura a Louis y suspiré. Él me bufó; no le gustaba que le soplara a la cara, pero, ¿qué quería que hiciera?
-Estoy a gusto.
-Y yo.
-¿Qué hora es?
-Calla la boca un poco, anda-me instó, arrugando la nariz y tratando de volver a dormirse. Me incorporé; pude ver cómo abría un ojo para echar un vistazo de mi anatomía... que no estaba en pleno apogeo, todo había que decirlo.
Abrí la boca.
-Louis-dije. Él chasqueó la lengua, se dio la vuelta y tiró de mi mano para no dejar de tocarme. No habíamos dejado de tocarnos desde que tiré aquel cuchillo al suelo.
-Déjameeeeeeeeee-baló igual que una oveja, negando con la cabeza.
-Louis, hemos dormido más de 24 horas.
-Qué pena.
-Louis, en serio, no deberíamos dormir tanto.
-Yo duermo muy mal solo, ¿vale?
Me quedé callada, pensando.
-¿Eri?
-No he tenido pesadillas.
Abrió los ojos y se tumbó boca arriba, mirándome. Yo contemplaba una mancha en la pared a varios metros de mí. Seguramente me la estaba imaginando, mi miopía no me permitía ver tan lejos.
No me había asfixiado en sueños. No había soñado que me desangraba y todo se volvía rojo. Al contrario, había soñado algo bonito, estaba segura, pero no recordaba qué...
-Eso es bueno, ¿no?-preguntó. Se incorporó y me miró, su aliento quemaba mi boca-. ¿Eri?
Negué con la cabeza.
-Desde que intenté... ya sabes... eso, cada noche, cada jodida noche, soñaba que volvía a pasar por lo mismo. Una y otra vez. Sin parar. No hubo noche en la que no pasara por ello.
Pestañeó, me cogió despacio las manos y me preguntó, sin apartar la vista de mi expresión:
-¿Puedo verlas?
No sabía si quería que las viera, porque no sabía cómo iba a reaccionar. Quería apartar las manos, decirle que no, que me avergonzaba, pero a la vez quería que las viera, que las besara, posando muy despacio sus labios en ellas, y me dijera que me quería a pesar de que había intentado una de las peores cosas que nadie podía hacer.
Me descubrí asintiendo despacio. Lo conocía. Sabía que no iba a juzgarme, me apoyaría siempre, tal y como había hecho desde que nos conocimos.
Me sacó las manos de debajo de las sábanas, las colocó sobre sus piernas y bajó la vista, estudiándolas. Yo no aparté los ojos de él; conocía mis cicatrices de sobra, sabía cómo eran.
Sabía, por ejemplo, que había una que me dividía la muñeca derecha en dos mitades, haciendo que la pequeña d no pareciera más esa d, sino una c y una l totalmente separadas, como las hacía yo. Sabía que en la izquierda había una que me iba de un lunar a otro con una precisión que cualquiera que la viera pensaría que me había basado en esos dos puntos para hacerla.
Sabía que me había hecho una cruz, que fue la última en cerrarse... y sabía que me había escrito su nombre un par de segundos antes de desmayarme con su cuchilla de afeitar.
-Las odias-susurré. No hacía falta nada más que verle la cara.
-En parte. Y en parte las amo por ser sólo cicatrices, no heridas que seguirían abiertas por toda la eternidad.
Una enorme sonrisa se extendió por mi cara.
-Te quiero. A morir-bromeé. Pensé que se enfadaría, pero no lo hizo. Me devolvió la sonrisa, se inclinó hacia mí, y me tumbó debajo de su cálido y tierno cuerpo.
-Yo también. Más allá de morir.
Volvimos a hacerlo, pero esta vez no nos quedamos dormidos.
Me pasó una mano por la cintura, pegándome a él, no dejando que me tumbara a su lado como me había dormido. Parecía estar de humor para charlar, algo muy raro en él. Yo era la que solía empezar la conversación después del sexo, él no se quejaba, pero sus ojos me decían que estaba cansado y quería dormir.
Aspiré el aroma que desprendía su cuerpo, recordando cuánto lo había echado de menos.
-Te has llenado de tatuajes en mi ausencia-observé. Se encogió de hombros, con el brazo limpio detrás de la cabeza. Me acarició la espalda.
-¿Qué querías que hiciera?
-Algo de persona normal, tipo... escribir canciones... o algo.
Sonrió, mirándome a los ojos con infinita dulzura. Me dejó sin aliento; no recordaba que me hubiera mirado así nunca. Su mirada era amor. No, el amor era su mirada.
-No puedo creer que hayas vuelto-susurró, parpadeando despacio. Quise morirme de lo perfecto que era, capturar ese momento, hacer que durara para siempre, solos él y yo, nuestros tatuajes, nuestra piel, mis cicatrices, y su perfección contrarrestando todo el mal que había entrado a través de aquella cuchilla que me abrió la piel y dejó fluir ríos carmesíes por todo lo que había tocado en aquellos minutos-. Dime la verdad: estoy muerto y estoy en el cielo-musitó, alzando las cejas y tirando un poco más de mí.
Sonreí, mi pelo le acarició el pecho, el tatuaje que se lo cruzaba y me había enamorado aunque no quisiera admitirlo nada más verlo. It is what it is, esto es lo que hay, la definición perfecta para nosotros.
-En realidad, sí-le mentí. Ni el cielo podía ser tan bueno.
-Lo sabía-chasqueó la lengua y se echó a reír. Su risa sonaba genial. Me apreté aún más contra él, escuchando cómo los latidos de su corazón se aceleraban por el esfuerzo... y por tenerme tan cerca.
-Tuve que tener una muerte horrible-meditó, pensativo, pasándome la mano por el pelo, acariciándomelo con delicadeza. Alcé la vista.
-¿Por qué?
-Porque la recompensa es enorme. En serio, nena, ¿seguro que no me caí por un puente con el coche y agonicé mientras me ahogaba al ir hundiéndome lentamente en el agua?
Me estremecí.
-¿Pasarías por eso?
Me taladró con la mirada, más serio que en un funeral... Oh, su abuela.
-Por ti me bebería un océano de ácido sulfúrico hasta que no quedara ni una gota.
Lo miré varios minutos.
-Eri-replicó, suspirando y frotándose los ojos.
-¿Qué?
-Te acabo de decir que te quiero.
-El imbécil de la pareja eres tú, ¿recuerdas?-espeté, fingiendo darle un puñetazo en el pecho-. Ya lo había pillado, no soy tan subnormal.
Sonrió.
-No. Se. Te. Ocurra.
-Hay opiniones.
Le di un almohadazo con todas las ganas.
-¡Vete a la mierda!
-¿Vas a acompañarme?
-¡No!
-Entonces yo sin ti no me voy a ningún lado. No voy a volver a dejarte sola.
Me senté al borde de la cama, con los pies tocando el suelo, y volví a mirar la pared.
-Debió de ser duro estar tanto tiempo sin noticias mías, sin verme-murmuré, abrazándome el pecho. El susurro de las sábanas cuando él se movió hizo que estuviera prevenida para cuando me tocó.
-Lo mismo que tú conmigo, ¿no?
Negué con la cabeza.
-Yo... te vi en bastantes ocasiones.
Se quedó callado un momento. Me besó el hombro, y me acarició el vientre.
-Las entrevistas no cuentan.
-No estoy hablando de las entrevistas-repliqué, girándome. Su cara estaba  pocos centímetros de la mía, podía sentir el aliento salir de su boca muy lentamente. Si tuviera que incluir las entrevistas, apenas pasaría una hora seguida sin tener noticias suyas.
El silencio llenó la habitación. Cerré los ojos. No iba a llorar, todo estaba yendo demasiado bien como para que yo me echara a llorar.
Me acarició el cuello, y me levantó el pelo por la nuca... justo donde tenía el tatuaje de siete en francés. Me lo había hecho cuando cumplimos siete meses juntos, lo había hecho en francés porque era el idioma en el que estaba su nombre, iba a ser una sorpresa... y al día siguiente Simon me llamó y todo se hizo añicos.
-Eri...-dijo, sin creérselo. Me llevé una mano a la boca. No llores, no llores, no dejes que te vea llorar después de todo este tiempo, lleva mucho sin verte. No llores.
-La del estudio, la que estaba cantando el día que fuimos nosotros, ¿eras tú?
-Sí-contesté, con una fuerza en la voz desconocida incluso para mí.
-¿Y qué pensabas?
Le quería tanto por no preguntarme por qué no le había dicho nada, por qué me había marchado, y, sobre todo, por no enfadarse.
-Conseguir una carrera-así de egoísta soy, ya ves, Tommo-. Por mis propios méritos- porque vosotros podéis conseguir que un pistacho supere el millón de seguidores en Twitter, incluso podríais grabar un videoclip con él de protagonista-. Sin vosotros. Y una nueva vida.
La última parte era la más difícil y la que menos me apetecía. A fin de cuentas, sabía que no se iba a hacer realidad.
-¿Y qué harías cuando te reconociésemos?
-La idea es que nunca lo hicieseis.
Había bajado la vista. Cuando alzó la cabeza, sus ojos brillaban.
-Sabes que lo haríamos, ¿no?
-Sí-murmuré.
Asintió con la cabeza, luego tiró de mí hasta ponerme justo enfrente suya. No había escapatoria, y yo no quería escapar.
-¿Hubo más veces?
-Estuve en los conciertos. En todos.
Volvió a asentir.
-Tú fuiste la primera que se levantó en Madrid, ¿verdad?
Esta vez me tocó a mí asentir.
-¿Por qué lo hiciste?
-Quería... ver si me reconocíais. Si tú me reconocías. Stan me ayudó. Pero no te enfades con él ¿vale? Fue todo idea mía, le hice prometer que no te diría nada, me lo juró.
Bufó.
-Sabes que es imposible que yo te viera entre tan...
-Lo sé, pero la parte que no quería alejarse de ti estaba tan desesperada, y era tan fuerte-era toda yo, para qué engañarnos-, que necesitaba sentir tus ojos una última vez en mí, fuera el tiempo que fuera.
Tragó saliva.
-Pensabas volver a intentar marcharte.
-No lo sé.
-No era una pregunta, Eri-replicó, negando con la cabeza, cogiéndome las manos y volviendo las muñecas, para mirar de nuevo el estropicio que había hecho en mi piel.
-En un principio no iba a ir a España-me encogí de hombros, tumbándome en la cama y dando unas palmadas para que él se tumbara a mi lado. Lo hizo, de mala gana, pero sacarme información era más importante en ese momento. Y necesitaba que estuviera cómoda.
-¿Qué es lo que te hizo cambiar de opinión?
-Que España es mi casa. Y tú eres mi mundo. No podía perdérmelo, sencillamente, no podía.
Sonrió. Me pasó un brazo por la cintura y me pegó a él.
-No vas a escaparte esta vez. No voy a permitirlo, lo sabes, ¿verdad?
Asentí.
-Siento haberlo hecho.
-Yo siento haberte mentido.
-Está olvidado, no te preocupes.
-Eri, los dos sabemos que tú perdonas, pero nunca, jamás, olvidas.
-Contigo puedo intentar hacer una excepción.
-No merece la pena.
Cerré los ojos.
-Tú la mereces.
-¿Por qué no volviste? Simplemente podías aparecer un día por casa, y decir: "Eh, Louis, quiero volver a intentarlo, ¿vale? Eres gilipollas, pero, ¿qué vamos a hacerle? Eres mi gilipollas, sé que no querrás a otra, y yo no querré a otro" (o al menos espero que no lo hagas, por la cuenta que me trae)-aclaró, mientras me giraba para mirarlo, se encogió de hombros-, "podemos hacer que esto funcione, tampoco es tan difícil, es fácil como respirar". Sólo tendrías que haber hecho eso. O levantar el teléfono. Con haber levantado el teléfono te habría bastado. Hubieras cogido una de mis llamadas, y ya sería tuyo. Nunca dejé de serlo, pero...-se encogió de hombros, apoyado en la mano tal como estaba. Se pasó una mano por el pelo-. Yo no te habría puesto ninguna pega. Lo cual es raro en mí. Y lo sabes-hizo una mueca, y yo me eché a reír. Volvíamos a ser nosotros.
-¿Sabes lo preciosa que es tu voz? Mejora muchísimo en directo. La he echado muchísimo de menos.
-¿Y a mí no?
-Tú sigue hablando, quiero seguir escuchándola.
Negó con la cabeza.
-Estás mal de la cabeza. ¿Sabes lo que me has hecho pasar? ¿Y me vienes ahora con eso? ¿Pero qué coño te vi?-replicó, echándose a reír. Yo también me lo preguntaba.
-Yo he tenido que ver cómo rehacías tu vida y besabas a otra, ¿me has oído quejarme?
Me sacó la lengua.
-Yo no te pedí que miraras vídeos. Y nunca me besé con Daphne en público. Y no rehíce mi vida, si lo hubiera hecho, no estaría aquí.
Entrecerré los ojos.
-Tienes razón, maldita sea.
-Soy muy listo-replicó, inflándose como un pavo. Metí las manos debajo de la almohada y me lo quedé mirando un segundo, luego miré el hueco en la cama a mi lado, y volví a mirarlo a él. Suspiró.
-No creo que pueda dormir más, nena. 24 horas son muchas horas, ¿no crees?
-¿Y qué quieres que hagamos?
No pretendía sonar sugerente, él lo sabía, pero fingió que no le importaba.
-¿Nos duchamos?-sugirió con un tono de voz que raramente utilizaba, pero que yo amaba de todas formas. Ese tono que parecía decir recuerda quién soy, recuerda lo que hago, recuerda quién eligió primero, y sobre quién eligió.
Me eché a reír.
-¿Sólo piensas en eso?
-Vamos, nena, llevaba mucho sin sentir lo que hacía. Déjame espacio, ¿quieres?-replicó, levantándose y tirando de la sábana para destaparme. Me hice un ovillo y, carcajeándome como una colegiala (¿podía ser colegiala? Estaba en edad), intenté tirar de la ropa de cama hacia mí, sin éxito.
-¿Tengo que llevarte en volandas?
-Iré, ¡iré! Déjame-protesté, alzando las manos, cogiendo una de sus camisetas y poniéndomelas por encima. Ni siquiera cogí las zapatillas, a pesar de que el baño sería un festival de hongos rara vez repetido en la historia. Él se puso unos pantalones y abrió la puerta.
Me tiré a su espalda, me cogió con unos reflejos que dejaban claro que esperaba que hiciera algo así, y le mordí el cuello. Se quejó, pero no me dejó caer hasta que estuvimos en el baño. Y no me dejó precisamente intacta; se encargó personalmente de que no me metiera en la ducha con su camiseta. Él mismo me la quitó, se quitó los pantalones y se metió dentro.
Nos bañamos, nos besamos, nos pusimos al día en lo que a mimos se refería, hasta que nuestros cuerpos empezaron a arrugarse.
-¿Sabías que los dedos se arrugan cuando estás mucho tiempo en el agua para poder coger cosas que estén también mojadas?-inquirí, sacando los dedos y mirándomelos. Él miró los míos, con el pelo echado hacia atrás. Los tupés le quedaban bien, era algo que había comprobado.
-Eres una friki, pero yo te quiero igual.
-Oh, Louis. Qué cosas me dices.
Se encogió de hombros, poniendo cara de seductor, como diciendo "ya ves".
-Yo también te quiero.
-Creí que ya no ibas a decírmelo.
-Me he desacostumbrado, ¿sabes?
-Ojalá yo pudiera decir lo miso-suspiró. Me pasé una mano por el pelo; a duras penas me veía las puntas rosas, pero no importaba. Ya nada importaba, no tendría que volver a ponerme esa asquerosa peluca de nuevo. Adiós-. Pero no lo he dicho tan convencido.
Asentí con la cabeza, le besé en los labios y le palmeé el pecho, anunciando que ya iba siendo hora de salir de la bañera. Los primeros rayos más madrugadores del sol arrancaban destellos verdes por los árboles que había al lado de la casa, dándole al baño un aire místico suficiente para hacer algún ritual de los que llevaban a cabo los griegos cuando todavía eran una cultura importante.
Él protestó, estaba a gusto, pero se calló de inmediato cuando le dejé echar un vistazo a mi cuerpo. Ya no había tanto que ver, no tenía las mismas curvas que había tenido en un principio, pero me alegré de que él siguiera interesado en mirar: significaba que encontraba algo en mí atractivo, atractivo donde nadie más veía nada.
Me envolví en una toalla, y escuché el sonido del agua cuando él también salió. Se pasó una por la cintura y tiró de la mía.
-Espera, quiero verte.
La dejé caer al suelo y bajé la vista; no era exactamente como pensé que me miraría. Me pasó la mano por la espalda, y yo sentí un ligero toque de dolor.
-¿Sabes que se te notan las vértebras?
Me estremecí.
-Debo de dar asco.
-Tienes que volver a tu peso normal, nena. ¿Por qué estás tan delgada? ¿Te ves bien así?
Negué con la cabeza.
-O sea, que no has vuelto a la anorexia...-aventuró.
-No podía comer-repliqué-, no por cosa del peso ni de mi cuerpo, si no porque... simplemente no me entraba.
-No me extraña, si cocinabas tú...-caviló. Puse los ojos en blanco.
-Para que lo sepas, mis dotes culinarias han mejorado mucho.
-Tampoco tenías margen para empeorar.
Cogí la toalla y me encaminé a la puerta, fingiéndome enfadada y herida. Pero me daba mucho miedo cruzarla por una razón que no llegaba a entender.
-Los dos sabemos que no vas a cruzar esa puerta, porque tienes el mismo miedo a perderme de vista que yo a perderte de vista a ti.
-¿Por qué?
-Por si desaparezco.
-¿Y si tengo que ir al baño?-repliqué, girándome, aunque técnicamente estaba saliendo de él, no entrando, y ya estaba en el baño con él. Pero era en sentido metafórico (o no tanto, pero daba lo mismo), y él me entendió.
Una sonrisa pícara se extendió por su cara.
-¡ERES UN PERVERTIDO! ¡UN CERDO! ¡DIOS! ¡JODER, LOUIS!
Se acercó a mí y me besó el cuello.
-¿Qué querías? Llevo mucho tiempo sin verte.
Me eché a reír, le devolví el beso y le ordené que se vistiera. Tiró de mí dentro del baño, y cerró la puerta. Louis se encargó de ponerme su camiseta, sin importarle que acabara de estrenarla y que pudiera estirársela.
Me acarició la cabeza, capturando un mechón de pelo entre sus dedos, y lo miró, pensativo.
-¿Qué?
-¿Quién tiene ahora el pelo más largo?
Torcí la boca.
-Tú, seguramente-dije, cogiéndome un mechón y cogiéndole a él uno. O tal vez yo. ¿Quién sabía?-. Pero por poco, creo.
-Es raro. Por ejemplo, que estés afeitada.
-Mi pelo no es de tu jurisdicción-repliqué, encogiéndome de hombros y alzando las cejas. ¿Qué íbamos a hacerle? Me había cortado el pelo a pesar de que siempre me quejaba de que jamás lo tenía lo bastante largo, y ya no había vuelta atrás. Varias veces había pensado en ponerme extensiones, pero había llegado a la misma conclusión cada vez que la idea me rondaba la cabeza: me lo había cortado por algo, me había sentido llamada a hacerlo, así que...
-Te lo cortaste por mí, ¿verdad?
-Si te digo que respiro por ti, ¿me creerías?-repliqué, alzando una ceja y tirando del pelo. Lo bueno de tenerlo tan corto era que no necesitaba secármelo, por lo que tenía mucho más tiempo para mis cosas.
Mis cosas antes de que Louis volviera a mí era principalmente sentarme en el sofá a lloriquear porque había puesto mi supuesta carrera musical (que nadie me había garantizado, por otra parte, pero eso es otra historia) por delante de él, que era algo así como mi mundo, mi sol, mi sistema solar, mi galaxia, mi universo... y haber dejado que nos distanciáramos en vez de cortar el problema de raíz antes de que se convirtiera en uno de los árboles más grandes del mundo.
Lo arrastré hacia la cocina y le dije que le demostraría lo mucho que se equivocaba en cuanto a mis dotes culinarias. Le preparé un sándwich con todos los ingredientes que encontré: huevos, mayonesa, tomate, lechuga, queso, jamón york... y le dije que no se levantaría hasta no terminárselo.
Al principio, Louis parecía reticente, como si le hubiera escupido en el desayuno o algo, pero cuando dio un par de mordiscos y comprobó que tampoco había veneno, devoró lo que le había puesto en el plato. Literalmente. Mientras tanto, yo sacaba un bol de cereales y leche y me senté a su lado.
-Bueno, ¿y qué me cuentas del tour?
Se encogió de hombros.
-Dímelo tú, ¿no decías que estuviste en todos los conciertos? Sabrás más que yo.
Me encogí de hombros.
-He de decir que lo del pequeño teatro romano de Italia fue muy bonito-asentí con la cabeza.
-¿Dónde te ponías?
-A veces en pista, otras en grada. Dependiendo del día. Pero en España estuve las tres veces en pista.
Asintió con la cabeza, sonriendo cálidamente cuando le entregué el café.
-Debió de ser duro.
-Me encogí de hombros.
-Lo fueron más bastantes cosas, créeme.
-¿Quieres hablar de ello?
Le miré a los ojos, fruncí el ceño, y empecé a darle vueltas. Me sentaría bien contarle la verdad; una mentira nos había metido en todo ese lío, y no estaría bien volver a intentarlo y, nada más empezar, mentirle. Así que me tomé una cucharada de los cereales, tragué despacio, y lo miré.
-Es largo.
-No me importa. Estoy sentado.
Asentí con la cabeza, buscando las palabras con las que empezaría. No quería que se enfadara, pero lo conocía, y sabía que lo haría en cuanto empezara a hablar.
-¿Nunca te ha dado la impresión de que habías conocido a alguien muy parecido a mí después de que cortáramos?
Me miró.
-¿A qué te refieres?
-¿No ha habido ninguna chica que te recordara mucho a mí, que te hiciera pensar en mí, o que incluso llegaras a pensar: "joder, es clavada a Eri"?
Tragó el penúltimo mordisco que le quedaba de bocadillo.
-Sólo Daphne.
-¿Y nadie más?
Se encogió de hombros. Parecía más pendiente de su desayuno que de mí. Comencé a enfadarme, sentí un fuego abrasador.
-Louis, sé que lo sentiste. Ella también lo hizo.
-¿Qué?
-Anastasia. La corriente eléctrica cuando te tocó ayer, o... anteayer.
Me miró con ojos como platos.
-Bueno, sí, pero... eh... sólo fue una vez.
-Era yo-le corté antes de que se pusiera rojo como un tomate (porque tenía toda la pinta de ir a ponerse rojo como un tomate).
Sus ojos alcanzaron el tamaño de mi supuesta nación cuando me ponía la jodida peluca rubia, que picaba como mil demonios.
-¿QUÉ?
-Yo era Anastasia. ¡Joder, Louis, era evidente! Incluso con su nombre te estaba dando una pista. Anastasia. ¡¡ANASTASIA!!-grité con toda la fuerza de mis pulmones.
-¿Qué coño tiene que ver cómo te llamaras con que fueras otra tía?
-¿No te suena la princesa rusa que supuestamente sobrevivió al asesinato de la familia real rusa cuando la revolución?
-No.
-¿QUÉ HACÍAS EN HISTORIA?
Hasta yo me había enterado de aquello, y eso que siempre desconectaba en Historia desde que llegamos al zarismo y la Primera Guerra Mundial. Había leído muchos libros, todos muy bien documentados, por lo que sentía que yo podría dar mejor las clases que el profesor.
-A ver, Eri...-respondió, chupándose los dedos y girándose hacia mí. Nuestras rodillas chocaron, un contacto íntimo que había echado mucho de menos.
Había echado de menos muchas cosas.
-REPETÍ CURSO-me recordó, como si eso le diera excusa para no tener ni zorra idea de nada.
-Pero aun así, deberías conocerla. Es... no sé. Cultura general.
-Que soy imbécil no es ningún secreto.
- Además, tú con cuatro hermanas pequeñas, verías alguna vez la película de Disney-continué, ignorándolo a propósito.
-Por esa regla de tres, ¿debería creer que en la Sabana africana cada vez que nace un león un babuino lo presenta en sociedad alzándolo desde una piedra? ¿O que hay una sirena llamada Ariel que se gana las piernas por amor? ¿O que los juguetes...?
-No se te ocurra meterte con Toy Story.
-¿..cobran vida cuando no estamos vigilándolos?
Me tapé la boca con la mano.
-No puedo creerlo. Se lo diré a Liam.
Se encogió de hombros.
-Díselo, pero no deberías fiarte de las películas.
-Nos estamos desviando el tema.
-Es verdad-asintió-. ¿Cómo lo hacías?
-Peluca. Lentillas. Maquillaje.
-¿Por eso te cortaste el pelo?
-JODER CON MI PELO. ¿Quieres que te lo cuente? Vale. Me corté el pelo en una venada psicótica de estas que me dan a mí a veces. Estaba mirándome en el espejo, con los primeros cortes hechos, con Eleanor lejos de mí, sin intentar cicatrizar mis heridas nada más hacerlas, y pensé "necesito cambiar de look". Así que fui a mi habitación, cogí unas tijeras, y me encerré de nuevo en el baño. Me corté el pelo, cada mechón, con las tijeras, hasta dejármelo a la altura de la barbilla, y me sentía como si estuviera tirándome por la ventana y esperando a que mis alas se abrieran para echar a volar. Totalmente libre.
Me escuchaba con toda su atención, sus ojos estaban fijos en mí, sin perder detalle de lo que yo hacía o decía.
-Me corté el pelo porque no me lo había tocado desde que te conocí. Me corté el pelo porque a ti te gustaba, y de repente vi que ya no te tenía, que ya no jugarías con él, y no pude soportarlo. Pero, sobre todo-me incliné hacia él, nuestras bocas a escasos centímetros-, me corté el pelo porque una parte de mí no quería morir siendo yo. Quería ser otra persona. No me daba cuenta de que esta Eri es la que siempre he sido. Desde que soy pequeña la vida me ha dado hostias. Y yo he puesto la cara y he fingido que no me importaba; he intentado mantenerme fuerte cuando las demás lloran; he intentado hacer que no me importa quedarme en casa porque la gente ya no me llama para salir porque no quiero a la discoteca... y he intentado mantener el pelo largo toda mi vida, cuando las tías tan pronto se pueden sentar en él como se rapan al cero-me pasé una mano inconscientemente por la parte rapada, y sonreí-. He hecho todas esas cosas, he fingido ser diferente, cuando lo que más deseaba era encajar. Y con vosotros lo hacía. Por eso me corté el pelo, Louis. Porque si no encajaba con vosotros, no iba a encajar con nadie, y mi pelo representaba eso. La única persona que lo llevó bien ahora lo tiene larguísimo. ¿Sabes quién es?
-Rihanna-replicó sin dejar un segundo entre la pregunta y su respuesta. Asentí.
-Quería marcarme. Que supieran que algo había cambiado. Que yo nunca antes había hecho esto-dije, mostrándole las líneas sonrosadas que me atravesaban las muñecas-, y que no volvería a hacerlo, porque se suponía que era el final. Las cosas tenían que cambiar mucho para que yo me cortara así el pelo, pero más tenían que cambiar para que te dejara.
-El pelo te crecerá.
-Pero yo no puedo cambiar lo que hice.
-Eri, no empieces, ¿vale? Ya está. Hemos vuelto. Se acabó lamentarse-me acarició la mejilla con el pulgar, con el resto de los dedos, la nuca. La mano libre bajó hasta mis muñecas, tocó mis cicatrices, las acarició despacio, con un amor y una dulzura que no se merecían por el simple hecho de existir, que yo no me merecía por el simple hecho de haberlas creado.
-Las odio-le confesé-. Fue lo peor que pude hacer jamás.
Se encogió de hombros.
-A mí en parte me gustan. Es como si fueras inmortal. Me demuestran que eres fuerte.
-Soy un soldado, tengo la piel más dura, soy un soldado, más fuerte de lo que nunca he sido-susurré. Sólo cuando te hacías daño a ti misma llegabas a entender lo fuerte que era mucha gente, gente como Demi Lovato, aunque yo nunca podría hablar en público de ellas como ella lo hacía. Su Warrior había sido una gran ayuda, me había apoyado en los momentos en que me había sentido débil y me había preguntado por qué no lo volvía a intentar, tal vez una segunda vez fuera suficiente.
Me devolvió la sonrisa.
-Algo así-replicó, besándome la frente-, pero... no quiero que vuelvas a hacerlo.
-Les tengo bastante asco, no te preocupes, no me apetecen más.
Asintió con la cabeza. Yo estudié sus rasgos; era mucho más guapo de lo que lo recordaba, nada le hacía justicia: ni las fotos, ni los vídeos, ni siquiera mis recuerdos, que deberían ser copias exactas de él...
Cogí la cadena que le había regalado.
-¿Es la mía?
Asintió con la cabeza.
-No pensé que siguieras llevándola-murmuré, tirando de ella. La verdad era que, desde que no me cogió el teléfono, pensé que realmente no quería saber nada de mí, que él asumía que se había acabado y me hacía ver que no volvería a entrar en su vida, que encontraría a otra (seamos justos, Louis era muy guapo, Louis era muy gracioso, y Louis era famoso, tendría a quien le diera la gana con sólo encapricharse un nanosegundo, tal y como me había tenido a mí desde aquel vídeo diario en el que les puse cara a los cinco por primera vez) y que yo no era más que parte del pasado. Pero que siguiera con la chapa al cuello me enterneció.
Abrí la boca, sorprendida, al no encontrar la chapa sola.
Automáticamente me llevé la mano al dedo en el que se suponía que descansaba mi anillo.
-¡Mi anillo!-exclamé, examinándolo de cerca. Frunció el ceño.
-Creía que me lo habías dejado en mi casa, tirado en el suelo, y por eso lo recogí y me lo quedé.
Negué con la cabeza.
-Estuve en tu piso recogiendo ropa, pero no me di cuenta de que se me había caído.
-¿Lo quieres?-preguntó. Sí, Louis, eres imbécil, y por eso repetiste curso, le dije con la mirada. Se echó a reír, se quitó la cadena, la abrió y cogió el anillo, pero no me lo dio para que me lo pusiera, ni me lo puso él.
-Quiero pedirte algo.
-Lo que sea.
Yo también me bebería un océano de ácido sulfúrico por ti.
-Cásate conmigo.
Me quedé helada, mirándolo. Claro, joder, claro que me casaría con él, pero, no sé, esperaba un anillo de compromiso un poco más...
-Louis, tengo 16 años-le recordé. Sonrió.
-No ahora, pero... prométeme que te casarás conmigo, ¿vale?
Entrecerré los ojos.
-¿A qué viene ahor...?
-No voy a volver a dejare ir. No voy a volver a pasar estos dos meses, no quiero volver a estar sin ti ni una semana, ¿vale? Ni siquiera una vida. Todo esto ha sido un infierno, y... no podré soportarlo una segunda vez.
Parpadeé.
-Claro que me casaré contigo, pero ahora no. Tengo 16 años. No es ni legal en mi país.
Puso los ojos en blanco.
-Entonces nada. Qué lástima, joder, quería que fuéramos en pijama a los juzgados y nos casáramos esta tarde. Cogeríamos a dos vagabundos de testigos.
Le saqué la lengua.
-Eres imbécil.
Cogí el anillo y me lo puse en el dedo.
-Puede, pero soy tu imbécil, y eso añade muchos puntos-volvió a besarme, yo le pasé la mano por el pelo, ahora mucho más parecido al mío, y sonreí en su boca.
Cuando nos separamos, aún conservaba la sonrisa. Me miró los dientes.
-¿Te has quitado los brackets?
-Llevo intentando que te des cuenta desde que entraste por esa puerta-dije, haciendo un gesto con la cabeza.
-Para que veas el caso que te hago. ¿Para qué? ¿Ya tenías los dientes bien?
-Juzga tú mismo-repliqué, sonriendo aún más. Echó un vistazo con los ojos entrecerrados, luego se encogió de hombros.
-Están bien, pero no soy dentista, así que...
-Pensé que lo necesitaba para lo de Anastasia.
-¿Y Daphne lo sabía?
Negué con la cabeza.
-Tendremos que decírselo.
-¿Cómo?
-¿Y si quedo con ella esta tarde y la traigo aquí?
-Nos matará.
-No creo.
-Yo sí. Y yo he estado con ella más tiempo que tú.
Arrugó la nariz, pensativo.
-¿Cómo hacías para ir a nuestros tours y que ella no sospechara?
-Le dije que iba a visitar a mi familia. Cogí el primer avión que salía de Lisboa en dirección a Londres cuando acabasteis el concierto.
-Ah.
-¿Vas a llamarla?
-¿Qué otra opción me queda?-replicó, pasándose una mano por el pelo-. Tengo que contarle y aclararle muchas cosas, y tú también.
Me miré las manos.
-¿Y nosotros? ¿Qué vamos a hacer mientras tanto? ¿Tendremos estrategia o...?-alcé las manos.
-Creo que lo mejor es que salga natural. De dentro. Ya sabes.
Cogió el móvil de encima de la mesa y desbloqueó la pantalla.
-Tengo que cambiar el fondo-murmuró, mientras bajaba entre sus contactos hasta buscar el número de Daphne. Me levanté y me puse detrás de él a mirar. Tenía una foto de los dos antes de un concierto (seguramente el único al que fue la pelirroja y el único al que yo la acompañé fingiendo ser Anastasia). Me entró una punzada de celos.
-Hacéis buena pareja-comenté sin darle mucha importancia, como quien habla del tiempo.
Sonrió.
-Ya, pero quedamos mejor tú y yo.
-Ahí has estado fino, Tommo-repliqué, besándole la mejilla. Movió las cejas y tocó el nombre de la chica. Me alejé de él para darle intimidad. Cogió una cucharada de mis cereales mientras esperaba a que la griega lo cogiera, impaciente. Bufó, colgó, y volvió a intentarlo.
-No me lo coge.
-Déjale un mensaje-sugerí.
Tragó saliva, cogió el móvil con la otra mano y se puso a teclear a toda velocidad. Luego me arrastró, literalmente, hasta el sofá, y me dijo que veríamos una película mientras tanto. Entre mis planes para pasar el rato no estaba el ver una peli, había cosas mucho más interesantes que hacer, pero él parecía querer concentrarse, así que no protesté demasiado.
No protesté, porque me pasó un brazo por los hombros y me pegó contra él. Me hubiera dormido fácilmente de no ser porque la película pintaba muy bien... y había muchos disparos.
Abrí la boca y lo miré cuando la cámara enfocó a Leonardo DiCaprio.
-¿Va en serio?
Sonrió.
-Totalmente.
-Guay-entonces sí que no me dormiría-. Qué bueno es este hombre.
-Ya lo sé.
Llegó la hora en que había quedado en buscar a Daphne, y yo me puse histérica. Tuve que hacer acopio de todo mi valor para no suplicarle que se quedara conmigo, que se olvidara del tema o, peor aún, que me dejara ir con él a por la pelirroja. Habíamos acordado hablar con ella allí, yo esperaría por ellos mientras él la traía.
Me hice un ovillo en el sofá, estableciendo un patrón de comportamiento para cuando Daphne y Louis aparecieran por allí. Por fin sería libre de expresar cómo me sentía, el asco que me daba que estuvieran en la misma habitación, la rabia que me embargaba cada vez que se besaban delante de mí, o Daphne lo miraba como si él fuera el  centro del mundo y no pudiera vivir sin él...
El tiempo pasó a la velocidad de la luz mientras yo recordaba y enumeraba todas y cada una de las razones por las que odiaba a Daphne, que se resumían fácilmente en dos: la odiaba porque era libre.
Y la odiaba porque había tenido a mi chico cuando me pertenecía por derecho propio a mí.
La puerta se abrió, yo me miré los vaqueros que no recordaba haberme puesto y me levanté del sofá cuando los dos entraron, Daphne delante, Louis detrás.
Daphne abrió mucho la boca.
-¿Tú no eres Eri?
Me froté las manos por detrás de la espalda, y asentí con la cabeza. Miré a Louis, que se encogió de hombros con una expresión dolida en la cara. No le había dicho ni una sola palabra.
Por alguna extraña razón, me lo imaginaba.
-Y tú eres Daphne-repliqué, caminando hacia ella.
-¿Cuándo has vuelto?
-Esta noche.
Entrecerró los ojos, y miró al que hasta hacía poco era su novio.
-¿Le has hablado de mí?
Louis negó con la cabeza, apoyado en la puerta, con la mano al lado de la cara para no hacerse daño. Daphne asintió.
-Entonces, ¿de qué me conoces?
-La rusa que tenías metida en casa no era rusa. No existía. Soy yo-solté sin rodeos, cuanto antes acabáramos con esto, mejor. Antes podría echarla, aunque una parte de mí no quisiera hacerlo. Me lo había pasado muy bien con ella.
-¿Tú? ¿Anastasia?-sacudió la cabeza, su pelo brilló con la luz del sol, que le arrancó distintas tonalidades rubí-. Imposible, Anastasia...
-Se largó misteriosamente después de que Louis os contara que su abuela había muerto, anteayer, en tu clase de baile, y aún no ha regresado-asentí con la cabeza, como diciendo "eso es muy lógico".
Daphne entrecerró los ojos un poco más.
-Es mentira. Mira tu piel. Tu pelo. O tu estatura; Anastasia no es tan baja.
-¿Alguna vez la has visto sin tacones?
Se quedó callada.
-Exacto-repliqué, una sonrisa gélida en la boca. Estaba de caza, y sabía lo que quería: matar, sin piedad.
-Demuéstralo-replicó. Suspiré, me froté la cara y empecé a enumerar cosas que sabía de ella, cosas que seguramente Louis no conocería.
-Sé cómo te hiciste la cicatriz en tu muslo derecho. Sé lo de tus padres. Sé que tu abuela se encarga de cuidar a tu hermano; sé que aprendiste a leer griego tú sola, sin ningún tutor; sé lo tarde que te acuestas cada noche porque no puedes dejar de ensayar y perfeccionar tus bailes, sé...
Daphne se mordió el labio.
-Pudo habértelo contado. Sinceramente, nena, no os parecéis ni en el blanco de los ojos-¡será mentirosa!-, ¿cómo ibas a ser tu Ana? ¿Y qué hay de Max?
-Sí, nena, ¿qué hay de Max?-replicó Louis. Puse los ojos en blanco.
-Ya te lo explicaré-dije, alzando las manos. Me volví hacia Daphne-. Sabes que soy Anastasia, con un poco de maquillaje y una peluca la gente puede cambiar mucho. Mírame a los ojos, y dime si mi expresión no es la misma que la suya.
-Ni siquiera tienes su misma voz.
-Soy actriz, zorra, y las actrices sabemos jugar con la voz-repliqué, dándole un toque dulce a mi voz que normalmente, en mi voz normal, sonaba muy rara. Pero con la rusa encajaba a la perfección. Louis abrió ligeramente la boca, impresionado. Daphne apretó los labios hasta formar una fina línea, pero sus ojos alcanzaron el tamaño de platos de sopa.
-¿Cómo lo hiciste?
-¿Quieres verlo, amor?-pregunté, inclinándome hacia delante y mirando a Louis. Me apunté un tanto mentalmente: no había visto a Daphne llamarlo así nunca, y así le dejaría claro que él volvía a ser mío, que estaba a mi lado, de donde nunca se habría tenido que ir. Louis asintió con la cabeza y nos siguió hasta el baño. Saqué el neceser que tenía escondido detrás de las pastas de dientes, la espuma de afeitar de Louis, y demás cosas, y lo esparcí por el lavabo.
Daphne se apoyó en él, y observó con atención cómo me tapaba los lunares con una capa de maquillaje de mi tono de piel, y luego me volvía pálida con otra más clara. Abrió la boca.
-Ah-susurró, pero yo seguí a lo mío. Me pinté la raya como solía llevarla, luego me pasé un poco por los brazos para que no se notara tanto la diferencia de piel, me puse los múltiples pendientes que llevaba al "convertirme" en la rusa (Louis se los había quedado mirando, pero no dijo nada cuando me los vio puestos en cuanto solté aquel cuchillo, porque aún no me había dado tiempo a quitármelos), cogí las lentillas y me las puse con mucho cuidado. Parpadeé varias veces, me limpié los restos de rímel que amenazaban con destrozar mi obra maestra con la yema de los dedos, y miré a Daphne a través de aquella cortina ligeramente más clara.
-Eres buena-concedió. Sonreí. Me cogió las muñecas, me pasó un dedo por las cicatrices, pero no preguntó por ellas. Supo que no era asunto suyo. Siguió la línea de los tatuajes.
-¿Cómo hacías para tapártelos?
-Con muchísima base de maquillaje.
-Yo estoy alucinando con lo que podéis hacer las mujeres-replicó Louis, pasándose una mano por el pelo. Daphne lo miró con infinita tristeza.
-¿Necesitas el pelo rubio?
La pelirroja negó con la cabeza.
-Así vale. Gracias por decírmelo.
Miró a Louis un segundo.
-¿Queréis que os deje solos?
Louis la miró, tragó saliva y asintió. Salí del baño y me metí en una habitación a limpiar todo mi maquillaje, prometiéndome a mí misma que no pondría la oreja para enterarme de qué hacían allí dentro. Tenían todo el derecho del mundo a despedirse, Daphne le había ayudado en lo posible, le había puesto celo cuando yo lo rompí, y Louis seguramente querría agradecerle eso y compensarla de alguna manera por lo que estaba a punto de hacer.
A medida que mis lunares volvían a aparecer y mis ojos pasaban a ser marrones de nuevo, Anastasia se iba fundiendo poco a poco en mi corazón. Le había cogido mucho cariño a Daphne. Esperaba poder seguir siendo amiga suya, pues había sido la única persona que no me había juzgado ni había hecho lo posible para averiguar todo acerca de mí. Me limpié los ojos, que estaban empezando a nadar en lágrimas, y bajé al salón.
Quince minutos después, Daphne bajaba con aquellos preciosos ojos suyos rojos de haber estado llorando. Fui a abrazarla.
-¿Volveremos a vernos?
Se encogió de hombros, y negó con la cabeza muy lentamente.
-Creo que... lo mejor es que no. Yo...-se limpió una lágrima rezagada de la cara. Le sonreí, triste. No quería llorar, pero no me estaba dejando demasiadas alternativas-... yo quiero a Louis tanto como tú. No digo que más, pero... tú sabes lo que se siente. Sabes cómo se hace amar él. Hasta el punto de que duela. Y yo... no soportaría verlo en brazos de otra.
Asentí con la cabeza, sabía exactamente a qué tenía miedo pero, peor aún, sabía exactamente de qué estaba hablando, qué sentimiento y cómo de fuerte podía ser, porque lo había experimentado cada vez que ellos dos se tocaban. Me volvía loca, quería gritar quién era, pero tenía que seguir con el juego. Las fichas encajarían tarde o temprano.
Y lo estaban haciendo, ahora volvían a hacerlo, pero... Daphne era la pieza que sobraba, la pieza extraviada de un puzzle lejano.
La abracé.
-Tuvo que ser duro.
-Tú le hiciste feliz-repliqué, encogiéndome de hombros y sintiendo sus brazos a mi alrededor-. Gracias por mantenerlo intacto hasta que volví.
-Gracias por dejar que disfrutara de él y que supiera qué es que te quiera, aunque no lo haga como contigo-contestó. Sonreí.
-Voy a echarte mucho de menos, Daph-susurré, sonriendo y limpiándome las lágrimas, inútilmente. Me acarició el brazo.
-Yo también. Y a él. Si algún día, dentro de unos años, necesitáis aprender a bailar... tenéis mi teléfono.
Sonreí, la besé en la mejilla, volvimos a abrazarnos, y nos despedimos. Echó un último vistazo a la sala, luego a mí, recorriéndome de arriba a abajo, memorizándome. Se demoró un poco en mi anillo.
-¿Sabes? Dijo que era especial-susurró, señalándolo-. Yo al principio no lo entendía. Pero cuando ves algo así de fuerte, es cuando comprendes que una tormenta no es nada, y el sol siempre vuelve a salir.
Me tapé la boca con la mano.
-Adiós, Daphne.
-Adiós, Eri. Cuida de él. No vuelvas a dejarlo, ni a romperlo, ni nada, porque la próxima vez no te lo devolveré-sonrió. Asentí.
-Suerte.
-Lo mismo te digo. Adiós, pequeña bolchevique.
Cerró la puerta.Y esa fue la última vez que vi a Daphne, la persona más parecida a mí que podía existir, y a la que más agradecida estoy de todas, después de la que me colocó donde estaba y la que se negó a dejarme ir.
Temblando de la cabeza a los pies, subí las escaleras y entré en el baño. Louis estaba sentado en el suelo, con la cabeza apoyada en los azulejos, mirando al techo.
-Le he dado mi amuleto de la suerte.
-¿Cuál?
-La llave que encaja en tu anillo.
Asentí con la cabeza, sentándome a su lado.
-Ahora la mentirosa soy yo.
-Voy a quererte igual, seas como seas-replicó, cerrando los ojos y suspirando. Asentí, mirándome el anillo. Me sentía vacía, pero de una manera más conocida. Era la misma sensación que había tenido cada vez que el grupo de amigas en el que estaba me fallaba, pero multiplicada por mil.
-No he sido justo con ella, Eri, y eso es lo que más me jode de todo. La quería por muchas cosas, era divertida, era guapa, me entendía, pero... la mayor de ellas era sucia. Era mala. No debería quererla de esa manera si esa era la razón principal.
-¿Cuál?
-Cuando me dejaste y la conocí, te empecé a considerar como un océano que me ahogaba, y Daphne era la bombona de oxígeno que me mantenía con vida.
-¿Cuál es el problema? Es bonito.
-Estaba equivocado. Tú no eras el océano, tu ausencia lo era. Tu ausencia era el océano, Daphne era la bombona de oxígeno, y tú eres el aire que hay por encima del agua, ese aire puro que no se puede comparar con nada más.
Tragué saliva, esperando que terminara.
-La consideraba un foco en mi oscuridad, sin darme cuenta de que sólo era de noche, y el sol eras tú. Solamente te habías ido un rato, luego volverías, estaba seguro, pero... me cansé de esperarte, y encendí un foco-sacudió la cabeza-.Pensé que podría quererla con el tiempo como te quiero a ti, pero...no puedes querer a un foco de la misma manera que quieres al sol.
¿Por qué era capaz de decir cosas tan bonitas? No necesitaba hacerlo, cualquiera que lo viera por la calle se quedaría prendado de él. Entendía a Daphne, y lo sentía por ella, porque el recuerdo de Louis era la cosa más dolorosa que podía haber. Entendía el sacrificio de Eleanor, y a ella la admiraba: tener que estar presenciando cómo el chico por el que te habías sacrificado hasta aquel punto, por el que habías dado todo y que te había hecho quererlo tanto como para que todo aquello mereciera la pena, era digno de admiración.
-No puedes querer a una bombona de oxígeno de la misma manera que quieres a la atmósfera.
Lo miré en silencio, con aquella mirada que decía: Louis, si no existieras, definitivamente tendríamos que inventarte.

6 comentarios:

  1. POR DIOS QUE CAPÍTULO MÁS BELLO :')
    POR FIN HAS VUELTO, CACHO PUTA, TE ECHÁBAMOS DE MENOS!
    Atentamente: Alba Payne

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  2. QWERTYUIOPASDFGHJKLÑZXCVBNM LOU Y ERI HAN VUELTO, POR FIN LALALA Joder, me emociono :''''')))))))))))) ya era hora, eh. JAJAJAJAJAJAJAJA sabía que tarde o temprano volvería ^^ de todas formas no pillo qué hacía en el apartamento de Lou y Hazza con un cuchillo... Perpo supongo que lo pusiste por dar intriga y por volverte a meter en la historia de alguna forma jeje. Ya sabes que me encanta tu novela/fanfic jeje. No se que más comentarte así que me voy.
    Alguien que te quiere,
    Vir.

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    1. Tranquilidad, señora Virginia que me quiere. Poco a poco. Ya se irán desvelando cosas.
      Alguien que la ama,
      Eri.

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  3. OH. DIOS. MIO.
    ERI POR DIOS DEJA DE INTENTAR HACER QUE ME DE UN INFARTO, JODER EL PRINCIPIO Y EL FINAL Y TODO NVJBJKRKVNDOAWBOA SHORO:')
    SABES QUE SIEMPRE HE AMADO TU NOVELA, PERO ESTE CAPÍTULO ME HA ECHO ENAMORARME DE ELLA TODAVÍA MÁS, SE PUEDE SABER COMO PUEDES ESCRIBIR ASÍ DE BIEN PEASO BITCH?!!
    ME ALEGRO DE QUE HAYAS VUELTO YA TE ECHABAMOS DE MENOS POR LA HISTORIA Y EL LUISIN MÁS (YA TU SABE JJJJ)
    BESITOSSS<3

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    1. JO MUCHAS GRACIAS, ERES AMOR COÑO <33333333
      Yo también he echado de menos estar, era duro escribir lo de Daphne, pero no sé, fue un reto muy interesante, ya tu sabeh JOJOJOJOJOJOJOJOJOJOJOJOJO
      Besos <3

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